Boletín: El Pescador - agosto 2017

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AÑO XIV– Nº112 AGOSTO 2017 DISTRIBUCIÓN GRATUITA

IGLESIA EVANGÉLICA VALDENSE

EL PESCADOR ¿Dónde está nuestro tesoro? Texto Bíblico: Mateo 13:44-52 Estas tres parábolas que aparecen en el Evangelio de Mateo pertenecen a una larga serie de parábolas, varias de las cuales hemos podido meditar a lo largo de los últimos Domingos en nuestros cultos. Las otras eran las del sembrador, de la cizaña y la del grano de mostaza. Para esta meditación del mes de agosto, tomamos las del tesoro escondido, la de la perla preciosa y de la red arrojada al mar. Aun cuando las parábolas encierran siempre una enseñanza moral, no podemos olvidar que nos hablan, ante todo, no de nosotros y nosotras, y de las actitudes que hemos de mantener, sino del Reino de Dios. Así, por ejemplo, en la parábola del sembrador, la primera preocupación la constituía la semilla en sí, es decir, el reino de Dios, y no tanto la tierra que recibe esa semilla. Igualmente, hoy, las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa nos quieren hacer comprender, en primer lugar, el valor absoluto del Reino, que representan este tesoro y esta perla. Sólo cuando comprendemos este carácter absoluto somos capaces de establecer prioridades justas en nuestras vidas, y llevar a cabo las modificaciones necesarias para entrar en diálogo con el Reino de Dios. La idea fundamental sigue siendo la misma en todas las parábolas del Reino: este Reino se halla ya aquí, pero no se halla aún plenamente realizado. No lo poseemos aún en su plenitud. No se trata, no obstante, de esperar pasivamente la llegada de ese Reino, sino de trabajar en su construcción. Esto exige la renuncia de todo lo que no pertenece a ese Reino. Si llegamos a entender el valor de este tesoro, nos liberaremos de todo lo demás para comprar el terreno en que se encuentra. Si nos damos cuenta de cuán preciosa es esta perla, no dudaremos en vender cuanto poseemos para

hacernos de ella. Las parábolas quieren atraer nuestra atención sobre el valor del terreno y de la perla, y no tanto del precio que se ha de pagar. Ya nos ha recordado Jesús en el sermón de la Montaña que el corazón de un cristiano no puede estar dividido entre Dios y el dinero, entre Dios y un ídolo cualquiera. En este contexto no está demás el escuchar una vez más la historia del rey Salomón, en 1 Reyes 5:.7-12: Salomón ha tenido sus grandezas y sus debilidades. Pero lo que ha recordado en mayor medida de él el pueblo de Israel fue su sabiduría y su capacidad de hacer que la justicia reinara en su reino. Al comienzo de su reinado, tuvo una visión en la que le decía Dios: ‘pide lo que quieras, que te lo daré” Y ¿cuál fue la respuesta de Salomón? – ‘concede a tu siervo un corazón lleno de juicio para saber discernir ente el bien y el mal’. Se dan situaciones en la vida en las que las elecciones que uno/a tiene que hacer son claras, por ejemplo, cuando se trata de elegir entre el bien el mal. Una buena elección puede exigir valentía, pero no siempre es difícil saber cuál es la elección que ha de hacerse. Pero se dan, no obstante, no pocas situaciones en las que no son tan claras las cosas y en las que, para conseguir el bien último, es preciso renunciar a numerosas cuestiones que nos gustan o apreciamos. Estas decisiones exigen una gran dosis de sabiduría. Sabiduría que es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús. Pidamos la Gracia de vernos guiados por esta Sabiduría, única que puede darnos la luz y la fuerza necesarias para renunciar a lo que debamos renunciar, en pos de la perla preciosa del reino de Dios . . .


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