AÑO XIV– Nº110 JUNIO 2017 DISTRIBUCIÓN GRATUITA
IGLESIA EVANGÉLICA VALDENSE
EL PESCADOR EL ESPÍRITU DE PUERTAS ABIERTAS
El miedo y el temor nacen de la división que produce el pecado, que rompe la fraternidad y hunde el paraíso de la armonía de lo divino con lo humano y la naturaleza, de los seres humanos entre sí, con Dios, y con toda la realidad creada. Este miedo es paralizante, produce desconfianza, genera inseguridad, y cierra las puertas del corazón humano. El espíritu del miedo opta por la dureza y la oscuridad, para ganar en seguridad; y como el talento que se esconde para defenderse, se hace infecundo en su seguridad y dureza. Al enterrarse, el corazón queda sin el latido de lo vivo y lo generoso, sin respiración y comunicación, acaba cerrando sus puertas también a todo lo bueno y sanador que podría llegarle de la vida. Al no arriesgar, acaba con toda novedad posible y se esteriliza. Este miedo, al día de hoy, sigue ganando demasiadas batallas . . . Pero este miedo, fruto de la muerte, que se apodera expropiándonos de la confianza que hunde sus raíces en el amor, ya tiene sus días acabados. Cristo ha resucitado, la muerte ha sido vencida y el miedo, aunque conquistó algunas batallas, ha perdido la guerra. El Resucitado tiene el poder y la gloria, y cumple su promesa definitiva: nos envía su Espíritu. Espíritu de valor y confianza, de fortaleza y verdad, de amor y gracia. Es el Espíritu de la libertad, que arranca las puertas de los temores y las seguridades para abrir las ventanas del riesgo en el amor comprometido; del fuego que aviva la lucha por la dignidad y la posibilidad de la reconciliación de la persona herida y hundida con Dios que sana, el que enriquece el desierto de la división entre los humanos con la lluvia de la compasión y la misericordia. Es el Espíritu mismo que hace posible otro mundo, que nos lleva al cuidado de la naturaleza: la ecología que se hace comunión y se humaniza, frente al miedo del destrozo del universo y de los que lo habitan.
Es el Espíritu de Dios, del amor, de lo comunitario y lo común. En Él ya no es posible encerrarse, ha traspasado las puertas y los cerrojos, nos hace abiertos de corazón y de mente, frente a las reservas y las dudas del temor. Con sus dones, comprendemos que el universo es nuestra casa y nosotros no somos extraños en ella, que la humanidad no va al vacío de una existencia de la nada, sino a la Casa Común del Padre, y que la senda es la de los hermanos en la comunidad. Somos la Iglesia del Espíritu Santo, del Espíritu de Cristo Resucitado. Ahora es el momento de acabar con todos los miedos y los temores para vivir eternamente desde la confianza. En medio de este mundo, siempre tentado por un poder y una riqueza miedosos y encerrados en su deseo de seguridad, la Iglesia Universal está llamada a abrir todas sus puertas y ventanas para que el Espíritu que ha recibido, se haga extensivo para todo el mundo y toda la creación. Ella no puede ser frontera cerrada para la libertad. Hoy, ha de abrirse al impulso del Espíritu que le dice que ha de ser «Iglesia en misión, en salida, compasiva, generosa, de perdón y sanación para todos y todas . . ., para ser llamados a la conversión de corazón . . Pentecostés desea manifestarse hoy en todos los que hemos sido bautizados en el Espíritu de libertad, que ha vencido todos los miedos y los temores que hieren el corazón de lo humano. Que la fuerza sea mayor que nuestra cobardía . . .