AÑO XIV– Nº106 ENERO Y FEBRERO 2017 DISTRIBUCIÓN GRATUITA
EL PESCADOR REFLEXIÓN Juan 3:22-4:6 ‘Cuanto pedimos lo recibimos de Dios, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Queridos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.’ Tras celebrar, en este nuevo Año, la manifestación del Señor, la Fiesta de la Epifanía, la Palabra empieza a hablar, Jesús comienza su Ministerio. Las palabras y las acciones de Jesús son como una luz que brilla en la oscuridad. La profecía de Isaías, que recogía la liturgia de la Vigilia de Navidad, se está haciendo realidad visible. Es importante caer en la cuenta de este contraste entre la luz y las tinieblas. Jesús actúa en un medio hostil, en un mundo dividido por fuerzas en oposición y en lucha. Y esto impone la necesidad de discernir. No todo es compatible con la fe en Jesucristo. Algunas veces el discernimiento resulta fácil, pues la oposición al espíritu del evangelio es frontal; pero es frecuente que cosas (actitudes, ideas, modos de actuación, etc.) en apariencia inocentes o incluso positivas (por ejemplo, ciertas formas de espiritualidad), sean, en realidad, contrarias a Él (si, por ejemplo, nos conducen a una forma panteísta de entender a Dios y al mundo, o reducen el amor a una impersonal “energía positiva”).
IGLESIA EVANGÉLICA VALDENSE
El criterio de discernimiento que nos propone Juan en su primera Carta no puede ser más claro y sencillo: la fe en Jesucristo y el amor mutuo. El amor y la verdad no pueden ir por separado: la verdad de Jesucristo no puede no traducirse en actitudes concretas de apertura y entrega a los hermanos; el amor cristiano no puede no sustentarse en la fe en Jesucristo. Es esta misma fe la que nos sostiene frente a nuestros desalientos, frustraciones, quebrantos . . .; si a veces nos parece que las fuerzas del mal son más poderosas y tienen las de ganar, disponemos de un modo para superar esa tentación y comprobar que el espíritu de la verdad es más grande que el espíritu del error: volvernos a Jesucristo, que se ha acercado a nuestra vida cotidiana (a nuestro particular Cafarnaún), y dejarnos iluminar por su luz, permitiéndole que cure nuestras enfermedades. Esto es, podemos comprobar en nosotros/as mismos/as cómo el bien triunfa sobre el mal. Y es que en Jesús se ha hecho cercano y accesible el Reino de Dios, y es posible, en consecuencia, vivir en la luz; aunque reine la oscuridad, es posible vivir ya como ciudadanos y ciudadanas del Reino en medio del mundo, como hermanos/as de todos/as, pese a las divisiones reinantes. Al recibir en nosotros y nosotras, por la fe y el amor, el mensaje de Jesús, ensanchamos las fronteras de ese Reino y contribuimos a su victoria. Dios toma la iniciativa al regalarnos su amor. El amor no es algo para negociar. Y Dios no exige nada a cambio. Es un regalo, gratuito, primero. Me hago consciente de ese amor de Dios en mi vida. Y me pregunto qué significa para mí, en lo cotidiano, que Dios sea amor. Juan también nos propone que nos amemos unos a otros. Pensemos en las personas a las cuales amamos, y en quienes nos quieren. Tratemos de descubrir lo mejor de esos sentimientos, cómo sanan, cómo llenan de confianza, de alegría, de serenidad. Ese mismo amor, aprendido en Dios, está en nosotros y nosotras para ofrecerlo en armonía y sinceridad, ya que nos viene regalado de Dios a toda su humanidad . . .