IATR 2012 BRUJA DE DIOS de ROBERTO RAMOS-PEREA

Page 1


B r u j a d e D i o s

“¡Maldita
bruja!”
“¡Amputamos!”

ROBERTO RAMOS-PEREA

B r u j a d e D i o s

DRAMA NEOROMÁNTICO EN TRES ACTOS

Editions Le Provincial

San Juan de Puerto Rico

2012

BRUJA DE DIOS de Roberto Ramos-Perea, está completamente protegida bajo la Ley de Derechos de Autor, en Puerto Rico, Estados Unidos y países con relaciones recíprocas. Queda totalmente prohibida su reproducción por medios mecánicos, electrónicos y/ o fotográficos. Los derechos de reproducción, representación profesional, aficionada, estudiantil o universitaria, cine, radio, televisión, vídeo privado, lectura pública, citas más allá de extensión razonable, así como adaptación y traducción a idiomas foráneos, son de absoluta propiedad de su autor y/o su sucesores directos o depositarios autorizados y están sujetos a regalías.

Para información o petición de derechos debe dirigir correspondencia a Roberto Ramos-Perea por conducto del Archivo Nacional de Teatro y Cine del Ateneo Puertorriqueño, Apartado 9021180, San Juan, Puerto Rico, 00902-1180. Tel: 787-977-2307, 787-722-4839, Fax: 787-725-3873. Correo electrónico: ramosperea@gmail.com, o a través de Editions Le Provincial. Ramos-Perea Roberto; Bruja de Dios. Drama Neoromántico en tres actos. San Juan de Puerto Rico: Editions Le Provincial, 2012. 165p.

Primera Edición: 2012

© Roberto Ramos-Perea 2012

Derechos Reservados conforme a la ley

Editions Le Provincial

Bruja de Dios fue estrenada por la Compañía Titular del Ateneo Puertorriqueño la noche del 20 de agosto de 2010 en el Teatro del Ateneo, en Sa n Juan de Puerto Rico, bajo la dirección de su autor y contó con el siguiente reparto y ficha técnica:

TERESA...........................................................Melissa Reyes

Dr. MARIO VIZCARRONDO............Ricardo Santiago

Dr. JOAQUÍN MATIENZO............Edgar Quiles Ferrer

MICHELLE......................................................Jessika Marie

JUSTO...............................................Roberto Ramos-Perea

Sor BENITA...............................................Carmen Sánchez

MARCELA...................................................Verónica Rubio

EL PADRE......................................................Willie Denton

Puesta en escena de ROBERTO RAMOS-PEREA

Iluminación.............Verónica Rubio

Sonido..............Julián Ramos Trabal

Vestuario.................Gina Figueroa y Nelson Alvarado

Escenografía....................Ricardo Magriñá

Publicidad.................................Angela Mari

Utilería..............Benigna Ojeda y Mayra Echevarría

Asistencias..... Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo Puertorriqueño

Regidor de Escena...........Jaysleen González

Asistente del Director.................Jesús Aguad

Producción Ejecutiva....Olga Vega Fontanez

Director General de la Compañía Titular del ATENEO

DR. EDGAR QUILES FERRER

PERSONAJES:

Dr. MARIO VIZCARRONDO,

Alienista, joven, 30 años

Dr. JOAQUÍN MATIENZO,

Alienista, en retiro, 60 años

TERESA, paciente, 22 años

MICHELLE, esposa de Mario, 21 años

JUSTO, Loquero del Asilo, 44 años

Sor BENITA, auxiliar, 35 años

MARCELA, loca, 18 años.

EL PADRE, 65 años.

ESCENARIO:

Espacio múltiple que sirve de habitación de Teresa y Marcela, despacho de Vizcarrondo con gran ventana al mar y casa de Vizcarrondo.

Paredes del Asilo de Beneficencia, duras, sobrias, húmedas y grises.

En San Juan de Puerto Rico, algunos días entre agosto y septiembre del año 1887.

Música de místico añil del agua que cae sobre Teresa, delgada mulata de 22 años, de largo pelo negro rizado, falda de paciente blanca mal amarrada a su cintura y el turgente torso desnudo. El frío del agua la hace gritar. Sor Benita, la monja negra, la auxilia como puede, pues Teresa, por el mismo frío y lo obligado de su inusual tratamiento, ha gritado como bestia herida. Dominada por la fuerza de Sor Benita, Teresa -tiritando de frío- se calma. La monja le cubre con una toalla y luego la viste con ropas secas.

SOR BENITA: (Violenta.) ¡Y ahora te callas! ¡Ni una palabra, maldita muchacha! Nos pones en vergüenza a todos aquí. Te lo he dicho, no hay trato especial para ti... todo lo contrario, bandolera, ¡castigo y más castigo! Vamos, sécate.

TERESA: Hay un Dios, Benita.

SOR BENITA: Oh, claro que lo hay, pero a ti no te importa Dios cuando no te callas esa sucia boca.

TERESA: Dios no me deja callarme. Espa... cochi... ahhh... (Frío.)

SOR BENITA: Dios no te manda a decir tantas groserías contra España. ¡Y encima gritarlas en el pasillo cuando hay visitas oficiales, Cristo!

TERESA: España, cochina España.

SOR BENITA: Ya, ya... El Director quiere verte. Dicen que traen a un facultativo nuevo, a ver cómo te portas.

TERESA: Es joven. Se llama Mario.

SOR BENITA: ¿Y tú cómo sabes eso?

TERESA: Hay un Dios, Benita. Hay un Dios.

II.

JOAQUÍN: (Mirando por la ventana.) ¿No sientes un turbio agujero en el pecho, ese vacío desesperado... la pequeña angustia de que algo malo sucederá pronto y no hay manera de evitarlo? Pues así está el país. Es una ansiedad que asfixia y no sabes cuánto deseo salir por esa puerta y no tener que regresar jamás. Tú... ¿cómo vas tirando?

MARIO: (Descarga algunos libros de una pequeña maleta sobre el escritorio.) Aunque he tenido poco tiempo para acomodarme en la nueva casadistinto a usted- siento a mi país muy cerca de mis ilusiones.

JOAQUÍN: ¿Y cómo está mi linda francesita?

MARIO: Michelle, la pobre... apenas hace su presentación en los círculos sociales. Mi hermana le va enseñando San Juan de a poco.

JOAQUÍN: Tu esposita, querido muchacho, es un angelito tirado a este infierno. Esa morena tuya es demasiado bella para la fealdad de estas criollas. Y conmigo ha sido más que encantadora. Con esas ricas atenciones que me ha dispensado, cualquier viejo como yo se sentiría como un padre para ella.

MARIO: Michelle tiene sus días. Pero le juro que mi más grande miedo era mi entrevista con usted.

JOAQUÍN: Conocí muy bien a tu padre. Era uno de los médicos más comprometidos que he visto en mi vida. A ti te vi apenas un bebito en los brazos de mi querida prima. Y mira qué cosas, yo me voy, tú llegas.

MARIO: No lo defraudaré.

JOAQUÍN: No a mi. Sino al Señor Gobernador Don Romualdo Palacio. Es a él a quien respondes y una vez él firme tu nombramiento, yo no tendré nada que ver contigo ni con este maldito lugar. Recuerda que es un Asilo de transición, tendrás que mantenerlo en orden, hasta que en un par de meses abra el Gran Asilo que está en construcción y para el que tú estás siendo evaluado como posible facultativo director.

MARIO: Agradezco eso con todas las fuerzas de mi alma.

JOAQUÍN: (Mira los libros.) Pinel, Esquirol, Charcot, todos tus libros de texto, mmm. Todos los

nuevos tratamientos de nuestra ciencia, créeme... aquí se hacen inútiles...

MARIO: Ser discípulo de Charcot me dió herramientas que puedo...

JOAQUÍN: No te dio nada, hijo... cuando estás frente a uno de estos locos, cuando te mira a los ojos con el fuego de la furia..., no hay hipnosis, terapia... no hay libros Mario, no hay teorías.

MARIO: Algo podemos explicar.

JOAQUÍN: Lo primero que no puedes afirmar... es que un demente realmente lo esté.

MARIO: Bueno, eso ya no es así. Es muy fácil determinar...

JOAQUÍN: ¿Qué es fácil determinar? ¿La demencia, la enajenación?

MARIO: (Sonriendo.) ¿Me quiere examinar otra vez?

JOAQUÍN: No, no... ; aprovecho el anochecer para filosofar un poco.

MARIO: Dagonet clasifica las enfermedades mentales en nueve tipos de...

JOAQUÍN: Dime algo nuevo sobre “la histeria”.

¿Qué te dijo tu maestro Charcot? ¿Están en París más adelantados que en Madrid?

MARIO: Sin duda. Aprendí mucho de Charcot, la histeria y sus tratamientos de hipnosis siguen siendo un camino virgen de nuestra ciencia.

“Hysterie”. Histeria del útero. Un trastorno que somatiza intensos niveles de angustia sexual, ca-

paz de provocar delirios, fracturas de la realidad, compulsiones y violencia.

JOAQUÍN: Pero Charcot debe haberte enseñado que la Histeria no proviene de daño fisiológico alguno. Y si no la vemos, ¿cómo la tratamos?

MARIO: Tuve un colega en la Clínica de Salpetiére, que se interesó mucho en este tema, y llevó igual decepción con la falta de una causa fisiológica. Era el discípulo favorito del Maestro Charcot. Su nombre es Sigmund Freud. Comenzó a escribir notas y cartas a sus colegas, sobre las raíces sexuales de la Histeria y advino con un posible tratamiento que comenzó a probar cuando yo ya debía regresar. Es un doctor excelente y sus escritos son muy audaces. Sigmund de seguro comprendió que se trataba de una enfermedad sin síntomas concretos y que había que explorar otras etiologías.

JOAQUÍN: La histeria se convertido en una enfermedad que adjudicamos arbitrariamente a la primera mujer insatisfecha que no podemos curar, ¿no es cierto?

MARIO: (No, pero sí.) Bueno... pero hay síntomas neuróticos que...

JOAQUÍN: En este apartado mundo que gobiernan los cónsules de la desidia, la histeria es otra cosa. La histeria justificará... óyelo bien... justificará cualquier tratamiento, cualquier medida puniti-

va, cualquier... bah; (Se detiene.) Después de todo un país “histérico”, es un país “desobediente”.

MARIO: No entiendo.

JOAQUÍN: Ni yo. Por eso, ocúpate de hacer lo que te manden. Ocúpate de curar al país de su “desobediencia”. (Sonríe.) Hazlo con premura y sin muchas preguntas. Eres médico. Con tu firma habla la verdad. Ahora diriges un asilo de dementes. (Ríe.) No te conviertas en uno.

(Sor Benita trae a Teresa, peinada, bien puesta, a la oficina.)

SOR BENITA: Doctor...

JOAQUÍN: Sí, Benita, pasa.

SOR BENITA: Aquí la traigo, doctor.

JOAQUÍN: Siéntala...

TERESA: España, cochina España. España, cochi...

JOAQUÍN: ¡Cállate, imbécil! ¡Aquí no se habla! (Teresa calla.) Mario, ella es sor Benita, es cuidadora de las Monjas de la Caridad que nos asisten en las tareas domésticas. Es una labor dignísima la de estas mujeres de Dios. Benita, este es el Dr. Mario Vizcarrondo, será el nuevo Director del Asilo. ¿Sabías que me retiraba? (Ella siente.) Ahora te reportarás a él. Igual que Justo, el loquero, a quien ya conocerás. (Enciende un cigarro.)

TERESA: Cochin... (Se reprime.)

JOAQUÍN: Yo, aunque me marcho, estaré cerca hasta que se firme tu nombramiento en propiedad. Espero que las cosas con el Gobernador Palacio... no anden tan despacio.

SOR BENITA: Doctor Vizcarrondo, las hermanas del Convento Carmelino que está pared con pared, hemos tomado este Asilo como un verdadero apostolado de fe y es muy gratificante servir aquí en nombre de nuestro señor Jesucristo. Sea usted bienvenido y que Dios le bendiga siempre en sus tareas.

MARIO: Gracias mil, hermana Benita.

JOAQUÍN: Puedes retirarte. (Benita sale. Joaquín toma el expediente y se lo da a Mario.) Este es el caso... “menos importante”, el caso que no debería ocuparnos ni un minuto de atención porque su diagnóstico es prístino. Es histeria, pura y simple.

MARIO: ¿Entonces, por qué la trae a mi atención? ¿Acaso no hay otras cuarenta pacientes con males mayores? (Joaquín pide que lea del expediente.) Usted... certifica que atiende a Teresa ¿sin apellidos? (Joaquín asiente.)... recogida de este asilo la noche del 13 de junio de 1887, al parecer soltera, pero no virgen, y de unos 20 a 22 años de edad... de constitución delicada. Temperamento linfático nervioso, de buenas costumbres y vida arreglada. Viene padeciendo desde su llegada de una enajenación mental caracterizada por una locuacidad extraordinaria que responde a...

JOAQUÍN: Responde a los gritos. Si le gritas se calla. En su locuacidad no parece haber coherencia, ni ideas con sentido. Sólo insultos a España, a mi, a Justo, a toda la autoridad. (Sonríe.) Es una demente “anarquista”. Ya pronto te tocará.

MARIO: ¿Y qué la hace tan “poco importante”? Ciertamente hablar no es...

JOAQUÍN: No sabemos de dónde viene.

TERESA: Sí sabe, sí sabe, sí sabe, dígaselo, dígaselo.

JOAQUÍN: Apareció desnuda, montada en un caballo -algo así como una Lady Godiva- en el camino de Ponce a Aibonito, cerca de la casa de campo del Gobernador Palacio. Gritaba insultos a España y a los soldados.

TERESA: ¿Ve cómo lo sabe? Lo sabe, se hace el pendejo. ¡Viejo pendejo!

JOAQUÍN: Creo que su histeria es producto de una violación, pero no lo sé. Teresa es propensa a paroxismos, a ataques histéricos, algunos fingidos, otros reales...

MARIO: ¿Fingidos?

TERESA: ¡Lady Godiva, cojones! Me cago en los gachupines...

JOAQUÍN: ¿No es el paroxismo histérico la expresión de la ansiedad sexual? ¿Cómo tratan en París los paroxismos histéricos? (Ríe.) ¿Todavía dan masajes vaginales? Acá entre nos, eran muy divertidos.

MARIO: (Sonríe.) No, doctor. Creo que ya París superó esa etapa. Creo que una violación...

JOAQUÍN: En caso de que ésta haya sucedido...

MARIO: Una violación es un trauma psíquico que...

JOAQUÍN: ¿Cómo curamos “traumas y neurosis” que no sabemos que han ocurrido?

TERESA: Cochino español, canalla español, puerco indecente, viejo bellaco, canalla, pervertido, sucio, vejete de mierda!

JOAQUÍN: ¡Cállate! (Teresa se calla.)

MARIO: ¿Y su padre?, ¿Su madre? ¿Nadie ha reclamado a esta mujer?

JOAQUÍN: Sólo tenemos rumores. Ninguno cierto. Puede tratarse de una puta cualquiera, o de la hija o la esposa de algún prominente de Ponce que se ha fugado. Puede ser alguien relacionado a “inconveniencias políticas”. Pero tampoco estamos seguros.

MARIO: ¿Inconveniencias políticas?

JOAQUÍN: No es un secreto que nuestro Gobernador, el pundonoroso Don Romualdo, nos tiene a todos algo nerviosos. Hay rumores en el aire, tensión en los periódicos, oposición “autonomista”; ¿sabes quienes son estos “separatistas autonomistas”, sabes lo que quieren?

MARIO: He podido ponerme al día, sí, pero le aseguro que si algo me aburre es la política. Mi pasión es la psiquiatría.

JOAQUÍN: Pues a mi también me aburre la política. Es mucho embrollo para mi gusto y para mi edad... mientras más apartados estemos de eso, mejor para este Asilo. Cuesta mucho mantenerlo, mantener a gentes como ella que un día llegan de ningún sitio, sin recordar nada, sin pasado sobre el cual poder trabajar un diagnóstico ¡que nos haga sentido! Y tal vez... restituirles su razón y su moral.

MARIO: Veo que le ha recetado belladona. Yo lo contraindicaría. Esto aumenta sus delirios.

JOAQUÍN: Trata de callarla cuando no se calle, y me agradecerás que se la haya dado.

MARIO: (Mira la carpeta.) Lleva aquí meses y es obvio que es indigente. ¿Q uién le paga al Asilo por la curación de esta pobre mujer?

JOAQUÍN: ¿Quieres hacerlo tú?

MARIO: ¿Entonces?

JOAQUÍN: Pues... habría que curarla para que se largue. Cúrala. Y si no puedes... (Lo mira, le dice muy bajito.) Tal vez sería mejor que se muriera, ¿no te parece? Total, ¿a quién le va a importar una puta muerta más?

MARIO: Tenemos un deber.

TERESA: Viejo bellaco, ¡sucio sodomita! Español de mierda, ¡hijo de puta!

JOAQUÍN: Por eso está con vida aún. Porque tenemos un deber. (Sobre ella.) Trata de callarla, si puedes.

MARIO: (Suave, le pone la mano en el hombro.) Teresa... silencio. (Teresa lo mira con ojos asustados, como quien ha visto una visión atroz e inevitablemente triste. Se arquea en un estertor de llanto cubriéndose la cara con las manos.)

JOAQUÍN: Es toda tuya, muchacho. Mándale mi gran cariño a tu mujercita bella y dile que por supuesto acepto su afectuosa invitación a cenar tan pronto ella lo disponga. Aparte de todo, ¡qué ojazos tiene tu esposa! (Inicia mutis.)

MARIO: Aún no me ha dicho, ¿por qué es “la menos importante”? (Joaquín se encoge de hombros, toma su sobretodo y sale. Mario busca los ojos de Teresa.)

¿Cómo te llamas?

TERESA: (Arrogante.) Teresa.

MARIO: ¿Teresa qué?

TERESA: No lo sé.

MARIO: ¿De dónde vien...?

TERESA: (Sin dejarlo terminar.) No lo sé.

MARIO: ¿Cómo se llama tu...?

TERESA: No lo sé.

MARIO: ¿Cuántos años...

TERESA: No lo sé.

MARIO: ¿Sabes leer y escribir?

TERESA: (Súbita.) ¿Eres español? Sucio canalla, indecente, cobarde...

MARIO: Soy puertorriqueño. (Pausa. Teresa sonríe.)

¿Por qué me sonríes?

TERESA: Hueles bien. Debe ser que te bañas todos los días.

MARIO: Sí, lo hago. ¿Por qué me sonríes?

TERESA: Estoy loca, pero no soy estúpida.

MARIO: Bueno, al fin sabes algo.

TERESA: España, cochina España.

MARIO: (Va a poner la mano sobre su hombro.) Teresa...

TERESA: (Furibunda se levanta.) ¡No vuelvas a tocarme, asqueroso cerdo porque soy capaz de matarte!

MARIO: ¿Cómo vas a matarme?

TERESA: ¡Con mis uñas!

MARIO: Siéntate.

TERESA: ¡No quiero!

MARIO: Está bien, me sentaré yo. (Lo hace.) Quiero que sepas que por ser un reto a mi inteligencia, comenzaré mis trabajos contigo. No hoy, porque ya es de noche y estoy cansado, sino mañana.

Mañana nos veremos tú y yo aquí. ¿De acuerdo?

TERESA: Tu mujer no te quiere.

MARIO: ¿Qué dices?

TERESA: Tu mujer espera por otro.

MARIO: ¿Qué sabes tú de mi mujer?

TERESA: Tu mujer, la morena, la francesa... no te quiere; ella quiere a otro y lo va a encontrar. ¡Sor Benita! Sácame ya de aquí, Benita, ven, Benita, avanza, Benita, Benita, Benita...

MARIO: Espera un minuto. Tú te vas si yo lo ordeno.

TERESA: ¡Benita!

MARIO: ¿Qué sabes tú de mi esposa?

TERESA: (Golpe de mirada.) Soy la Bruja de Dios. Sé muchas cosas. (En ira.) ¡Benita!

MARIO: ¿Bruja de Dios? Tenemos mucho que hablar entonces.

TERESA: Sí, cobarde. Contigo hablaré porque eres puertorriqueño como yo.

MARIO: Gracias.

TERESA: ¿Qué otra cosa puede hacer una mujer “histérica”? Histeria, ¿es eso lo que yo tengo? ¿Ah? ¿Es eso? Y si es eso... ¿qué es eso? ¡Benita, puerca puta inmunda, avanza!

SOR BENITA: (Entra.) Señor...

TERESA: A mi cama, a dormir, cochina España... (Benita mira a Mario.) ¡Ahora! (Mario asiente y Benita se la lleva.)

III.

MICHELLE: No entiendo este maldito país tuyo. En París nos iba mejor. He estado con tu hermana todo el día buscando telas, hilos, encajes y cintas... ¡coser, mon Dieu! A quién se le ocurre coser.

MARIO: Cuando se es pobre, hay que coser.

MICHELLE: ¡No somos pobres, Mario! Se contrata una modista y ya. Pero no puedo hacer nada con estas sucias calles de barro mezclado con heces de caballo. Es repugnante. Y entonces este pegajoso calor. Je suis très fatiguée...

MARIO: Michelle, querida... creo que debes calmarte un poco.

MICHELLE: ¡Ha sido un día infernal en una ciudad infernal! Ras l'bol de cette merde.

MARIO: Recuéstate, anda... le diré a Carmela que te traiga un refresco.

MICHELLE: Esa maldita negra... ¡Sal de ella! No me gusta como me mira.

MARIO: Está con mi familia desde que yo era un niño.

MICHELLE: Estoy aburrida de todo esto. Tu ciudad, tu molestosa hermana -¡búscale un marido, Mon Dieu, a ver si alguna vez se calla!- y esa maldita esclava tuya...

MARIO: Carmela no es esclava.

MICHELLE: Es negra, ¿no? Alors, elle une sale esclave.

MARIO: ¡Ya no hay esclavos!

MICHELLE: ¡No me gusta cómo me mira!

MARIO: (Grita.) ¿Quieres callarte? (Michelle lo mira asustada.) Dame un momento para entender todo lo que me dices... es una queja detrás de la otra, sin parar... por favor... (Michelle se sienta y llora como niña pequeña.) Es obvio que no eres fe-

liz. Bastó poco más de un mes para saber que esto no era lo que querías para tu vida. Pero este es mi País. Estudié para servir a mi país y a él me debo. ¡No hay nada que pueda hacer ya!

MICHELLE: Je sais bien, va! Tu ne peux rien faire, n'est-ce pas? Mais, si. Il faut que je m'habitue... dame tiempo.

MARIO: Tienes toda la vida. (Michelle emite un bufido de profunda inconformidad y sale.) Si quieres... si quieres, puedes...

MICHELLE: (Entra desvistiéndose y le pide que le ayude.) Aide-moi...

MARIO: Si quieres... (Mario la besa en el cuello mientras le suelta el lazo del corsé.)

MICHELLE: No. No voy a regresar a París sola. Me casé contigo. Soy tu esposa. Sopórtame. ¿Cuándo cobras tu primer salario? Invité a Joaquín a cenar y no quiero que venga a ver nuestra “pobreza”.

MARIO: Me enteré de esa invitación por él, no por ti.

MICHELLE: ¿No te lo había dicho? Creo que es lo menos que podemos hacer por alguien que se ha portado tan maravillosamente contigo.

MARIO: Es el primo de mi madre. La familia siempre se debe algunas cosas. Y debes decirle “Don Joaquín”, no Joaquín como si fuera... no sé.

MICHELLE: Le diré como me plazca, Mario. Ne m'embête pas. De todas maneras, necesito dinero.

MARIO: Hoy fue mi primer día. Viviremos de los ahorros hasta que me paguen.

MICHELLE: Quiero irme a esa casa de tus tíos. Dice tu hermana que el mar le queda justo frente, campo y mar... Magnifique. Dis-moi oui. ¿Oui?

MARIO: Empecé a trabajar hoy. No puedo irme de vacaciones.

MICHELLE: ¡Está muy cerca de aquí, una hora solo!

MARIO: Nadie vive en esa casa.

MICHELLE: Como quieras. Pero te advierto que necesito distracción. Je m'ennuie à la folie. Estoy muy, muy... aburrida. (Sale.)

IV

TERESA: Le tienen un nombre... le llaman “histeria”.

MARCELA: Y eso, ¿qué es?

TERESA: Tengo una idea.

MARCELA: Suena a palabra fea.

TERESA: Él va a averiguar si yo la tengo. Mañana.

MARCELA: ¿Y eso se pega?

TERESA: No lo sé.

MARCELA: Tengo hambre.

TERESA: Toma... (Saca un mangó.) Me lo dio Benita.

MARCELA: Mangó de agosto, está verde. Me darán churras.

TERESA: Son del palo del patio. Muerde tu primero.

MARCELA: ¡Está verde!

TERESA: Muérdelo.

MARCELA: No me gusta.

TERESA: Pero tienes hambre. Esto es mejor que nada. ¿Sabes qué? Un día de estos tú y yo nos vamos a ir de aquí. Te lo juro.

MARCELA: (Comiéndoselo.) Umjú.

TERESA: El nuevo alienista es puertorriqueño. Llegó de estudiar en París.

MARCELA: Me dijeron que era guapo y joven.

TERESA: Sí, lo es. Pero es un cobarde. Y su mujer va a ponerle los cuernos.

MARCELA: ¿Te gusta? Ofrécetele... deja que te haga cosas.

TERESA: Cállate.

MARCELA: Si te gusta, ofrécetele. Ábrete las piernas. Si es bueno, te recompensará... dale...

TERESA: “Histérica” no quiere decir “puta”. (Marcela ríe alto.) (Aparece Justo.)

JUSTO: ¿Qué pasa ahí, jodé?

TERESA: Nada, gordo cabrón, estamos hablando de lo maricón que eres. (Ríen.) ¡Gordo maricón, mariquita!

MARCELA: ¡Atrevida!

TERESA: Estamos locas, ¿qué más da?

JUSTO: ¿Quiereh probá lo maricón que me siento, sucia puta?

TERESA: (Ahora atemorizada, empuja a Marcela a una esquina.) Cochina España, cochina Esp... (Entra Benita.)

BENITA: Justo, por tu madre santa... ¡Sal de aquí!

JUSTO: (A Teresa, tomándola por el pelo.) No me gustan tus huesos. Además tu boca huele mal. Sangras to er tiempo. ¿Crees que eres linda? No. Eres una alimaña... y aprende que yo sí sé que no estás loca. Finges. Estoy seguro de que eres una sobrá suripanta de algún teatro de Ponce. A mi no me engañas.

BENITA: Justo, en nombre de Dios, sal de este cuarto.

JUSTO: ¡Ahora van a callarse! Las dos. Porque esta noche es luna llena y tengo ganas. Me pica entre las piernas y pueo tomá lo que quiero y hacerme lo que quiera con las dos.

BENITA: ¡Justo!

JUSTO: (Suelta a Teresa al grito de Benita.) Y tú no me grites.

BENITA: El nuevo alienista la verá mañana temprano, si la estropeas se dará cuenta.

JUSTO: ¿Ya llegó ese?

BENITA: Hoy vino con Don Joaquín y se interesó mucho en Teresa.

JUSTO: (Luego de un silencio.) ¿Y?

BENITA: Si te sientes mal esta noche, yo...

JUSTO: Ven a mi cama. Y deja er crucifijo ese en otro lao. (Sale.)

BENITA: A callarse niñas, hay luna llena. (Sale. Respiran aliviadas y se abrazan.)

V

JUSTO: Me licenciaron del Regimiento Fijo en el 78; por mi gordura. No había uniformes pa' mi. Y ya no pueo corré. Se me agita mucho er pecho. Es que me gusta mucho el cerdo. Pero so' mu fuerte. Hay que serlo con estos locos. Ellos sí sacan fuerzas der mismo diablo. Pero servir a España es un honó y servirle a usted lo será también, dotor. Sepa que estoy a sus órdenes, incondicionarmente. Pa' lo que sea... ¿me oyó? Lo que sea.

MARIO: Don Joaquín ya me había hablado de ti.

JUSTO: No importa lo poco que pagan.

MARIO: ¿Te pagan poco? No he podido ver aún los salarios.

JUSTO: Compenso con otras cosas. Aquí tengo cama y comida.

MARIO: ¿De dónde eres?

JUSTO: De Triana, señó.

MARIO: Entonces... estás asignado al ala de los hombres y Benita y las otras hermanas, al ala de las mujeres.

JUSTO: A veces tengo que ayudarlas porque las monjitas no pueden con las furiosas. A veces cubro sus turnos de descanso...

MARIO: ¿Entras en el ala de las mujeres?

JUSTO: Sí. No veo na’ malo en eso, señó, soy un funcionario...

MARIO: Nunca más vuelvas a hacerlo.

JUSTO: Don Joaquín no me lo prohibía.

MARIO: Ahora el Médico-Administrador soy yo, y no entrarás a las salas de las enfermas, ni mucho menos a sus dormitorios, por ningún concepto ni a ninguna hora, no importa lo que pase. Si lo haces, será suficiente motivo para que te expulse de este Asilo sin que puedas reclamar ningún beneficio, ¿me entendiste?

JUSTO: Pero, ¿si se ponen furiosas?

MARIO: Hay quince hermanas para cuidar 40 mujeres y darle de comer a los 23 hombres, no creo que te necesiten para eso.

JUSTO: (Pausa.) Sí, señó.

MARIO: Y no me gusta tu apariencia desgarbada. Ponte una chaqueta.

JUSTO: Pero el caló, señó...

MARIO: Báñate más a menudo. Y por cierto, hueles mal. Uno se debe bañar todos los días.

JUSTO: ¿Todos los dí...

MARIO: Es una mínima regla de higiene que debes practicar mientras trabajes aquí. Y me supongo que tienes a tu cargo la limpieza de este asilo.

JUSTO: Sí.

MARIO: He paseado por todas las galerías, salas y dormitorios y sólo he visto suciedad, descuido y una seria, ¡muy seria! falta de higiene en los hombres... contrario a las mujeres que están muy bien cuidadas por las hermanas.

JUSTO: Dos hombres pa' cuidá 23... con lo que cagan y mean eso hijo’e putas... necesitamos otro celador.

MARIO: También necesitamos un administrador, un asistente facultativo, otro celador, un barbero, un cocinero y un maestro de música, pero no los hay. Por ahora tú y el borracho celador que nos gastamos...

JUSTO: Señó...

MARIO: Ya lo vi... ya lo vi tirado en el pasillo como si fuera otro paciente, no lo tienes que excusar... si lo veo borracho otra vez lo despediré. Tú y él divídanse las tareas como mejor puedan en lo que yo consigo... los medios... para convencer a la Junta del Asilo de que este lugar sin dinero no llegará muy lejos. Mientras... limpien este lugar, por Dios. Esta fetidez me vuelve loco. ¿Hay alguna manera de...

JUSTO: Agua de rosas, señó, pero es muy cara.

MARIO: Estos son 63 seres humanos, no bestias, Justo. No son 63 criminales, ¡están enfermos! Agua de rosas es un mísero consuelo para sus terribles sufrimientos. Tú dijiste que podías conseguirme lo que fuese; pues anda, ve a hervir algunas flores.

JUSTO: Sí, señó.

MARIO: Volveré a inspeccionar a la hora de la cena. Dile a Sor Benita que traiga a Teresa a este despacho.

JUSTO: Sí, señó. (Para sí.) Bañarse tó lo días, ¡jodé! (Saliendo.) ¡Benita, que traiga la flaca... !

VI

MARIO: Quiero que te relajes, que no estés para nada nerviosa. Que te calmes un poco y que hablemos.

TERESA: No quiero.

MARIO: Ayer dijiste que me hablarías porque soy puertorriqueño.

TERESA: Está bien. Si lo dije, pues sí.

MARIO: ¿Cómo te llam...?

TERESA: No lo sé. Sí, lo sé. Mi nombre es Teresa.

MARIO: Teresa...

TERESA: No lo sé.

MARIO: Quiero que te relajes, descansa.

TERESA: Estoy incómoda. ¿Me puedo sentar en tu butaca?

MARIO: Sí. Puedes. ¿Me vas a tutear?

TERESA: Tú me tuteaste ayer.

MARIO: Bueno, está bien.

TERESA: (Se sienta en la butaca.) España, cochina España. Se está bien aquí. Es cómoda.

MARIO: Y bien. Ahora me...

TERESA: ¿Vas a hipnotizarme? ¿Me pondrás a cloquear como una gallina?

MARIO: No.

TERESA: Vi a una mujer haciendo de gallina en un teatro. La hipnotizaron. (Hace como gallina, y se ríe.)

MARIO: ¿Te gusta el teatro? ¿Hay un teatro donde naciste?

TERESA: No lo sé.

MARIO: En Ponce está La Perla. Es un lindo teatro según recuerdo. (Teresa se encoge de hombros.) Quiero que hables. Que digas cualquier cosa, lo primero que se te venga a la mente.

TERESA: España, cochina España.

MARIO: ¿Por qué España es cochina?

TERESA: Españoles, sucios canallas, malditos ladrones, viles cobardes, asesinos, asesinos hijos de puta, violadores.

MARIO: Si dices tantas groserías, nunca sabré cuáles de ellas son ciertas.

TERESA: Todas. Todas son ciertas.

MARIO: ¿Por qué dices que son violadores?

TERESA: Violan, ultrajan. Violan. ¿Quién se creen que son?

MARIO: Dime, ¿violaron a alguien que conoces? ¿A una amiga, tal vez? (Teresa calla.) Esos españoles, ¿te violaron a ti, Teresa? (Gesto rudo de incomodidad.) Vamos, habla conmigo, cuéntame sobre eso.

TERESA: No tengo nada que contar. (Pausa.) Sí, tengo.

MARIO: Estos españoles que te violaron...

TERESA: Ustedes los médicos de la cabeza, se gozan con cualquier cosa sucia que una les cuente.

MARIO: Médicos de la cabeza, sí. Eso somos. Pero al fin hablas, continúa.

TERESA: ¿Estoy histérica? ¿Qué es eso? La histeria.

MARIO: No puedo contártelo en una oración.

TERESA: ¿Yo tengo eso?

MARIO: Para saberlo debemos hablar con toda confianza. Deberás decirme la verdad de todo lo que te pregunte. De todo lo que me digas yo sabré...

TERESA: ¿Tiene que ver con sexo?

MARIO: Probablemente, sí.

TERESA: ¿Qué te interesa tanto de mi sexo?

MARIO: Quiero saber si eres una mujer sana en ese sentido.

TERESA: ¿Si lo hago bien? ¿Si sé truquitos, mañas de puta? ¿Es eso? (Lo toca sinuosa en la entrepierna.)

MARIO: (Quita su mano sin violencia.) No. No es eso.

TERESA: Entonces no toda la “histeria” tiene que ver con sexo. (Súbita.) Mi padre es... lo persiguieron y se escondió.

MARIO: ¿Por qué se escondió?

TERESA: Mejor escondido que muerto. ¿Sabes lo que son “los palillos”?

MARIO: Es una tortura; la Guardia Civil la...

TERESA: ¿En qué país vives, pendejo? (Un bufido de exasperación.) ¿Y sabes qué? Le mandaron a decir que cuando lo atraparan le tirarían a su celda mi cuerpo desnudo para que lo mirara hasta pudrirse.

MARIO: ¿Cómo te separaron de él? Cuéntame más sobre eso.

TERESA: Él está esperando por... él tiene miedo de que yo esté..., yo... la música... ¡Es un padre, por Cristo! Y no sabe dónde estoy. Él va a... él... él va a.... (Se queda en blanco.) España...

MARIO: ¿Sabes dónde está?

TERESA: (Música. Mirando al vacío.) Y después del baile, y después del tirano... entonces... me atrapan los soldados. Me ponen una venda. Son cinco de la Guardia Civil española. Lo sé porque a todos les apesta la boca de una manera diferente. Entonces me aguantan por pies y manos al suelo de cualquier campo, me rasgan la ropa, me manosean, se orinan encima de mí, y uno a uno

(Pausa.) ...me van enterrando su asquerosidad hasta que se satisfacen, rompiéndome toda por dentro, rompiéndome el cuerpo y el... (Pausa.)

alma. En el fondo me rompieron toda la vida, ¿no es cierto? ¿Es eso lo que te interesa saber?, ¿eh? ¿Te da placer oír esto? ¿Te da gozo sexual oír cómo me violaron?

MARIO: Estás viva, Teresa.

TERESA: ¡Me he muerto tantas veces!

MARIO: ¿No te importa tu vida?

TERESA: ¿La vida que me queda? No mucho. A fin de cuentas en este país todo lo peor se puede hacer impunemente. Y tú, ¿qué demonios puedes hacer para cambiar esta historia? No puede hacerse nada, nadita de nada.

MARIO: Tu curación no se trata de cambiar lo que ya ha sucedido, sino de cambiar lo que significa para ti.

TERESA: Yo soy lo que hace España, la cochina. Eso sí puede cambiarse.

MARIO: ¿Te crees capacitada para hablar de política?

TERESA: Política. Esto no es política.

MARIO: ¿Y entonces qué es?

TERESA: ¡Sexo no es, imbécil! Ahhh... ¡Soy la hija de un periodista! ¿No entiendes eso? Un periodista y un maestro de prestigio... sí, en Ponce. Mi padre... papá era íntimo amigo del Maestro Tapia.... y ¡es un poeta!

MARIO: En Ponce debe haber muchos periódicos... muchos periodistas y maestros que deben haber sido amigos del Maestro Tapia y que también son poetas. ¿Me harás ir a Ponce a buscarlos para preguntarles cuál de ellos es tu padre? (Teresa se queda mirándolo fijo.) ¿Por qué me miras así?

TERESA: (En una destemplada risotada.) ¡Mentira! Es todo mentira. ¡No soy hija de nadie! ¡Te lo creíste todo como un niño! No... oye, guapo... ven pa’cá que te voy a decir, oye... Yo soy... ¿cómo te digo? ...una suripanta... una anónima actriz de variedades de Ponce. Me echaron de una compañía española de zarzuelas. Hice algunos escándalos, y ya ves. Daba envidia a las coristas gachupinas, porque esta criollita que ves aquí canta muy bonito. (Canta muy bien, de “La Gran Vía” 1886.)

¡Pobre chica, la que tiene que servir! Más valiera que se llegase a morir; porque si es que no sabe por las mañanas brujulear, aunque mil años viva, su paradero es el hospital. (Ríe.) Una suripanta, ¿sabes lo que es? (Mario asiente.)

Sí, claro, en París debe haber miles. (Coqueta, se le acerca, lo toca, lo aprieta contra sí.) Es una puta que se esconde detrás de una actriz. Es una puta que sabe fingir con talento. Mira a ver, medio peso cada vez que te corras, ala... dale... (Mario sonr-

íe y la rechaza sin rudeza.) Cuando no hay mucho trabajo, vamos a los teatros libertinos y a los cafés de hombres.... (Se para encima de la silla.) Nos desnudamos lentamente... la, la, la la... mmm... (Sube su falda y baja su manga hasta dejar ver algo de su seno.) y bailamos como odaliscas... (Baila sensual.)... sobre las mesas y sobre sus rodillas... ¡umm, rico! (Salta de la silla.) ¡Mientras los hombres gritan de gusto! (Muy cerca de Mario.)

Una noche, mi amigo íntimo se enfureció conmigo porque no pude adivinarle la combinación de cartas que él quería saber, porque toda suripanta tiene algo de gitanilla, ¿sabes? Entonces perdió plata, se le pasaron los tragos. Me llevó a un hotelito y allí con sus cinco amigos, me cobraron la apuesta. Creo que perdí el sentido... me dejaron tirada desnuda en un camino. Ahh... nunca he podido entender qué cosa torcida tienen los hombres con eso de romper la carne a la fuerza, ese placer de escuchar gritos, súplicas y llantos... cuéntame, tú que eres hombre. ¿Cómo es eso de romper un cuerpo indefenso? ¿Hay placer en eso? A ver, enséñame cómo es... (Se le acerca, lo abraza fuerte por las nalgas.) Enséñame, vamos, (Lo aprieta contra sí.) ¿es así? (Un golpe de su cuerpo.) ¿Así? (Otro más duro, y otro y otro.)

¿Así? ¿¡ASÍ!? (Mario la separa, suavemente.)

Cuando es tan hermoso hacer el amor en silencio, mirando a los ojos del amado, enterrar tus

dedos en su pelo ardorosamente, y susurrarle al oído versitos de dicha pequeña. (Pausa.) Malditos hombres que no saben amar.

MARIO: Algunos saben.

TERESA: Tu mujer tiene algo de suripanta. Finge, finge mucho pero es muy mala actriz. Cuando te ponga los cuernos te darás cuenta. Se hará la ofendida y ....maldita franchute, ¿Michelle es que se llama?

MARIO: (Sonríe.) Pero no estamos aquí para hablar de lo que te han contado o lo que te inventas sobre mi mujer, sino para hablar de ti.

TERESA: Extraño el teatro. Es el único lugar donde me siento como soy.

MARIO: Pero el teatro es puro fingimiento, es artificio, ficción. ¿Cómo puedes hablar desde tu ser verdadero desde una continua ficción?

TERESA: Extraño La Perla, es un teatro tan hermoso. En Mayagüez hay uno bonito, pero está hecho ruinas. Las mujeres se quejan de que se ensucian sus trajes. (Canta otro poco mientras camina por la habitación.)

MARIO: Creo que eres presa de tus delirios.

TERESA: ¿Delirios histéricos, sexuales, íntimos? (Muy cerca de él, provocadora.)

MARIO: Sería más útil si nos acercáramos a la verdad de lo que recuerdes.

TERESA: (Ríe de nuevo, atrevida y campechana.) La verdad... está bien... no te mentiré más.

MARIO: ¿Me has mentido?

TERESA: Sé mentir.

MARIO: Pues no lo hagas, por favor. Trato de sanarte.

TERESA: Lo sé. Es muy noble de tu parte. Es lo más noble que un hombre ha hecho por mi. Sanarme, ¡qué pretensión tan hermosa! Y lo dices tan tierno que me enamoras. (Lo mira con tristeza honda.) La verdad, está bien. (Silencio.) Está bien.

MARIO: Cuéntame; la verdad.

TERESA: (Luego de una pausa en la que mira por la ventana. Parece llorar.) ¡Qué maravilloso el mar! (Cierra los ojos.) Paz y silencio... es un éxtasis. (Pausa.)

MARIO: Lo es.

TERESA: Soy... soy una joven esposa ponceña, casada con un prominente comerciante. Tengo dos hijos a los que me muero por volver a ver. El varoncito se llama Diego y tiene tres años, y Josefita que tiene año y medio. Josefita es ciega de nacimiento, así que es la que más necesita de mis cuidados. Con nosotros vive Eulalia, mi nana negra que me ayuda. Tengo la desgracia o la fortuna de poder vislumbrar algunas cosas que aún no han sucedido, o que suceden lejos de mi. Oigo algunas voces y tengo sueños con asuntos... difíciles.

MARIO: ¿De dónde vienen esas voces?

TERESA: ¿De quién va a ser? De Dios. Soy su Bruja, ya te lo dije.

MARIO: Continúa.

TERESA: Un día las voces me dijeron que mi esposo me engañaba con una actriz española. Cuando lo confronté me dijo que ya yo le repugnaba, que odiaba la casa y el trajín de los niños y de Josefita que no podía ver, y me gritaba que era una bruja, una maldita bruja hechicera; y me abofeteó, rompió cosas, golpeó a todos, a los niños también. Amenazó matarme.

MARIO: ¿Lo denunciaste?

TERESA: Soy una mujer casada. Este siglo no me pertenece.

MARIO: Continúa.

TERESA: Yo en furia, escuché voces, y las voces me dijeron “vete a verla, ve a ver a esa maldita ramera”. Malditas actrices... ¡todas son unas regaladas!; y salí, salí en ira a buscar a esa mujerzuela que estaba dejando a mis hijos sin hogar, y que con los regalos que él le hacía, nos estaba dejando sin nuestro alimento y nuestro techo, y no sé cómo pero llegué justo frente a su casa, casi derribo la puerta a golpes. Ella abrió; entré, y entonces... no recuerdo mucho más.... su nombre era Cristina, Cristina algo, y era una actriz española... recuerdo sangre... un cuchillo... sangre... ¡oh, Dios mío! Luego salí de su casa, y me rasgué las ropas ensangrentadas, me robé un caballo y desnuda me metí en los caminos de la noche y lloraba, lloraba, lloraba... hasta que desperté aquí,

herida, alguien me había.... las manos marcadas en mi cuerpo... no sé más. (Llora hondamente.)

Deberías escribir a Ponce a ver si esa señora, la actriz Cristina, está muerta... sería una buena manera de...

MARIO: (Toma notas desesperadamente en un papel.) Tu esposo, ¿se llama igual que tu hijo?

TERESA: (Silencio largo.) ¿Cuál hijo?

MARIO: ¡Tu hi... (Se da cuenta. Teresa ríe escandalosa.) No quiero que te hagas más daño.

TERESA: No, no me lo haré porque tú me cuidarás. Tú me cuidarás y yo te regalaré una profecía.

MARIO: ¿Cuál?

TERESA: ¡Seremos libres! (Lo besa intensamente. Él se retira ahora con algo de rudeza.) Tú, yo, el país... Y me amarás, te lo juro por Dios vivo, Mario querido, que me amarás. Ah, sí... amarás estos negros ojos que te desnudan. Ojos negros como la esperanza. (Muy cerca de él, agresiva y vehemente, como un secreto.) Y míralos bien, porque en ellos te verás cobarde. Y yo soy la salvación de tu vida cobarde... yo, la bruja de Dios. Tú tienes un compromiso conmigo. Sí, tú, tú.

MARIO: Mi único compromiso es con tu curación y no me dejas cumplirlo.

TERESA: Ve a tu casa, entérate de quién se está fornicándo a tu puta francesa. Resígnate y llórala un instante porque más, no vale la pena. Y regresa a mí. Te estaré esperando.

MARIO: Teresa, siéntate...

TERESA: No. Me voy. Si quieres saber... mientras hablamos, Don Joaquín escucha tras la puerta. Cuídate de él. Es un asqueroso viejo verde, un pervertido, un sodomita. (Grita.) ¡Benita!... ¡Sácame de aquí, negra perezosa! (En la puerta para irse. Lo mira muy fijo.) Esta noche, Justo entrará otra vez al dormitorio donde yo y mi amiga Marcelita tratamos de dormir. Nos violará a las dos, una vez más. Mira a ver cómo lo resuelves. Porque estoy harta de él y un día de estos le enterraré mis uñas en los cojones y se los reventaré. ¡Benita, maldita monja, puerca inmunda, ven enseguida!

BENITA: (Entra súbita.) Señor Doctor... en nombre del Santo Cristo de la Salud, no la deje hablar así. Te castigaré, muchacha, te castigaré... tanto atrevimiento. Con permiso, doctor. (Se la lleva. Mario, asombrado por todo lo que ha escuchado, se deja caer en la silla, cansado, exhausto. Joaquín entra tras él, enciende un cigarro que fuma con delectación.)

JOAQUÍN: Vaya con tu primer día de trabajo. De locura, ¿ah?

MARIO: ¿Estaba usted ahí?

JOAQUÍN: El método ese de que me hablaste.... ese de tu amigo Freud, ¿es este?

MARIO: Sí, este es. El método consiste en hacer que el paciente hable sin restricciones, para que

de esa manera, enfrente las emociones de su relato y los recuerdos que estuvieran “reprimidos”...

JOAQUÍN: Reprimidos, interesante palabra.

MARIO: Ese término no es mío, es de Freud. De esa manera los recuerdos traumáticos salen... aunque fragmentadamente, pero... salen. Así la verbosidad se convierte en el propio carcelero del trauma.

JOAQUÍN: Perdóname que te lo diga, Mario, pero ese método de tu amigo Freud es una mierda. Teresa te ha contado tres historias, a cual más insólita y disparatada de las tres. Y lo ha hecho a sabiendas. No creo que haya habido nada reprimido en sus relatos.

MARIO: Con sus mentiras me dijo miles de verdades.

JOAQUÍN: ¡Fingió!... delante de ti, a voluntad. Como una actriz.

MARIO: Algo he ido concluyendo. En primer lugar, el origen de su trauma tiene que ver con el teatro y con la religión. En las tres historias el teatro, la actuación, el pretender ser otra persona, son parte invariable de su “represión”.

JOAQUÍN: No dijo nada del teatro en su primera historia.

MARIO: ¿No era el Maestro Tapia el primer dramaturgo del país?

JOAQUÍN: Es un detalle insignificante.

MARIO: Lo enfatizó. ¿Y qué me dice de la religión? Se cree bruja de Dios, y con ese delirio justifica lo que ella cree es su habilidad de saber el futuro.

JOAQUÍN: Pitonisa. Histérica y pitonisa. No seas ingenuo.

MARIO: En segundo lugar, también es común en sus historias una violación.

JOAQUÍN: Eso te lo dije yo.

MArio: Y en tercer lugar, las tres historias hablan de un gran resentimiento contra España, del cual ella se siente víctima.

JOAQUÍN: Eso no es insignificante. Ni sus vociferantes insultos tampoco lo son.

MARIO: Perdóneme que le pregunte, pero ¿qué hace usted aquí hoy?

JOAQUÍN: Todavía soy el Facultativo en propiedad hasta que no firmen tu documento. Así que, costumbre de viejo maniático, después de dar un paseo por la Playa, fumarme un cigarro... tomar un poco de aire... vine a dar una vuelta a ver si todo estaba en orden. Espero que no te moleste.

MARIO: No, de ninguna manera.

JOAQUÍN: Por lo menos lograste que Teresa te hablara más a ti en un día, que lo que habló conmigo en dos meses. Y a mi no me contó nada de esa deliciosa suripanta de medio peso. (Ríe.)

MARIO: ¿Y lo escuchó todo?

JOAQUÍN: Hubo un momento en que habló muy bajito y me desentendí. ¿Dime, conoces a Don

Pablo Ubarri, el Marqués, el que autorizó tu designación a este puesto?

MARIO: No personalmente, pero además de ser el Director de la Junta de este Asilo y sé que es el Presidente del Partido Incondicional Español.

JOAQUÍN: Bien. Sí, es todo eso y mucho más. Es el más importante aliado y consejero de Romualdo Palacio. Él podría conseguir que se firme tu nombramiento en una hora.

MARIO: ¿Y podría él conseguir dinero para un Administrador? No me siento cómodo siendo Administrador y Médico al mismo tiempo.

JOAQUÍN: Don Pablo me manda a decirte... ¿cómo te lo digo? Que Teresa no es un asunto tan importante.

MARIO: ¿Qué sabe él de Teresa?

JOAQUÍN: (Soplido.) Uj... no sé. Yo solo soy un mensajero. Nunca mates al mensajero por el mensaje que trae.

MARIO: Pero... entonces... usted sabe algo que yo no sé.

JOAQUÍN: Bue... Hay gente presionando en la prensa por algunos ciudadanos desaparecidos. Alguien extraña a alguien y bueno... suponemos que Teresa...

MARIO: Usted dijo que Teresa había sido hallada en el camino a Aibonito. ¿No es allí donde están los cuarteles de Palacio en estos días?

JOAQUÍN: A lo que voy, muchacho. Es un nuevo puesto, una nueva vida para ti y tu linda francesita. El Marqués está muy contento con todo lo que yo le he hablado de ti y es cuestión de días de que llegue el correo de Aibonito con tu nombramiento firmado por Palacio y todo resuelto.

MARIO: ¿Por qué no está el Gobernador en San Juan?

JOAQUÍN: ¡Qué sé yo! Le gusta la montaña. (Pausa. Se le acerca y lo mira fijo.) No más Teresa, por ahora. Es histeria sexual, pura y simple. No pierdas más tiempo con ella. ¿De acuerdo? (Mario mira sin comprender.)

MARIO: Entonces, ¿por qué la trajo a mi atención?

JOAQUÍN: Para probar tu lealtad.

MARIO: ¿Mi lealt...?

JOAQUÍN: Hasta más ver, muchacho. Abur. (Sale.)

VII

Michelle sentada de espaldas, en ropa interior, se peina. Mario llega, se le acerca, la besa en la cabeza.

MARIO: (Dándose cuenta.) Estuviste en la playa.

MICHELLE: (Como una niña feliz.) Te dije que iría a ver esa casa y quiero decirte que me gustó muchísimo. Il est vrai, la playa está enfrente de la casa, como si las olas se metieran en la sala. Y tras de ella, una montaña rica de árboles y flores. Campo y playa con solo girar la cabeza. Tenemos que comprar esa casa, Mario.

MARIO: ¿Fuiste sola?

MICHELLE: Y bueno... no sola. Me llevó el niño negro en el carruaje. ¿Cómo se te ocurre que voy a ir sola?

MARIO: Entraste al mar.

MICHELLE: Oh, oui... ¡y qué maravilloso!, ¡qué rica el agua, las olas, el sol! ¿Cómo es posible que teniendo playas tan bellas, ustedes quieran vivir en una apestosa ciudad encerrada por murallas? Puertorriqueños tontos.

MARIO: Merci.

MICHELLE: No lo digo por ti. Tú eres un hombre tres inteligent.

MARIO: ¿Por qué no te llevaste a mi hermana?

MICHELLE: ¡Está cosiendo! Cose y cose todo el día. Parece una vieja.

MARIO: ¿Estás segura de que fuiste sola a la casa de mis tíos? ¿No encontraste a nadie allí?

MICHELLE: Mario... ¿me crees capaz de mentirte?

MARIO: No creo que hayas estado sola todo el día, eso es todo.

MICHELLE: Te dije que... ¡Monsieur Vizcarrondo, usted nunca ha sentido celos!

MARIO: Tu pelo huele a cigarro.

MICHELLE: ¡En este maldita ciudad todo el mundo fuma!

MARIO: Estoy cansado, quiero dormir. (Sale.)

MICHELLE: No me gusta que estés celoso.

MARIO: A mi tampoco.

MICHELLE: ¡Estaba sola, Je jure! Si quieres pregúntale a tu negrito sucio. (Mario entra molesto.) Pregúntale. De todas maneras no sé qué podría decirte porque una vez llegamos se durmió bajo un árbol de coco...

MARIO: No vuelvas a ir sola a esa playa.

MICHELLE: No puedes prohibirme que me divierta. Creo que volveré mañana.

MARIO: Ya me oíste.

MICHELLE: ¡Si no salgo, voy a morirme de aburrimiento!

MARIO: Busca algo útil qué hacer.

MICHELLE: ¿Cómo qué?

MARIO: No lo sé. Algo, Michelle. Lee. Cultiva tus talentos, edúcate.

MICHELLE: ¡Me aburre leer!

MARIO: No puedo concebir que alguien se aburra en un mundo donde hay tanto que descubrir, tanto que aprender. Sal a la calle, habla con la gente, ve al Convento y ayuda a algunos pobres.

MICHELLE: Mario, tú trabajas todo el día, mientras yo estoy dando vueltas por la casa... y cuando llegas cansado no te importa nada, sólo quieres dormir. Hace días que no me haces el amor... ¿Ah? ¿Por qué?

MARIO: Yo también tengo decepciones.

MICHELLE: (Cínica.) ¡Decepciones! Yo tengo muchas.

MARIO: Perdona si he sido yo el causante.

MICHELLE: Esta maldita ciudad, ¿por qué...

MARIO: Tenía que regresar aquí.

MICHELLE: (Agria y rabiosa.) ¡Te hubieras quedado en París, tenías amigos y...

MARIO: ¡Este es mi país!

MICHELLE: ...allá por lo menos había algo que hacer!

MARIO: ¡Ya basta! Estoy hasta la coronilla de...

MICHELLE: (Iracunda.) ¡No vuelvas a gritarme! Odio cuando me gritas.

MARIO: Soy el hombre de esta casa, ¡grito todo lo que se me plazca!

MICHELLE: (Instándole violenta y pegándose cachetadas ellas misma.) Se un hombre... alé. Se un hombre... golpéame también. Alé... ¡Mátame si quieres!

MARIO: (Agrio, en ira igual.) Te aburres por todo, por estar, por ser, por vivir. ¿Es que acaso no puedes hacer otra cosa con tu vida que no sea divertirte, maldita niña tonta? ¿Qué crees que tengo que ser para ti, un bufón particular? ¡Al menos mi hermana cose! ¿Qué demonios sabes hacer tú, maldita histérica? (Sale enfurecido.)

VIII

Es de noche. Marcelita peina a Teresa, que se mira las uñas.

TERESA: Las tengo muy largas, las quiero más largas.

MARCELA: Quédate quieta, quiero ver si tienes piojos.

TERESA: No, no tengo. Las cabezas que están con Dios no tienen piojos.

MARCELA: ¿Y yo no estoy con Dios?... ¡y estoy cundida!

TERESA: Eres una niña, las niñas son los angelitos del señor Jesús.

MARCELA: ¿Para que quieres uñas tan largas?

TERESA: Estas uñas me salvaron la vida esa noche... o me la desgraciaron para siempre. Cuando las enterré... me defendía de una atrocidad.

MARCELA: ¿Dónde las enterraste?

TERESA: En una cara. Una cara fea. Tenía que defenderme.

MARCELA: ¿No te defienden tu padre, tus hermanos?

TERESA: España, cochina España.

MARCELA: Quédate quieta; no, no tienes piojos. Ahora te peino. Me muero de hambre.

TERESA: El mensaje tiene que llegar.... y él no puede llevarlo porque tiene miedo por mi.

MARCELA: ¿El doctorcito? Qué guapo es, dijo que me vería pronto. ¿Le abriste las piernas?

TERESA: No hablo de él. Ese pobre muchacho no tiene nada que ver con lo terrible que pasa aquí.

Es sólo un... un accidente que se puede aprovechar.

MARCELA: Él puede sacarte de aquí. Vamos, dale de comer a esa belleza, tontuela.

TERESA: La locura es un deseo en llamas, y la locura siempre cumple lo que se promete.

MARCELA: ¿Lo quieres?

TERESA: (Sin entender.) ¿A quién, de qué hablas?

MARCELA: Le he visto los ojos.... cuando mira parece un niño abandonado. Vamos, dásela... si total, todo el mundo te la quita sin pedirte permiso, dásela... yo se la daría.

TERESA: Marcelita, Marcelita niña mía. Mírame... aprende una cosa. El cuerpo se pone viejo, se daña, se afea, se muere... pero hay algo que es eterno y ese es el espíritu.

MARCELA: ¡Eres espiritista! Lo sabía.

TERESA: (Sonríe.) Sí, tal vez.

MARCELA: ¡Estás loca! Te van a compontear por eso.

TERESA: Por eso no. Te aseguro que por eso no. (Entra Justo, botella en mano.)

JUSTO: (Cantando.) La perra está muy en celo... y sangre me pide el perro; la luna muy llena está, quimándose allá en er cielo... (Ríe.) Marcela... Marcela...

TERESA: Está dormida, ¿qué le quieres?

JUSTO: El perro que me rabia entre las patas, está en celo...

TERESA: Pues háztela y déjanos en paz.

JUSTO: ¿Por qué no me la haces tú, puta? ¿Crees que no sé por qué estás aquí? ¿Crees que no sé lo que vales para los que mandan?

TERESA: No sabes nada.

JUSTO: Bue... mucho no sé. Soy un funcionario pequeño, pero útil. (Se sienta y las mira cómo se acurrucan de miedo en una esquina.) Marcelita, niña puta... ponte en pie... vamo, déjame verte.

TERESA: (Protegiéndola.) No hagas nada. Ya pronto viene a salvarnos.

MARCELA: ¿Segura? Mira que este me viola hoy otra vez.

JUSTO: ¡De pie, jodé! (Marcela se pone de pie, temerosa, mientras Teresa trata de impedírselo.)

TERESA: Marcela, que no, que otra vez no...

MARCELA: Que no te haga daño a ti.

JUSTO: Quítate la ropa esa... anda, en cueros... quiero tus 18 añitos en cueros. Estás llenita... comes mucho como yo. Me gustan las gorditas... Vamos, que te quiero meté la polla entresas tetas y correrme en tu cara... ala...

TERESA: Justo, no seas hijo de puta... Justo, déjala en paz, ¡es una niña!

JUSTO: Mira tú... suéltala ya... vamos (Saca una sevillana.) O te callas o te corto las tetas... mira, que soy de Trina, que soy gitano, jodé... (Blande la navaja.)

TERESA: (Se envalentona.) Con eso no puedes hacerme nada... todos sabrán que fuiste tú...

JUSTO: ¿Quieres probar? Ven, Marcelita... (Teresa temerosa protege a Marcelita.) Déjala, déjamela que la quiero hoy. Sabes que es mi derecho... vente puta...

TERESA: ¡Te digo que no!

JUSTO: Me cago en la ostia... ¿De dónde sacas tantos cojones, puta?

TERESA: ¡Te voy a matar, maldito perro!

JUSTO: ¡No me jo... (Lanza una cuchillada de picada, que alcanza a Teresa en el brazo. Grita de dolor, pero aún así, ella vuelve y se levanta a enfrentarlo.)

MARCELA: ¡No!, maldito puerco, no le hagas daño... cógeme, coge lo que quieras y vete ya... pero déjala en paz. (Teresa se lanza sobre él a quitarle la sevillana, pero Justo, aunque borracho, domina mejor la violencia, tira la sevillana y la toma por las muñecas, y la arrodilla. Marcela sale a defenderla, pero de un fuerte empujón, Justo la lanza a una esquina donde queda atontada. Justo saca de su bolsillo una cuerda y un pañuelo. Con la cuerda amarra de las manos a Teresa, mientras ella patalea y grita sus acostumbradas groserías. Una vez lo logra, le obliga a abrir la boca y le empuja el pañuelo para que no se escuche. La lanza a una esquina. Entonces se dirige a Marcela, la toma por el brazo y la lanza de bruces contra la silla. Él, por la espalda de ella va

a tomarla mientras mete su mano bajo la falda para buscar su desnudez y violarla sin piedad.)

MARCELA: Yo te protejo Teresita, déjalo que haga lo que quiera, pero no a ti otra vez, no a ti... (Finalmente Justo consigue penetrarla a los gritos dolorosos de Marcela, quien se resigna y queda casi desmayada. Teresa moviéndose por el suelo, le da patadas a Justo. Logra que su pañuelo caiga y grita como endemoniada.)

TERESA: ¡Cochino, cochino asesino, déjala, déjala, quita maldita bestia! (Entra Benita, a quien no le sorprende el ataque y trata de separar a Teresa de Justo.)

BENITA: ¡Quédate quieta, niña imbécil! Te dije que te iba a castigar... ¡Basta ya de cachorrerías!

TERESA: ¡Maldito puerco, asesino!

JUSTO: ¿Quién carajo pué cogerse a estas putas con tanto escándalo, jodé? (Justo, imposibilitado de completar su acto a satisfacción, empuja a Marcela al suelo y se lanza contra Teresa.) Y ya me hartaste, coño... que ya me hartaste, ¿me oyes? A mi tú no me gustas, pero si esto es lo que buscas, esto tendrás... vamos, negra, aguántame a esta becerra...

TERESA: Benita, no lo dejes... mira que hay un Dios. No lo dejes...

BENITA: ¡Cállate, niña! Esto pasa rápido, a ver si este animal nos deja en paz; cállate y déjalo que haga lo que quiera.

JUSTO: Déjame coger un aire, coño, que estoy fatigao; con tanta bulla se me ha bajao la polla, ostia.

BENITA: Está sangrando por el brazo.

JUSTO: Ella se lo buscó.

TERESA: Benita, que hay un Dios. Benita, por Cristo Jesús, no lo dejes, otra vez no, mira que esta vez me mata...

JUSTO: Aguántala... ábrele el traje, déjame verle las tetas... (Mientras se toca para excitarse.) ala... venga... (Justo llega a ella y le toca los senos con agresividad salvaje.) Ábreme las piernas, puta... ¡Abre, carajo! (Le va a forzar las piernas y el acomodo cuando Teresa grita hondo y fuerte, como un grito siniestro y arenoso que debería escucharse en el otro mundo... y aparece Mario. Teresa se deshace en llanto al verle.)

MARIO: ¿Qué pasa aquí? ¿Qué es esto?

JUSTO: (En un disimulo inmediato.) Que esta loca se ha puesto furiosa y a atacao a Benita que me llamó para que la ayudara. Es así, yo sé lo dije...

MARIO: (Se acerca y mira la soga que la amarra.) ¿Y este amarre?

BENITA: He sido yo, señor. Esta muchacha se ha puesto a gritar groserías y hacer acusaciones horribles contra mi y contra Justo; usted sabe, esa locura de gritar insultos. Ella nos atacó, nunca lo había hecho con esa furia. Yo no pude, tuve que llamar a Justo porque las otras hermanas ya estaban dormidas...

MARIO: Justo tiene prohibido entrar aquí. Usted lo sabe bien. Debió levantar a las otras hermanas. (Quitándole el amarre de la soga.) Y no usar una soga, para eso existe la camisola de fuerza.

BENITA: Sí, señor. Lo que pasa es que Justo es más fuerte y ...

JUSTO: Yo estaba cerca y despierto cuando escuché los gritos.

MARIO: ¿Y esta cuchilla? ¡Esta mujer está sangrando!

BENITA: Ella la tenía señor, no sé de dónde se la robó. En el forcejeo con Justo, ella misma se ha cortado. Debemos darle belladona para que se tranquilice. Si usted lo ordena, la busco al momento. (Mario niega.)

TERESA: (Ahogada en lágrimas.) Nada es cierto... nada es cierto...

MARIO: (Refiriéndose a Marcela.) ¿Y esta paciente?

MARCELA: No me dejan dormir con el escándalo. Teresa, cállate ya y déjame dormir. (Se retira a una esquina.)

BENITA: Podemos encerrarla unos días en lo que se tranquiliza. Si usted lo ordena...

MARIO: No. (Se acerca a Teresa, levanta su barbilla. Ella lo mira en súplica.) ¿Dónde conseguiste esa navaja?

TERESA: Sácame de aquí, te lo suplico.

MARIO: ¿Dónde conseguiste esa navaja?

TERESA: ¿Me amas hoy, Mario? ¿Me amas?

BENITA: ¿Ve cómo delira? Así estuvo todo el día.

JUSTO: Yo no debo estar más tiempo aquí. Son sus órdenes. Vine a ayudar y ya me voy.

MARIO: Sí, vete de aquí. (Justo inicia mutis.) Justo. (Justo se detiene.) Hueles a ron.

JUSTO: El celador, señor... que me pega su peste. Yo me bañé hoy.

MARIO: Báñate otra vez.

JUSTO: (Respira hondo.) Sí, señó. (Para sí.) Me cago en la ostia. (Cuando Mario cambia la vista, Justo se lleva la botella disimuladamente y al pasar junto a Marcela, le dice muy por lo bajo:) Hablas y te mato, coño. (Luego, sale.)

MARIO: (A Benita. Tomando la sevillana.) Cúrele su herida, hermana. Vea que se tranquilice, que coma algo y se acueste a dormir.

TERESA: (Mirándolo fijamente.) ¿Cómo puedes ver toda esta catástrofe, cómo puedes mirar tanta mentira... y quedarte tan tranquilo?

MARIO: (Asimila un poco el reclamo, pero continúa.)

Y dele un poco de tilo o de valeriana, pero nada de belladona, ¿me entendió? Ni una sola gota de belladona a ninguno de mis pacientes. ¿Está claro?

BENITA: Sí, señor, así se hará. Ven, muchacha. (Va salir.)

TERESA: ¡Mario! (Aún llorosa y contrita, corre a él.

Benita intenta restringirla, pero un gesto seco de Mario la detiene. Ella lo mira en desgarrada súpli-

ca.) Él no sabe dónde estoy. Si él supiera que estoy viva, podría irse. Pero no se atreve... tiene miedo de no poder defenderme. Pero ya me mataron, ¡y no importa! ¡ya yo no importo, amor mío! Ahora lo que importa es la música, ¡La música! (En un apagado grito.) ¡Música! Papito querido... corre allá, corre y cruza con orgullo esos grandes mares de Dios y llévales la música.... ¡la música!.... (Cae de rodillas llorando a los pies de Mario.) Sácame de aquí, alma mía.... sácame para que Papito pueda llevar la música... la música... (Llora abrazada a sus pies y Mario la mira sin comprender.)

FIN DEL ACTO PRIMERO

ACTO SEGUNDO

I.

MARIO: ¿Por qué tienes hambre siempre?

MARCELA: Si uno no come, se muere.

MARIO: ¿Quién te daba comida?

MARCELA: Mi mama.

MARIO: ¿Dónde está ella ahora?

MARCELA: No sé... en la casa. Cocinando.

MARIO: ¿Y qué cocina?

MARCELA: Patitas.

MARIO: ¿Y tu padre?

MARCELA: ¿Ah?

MARIO: Tu padre, ¿comía igual que tú? Dice aquí que era un hombre obeso.

MARCELA: Él me da comida... tengo hambre.

MARIO: Háblame de tu padre.

MARCELA: Me daba mucha comida... me daba de todo. Él me separó de...

MARIO: De José, tu novio. (Ella asiente.) ¿Y qué pasó después?

MARCELA: Tengo hambre.

MARIO: Háblame de tu novio...

MARCELA: José... sí, mi novio José... sí... papá... él dijo... José... mi ¿Uh?

MARIO: ¿Dónde está José?

MARCELA: Papá... lo... lo botó de la casa. ¡Tengo hambre! Benita, dame comida.

MARIO: ¿Y José va a volver por ti?

MARCELA: Sí, él va a volver... mama está haciendo comida para él.

MARIO: Ajá...

MARCELA: Está haciendo patitas con garbanzos, arroz y papas y huevo frito. ¡Qué rico! Y él va a volver en su caballo blanco, con una canasta llena de comida... para mi, para todos, para Teresita que nunca come, la pobre.

MARIO: ¿Por qué Teresa no come?

MARCELA: Me da su comida a mi.

MARIO: ¿Y qué decía tu papá de ti?

MARCELA: Papá decía que las mujeres gordas son las mejores para...

MARIO: ¿Para qué?

MARCELA: (Silencio largo. Ella se confunde.) Sí... eh... pa... para eso.

MARIO: Para ¿qué?

MARCELA: Tengo hambre. ¿Ya me puedo ir?

MARIO: No te resistas, Marcelita, háblame.

MARCELA: ¡No quiero hablar de papá!...

MARIO: Quiero que me hables de él, si no, no te daré más comida.

MARCELA: ¡No! Él sólo quiere que yo coma y coma y José dijo que yo ya estaba muy gordita, y que no debía comer tanto, entonces papá lo escuchó.... y José... (Llora.)

MARIO: ¿Qué pasó, qué le hiciste a tu papá?

MARCELA: Papá odia a José y le sacó el revólver y le dijo... ¿uh? Sí... sí, y yo corrí a la cocina y cogí un cuchillo largo, el de matar lechones... (Le falta el aire.) ¡Papá lo botó de la casa! ¡A José, mi novio!... y cuando regresó me dijo que comiera y comiera y comiera, que comiera mucho porque entonces yo sería una mujer de verdá... y eso es verdá, ¡papá siempre dice la verdá!

MARIO: ¿Qué le hiciste a tu papá con el cuchillo?

MARCELA: ¿Qué le hice? Yo... el cuchillo, a papá... ¿Soy una mujer de verdá? Entra Justo, Marcela se mueve asustada a una esquina.

JUSTO: Señó...

MARIO: (Algo molesto. A él.) Estoy en medio de una sesión. ¡No puedes interrumpirme de esa manera!

JUSTO: Ahora mismo llegó este cablegrama pa' usté; qué sé yo si es urgente o no, pues, bah... se lo traje; disculpe si le molesté, pero ¿qué hago yo con esto en lo que usted termina? Jodé... Tenga. (Casi se lo tira y sale.)

MARIO: (A Marcela.) Marcelita...

MARCELA: ¿Me puedo ir?

MARIO: La noche que Benita amarró a Teresa, el día de la navaja... ¿recuerdas? (Marcela no hace gesto alguno.) ¿Recuerdas? (Marcela asiente.) ¿Pasó algo más que yo deba saber?

MARCELA: Usted no sabe nada.

MARIO: ¿Por qué dices eso?

MARCELA: Porque usted es nuevo aquí.

MARIO: ¿Y eso qué tiene que ver?

MARCELA: Si hubiera pasado, ¿para qué demonios se lo iba yo a decir?

MARIO: ¡Claro que debes decírmelo!

MARCELA: Usted no duerme aquí todas las noches. Yo estaré loca, pero no soy pendeja. Hable con Teresita, no conmigo. ¿Me puedo ir?

MARIO: Sí... te puedes ir. (Toca una campanita. Llega Benita.) Llévala a su cuarto.

BENITA: Venga, niña.

MARCELA: ¿Cuándo comemos?

BENITA: Acabas de almorzar, cállate. Ven. (Salen. Mario abre el cablegrama y lo lee, esperaba la respuesta. Teresa se ilumina, sentada en una silla diván, mientras toma el sol y se abanica. Murmura una linda sevillana. Mario se acerca a ella. Ella sin verlo, deja de cantar.)

TERESA: ¿Por qué no quieres verme? Hace días que no me llamas a tu despacho. Me extrañas, lo sé. Y estás triste.

MARIO: ¿Cómo estás?

TERESA: Pero te han dicho que yo no soy importante. No debo serlo mucho si has hecho tanto caso. Además te he mentido a propósito para que no me odies demasiado.

MARIO: ¿Por qué habría de odiarte?

TERESA: Un doctor no puede amar a su paciente.

MARIO: ¿Por qué dices eso?

TERESA: Los médicos odian a sus pacientes porque retan su sabiduría. ¡Qué fácil sería saber lo que un paciente tiene con solo mirarlo! Qué fácil sería saber si dice la verdad, si finge, si es un loco de teatro. Pero yo no soy fácil. Soy un misterio, Mario adorado y te aseguro que no estoy loca. Que estoy perfectamente bien. (Va a él.)

MARIO: ¿De veras? (Mira el cablegrama.) Mira. Ningún comerciante ponceño se llama Darío. Y no ha muerto, -ni ha sido asesinada- ninguna actriz española de nombre Cristina. Por otro lado...

TERESA: Por otro lado hay autonomistas y separatistas presos o fugados en el monte.

MARIO: Eso lo sabe mucha gente. (Sigue.) Y sí, han venido varias compañías de drama y zarzuela, y en ellas cantaban varias coristas ponceñas. Debe haber habido alguna llamada Teresa, pero mis informantes no están seguros. (Teresa sonríe cínica.) Además... en el registro de prostitutas de Ponce ninguna se llama Teresa. Si es que ese es tu nombre.

TERESA: Te dije que sé mentir, que sé fingir, que sí, que soy actriz de teatro. Sé hacer de loca. ¡Y me llamo Teresa, joder! ¿Qué más quieres? ¡No puedo decírtelo todo! ¡Solo sácame de aquí!

MARIO: ¿Teresa qué? ¿De dónde vienes, quién eres? ¿Cómo pretendes que te saque de aquí si

no quieres ayudarme?

TERESA: Porque si te ayudo, ¡sufrirán otros!

MARIO: ¿Quiénes? ¡¿Quiénes?!

TERESA: (Furiosa.) ¿Me creerás alguna vez, maldito imbécil?

MARIO: Eres actriz. ¡No puedo creerte nada!

TERESA: No puedes, ¡pero quieres! (Lo besa intensamente, él se deja.) ¡Ay, qué mucho dicen tus ojos! Quieres creerme con toda tu alma. Ahora... escucha mi voz. Es pausada, diáfana, me escuchas y piensas... ¿cómo es posible que está mujer hable ahora con tal sosiego, cuando hace diez segundos estaba ¿histérica? Mario, querido mío... mírate en mis ojos... ¿Te parecen ojos de desquiciada, de loca furiosa?

MARIO: A veces... no sé...

TERESA: Son ojos serenos, mírate en ellos, descúbrete en ellos. Vamos, haz un esfuerzo, uno pequeño, déjate ir un instante...

MARIO: ¿Cómo puedes adivinar cosas? ¿De dónde te sale esa claridad para ver cosas que no han sucedido, para saber cosas de mis emociones, del futuro?

TERESA: Soy una bruja.

MARIO: ¿Es eso parte de tu delirio? (Ella ríe.) ¿Y por qué me dices “amor mío”, “querido mío”? ¡¿Por qué demonios me besas?! No soy nada tuyo, Teresa, excepto tu médico. Basta ya de referirte a mi con esa intimidad.

TERESA: Sí, mi amor.

MARIO: ¡Teresa!

TERESA: ¿Pierdes la paciencia conmigo, adoración de mi alma?

MARIO: ¿Qué quiere decir “música”?

TERESA: ¿Qué te pasa a ti con las mujeres débiles?

MARIO: ¿No quieres contestarme eso de “la música”?

TERESA: ¿Quieres sanarme? Pues hazlo, no dudes más.

MARIO: Lo intento. Pero tú no sanarás en un día. (Inicia mutis.)

TERESA: (Ella lo detiene.) Bastará solo un instante. Que me creas así, como creo en este sol de agosto que me quema la cara. Créeme, amor mío. No estoy loca, nunca lo he estado.

MARIO: Ya que no quieres decirme la verdad, dime al menos qué sientes.

TERESA: Siento que te amo.

MARIO: Tú me necesitas para salir de aquí. Y a eso le llamas “amor”.

TERESA: (Pausa.) Me gusta mucho venir a este techo, y desde esta altura mirar el mar y sentir en mi cara la tierna brisa puertorriqueña que me hace tanto bien... el aire me llena el pecho con una sensación de limpieza. Y quiero que sepas que te amo limpiamente. Que no voy a saltar donde ti, a ponerte mis senos en tu cara o cual-

quier otra vulgaridad... No soy una puta. Eso ya lo descubriste.

MARIO: Sí, eso lo puedo creer.

TERESA: Pues si crees eso, entonces, dame ese instante que te pido. Y soltaré mi verdad muy de prisa, como quien se lanza a un vacío, como quien se dispara a la cabeza sin pensar... y te pido que tengas toda la atención del mundo para recibir mi verdad, porque no voy a repetirme. Es demasiado peligroso. Puede costarnos la vida. A los dos.

MARIO: ¿Por qué?

TERESA: Dime... ¿me regalas tu corazón por un instante? (Mario lo piensa.) Dime, amor mío... date prisa, porque estoy a punto de arrepentirme y comenzar a fingirte, otra vez, que estoy loca de atar.

MARIO: Habla.

TERESA: (Lista.) Sí... te amo intensamente. Pero también te necesito. Te necesito para que lleves un mensaje a mi padre.

MARIO: ¿Quién es...

TERESA: ¡No me interrumpas! Tienes que decirle que estoy viva, que estoy bien, que estoy encerrada y bajo vigilancia del gobierno. Que se desapegue de mi, dile ¡por Dios!, que su misión es más importante que yo.

MARIO: ¡Y vuelves a mentirme!

TERESA: ¡Mi padre tiene que tomar un vapor y llegar a Madrid lo antes posible! Tiene que denunciar los atropellos de Palacio contra esta Isla de Dios. España no puede seguir matando a nuestro pueblo de esta manera tan impune. ¡Él no se ha ido esperando por saber de mi! Él tiene que llegar allá, y cuando llegue tiene que enviarnos un telegrama... un telegrama con una sola palabra: “música”. Así sabremos todos que la sangre derramada no ha sido en vano. Pero tienes que decirle que estoy bien, que no se detenga más por mi. (Lo mira intensamente.) Los detalles de esta sagrada misión los sabrás después. ¿Harás la misión, por mi? ¿La harás? ¿Por mi amor? (Luego lo besa en las mejillas, lo abraza fuerte, como quien acaba de entregar lo más valioso de su alma, luego al salir, se detiene un instante, lo mira.) Por si no me crees, otra vez te lo digo: ella está en tu casa... con él, cenando en tu mesa. Cuando lo veas, entonces me creerás todo... y vendrás por esos detalles; vendrás por mi. (Sale.)

II

Mario se queda en silencio mirando la tarde, mientras un cambio de luces deja ver la entretenida cena que disfrutan Joaquín y Michelle. Ambos ríen, la última coqueta y audaz. Mario entra a ella sin ser visto.

JOAQUÍN: (Un cigarro.) Sabes que sí, que puedo ayudarte a calmar ese terrible aburrimiento que te causa esta isla maldita. La peste de los negros, el calor...

MICHELLE: La peste de los negros, sobretodo. ¡Parecen monos, cariño mío! Si tú no haces algo por mi, ¿quién lo hará? Si Mario va pasarse el resto de su vida entre locas furiosas, ¿crees que me quedaré aquí a esperar por él? ¿Es eso la vida para una mujer de este siglo? ¿Es que no merecemos... sobre todo la mujer europea; esa libertad que nació con nosotras?

JOAQUÍN: La libertad para la mujer... es un concepto audaz, chiquita mía.

MICHELLE: Oh, oui, monsieur. Liberté pur la femme... decidir qué hacer con nuestra vida, con nuestro cuerpo. Las escuché en Madrid y en París, siempre fascina escuchar a mujeres inteligentes, aunque uno no entienda mucho lo que dicen.

JOAQUÍN: Las feministas, las literatas... Muchas de ellas sólo esconden resentimientos, insatisfacciones, deseos de ser superiores a los hombres.

MICHELLE: Somos más inteligentes. Oh, e vrai... En París hablaban en los salones y era exquisito oírlas. Aquí no hay eso. (Se levanta y camina cerca de él, él le enciende un cigarrillo. Luego él se sirve una copa de vino.) Podría decirse que en este país

las mujeres sabias murieron a la sombra de los “machos” puertorriqueños. ¿Nes pas?

JOAQUÍN: En esta Isla no hay mujeres inteligentes, solo hay mujeres histéricas. (Se goza su propio chiste.)

MICHELLE: ¿Sabes por qué las mujeres son más inteligentes que los hombres?

JOAQUÍN: A ver, dígamelo usted, su eminencia.

MICHELLE: Porque podemos hacer con los hombres lo que nos dé la gana. (Joaquín ríe. Ella deja deslizar su mano por su hombro y le dice alguna cosa en el oído que luego corona con un sensual mordisco. Él goza sensual.)

JOAQUÍN: Ciertamente, palomita mía, ustedes hacen de nosotros, lo que les da la realísima gana. (Entra Mario.)

MARIO: Doctor, qué alegría tenerlo en casa. Querida.

MICHELLE: Había pasado mucho tiempo de nuestra invitación a Joaquín y me pareció necesario cumplir nuestra promesa.

MARIO: Esperaba tu aviso.

MICHELLE: Te envié una nota con ese señor gordo que trabaja en el Asilo, pero me dijo que te enfureces si alguien interrumpe tus sesiones. Y bueno, pues decidí no hacer quedar mal el buen nombre de nuestra familia con una invitación tan pospuesta... Mmm, qué rico hueles, querido.

MARIO: El doctor Matienzo sabe lo ocupado que estamos en el Asilo y podrá excusarme. Además estoy seguro de que le has atendido con toda la hospitalidad que se merece.

MICHELLE: Por supuesto, querido. ¿Quieres cenar? Le diré a la negra que...

MARIO: No. Una copa de vino.... ¿Cómo le va en su retiro, doctor?

JOAQUÍN: Uno nunca se retira. Pero, ¿cómo te va a ti, muchacho?

MARIO: Reflexiono mucho sobre lo que pasa dentro de esas paredes.

MICHELLE: ¿Cómo fue tu día? Nunca me cuentas nada de lo que pasa allí.

MARIO: La primera virtud médica es la discreción.

JOAQUÍN: Callar, reflexionar... querido hijo, no son virtudes, son deberes.

MARIO: Sin embargo, -y perdone que salte a esto sin ninguna introducción-... necesitaba preguntarle algo que me atribula.

MICHELLE: ¿Tienes tribulaciones, amorcito?

JOAQUÍN: Asuntos del trabajo, solo eso.

MICHELLE: Ah, mon petit sourie...

MARIO: ¿Es posible que la Guardia Civil pueda encerrar a alguien en el Asilo solo para desaparecerlo?

JOAQUÍN: (Asume el silencio con la misma ingenuidad de la pregunta. Luego, con franqueza.) Sí, es posible. Los asilos son del gobierno y puede usar-

los como quiera, incluso de cárceles. ¿Por qué me preguntas eso?

MARIO: Porque tal vez, sin que lo hayamos sabido usted o yo; estemos tratando a algunas personas que no están locas, que simplemente han sido internadas por otra razón.

JOAQUÍN: ¿Te parece?

MARIO: Entonces el Asilo es una excusa para estigmatizarlos con la demencia y no tener que pasar la vergüenza de encerrarlos de por vida en una prisión común, o de.... matarlos, tal vez.

JOAQUÍN: ¿Tanto te ha impresionado la historia de Teresa?

MICHELLE: ¿Y quién es Teresa?

JOAQUÍN: Una paciente que tu marido ha convertido en favorita.

MARIO: No tengo pacientes favoritos, doctor.

JOAQUÍN: Bueno... pero Teresa despierta mucho tu curiosidad.

MICHELLE: ¿Quién es esa Teresa?

JOAQUÍN: Una pobre prostituta que los soldados recogieron desnuda en un camino montañoso... y que padece una demencia violenta.

MARIO: No creo que sea prostituta.

MICHELLE: ¿Es negra?

JOAQUÍN: Es... parda. (Enciende nuevamente el cigarro que se apagó.)

MARIO: Eso no tiene importancia. Casi todos los puertorriqueños tienen sangre negra.

MICHELLE: ¿Tú también?

MARIO: Probablemente. Pero no estoy hablando de eso, me refiero...

MICHELLE: Nunca me dijiste...

MARIO: Michelle, ten la bondad. Estoy tratando de mantener una conversación con el doctor sobre...

MICHELLE: Nunca me dijiste que tenías sangre negra.

MARIO: Michelle... (Michelle entiende el tono, se calla, pide excusas con un gesto y apura un trago.) Si es una orden de la Guarnición no podemos decidir si el paciente amerita entrar en el Asilo. El caso de Teresa es así, lo vi en sus papeles.

JOAQUÍN: Y debes haber visto el reporte donde se describe con detalles los insultos y las groserías que soltó sobre Palacio y su gobierno. Además tenía sangre en las uñas, había sido violadabueno, no sé si violar es una palabra que puedas aplicarse a las putas-, pero esa es la causa de su demencia sexual. El lugar propio era el Asilo, y la Guardia Civil nos ahorró el papeleo.

MARIO: Tengo muchas dudas en el caso de Teresa.

MICHELLE: ¿Es bonita?

MARIO: ¿Cómo?

MICHELLE: Que si es bonita. Más que yo. (Joaquín ríe fuerte.)

JOAQUÍN: Has puesto celosa a tu mujer. Eres un tonto.

MARIO: No, no es bonita.

MICHELLE: ¿Estás seguro? ¿Por qué hablas tanto de ella si no es bonita?

JOAQUÍN: Cuando escuchas a Teresa, te crees su verdad. Además tiene un aire místico. Pero ¿qué sería de nuestra profesión si diéramos a los dementes un segundo de nuestra credulidad? Estamos entrenados para descifrar mentiras, no para adjudicar razón o verdad a los delirios de una histérica.

MARIO: ¿Y si dice la verdad?

JOAQUÍN: ¿Teresa la dice? (Pausa. Mario parece hostigado, cogido.) No estás seguro de nada. Mala práctica, hijo. Te creí más seguro de tus conocimientos.

MARIO: Estoy muy seguro de lo que sé, estudio todos los días; fui un excelente discípulo del Maestro Charcot.

JOAQUÍN: La psiquiatría no se nutre de la incertidumbre, sino de la certeza.

MARIO: ¿Pero quién en su sano juicio, puede producir una certeza sobre una demente?

JOAQUÍN: Un doctor que esté en su sano juicio.

MARIO: ¿Qué insinúa?

JOAQUÍN: Y dime una cosa... (Larga chupada del cigarro.) ¿ya te besó?

MICHELLE: ¿Cómo?

JOAQUÍN: ¿Ya se lanzó en tus brazos con sus lágrimas de cocodrilo a decirte que te ama, que te necesita para cumplir no recuerdo qué misión

política de su padre? Algo que tiene que ver con “música”, un mensaje telegráfico o algo así? ¿Ya te contó ese delirio?

MICHELLE: ¿Te dejaste besar de una de esas locas?

JOAQUÍN: Lo tiene de costumbre, querida. Besa, llora, -es una actriz estupenda- te hace sentir que tú eres el responsable de una libertad que ella necesita para salvar al país de nuestro gobierno. (Mario desencajado.) Entonces... sí... ya te besó.

MARIO: Sí, ya lo hizo.

MICHELLE: ¡Mario! ¿Te has dejado besar de una loca sin saber si te contagió alguna cosa rara? ¡Estás loco? ¿Me has sido infiel? Mario, no lo soportaría.

JOAQUÍN: ¿Y no ha metido su mano en tu pantalón? ¿Ya se desnudó ante ti?

MICHELLE: ¡Mario!

MARIO: Basta, doctor. El tema no es apropiado en este momento.

JOAQUÍN: Fuiste tú quien lo trajo a la mesa.

MARIO: Bueno, sí, pero con todo respeto, le pido que lo dejemos.

MICHELLE: ¡Mario, qué estoy oyendo! ¿Esas locas se desnudan ante ti? ¿Y te tocan? ¿Qué diablos pasa detrás de esas paredes? Y encima dices que es negra; no, esto no puedo soportarlo.

MARIO: (Estalla.) ¡Es una mujer enferma! (Pausa.)

Estamos hablando de una mujer enferma.

JOAQUÍN: Entonces, si está enferma, ¿por qué dudas de sus mentiras?

MICHELLE: Mario, no puede pasar un minuto más sin que hablemos sobre esta situación.

MARIO: Ve a tu cuarto.

MICHELLE: Mario, ¡no! Tenemos...

MARIO: No es correcto discutir delante de un invitado. Ve a tu cuarto.

JOAQUÍN: Anda, querida, tu maridito y yo tenemos algo de que hablar. (Michelle sale.)

MARIO: ¿Y cómo me explico que Teresa tenga el extraño poder de saber cosas que ocurren lejos de ella, que sepa cosas del futuro, del pasado, esa cosa mística que usted conoce... ¿cómo me explica que Teresa sepa cosas sobre mi vida, sobre Michelle... sobre usted?

JOAQUÍN: Es astuta. Sabe preguntar y sabe oír como toda buena puta.

MARIO: Cosas que son ciertas.

JOAQUÍN: Oye, aparte de todo... ¡qué bien hueles! ¿Te bañas todos los días?, ¿usas perfume? Huele muy bien... huele rico. Mmm.

MARIO: Señor.

JOAQUÍN: (Siguiendo su argumento interrumpido.)

Y dime... ¿Qué te dice tu amigo Freud sobre la capacidad de una histérica de delirar, hacer asociaciones, construir la más grande mentira con breves destellos de verdad. Es fácil saber el nombre de tu esposa, es fácil saber cosas sobre ti, so-

bre mí. Teresa paga muy bien su información. ¿Eres tan ingenuo de pensar que Justo es un celador inocente, a quien una de esas locas no se le ha ofrecido y él en una noche de tragos no haya aceptado?

MARIO: Si eso pasó, pasó en sus narices y usted no hizo nada.

JOAQUÍN: (Molesto.) Sí, por mis narices pasan muchas cosas que podría cambiar y no lo hago, ¿y sabes por qué? Porque a nadie le importa. Qué importa una puta histérica más. No me pagan por enderezar el mundo, sino por mantenerlo callado.

MARIO: ¿Y qué tiene que ver Ubarri con Teresa? ¿Por qué ese interés?

JOAQUÍN: Óyeme, inocentón, ¿a quién le interesa tener a una loca en un asilo gritando que Palacio es un asesino?

MARIO: No hay que exagerar.

JOAQUÍN: (Sin casi oírlo.) ¡A mi no! Ni al Marqués Ubarri, que es el Presidente de nuestra Junta. ¿Y qué crees que pasó el día que Ubarri visitó el Asilo y Teresa salió al pasillo gritando que el cochino de Palacio la había ultrajado? ¿Ah? ¡Que la sangre bajo sus uñas era la de Palacio! ¿Qué crees que pasó? ¿Crees que Ubarri viró la cara y siguió andando? No, joder. Le temblaron los cojones como me tiemblan a mi mientras lo recuerdo.

MARIO: ¿Por qué? Usted diagnosticó que era histeria.

JOAQUÍN: Un día un loco grita una cosa como esa, y otro loco lo oye y lo repite. Óyeme, la estupidez es como los peces de Cristo, se multiplica por miles.

MARIo: Bueno, pero eso culpa mía no es.

JOAQUÍN: ¡Ni mía, joder! Pero al otro día la imbecilidad salta las paredes del Asilo y llega a la calle. ¿Y qué tenemos? ¿Ah? Dime ¿qué tenemos?

MARIO: (Pausa.) La revolución.

JOAQUÍN: ¡Exacto! Por eso no tendrás mejor prueba que esta para demostrar que toda revolución es obra de un demente. Que toda revolución nace de una histeria que no tiene curación.

MARIO: Entonces... Teresa, ¿es una prisionera política o una demente? ¡Contésteme!

JOAQUÍN: Dame tú el diagnóstico.

MARIO: ¡No sé cuál es! Usted no me ha permitido...

JOAQUÍN: Teresa disfruta y ofende con la ofensiva e insultante fantasía de que nuestro gobernador la violó una noche en su casa de Aibonito. Cuenta con placer como le desgarró la cara con sus uñas. ¿No sería por eso mismo que se montó en un caballo, desnuda, como Lady Godiva... y fue atrapada delirando sus furores y sus paroxismos en un camino oscuro a las afueras de Ponce?

MARIO: ¡¿Cuál es el diagnóstico?!

JOAQUÍN: ¡Delirios!, paranoia, convulsiones, ahogos, furores uterinos extremos, insaciables deseos venéreos, disociaciones y asociaciones desarticuladas de la realidad, neurastenia, continua y desenfrenada exacerbación del libido, -¡uhh, cuánto se masturba esta maldita loca, ¿la has visto hacerlo?- (Mario niega.) ¡Pues yo sí! Monomanía sexual, neurosis, rabias y gritos... histeria en todo su esplendor. Está tan claro el diagnóstico, muchacho, que podría poner la palabra en tu boca y no equivocarme, pero prefiero que la digas tú. Vamos, dila... dila tú.

MARIO: Ninfomanía.

JOAQUÍN: Exacto. Ninfomanía. ¿Y entonces? Sabes el tratamiento, sabes como mantener ese mal a raya.

MARIO: Con el encierro.

JOAQUÍN: Exacto. El encierro y la camisola de fuerza es lo indicado: hasta que pueda hacérsele... una amputación del clítoris. Tratamiento que deberás realizar si estos paroxismos continúan. ¿Entendido?

MARIO: Pero...

JOAQUÍN: Quiero saber si me entendiste.

MARIO: Sí, señor.

JOAQUÍN: Deberás hacerlo en los próximos días. Palacio podría estar de regreso y quién sabe si interese visitar el Asilo, inspeccionar las nuevas facilidades, venir a conocerte, qué sé yo. Ubarri

viene aquí con frecuencia... y debes evitarme otra vergüenza. ¿Entendido?

MARIO: Sí.

JOAQUÍN: Nada más que hablar. Despídeme de mi Evita querida. Y vamos, no la pongas en vergüenza con las historias de las putas dementes del Asilo. Tu mujercita es una santa. Cuídamela mucho. (Sale. Mario apura una copa de vino. Entra Michelle. Camina hasta la salida para ver si alcanza a Joaquín.)

MICHELLE: No me llamaste para despedirlo. ¡Qué descortesía! (Mario, ajeno, pone la copa de vino sobre la mesa.) ¿Qué te pasa? (Ella lo supone.) Ya. Vamos hablar de todas esas cosas que me has ocultado. ¿Quién te crees que soy? ¿Crees que puedo caminar por estas sucias calles sabiendo que la gente habla de tus amoríos con las locas del Asilo? ¿Ah? ¡Contéstame! Y encima dices, así tan tranquilo, ¡que puede ser que tengas sangre negra! Esto es el colmo. ¿Y lo sabe la gente? Mira tu piel, ahora que la miro no es tan blanca, ni la de tu hermana tampoco. ¡Mario! ¿Que tienes que decirme? ¿Me engañaste? ¡No te quedes callado, maldición! ¡Me has ofendido! Estoy hasta la coronilla de tu maldito silencio! ¡Merde!

MARIO: (Sin preámbulo alguno, saca su mano en toda su fuerza y le propina una brutal cachetada que la hace caer al suelo, mientras le grita:) ¡PUTA! (La toma por el pelo y empujones la tira contra

una silla.) ¿Cómo te sabe el mordisco que le diste al viejo maricón en su orejita? ¿Cómo te sabe, puta?

MICHELLE: No me hagas daño, Mario... mon cher, je t'ame, Mario...

MARIO: (La toma por el cuello.) Morir es fácil. Basta con perder el sentido para uno ya estar muerto en vida. Mírame a los ojos. Yo no veo sentido, ni amor, ni emoción, ni nada que valga la pena salvar entre tú y yo. Podría apretar fuerte y dejar que mi ira y mis celos hablen por mí, pero en el fondo, ¡puta!, siento por tu belleza un repulsivo asco... no, asco no; algo peor que eso... ¡una vulgar indiferencia!

MICHELLE: (Llorosa.) Mario, perdóname... perdó...

MARIO: (Intensamente triste.) ¡Toda la vida me busqué en los ojos dementes, me busqué en ojos tiernos y compasivos, me busqué en ojos asesinos y perversos! Me busqué en los tuyos, en los de ella... Me busqué en los ojos de la verdad. ¿No es de eso de lo que se trata ser un médico? ¡Toda mi vida pregunté, grité y rabié por la verdad! ¿Y qué me dio la vida? ¿Qué me dió? (La suelta y cae al suelo. Recoge su chaqueta, se toma el vino que había dejado y sale.)

Se ilumina Teresa en una esquina de su habitación, duerme recostada de Marcelita, que también dormita. Teresa abre los ojos asaltada por una brutal ansiedad. Música tierna y esperanzada.

TERESA: Él le grita que es una puta y la golpea con toda su fuerza de hombre en su carita cínica, ¿me oyes, Marcelita? Ya lo descubrió; ahora está asfixiado de preguntas y viene hacia mí. Anda, dime ¿cómo está mi pelo? ¿Estoy bonita? Si tuviera un poco de colorete.

MARCELA: ¿Qué te pasa?, déjame dormir, tengo hambre.

TERESA: ¿Estoy guapa? ¡Levántate!

MARCELA: ¿Qué quieres?

TERESA: Dime si estoy bonita. Mis ojos, dime que te dicen mis ojos.

MARCELA: (Pausa, le sonríe.) Dicen que eres un ángel.

TERESA: (Cierra los ojos.) Está acercándose, camina por las calles oscuras de la ciudad, entra en el largo camino de sauces que llega al Asilo, su abrigo se levanta furioso ante el viento de la noche, ¡ah, viene embravecido por la verdad! ...y llega como un rayo luminoso... abre la puerta... sube las escaleras..., la luna brava viene con él... corre por el oscuro pasillo que llega a este cuarto y... (Mario fatigado pero decidido, entra. Teresa estalla

de amor, se voltea a verlo.) ¡Ay, delicia inmensa... ¡mis ojos en los tuyos! (Mario le tiende su mano. Ella se levanta, la toma y sale con él de prisa hacia el despacho que se ilumina brevemente.)

MARIO: Bruja de Dios... ¿Qué hechizo me hiciste?

TERESA: (Lo besa con pasión, en los labios, en el cuello, le acaricia en el pelo... luego, muy firme.) Esta misma noche sales a Ponce. Llegas a la calle Atocha, buscas una casa blanca con un extraño escudo en la puerta. Tocarás tres veces y luego otras tres. Una viejecita te recibirá y preguntarás por “el compositor”. A él le dirás que lo amo. Que lo amo tanto como a ti. Y le dirás que estoy viva... ¡cielo santo!... ¡cuán viva estoy! (Lo vuelve a besar, lo abraza con delirante entrega, y entonces él se deja ir, loco de amor. Desde la sombra Justo mira.)

JUSTO: Bueno, ¿y qué gano yo con decirle lo que sé? Algo tengo que ganar, ala, que gratis, así como gratis, no hay ná en este mundo, doña. (Le da algunas monedas que Justo toma con cinismo.)

Bueno, el doctorcito estuvo aquí hace dos noches, así es, señora. Y bueno...

MICHELLE: E' bien?

JUSTO: Su marido tiene predilecciones con una loca que se llama Teresa. Y él... se la llevó a su oficina. Y yo los vi.

MICHELLE: ¿Qué hacían?

JUSTO: No quiero ser indiscreto.

MICHELLE: Ya te pagué por tus escrúpulos, maldito gordo imbécil, ¿qué hicieron?

JUSTO: Fornicaron, señora. Allí mismo en la oficina, en la mesa, varias veces y por lo que vi parece que les gustó....

MICHELLE: ¿Y qué más?

JUSTO: ¿Cómo que qué mas? ¿Hay algo más que meter y sacar?

MICHELLE: ¿De qué hablaron?

JUSTO: De sus cosas, señora.

MICHELLE: ¡Qué cosas! (Justo enmudece molesto.)

Quiero verla. ¿Puedes traerla aquí, ahora?

JUSTO: Eso no está permitido, señora.

MICHELLE: Soy la esposa del Dr. Mario...

JUSTO: Yo sé quién es usté.

MICHELLE: (Saca dinero de su bolsa.) Y yo sé quién eres tú. Muévete. (Justo lo toma y sale.)

JOAQUÍN: (Entrando.) Evita, ¿qué haces aquí?

MICHELLE: ¡Joaquín! (Corre a abrazarle llorosa.) Dos noches, dos días, no sé de Mario, tuvimos una pelea horrible luego de que te fuiste y él... él sabe, nos vio.

JOAQUÍN: Eso no tiene ninguna importancia. Vamos, no llores. ¿Por qué viniste aquí?

MICHELLE: Quiero verla. Quiero ver a la mujer que me lo está quitando. He pedido que me la traigan, quiero ver qué tiene ella que yo...

JOAQUÍN: Es una mujer enferma.

MICHELLE: ¡Pero lo enamoró!

JOAQUÍN: ¿De veras crees eso?

MICHELLE: No sé qué más creer.

JOAQUÍN: Michelle querida, escucha... el misterio provoca en el corazón de los hombres, crueles torbellinos furiosos. El misterio, lo desconocido, lo audaz, siempre incita a la pasión y al valor. Cuando en la vida de un hombre desaparece el misterio, él irá a buscarlo donde quiera que se encuentre, y sabes ¿por qué? Por que buscando ese misterio, es la única manera que el hombre tiene de encontrarse a sí mismo.

MICHELLE: ¿Y es que ya no soy suficiente misterio para él?

JOAQUÍN: Eres muy aburrida, hablas mucho, provocas poco. En verdad... sólo lo haces rico, y eso no es suficiente para él.

MICHELLE: ¿Qué dices?

JOAQUÍN: Pero para mí está perfecto. (Entra Justo, con Teresa.) ¿Cómo la traes así, sin camisola de fuerza?

JUSTO: Ella pidió...

JOAQUÍN: Ya... (Se le acerca amenazante.) Teresa, ¿qué sabes de Mario?

TERESA: España, cochina Esp...

JOAQUÍN: (Se le acerca intimidante.) ¡Basta de fingir, puta! (Teresa se calla.) ¿Dónde está Mario?

¿Lo mandaste a Ponce? ¿Fue a buscar tu “música”? ¿Ah? ¿Lo besaste? ¿Te fornicó?

MICHELLE: Aquí, en esta misma oficina. ¡Este hombre me lo dijo!

JOAQUÍN: ¿Ah, sí? ¿Ahora usas tu ninfomanía como arma de tu sucia guerra contra España? Primero trataste de seducir a este gordo bastardo, luego a mi, y finalmente lo lograste con Mario... ¡Eres un maldito demonio inmoral y pervertido! Debí haberte matado desde que llegaste por todo lo que has hecho. (Teresa levanta las manos con sus uñas largas. A Justo.) Dile a Benita que prepare la sala de operaciones. Voy a calmar este furor de una vez y para siempre. ¡Llévatela!

MICHELLE: Espera. (Se acerca a Teresa. La mira intensamente.) ¿Qué tienes? ¿Quién eres que así, con esa mirada loca, has destruido mi vida? Vamos, dime algo... algo que me diga ¿por qué eres mejor que yo?

TERESA: Yo soy... la Bruja de Dios. Supera eso. (Michelle la mira sin comprender.)

JOAQUÍN: ¡Llévatela! (Justo obedece.)

V (La celda oscura. Un viejo tirado en una esquina, iluminado pobremente con una vela.)

MARIO: ...pregunté por la casa con el escudo extraño en la calle Atocha. Me acerqué a la puerta, to-

qué tres veces, luego otras tres.... una anciana me recibe, pregunto por el compositor y me dice que se lo llevaron a la cárcel. A esta cárcel. Tengo que poner por delante mis credenciales de médico para que me permitan verlo. Y ahora... una vez hecho todo eso, usted solo me mira como si yo fuera a matarle en cualquier descuido. No, señor compositor. Vengo a...

PADRE: (Susurrando.) ¡Cállese, impertinente! ¿Cree que soy un niño?

MARIO: ¿Qué puedo decirle para que confíe en mi?

PADRE: Nunca confiaré en usted. ¿Cree que voy a decirle quién soy, solo porque me mira con ojos de niño perdido? Estoy muerto. ¿Qué sabe usted de la muerte?

MARIO: Mucho. Soy médico.

PADRE: ¡Mentira! Usted es un vil torturador de Palacio. Ellos visten así, huelen así. Engañosos, fragantes. No insista. No voy a contestarle nada sobre mi.

MARIO: No vine a preguntarle, ¡vine a decirle!

PADRE: Para ablandarme, para que confiese. Diga lo que quiera y lárguese, ya he soportado todo.

MARIO: Teresa está viva.

PADRE: (Pausa.) ¡No sé quién es Teresa!

MARIO: Su hija. Su hija mayor. Todos saben quiénes son sus hijos. Todos en este pueblo le conocen, Maestro.

PADRE: Mi hija murió.

MARIO: No, está viva.

PADRE: La mataron los soldados.

MARIO: ¡No!

PADRE: Los soldados tiraron su cuerpecito desnudo y roto justo frente a esta celda. Con mis manos traté de alcanzarla para acariciarle por última vez, pero la rejas no me dejaban acercarme... y ahí, justo ahí empezó a podrirse, delante de mi... la carne deshaciéndose de los huesos, la fetidez, luego las ratas llegaron, las alimañas, las hormigas... todo ese tiempo pasó... mientras yo la miraba y la acariciaba con mis lágrimas. Mi hija Teresa, violada por los soldados... me sonreía desde la misma fea muerte.

MARIO: Teresa vive, señor. Se lo juro por Dios que vive. (El Padre ríe cínico.) Y es una hermosa mujer que tiene sus mismos ojos, su mismo coraje. Un extraño ángel bendecido por el don de percibir cosas que no han ocurrido. Y ella le ha visto... ella sabe que usted vive.

(La escena se interrumpe y se ilumina nuevamente el Asilo. Teresa, atontada por la belladona, es traída por Justo y la coloca sobre la camilla que trae Benita. A su vez, la diligente monja coloca una pequeña tablita con implementos quirúrgicos. Luego de Justo colocarla sobre la mesa, la ata de manos a la camilla, y levanta sus piernas sobre sendos brazos adap-

tados a la mesa de la operación. Entra Joaquín, sin chaqueta, secando sus manos.)

MARIO: Su miedo, su terrible miedo es que ustedsu adorado padre- pensara que ella estaba muerta o torturada. Y que usted... no pudiese... protegerla de alguna manera... porque un hijo, una hija... pensar en su seguridad, impide cualquier acto audaz que uno quiera... o tenga que realizar. ¿Me está entendiendo?

PADRE: Perfectamente.

MARIO: ¿La palabra “música” tiene algún significado para usted?

PADRE: Me gustan las danzas de Tavares. Las de Morell Campos son muy hermosas ciertamente.

MARIO: Era usted amigo del Maestro Tapia.

PADRE: Éramos como hermanos. Pero él ya ha muerto. ¿Va a acusarme de ser amigo de la mente más brillante que ha dado este país?

MARIO: ¡No voy a acusarlo de nada! Entienda que yo también soy su amigo. Yo también soy puertorriqueño.

PADRE: Hasta ese límite sucio llega la inquina del poder español en esta Isla de Dios. Ya no quiere ser mentiroso, vulgar y canalla como siempre ha sido, ahora quiere parecer amistoso, bueno y hasta compatriota. ¡Ah, señor... no hay tortura peor que matar una esperanza!

MARIO: Yo amo a su hija.

PADRE: Ya le dije que mi hija murió. Vaya y pregunte a mi casa, a mis amigos. Pregunte a los autonomistas o a los separatistas como yo, si tanta curiosidad tiene. Mi hija murió, señor, y aquí frente a mi, tiraron su cuerpo.

MARIO: ¡Vive, Maestro y yo la amo! La amo como un tentador misterio indescifrable, con una curiosidad innoble, sí... pero tierna. La amo con vergüenza y con fascinación. Cuando me mira, ella sabe lo que grita mi alma, ella comprende mi pasión apagada; ella es justa, es silenciosa... pero a la misma vez ¡es un fuego de rabia que desafía mi cobardía! ¿Cómo no am ar esos dulces ojos que han vuelto a escribir mi historia?

(Teresa en su adormilamiento, ve a Joaquín levantar el fatídico forcep. En horroroso pánico, Teresa comienza a temblar y a tratar de gritar.)

BENITA: ¿Más belladona, señor?

JOAQUÍN: No, ya tuvo suficiente.

BENITA: ¿La amordazo?

JOAQUÍN: No. Déjala. Si grita, le dolerá más.

(Benita se acerca, coloca sábanas y fundas para que la operación no sea un espectáculo de sangre.)

JOAQUÍN: Amparado en los muchos estudios franceses y yanquis para la curación de la ninfomanía... se procede a la amputación del clítoris como la única prognosis efectiva contra el excesivo furor. Una vez preparada la paciente, con los for-

ceps Muzeux, se aprisiona poco más de la mitad del clítoris junto con dos tercios de labia minora... El cierre del forcep molestará un poco a la paciente.... (Al aplicar el forcep, Teresa suelta un grito de dolor grave.) Ahora se tira del clitóris y de la labia para separarlo de cualquier otra área que no interese al procedimiento. Sostenga aquí, Benita. Bien... Entonces con una pinza de cremallera y el bisturí galvánico al rojo vivo... (Lo levanta.)

MARIO: Usted es un preso del Gobierno. Usted será ajusticiado. Entienda que ya no puede completar su misión.

PADRE: No sé de qué misión habla usted.

MARIO: La “música”. Salir de aquí, la palabra “música”.... llegar a España... contarlo todo. ¿Cómo cree que sé esto si no es porque Teresa misma me lo dijo?

PADRE: ¡Ojalá y pudiera llegar yo a las Cortes de España y decir todo lo que aquí pasa!

MARIO: ¡Ya no podrá hacerlo! Pero al menos, déjeme hacer por ella lo único que podemos hacer. Déjeme decirle que está viva y que adora a su padre quizá más de lo que se adora a Dios mismo. Que espero con todas mis fuerzas poder salvarla de su agonía. Que quisiera reunirlos otra vez en un abrazo. Déjeme ofrecerle esta esperanza, se lo suplico. ¡Créame! Un simple gesto de

entendimiento suyo me bastará para darle paz a mi conciencia.

PADRE: ¿Qué se me importa a mi su conciencia? Imbécil... ¿Cree que si mi hija viviera... (La pena se va tornando en rabia.) ¡Mi hija!.... cree que me mandaría a un joven cobarde, llorón y sentimental como usted, a decirme que está viva aún, que me ama, y que no me preocupe por ella?

MARIO: Sí, señor, ¡lo ha hecho!

PADRE: ¿Cree usted que si estuviera en mis manos tal suprema y sagrada misión de llevar esa “música” a España... la desatendería por temor de que mi hija estuviese viva o muerta? ¿Yo? ¿YO? No, señor, no... hace rato hubiera burlado la Guardia Civil y hubiera cruzado los mares sin más norte que mi ansia libertaria. Hace mucho rato estaría en las Cortes de España, revestido con el valor de mis hijos muertos, bañado en la santa sangre de sus corazones... y yo entonces... ¡como una enloquecida rosa de los vientos!, le confesaría al mundo toda la tortura de ese satánico imperio sobre esta Isla indefensa... ¡Yo, señor, no hubiese dudado ni un solo instante!, ¡No me hubiera preocupado para nada de la muerte de mis hijos, de mis padres, de mi mujer, o la mía propia, señor! Porque ¡la libertad de la Patria Puertorriqueña, está por encima de todo! (Aún más enardecido.) ¡Así que entiéndalo de una buena vez, doctor...! ¡Mi hija Teresa está muerta! Ahora,

lárguese de aquí. (Mario trata de continuar la discusión, pero es inútil. Sale. El Padre, estoico por un breve instante, no quiere dejarse vencer por su paternal pena, por el contrario, un hálito de esperanza le ilumina la cara y susurra.) Teresa… ¡resiste, hija mía, resiste!…

JOAQUÍN: Y entonces... ¡amputamos! (Emite el corte. Un inframundoso grito de Teresa la lleva a arquearse de indescriptible dolor y llanto. Benita trata de auxiliar, pero el cuerpo contraído es indomable, hasta que poco a poco cede, cede en su dolor y en su inconsciencia. El ruido de las pinzas sobre la bandeja, se lleva la luz de la escena.)

FIN DEL ACTO SEGUNDO

ACTO TERCERO

Marcelita cuenta la historia del baile para que Mario la escuche. Teresa duerme en el camastro. Mientras el relato se desenvuelve, Mario se acerca a ella y la observa con honda tristeza, acariciando sus rizados cabellos.

MARCELA: Teresita me contó que hubo un baile. En la casa de campo del Gobernador Palacio... del cochino de Palacio. (Se escucha un vals.) Habían sido invitadas las más educadas señoritas de la sociedad ponceña. Se habían puesto sus mejores galas para lucirse al Gobernador. Pero ese no era lugar decente para la hija de un prominente separatista, no señor... pero Palacio ya la había visto caminar por las calles de Ponce, y exigió su presencia esa noche en la casa de Aibonito. Obligada, robada casi... fue al baile... le dijeron que si no lo hacía, matarían a su padre. A mitad de la noche, alguien la tomó por un brazo y la encerró en una habitación donde el viejo canalla la esperaba... Después de varios golpes, parece que el viejo cabrón se salió con la suya y violó a Teresita. (Teresa se mueve en el sueño.) Apenas le quedaban fuerzas, pero las uñas... sus largas y bellas uñas hicieron surquitos de sangre en los cachetes

del puerco canalla... ¿Se imagina? Uñas de mujer rabiosa marcadas en esos gordos cachetes... ¡por eso no venía a San Juan! Porque todo el mundo hubiera sabido... entonces... ella me dijo que de lo único que se acuerda es de estar desnuda, a la vera del camino, sucia de hombres y de sangre, y luego un caballo, y luego la noche, el largo desmayo... luego aquí... luego usted... luego esto. Se la cortaron a sangre fría, doctor. El grito se escuchó en todo el Asilo... yo lo sentí en mi alma... (Llora.) ¿Para qué nos cortan eso? ¿Para qué nos cortan? ¿Qué tanto quieren de nosotras… que tienen que castrarnos para robárselo? Ya sé… ya sé… quieren nuestra libertad. ¿Es eso? Dígamelo usted…

MARIO: Ya... no digas más. (Se levanta, mira toda la habitación, da un leve respiro y sale.)

TERESA: (Al sentirlo salir se yergue en el camastro.)

Dime, relámpago de mi sangre… ¡dime que en mis ojos nunca te verás cobarde!

MARCELA: (Arrodillándose junto a ella.) ¿Lo hice bien? ¿Lo dije todo?

TERESA: Muy bien, niñita mía. (La abraza.) Si yo lo hubiera hecho, nunca me hubiera creído.

II

Mario camina a su despacho, se sienta en su sofá, incómodo, atribulado, perdido. Entra Justo.

JUSTO: Señó… por fin llega. Hay mucha gente preguntando por usté.

MARIO: Estaba de viaje.

JUSTO: Ya se ve. Estuvo usté como dos semanas fuera o algo así. ¿Por dónde andaba?

MARIO: Eso no te importa.

JUSTO: Bueno, lo digo porque Don Joaquín se ocupó de todo esto. Y vamo, él tiene sus maneras. No quiero yo estar en medio de una discusión de ustedes por que no hice esto o aquello al gusto de usté.

MARIO: Ya… hablaré con Don Joaquín luego.

JUSTO: Bueno, el siempre llega temprano por la mañana después de su paseíllo por la playa. Si lo espera, lo va a vé.

MARIO: Tú no vayas a dormirte. Quédate cerca y pendiente porque necesitaré algo de comer y un poco de café. Y un poco de agua, jabón y una toalla para darme un baño.

JUSTO: ¿Y por qué no se va a su casa? Allí vaestá más cómodo que aquí.

MARIO: ¿Por qué no te callas y obedeces?

JUSTO: Ya, que ya… que es usté un amargao, jodé. Cago en la ostia. (Sale.)

MARCELA: ¿Y ahora?

TERESA: (Mientras se levanta, algo adolorida.) Ahora, Marcelita mía… ¡a la libertad!

MARCELA: ¿Me darás de comer?

TERESA: Te daré todo lo que quieras. ¡Te daré hasta un bello novio que te quiera mucho mucho! (Desfallece un poco.)

MARCELA: ¡Estás muy débil!

TERESA: No… tengo en mi alma todos los hechizos de Dios. ¿Y sabes cuál es el más poderoso?

MARCELA: Teresita, mi niña…

TERESA: (Urgente.) ¡Al plan! (Se acerca a la puerta.)

¡Benita! Dame Belladona… me muero del dolor… Maldita monja puta, ven, ¡que me muero!

MARCELA: No va hacerte caso, es una vieja cabrona.

TERESA: Grita tú, anda.

MARCELA: ¡Que se muere Teresa, Benita! Que por culpa de ese tajo no para de sangrar, Benita, ven, ¡haz algo! Benita… ¡Benita! No viene… ¿qué hacemos?

TERESA: (Como si la viera.) Shhh… Calma… calma… apenas se está levantando; ahora viene por los pasillos. Grita más fuerte, dale…

MARCELA: ¡Que se me muere Teresa, Benita! Ven, ¡haz algo! Benita… Ayúdame, que se me muere…

TERESA: Ya llega.

BENITA: (Aparece adormilada.) ¿Qué les pasa? Es casi el amanecer, ¿qué quieren?

TERESA: (Saca la sevillana de su falda y con gran agilidad la coloca en el cuello de la monja.) Dame tu hábito, monja cochina. Quítatelo ahora.

BENITA: ¿Qué vas a hacer, maldita muchacha?

TERESA: No me fastidies, imbécil. Ustedes me dieron un tajo, yo puedo darte otro. Muévete.

BENITA: (Comenzando a quitarse el hábito.) La hermana tornera vigila la única salida que hay. No vas a poder salir.

MARCELA: Tiene cuello la hermana tornera. ¡Cállate y haz lo que te dice!

BENITA: También tú, gorda tarada. Esto les va a costar muy caro a las dos.

MARCELA: Como si ya no hubiéramos pagado con nuestra vida por estar aquí, pendeja. (La golpea.) (Teresa comienza a vestirse con el hábito de Benita, sin la cofia, por el contrario su largo pelo rizado cae hermosamente sobre su espalda.)

TERESA: Ayúdame. (Marcela le ayuda, en lo que Benita aprovecha para tratar de escapar, pero el ágil movimiento de Teresa, hace que la sevillana pase por el cuello de la monja de manera silenciosa pero rápida y asesina. Cae con el rictus de la muerte. Teresa va a desfallecer, pero con gran fuerza se sostiene de Marcela y pasa su dolor.) ¡Cuántas veces maldita monja, hiciste padecer a la mujer con tu hipocresía! Bien muerta estás. Vamos, Marcelita.

MARCELA: Que se desangre como lechona. ¡Puta! (La patea.)

TERESA: Ya… ahora tengo que ir a él. Sola. Me esperarás escondida tras el portón. Allí te recojo y nos vamos.

MARCELA: Pero si vas donde él, te hará quedarte. Te encerrará de nuevo.

TERESA: No, tontuela; él viene con nosotras. Él es mi novio bello, que me quiere mucho mucho. (Marcelita ríe de gusto.) Al portón, avanza, y que no te vea la monja tornera. Y si te ve, ¡la matas! (Marcela asiente y sale.)

Teresa se acerca a Mario, adormilado en su butaca. Una extraña luz cae sobre ella como una inesperada visión providencial. Mario se pone de pie. Ella se acerca.

MARIO: Teresa…

TERESA: Mi bello novio de mi corazón.

MARIO: Teresa… fui a Ponce.

TERESA: Lo sé.

MARIO: Ví al compositor.

TERESA: (Se emociona, como si no quisiera preguntar.) ¿Está vivo?

MARIO: Está muy enfermo. Estaba moribundo casi. Lo tenían en una sucia celda, donde esperaba para ser transferido junto a Baldorioty y los otros a las cárceles de El Morro. Tuve que poner mis credenciales de médico para poder visitarlo, porque está… aislado. Aislado de todos. Tal vez, aislado de la realidad.

TERESA: ¿Por qué dices eso?

MARIO: No hay música, Teresa. En sus ojos solo había un silencio vengativo.

TERESA: ¿Nadie ha ido a llevar la música aún? (Llora.) Y entonces… sin música, el horror no tendrá fin.

MARIO: Nadie ha salido a llevar noticia a España. Nadie lo ha hecho todavía que yo sepa.

TERESA: ¿Y le dijiste de mi? ¿Le dijiste que lo amo?

MARIO: ¡Le dije que yo te amo! Le dije que había sacrificado todo para llevarle tu mensaje, para llevarle tu voz, tu amor, tu inmenso cariño de hija. Que estaba allí por ti; no por la libertad, o por mi deseo, no por mi confusión; sino por ti, mujer. ¡Porque te amo! ¡Porque me parece el acto más insensato de mi vida, pero al mismo tiempo el más justo! (Teresa no parece escuchar.) Teresa, ¿me oyes? ¿Sientes lo que te digo?

TERESA: (Silencio.) ¿Y él… qué dijo él?

MARIO: El compositor dijo… que su hija estaba muerta.

TERESA: ¿Muerta yo? ¿No me ves aquí?

MARIO: Que la Guardia Civil había tirado su cuerpo desnudo frente a los barrotes de su celda, que él vio su cuerpo pudrirse… que no hay manera en el mundo de que su hija viviera para llevarle cualquier mensaje, el que fuera. (Pausa.) Tú no eres la hija de ese hombre. No sé cómo sabes to-

do esto, pero él estaba muy seguro de que su hija había muerto.

TERESA: (Silencio largo. Sonríe.) Es una clave, ¿no lo entiendes? ¿Cómo decirte que yo vivo y poner en peligro toda la misión?

MARIO: No hay misión, Teresita.

TERESA: Sí, la hay. Sí, hay un plan. (Pausa, lo mira muy hondo.) Siempre lo hubo. Sacar a papá de esa cárcel. ¡Ponerlo en un barco a España! Solo tú, con tus credenciales de médico puedes hacerlo.

MARIO: ¡Teresa, estás delirando!

TERESA: ¡Claro!, admitir que yo vivo y que te dije todo lo que sé, ¡es haberme condenado! Mario, Dios sabe todo. Y Dios pone en la inteligencia del hombre todo lo que necesita para liberarse y liberar a su Patria. Volvamos a Ponce, lo sacamos de la cárcel antes de que lo traigan al Morro, y entonces…

MARIO: Teresa, ¡no! Escucha, yo…

TERESA: Y en medio del plan , Dios me hace el regalo de tu amor.

MARIO: ¿ Plan? ¿Entonces… solo soy parte de un plan?

TERESA: ¿No amó Jesús a Magdalena más que a cualquier otro de sus discípulos? Tú fuiste a Ponce… fuiste allí por mi. ¡Qué heroísmo tan desprendido el tuyo! Le diste oportunidad a mi avariciosa esperanza. Tú. Mi novio bello. (Lo besa

profundamente.) Ahora vamos a buscar al compositor. Nos vamos antes de que amanezca.

MARIO: Teresa, no vamos a ninguna parte. Todo esto ha sido un delirio tuyo. No hay nada más que hacer, excepto sanarte, ¡porque tú no estás bien! Estás enferma, estás histérica, corazón mío.

TERESA: ¿Tu corazón? Sí, tuyo, tuyo siempre. Me matas con esa ternura.

MARIO: Te quedarás aquí, conmigo, y te cuidaré hasta que te pongas bien y te conviertas en toda una mujer productiva otra vez. ¡Estarás aquí, conmigo!

TERESA: No… no, Mario, aquí no; tú y yo nos vamos ahora. La esperanza de la Patria está en los dos… en los tres. (Se toca su vientre, pone a él a que lo toque.) Aquí está naciendo una esperanza.

MARIO: ¿Qué dices?

TERESA: Dios lo quiere así.

MARIO: Teresa, por Dios…. Tengo que sanarte, entiéndelo.

TERESA: Aquella noche de luna brava, en que saliste a buscarme luego de golpear a tu francesita. ¿Recuerdas? Aquí, en este mismo despacho. Recuerdo cada palabra que me dijiste al oído mientras me poseías tan tiernamente. Cada una de esas brillantes palabras fueron poniendo piernas y manitos, y lindos ojos y roja boquita a un ser mágico y divino que está creciendo aquí dentro.

Tu hijo… un pequeño brujito de Dios que viene a liberar la Patria con nosotros.

MARIO: Pero ¿cómo…

TERESA: Sí. Y sé que piensas… ¿cómo mío? Entre tantos hombres, desde el mismo Palacio, luego cinco borrachos de la Guardia Civil, luego el bruto de Justo que se sació en mi tantas veces, Don Joaquín mismo… y luego tú… ¡pero eres tú!… ¡tú!, el único que Dios ha permitido que se multiplique en mi. (Mario la mira atónito.) ¿Por qué ese silencio? Otra vez la incredulidad. Tantos cuentos que te he hecho para que ninguno sea cierto, ¿por qué este tendría que serlo? Pero este sí es cierto, te lo juro por Dios vivo.

MARIO: ¿Quién eres tú?

TERESA: Teresa, la bruja de Dios. La Santa Teresa de Dios que viene a decirte que sigas el camino de esta locura por última vez. Porque esta demencia es el camino. Porque la libertad solo se consigue dejándose llevar por la locura. Porque la locura siempre cumple todo lo que se promete. ¡Ay, la santa locura de la libertad! ¡A qué divina redención nos vas llevando! Vamos, Mario, el sol nos adelanta… vamos, amor de mi alma, mi novio bello, ven… porque yo te querré mucho mucho. (Le toma de la mano, y al parecer que él va seguirla, la suelta.) ¿Qué haces?

MARIO: Perdóname. (Se mueve a la puerta.) ¡Justo! ¡Justo!

TERESA: ¿Qué haces?

MARIO: ¡Justo! Ven enseguida, ¡trae una camisola de fuerza!

TERESA: ¿Me traicionas?

JUSTO: (Entrando.) Mande usté, señó. (Al ver a Teresa.) ¿Y ésta loca qué hace…

MARIO: Llévala a su habitación. ¡Átala fuerte!

TERESA: ¡Mírame, Mario! (El gutural grito detiene a Justo.) ¡No me des la espalda! ¡Mira a la madre de tu hijo! (Mario se voltea.) Ahí están tus ojos turbios e incrédulos, y mira los míos en los que flamean los espejos de Dios…¡y en ellos te ves cobarde! ¡Te lo dije! Maldito cobarde. ¿Cómo osas decirme que me amas? Traidor de tu Santa Patria, ¡Cobarde de mi! ¡COBARDE! (Enloquecida.) ¡COBARDE! (Justo va a lanzarse sobre ella y Teresa en suprema furia gritada, lanza una cuchillada de su sevillana que va a caer a la cara de Justo que lanza un atroz grito de dolor, cayendo al suelo. Un paroxismo de amor y rabia a un tiempo, le lleva a extender la mano.) Todo lo que importa en esta vida se decide en un segundo, el antes y el después no importan. Aquí está mi mano. Ven, alma mía. Un último segundo de oportunidad y de locura. ¡No lo pienses! ¡Hazlo, mi amor! ¡Hazlo! (Mario la mira muy fijo y da un paso atrás negándose.) Dios no perdona a los cobardes. Tal vez yo sí, con un poco de ternura, tal vez yo pueda perdonarte, pero hoy no. Porque tú te mirarás en

mis ojos de nuevo. Porque tú no me olvidarás. (Se toca el vientre.) La libertad corre por todos los caminos. ¡Y algún día te la vas a encontrar! (Sale. Mario queda solo, desvanecido.)

JOAQUÍN: ¿Cómo pudo pasar una cosa como ésta? ¿Cómo lo permitiste? Una monja muerta, un loquero con un tajo en la cara... tajos y sangre por todos lados... ¿Qué va a decir Ubarri de esto? ¿Y tú? ¿Qué voy a hacer contigo?

MARIO: Haga lo que quiera.

JOAQUÍN: Bueno, lo que yo quiero es... que pongas los pies en la tierra. El desastre lo arreglo yo. Diré que no estabas aquí. No sé... Un desliz de estos lo puede tener cualquiera. No es el primer loco que mata a un funcionario, ha ocurrido antes, muchas veces. A mí no, por cierto, porque yo supe poner mi mano de hierro donde hacía falta. Pero tú tienes que aprender mucho todavía, joder.

MARIO: Regresaré a París. Seguiré estudiando. Tal vez España. No sé.

JOAQUÍN: Bah, deja esa tristeza culposa. Mira... aquí, mirame a los ojos. Escucha. Palacio llegó de Aibonito esta mañana. (Saca de una cartera de documentos.) Ubarri estaba con él, patatín, patatán, negocios, documentos, y de pronto, voilá... una orden de pago con aumento de sueldo y tu nom-

bramiento como Director Facultativo del nuevo Asilo de Dementes que se termina en unos meses. Le hemos hablado tan bien de ti. No vamos a decepcionarlo.

MARIO: ¿Y Teresa?

JOAQUÍN: Qué sé yo. La Guardia Civil le debe estar pisando los talones. Es una Isla pequeña, ya aparecerá. Y como se ha llevado también a la otra, no llegarán muy lejos. Pero dime una cosa que me mata de dudas...

MARIO: ¿Qué?

JOAQUÍN: ¿De veras le creíste todo este tiempo?

MARIO: Dígame, ¿qué quiere decir “creer”? ¿Lo sabe usted acaso?

JOAQUÍN: Creo en lo que puedo probar. Eso es ser un científico, muchacho.

MARIO: Yo no sé qué quiere decir creer. Yo no sé lo que es la fe o la esperanza, o la libertad. Y mire que he luchado por entenderlas... y tras largas reflexiones solo puedo concluir que toda fe, que toda esperanza, toda libertad, no es más que una pobre y sentimental locura, que miente y miente para darse algún valor. Tal vez lo que debí buscar en sus ojos era la razón de su locura... y no la locura de su razón.

JOAQUÍN: ¿Y la encontraste?

MARIO: No lo sé. Tal vez fue ella la que encontró la mía.

JOAQUÍN: (Pausa. Parece entender.) Bueno, pero ella va a morir pronto y tú estás vivo. Oye, Palacio nos invita a Santa Catalina. Hay baile esta noche. Ubarri te espera para que le acompañes. Vamos... (Van a salir.)

MICHELLE: (Entra.) Mario, querido. Por fin de vuelta. Te perdono. Mi amor olvida pronto las ofensas. (Lo besa.)

JOAQUÍN: Mira, querida... el nombramiento de Palacio. La orden de pago... todo está arreglado. ¿No te hace feliz?

MICHELLE: Esposo querido, me siento tan orgullosa de ti. ¿Estoy bonita para esa fiesta? Quiero ir de tu mano. (Se la tiende.)

MARIO: Michelle, yo...

MICHELLE: ¡Tu hermana lo cosió! Y hasta yo le ayudé un poco. Cèst magnifique! Y escuchen esto... he visto a Palacio en la Calle de La Fortaleza. Lo he visto muy rápido, pero muy de cerca.

JOAQUÍN: Es un privilegio, es un gran hombre.

MICHELLE: ¿Saben qué? Tenía unas marcas en la cara, como de unos arañazos.

JOAQUÍN: ¿De veras? No me he fijado. (Al ver que Mario ha quedado atónito escuchando este detalle.)

Vamos, hijo.

MICHELLE: (Mientras salen.) Pobre hombre, debe haberlo atacado algún animal salvaje. Aunque las mujeres comentan otra cosa. (Ríe.) Vamos, mi amor...

MARIO: Vayan adelante, ya los sigo.

JOAQUÍN: Guarda bien tus papeles. Vamos querida... ¿y viste su uniforme? Le va a encantar conocerte. Es un pícaro con las mujeres.

MICHELLE: ¿De veras? (Ríen. Salen definitivamente.)

MARIO: (Mira los papeles y los guarda en la cartuchera como un pago sucio. Camina un poco a la ventana.) La locura de tu razón... Teresa mía.

Una luz sobre Teresa y Marcelita. A su lado una maleta de equipaje.

MARCELA: Nunca he viajado a España. ¿Cuánto tiempo nos tardaremos en llegar?

TERESA: Tres semanas, o menos. Estos vapores son más rápidos que las velas. ¿Te gusta la música, Marcelita?

MARCELA: Pues claro, me encanta comer y luego cantar... y bailar.

TERESA: (La abraza.) Pues recuerda, niñita mía... que llevamos la música en el alma... Mucha música. (Se acaricia su vientre.) ¡Toda la música más bella del mundo!

Se escucha la bocina del vapor. Mario y Teresa parece que se miran. La música enamora.

27 de marzo de 2010 Palacete, San Juan, Puerto Rico.

“¿Cómo no amar esos dulces ojos que han vuelto a escribir mi historia?”
“¡Dile que su misión es más importante que yo!”
“Es histeria, pura y simple”.
“Porque hacemos de los hombres lo que nos da la gana ”
“Siento por tu belleza un repulsivo asco ” “¿Cuántas veces maldita monja, hiciste padecer a la mujer…?”
“Porque la libertad de la Patria Puertorriqueña está por encima de todo!”
“Y si la hermana tornera te ve, ¡la matas!”

ROBERTO RAMOS-PEREA

Nació en Mayagüez, Puerto Rico, el 13 de agosto de 1959. Dramaturgo, actor, director de escena, historiador y crítico del teatro y el cine puertorriqueño. Cursó estudios de Dramaturgia y Actuación en el Instituto Nacional de Bellas Artes de México, D.F. y en la Universidad de Puerto Rico. Es Director General del Archivo Nacional de Teatro y Cine del Ateneo Puertorriqueño, Rector del Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo. Fue periodista en los diarios El Reportero, El Vocero, El Mundo , Puerto Rico Ilustrado y la Revista VEA y columnista ocasional de El Nuevo Día y Claridad. Es además analista político en diversos programas de radio.

Ha estrenado más de ochenta obras teatrales en Puerto Rico, y en países como Japón, Estados Unidos, España, la república Checa, Brasil, Cuba, Venezuela, Argentina, México, Chile, Santo Domingo y sus obras han sido traducidas a más de diez idiomas. Ha dirigido un centenar de puestas en escena en Puerto Rico y el exterior y ha sido premiado por instituciones nacionales e internacionales como Casa de las Américas, el PEN Club de Puerto Rico, el Instituto de Literatura Puertorriqueña y el Ateneo Puertorriqueño.

En diciembre de 1992, el Instituto de Coopera-

ción Iberoamericana de Madrid, España le otorgó el Premio Tirso de Molina a su obra Miénteme más. El Premio Tirso de Molina es el más alto premio que se le ofrece a un dramaturgo de habla hispana en el mundo. La obra se estrenó y se publicó en España. En ese mismo certamen, su obra Morir de Noche, quedó entre las seis finalistas escogidas para el premio.

Ha dirigido y escrito las películas puertorriqueñas Callando amores (1996), Revolución en el Infierno (2004), Después de la Muerte (2005), Iraq en mi (2007) y el largometraje documental Tapia: el primer puertorriqueño (2009).

Ha publicado el volumen de cuentos Sangre de niño (1976) y los ensayos Perspectiva de la Nueva Dramaturgia Puertorriqueña (1989), Teatro Puertorriqueño Contemporáneo 1982-2003 (2003), Todo contra Dios (2005), Cine Libre (2009), 4 ensayos jodidos y una obra de teatro (2012) y Contra la Dictadura (2012). Publicaciones Gaviota edita su Teatro Escogido en siete volúmenes.

Trabaja actualmente en el DICCIONARIO DE LA LITERATURA DRAMATICA PUERTORRIQUEÑA DEL SIGLO XIX y en el tratado biográfico TAPIA: EL PRIMER PUERTORRIQUEÑO. Ha escrito además, como historiador teatral, Historia de la Nueva Dramaturgia Puertorriqueña, Obras Encontradas de Celedonio Luis Nebot de Padilla, Obras Completas de Manuel María Sama y Literatura Puertorriqueña Negra del siglo XIX escrita por negros. Actualmente vive en San Juan.

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.