LA MUJEREN LA VOZ DE LOS INTELECTUALES DELSIGLOXIX

Instituto Alejandro Tapia y Rivera
San Juan de Puerto Rico
2025

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LA MUJER EN LA VOZ DE LOS INTELECTUALES DEL SIGLO XIX
Por Roberto Ramos-Perea
del Instituto Alejandro Tapia y Rivera
Charla informal ante la
Unión de Mujeres de las Américas-Mayagüez 27 de marzo de 2025-Mayagüez, PR.
Buenas tardes.
Agradezco inmensamente esta invitación que me hace la Unión de Mujeres de las Américas, en su rama mayagüezana. Me siento muy complacido de que se haya pensado en mí, a riesgo de ser un intelectual hombre cuyas palabras puedan ser controvertibles, para hablar con ustedes un ratito, sobre un tema que es importante conocer. Hoy
hablaremos sobre dónde surgieron las primeras propuestas de igualdad entre los sexos en Puerto Rico. Y para comenzar, tenemos que definir el tema del que mi queridísima prima hermana Iréliz
Zoé Perea me han conminado a hablarles: ¿qué pensaban aquellas intelectualidades puertorriqueñas que formaron nuestra identidad como Nación en el siglo XIX, sobre cuál debía ser el espacio que ocuparía —y las responsabilidades que tendría— la mujer en el desarrollo de nuestra sociedad? Para eso, tendríamos que detenernos un poquito a pensar: ¿de qué hablamos cuando hablamos de feminismo?
Hoy la palabra “feminismo” está siendo utilizada a capricho por diversos grupos que se resisten a la definición legítima y quieren imponerle a la palabra un significado particular conveniente. Estas definiciones arbitrarias son producto de generalizaciones horribles.
Así que, para definir “feminismo”, tenemos que ir a la historia, a esos primeros textos que nos hablan de las luchas de la mujer por lograr, ante todo, la igualdad con el hombre. Fíjense en el énfasis que hago en la palabra igualdad. Y no olviden que es un hombre el que les habla.
La historia ha definido el feminismo como “el conjunto de movimientos políticos, sociales, culturales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos entre mujeres y hombres.”
Tras esta definición pensada por HOMBRES Y MJUEJRES desde hace varios siglos atrás, es propio del pensamiento crítico preguntarse: ¿qué definimos los hombres como “igualdad”? Parece fácil definirla y si solo basta pensar que se trata de “ser iguales” en todo.
Pero igualdad, en su sentido estricto, significa: tener el mismo valor, gozar de los mismos derechos, deberes y oportunidades, sin importar el
género, la raza, la clase social, la orientación sexual o la religión. Significa tener el mismo acceso a la educación, al trabajo, a la salud, a la participación política y, sobre todo, tener las mismas responsabilidades para con la sociedad. Y entonces entra en juego la palabra equidad, que definimos como: dar a cada persona lo que necesita para estar en condiciones justas de competir o vivir con dignidad.
Tras estas definiciones, vemos que las condiciones de la mujer nunca han sido ni equitativas ni iguales—, pero necesitaríamos discutir, a raíz de las políticas de empoderamiento femenino, y de la consolidación del “hembrismo” y el matriarcado, si el feminismo que hoy se reclama, es el mismo de hace 100 años atrás.
En esta lucha por la igualdad y la equidad, se han colado, de manera bastante agresiva, lo que llamamos generalidades. Es decir, aquellos aspectos de la opinión que, sin criterio alguno, pretenden
establecer normativas en las relaciones entre hombres y mujeres basadas en meros rencores personales o históricos. Voy a dar un ejemplo que escuché el otro día a través de las redes sociales, y que me parece muy relevante. Un entrevistador se acerca a varias mujeres y les pregunta: “¿Cómo sería el mundo si no existieran los hombres?” Todas las mujeres, invariablemente, contestaron:
“El mundo sería maravilloso.”
“El mundo estaría muy tranquilo.”
“El mundo sería feliz.”
“Podríamos vivir sin problemas. Las mujeres seríamos los seres más felices de la Tierra.”
Etcétera, etcétera.
De la misma forma, se les preguntó a diferentes hombres qué sería del mundo sin las mujeres, y ellos contestaron, invariablemente:
“El mundo sería una porquería.”
“No habría manera de vivir en él.”
“El mundo sería un desastre.”
“Las mujeres son indispensables.”
“¿Qué sería de nosotros sin las mujeres?” Etcétera, etcétera.
¿A qué se debe esa generalidad que han difundido algunas mujeres sobre los hombres, y que ha permanecido a través de la historia como una especie de eslogan maldito que ha definido nuestras relaciones? Ese terrible y punitivo slogan que dice: “Todos los hombres son unos….”
Aunque se rechaza, se comprende. Los hombres hemos sido patriarcales, explotadores, abusivos, represivos, repulsivos, torturadores, marginadores, ultrajadores y asesinos de las mujeres a lo largo de siglos y no hay manera de justificarlo. El mundo ha sido patriarcal desde mucho antes de los neandertales. Nuestra conducta ha sido definida por la fuerza, y no por la inteligencia.
Y el hombre representado la permanencia y el poder de esa fuerza, ante la cual se rinde todo
pensamiento crítico, toda filosofía, y todo deseo de progreso social. Yo no sé en qué momento de la historia la naturaleza decidió que el hombre era la fuerza y la mujer la debilidad. Bueno, sí lo sabemos, basta con recordar el mito judío de Adán y Eva, pero dejémoslo ahí, porque discutir eso nos tomaría hasta la madrugada. ¿Y cuál ha sido, entonces, la actitud de la mujer ante este problema?
Pues muchas han tomado conciencia de que la permanencia silenciosa bajo el yugo patriarcal puede llevarlas a su desastre. Por lo tanto, consideran necesaria la lucha, la resistencia, y la permanencia de mecanismos —no necesariamente de negociación, sino, en ocasiones, de imposición y de fuerza igual a la del hombre— para reclamar sus derechos de igualdad y equidad.
Nuestro feminismo nacional ha seguido las definiciones impuestas por las luchas feministas estadounidenses, que definen desarrollos de lucha
en cuatro llamadas “olas” que se han esparcido a lo largo de los siglos.
Un primer impulso responde a lo que conocemos como el “proto-feminismo”. Como por ejemplo en México, los escritos de Sor Juana Inés de la Cruz, y su genial poema ¡Hombres necios! del año 1689, o de los textos escritos por Mary Wollstonecraft, quien en 1792 desarrolla su primera Vindicación de los derechos de la mujer, reclamando lo que será la bandera de lucha feminista durante muchos siglos: el derecho a la educación, los matrimonios basados en el amor sincero y no por imposición o negociaciones comerciales, y el desarrollo de su singular moral y su razón.
Luego, la primera ola fundacional, a mediados del siglo XIX en Estados Unidos, con la Convención de Seneca Falls en 1848, en las que sus convocantes enumeraban una lista de agravios sufridos por las mujeres como la negación del derecho al voto, a la propiedad, a la educación superior, a empleos
bien remunerados, a la participación en las decisiones políticas y al control sobre su propio cuerpo y maternidad y exigieron de inmediato una reforma radical. Uno de los intelectuales que más apoyó esta petición lo fue el intelectual negro Frederick Douglas, el mas importante abolicionista estadounidense del siglo XIX, quien en no pocas ocasiones aludió la sujeción de la mujer como una forma de esclavitud.
El surgimiento de las luchas de acción directa – es decir, las promovidas con violencia o desobediencia civil por el sufragio femenino en el Reino
Unido, a través de sufragistas como Emmeline Pankhurst en 1903 y el incendio de la fábrica Triangle Shirtwais en Nueva York en 1911, donde murieron 146 trabajadoras por las condiciones infrahumanas en las que laboraban, impulsó la creación de sindicatos de mujeres que impulsaron el movimiento feminista en todo el mundo. Mientras
Rosa Luxemburgo, asesinada en 1919, unió las luchas feministas a las reivindicaciones socialistas.
La segunda ola, en lo que es el mundo occidental, va a comenzar en los años 60 y extenderse hasta los 80 del siglo XX, donde en Francia Simone de Beauvoir y en Estados Unidos, Betty Friedan van a escribir textos feministas importantísimos. Friedan dirá en 1963 en su libro The Feminine Mystique: “No es que las mujeres no tuvieran voz ni elección. Es que no sabían que tenían derecho a elegir.” Llamaba a elegir su destino como grupo social, a elegir sobre su sexualidad y su cuerpo, y sobre todo a romper con la imagen limitada y pobre que la mujer tenía de ella misma. Una de las victorias más importantes de la tercera ola fueron las acciones legales feministas de la jueza del Tribunal Supremo Ruth Ginsburg, así como legalización del aborto en el caso Roe Vs Wade en 1973, derecho que fuera revocado en 2022.
La tercera ola va a ocurrir en los años 90, donde se convertirá el feminismo en un movimiento multicultural e interseccional que incluirá diferentes etnias, clases y orientaciones sexuales. Manifiestaban que el género no actúa solo: se cruza con raza, clase, etnicidad, orientación sexual, discapacidad, religión e incluye a mujeres trans, personas no binarias, feministas queer, feminismos indígenas, afrodiaspóricos, entre otros. Cuestiona la noción de "la mujer" como una sola categoría. Aumenta la conciencia crítica sobre los binarios hombres/mujer y llama la atención sobre el empoderamiento social femenino. Su símbolo popular más visible lo será la cantante Madonna y su famoso brassier de puntas.
La cuarta ola, que es la que vivimos en este instante, depende total y absolutamente de las redes sociales como vehículos de convocatoria y expresión. Es la que ha creado movimientos como Me Too, Ni Una Menos, Free the nipple, y muchos
otros que combaten la opresión patriarcal sistemática contra la mujer y utilizan su cuerpo como “campo de batalla”, por lo que algunos de sus opositores la han catalogado como la ola de las “feminazis”, y esta acusación festinada y vulgar no ha permitido la serie consideración de los fundamentales postulados que los nuevos contextos sociales exigen.
He resumido todo esto muy rápidamente para, desde el contexto puertorriqueño, preguntarnos cuál fue la raíz, el origen de estas luchas, desde la conquista española hasta el proto-feminismo de nuestro siglo XIX.
Durante los siglos precolombinos, la figura de la cacica representaba un verdadero poder a respetar. Tenemos constancia de varias cacicas en el Imperio Taíno, como lo fueron Anacaona y Loaiza, quienes ciertamente ejercieron el mismo poder — o quizá más— que los caciques de los grandes
yukayeques. El espacio de la mujer en el mundo taíno era un espacio privilegiado.
No asumían responsabilidades que podrían hoy verse como “propias de su sexo”, como se decía ya en el siglo XIX, pues tomaban decisiones políticas y de guerra, mientras otras concentraban sus tareas de responsabilidad social en el mantenimiento del orden social y reproductivo de la tribu. Esta memoria fue destruida por la conquista. Lo que fueron asentamientos taínos fueron sustituidos por los cabildos coloniales que albergaron a los esclavizados negros, quienes llevaron la peor parte de todo el desarrollo socioeconómico de Puerto Rico en los primeros cuatro siglos de la dominación española.
La esclavizada negra va a tener un papel muy reducido en la participación social en esos primeros cuatro siglos. A parte de una o dos voces rebeldes contra tanto maltrato, es muy difícil reconocer esclavizadas que hayan luchado por la reivindicación
tanto de su sexo como de su raza, aunque sí, posterior a la abolición, vamos a encontrar mujeres negras que se destacaron en diferentes campos de la cultura, como en la pedagogía, la literatura, las artes teatrales, y la promoción de filosofías alternativas como el espiritismo.
Volvamos a la idea de que los primeros indicios feministas —realmente feministas en términos de lucha por la igualdad de derechos— en Puerto Rico los realizaron hombres. No fueron las mujeres quienes, en primera instancia, llevaron esta lucha al ámbito público. No fueron ellas porque a pesar de ansiarlo, no se les permitía.
En tanto, ¿quiénes fueron esos primeros hombres en nuestro siglo XIX, que levantaron las primeras banderas por la igualdad para la mujer? Primero establezcamos que la sociedad puertorriqueña era profundamente violenta, censurada, perseguida, empobrecida. Y que la pobreza tanto económica como moral fue la justificación de muchas de las
revueltas sociales y políticas que vivimos en ese siglo. Los primeros hombres “feministas” escogieron la mejor bandera de lucha para defender el espacio de las mujeres: esa bandera fue la educación.
Mucha de la educación puertorriqueña que recibieron estos hombres feministas fue ofrecida por mujeres. Es el caso, por ejemplo, de mi admirado maestro, a cuyo estudio he dedicado gran parte de mi vida: don Alejandro Tapia y Rivera. El maestro Tapia y Rivera, si bien estudió bajo la tutela de Rafael Cordero Molina, también fue discípulo de sus hermanas, Celestina y Gregoria Cordero, quienes fueron maestras junto a Rafael en la escuelita de la calle Luna en San Juan donde estudiaron los más importantes intelectuales del siglo XIX, entre ellos Tapia y Román Baldorioty de Castro.
Con estas primeras maestras mujeres, estos intelectuales comienzan a formar un pensamiento de
igualdad. El primero de estos hombres va a ser Alejandro Tapia, como ya mencioné. Tapia nace en San Juan el 12 de noviembre de 1826; ya el próximo año celebraremos su bicentenario. Y desde muy joven escoge la literatura —el drama, particularmente— como método de expresión de sus más revolucionarias ideas. Y la primera idea, que va a obsesionar a Alejandro Tapia y Rivera es la necesidad de una mujer educada que formara parte activa de la comunidad intelectual puertorriqueña de entonces. Tapia tenía la fija idea de que la mujer tenía que abandonar aquellas frivolidades que tanto la prensa como la misma sociedad les imponía. Las labores de las mujeres en el siglo XIX se ceñían principalmente a ser madres de la casa, paridoras de hijos, jefas de la cocina, expertas tejedoras y costureras, devotas religiosas y participantes de actividades culturales pasivas. Y someterse también —las que tenían el caudal económico para
hacerlo— a ser las supervisoras de los trabajos que otras mujeres realizaban para el mantenimiento del hogar. Pero las mujeres en el siglo XIX tenían prohibida su inclusión en lo que la sociedad discutía diariamente en la prensa. Eran censuradas -por los hombres- porque su inteligencia era considerada inferior, débil, e incapaz de sostener argumentos sobre temas complejos como la política, la economía y la filosofía.
Uno de los infortunados promotores de esta represión femenina en Puerto Rico, lo será, para nuestra sorpresa, José de Diego, quien postulaba que la mujer no tenía la capacidad para entender de política. Que su labor tenía que ceñirse a ser el consuelo del hogar, la complacencia del marido –es decir, la criada-cocinera- y sobre todas las cosas, no otorgársele ni el derecho a la opinión, ni mucho menos al voto. Era predecible que un hombre -inmensamente rico- que había ultrajado a su propia esposa la noche de bodas, a la que apuntó
con su revolver en varias ocasiones además de serle infiel y de “admirar” jovencitas menores de edad, tuviese esas reacciones hacia la mujer y las hiciera tantas veces públicas. Gracias a la vida que tuvo en Nemesio Canales a su más furioso enemigo, pues Canales será el primer hombre proponente del derecho al voto para la mujer, que estimuló a una primera organización feminista en Puerto Rico a manifestarse, y dio oportunidad a feministas brillantes como Clara Lair, de expresarse a gusto desde su prestigiosa revista política.
He tenido el privilegio de leer casi toda la prensa puertorriqueña del siglo XIX como parte de mis estudios y cada vez que veo el nombre de una mujer firmando algún artículo, me sorprendo y me digo: “¿Y de dónde le permitieron a esta mujer escribir en un periódico tan machista como podría haberlo sido El Buscapié, El Progreso o el periódico La Razón, de aquí mismo de Mayagüez?” … pero en estos periódicos, a las mujeres se les permitía
escribir poemas de ocasión, boberías de amor, o poemas de la casa, o de los niños, o de las mamás, o del esposo si eran de admiración y sumisión.
Pero las mujeres querían decir otras cosas. La primera revista de mujeres no va a aparecer hasta 1893, con el nombre de La Mujer, redactada por la intelectual y maestra Ana Roqué de Duprey. Las intelectuales como Carmen Hernández de Araujo, Alejandrina Benítez, María Bibiana Benítez, Fidela Matheu y todas esas pensadoras anteriores a Lola Rodríguez de Tió, que tuvieron el privilegio de escribir y de hacer sentir su pensamiento en la prensa del país, dependerán de los hombres para que se les otorgue el espacio.
¿Cuál era el compromiso de estos hombres para con la mujer, ante una cultura que se mofaba de la inteligencia femenina llamándolas “literatas, presumidas, creídas, arrogantes, inferiores, petulantes, ñoñas, engreídas, rebeldes, desenvueltas, hechiceras, malas madres, inadaptadas, ligeras,
frívolas, renegadas del rol que Dios les había otorgado, herejes de la sabiduría divina, marisabidillas coquetonas que usaban su presumido intelecto para seducir a los hombres, corrompidas, sensuales, seductoras sin alma, manipuladoras de emociones, entrometidas, envidiosas, celosas, perdonavidas, y hasta chismosas y pantufleras?
Alejandro Tapia y Rivera va a fundar en 1871, acabadito de casarse con su adorada Charito —-Rosario Díaz y Espián, que era su amada esposa— una revista revolucionaria que se llamara La Azucena. La Azucena va a estar dedicada a la educación “del bello sexo”. Hoy esa frase podría considerarse machista y despectiva, pero en aquella época, conceder belleza y virtud a algo, era un reconocimiento de su importancia y un claro acercamiento a la divinidad.
Tapia publicará en La Azucena infinidad de artículos donde el tema principal era la mujer y su desarrollo intelectual. Y se niega a convertirla en una
revista de modas o de farándula. Tapia asegura — impulsado por su querida Charito— que su revista no tendría espacio para la frivolidad, pero que sí tendría espacio para las ciencias, la filosofía, la literatura, la inteligencia y para el desarrollo integral de la mujer en igualdad de derechos con el hombre. Va a ser la primera revista verdaderamente feminista de nuestro periodismo.
Y todo ello fue inspirado por un amor profundo, comprometido con la belleza del alma, con la familia, con el intelecto, con la sabiduría y la creatividad. Charito colaborará intensamente en los primeros números de la revista, publicando traducciones de poesías, inteligentes charadas, y breves artículos de formación académica. Tapia adoraba a su esposa, que le dio la dicha de tres hijas y un hijo y a través de ese continuo amor, pudieron contagiar a otros intelectuales hombres de su generación que convirtieran a la mujer en su más importante bandera de lucha.

Para Tapia la mujer tenía que “salir de la cocina” y su educación tenía que ser un acto de “civilización”. Y ese será uno de nuestros primeros manifiestos feministas publicado en Puerto Rico: “El aprecio a la mujer es barómetro de la civilización”, escrito por Tapia en 1871. Es decir, que en la medida en que nos dedicásemos a la educación de la mujer, esa será la medida de nuestra civilidad. A mi eso me parece realmente revolucionario para ese momento histórico, y para este, donde aún existen marginaciones educativas por cuestión de sexo.
Muchos hombres —sobre todo los que pertenecían a ciertas élites intelectuales— entendieron el mensaje de Tapia y, desde sus propias trincheras, trabajaron grandes obras literarias, ensayísticas y periodísticas donde era urgente el reclamo de la igualdad de los derechos de la mujer. A Tapia le seguirán José Gautier Benítez, Gabriel Ferrer y Hernández, Salvador Brau, José Julián Acosta,
Manuel Corchado y Juarbe, Bonocio Tió y Segarra, entre muchos otros, pero, sobre todo, la perla de la sabiduría puertorriqueña el Maestro mayagüezano Eugenio María de Hostos, cuya contribución al tema de la educación de la mujer es amplísimo y necesitaríamos otra conferencia para abordarlo.
¿Pero, sobre qué descansaban estos reclamos? Y aquí tenemos que matizar un poco: ni Tapia ni ninguno de sus colegas feministas estaban diciendo que la mujer tenía que tomar un fusil, o que podía ocupar la gobernación de Puerto Rico (cosa que era impensable en los tiempos de España, y hasta hace muy poco también lo era aquí y aún lo es en Estados Unidos). Pero sí enfatizaron que la mujer tenía el deber de ser columna de la sociedad. Y cuando digo columna, digo portadoras de futuros, mediadoras rigurosas entre el salvajismo masculino y la incertidumbre del porvenir.
La mujer tenía que ser un camino abierto a la continua comunicación. Para los hombres ha sido muy
difícil comunicarse en un mundo donde las cosas son o blancas o negras. Sobre todo, en los tiempos de España, donde nuestras guerras por la independencia y la autonomía causaban tantas desgracias atribuidas a la sin razón. El siglo XIX nos entrega a una mujer cuya mayor virtud es su inteligencia. No su belleza física o su abnegación maternal, sino su inteligencia, su valentía y su sabiduría.
Junto a Tapia, en esta exigencia encontraremos pensadores como Eleuterio Derkes Martineux, nuestro primer intelectual puertorriqueño negro que nació en Guayama en 1836; dominaba siete idiomas, publicó una docena de libros, fue maestro y, al igual que Tapia, un supremo dramaturgo. Y desde el espacio del drama, pudo hacer estallar una revolución feminista como ninguna mujer pudo haberla realizado en aquella época. Y me detengo un segundo para explicarles por qué el teatro.

Si hoy casi todo el conocimiento y reflexión que hacemos sobre nuestras desigualdades se hacen a través de las redes sociales, los noticiarios, Netflix y de todo lo que vemos a través de una pantalla… en el siglo XIX se hacía a través de un escenario. Un teatro convocaba a trescientas, quinientas personas a escuchar una propuesta ideológica, a escuchar y ver una trama en la que las mujeres tenían una parte importantísima en la resolución de algún conflicto dramático. Tanto Tapia como Derkes van a usar el teatro para expresar las complejidades de las relaciones de ambos sexos.
Tomemos, por ejemplo, el caso del drama La parte del león de Alejandro Tapia y Rivera, una obra de teatro presentada en San Juan en 1880. Les resumo en pocas líneas: Un matrimonio donde el hombre se da el lujo de tener una amante a escondidas de su esposa. En medio de la trama, la abnegada esposa recibe la visita de un pretendiente que tuvo cuando era muy joven, antes de casarse
con el presente marido. Este caballero viene simplemente a rendirle un saludo de afecto amistoso, pues los amores entre ambos, si bien no se culminaron por motivos imponderables, habían sido sinceros.


LA PARTE
DEL LEO
DRAM.A.
EN TRESACTOS. Y EN PROSA.
Al enterarse el marido de la visita del que había sido pretendiente de su esposa, le revientan unos celos salvajes, que lo provocan a salvar su honor mediante un duelo a sangre, es decir, a muerte. La obra cuestiona (en paráfrasis), a través del personaje de la esposa: ¿Por qué tú puedes tener todas las amantes que quieras y yo simplemente no puedo recibir a un amigo —que ni siquiera fue mi amante— en un saludo formal y respetuoso en la sala de mi casa a la vista de mis criados?
Y esa desigualdad, que hoy nos podría parecer una tontería, en el siglo XIX era verdaderamente trágico, porque estaba envuelta una rancia y primitiva definición de honor que los hombres habían impuesto. Los hombres podían tener todas las amantes que les diera la gana, pero las mujeres no podían tener ni siquiera amigos o “conocidos” del sexo opuesto. La obra termina trágicamente: el esposo reta a duelo al amigo de su esposa, y lo mata; y para huir de la justicia, se fuga con su amante
abandonando esposa e hijo. Y así “lavó” la “ofensa” a su honor. Una obra formidable.
Derkes, por su parte, estrena el drama Tío Fele en 1883, donde presenta los amores de una mujer blanca con un hombre negro. Era la primera vez que se presenta la pretensión de un matrimonio interracial en un escenario puertorriqueño. Como ustedes imaginarán, la obra causó un revuelo impresionante, porque nadie podía concebir que un matrimonio interracial pudiese sostener honestidad de sentimientos. Pero Derkes lo propuso. Sus dos personajes se aman profundamente. Y en ese drama, dijo: “El amor todo lo iguala”. Con esa frase estaba igualando tanto a los hombres como a las mujeres, en su carácter racial, emocional y social. En estos dramas la revolución feminista es protagonista. Y, ¿qué heredamos de esa gran revolución?
La cuarta ola del feminismo, que es la que actualmente vivimos, ha traído consigo un caudal de contradicciones. Incluso el término feminismo se ha arriesgado a cambiar su definición al ser incluido en el controvertible tema de las orientaciones sexuales y de las identificaciones de género. La legalización de las identificaciones de género en Argentina, por ejemplo, conceden a un hombre el derecho de identificarse como mujer. Y la ley le permite que, con solo mencionar su nueva identificación, pueda penetrar en los sanitarios femeninos, ser parte de los equipos deportivos de mujeres, y exigir, si es enjuiciado y encarcelado, pasar su encarcelamiento en una cárcel de mujeres. Esto es en Argentina hoy.
En Puerto Rico, no hace apenas algunos años, la división de los servicios sanitarios universitarios, que siempre había existido entre hombres y mujeres, de la noche a la mañana se convirtieron en
servicios sanitarios “unisex” sin la privacidad que impone la separación por sexo.
Para algunas personas esto es un avance en lo que son las relaciones interseccionales o intergéneros, para otras son motivo de cuestionamiento. Si en la lucha contra la desigualdad NO se ha tomado en cuenta las singularidades de cada sexo, se invalida la naturaleza misma de la lucha, porque, indistintamente de orientaciones y géneros que nos identifiquen, los hombres seguiremos siendo hombres, y las mujeres, mujeres, y a muchos sí les importa cuál baño usar a la hora de necesitarlos.
De lo que siempre se ha hablado es de derechos, de derechos que la sociedad debe otorgar y respetar en el ejercicio del ser ciudadano. Hombres y mujeres somos ciudadanos de una nación, precisamente porque somos hombres y mujeres y cada sexo tiene unas aportaciones particulares que hacer en pro de ese ser ciudadano.
Sin embargo, la misión original del feminismo ha sido modificada para satisfacer otros intereses. El mejor ejemplo de esto son los argumentos con los que se justifica el “empoderamiento” femenino. En muchas ocasiones la palabra empoderamiento -que se define como la adquisición de poderes para obtener igualdad- se ha utilizado para superar los poderes del hombre, no para igualarlos. Este denominado “empoderamiento” de la mujer la ha hecho sentirse superior, más capaz, más potente, más asertiva que lo que puede percibir la mujer de lo que el hombre es. En tanto, el empoderamiento se ha convertido en un asunto de percepción, no un asunto de derechos. Un asunto real, tangible y caótico es la diferencia de salarios, en las que en algunos trabajos se compensa a la mujer en evidente desigualdad. Por lo tanto, la exigencia de la igualdad de salarios es absolutamente perentoria, meritoria y urgente. Para
reclamar eso, sería importante que pudiésemos destacar qué oficios, qué trabajos en Puerto Rico son pagados en esa desigualdad de hombres y mujeres. ¿Por qué existe un trabajo en el que se le paga más a un hombre que a una mujer? ¿Se ha hecho ese estudio? ¿Se ha elaborado esa investigación de cómo en Puerto Rico hoy podemos afirmar que existen mujeres mal pagadas por el solo y único hecho de ser mujeres? Si se ha hecho ese estudio, no lo conozco, pero sería urgente que se diera a conocer, porque por ahí debería empezar la primera marcha, el primer piquete, la primera protesta sonora, es decir, el primer empoderamiento real. Muchas de estas desigualdades se repiten porque alguien las dijo, pero no fueron comprobadas, pero su sola mención provoca en algunas mujeres una defensiva irracional.
Esa actitud de defensa ha tenido tres variantes muy peligrosas. La primera: el hembrismo. Definimos hembrismo como aquella actitud de ciertos
sectores de mujeres que igualan el hembrismo al machismo y pretenden construir un sistema de opresión hacia la masculinidad con el que validar sus reclamos. Las hembristas ejecutan las mismas tácticas machistas. Incluso se expresan en los mismos términos, para sentirse revanchistas reclamando la supremacía del “matriarcado”.
La segunda actitud peligrosa ha sido la burla. El “bullying” o el acoso de algunas mujeres hacia los hombres, que busca desmerecer su capacidad sexual, su físico, su solvencia intelectual y su capacidad de relacionarse. De esa burla nos viene la famosa frase de "todos los hombres son unos..." (usted llene el blanco) y ha creado en los hombres un sentido de frustración tremebundo y suicida, sobre todo en los adolescentes, que han creado lo que se conoce como la cultura Incel: “Involuntary celibate”. La cultura Incel promovida por el instagram y el tik tok, se manifiesta cuando los adolescentes varones son burlados por no llenar las
expectativas de las adolescentes hembras. Muchas adolescentes en su exigencia de “príncipes azules” —pues se consideran “diosas” o “princesas rosas”–, le exigen a los adolescentes varones que sean guapos, que sean fornidos, blancos, que tengan dinero, que tengan carro lujoso, fama y apreciación general y pública en sus escuelas o sus universidades. Y si no llenan esas expectativas, son acosados en su sexualidad. Esto ha provocado que muchos jóvenes varones tomen acciones violentas contra las mujeres como fue el caso de la masacre causada por Elliot Roger en California en el año 2014. El joven Roger, 22 años, antes de matar a seis personas, herir una veintena y pegarse un tiro en la cabeza, dejo un largo escrito en donde hablaba de su falta de atractivo y de cómo éstas lo acosaban por el simple hecho de considerarlo "feo”. Por supuesto, muchos hombres también se han burlado de las mujeres que no llenan sus criterios
de belleza o que no son ni “diosas” ni Princesitas Rosas con atributos sexuales poderosos o con condiciones sobrehumanas de belleza, sumisión, y sexualidad portentosa. Pero esto no es consuelo para nadie. Ambos géneros cometen los mismos errores en el nombre de sus “poderes”. Pero nadie quiere que el acoso sea un derecho de “igualdad”.
La tercera de esas cosas terribles que ha causado esta nueva ola feminista es la venganza histórica. ¿Hasta cuándo algunas mujeres van a seguir reclamando las injusticias históricas que los hombres han cometido a lo largo de siglos para validar su ansiedad de estar por encima de los hombres?
La venganza histórica ha provocado que el machismo sea más violento. Muchas mujeres ya no reclaman sus desigualdades en el diálogo constructivo y generoso de una sana y sabia comunicación. Por el contrario, sus armas son el desprecio por el hombre, su invalidación, su burla, y, sobre todo, su humillación.
Y lamento tener que ser el portador de esta verdad “desigual”: los hombres no soportamos la humillación, aun cuando la mujer haya tenido que soportarla calladamente durante siglos. A los hombres la humillación les provoca violencia. Es un asunto de machismo entronizado injustificable, sí, pero es real.
La humillación no es instrumento para lograr igualdad. Nunca lo fue para Tapia ni para Derkes. Por el contrario, los reclamos de igualdad se sostienen por la inteligencia, por la razón, por los valores ejercidos en argumentaciones mesuradas, en acuerdos, y sobre todo, en el respeto mutuo.
No se puede incluir a todos los hombres en la conducta de un grupo de machistas y pervertidos. Esa es la peor de las desigualdades. Acosado por estas ideas, yo intelectual y dramaturgo hombre, que reflexiona y escribe constantemente sobre estas cosas, he escrito recientemente una obra de teatro donde un hombre manifiesta lo doloroso que
ha sido su “feminización” y la burla a su masculinidad, para simplemente poder sostener una relación que pueda llamarse saludable con una compañera. La reacción de muchas mujeres en apoyo de esa burla contra la masculinidad me ha resultado asombrosa. El actor mismo me manifestó que se sentía intimidado porque su reclamo de igualdad y respeto fue entendido como un ataque a la mujer, como si ahora fuese asunto censurable y prohibido señalar las contradicciones, violencia y caos de esta nueva ola del feminismo; porque a las mujeres “no se les cuestiona”, porque “han sufrido mucho a lo largo de la historia” y todos los hombres “tienen que pagar por todo lo que ellas han sufrido”. ¡Caramba, esto no es una pretensión muy igualitaria! Sí, lamento que esto que he dicho es altamente controvertible. Hay hombres que tienen que “feminizarse” para que sus compañeras puedan tomarlos en cuenta.
Hay mujeres que no respetan la masculinidad, que no respetan el derecho del hombre a ser y sentirse hombres, y a ejercer lo que un hombre ejerce. Y eso que ejerce el hombre, muchos queremos ejercerlo en igualdad, no en sumisión a la mujer. La pregunta es: ¿Por qué se gasta y se invierte tanto tiempo cuestionando, atacando, menospreciando e invalidando la masculinidad para simplemente sentir “empoderamiento” femenino?
¿Perdimos la noción de lo “eterno femenino” del que hablaban Goethe y divagaba Sor Juana Inés de la Cruz? Ese poder de lo femenino de levantarse por encima de las desigualdades para construir un mundo, de la mano del hombre, que sea digno de sus hijos, que sea digno de la civilización entera e incluso que manifieste plenitud con cualquier divinidad o espiritualidad suprema.
¿Hasta cuándo tantas divisiones de orientaciones sexuales, tanta pretensión de inclusividad va a seguir separándonos de lo que podemos, mujeres y
hombres, lograr para el mundo? ¿Qué culpa tengo yo, como hombre, de que haya hombres que asesinen a las mujeres? ¿Por qué se me tiene que insultar por que tengo la fortuna o la desgracia de pertenecer al género masculino?
Pienso que, en última instancia —y con esto termino—, lo que hace falta es empoderar el amor.
Tenemos que empoderarnos de amor, de respeto, de tolerancia, y sobre todo, de propósitos y proyectos comunes.
Que cuando dos seres humanos se unen, indistintamente de su sexo o su género o su orientación, tengan un proyecto de vida común por el que trabajar y vivir. Todos los seres humanos necesitamos una razón para vivir. Pero la razón no puede ser la continua competencia por la superioridad de un sexo sobre otro.
La única competencia que nos debe importar es la de lograr el amor mutuo. Esa competencia contra
la adversidad, contra la desigualdad, contra la falta de equidad. Y esa es la que tenemos que ejercer hombres y mujeres de este siglo XXI en respeto y memoria de la que heredamos de Alejandro Tapia y las columnas de su luminosa revista La Azucena.

LA A.ZlJCENA.
REVISTADEC!=:NAI..
LITERHURA,CIENCIAS,ARTES-VIAJE.S
£•la REVl&TA - Pullll<".ti. I lOIIIKISTRlClOI, r~elo de la •u•crlclon, • losdiu.10. 'lO y Ultimodee.d11 ~f- rlt•. rn: r. ,·iol~, c..~u: ni·,., ,,. 11,~-• l'l rls. ci.-J. 1••~~tre 1de~n1.a.Jo. Se rtmitt i l:i.hla ri:i.nude pone. • PON_CE. - SoloN1a(lmi1e~uttrieionp•trimutre
Errata notable.
En oucslro riUmcroanterior, roesiii. litulo,l:t ·•LAFt", oel,!1,vadecima,versoquint6, exprc.s:a: It dice 1.om:iindule,11.am:i.no· • nebe l~se: y le3icctonUn1oltunam~m1:
_·El APRECIOALAAlUCER .);S o,i6METflOm: r.mu:u.cl011.
·r«~:'1:0~ i:: 1e1i:;~;1::-I!~.'!U:1~t~m~~ ~:~•~:1J~•c!i::!~~~ IJ~~~p(:i.:c;:~':t: !c:;~• 'madre,,cspo9i,7~=.:t!'i::/\f~~;i~l!"~~:ti~~j~dol: an11da,:i.mit:,~.han heel,oafortun:i.,b.• ::!":,:•J~~!~~!1 1t~~:::~::,~":il ::n~n!:"!i poelallt.tnindolaroMdel ptn1illu,1manoy rob.a11Jo 111eantoaln1iffnorpara loarla,·celebrarl11;alarll1• 1apinl.andolaeu1l,·irgen,,·alfolU.Oroaccpl!nllol11.f. n -,ei como complemcnlO ncc:CJ&rio ,l la namn.loza )" •id& delhombre; en llnto'l.ue La tit.iraha 1111.;nado ~::r::~~grn• d°:t~~~~~.'! r;:r~r.i=rtai.po£,.:1 11i1~i lil61ofo. • • , •. No dart yo cK"rUmcnte u1e giro ,; mi.< palabr:11; ifi!o!'ii!,g!n':~,i~~!'°t 1!11~;11:ie~u;J:!~1:1~: !c;~~ ro no eomrrendcria en au tri1te h11ln iotl•~ lu '""· t'"• jamu mi lcngu11iri11huu. er epl,:rama. J.1Uf111l Juj:ar1~':m~~ -~~~;,::n.hit:c~~.:~~:~c !:~!'~ :r:::;v::c:~,~~~a.:~::;: 1:i'~:~3!:~f1;!: • •ril'l.,_Yerd1derounivcuod11lahn11;c,mcnl':tirconser• nrla re en la he!Lcu )"en la 1·irtud.Bellu.. y YirtuJ: 11tmej1n1tpttei01.1du11id11,IP1l11,inte.:i1de ~-,d111lu I •t.rUcionu; pruidici )" prt'liJe pi, nucsuo mundo; c1 d~C:~'i'°c.~~!;:;c~: r.!i10:e:!~e~•u~ 0d:11qti;e l'~'!'i~ -in,i:ante .f.cadasoplo,hrouncn lost'lp:i,eio11lmi9Co, gr:1.ndioso r repi:tido,4C11•l11~ de\ Hacedor: bcllP-
u ~~dbic~'. 1o~d! 0;~,:1!-~-cu.f.ndo •1uim.··que es111rlu11lid~dha ol>4Cnido_,.InPC:eu.riuimptrio. ,m ha ui,t.iJ,;, uni c..-iliucion con1111na,l1.1iormu 'lu• pu• ·diese acu!loiuelade imper~ui. n:l11i.-1men1C,JIOru• ~~;~::.cau11,. rtmom '!n du<l;i.~~11•1JU11llo1.~US.J•~n~;:ii!f~~r~;~tE:~~~~:ti~!~E-:F:!~;1na1dcsdenaduporelbo;,mbre,q11e111iJC•ruen·1pa~t~~~t~•l::aE!~l1f~ i,;c11~h1&)'&ne11.aeion1do1Sf~~~,i,:,~E~f:.:~!17:. 11npobl1cioneJ, ora en el A1i1.or• e,11:u re~ionc,. dltieu,ora en elNue\·o M11ndo:nibu1-t1T'C'mo111n1poco1hi1 pro;;ff1i111c"n :.,:;~i,r~:~~~.it,di~cl·,~~~~c~)ili:::!/~;~"adi 11'i ~~~~•t.r:l •·:::ii::,:1:~~~=:e":r:uc~'::.I ,·h·ien~ Ju• Ira~ e~iJ~}~u.~11 :i =~~l~~f,.:e:;i~~r":!~ior.:O'!o~:e;; C,iue£:,P1 mcntionadoperiflllonopuede1&mpoco,,am11rat1,11~o,_u11t1<rttl,]•UClto11urounca j!eloe j11l~al'H ;~• ~eu~t1~:~::: p1li,ahl11eonlrl· , hombre no fuC cl'C' oru.:a·loslio,qye1como os lohos,,-itio para la ch·iliueiOtTq1>tIt aetrea A 11 ~11,:e 'f a la nrhuf. Y ": oc;:~e.Jl::~J!! !~~~j;.jd~l~le!~,:d~lou!i:~:r :~d!~~ -:~:~J:.~-i•: ocuncnci:l fl.l<J10rdcmuing.cniosa,apropiaJ1y1>era• gri111.Siensemrj11n1C pcriodo,antl-ci•ihudo de lo, c,,u::1:1~:,:i~os i 111muse~, la e11co111~re•no•.b.ir• l'aM"mM,l?"e,,cnla conli11uat.io11demiproJ.>61ito. !;:~a,:~"j~·,~;,'t"~:!;11:::i.ki':'~,:!m:i~~~c•~t•~~:~~= ftb11eo11111m11doe11c~rLO modo,u dceir,eff'&!,!I ::~~~:~:J~~j~:::~~-~TJ!fl~l~~~O~:E:11~i~!1:;T\~; :=l:~~;~n:~:A~,!~~~~u;~ri~ib::::~;:d~•~~!: n.a1itUtodu111r~1eJ·1..,;ihlc11\a·1u chili•.acion, ab.• 1raccionol,ech1dct.iPmposylu:iarnre1peci.odenosolro,., fl!)rqur Pn la hi1LOri1no puedt!'eber mn quCCpoc.u ~mtj11n1c1,y rntrt l.u upiract0nu Jtl 1.otblo ,nu cul1<1dt otro tie1i1pu lo, n1;1euro,,b.a)' un •lli,mo de
Lo que me obliga a pensar que lo más difícil de ser hombre en este tiempo, es evitar la diaria tentación de ser un salvaje.
Pero al mismo tiempo, sentirme orgulloso de que hice todo lo que estuvo a mi alcance, que use toda mi inteligencia, todo mi amor y toda mi sensibilidad para comprender a la mujer, aunque no lo haya logrado todavía.
Muchas gracias.
Conferencias publicadas en digital en la página ISSUU del IATR.:
El RENACIMIENTO NEGRO PUERTORRIQUEÑO: desde Eleuterio Derkes hasta el HAMILTON de Lin Manuel Miranda.
Roberto Ramos-Perea. (2019)
PANCHO IBERO: PRIMERA REVISTA DE LA INTELECTUALIDAD PUERTORRIQUEÑA NEGRA
Roberto Ramos-Perea. (2022)
NORBERTO GONZÁLEZ: PATRIOTA
Roberto Ramos-Perea. (2022)
ALEJANDRO TAPIA Y RIVERA: SUS IDEAS Y LA SOCIEDAD DE ENTONCES
Roberto Fernández Valledor (2023)
MANUAL PARA EL DIRECTOR DE CINE
José “Pepe” Orraca Brandenberger (2023)
RENÉ MARQUÉS y el TEATRO NACIONAL HOY (2024)
Roberto Ramos-Perea.
EL GOBIERNO PERMANENTE: LOS SECRETOS DE WASHINGTON
SOBRE LA RELACIÓN CON PUERTO RICO.
Juan M. García Passalacqua (2024)
REDENTORES: Edición crítica de Viva Auffant. Por Mario Ayala Santiago (2024)
RUMBO A LAS TABLAS: Ensayos sobre el teatro de René Marqués, Roberto Ramos-Perea y la Nueva Dramaturgia Puertorriqueña. ( Bonnie H. Reynolds (2025)
LA MUJER EN LA VOZ DE LOS INTELECTUALES DEL SIGLO XIX
Roberto Ramos-Perea (2025)
