

VIDA DE UN POETA ROMÁNTICO
ROBERTO RAMOS-PEREA
VIDA
DE UN POETA ROMÁNTICO

Editions Le Provincial
San Juan de Puerto Rico
2018
VIDA DE UN POETA ROMÁNTICO de Roberto Ramos-Perea, está completamente protegida bajo la Ley de Derechos de Autor, en Puerto Rico, Estados Unidos y países con relaciones recíprocas. Queda totalmente prohibida su reproducción por medios mecánicos, electrónicos y/ o fotográficos. Los derechos de reproducción, representación profesional, aficionada, estudiantil o universitaria, cine, radio, televisión, vídeo privado, lectura pública, citas más allá de extensión razonable, así como adaptación y traducción a idiomas foráneos, son de absoluta propiedad de su autor y/o su sucesores directos o depositarios autorizados y están sujetos a regalías.
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Ramos-Perea Roberto; Vida de un poeta romántico, San Juan de Puerto Rico: Editions Le Provincial, 2010. 223p.
Primera Edición: 2010
Segunda Edición: 2018.
© Roberto Ramos-Perea 2010
Derechos Reservados conforme a la ley. Registrada en la Biblkoteca del Congreso de EU.
Editions Le Provincial
Instituto Alejandro Tapia y Rivera
Fray Granada 2006
San Juan, PR. 00926.
El extraño caso del doctor Ramos - Perea y Monsieur Bertrand
Vivió poco Louis Bertrand, al que conocemos como Aloysius Bertrand. Treinta y cuatro años, casi día por día, de un abril a ot ro. Fue italiano pronto afrancesado, de la Francia profunda, en la burguiñona Dijon, se hizo todo lo poeta y lo periodista que cuenta esta singular, amplia y riquísima obra de nuestro dramaturgo boricua que tenemos en las manos; y en parte este férvido escritor posee ese carácter romántico que seduce la imaginación y la pesquisa de Roberto Ramos-Perea.
Y digo en parte porque el propio Ramos-Perea ofrece una imagen romántica mayor que la de su admirado modelo y quién sabe si antecesor o antecedente. A fuerza de trabajar en el ideal del yo romántico, Ramos-P erea creo que se parece más a Víctor Hugo que a Aloysius. Quién sabe si en virtud de la transmigración o al guna de esas búsquedas de que las almas sirven consiguió por fin el autor de Gaspard de la Nuit, gracias a Ramos- Perea, igualar a Hugo, el exuberante, generoso, infatigable, prolífico y longevo (es decir, todo lo que él no fue). ¿Será Roberto Ramos el Víctor Hugo del Caribe en el tránsito de los siglos? ¿Habrá logrado así Aloysius alcanzar su ideal del yo?
Las historias paralelas de Vida de un poeta romántico nos traen algunos temas muy queridos de Ramos-Perea: la lucha pol í-
tica, sobre lo que nuestro autor nada tiene que inventar, porque lo vive, lo protagoniza y lo conoce de primera mano; la sut il y dolorosa diferencia entre culpa y responsabilidad; el erotismo como amor y plenitud, o acaso como desvío y como condena; el gozo y el dolor de la creación literaria, que es pasión y que es lo contrario, esto es, técnica; los hijos como garantía de continuación, mas también como amenaza. Pero la memoria del Caribe es breve, como poblada por países jóvenes que no recuerdan ni saben de la memoria del aborigen. Y Ramos-Perea, bilingüe en español e inglés, bucea en la Francia posrevolucionaria, aquella Francia en la que pervive apenas sin disfraces el viejo régimen, pero ahora con resentidos nobles y crueles coronas en perfecto acuerdo. Y encuentra su otro yo en el enfermizo Aloysius. Alguna de sus obras dejan ver ese afrancesamiento. No voy a enumerar o evocar sus obras, para eso están las páginas finales de este bello libro. Pero me permitiré recordar aquella pieza de Ramos-Perea que se desarrolla en una fantasmagórica Francia de finales del siglo XIX, y protagonizada por Vincent Van Gogh y Émile Zola, Mori r de Noche.
Hubo un tiempo en que el concepto de compromiso (de los escritores) tuvo un sentido concreto. Era el apoyo a la potencia que combatía el capitalismo, la URSS. Con el tiempo, se comprendió qué lamentable error habían cometido muchos escrit ores, aunque para entonces el concepto de compromiso se había generalizado. Era el compromiso con tal o cual causa justa. Ramos-Perea pertenece a los escritores que ya han crecido en este segundo sentido del compromiso. Pero en su caso el compromiso es poderoso, es fuerte, es una lucha permanente en un medio muy especial. Ese medio es la Isla y Nación y “estado libre asociado” (lindo eufemismo que un político español trató de copiar para su
nación inventada y sanguinaria) que se llama Puerto Rico, nombre que evoca epopeyas de los siglos XVI y XVII, correrías de piratas iniciadores de la acumulación capitalista, imperialismo español de vieja y lamentable escuela. Ahí ejerce Ramos-Perea su compromiso, ahí, donde el periodista y escritor Mario Casanova, trasunto del periodista y escritor Bert rand.
¿Puerto Rico, medio “especial”?
Visto por los europeos, lo es. Sobre todo, visto por los españoles. El área de Centroamérica y el Caribe sufrió de manera muy dura los efectos de la guerra fría. Lo que para un joven concienciado (¿se dice todavía así?) era una reivindicación sencilla (educación, sanidad, libertades) para los gobiernos de aquellos pequeños estados-nación era sobre todo un servicio a la Unión Soviética. Una traición. Así lo creían los agentes de la CIA, de la DIA, de los gobiernos y ejércitos de cada diminuto país del área. No se trataba de luchar contra unos cuantos jóvenes que pedían mejoras polít icas, sino contra agentes de un imperialismo exterior que se mostraba implacable y eficaz: que vienen los rusos. La revolución cubana y la conversión de sus dirigentes al comunismo a poco de tomar el poder acabaron por trastocarlo todo. Aquello reforzó a los tiranos del Caribe, a familias como los Somoza o los Duvalier. Y obligó a Estados Unidos a alguna que otra invasión preventiva, como la vergonzosa intervención en la República Dominicana en 1965 después de que alguien había asesinado al buen amigo, al queridísimo Trujillo. Pero Puerto Rico, que está en esa área, es algo muy distinto. Primero, es una colonia de Est ados Unidos. Segundo, goza de un relativo régimen de libertades, aunque las libertades políticas están muy limitadas; para un europeo resulta sorprendente que en los años 60 y 70 se utilizaran
en la isla métodos semejantes a los soviéticos: los grupos est udiantiles, deportivos e incluso culturales tenían un “espía” obligatorio (no podías negarte a ser reclutado) que tenía el deber de denunciar a sus compañeros. Al mismo tiempo, Puerto Rico era un país típicamente latinoamericano en cuanto a renta (en general, por encima de los países del istmo, salvo acaso Costa Rica), aunque ajeno a la violencia política de, por ejemplo, el istmo (la maldición de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua). A la larga, se muestra buen estudiante en otra pauta muy del cont inente: la progresiva violencia por delincuencia a medida que avanzan las últimos décadas del siglo.
Puerto Rico, en cierto sentido, está a resguardo. Pero es una col onia, y en las colonias puede haber un régimen mayor o menor de libertades, pero no libertad. Estados Unidos se apoderaron de Puerto Rico más o menos al mismo tiempo que propiciaban el separatismo panameño y trataban de tragarse Cuba. A la gran potencia del norte, la más eficaz, la más rica en todos los sentidos, ejemplo de libertades (y lo escribo sin ironía) siempre le gustó que los demás se fragmentaran, y acaso por eso defendió las libertades oligárquicas de las élites de América Central. A veces, de manera muy humanista, apoya el derecho de autodeterminación de los pueblos y consigue que Europa sea un mosaico de pequeños países después de la primera gran guerra y quede allí ese venenillo, ese germen, la libertad de los pueblos pequeños; pequeños, pequeñez.
Pero Puerto Rico es una joya que no van a entregar así como así. En aquella época, y durante décadas, se pensó que Puerto Rico iba a hablar en inglés en poco tiempo. Era el proyecto con Cuba, que siempre fue una presa ambicionada para la Unión. Qué
duda cabe de que todo esto contribuyó a despertar el nacionalismo de las clases medias tanto en Cuba como en Puerto Rico. En Cuba llevó a la revolución de 1959, que se disfrazó de marxista ante la cerrazón del vecino del norte y buscó ayuda soviética. En Puerto Rico no pudo ser. Acaso no haya que lamentarlo, y pido perdón a mis amigos y en especial al autor de la obra prologada por este atrevimiento, que ni siquiera es una afirmación. Al menos, siguen hablando su idioma. Que es el mío.
Roberto Ramos-Perea pertenece a la generación que vivió los últimos coletazos de la guerra fría. Al “caer el muro”, nuestro autor había cumplido treinta años. Comenzaba su primera madurez como autor también prolífico, también generoso, también infat igable. La metrópoli aflojó las cadenas. Mientras, la Unión Soviética se deshacía. Habían vencido y todavía no habían encontrado los nuevos enemigos a los que aplicar tácticas “vietnamitas”: el terrorismo islámico, el narcotráfico. Curiosamente, esos años coinciden con la caída del último Somoza en Nicaragua, la toma del poder por el Frente Sandinista y los primeros intentos de desestabil ización de este nuevo régimen por parte de Estados Unidos, el Vaticano de Woytila y algunos satélites del Istmo. Todo se agravará en los años 80, con el apoyo a la Contra, apoyo financiado por el negocio del narcotráfico. Al final, todos envenenados por la droga y por el final de la guerra fría. Incluidos por sandinistas, cuyo regreso al poder después de mandatos como los de Violeta Chamorro han traído de vuelta un partido cuando menos irreconocible. Como toda la izquierda latinoamericana, víctima del populismo caudillista. Entre las venas abiertas de América Lati na, Galeano se olvidó de ésa, que ya estaba presente en forma de populismo en Argentina, Brasil y otros países del subcontinente; y que ahora es la nueva vía a ninguna parte de un con-
junto de países que parece negarse a aprender. Como tantos, podría decirse: los europeos no somos los más indicados para señalar a nadie.
La situación de colonia es envilecedora. Las independencias suelen comenzar bien, son cuando menos una puesta en escena, una ceremonia de autoestima. En la situación de colonia (y acaso más en una colonia permisiva con Puerto Rico con respecto a la metrópoli más poderosa del mundo) es posible hacerse la ilusión de que el mañana nos pertenece. Las independencias a menudo producen monstruos: el monstruo de la pobreza, la enfermedad y el crimen masivo de África; el monstruo del islamismo en los países árabes y algún otro, como Irán; el monstruo de los modelos latinoamericanos de los dos últimos siglos: cómo América Latina se dispone a celebrar sus doscientos años de independencia con lo que vino a continuación.
La lucha de Ramos-Perea es legítima y justa. Juega limpio, pero no deja de luchar. Otra cosa es el futuro. Es más sensato conocer el pasado, el inmediato y el lejano. Y la poesía puede servir para comprender el sentido de las acciones y las reacciones: como ese paralelismo entre Mario y Louis.
Vida de un poeta romántico es una obra que he visto crecer, transformarse. Una work in progress , tal vez. Ramos-Perea la cuida, se documenta, la mima y la hace elevarse. El resul tado final tal vez sea el que el lector tiene en sus manos, pero quién sabe…
Conocí a Ramos-Perea cuando el Caribe parecía ponerse al rojo vivo en cuanto a cultura. Aquel año la cubana Dulce María Loynaz recibía el Premio Cervantes; Derek Walcott, de Santa
Lucía, era galardonado por el Premio Nobel; y Roberto RamosPerea obtenía el Premio Tirso de Molina por su obra Miénteme más . Era un dramaturgo ya hecho, ya rodado y con veteranía. Tenía t reinta y cinco años, esa edad que para Dante era el medio del camino de nuestra vida, y aún faltaban algunas de sus obras más importantes y también películas con dirección artística suya como la dolorosa y aún así entrañable Revolución en el infierno, basada en una pieza teatral suya. Ramos-Perea, en plena madurez de sus cincuenta años, tiene aún demasiados proyectos como director, dramaturgo, adaptador, actor incluso. Sospecho que Vida de un poeta romántico quedará como una cúspide importante dentro de su carrera, cuando pueda verse con perspectiva. Lo comprobarán otros. Además, esa obra amplia, rica, ambiciosa, nutrida de política y de cultura, de combate y de arte, es clave para comprender el extraño caso de Roberto y Aloysius.
Santiago Martín Bermúdez Madrid , 2010
VIDA DE UN POETA ROMÁNTICO
toma como parte de su pretexto, algunos hechos conocidos de la vida del dramaturgo, poeta y periodista romántico francés
LOUIS BERTRAND,
(Piamonte, 1807 - París, 1841.)
llamado también “Aloysius”, autor del libro Gaspar de la Nuit (1842) y creador de la poesía en prosa.
Algunos de los versos leídos por los personajes, pertenecen a algunas de sus cartas a Celestine F. y a sus poemas Ondine, Le jeune fille y A une autre vie.
And death shall have no dominion. Dead men naked shall be one with the man in the wind and the west moon.
When their bones are picked clean an the clean bones gone. They shall have stars at elbow and foot. Though they gone mad they shall be save. Though they sink trough sea, they shall ri se again; though lovers be lost, love shall not, and death shall have no dominion.
DYLAN THOMAS
Collected Poems
To serve the interest of the powerful, the media must present a tolerably realistic picture of the world. And professional integrity and honesty sometimes interfere with the overriding mission. The best journalist are, tipically, quite aware of these factors that shape the media product, and seek to use such openings as are provided.
xNOAM CHOMSKY
Soy un alma. Sé muy bien que el que se rinde a la tumba no soy yo. Que mi yo va a otra parte... La cuna tiene un ayer y la tumba un mañana.
VÍCTOR HUGO
xA mis hijos.
PERSONAJES:
GASPARD DE LA NUIT
MARIO CASANOVA, periodista y dramaturgo
LOUIS BERTRAND, periodista y dramaturgo
CELESTINE FAURÉ , actriz
MARIE BENANDRÉ , modista
TERESA INCLÁN, actriz
SARAH, esposa de Mario
LAURENT SEAGLÉS, "pelucón" burgués y editor
ANTONIO FERNÁNDEZ, empresario
VICTOR HUGO
PADRE de Mario
DAVID D'ANGERS, escultor
JAMES DEMONTRY , abogado
RENÉ, Jefe de Redacción
RENDUEL, editor
HENRI, el médico
SOPHY, asistente de Mario
EDMEÉ, hermosa prostituta
MADRE de Celestine
CHARLES BRUGNOT, editor
Periodistas, abogados, guardaespaldas, detectives, prost itutas, borrachos, etc.
VIDA DE UN POETA ROMÁNTICO
Música.
La luz d e la pantalla de un ordenador sobre el rostro de Mario Casanova que es pera por un poco de inspiración.
MARIO: El horror late. (Pausa.) Dios mío... (Pausa.) Primero es una profética incertidumbre que se posa en la frente como el signo de los tiempos. Un temeroso instinto que te dice que algo anda mal. Que al guien ha vuelto a mentir.
La música se en reda en una amable pero vigorosa Polonesa de Chopin, y nos presenta las sombras de Louis y Charles que practican esgrima con filosos floretes. Para ellos es el año de 1828, en el Jardín del Arcabuz en Dijon, Fran cia.
MARIO: Después, el horror impacta y violenta con su entrada teatral. Y como peste bíblica, infecta lo poco que queda de limpio y honesto en nuestra nación. Sí, y el horror cambia su nombre, se llama “poder”, y se abre paso ante el asombro de todos con la sensualidad maravillosa de una serpiente.
Louis y Charles se baten en juego.
Mario parece que los mira. Luego, decidido, comienza a escribir.
MARIO: Vamos... (Escribe, piensa y escribe.) Fuentes muy bien informadas declararon a este reportero que Antonio Fernández, el más acaudalado magnate periodístico de nuestro país y dueño del diario El Nuevo Mu n do, realiza negociaciones ilícitas para la compra de la mayoría de las acciones del centenario periódico El Universal . Si dicha venta se logra, Fernández dominará los dos medios de comunicación escrita más importantes de toda l a nación. Además...
CHARLES: Si pusieras la espada donde pones tu lengua.
LOUIS: Mi espada, mi lengua y mi pluma son una sola. (Lo ataja con destreza. Ríe.)
MARIO: ... dentro de varios días, quedará cerrada la compra de la más importante cadena de televisión nacional. Fernández, según se alega, adquirirá la mayoría de las acciones y la transacción se realizará con compradores anónimos que negocian en nombre de uno de los hombres más ricos, sino el más rico, de todo nuestro continente.
Louis y Charles espadean con intensidad, como si fuera cierto.
MARIO: ¿No es esta acción una burla a las más elementales leyes del monopolio? ¿Dos diarios y una cadena de televisión en manos de un solo individuo? La información que nuestro país necesit a para... ¡existir!; ¿bajo un solo punto de vista? Pocas alternativas: este periódico, irónicamente llamado La Verdad , si acaso, como pedrada de David contra Goliat... contra todo el emporio de comunicaciones que se levanta bajo el nombre de Antonio Fernández.
LOUIS: ¡No te defiende tu silencio! ¿Estás enojado conmigo, Charlie?
MARIO: ¿No es este otro miserable ataque contra nuestra huesuda democracia? ¿Por qué esta ambición de dominio sobre todos los medios de comunicación? ¿Por qué? ¿Para qué?
CHARLES: (Se detiene agitad o.) Bien, dejemos los rodeos, Louis.
LOUIS: ¿Qué te pasa?
CHARLES: Foisset quiere cerrar el periódico. Y dice a los cuatro vientos que es tu cul pa.
LOUIS: ¿Pero qué le pasa a ese mal dito usurero?
CHARLES: ¡Te lo dije tantas veces!
LOUIS: (Muy molesto.) Oh, Charlie, no empecemos con...
CHARLES: Te dije que había cosas de las que mejor...
LOUIS: ¿Entonces para qué? ¿Ah? (Charles hace gesto.) ¿Por qué demonios...?
CHARLES: ¡Es Carlista! ¿Cómo no lo sabías? Todo periódico trae su agenda, Louis. ¿Qué dice en el cabezote del nuestro? ¿Ah? ¿Sabes leer, Louis Bertrand? ¿¡Sabes leer!?
LOUIS: Charlie, Charlie, Charlie...
CHARLES: “Dios y el Rey”. Eso dice. ¿No te fijaste? ¿No entendiste el mensaje de esas dos palabras tan grandotas, así juntitas? ¿Qué culpa tengo yo de eso? É l es quien lo paga, además.
LOUIS: Malditos Carlistas, monárquicos...
CHARLES: Foisset dice que eres un mocoso engreído, que no sabe cómo te dio el puesto...
LOUIS: Fuiste tú quien me lo ofreció.
CHARLES: Y no creas que a mí me trató de rosas, amigo. Y además, se enteró de que somos francmasones.
LOUIS: De seguro nos mandó a espiar.
CHARLES: ¡Y encima de todo sólo tienes 21 años! Diablos, Louis... ¿Crees que Foisett no espulgaba su propio periódico?
LOUIS: No me retracto de nada. Además, la prensa es libre.
CHARLES: Muchacho tonto. Teníamos un periódico literario y tú lo convertiste en político. Ese último art ículo, ¡pura sangre liberal, Louis!
LOUIS: Ya éramos liberales en la literatura y nunca se había quejado. ¿Por qué no serlo también en la pol ítica?
CHARLES: Porque la prensa no es libre, idiota.
LOUIS: Pues nosotros tampoco lo somos, ¡y ya me harté de eso!
CHARLES: ¡Es tu cul pa!
LOUIS: Todo lo que dije es cierto.
CHARLES: Y en estos tiempos, ¿a quién le importa nuestra verdad?
LOUIS: (Intenso.) A los responsables del mañana, Charlie. A esos.
Se ilumina Antonio Fernández, sentado en su escritorio, leyendo el periódico. Junto a él, su abogado.
FERNANDEZ: ¿Quién es este cretino?
ABOGADO: Un periodista de segunda.
FERNANDEZ: Eso ya lo veo. ¿Quién es?
ABOGADO: También trabaja en el teatro. Es dramaturgo, escribe obras y esas cosas.
FERNÁNDEZ: Periodista y dramaturgo... ¿quién puede ser dos cosas a la vez?
LOUIS: Literatura y política, Charlie. Es el latir de los tiempos nuevos. Ficción, realidad, ¿dónde empieza una, dónde la otra, dónde se encuentran, dónde terminan? ¿Quién lo sabe?
FERNÁNDEZ: Es el signo de los tiempos. ¡Todo se mezcla!
MARIO: Nadie en el país parece haberse dado cuenta del peligro que esto supone. Sobre todo porque Antonio Fernández es el más generoso contribuyente del partido político que nos gobierna. Periodismo y política, dónde empieza uno u otro, dónde terminan, dónde se encuentran...
LOUIS: Los periodistas son la voz del pueblo.
CHARLES: La prensa robó la voz del puebl o, la cambió, la manipuló, la utilizó para su interés, ¿de qué nos quejamos? Lo hicimos nosotros también. El pueblo ya no tiene voz, Louis.
LOUIS: Pero nos tiene a nosotros. Somos poetas.
ABOGADO: Una obra suya estrena en el Teatro de Bellas Artes.
FERNÁN DEZ: ¿Por qué escribe así... contra mí? ¿Qué le hice yo? ¿Es que no le pedí permiso para existir?
ABOGADO: Bah. Tiene historial de izquierdas. S ocialista, greñudo, intelectual de café...
FERNÁNDEZ: ¿Cómo sabe todo esto?
ABOGADO: ¿Lo sabe o lo inventa?
FERNÁNDEZ: No lo inventa, maldición. ¡Lo acaba de publicar!
ABOGADO: Como una suposición.
FERNÁNDEZ: Suficiente para mí.
ABOGADO: E s un periodicucho. Nadie lee eso y el que lo lea, no lo creerá.
MARIO: ¿Quién sino la minoría intelectual puede levantar una voz de alerta? Periodistas, escritores, dramaturgos... ¡Todos los que estamos comprometidos! ¿Pero dónde está esa minoría? ¿No está comprada también?
CHARLES: La verdadera revolución era la poesía, Louis. ¡La poesía! Ahora ya no llegamos a fin de mes. Foisset... (Le da con tristeza en el florete.) Es tu cul pa.
LOUIS: (Le riposta agresivo al florete.)
¡Maldita sea Charlie, no es justo! Estamos en la cima. Somos el más importante periódico de toda la Borgoña, ¡de toda la provincia! Lo dicen Chateubriand, Víct or Hugo, Nodier... ¡Foisset es un mediocre, un imbécil inmenso!
CHARLES: Ese imbécil inmenso tiene muchos amigos en D ijon. Es un hombre de fiar. Y esto sin contar los amigos de la Academia y de la Corte, ¿ah?
LOUIS: Es un idiota. Un monárquico idiota.
FERNÁNDEZ: ¿Sabes lo que es una suposición? Es la semilla de la duda. Supón al go y el mundo que conoces ya no es el mismo. Se intercambia el lugar de la realidad y le abres la puerta al juego de l o imposible. Eso te hace entender las cosas de otro modo. Te da una posibilidad. (El periód ico.) Esto es posible.
ABOGADO: (Algo estúpido.) Pero... es que lo es, ¿no?
FERNÁNDEZ: ¿Te parece que yo tenga tanto dinero? Dos diarios, una cadena de televisión...¿Qué haría yo con tanto poder? ¿Para qué lo querría? No. Esto no es posible. ¿Verdad que no?
ABOGADO: “Supongo” que no. (Ríen.)
LOUIS: ¡No es posible!
CHARLES: Sí. Est amos sin trabajo y con familia. Te lo advertí.
LOUIS: No es posible tanta estupidez desatada por el mundo. (Aparece Gaspard. Es alto, de larguísimo cabello negro y barba corta. Oscura indumentaria y sombrero. Raído y triste como un cuervo viejo.)
GASPARD: Louis Bertrand. Quisiera hablar cont igo, por favor.
CHARLES: Te busca ese pobre.
LOUIS: (Secándose el sudor y balanceando el florete.) ¿Quién eres tú?
GASPARD: Un poeta que quiere hacerte un regalo.
LOUIS: Charlie, no te vayas. (Charles s ale.)
GASPARD: Tú también eres poeta.
LOUIS: Si ser poeta es haber buscado el arte.
GASPARD: (Muy interesado.) ¿Y lo encontraste?
LOUIS: Ojalá y el arte no fuera una quimera.
GASPARD: El arte, Bertrand, es la piedra filosofal del siglo XIX.
LOUIS: El arte, la política...
GASPARD: (Intenso.) ¡El arte! (Pau sa.)
Política es poder. Arte es corazón. Las fuerzas del espíritu son...
LOUIS: (Interrumpiéndolo.) Y la piedra filosofal del próximo siglo, ¿cuál será? ¿Ah?
GASPARD: (Con aire de hondo misterio.) Te tocará a ti averiguarlo.
LOUIS: ¿A mí? No llego ni a la mitad de éste.
GASPARD: Tal vez, tal vez no. (Pausa.)
El amor es eterno y el odio también.
LOUIS: No hay mal que dure cien años.
GASPARD: Mmm. Te sorprenderías. (Le entrega unos documen tos.) Quiero entregarte estos versos... no son... no están completos. Son sólo sugerencias, versos sueltos, “not icias” que te despertarán cosas en ti Son... de un nuevo género de poesía que tú...
LOUIS: ¿Yo qué?
GASPARD: (Sonríe triste.) ...que tú deberás completar con... con tu gran talento. ¡Ah! ¡Qué privilegio te dio la vida, muchacho! Ser poeta.
LOUIS: ¿Y quién inspiró estas notas?
GASPARD: Una hermosa mujer... hoy convertida en ángel.
LOUIS: ¿A ti también te pasó? Jum. Creo que a todos se nos muere un ángel alguna vez. (Louis lee los pap eles.)
GASPARD: Es una ex traña alquimia de forma y contenido, de armonía y color, pero son fragmentos, ilusiones, ideas... perdona que... que mis palabras sean así, fragment adas... demasiado... intencionadas...
estoy, tú sabrás... “ilusionado”. (Desaparece sin Lou is verlo.)
LOUIS: (Solo.) ¿Y cuál es tu nombre, amigo? Ah, aquí está. Gaspard de la Noche. Sugestivo. Y dime... (Se voltea.) ¡Amigo! ¡Poeta! ( Pausa.)
¡Charlie!
CHARLES: (Vestido ya.) Lo vi por allá. ¿Quién era? ¿Qué quería?
LOUIS: Darme estas notas. Se llama... (Lee.) Gaspard de la Noche. (Charles ríe.) ¿Qué fue?
CHARLES: Vete a la mierda.
LOUIS: ¿Lo conoces?
CHARLES: ¿Quién no?
LOUIS: Yo no. Música.
CHARLES: De niño así le decían: “Gaspard de la Nuit”.
LOUIS: ¿A quién?
CHARLES: Al Diablo, Louis. A Satán. (Ríe.)
LOUIS: (Mira los pap eles.) ¿Satán? Satán tiene pezuñas, no puede escribir. ¿Y si fuera Dios? Bah. Tonterías tuyas. Le haré algunas correcciones. Se los publicaré.
CHARLES: ¿Dónde? Si ya no tenemos periódico. Por tu culpa.
MARIO: Estamos en espera de documentos, “noticias”, informes sobre estas negociaciones ilegales, para ofrecerlas al público. En ello va nuestro más cerrado compromiso.
Música que con tinúa. Louis y Charles bajo muy tenue luz. Sentados, miran juntos.
LOUIS: Entonces me voy a París.
CHARLES: No conoces a nadie allí. Te daré el nombre de un amigo.
LOUIS: Qué mejor carta de presentación que las felicitaciones de Hugo.
CHARLES: El niño terrible te da su bendición. Ahora eres uno de sus “románt icos”.
LOUIS: Tú también lo eres.
CHARLES: De medio a medio y sin remedio.
LOUIS: Charlie, ¿qué demonios hago en esta villa donde el progreso se quedó en la puerta?
CHARLES: Me dejas, me abandonas.
LOUIS: Tienes una imprenta, tienes una maravillosa mujer y dos hijas muy hermosas. Vivirás.
CHARLES: ¿Y tú, ah? Aquí dejas a tu madre y a tu hermana. No sé cómo eso no te hace sentirte culpable. Pero eres joven. Por eso la culpa no te visit a. Eres muy joven
y tienes la mala costumbre de abandonar cosas, de dejarlo todo liado y huir. (Silen cio.) A veces pienso que no eres un buen hombre, Louis.
LOUIS: Soy joven y soy francés.
CHARLES: Italiano. Piamonte es Italia. Tu madre es italiana.
LOUIS: Soy francés, Charlie. Mi padre fue Capitán en los ejércitos de Napoleón. Y uno es de la patria de su padre. Soy francés y a mucha honra.
CHARLES: Te extrañaré mucho, amigo.
LOUIS: Y yo también, Charlie. Yo también.
AMBOS: (Luego de una breve pausa. Se miran.) ¡Gaspard de la Noche! ¡Uuu!
MARIO: Finalmente le vemos. Es poder y horror en un mismo rostro. Entonces uno decide ir tras él; atajarle, quitarle de en medio la comida, complicarlo antes de que él acabe con todos. Ir tras el maldito poder con la íntima seguridad de que toda causa tiene su efecto. Somos el efecto.
Noviembre de 1828. París. Una campanita en la puerta. Louis entra con un baúl negro, un bastón de p aseo largo, abrigo serio y una nota en la mano.
VOZ DE MARIE: Ya salgo. (Voces de mujeres .)
Louis pone el baúl en el suelo, se quita el abrigo, etc. Entra Celestine; alta, muy hermosa y de pelo castaño, luciendo un radiante traje nu evo. La sigue su Madre.
CELESTINE: Mamá, tú no sabes nada de modas. Mademoiselle Benandré es una de las mejores modistas de París. ¿Cómo le regateas su dinero? ¡Esto es una maravilla!
MADRE: ¿Pero te crees que una vive para andar derrochando? ¡Es carísimo, niña!
CELESTINE: ¡Es bello! Impresionaré a Monsieur Harel. (Al ver a Louis.)
Disculpe Monsieur.
LOUIS: Espero por Madame Benandré.
MARIE: (Que lo estaba observando, corrige.) Mademoiselle Marie Benandré. ¿Es usted Monsieur Bertrand?
LOUIS: (Besando su mano.) Louis Bertrand, de Dijon. Soy el escritor de quien Charles Brugnot le envió una nota.
MARIE: Monsieur Charles Brugnot es un gran amigo de mi padre. (Pausa.) Lo esperaba hace dos días. Tardó usted mucho.
Se ilumina Mario, que se prepara para salir. Sarah tras él.
SARAH: ¿No vas a comer?
MARIO: Tengo ensayo.
SARAH: Estuve toda la tarde cocinándote. Tu hijo sólo ve tu sombra desde hace días.
MARIO: Sarah, tengo mucho trabajo, estoy en medio de una historia muy importante y además creo que estas cosas ya están bastante claras entre tú y yo, por lo que tu exigencia me parece excesiva.
SARAH: Tienes familia, Mario.
MARIO: Tenemos un hijo. Es diferente.
SARAH: Para mí las cosas no están claras.
MARIO: Ya no somos esposos, entiéndelo. No lo somos desde hace varios meses. No dormimos juntos ni hacemos cosas juntos. ¿Te parece eso poco claro?
SARAH: ¿Y por qué no te acabas de largar de esta casa?
MARIO: Lo haré, pero no todavía. El niño es muy pequeño y me necesita.
SARAH: Pero si ni siquiera te ve.
MARIO: Pero sabe muy bien que siempre estoy y que siempre estaré. Eso es algo que tú no puedes decir. Tu depresión te mant iene muy ocupada.
SARAH: Yo también te necesito.
MARIO: Sarah...
SARAH: Tal vez sea mejor que me vuelva indiferente.
MARIO: Sí, tal vez. Así dolería menos.
SARAH: Ya no quieres a nadie.
MARIO: Habría que redefinir qué es eso de “querer”. Hay que redefinir tantas cosas.
SARAH: Claro, por eso te refugias en el teatro, porque allí nadie se define. Allí te quieren con toda tu confusión y tu indiferencia. Allí te alaban, puedes gritar, ser egoísta, ofender impunemente y tener todas las mujeres que te dé la gana.
MARIO: Me voy. Esto empieza repetirse.
SARAH: Te esperaré despierta.
MARIO: Puede ser que no regrese hoy.
SARAH: En algún momento volverás y hablaremos.
MARIO: ¿Ot ra vez ?
SARAH: ¡Estoy harta!
MARIO: (Muy suave.) Yo también. Cuida a mi hijo. (Sale.)
CELES TINE: Dígame, Monsieur Bertrand, ¿qué le parece esta joya del vestido?
LOUIS: Muy apropiado.
MADRE: No sé para qué todavía.
CELESTINE: Muy apropiado para mí. Ya lo dice Monsieur Bertrand que es escritor. Es apropiado para una gran actriz. Soy actriz, Monsieur Bertrand. (A Marie, intensa.) ¡Soy la actriz!
MARIE: Discúlpeme un segundo, Monsieur. (Louis asiente.) Tiene usted una linda cintura, Mademoiselle; y el traje le entalla muy hermoso.
MADRE: ¡Está gordísima!
MARIE: ... si su madre puede pagarlo.
MADRE: No sé.
CELESTINE: ¡Mamá!
MADRE: (Para que sólo Celestine pueda oírla.) Sólo nos queda lo que nos dio Henri.
CELESTINE: ¡Cáll ate!
MADRE: (A Marie.) La verdad es que aún no hemos visto a Monsieur Harel, el del Teatro de la Puerta de San Martín. Nos ha llamado con carácter de urgencia. No sé qué talento ve en esta niña.
CELESTINE: Soy una gran actriz. (Louis la mira sonreído y algo divertido con ella.)
MARIE: Conozco a Monsieur Harel. He realizado varios vestuarios para sus obras.
MADRE: Le ha ofrecido un papel en la opereta que abre el mes próximo.
CELESTINE: (A Lou is.) ¿Le gustaría oírme cantar? (Comienza a cantarle, con voz melodiosa y muy tierna, una suave redond i lla francesa.)
MARIE: (A la Madre.) Mi ropa luce muy bien en ella. Yo podría usar a la hermosa Celestine para que modele vestidos a mis clientes, de esa manera...
CELESTINE: (Que dejó de cantarle, pero no de mirarle intens amente.) Tiene usted unos ojos muy tristes, Monsieur. ¿Al guna pena muy honda? ¿Algún amor maldito?
MARIE: Disculpe, Monsieur Bertrand.
LOUIS: Sé que es un mal momento, disculpe usted.
MADRE: La vida está llena de malos momentos. ¡Qué remedio! Siempre termino por compl acerla aunque me fastidie. Esta niña y yo estamos atadas en todo, hasta en la intolerancia. ¡Y después se queja, si usted la oyera!
MARIE: Discúlpeme ahora usted, no quiero que Monsieur Bertrand impaciente.
LOUIS: De ninguna manera.
MARIE: (A Lou is.) Esta es la llave. El precio es el acordado. Me pagará usted a mi o a mi padre que viene de provincia cada dos semanas a t raerme telas. Le gustará el lugar. Desde la ventana se ve la Cat edral de Notre Dame en todo su esplendor. Además es perfecto para escribir, le gustará, estoy segura. Suba, la escalera está de este lado.
LOUIS: Muchas gracias. Ha sido usted muy amable.
MARIE: Vuelva cuando guste y tomaremos un té que me han traído de la Arabia. Le invito.
LOUIS: Y acepto gustosamente. Hasta luego.
CELESTINE: (Atajándole.) Monsieur Bertrand, ¿escribe usted para el teatro?
LOUIS: Sí.
CELESTINE: ¿Y ha estrenado en París?
LOUIS: Bueno, todavía no, pero a eso he venido.
CELEST INE: ¿Conoce a Víctor Hugo?
LOUIS: Sí. Somos amigos.
CELESTINE: (Le da una tarjeta.) E sta es nuestra dirección. Dígnese visitarnos. Celestine Fauré a sus órdenes. Ella... es mi madre.
MADRE: Encantada, Monsieur, lo que diga ella.
CELESTINE: Y yo soy actriz, no lo olvide.
LOUIS: (No.) Lo ha dicho usted varias veces, ¿cómo olvidarlo? Buenas tardes, Celestine, fue un gran placer. (Le besa la mano que ella ha extendido muy a propósito. Miradas hondas.) Buenas tardes.
CELEST INE: ¡Celestine Fauré! ¡Actriz!
Camerino de Teresa Inclán.
Teresa, rubia, de hermoso rostro clásico, se peina ante el esp ejo. Mario la observa con algo de fascinación.
TERESA: Ser actriz es un papelón. Tu obra es excelente, pero este productor es un mediocre. Ay, me duele todo; mataría por un masaje. (Mario trata de darle uno en el cuello, p ero luego la besa muy desp acio allí.) ¿Qué haces?
MARIO: Te amo, te amo, te amo.
TERESA: Ya lo sé, no lo repitas tanto.
MARIO: (Se aleja.) Perdone usted.
T
ERESA: Parece que no fuera cierto. Jamás conocí a un hombre que dijera tantas veces “te amo” como tú.
MARIO: Porque tal vez ninguno te amó.
TERESA: Te equivocas, querido. Todos los hombres de mi vida me han amado con locura.
MARIO: Eso explica por qué estabas tan sola y deprimida cuando te conocí.
TERESA: A veces es inevitable tener a un hombre cerca, pero no creas que me complace mucho. Ay, mi pecho. Me va a reventar el corazón. Es tu culpa. Tú y tus malditos celos me ponen el centro del pecho como una bomba.
MARIO: No estoy celoso.
TERESA: Quien cela no ama.
MARIO: Quien pone los cuernos tampoco.
TERESA: Eres tú quien me los pone a mí. ¡No me hagas hablar!
MARIO: El jueguito empieza a ponerse frívolo.
TERESA: Pues no repitas tanto el “te amo”. Aburre.
MARIO: Es una afirmación. Sólo amando sé quién soy.
TERESA: Palabras de escritor, no valen nada.
MARIO: Tanto como las de una actriz.
Vestíbulo del Teatro de la Puerta de San Martín, en París. Diciembre de 1828. Luz de v i trales.
Celestine y su madre esperan sentadas. La Madre cabecea dormida. Celestine con una p equeña maleta de flores sobre los muslos, mira al vacío. Lleva un gracioso sombrerito de ala corta con flores. Parece que lloviera a cántaros y se escuchan algunos truenos lejanos. Louis llega con s u capa negra, algo mojado. Se la quita, la sacude. Algunas goti tas de agua caen en el rostro de Celestine provocándole un cándida sonrisita. Louis se sien ta junto a ella.
CELESTINE: Creí que nunca llegarías.
LOUIS: Parece que Harel me verá primero.
CELEST INE: Es muy temprano aún. No ha llegado.
LOUIS: (Mira a la Madre.) ¡Cómo duerme! (Ríe.)
CELESTINE: Hemos tenido una pelea terrible por ti.
LOUIS: ¿Otra vez?
CELESTINE: Que si no tienes fut uro, que no tienes dinero. ¿Por qué las
mujeres siempre tenemos que buscar hombres con futuro?
LOUIS: ¿Y si el presente fuese mejor que el futuro?
CELESTINE: Encontrar un buen hombre sería entonces una gran alegría.
LOUIS: El futuro no existe, Celest ine. Sólo hoy, sólo ahora.
CELESTINE: (Sonríe.) ¡Claro, mi Louis! Y yo estoy tan feliz de haberte encontrado.
LOUIS: Y o soy tan feliz, que casi dejo de ser yo. (S i lencio. No se miran, no se tocan.)
CELESTINE: ¿Cómo se llama tu obra de teatro?
LOUIS: Es una historia sobre una pensión de señoritas.
CELESTINE: De seguro habrá papel para mí. Monsieur Harel quedó encantado con mi trabajo en la opereta. Hoy me dará un contrato para la próxima temporada. Y en tu obra, de seguro...
LOUIS: Primero tiene que aceptarla, mi cielo. (Pausa.) Le he enviado otra sobre un personaje de Walter Scott. Me apasiona Scott.
CELESTINE: ¿Es amigo tuyo?
MARIO: Sólo amando sé quién soy.
TERESA: No entiendo.
MARIO: Es muy profundo.
TERESA: Y encima me dices bruta.
MARIO: Tu indiferencia es muy teatral.
TERESA: Ay, mira, no estoy de ánimos.
MARIO: Tus ánimos son siempre más importantes que tú.
TERESA: Disfruta tus “te amo” tú. Dítelo a ti mismo.
MARIO: ¿Por qué tengo que guardarme mi amor?
TERESA: Porque aburre mucho.
MARIO: Es que eres demasiado buena para él.
TERESA: Soy demasiado buena para muchas cosas.
MARIO: No creo, estás llegando a los cuarenta.
TERESA: Tenemos una manera muy intensa de humillarnos.
MARIO: Sí, debe ser que mi amor es demasiado bueno para tí.
TERESA: ¡Maldito prepotente! No sé por qué sigo contigo.
MARIO: Es tu síndrome premenstrual; dura todo el mes.
TERESA: Escríbeme una maldita obra que nos haga ricos.
CELESTINE: ¿Me amas, Louis? ¿Me amas como te amo yo?
LOUIS: Nos hemos visto tan poco.
CELESTINE: Lo suficiente para habernos reconocido. (Silen cio.) Te había visto antes, Louis.
LOUIS: ¿Dónde?
CELESTINE: En mis sueños. (Largo s ilencio.) Creo que te amo demasiado y no sé cómo decírtelo sin que suene infantil. Y si sonase
como una niña... ¿no sería esa la forma más pura del amor?
LOUIS: Eres actriz. Puedes decir cosas que no sientes. Puedes mentir y que te crean y puedes decir la verdad y que no te crean. (Silencio.) Eres actriz y yo dramaturgo. Estamos en el vestíbulo de uno de los teatros más importantes de París y un gran empresario está por llegar. No es un mal comienzo para una rápida carrera. ¿Para eso me quieres, Celestine? ¿Para que escriba para ti?
CELESTINE: (Sin aludirse.) Se lo escuché a una gitana hace algún tiempo. El espíritu es el mismo. Sólo cambiamos de cuerpos. (Sonríe.) Qué gracioso. ¿Te imaginas que fuera cierto, Louis? ¿Dónde nos conocimos antes? ¿En Italia? ¿En América? ¿En España? (Pausa.) Dime, Louis; ¿te han amado así, como el fuego, al guna vez?
LOUIS: Sí, una vez. Pero ese mismo fuego me la fue devorando.
CELESTINE: Si yo pudiera amar así. Lanzarme toda, con tal confianza, como si el amado fuese un mar
de fuego muy t ibio. ¿Amaste así, Louis?
LOUIS: Sí.
CELESTINE: ¿Podrías hacerlo de nuevo conmigo?
LOUIS: Me harás daño, Celestine. Yo también sé lo que es el fuego. (Pausa.) Yo también sé... (Pausa.) Lo sé. (Silencio.) Tengo ganas de llorar.
CELEST INE: (Silencio.) Está lloviendo.
LOUIS: Debe ser por mi pena.
TERESA: Tu cinismo me enferma.
MARIO: Voy a cumplir cuarenta, chiquita; t odavía tengo derecho a ser cínico. Además, ¿cómo voy a enfrentar el absurdo de nuestras vidas... el absurdo de todo lo que está pasando en el mundo, si no fuera con una buena dosis de cinismo del más inhumano?
TERESA: Ya, cuánto aburres.
MARIO: Si al menos tu amor fuera más simple.
TERESA: Hay demasiada miseria para ser sencill a y simple.
MARIO: ¿No será la falta de sencillez y de simpleza la razón de toda esta miseria?
TERESA: Te amo. ¿Así de sencillo lo quieres? ¿No te agobia esa sencillez tan aplastante? Te amo. ¡Qué simple! Repítelo mucho y verás que pierde el sentido.
MARIO: Me amas, pero no tanto.
TERESA: No. No tanto.
Celestine y Lou is bajo el sonido de la lluvia, es condidos tras los vitrales de la puerta del teatro cuyas luces de colores caen sobre ellos, se acarician y se besan con audaz tormento. Las manos y los cuerpos se recon ocen, como si fueran lugares ya vis itados. La Madre duerme.
TERESA: Estoy luchando con algunas cosas. Dolores muy hondos, ¡cosas que no son tan simples, maldita sea! Y también cosas de t i que a veces, no sé, las resisto y no puedo comprender por qué.
MARIO: Las resistes de t i misma, y soy yo quien pago.
TERESA: Es un miedo muy de adentro, como un miedo antiguo. Cosas que no son t uyas ni mías pero que nos separan y a la misma vez nos unen. No me entiendes.
MARIO: Sí. Perfectamente.
TERESA: Este momento de la vida es como una tormenta que pasa. Arrasa todo en un desastre horrendo, pero luego deja el aire limpio. (Pausa.) Y ese aire limpio eres tú. (Silencio.) ¿Seré yo mi propia tormenta?
Louis se deja ir por su arrebato y se lanza a los pechos de Celestine con algo de furia enamorada, ella se d eja ir con gran placer.
TERESA: (Continúa su maquillaje.) Pero tú, tú no tienes miedo. Eres intenso, romántico, inconforme y hasta cruel. Típico de los Leo, así que ni siquiera tu zodíaco te favorece. Y yo
soy una maldita sagit ariana que en lo único que me puedo divertir es en mi propio miedo. Pero te aseguro que cuando me lo propongo soy muy terca, muy simple y muy leal.
MARIO: ¿Y por qué no te lo propones?
TERESA: Porque tengo miedo, ya te dije.
MARIO: ¿Miedo a qué?
TERESA: (Pausa.) No lo sé. (Pausa.) Y encima tenemos toda la vida por delante.
MARIO: ¿La tenemos, Teresa?
En el fragor de los cuerpos, el codo de Celestine hace que uno de los p equeños vitrales de la puerta se rompa. La Madre se des pierta.
MADRE: Celestine, hija.
CELESTINE: Aquí voy, mamá. (Louis y Celestine ríen bajito en complicidad.)
MADRE: ¿Oíste eso? Este teatro se cayendo en pedazos. ¿Y es aquí donde tú quieres trabajar, niña tonta? ¡Jesús! ¡Qué barbaridad!
Al camerino de Teresa llega Gaspard.
GASPARD: Mario Casanova.
MARIO: Oye, los camerinos tienen puertas. Ayuda un poco si las tocas antes de entrar.
GASPARD: Disculpa. Quisiera hablarte... de Antonio Fernández.
MARIO: ¿Y quién eres tú para que ese asunto te importe?
TERESA: ¿Podrían hablar afuera? Tengo ensayo de vestuario en 15 minutos y aún no me he bañado.
GASPARD: (Sale con Mario.) A ti te importa mucho y eso es suficiente para mí. Estás... arriesgando tu credibilidad.
MARIO: ¿Por qué dices eso?
GASPARD: Tu arrojo no sirve para nada si no tienes pruebas.
MARIO: Escucha...
GASPARD: No. Escucha tú. ¿Cómo piensas fundamentar todo lo que estás suponiendo?
MARIO: Estoy muy seguro de todo. Tengo informantes, fuentes muy...
GASPARD: Sólo tienes el chisme, la mala fe y el rencor de algunos miserables enemigos de Fernández. Pero no tienes documentos. Documentos que prueben, fuera de toda duda, que Fernández “monopolizará”... todos los medios de comunicación de este país con propósitos... no sé... (Son ríe.) ¿“egoístas”?
MARIO: Me interesa mucho lo que tengas que contarme.
GASPARD: ¿Con quién estoy hablando ahora? ¿Con el dramaturgo o con el periodista?
MARIO: Con los dos. Es una época que ha perdido los límites: la ficción y la realidad, el arte y el dato. ¿Qué importa? Estás hablando con un hombre que tiene una sed insaciable de saber cosas, aunque no sepa para qué va a usarlas.
GASPARD: (Sonríe.) Entonces hablaré... con el periodista.
MARIO: (Sonríe.) Si ser periodista es haber buscado la verdad...
GASPARD: ¿Y la encontraste?
MARIO: Ojalá y el periodismo, la prensa libre, no fuera una quimera.
GASPARD: Las comunicaciones, Casanova, son la piedra filosofal del siglo XXI. La gente ya no expresa “la verdad” a través
del arte sino a través de la informática, de la prensa. Al parecer es el único lugar que queda para que la verdad de uno sea la de todos. La prensa, con su magna difusión. La tinta tiene el extraño poder de hacer que todo el mundo crea, vamos, ¡que crea en cualquier cosa!, tú me entiendes, muchacho. Y a veces, “la verdad” se vuelve accesoria. Lo que importa es quien la dice, la certeza de la prensa, “la verdad” de la prensa. La ilusión de la “verdad”; la intención. ¿Me sigues? ¿Estamos pensando juntos, Casanova?
MARIO: (Ido con él.) Estamos viviendo tiempos muy...
AMBOS: “Dramáticos”.
GASPARD: Como diría el más grande poeta francés.
MARIO: ¿Te gusta Víctor Hugo?
GASPARD: ¿Y a ti?
MARIO: Es mi pasión desde niño. Ahora dime ¿qué quieres?
GASPARD: (Í ntimo.) Entregarte estos documentos. No preguntes dónde los obtuve, por favor; no son falsos. Tienen ciert a significación... son… señales de lo que puede ocurrir. Son meros documentos de negocios, ¡pero en ellos está el signo de los tiempos! T oma. Son las “noticias” que esperabas... informes con al gunas pinceladas de profunda certeza que tu país debe... conocer, por aquello de que la verdad no sea una sola. (Con misteriosa intimidad.) Porque tu país Casanova, es todos los países. (Sonríe.)
MARIO: Tu voz, tu acento... me suena conocido.
GASPARD: La vida no se detiene, ni la muerte, si es que existe, t ampoco. Si acaso se fragmenta... se dilata... disculpa que todo esto sea tan ilusorio, tan... fantástico. Anda, Casanova, léelos despacio. Si puedes leerlos sin apasionarte, hallarás en ellos cosas... “eternas”... es que ya ves, amigo, tú
y yo somos... quiero decir, estamos unidos desde hace mucho tiempo... (Desaparece mientras Mario mira los pap eles.)
MARIO: Oye, ¿cuál es tu nombre? (Se voltea, nadie.)
TERESA: (Entra con el traje que modelaba Celes tine.) ¡Qué cortés! Ha ido al camerino a despedirse de mí y me ha besado la mano con una extraña dulzura que...
MARIO: No me dijo quién era.
TERESA: Dijo que su nombre era Gaspard.
MARIO: Gaspard.
TERESA: ¿Cómo me veo? Dime una mentira piadosa.
MARIO: ¿Ah?
TERESA: Me veo horrible en este traje. ¿Por qué no escribiste una obra con vestuario moderno?
MARIO: ¿No te gusta el “glamour” de la hist oria?
TERESA: No. (Caricia traviesa.) Te amo, idiota. (Sale.)
Música.
Mario, con los papeles en mano, camina hasta el ordenador. Se sienta.
MARIO: Vamos, deditos. (Escribe.) Es simple. Controlar los medios de comunicación es controlar el poder. Esto no es nuevo. Pero se viste con traje recién hecho. Controlar la prensa es tener la prerrogativa de escoger a quién se sirve. Además, hay la oportunidad de la mentira impune. Cuando se tiene el poder de la prensa es fácil mentir. Así la nación queda tranquila. La prensa le escoge al pueblo sus héroes y sus salvadores y hace de mequetrefes, iluminados. Se le ofrece al país un mundo amable, manso, donde todo está en calma bajo el cont rol de las sabias y sólidas instituciones que lo dirigen. La nación acepta sin pregun-
tas, la paz fabricada. (Pausa. Para sí.) Gracias Gaspard. Vamos deditos, vamos.
Se ilumina la Oficina de Antonio Fernán dez.
Fernández lee el periódico, junto a él, el abogado de mangas arrolladas y corbata suelta.
MARIO: La pregunta se cae como fruta madura. Si la prensa es controlada por estos mercenarios, ¿dónde demonios escribimos la verdad? No nuestra verdad igualmente mezquina e interesada, sino “la verdad”. ¿Dónde? ¿Cómo puede nuestra nación saber lo que pasa en sus calles, en sus barrios, en sus cárceles? ¿Cómo podemos saber los avances del crimen y la corrupción que gobierna, de la droga que aniquila nuestra juventud, del asesinato y el ostracismo que silencia al disidente... ¿dónde? .. si la prensa es... (Borra y recomienza.) Si somos… una voz de pronto equivocada, como un poema sin pasión.
FERNÁNDEZ: Este chico está empeñado en caerme mal.
ABOGADO: Pura retórica, no le hagas caso.
FERNÁNDEZ: Esto no es un asunto retórico. Este pendejo acaba de publicar el contrato de compraventa de El Universal. ¿Cómo esto es posible?
ABOGADO: Lo sé, es absurdo. Lo estoy investigando, sólo hay dos copias.
FERNÁNDEZ: ¿Y qué dijo el Ministerio de Hacienda?
ABOGADO: No hay probl ema, son de los nuestros.
FERNÁNDEZ: ¿Y el Senado?
ABOGADO: Todo tranquilo.
FERNÁNDEZ: ¿Y el Ministro de Justicia?
ABOGADO: Ni preguntes, te besarían los pies. Son rumores...
FERNÁNDEZ: Lo rumores se investigan.
ABOGADO: Ya te dije que el monopolio…
FERNÁNDEZ: La intención de hacerlo se investiga.
ABOGADO: La ley es ambigua.
FERNÁNDEZ: ¿Es ilegal?
ABOGADO: Bueno...
FERNÁNDEZ: ¿Lo es?
ABOGADO: Sí. Pero cuando se dé la compra, invocaremos algunos artículos constitucionales. En lo que el proceso se resuelve ya habremos encontrado algunos socios menos...
FERNÁNDEZ: ¡La Constitución!
ABOGADO: Hay flexibilidad, de veras. Y si no se dobla, la doblamos. Puedes comprar todos los periódicos que te dé la gana. Hasta ese, si quieres. Si algo quieren esos socialistas trasnochados es vender a buen precio sus ideales. ¡Es un nuevo siglo, Antonio, hasta el idealismo tiene precio, t odo se compra... y lo bueno es que a nadie le importa!
MARIO: ¿Y cuál es el interés real? Si el magnate Antonio Fernández es uno de los más altos contribuyentes del partido en el poder, ¿no es este absoluto control de los medios una manera de favorecerlo más? Hay un virus aquí. Una intención bastarda y no sabemos cuál es. Por lo pronto, aquí publicamos nuestras pruebas.
FERNÁNDEZ: Todo el mundo está conectado a nosotros de alguna manera.
ABOGADO: Así son las familias.
FERNÁNDEZ: Bueno, si todo el mundo está de mi lado, ¿por qué me preocupo tanto? (El abogado sonríe.) Porque me estoy
preocupando, sabes. Es un golpecito hondo y sól ido, aquí. Muy adentro que no entiendo.
ABOGADO: Es su arrogancia lo que te asusta.
FERNÁNDEZ: Es su juventud tan llena de estupidez. (Pausa.) Soy dueño de los dos periódicos más importantes de la nación, tengo una cadena de televisión, ¿Con cuántas repetidoras?
ABOGADO: Siete que cubren todo el país.
FERNÁNDEZ: Siete. Y si la suerte me sonríe el mes próximo iniciaré la compra de cuatro estaciones radiales. Más de tres mil comunicadores bajo mis órdenes. Es decir que poseo el ¿80%? ¿90%? de t odas las comunicaciones del país? ¡Qué maravilla! Y las leyes que lo prohíben también las puedo comprar.
ABOGADO: Eso es así.
FERNÁNDEZ: Tengo tanto poder que no sé cuánto tengo.
ABOGADO: Y bueno...
FERNÁNDEZ: Pero no puedo comprar a un periodista de mierda de un maldito periódico socialista.
BOGADO: Sí, puedes. Todo tiene su precio.
FERNÁNDEZ: Pues el debe estar pagando uno muy caro por esos documentos. Seguro que se los dieron del otro lado.
ABOGADO: Imposible. Están demasiado desesperados por acabar con este negocio y largarse del país. Están hasta el cuello con los sindicatos. Ellos no fueron.
FERNÁNDEZ: ¿Quién entonces? ¿Quién se los dio?
MARIO: ¿Qué más quiere de este pueblo el señor Fernández?
FERNÁNDEZ: No estoy acostumbrado a la disidencia.
MARIO: ¿Cuánto está dispuesto a hacer para llegar hasta dónde?
FERNÁNDEZ: Quiero saber que otros documentos tiene.
MARIO: ¿Podría ser la manera más fácil de llegar a la Presidencia de la Nación?
ABOGADO: Esas implicaciones son pueriles, fantasiosas.
FERNÁNDEZ: Nunca menosprecies el poder la ingenuidad.
ABOGADO: Escondidas agendas, pactos secretos. Movidas extrañas y nebulosas, mira... eso hasta nos conviene. Crea expectativa. Ese muchacho nos está haciendo un favor.
FERNÁNDEZ: No me gusta ese favor.
ABOGADO: Al final t odos estaremos compl acidos.
FERNÁNDEZ: Averígualo todo.
ABOGADO: No es fácil.
FERNÁNDEZ: ¿No eres tú el experto en doblar la democracia?
ABOGADO: Compremos su periódico.
FERNÁNDEZ: Trátalo.
ABOGADO: Acusémosl o de algo turbio.
FERNÁNDEZ: ¿De qué? ¿De insinuar la verdad? No seas idiota.
ABOGADO: Pues hagamos de su verdad un delito. Lo hemos hecho otras veces.
MARIO: ¿Y si es la Presidencia lo que aspira Fernández? ¿Si todo su emporio de comunicaciones está preparando el camino para una sociedad insensible, egotista, olvidadiza de su historia reciente y de su glorioso pasado? ¿Está maquillando de bonanza, tranquilidad, aceptación, una sociedad desequilibrada, perdida, confusa y decepcionada?
Aparece Gaspard de la Noche, juega entre páginas de prensa que aparecen y des ap arecen como magia. Luego se detiene y le observa en gran pausa satisfecha.
MARIO: ¿No es el emporio de Fernández, la mejor mordaza que el poder quiere imponer sobre el dolor de América y Europa? En otros tiempos tales objetivos se podían conseguir fácilment e con una alianza militar. Se mataba a unos cuántos miles y todo en paz . Pero la democracia ha vuelto. Mal vestida, violada y desconfiada de t odo. ¡Pero ha vuelto! Y con ella el dolor de no haber aprendido la lección. ¿Por qué los medios de comunicación pierden tanto tiempo acicalando este dolor?
Gaspard se mueve despacio entre las páginas, como si la voz de Mario saliera de ellas. Abogado y Fernández leen de la prensa, agitados.
MARIO: ¿Es cierto que todo está en orden? ¿Es cierto que el cacareado final de las ideologías acabó también con nuestra objetiva percepción del caos, la miseria y el horror? ¿Dónde podemos publicar la brevísima pero clara poesía de la desesperanza? ¡Estoy tratando de que mi voz se escuche! (Gas p ard desaparece las páginas.) Pero está ahogada entre las páginas de modas, Hollywood, conciertos de reguetón, falsas estadíst icas de progreso, acuerdos multinacionales, glamorosa globaliz ación y charlatana psicología amarilla. ¿Es que no podemos hacer de nuestra indignación un entusiasmo? ¿De la constructora rebeldía una identidad, un arte?
GASPARD: (Alejándose.) Muchacho peligroso, ¿eh? Palabras peligrosas.
FERNÁNDEZ: Quiero que lo vigiles.
ABOGADO: Ya lo había pensado. Afuera hay alguien que puede resolvernos ese asuntito. (Sale y entra con el Detective.)
FERNÁNDEZ: ¿Es de confianza?
ABOGADO: Es del Gobierno.
DETECTIVE: Absoluta confianza.
FERNÁNDEZ: Quiero saber todo lo que hace, a dónde va, con quién se junta. Todo.
DETECTIVE: No hay problema.
FERNÁNDEZ: Use todo lo que tenga que usar, tecnología, intercepciones... quiero saber hasta la última palabra que sale de su boca. Use hasta el método antiguo, no me importa. ¡Pero no haga estupideces! Sea una tumba. (El Detective asien te.) ¿Usted tiene familia?
DETECTIVE: Sí.
FERNÁNDEZ: Pues haga bien su trabajo para que la siga disfrutando. (El Detective asiente, sale.) Se compra de todo en este mundo. (Ríe.) Hasta las malas compañías.
El Salón de Charles Nodier. París. Invierno de 1828. Louis entra, y tras él Celestine, tímida. Víctor Hugo lo recibe con gran cariño.
VICTOR HUGO: ¡Louis! ¡Louis Bertrand, de Dijon! ¡Qué placer tan
grande tenerte finalmente en París!
LOUIS: (Reverente.) ¡Maestro!
VICTOR HUGO: Maestro no. ¡Amigo! Apenas te llevo cinco años.
LOUIS: (Presentándole a Celestine.) Mademoiselle Celestine Fauré. Monsieur Víctor Hugo.
VICTOR HUGO: Hermosa como mi Adele. (Le besa la mano.)
CELESTINE: (Alegre.) Qué honor, maestro.
LOUIS: He llegado con muchas ilusiones, Víctor. Sus cartas han sido mi faro. Quisiera...
VICTOR HUGO: T odo ya está hablado, Louis. Ven, ¿estarás listo para leernos algo? (Lou is asiente.) Te presentaré yo. Ya conoces a Nodier, ¿verdad?
LOUIS: Sí, los he leído a todos. Igual que a usted, maestro. Estoy enamorado de su poesía.
VICTOR HUGO: Y yo de la tuya, muchacho. Ven. ¡Escuchen t odos! Cuánto ruido hacen estos “románticos”. ¡Silencio! (El ru ido se calma. Jovial.) Ha ll egado de la hermosa ciudad de D ijon, alguien que merece ser escuchado. Lo conocí a través de varios poe-
poemas suyos que publicó Le Provincial y no tuve más remedio que... bueno, quiero que se sepa, que mostré los poemas de Monsieur Louis Bertrand en el círculo de mis amigos -de los que me quedan después de haberme declarado “liberal”- (Risas.) , a mis amigos André Chernier, Lamartine, Sainte-Beuve y Al fred de Vigny... y como ellos, he concluído... que es imposible poseer hasta tal punto, los secretos de la forma y factura poética... como los posee Louis Bertrand. (Asombro y aplausos.)
LOUIS: (É xtasis avergonzado.) ¡Maestro! ¡Maestro!
VICTOR HUGO: Los pequeños poemas que he leído son obras maestras de su género, de un nuevo y extraño género de poesía que nunca antes conocí. Así nos damos cuenta, egocéntricos capitalinos, que en los campos de Borgoña se cultiva tan buena poesía como en París. (Más aplau sos.) Pero por un asuntillo polít ico, -nuestro hermano Louis Bertrand no pudo contener sus delirios republicanos, (Risas.) - el periódico en
el que publicaba fue cerrado por sus dueños que eran obviamente degustadores del carlismo. Así, nuestro joven amigo está en París en busca de suerte -y de un editor que no sea un usurero (Risas.)pues tiene en cartera un hermoso libro t itulado Gaspar de la Noche que esperamos sea una trinchera más en nuestra victoriosa guerra contra los pelucones, ¡y por el romant icismo! (Aplausos.) A ver, Louis, muéstrame que todo lo que he dicho es cierto.
LOUIS: Gracias, Maestro. (Louis saca de su portafolio un pliego escrito a mano y se dispone a leer con sutileza. Mús i ca.) “Le Jeune fille”:
“Ensueño que se mece, como rama verde y suave, en la mano soñadora, ¿De dónde viene llorando en silencio, La muchacha de la aldea?
Alrededor de su frente ya no veo los frescos mirtos que me maravillaban; ¿se cayeron en los días de otoño, con las hojas de los bosques?
Tus compañeros te vieron ayer sola, sentada en la colina ¡Oh tú, que no eres huérfana y que no lloras por nosotros!”
MARIO: Así, con todos los medios de comunicación a sus pies, con toda la tecnología a su servicio, Fernández, como el Hermano Mayor de Orwell, quiere imponernos un nuevo imperativo social: el silencio y la sumisión.
LOUIS: (Recitando muy dulcemente, mientras una extraña luz lo en vuelve.)
“Arcángel, o santo mensajero, ¿por qué tu llanto silencioso? ¿Es que la brisa ligera no quiere hacerte volar a los cielos?
Fluyen con tanta gracia, que uno no sabe, a pesar de su palidez, si al permitirse un gesto amargo, si es la alegría o el dolor?”
MARIO: Quiere imponer a sí mismo los valores de su clase, de su raza, de su estirpe. Imponer un imperativo religioso, un Dios de miedo y de culpa que puede comprarse los fines de semana... y finalmente imponer el peor imperativo de todos. El imperativo político: ¡El olvido! ¡El olvido!
¡Maldito olvido que ha hecho que luchemos contra el mismo enemigo siglo tras siglo!
LOUIS: (Concluye.) “Cuando emprendas sola tu vuelo suave, hermana de Al aciel, dime, la llave de este misterio, ¿te la llevarás a los cielos?”
(Aplausos. Celes tine entra y se coloca ju n to a él. No lo toca, pero lo mira con grandes ojos de mar.)
Sarah ha entrado sin que Mario la vea; ha leído y oído lo último que Mario escribe en el ordenador.
SARAH: Es ella, la actriz de pelo claro. ¿Es ella?
MARIO: No sé de qué hablas.
SARAH: La actriz de tu obra, Teresa.
MARIO: ¿Qué pasa con ella?
SARAH: Es lo que siempre te gustó... ese tipo de mujer.
MARIO: Es tarde, Sarah. Tengo que entregar esto muy temprano.
SARAH: Todas las actrices son iguales. Han t enido miles de hombres. Por eso fingen y lo hacen bien.
MARIO: Te escucharé sólo dos minutos.
SARAH: ¿Cómo olvidas con tanta cruel dad?
MARIO: Sí. Olvido. Es la virtud de los que no queremos sufrir.
SARAH: (Se acerca al ordenador.) “Maldito olvido que ha hecho que luchemos contra el mismo enemigo siglo tras siglo”. (Mario apaga el ordenador.) ¿Es a ese olvido que te refieres? ¿Al olvido de la “gran historia” o al olvido de la nuestra, pequeña y cotidiana?
MARIO: Nuestra historia no es…
SARAH: ¡Cuántas contradicciones!
MARIO: El olvido se aprende.
SARAH: Estás haciendo lo mismo que él. Me enseñas a olvidar y pretendes que lo aprenda sin sufrir.
MARIO: Sufre tú si tanto te place.
SARAH: ¿Ella te comprende? ¿O está muy ocupada tratando de entenderse? ¿Le haces el amor por satisfacción y a mí por cumplido? ¿Por olvido?
MARIO: Se acabaron los dos minutos.
SARAH: Hablemos un poco, por Dios.
MARIO: Pudiéramos hacerlo sin herirnos.
SARAH: Es que tú eres...
MARIO: ¿Ves? No podemos.
SARAH: ¿Dónde fallé?
Al fon do se ilumina u na taberna. Actores, poetas, s u ripantas y pros titutas, disfrutan de bohemia, vino y mús i ca. Louis Bertrand lee el poema, abrazado a Celestine y celebrado por sus otros amigos.
MARIO: A lo mejor el que fallé fui yo. Yo asumo toda la responsabilidad, no importa cuál.
SARAH: Duele, duele mucho.
MARIO: Tenemos un hijo maravilloso, eres una buena mujer y eres muy bella...
SARAH: Deja, no me hables de bellezas...
MARIO: Tu alma es bella.
SARAH: ¿Entonces por qué buscaste otra?
MARIO: No busqué a nadie. (Pausa.) Tú, la verdadera tú, se desvaneció... se perdió en sí misma. Eso es todo.
SARAH: D eja de quedarte aquí. Sepárate físicamente. Tal vez eso te ayude a pensar mejor las cosas. Divorciémonos, si quieres.
MARIO: Si quieres. Me iré esta misma noche a casa de los viejos. No le digas nada al niño todavía. Vendré a verlo todos los días hasta que esto se resuelva.
SARAH: Entonces no te separarás.
MARIO: Me separo de ti, no de él. Es un niño. No entiende de egoísmos. Y el egoísmo es algo en lo que tú y yo somos expertos. (Sarah luego de una pausa comprensiva, sale. Mario “sale” a la luz extraña de la lu na. Perros que ladran a lo lejos. Una sombra pasa tras él. Mario se vol tea.) ¿Gaspard, eres tú? (El Detective, por falta de destreza, deja ver un poco de su cuerpo.) ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? (El Detective se aleja. Él lo sigue un momen to.) Oye...
Entran Louis y Celestine, riendo alegres y algo ebrios. Marie s ale al encuentro.
MARIE: Monsieur Bertrand.
LOUIS: Mademoiselle Marie.
MARIE: Quisiera hablar con usted un momento a solas.
LOUIS: (A Celestine.) Espera aquí, chiquita.
CELESTINE: Quiero saber qué te dirá esa.
LOUIS: Celosilla. ¡Shh! (Juegan.)
MARIE: (Se acerca.) Monsieur Bertrand. No se ve nada bien que esta señorita esté en su cuarto a solas con usted.
LOUIS: Con todo mi respeto, Mademoiselle, creo que tengo derecho a una vida privada.
MARIE: Supongo que sí, pero no quiero que la haga pública en mi casa.
CELESTINE: ¿Y a usted qué le importa?
MARIE: A usted muy poco, me parece.
LOUIS: Discúlpela, Mademoiselle, discúlpenos; es que...
MARIE: Además le recuerdo Celestine, que mañana tiene usted que modelar para una clienta muy especial. Quiero verla aquí muy temprano. No excusaré más sus acostumbradas tardanzas. Si no viene a tiempo, no trabajará más para mí.
LOUIS: (Conciliador.) Estamos cel ebrando, discúlpenos, por favor. Hoy he leído mis poemas en el Salón Nodier y he recibido muchos aplausos. Dicen que los aplausos embriagan.
CELESTINE: Víctor Hugo mismo dijo que Louis era uno de los mejores poetas del mundo entero.
MARIE: Lo felicito.
LOUIS: Bueno, no dijo eso exactamente.
CELESTINE: ¡Lo dijo! Mi Louis... (Lo abraza y lo besa. Louis mira a Marie un poco avergonzado, pero no deja de reírse un poco con la espontaneidad de Celestine.) ¡Mi poeta!
LOUIS: Disculpe, tengo que irme.
MARIE: Monsieur Bertrand.
LOUIS: ¿Sí?
MARIE: (Confundida.) Todavía... t odavía me debe usted aquel té. (Louis asiente. Marie sale.)
CELESTINE: (Sus u rrado.) ¿Cuál té?
LOUIS: Té éxotico de Arabia. ¡Shh! El té de tus labios es el que quiero. (Cosquil l as.)
CELESTINE: ¡Louis!
Música.
Louis y Celestine entran en la habitación en la que hay un hermoso ven tanal abierto, que es cubierto por una vaporosa cortina blanca movida suavemente por el viento. Celestine se coloca frente a ella y se suelta el p elo.
CELESTINE: La poesía se te derrama por los ojos, Louis. (Sonri s i ta.)
LOUIS: Y es toda tuya, mi chiquita.
CELESTINE: Y se te vuelve dura... (S eñala riendo.) ¡Allí!
LOUIS: (Riendo.) ¿Qué quieres que le haga? Primero te amo y después sale la poesía y…
CEL ESTINE: Shhh. Mírame a los ojos. (Pausa. Las luces de la escena se tornan mágicas y suges tivas.) El viento entra por la ventana. Estoy apunto de estar totalmente desnuda para ti. Y el viento del invierno me quiere congelar. (Lou is cierra la ventana. La vuelve a mirar.) Tiene que ser algo muy intenso, Louis. Algo muy hondo, muy adentro, como si viniera de la Luna que nos alumbra el corazón en las noches del deseo. Mira... (El l azo del traje se suelta su ave.) Parece que no soy yo quien lo desata... (El traje se cae, Celestine queda hermosamente desnuda frente a Lou is. Cierra los ojos. Una mágica son risa de alegría la posee toda.) Ya no hay trajes Louis, ni afuera, ni adentro... (La luz de la luna la baña toda y emite entonces un profundo suspiro de inmensa dicha.)
LOUIS: ¿Qué haces?
CELESTINE: Trato de que nunca olvides esta imagen. La imagen de esta entrega absoluta, mi Louis. La imagen de mi amor... ¡sin trajes! (Sonríe muy amorosa. La acuesta en el piso.) Estará contigo toda la vida de tu alma. No la olvidarás nunca. ¡Nunca! (Louis se acerca a sus labios muy des p acio.)
Teresa acaricia los hombros de Mario, algo agotado y tris te.
MARIO: ¿Tienes tú la culpa de mi tristeza?
TERESA: No. (Le toca con amor el pecho.) Tu tristeza es como la mía, está llena de miedo. Todo va estar bien, no te preocupes. Aquí estoy. Siempre estoy. No lo olvides. También deben ser esos sueños que me contaste, de ese vent anal, esa mujer que se parece a mí.
MARIO: Son ensoñaciones. (Pausa.) Pero están muy grabadas...
TERESA: Siento pena por ella.
MARIO: No la dejé por tí, ¿está claro? No quiero hacer de mi vida una vulgar telenovela.
TERESA: Te amo. No sé cuánto, no sé hasta dónde y tengo mucha culpa porque ese cuánto no sea suficiente, ni ese hasta dónde demasiado lejos para no cansarme en el camino.
MARIO: Si quieres, aquí lo terminamos.
TERESA: ¿Y si fuera aquí justo donde empieza?
Celestine y Bertrand, en la penu mbra celosa de la Luna, se besan y se aman con ardor y descon suelo. M a-
rie aparece junto a la puerta. Escucha los gemid os y los rumores de placer. Cierra los ojos y entonces se peina desp acio mien tras se marcha.
DETECTIVE: Tiene dos mujeres. Se está divorciando, creo. Una de ellas es Teresa Inclán, la actriz.
FERNÁNDEZ: ¿Quién le da los documentos?
DETECTIVE: Va del Teatro de Bellas Artes a la casa de Teresa, luego al periódico y luego a la casa de su esposa. No se ha detenido en ningún otro lugar. No ha llevado a nadie en su carro y no ha hablado nada sobre el asunto por teléfono desde que lo investigamos. Necesito más tiempo.
FERNÁNDEZ: Ahora tienes menos.
Música y algo de lluvia que cae sobre algunos cris tales de colores.
MARIE: (Sirve el té.) Me lo trajo un gran amigo de un viaje que ha hecho a Arabia. En su embarque ha traído telas, pinturas, té... Arabia es otro mundo, Monsieur. ¡Hasta Víctor Hugo ha escrito un libro que me parece una verdadera maravilla. ¿Ya leyó Les Orientales ?
LOUIS: Diez veces. ¿Le molesta si fumo?
MARIE: En absoluto. Mi padre lo hace. Inunda toda la casa con sus cigarros. Ese humo me recuerda...
LOUIS: ¿A quién?
MARIE: Lo importante que es un hombre en una casa. Perdone, sé que he dicho una estupidez, pero si fuera mujer entendería.
LOUIS: ¿Pasa mucho tiempo sola?
MARIE: Demasiado.
LOUIS: ¿Por qué no...
MARIE: Porque si algo aprende una mujer que aprecie su honor, Monsieur, es a esperar al hombre adecuado. Duele, t oma tiempo, desespera, pero cuando sucede, la satisfacción es eterna.
LOUIS: La entiendo.
MARIE: No le niego que a veces quisiera salir, ir al teatro. Pero sola...
LOUIS: Es usted una mujer de prest igio y respeto, no tiene nada que perder.
MARIE: Disculpe, este parece que no es mi mundo ni mi época. Prefiero la soledad y la pequeña pero diáfana dignidad que hay en ella.
LOUIS: ¿Le gusta la fantasía?
MARIE: Depende a dónde me lleve.
LOUIS: (Saca un papel de su chaqueta.) He escrito esto pensando en usted.
MARIE: ¿En mí?
LOUIS: La he visto como trabaja como hormiguita laboriosa sobre esos trajes, la veo a través de los vitra-
les, alumbrada por la Luna, entre las gotas de lluvia.
MARIE: (Sonriendo.) ¡Me espía usted!
LOUIS: La he visto llorar, Marie.
MARIE: (Pausa.) Tome su té.
LOUIS: ¿Me permite leérsel os?
MARIE: (Intensa.) Le suplico que lo haga.
LOUIS: (Lee con voz dulce.)
“¡Oyeme! ¡Oyeme! Soy yo, soy Ondina, que acaricia con estas gotas de agua los sonoros rombos de cristal de tu vent ana, iluminada por los tacit urnos rayos de la luna; y aquí está, con su vestido de moaré, la Castellana que contempla desde su balcón, la belleza de la noche estrellada y el hermoso lago dormido. (Louis se detiene.)
MARIE: Continúe, se lo ruego. (Camina despacio.)
LOUIS: “... me suplicó que me pusiera su anillo en el dedo para convertirme en el esposo de una Ondina, y visitar con ella su pal acio, para ser el Rey de los L agos. Y al responderle yo que amaba a una mortal, enfurecida y despechada, derramó unas cuántas lágrimas, soltó una carcajada y se desvaneció en aguaceros que se
resbalaron, blancos, por mis vitrales azules.”
Mario lee algunos papeles, mientras muerde un bolígrafo.
Luego, a través de una extraña luz que parece de lluvia, parece que recuerda.
MARIE: Entonces, yo soy su Ondina.
LOUIS: Sí, usted. ¿Qué cree? Descubre uno que la imagen poética siempre nace de la certeza de un deseo.
MARIE: ¿Le parece que hay que desear para hacer poesía? ¿Pagaríamos el alto precio de convertir la literatura en algo profundamente egoísta, en un mezquino individualismo?
LOUIS: No. De la certeza del deseo no, pero si de su imposibil idad. Y en última instancia de su “intención”.
Perdóneme. La poesía tiene mucho que ver con la piel.
MARIE: ¿Le parece?
LOUIS: Con la piel del corazón. (Pau sa.) ¡Cuánto llueve! (Pau sa.) Pero no se equivoca usted. Todo esto es profundamente egoísta y le confieso que a veces me avergüenza.
MARIE: No tiene por qué. Es usted un hombre extraordinario. (Pau sa.)
Sí, llueve mucho. Tal vez muchas
Ondinas lloran en usted.
LOUIS: Está muy rico su té.
MARIE: Gracias mil por esa pequeña maravilla.
LOUIS: Es suya. Tengo copia. Y gracias a usted por inspirarla. (Le besa la mano.)
TERESA: Tu mujer vino a verme esta mañana. Suerte que ya te habías ido. Mi madre llegó justo en ese momento. ¡Qué vergüenza!
MARIO: No es “mi mujer”.
TERESA: Sí, lo es.
MARIO: ¿La recibiste?
TERESA: ¿Estás loco? ¿En plena calle?
MARIO: ¿Te hizo algún escándalo?
TERESA: Honestamente no tuvo tiempo. Mi madre se encargó, dijo que se portó como toda una dama, pero yo a mi madre no le creo ni un estornudo. Esto empieza a afectarme y no lo necesito. ¿Entiendes?
MARIO: ¿Dónde dejaste tu ternura de anoche?
TERESA: Anoche fue anoche, ¡hoy es hoy!
MARIO: Has estado con hombres casados antes...
TERESA: ¡Pero alguna vez quería salir de esa basura... (Furiosa.) y pensaba que sería cont igo! Maldita sea, ¡maldita sea!
MARIO: Ya, cálmate.
TERESA: Para colmo he recibido dos llamadas -no preguntes de quién- asustándome con eso que estás escribiendo sobre Fernández. ¿En que otro lío me vas a a meter ahora? Dios mío, Mario, ¿es que tú no piensas en mí?
MARIO: ¿No estás enterada, no me lees?
TERESA: Estoy muy ocupada para leer los periódicos.
MARIO: ¡A veces ni lees los libretos!
TERESA: Ay, ¡estoy harta! Estoy harta de tí y de todo.
MARIO: Estas harta de tí misma.
TERESA: Me importa un carajo lo que escribes.
MARIO: Sólo te importas tú.
TERESA: Y termina ya el asunto ese con tu esposa, ¡por favor!
MARIO: Ya está terminado.
TERESA: Entonces, ¿qué más quieres de mi?
MARIO: ¡Paz!, maldición, ¡un poco de silencio y paz!
TERESA: ¡Yo no tengo paz! ¡Me vas a volver loca, Mario!
MARIO: ¡Estás loca hace tiempo! (Hastiado.) No sé por qué demonios sigo tras de ti...
TERESA: Déjame tranquila ya, por favor. ¡Cállate!
MARIO: ¡Y no te metas más en mis asuntos! , ¡te prohíbo...
TERESA: (Grita.) ¡Ya basta! Ya no quiero saber nada más, déjame; vete, ¡déjame! (Lo empuja para alejarlo, pero luego se deja caer sobre su pecho en un arrebato de llorosa histeria que Mario trata de controlar.)
MARIO: Teresa... (Ella lo abraza, apretándole muy fuerte.) Teresa, ¿eres tú?
Música. Un puente de París. Noche neblin osa y fría. Celestine y Lou is pasean abrazados. Celes tine se adelanta para lucirle debajo del farol.
CELESTINE: ¿De veras te inspiro?
LOUIS: Claro, mi ángel.
CELESTINE: ¿Cómo es la inspiración?
LOUIS: Es como un trueno que nunca se apaga. Un trueno en medio del pecho que extiende sobre tu espíritu un rumor salvaje.
CELESTINE: Dime más.
LOUIS: Una voz que es todas las voces.
CELESTINE: Más.
LOUIS: Un rayo divino de pasión que de pronto se convierte en... un piano delicado, tenue, como el murmullo del río. La inspiración es como la inocencia.
CELESTINE: Más, vamos. ¡Dime más!
LOUIS: ¿Te imaginas que una flor pudiera besarte el alma?
CELESTINE: Sí, ¡Sí!
LOUIS: Es algo como eso. ¿Por qué lloras?
CELESTINE: Si fueras mujer lo sabrías. (Silencio.) Bésame Louis. Sé la flor de mi alma. (Louis la besa muy suave. Ella sonríe, lu ego ríe como una n i ñ a.) Cuando vaya a mi otra vida, tengo tantas cosas ¡maravillosas! que recordar de tí. (Ríe.) Y si quieres otro beso, atrápame.
Al huir se topa con Henri, de capa y sombrero, opulencia y s oberbia, hombre maduro.
HENRI: Tu madre me dijo que te encontraría por aquí.
CELESTINE: Henri. (Silencio.) ¿Qué quieres?
HENRI: Verte, saber cómo estás.
CELESTINE: Louis, el es Monsieur Henri Benichou. Es doctor. Trabajé para él como enfermera. Es... un amigo.
HENRI: Un amigo muy íntimo.
LOUIS: Un placer.
HENRI: ¿Y el señor?
LOUIS: Louis Bertrand. Si nos disculpa...
HENRI: ¿Por qué la prisa?
CELESTINE: Henri...
LOUIS: ¿Qué pasa?
CELESTINE: Nada.
HENRI: ¿No te ha contado?
LOUIS: No entiendo que...
HENRI: Hay tan poco que entender, Monsieur. La bella Celest ine se hartó de mi y de mis enfermos. Me robó dinero...
CELEST INE: ¡Mentiroso!
HENRI: ...y se fue al teatro donde le aplaudían más. ¿Es usted hombre de teatro? Tiene cara. Todos los
hombres de teatro tienen cara de afeminados.
LOUIS: (Sin entender mucho aún.) S eñor, ¿cómo se...
CELESTINE: Entre tú y yo ya no existe nada.
HENRI: ¿Tan rápido te ol vidas de todo lo que hice por ti? ¿Por la cerda de tu madre?
LOUIS: ¡Señor, le prohíbo!
CELESTINE: ¡Amo a Louis!
HENRI: ¿Tienes dinero, Louis?
LOUIS: Señor, está insultando usted mi honor, le pido que se...
HENRI: Le encanta el dinero. Pero no vale lo que uno termina pagando por ella.
CELESTINE: ¡Henri, por Dios!
HENRI: ¡Regresa conmigo ahora!
LOUIS: (Saca de su bastón el estoque brillante.) ¡Ya basta, Monsieur!
CELESTINE: ¡Louis, no!
HENRI: Regresa con tu papi. Sólo él sabe hacerte las cositas que te hacen feliz. ¿Qué haces con este greñudo afeminado? Tu hogar es mi casa. Anda díselo. (S i lencio.)
LOUIS: ¡Celestine, te exijo una explicación! (Celes tine comienza a llorar inconteniblemen te.)
HENRI: Yo soy el que ha mantenido su barriguita llena durante los últ imos cinco años. Le dí todo lo que pidió a cambio de su cuerpecito flácido y débil. ( L ouis levanta su estoque y va a golpear a Henri, cuando es te saca un a pis tola y le apunta justo a la cara.) No seas arrogante, muchacho. Puedo matarte ahora mismo. Nadie escuchará. Tiro tu cuerpo al Sena y ella regresa a mi de todas formas. (Louis baja el estoque.) Tiene muy poco de virgen. Y tú parece que eres de esos románticos que encuentran fuerza en la pureza. Celestine no es para tí. (A Celesti ne.)
Quiero que mañana regreses a mi casa, a mi cama. ¿E ntendiste bien?
CELESTINE: (Llorando, casi inaud i ble.) Salvaje.
HENRI: A mis brazos, dispuesta, como una niñita buena con su papaíto. (Celestine lanza un gemi do largo de dolor. Henri sale. Louis, recostado sobre el farol d eja escap ar una mueca de algo muy parecido al asco.)
CELESTINE: Bésame, Louis. Por favor... (Louis se aleja.) Como si una flor
me besara el alma... (Louis ya se ha ido.) ¡Louis!
René, Jefe de la Redacción, se acerca a Mario y le tiende el p eriódico.
RENE: Llegaste a la fama. Hablan de t i en el Editorial de “El Nuevo Mundo”.
MARIO: ¿Te preocupa?
RENE: Por ahora no.
MARIO: Habla claro.
RENE: Sólo recordarte que la prensa no es tan libre como parece.
MARIO: Si nadie es libre, cómo esperas que la prensa lo sea.
RENE: La cosa estaba tranquila hasta que apareció esto. De pronto el teléfono no ha parado de sonar. Incluso me llamaron algunos de los inversionist as. Están preocupados. Quieren estar seguros de ti.
MARIO: ¿Y qué les dijiste?
RENE: ¿Cómo te digo esto sin que parezca que soy tu Jefe?
MARIO: Eres mi Jefe.
RENE: Es un periódico, pero también es un negocio. Mis hijos comen de él y el tuyo también.
MARIO: Y tú quieres asegurarte de que yo sepa dónde empieza el deber y dónde empieza el negocio. (René se da por alud ido.) ¿No que éramos socialistas?
RENE: “Nuevos” socialistas.
MARIO: Mmm, ya. Los comunistas se vuelven a asomar en Rusia, en América Latina... y todavía aquí le estamos poniendo etiquetas “nuevas” a lo que creíamos, porque ya lo viejo no sirve después de la caída del Muro. Sí, somos como las modelos de pasarela, tenemos que ponernos un traje nue-
vo cada segundo para ver quién nos compra. Cristo, René nunca pensé que esta “frustración globalizada” se nos iba a meter en el alma.
RENE: Estoy hablando de riesgos calculados.
MARIO: ¡Estás hablándome de miedo!
RENE: ¡Y en última instancia te estoy hablando de lo que piensan los inversionistas!
MARIO: ¡Que es lo mismo que piensas tú!
RENE: ¡Somos el periódico de la clase obrera, no lo olvides!
MARIO: (Cínico.) ¿Existe todavía la clase obrera? ¿O ahora se llama, la “nueva” clase obrera? Vamos, un poco más y pareceremos capitalistas de baja est ofa.
RENE: ¿P ara qué quieres humillarme?
MARIO: Somos la prensa, René. Suena ingenuo, idealista si quieres. Pero somos la única manera que tiene esta nación de saber qué ocurre y de saberlo con alguna piz ca de verdad, ¿no te parece?
RENE: Por eso, amiguito, sólo quiero decirte que te ocupes más de cosas que sean corroborables.
MARIO: Dime que los inversionistas no le t emen a Antonio Fernández y yo haré lo que tú me digas.
RENE: (Silencio largo.) Llamaron hoy muchas veces preguntando por ti. En varias de ellas te amenazaron de muerte.
MARIO: Vaya, qué originales.
RENE: Y también llamó Sarah.
SOPHY: (Joven asistente del periódico. Entra. A René.) Tienes ll amada de tu Jefe por la línea uno. Oye guapo, ¿tienes taquillas de tu obra para mí?
MARIO: Sí, búscame después. (Sophy sale.) Me estoy divorciando, finalmente.
RENE: Todo el planeta lo sabe ya.
MARIO: Ahora lo sabes tú.
RENE: Si necesitas algo que no sea dinero. (Pausa.) Oye, Mario. Sobre esto de Fernández... ¿Te acuerdas del cuento de David contra Goliat? (Mario asiente.) Pues hay veces en que Goliat es un grandísimo hijo de puta. Ten cuidado. (Salen.)
Breve luz sobre Charles.
CHARLES: Querido Louis: No sabes cuánto te extrañamos. Tu madre y tu hermana, a quienes veo casi todos los días, no tienen consuelo desde que te fuiste. Acá las cosas van mal. Pero un viejo banquero republicano ha querido invertir en un periódico contra los Carlistas de D ijon. Le he dicho que tú eres el hombre. James Demontry estará con nosotros. Era tu mejor amigo en el Liceo y ahora es un excelent e abogado. Haremos un gran periódico. Te pagarán 20 francos a la semana. Una fortuna. ¡Es un milagro, Louis! Estamos de vuel ta.
LOUIS: (Iluminado de igual forma, en otra parte del escenario.) Querido Charlie: Lamento no haber contestado tus cartas en tant o tiempo. Son ciertas decepciones del
ánimo. Cosas que no salen bien. He pasado t odo este tiempo en el teatro, en algunas tabernas de putas, entre las nubes oscuras de la decepción... He escrito algunos versos. Creo que son buenos.
CHARLES: Cuéntame de París, Louis.
LOUIS: París es un hervidero. Te has perdido la batalla de Hernani. Los románticos hemos vencido y Víctor ha sido proclamado Rey de los Poetas. Hernani es revol ución. El mundo ya no será el mismo.
Aparece Víctor Hugo junto a Louis.
VICTOR HUGO: En este momento no es mucho lo que puedo hacer.
LOUIS: Cualquier cosa, Víctor, por mínima que sea, es más de lo que he conseguido desde que llegué a París.
VICTOR HUGO: Louis, los editores me apremian y la fama termina por agotar mis propias fuerzas. E s t errible; mientras en las calles ya se murmura una nueva revolución, yo estoy encerrado en mi casa es-
cribiendo novelas medievales de jorobados y git anas. Pero tú, tú no dejes de escribir tus maravillas.
LOUIS: Necesito publicar mi Gas pard de la Noche. E s imperioso.
VICTOR HUGO: ¿Lo enseñaste a Sainte-Beuve?
LOUIS: Me ha llenado de elogios.
VICTOR HUGO: Es que es un gran libro, muchacho. Pero es un año de guerra. La República se acerca con su caminar torpe. Querido Louis, si te han ofrecido esa oportunidad en D ijon, acéptala. Yo hablaré con un editor. No te prometo nada, pero te doy mi palabra de que abogaré por ti.
CHARLES: Regresa, Louis.
VICTOR HUGO: Y no olvides que tu futuro está en París, junto a nosotros.
CHARLES: ¿Qué haces en París si tu corazón está aquí, en Dijon?
LOUIS: ¿Preguntas por mi corazón, Charlie? De él ya nada queda. Se lo llevó una mujer como un niño
se roba un pedazo de pan. El amor es tan miserable a veces. Tan hambriento. Me siento tan... (Sonríe.) ¿Sin mí? ¿Cuál palabra usamos cuando en lugar de un corazón, lo que queda es un trocito de carbón mojado de pena?
MARIE: (Se ilumina, muy cerca de Louis, hermosa y radiante.) Lo invito a la casa de mi Padre unos días. E sta empezando el verano. Le encantará. Hay un quebrada cristalina en la que puede bañarse. Hay pájaros que son un concierto, mucho verde, y el simpático corito del Hato ovejero de mi Padre. Venga. Una semana, dos si quiere. Le cambiará ese semblante de trist eza que ll eva. Se ve que un cambio en usted es algo urgente. ¿Qué le parece?
LOUIS: Sería magnífico. ¿Estará usted también?
MARIE: Por supuesto. Me encantaría verle escribir.
CHARLIE: ¡Es el momento de la República!
VICTOR HUGO: Cuida de ti, pero no dobles tus principios. Cuando envejezcas, ellos son lo único de lo que podrás alardear.
LOUIS: Iré unos días al campo con unos amigos... a olvidar algunas cosas. Luego regresaré, Charlie. Te lo juro. Díselo a todos, a James, a Mamá, a todos. D iles que Louis Bertrand regresa; que regreso a Dijon... “como un niño a su nodriza”.
CHARLIE: ¡Pero regresa ahora! ¿Cómo te vas a vacacionar cuando es Borgoña la que es un hervidero?
LOUIS: Necesito un poco de paz antes de la guerra. Es una diferencia fundamental que el corazón no debe olvidar. Espérame, Charlie.
VICTOR HUGO: Si Borgoña es un hervidero, París será el infierno.
Un cañonazo, disparos y sonidos de barri cadas. Junto con ellos, luces de magnesio de cámaras fotográficas y el cúmulo de periodistas que, hambrientos de noticias rodean a Mario. Escena muy rápida.
MARIO: Acabo de presentar, a requerimiento de funcionarios del Ministerio de Just icia, los originales de los documentos que están en mi poder y que prueban que Antonio Fernández, valiéndose de socios y negociadores anónimos, pretende comprar el total de las acciones del periódico El Univ ersal . Todos sabemos que El Universal está en quiebra, pero su potencial como un periódico popular sigue intacto.
PERIODISTA #3: ¿Y por qué tú denuncias esto? Eres periodista.
PERIODISTA #1: ¿No pierde peso tu acusación?
MARIO: Todo lo contrario. ¡Es la prensa la que debe velar por sus voces!
PERIODISTA #1: ¿Quién te dio esos documentos?
MARIO: ¿Qué importa quién? Aquí lo que importa es que tengo las pruebas de que Antonio Fernández intenta monopolizar el negocio de las comunicaciones para capitalizarlos a su favor.
PERIODISTA #2: Las comunicaciones son parte de la libre empresa, ¿qué puede tener de malo eso?
MARIO: ¿Pero es que alguna vez podremos ver algo más que nuestro cheque a fin de mes?
PERIODISTA #2: Hay especialistas en este tipo de transacciones que alegan que tus documentos son falsos.
MARIO: ¿Quiénes pagan a estos especialistas?
PERIODISTA #1: Se comenta que tienes una vendetta contra Fernández porque nunca te ha llamado a trabajar en sus empresas.
MARIO: ¿Pero qué son ustedes? ¿Quiénes son?
PERIODISTA #1: Se dice que su periódico siempre ha criticado mal tu carrera lit eraria.
MARIO: ¡No estamos hablando de mí! ¿Es que no se dan cuenta de que nos están utilizando?.
PERIODISTA #2: Mario, es que estás acusando a Fernández de un asunto muy serio. Y él es un hombre muy respetado en este país.
MARIO: En vez de estar emplazándome deberían protegerme.
PERIODISTA #1: ¿Por qué habríamos de proteger tu interés en buscar primeras pl anas para ti y tu periódico, a costa del buen nombre de un gran empresario?
MARIO: ¡Aquí están los documentos, maldita sea!
PERIODISTA #1: ¿Quién te los dio? ¿Son verdaderos?
MARIO: ¿Alguien podría, como buen periodista, simple y llanamente preguntarse por qué sucede esto?
PERIODISTA#2: Será porque no somos los buenos periodistas que tú quieres que seamos. ¡Vamos, señor ego! Dame las pruebas.
PERIODISTA #1: Al pueblo no le interesan las razones de Fernández sino las tuyas.
MARIO: ¿Y quién eres tú para hablar en nombre de lo que al pueblo le interesa?
PERIODISTA #1: ¿Y quién eres tú?
MARIO: (Se contiene y luego de pensarlo un s egundo, lo suelta sin dudas.) Antonio Fernández quiere ser Presidente de la Nación.
PERIODISTA: #3: ¿Y? ¿Quién podría impedírselo? Esto es un democracia.
MARIO: Ni nosotros sabemos lo que es una democracia cuando permitimos que esto suceda. Uno de los graves problemas de este mundo, colegas, es que no sabemos los alcances de las palabras por las que nos gobernamos.
PERIODISTA #1: No tienes fuerza moral para acusar a la prensa de Fernández de ambición, siendo periodista.
MARIO: La misión última de la prensa -y me extraña mucho que no lo sepas- es sostener la esencia de las palabras por las que regimos nuestro futuro. ¿Cómo permitimos que nuestros carceleros nos definan lo que es la libertad?
PERIODISTA #1: Ahora acusas a Fernández de fascismo.
MARIO: Controlas los medios, controlas el poder. ¿Y con qué poder es que Fernández quiere gobernar esta nación? ¿Dinero? Tiene todo el que quiere. ¿Relaciones internacionales? Le basta con levantar el teléfono. Pero para hacer de esta nación enferma un país que pueda servirle a sus intereses, ¿qué necesita Antonio Fernández? ¡A nosotros!
PERIODISTA #2: ¿Y si la propuesta de Fernández fuera buena para todos?
MARIO: ¿Es que hay una sola idea buena para todos? Y si la hubiera, ¿la tendría Antonio Fernández?
PERIODISTA #1: Estás convirtiendo tu denuncia en un asunto político. Estás siendo víctima de lo mismo que criticas. Esto no tiene sentido... (Le retira el micrófono.)
MARIO: Tomando los medios diriges las ideas, impones los métodos. El pueblo comenzará a pensar igual que la prensa que leen. ¿No te das cuenta? Haces el país que quieras en la mente de la gente. Y todo el mundo sabe que el país del que habla Fernández, ¡no es este país!
PERIODIST A #1: (Incisivo y algo fastidiado.) ¿Es cierto que tienes relaciones extramaritales con la actriz Teresa Inclán?
MARIO: (Asombrado.) ¿Qué? ¿Antonio Fernández esta por comprar todos los medios de comunicación de este país y tú me preguntas con quién yo me acuesto?
PERIODISTA #1 : (Fuera de récord.) Ya le hemos dado mucho foro a tu delirio de grandeza. Dame algo interesante para mañana. Algo que venda.
PERIODISTA #2: (Sorprendida.) ¿Vives en concubinato con T eresa Inclán? ¿No que eras casado?
MARIO: Separado. ¡Escuchen...
PERIODISTA #1: ¿Es cierto que tu esposa, -porque estás casado todavía-, protagonizó un escándalo frente a la casa de la actriz hace apenas dos días? Tienes dos mujeres luchando por tu amor. Eso sí es noticia.
MARIO: Señores...
PERIODISTA #3: ¿Quién financia la obra de teatro que estás produciendo? ¿No tienes conflicto de interés siendo periodista y dramaturgo?
PERIODISTA #2: ¿Tu niño sabe que vives con otra mujer?
PERIODISTA #3: Se sabe que Teresa Inclán tuvo un amante médico, que era casado, hasta hace muy poco. ¿Lo tiene por costumbre?
PERIODISTA #1: Con tu vida hecha un escándalo andante, ¿con qué fuerza moral criticas a Fernández?
MARIO: (Lo toma por la camisa con violencia.) ¿Para qué medio trabajas tú?
PERIODISTA #1: (Altanero, se suelta.) Para “El Nuevo Mundo”.
MARIO: (Silencio.) ¡Imbécil!
Louis entra de prisa con su baúl y su bastón. Tras él, Marie, que ha llorado mares.
MARIE: Louis, regresa. Lo siento. Lo siento mucho, perdóname.
LOUIS: Esta culpa es mutua.
MARIE: (Se interpone en su paso.) Te juro que no planifiqué nada, fue un desatino, tú no t uviste...
LOUIS: Tengo que irme, Marie.
MARIE: ¿Así? ¿Ol vidándote de todo?
LOUIS: Perdóname tú. Ya está hecho (La besa tiernamente en los labios y se marcha. Ella trata de impedirlo, pero él se zafa con al go de fuerza cortés.) ¡Louis, regresa, perdóname! (Louis sale. Ella se deshace en un gri to.) ¡Louis!
SARAH: Lo he pensado bien. No voy darte el gusto. ¿Me oyes?
MARIO: Salte de la puerta.
SARAH: No subas la voz, el niño está durmiendo.
MARIO: ¡Pues salte de la maldita puerta!
SARAH: Sácame si te atreves. No te irás con ella, te lo juro que si te vas a su casa me mato. ¡Me mato! (Mario trata de sacarla de en medio, ella forcejea y rasga su cami sa. Mario, en rabia incontenible, la empuja al su elo y ella cae gritando.) ¡Te odio, Mario! ¡Te odiaré toda la vida!
El grito de Sarah no termina cuando Teresa, iluminada de pronto, aparece ante Mario que se le acerca.
TERESA: Nada más me faltaba. Nunca me dan una portada cuando hago una buena obra, pero sí cuando soy la comidilla del escándalo. ¡Est oy harta!
MARIO: (Pausa. Mira a Sarah, todavía desapareciéndose en la luz, en medio de su llanto. Luego mira a Teresa, pero nada parece caer en su sitio.) ¿Por qué tengo que pasar por t odo esto?
TERESA: ¿Qué dijiste? ¡No hables entre dientes, sabes cómo lo odio!
MARIO: (Se quita la camisa y se pone otra que ella le trae.) Que no te quejes tanto. Irá mucha gente a la obra con esta publicidad.
TERESA: ¡Todo se joderá! Para todo el país, le estoy quitando el marido a una mujer.
MARIO: Tú y yo sabemos que eso no es cierto.
SARAH: (Desde su penumbra.) ¿Te imaginas que me matara? Eso te haría feliz, ¿verdad?
TERESA: Una se fastidia toda una vida tratando de hacerse un nombre, y ...
MARIO: ¿Qué te arruiné yo, Teresa?
TERESA: Todo este escándalo es tu culpa.
MARIO: Si quieres aquí se acaba.
TERESA: Bonito consuelo. ¡Qué fácil! Te largas y ya. Sí, ¿y yo qué? ¿Cómo quedo yo después?
SARAH: ¿Mi después? Lo he pensado. Si no te tengo, ¿para qué quiero vivir? Y si te tengo... si te tuviera aquí, así, con ese odio que llevas por dentro, t ampoco lo soportaría.
TERESA: Estoy harta del dolor.
SARAH: Estoy harta del dolor.
RENE: (Iluminado levemente en algún rincón de la escena.) ¿S abes? Lo inversionistas volvieron a llamar. Tu entrevista con los demás medios les revolcó el estómago. Pero es tan poco lo que puedo hacer. Quisiera recordar lo que es la solidaridad, Mario. Te juro que quisiera. (Pausa.) No quieren que vuelvas a escribir ni un palabra más sobre esto.
FERNÁN DEZ: (Iluminado también, en otro rincón, junto a él, el abogado y el Detecti ve.) ¿Y qué más?
DETECTIVE: La vida personal de este tipo es un desastre.
FERNÁNDEZ: ¿Y el periódico?
DETECTIVE: Está cubierto. Tenemos gente adentro.
ABOGADO: Debes ir a la prensa a contestar algo.
FERNÁNDEZ: ¿Qué debo decir?
ABOGADO: Que Casanova está loco y que no tienes tiempo para contestar sus est upideces.
FERNÁNDEZ: “Casanova, estás loco. No tengo tiempo para contestar tus estupideces”.
ABOGADO: Que tiene un ego del tamaño de Australia.
FERNÁNDEZ: Tengo amigos australianos, pueden ofenderse con eso.
TERESA: Estoy harta de t i, del dolor, de la angustia, del chisme.
SARAH: Estoy harta de t i, de la soledad, del desprecio, de la indiferencia.
TERESA: De tu inmenso ego, de tu prepotencia, de tu vanidad.
SARAH: De tu indolencia, de tu dejadez, de tu silencio.
RENE: Algo pasa, no entiendo mi propia incertidumbre. Creo que debes dejar este asunto. Será lo mejor para todos.
FERNÁNDEZ: Casanova tiene un ego del t amaño de...
ABOGADO: De... ¡Del sol!
FERNÁNDEZ: ¿No era el sol el símbolo de un rey de Francia?
ABOGADO: ¿Qué importa?
FERNÁNDEZ: Tengo muchos amigos franceses. Demasiados. Mi bisabuelo era francés.
ABOGADO: Pues tiene un ego inmenso.
FERNÁNDEZ: Está bien. Escribiremos: “Editorial: El ego del periodista Mario Casanova”.
RENE: Otro editorial de Fernández contra ti. Ahora es tu vida personal lo que es público. Invalidaron todo lo que dijiste. Tu credibilidad. Ahora ya no cuenta el mensaje, sólo importa el mensajero.
SARAH: ¿Por qué ahora yo y tu hijo somos un asunto público? Es a la actricilla esa a quien le gustan las portadas. Sácame a mi y a tu hijo de este asunto. Es una vergüenza para mi familia.
TERESA: Odio los malditos escándalos. Mi vida es tan pública que me da vergüenza tenerla. A mi madre le va a dar un infarto.
RENE: Ya no un periodista honesto. Ahora eres una estrella del “show bussines”. Los inversionistas, Mario.
SARAH: No quiero ver mi nombre en los periódicos.
TERESA: ¡Ya basta de que me estén diciendo puta en palabras finas!
FERNÁNDEZ: ¿Y con qué fuerza moral...
RENE: Los inversionistas te cuestionan...
SARAH: Tu hijo, mi nombre...
TERESA: Mi carrera...
ABOGADO: Delirio de grandeza.
FERNÁNDEZ: ¿Ves? Ya todo está claro.
ABOGADO: Continuemos.
MARIO: ¡BASTA! ( Pausa.) ¿Me amas, Teresa?
TERESA: (Pausa.) ¿Y qué clase de amor es este que el dolor no puede hacer más grande?
Música.
Todos, menos Mario, desaparecen lentamente. Mientras ap arece un hombre mayor, el Padre de Mario Casanova. Camina tras él, con un peri ódico en la mano.
PADRE: Es la tinta.
MARIO: ¿Qué?
PADRE: La tinta. Legitima las palabras. Las hace ciertas. Les da eternidad y permanencia.
MARIO: Es una suerte que las dichas se las lleve el viento.
PADRE: Oh, tampoco así. Esas se quedan en el aire, forman parte de la energía del universo, hijo. Pasan de aire en aire, como si brincaran por encima de las nubes. La tinta las atrapa. A eso le llamamos Historia.
MARIO: Es fácil para t i decir eso. Fuiste impresor toda tu vida, sabes lo que vale una palabra. Miles de libros y periódicos pasaron por estas manos. Diabl os... cuánto deben saber estos dedos, ¿ah? Si fueras ciego, ellos hablarían por ti. P ero ves mejor que yo, Papá. Por eso siempre vuelvo a
t i. Sabes que una letra, un punto, un coma, pueden cambiar el rumbo de una vida. Es estúpido, pero es así. (Pausa.) ¿Conoces la teoría del caos?
PADRE: El único caos que conozco es el caos del alma.
MARIO: ¿Cómo hacemos de lo simple algo muy complejo?; un efecto de dominó cuya aparatosa caída en serie destruye de un golpe... todas las razones por las cuales el primer dominó estaba de pie.
PADRE: Nunca me has hablado de Dios.
MARIO: No sé si creo en Dios. Debo creer igual que cree todo el mundo; en la necesidad. A veces cuando maldigo, grito “¡Cristo!”, pero no sé lo que estoy gritando. Sólo un nombre. Pero cuando desespero, como ahora, me supongo que sería un alivio creer. Pero si Dios existiera, ¿en qué cambiarían mis cosas?
PADRE: En tu manera de mirarlas. En tu manera de merecerlas.
MARIO: (Tocado.) ¿Cómo puedes mezclar tanta belleza y tanta crueldad en un solo pensamiento? (Pausa.) No soy un hombre religioso.
PADRE: No necesitas religión para hacer eso. Necesitas fe.
MARIO: Papá, la fe no es un asunto simple.
PADRE: (Pausa.) Soy tu padre. Hay cosas que yo no entendía y por eso me impuse, me hacía sentirme más seguro pero no era cierto. Terminaba por torturarme de miedo por ti.
MARIO: Yo no tengo miedo.
PADRE: Tienes orgullo.
MARIO: Viejo...
PADRE: No te entiendo, hijo. ¿Qué has hecho de tu vida en estos meses? Tanto odio...
MARIO: Estoy tratando de hacer justicia.
PADRE: Creo que estás tratando de imponerla y eso es lo que no entiendo. Es como pedir la paz a garrotazos. ¿No te parece que la contradicción es uno de los peores males de este fin de siglo?
MARIO: La terquedad también lo es. Esa maldita manía que t odos tenemos de huir del error como de una peste.
PADRE: ¿Reconoces tus errores? ¿Sabes cuáles son?
MARIO: Por supuesto. Pero no puedo vivir con ellos.
PADRE: Te entiendo.
MARIO: Vine a pedirte tu opinión, no a que me entendieras. Necesito tu opinión, Papá. Me acostumbraste a ella. Sobre todo a la idea de que siempre tu opinión era la correcta, por eso tomé muchas decisiones equivocadas. No todas, pero sí aquellas que tenían que ver con algo parecido a ti. Mi mat rimonio, por ejemplo. Me casé porque te casaste y ahora no tiene sentido. Ahora estoy divorciándome y cuando miro que llevas cuarenta años casado con mi madre siento que también está mal que ya no la ame.
PADRE: Ahora amas a otra mujer.
MARIO: ¿Te parece mal?
PADRE: No. Me parece confuso.
MARIO: ¿Por qué?
PADRE: Porque al mismo tiempo odias... a ese hombre, por ejemplo.
MARIO: Le he puesto mi dedo en su frente pero no estoy hablando de odio, es que...
PADRE: ¿Qué? Es odio, acéptalo y será más fácil vivir con él.
MARIO: Odio, miedo, rabia, rencor. ¿Qué más da?
PADRE: Un rencor sostenido por miles de ideas que pueden justificarlo. Los miles de libros que has leído, tus compromisos políticos, tus luchas. ¡Hasta tu supuesta objetividad
periodística! Justificas el odio, hijo. Lo hago por esto, por lo otro, por aquello, pero es odio igual. Y el odio no tiene justificación. Es odio. Punto.
MARIO: Eres un altruísta simplón.
PADRE: Y tú te estás contradiciendo.
MARIO: Papá, hay cosas que por más que te las explique...
PADRE: ¿Hasta cuándo tienes que herir para seguir siendo tú? ¿Es el dolor del otro lo que te da tu identidad? Insultas, abandonas, reprochas... y encima lo haces con un estilo literario que me parece brillante, genial. Pero todas tus justificaciones, por más complejas que parezcan, son ment iras. Hieres a todos porque quieres ver la sangre correr, pero luego esa misma sangre te ahoga y quieres huir.
MARIO: (Molesto.) ¡Entonces dime tú qué es lo que estoy pasando por alto! ¿De qué me estoy olvidando?
PADRE: ¡De la lección, hijo querido! De la lección. La lección está pasando por tus narices y no te das cuenta. Las acciones del pasado se acumulan y sólo puedes, o escuchar lo que tienen que decirte, o acumular más sobre ellas hasta que revientes.
MARIO: ¿Cuál es la lección?
PADRE: ¿Cuál es la deuda?
MARIO: ¿La deuda? ¿Qué deuda?
PADRE: ¿Qué le debes a toda esa gente a quienes estás haciendo sufrir?
MARIO: ¡Fernández hará sufrir a toda una nación!
PADRE: Ya Fernández pagará por ello. No hay deuda que no se pague ni plazo que no se cumpla.
MARIO: ¿Y si su cobrador se tarda? ¿Si el cobrador de sus afrentas se detiene en un bar a darse unos tragos, qué hacemos mientras? Ay, papá...
PADRE: ¿Eres tú su cobrador?
MARIO: No hay otro. Todo el mundo anda besándole el culo. Hasta los inversionistas de mi periódico. ¿Es que ya no crees en la justicia?
PADRE: ¿Qué les debes a todos? ¿Qué te debes a ti?
MARIO: ¿Y cómo voy a saberlo?
PADRE: Te lo enseñé de pequeño. Pero también lo ol vidaste.
Verano de 1830. Dijon. Charles recibe a Louis. Junto a ellos, James Demontry, abogado joven e impetu oso.
CHARLES: (Recitando.) “Amo a D ijon como el niño a la nodriza cuya leche ha mamado...”
JAMES: (Siguiéndole.) “Como el poeta a la mocita que inició su corazón en la pasión” ¡Louis!
LOUIS: Charlie, James... ¡Hermanos queridos!
CHARLES: ¡Hermano! ¿Me lo contarás todo? (Se abrazan fuerte. Tose.)
LOUIS: Estás enfermo.
CHARLES: Tú te ves muy bien. Ojeroso, pero bien. Esas parisinas. (Ríen.)
JAMES: Tenemos mucho que hacer, Louis. Acaban de imponer la censura a la prensa. El Rey y su gente no nos dejará pasar una.
LOUIS: ¿Un Rey nos impone el silencio, James? Pues una República nos dará la voz. Llegué, Charlie. Estoy listo para lo que sea. ¿Cuándo comenzamos?
CHARLES: Mañana.
Gaspard aparece. Mario se acerca mirán dolo con intensidad. Gaspard saca de su gabardina más documentos y se los entrega. Mario inclina levemente su cabeza en agradecimiento.
Gaspard desaparece. Mario lee.
Antonio Fernández y el Abogado, frente a un grupo de periodistas.
FERNÁNDEZ: Esas son mis declaraciones. El Ministerio de Justicia ha quedado satisfecho y así se lo han hecho saber a mis abogados. Trat aremos de averiguar la naturaleza de esos falsos documentos y someteremos nuestros alegatos al tribunal. Casanova tendrá que responder.
PERIODISTA #2: ¿A que atribuye esa faena contra usted?
FERNÁNDEZ: Mi periódico siempre ha crit icado mal sus obras de teatro. (Los p eriodistas ríen.)
PERIODISTA #3: El Ministerio lo ha exonerado de sospechas. Pero se insiste que usted tiene varios socios que están detrás de usted en las negociaciones de compra del El Universal y de la más importante cadena de Televisión de la Nación. Pero nadie sabe quiénes son sus socios.
FERNÁNDEZ: Son inversionistas muy honorables y muy comprometidos con el país que prefieren mantenerse en el anonimato.
PERIODISTA #4: ¿Por qué si quieren hacerle bien al país tienen que ser anónimos?
FERNÁNDEZ: Lo que haga la derecha, que no lo sepa la izquierda.
PERIODISTA #3: Esto hace creer que la negociación es confusa y de intereses ult eriores.
FERNÁNDEZ: Es una acusación muy seria y necesita muchas más pruebas de las que aparenta tener Casanova. Yo soy un hombre de familia y muy respetuoso de la Ley y de nuestra Constitución.
MARIO: (Sale de entre los p eriodistas.) ¿Aspira usted a ser Presidente de la Nación?
FERNÁNDEZ: (Lo mira, los periodistas acechan a ambos.) Soy un empresario, Casanova. Hago dinero, no me interesa dirigir a un país.
MARIO: ¿No cree usted que controlar los medios de comunicación es dirigir al país?
FERNÁNDEZ: No fantasee, joven. El país no tiene tiempo para sus calenturas literarias. Con permiso.
PERIODISTA #2: ¿Estará usted disponible para investigaciones futuras?
ABOGADO: No creo que las hagan, pero tampoco tenemos nada que esconder. (Fernández y su abogado salen, y los periodistas inician mutis.)
MARIO: (Casi solo, gritándole.) ¿Para qué quiere gobernar el país, Sr. Fernández?
FERNÁNDEZ: (Se detiene, se voltea y lo mira.) Y si así fuera... ¿quién me lo impediría? ¿Usted? ¿No es est a una democracia, jovencito?
Louis, Charles y James revisan un periódico, hablan muy animados. Charles tose.
Mario, solo en escena. ELLA se acerca.
ELLA: ¿Cómo está tu padre?
MARIO: Bien. Poniéndose viejo.
ELLA: Muy buen hombre tu padre, lo respeto mucho.
MARIO: Yo vengo porque... Papá quiso que...
ELLA: Ya... ya sé por qué has venido. Y yo te lo diré. (Lo mira muy fijo. Sonríe un poco. Mario sonríe, pero no mucho.) Fue en Francia, hace casi 200 años.
Música.
Julio de 1830. Dijon. Alboroto de gu erra y barricada. Una inmensa bandera tricolor ondea sobre una tropa de gentes, mujeres, niños, obreros, prostitutas. A la cabeza de ellos, Charles, Louis y James.
VOCES: ¡Viva la República! ¡Muera Carlos X! ¡L ibertad para la prensa!
Las gentes elevan a L ouis a una tribuna improvisada.
LOUIS: ¡Ciudadanos! Nosotros, los periodistas tenemos la misión de
elaborar el dogma de nuestra fe política. El pueblo confía en nosotros y sobre esa confianza comienzan a resolverse todos los problemas del género humano. ¡Dios y libertad! (Gritos.) ¡Ha llegado el día en que el pueblo sea el Rey! Ciudadanos de Dijon, ¡la era de las monarquías ha terminado y ahora comienza la era de la revolución! ¡No podemos descansar hasta que no podamos hacerlo sobre nuestra democracia! ¡T odo para el pueblo y por el pueblo! (Gritos.) La arist ocracia lleva en sí misma el germen de la destrucción. La monarquía es transitoria, la democracia es eterna. Los pueblos no mueren, se emancipan por la fe en el progreso, en la razón y en el valor. Este sagrado postulado nos ha sido impuesto a los jóvenes escritores y periodistas de Dijon. ¡A la moralización del pueblo por la prensa! (Gritos y salvas. Louis se desangra en fuerza.) ¡Viva la Repúbl ica! ¡Viva por siempre Louis Phillipe! ¡Viva la Francia Libre! ¡Prensa libre! ¡Arte l ibre! (Gritos y salvas arrecian.)
Tres hombres se separan del grupo, mirándole. Louis, James y Charles, bajan de la tribuna. Las gentes celebran. Uno de los tres hombres, Laurent Seaglés, con peluca, señ ala a Louis.
LAURENT: Monsieur Bertrand.
LOUIS: (Su grupo se detiene a mirarlo.)
Monsieur Laurent S eaglés... no le veo celebrando la llegada de la República. Su periódico sólo ha dicho groserías.
LAURENT: Sacan a un Borbón para abrirle la despensa a un Orleáns. ¡Estúpidos republ icanos! (Los otros ríen.)
LOUIS: Demasiada sangre en su herida monárquica, Monsieur.
LAURENT: Ya sabemos por qué regresó, Monsieur Bertrand. ¿Ludovic Bertrand? ¿Es así que firma sus artículos ahora? (Sus compinches se encogen de hombros.) Pero ya es muy vieja su venganza contra Foisset y aquí estamos demasiado tranquilos para que vuelva usted por estas calles cargando el apestado fantasma de Napoleón. ¿Por
qué no se regresa a París? Aquí queda algo de moral, ¿sabe usted?
LOUIS: ¿De veras? Yo pensaba que los asquerosos Carlistas habían acabado con la poca que nos quedaba. (Laurent escupe el suelo. Lo s iguen sus hombres, las gentes que celebraban ya se han ido.)
JAMES: Es aquí donde comienza, Louis.
LOUIS: ¿Qué es lo que comienza, James? ¿Ese extraño espacio de guerra pol ítica donde no hay avenencia, donde los enemigos siempre son jóvenes y fuert es? Sí, Dijon ha cambiado pero sus enemigos son siempre los mismos.
CHARLES: Ya no soy joven, Louis.
LOUIS: La juventud es la esperanza de la República.
CHARLES: Ayer he vomitado sangre. (Tensión.) Sí, no me miren así, ¿qué demonios puedo hacer?
LOUIS: Charl ie, vamos, este no es el mejor momento para morirte.
CHARLES: Voy a morirme, maldición. Así es que empieza, ¿no? No se diga más. Ayer hablé a mi mujer. Voy a dejarles a ustedes la imprenta, siempre y cuando le den un buen por ciento a ella para que pueda sobrevivir, ¿está claro?
Y nuestro inversionista... llévense bien con él, ¿ah? Es un poco cobarde.
JAMES: Tú estarás con nosotros. No se hable más de esto.
LOUIS: N o se hable más.
CHARLES: No. Sobre mí no se hable más. Pero sí una última palabra sobre ustedes. Morir es fácil. (Tose.) Y esto no merece muchas vueltas. La muerte es lo que es, un agujero negro y punto. Si hay algo después, no lo sabremos nunca. Pero ustedes están vivos y son jóvenes y la vida y la juventud, tan engañosa una como la otra, trae bajo el brazo una sabia enseñanza... ¡Qué est úpido maestro me siento! (Pausa.) Escuchen: el odio sólo hace que los gobernantes cambien más de prisa.
LOUIS: Charles, escucha...
CHARLES: El miedo, el olvido, la pasión cruel... todos juntos hacen que esta idea de un mejor futuro sea mucho más difícil y más lejana.
LOUIS: Laurent S eaglés tampoco querrá que sea fácil.
CHARLES: ¡Laurent Seaglés es un bastardo! Hizo su fortuna bajo el ala de los Borbones. Llegó huyendo
de París sabe Dios de qué fechoría y está aquí en Dijon desde que tú te chupabas el dedo. Se hizo médico con el dinero de Foisset, luego cort esano bien criado, pero con toda una hist oria oculta de bastardía y rencor. Ilegítimo, como todo el poder que se ostenta en nombre de la ambición. (Las gentes ond ean la tricolor desde el fondo del escenario.) Por eso Laurent S eaglés y su gente no se van con los reyes que huyen. Se quedan, conspiran, humillan, usan su dinero y su poder para regresar de la muerte, trayendo aún más muerte y horror. El horror del poder. Los Borbones, Orleáns, el mismo Napoleón, ¡nombres para la hist oria! No más. ¿Para quién peleamos entonces? Para los fantasmas, Louis. Para los viejos fantasmas del pasado que aún no acabamos de ent errar.
LOUIS: No creo en el olvido, Charles.
CHARLES: Pero tampoco crees en el presente. Ese es y será siempre tu error. No huyas de él, muchacho. Enfrenten esto de una vez con algo de... ¡Amor! (La bandera ondea muy cerca.)
JAMES: ¿Amor? Está delirando.
LOUIS: ¿De qué amor hablas, Charles?
CHARLES: Del amor que olvidamos. (Sonríe.)
JAMES: No son tiempos poét icos.
CHARLES: Entonces serán tiempos dramáticos. (Las gentes on dean la bandera muy cerca de ellos.) Pero si vives tu presente con algo de fe, verás como el pasado se te aclara... pasado y presente, uno y otro se unirán en un abrazo tibio y lleno de significado. (Los abraza a los dos.) Un abrazo que vale la pena quedárselo apretado, un ratito, breve, pero hondo... ya verás, Louis, verás ¡la Historia! (Enfrenta la gente y la gran ban dera.) ... la maravillosa lección de la Hist oria, ¡ y nunca la olvidarás!
La bandera pasa muy cerca de Charles y lo arropa. Charles desaparece. J ames y Louis se miran. La bandera pasa de nuevo dejando en escena a Gaspard. Lou is lo ve y va hacia él.
GASPARD: ¿Todavía jugando sus juegos de autograt ificación, Monsieur?
LOUIS: ¡Gaspard!
GASPARD: Todavía no ha encontrado la piedra filosofal del siglo XIX, del XX, el XXI.
LOUIS: No en los versos que me diste.
GASPARD: No le he dado verso al guno. Eran suyos. Los robé de su mente. (Sin darle mu cha importancia a lo que acaba de decir.) ¿Cómo le llamas a todo este barullo?
LOUIS: La República.
GASPARD: Ah, ya recuerdo. (Pau sa.) Le queda poco tiempo, Monsieur, no lo pierda. Usted tiene cosas más importantes que hacer.
LOUIS: ¿Qué cosa puede ser más importante que la República? (Gaspard ríe.) Dímelo.
GASPARD: ¿La poesía?
LOUIS: Eres Satán, no hay duda.
GASPARD: Cuídese de usted mismo, Monsieur.
L a bandera pasa de nuevo, James y Louis quedan solos en escena.
LOUIS: Ahora estamos solos, James.
JAMES: ¿No nos pesará mucho la utopía?
LOUIS: No, si la llevamos juntos.
ELLA: Había un hombre. (Piensa.) ¿Un político? ¿Un médico? Su nombre era Lorenzo, L orenzo, en francés...
MARIO: ¿Laurent?
ELLA: Ujúm. Era un hombre poderoso y muy rico. Ustedes son enemigos.
MARIO: ¿Ustedes? ¿Habla de mí?
ELLA: Sí, tú. Entonces eras escritor y periodista, igual que ahora. Los talentos también se heredan cuando son buenos.
MARIO: ¿Cómo la sabe? ¿Mi padre se lo dijo?
ELLA: Se te ve en los ojos.
MARIO: No creo en esto.
ELLA: Eso no evita que no haya sucedido.
MARIO: No puedo creer en esto.
ELLA: Deberías, aunque fuera por unos minutos.
MARIO: ¿Por qué tengo un enemigo de 200 años?
ELLA: Una bandera de tres colores. Asuntos políticos. Odios viejos. Tú pensabas una cosa, el otra, así es la vida. (Pausa.)
Pero así no debería ser.
MARIO: ¿Y qué pasó?
ELLA: Tú tenías un periódico, él también.
Bureau de Le Spectateur. Lauren t Seaglés y sus dos colegas.
HOMBRE #1: Esto dice Le Spectateur.
LAURENT: Cierto diputado republicano, Monsieur de Cormenin, a su paso por Dijon, habló mucho, rezongó y culpó demasiado. Los republicanitos de nuestra ciudad le han aplaudido de pie. Es obvio que a nuestros bonapartistas, el rezongar le es divertido.
Bureau de Le Patriote.
Louis y James.
JAMES: Esto contesta Le Patriote.
LOUIS: En nombre de la juventud y del pueblo de Dijon, ¡Gloria a Monsieur de Cormenin! D iputado fiel y apóstol de la Libertad. ¡Viva La República!
LAURENT: El notorio diputado fue recibido por una improvisada al ocución de los imberbes empleados de Le Patriote. Y decimos imberbes porque el joven Louis Bertrand apenas tenía 21 años cuando engañó al académico Foisset para que le diera la gerencia del desaparecido periódico Le Prov i ncial. ¡Un gerente de un periódico de 21 años, toda una ilegal idad!
Ahora parece como si hablaran.
LOUIS: ¡Que pánico le tienen los pelucones a la juventud!
LAURENT: Y hoy, este jovenzuelo se atreve a dirigirse a un diput ado en nombre del pueblo de Dijon.
Este mocoso, cuyo nombre todos
conocen, pertenece a una extraña generación de hombres de paja, cuyo fin no es otro que arengar para el disturbio y la confusión. Periodistas agitadores, ¡no es su pal abra la de esta noble ciudad!
LOUIS: ¿Hombres de paja, nos acusa Seaglés? Como si la palabra la monopolizaran los pelucones. ¡Como si la palabra no fuera tan libre como la prensa! Son ustedes el tronco podrido y caduco de una sociedad que se hace pol vo.
LAURENT: Estos republicanitos de hoy, son los viejos liberales a los que el malogrado Foisett dio alas. Y dio alas a la ponz oña.
LOUIS: Somos, aunque les duela, la voz, la única voz del pueblo. Somos la juventud.
LAURENT: ¡Este muchachito engreído que ha ll egado de París...
LOUIS: ¡Amigo personal del Maestro Víctor Hugo, de Sainte-Beuve y de Charles Nodier. De París ob-
tuve los mejores elogios que un poeta de provincia puede tener. Con ese derecho me dirijo a las gentes. Soy periodista y soy poeta. Por mi boca habla mi país.
LAURENT: ¿Y quien le dio ese derecho? ¿Charles Brugnot? ¿Ese perro faldero de Foisset, ese republicano a medias, Carlista a medias? ¿Por qué al morir no se llevó a Bertrand con él?, ¡a Bertrand y a toda su estirpe!
LOUIS: ¡Mi padre fue capitán de Gendarmería en los gloriosos ejércitos de Napoléon!
LAURENT: ¡Vaya gloria, vaya honor! Hubiera sido más honorable que hubiese comandado los ejércitos de At ila.
LOUIS: Usted y su periódico ofenden la memoria de mi inmenso padre y ofenden la memoria de uno de los más grandes hombres de D ijon, Monsieur Charles Brugnot, ¡periodista y poeta! Hombre que fue como un padre para mí.
LAURENT: Ludovic Bertrand: Este periódico no perderá papel hablando ni de su persona ni de su familia ni de sus tal entos como improvisador de discursos. (Los hombres ríen.) E sto es un hecho político que contradice su...
LOUIS: (Sobre la últi ma de él.) ¡Y como un hecho político lo t omo!
LAURENT: ...su propio discursito democrático. Soberbio jovenzuelo que usa la tricolor para dar a D ijon una falsa complicidad con esta natimuerta república. ¡Dijon no es usted!
LOUIS: ¡Cobardes monárquicos! ¡Peste de Francia! En nuestra palabra está la estima pública y para defenderla, me será suficiente ¡un arma de espadachín!
James y Hombre #1 intercambian notas. Laurent y los dos hombres se visten con capas y sombreros de copas. Caminan al centro del escen ario; una neblina deja ver una reja con enredadera: el Jardín del Arcabuz, en Dijon.
ELLA: Tanto odio.
JAMES: ¿Estás seguro de que quieres hacerl o? (Se visten con capas. Louis se da un trago hondo que James comparte.)
LOUIS: Avisarás a mi madre si algo pasa.
MARIO: ¿Qué pasó luego?
ELLA: Deshonor, insulto... un duelo. (Ella triste, silencio largo.)
MARIO: ¿Que sucede?
ELLA: Tienes mucho miedo y rabia. Oh, Dios... veo sangre.
Louis y James se acercan a las tres figuras.
HOMBRE #2: Todavía podemos arreglar este asunto como caballeros.
JAMES: (Negativa de Louis.) Aquí no hay nada que arreglar.
LAURENT: Es usted un idiota, joven.
LOUIS: No tanto como usted, viejo.
LAURENT: No le acusé de nada que no fuera cierto.
LOUIS: No me defiendo de nada que lo sea. (Se quita capa y chaqu eta.)
LAURENT: Si insiste. (Se quita el sombrero, la capa y la chaqu eta.) Sabe que le mataré. En el fondo lo sabe. Si alguna sangre correrá por estos sables... (Hombre #1 los desenvaina.) será la suya. Su sangre italia-
na. Porque es usted italiano, Monsieur Bertrand. ¿Cierto?
LOUIS: ¿Y usted? ¿No se quitará la peluca? (James ríe.) Supongo que así no se le escaparán los pensamientos. (Ríen de buena gana. Hombre #1 da a escog er un sable a Lou is.)
LAURENT: (Balanceando el suyo.) Pase lo que pase aquí, está usted comprando un poderoso enemigo por largo tiempo.
LOUIS: Ofendió usted mi honor.
JAMES: Ya, no le des más gusto. Vamos doctor, a ver si puede poner su espada donde pone su lengua.
LOUIS: Nunca me han caído bien los doctores. Recuerdo uno que le gustaba fornicar las mujeres de otros hombres.
LAURENT: ¿Qué? ¿Un doctor le fornicó la suya?
LOUIS: No. Yo forniqué su madre antes. Así forniqué a todas las madres de cuánto doctor hubiese vivo en Francia.
Laurent lanza un sablazo con toda su fuerza, pero Louis lo con tiene con gallarda astucia, sobresale así su agilidad y sup erioridad como
espadach í n. Un empujón y Lou i s deja salir su ira.
LOUIS: ¡Bastardo como un Borbón!
LAURENT: ¡Mierda, como Napoleón!
LOUIS: (Lanza con ira.) ¡Esta por Brugnot! (Otra vez.) ¡Esta por mi padre! (Laurent, viejo y lento, se d efiende a duras penas de este frenesí de gol pes.) ¡Esta por mi honor!
LAURENT: (Se separa de él un tanto.) ¿Es cierto que los comediantes de D ijon estrenarán una pieza suya en beneficio del Ejército? Dicen que es una obra de teatro espantosa, con cabareteras y todo. ¿Qué? Ese escritorzuelo inmoral de Víctor Hugo no le enseñó su teoría sobre el buen drama? (Lanza. Louis se defiende. Dos golpes más.)
¿Lo han abucheado alguna vez, Bert rand? (Bertrand lan za.) Un abucheo hondo, largo, de profundo desprecio por su arte? (Lanza de nuevo.) Tomen nota de esto muchachos, parece que sí. (Laurent lanza.) ¿Y qué me dice del rumor que lo acusa a usted y al abogadito que lo acompaña, Monsieur James D emontry, de robarse el dinero de las taquillas
de cierto banquete federativo que se dio en Dijon hace un mes. ¿Tras republicanos, ladrones? (Louis lanza dos, tres, cuatro corridas.)
JAMES: Monsieur, no busque que yo también tome la espada.
HOMBRE #1: Vamos, abogadito, somos tres, no lo olvides.
HOMBRE #2: Mantengamos el asunto como caballeros, por favor.
LAURENT: (Agitado y obviamente cans ado.) Republicano bonapartista, hijo de bonapartista, francmasón, por lo que supongo ateo, mal dramaturgo, pésimo poeta -eso ya me lo había dicho Foisset - y encima de ladrón, ¡joven!, ¿no va a dejar ningún desastre para la vejez? ¿Qué vino a buscar a Dijon, Bertrand? ¿Por qué no se quedó en París? (Louis lanza.) ¿Fracasó en París? Pero si usted ha fracasado siempre... usted, desde que comenzó a trabajar en el periódico de Foisset, estuvo escribiendo -como decía el mismo periódico“¡Para la gloria de Dios y el Rey!”
LOUIS: ¡Dios y libertad! (Lanza y baten.)
LAURENT: Usted sirvió al Rey, Bertrand, ¡qué contradicción! ¡es us-
ted de los que se acomoda! ¡Qué mentira de hombre! (Lanza, Louis se defiende.) ¡Louis Bertrand es Carlista! ¿No se revuelca su padre en la tumba? ¡Qué vergüenza! ¡Qué caricat ura!
Louis contra ataca con rabia incontrolable y hace que Lau rent caiga al suelo, indefensión que Louis aprovecha para herirle con s aña en el brazo. La sangre brota rápidamente. Laurent se detiene y mira su sangre brotar. Ciego de ira, Louis levanta su sable para partirle de medio a med io.
JAMES: ¡Louis, no!
James y los Hombres de Laurent se interponen. Louis resopla como una bestia amarrada, se agita en una violencia de siglos y grita hondo y grave, como un lobo cu ya baba de rabia le envuelve en una cólera cegadora y brutal.
MARIO: Supongamos que fuera cierto. Digo, le estoy dando los minutos de credibilidad que usted misma me pidió. ¿Por qué tengo que saber esto?
ELLA: Porque el odio se hereda, muchacho. Pasa de siglo en siglo como una enfermedad que pasa de padre a hijo. Pero también la cargan las almas de una vida a otra. El tiempo no se detiene para el odio.
MARIO: E st as frivolidades del “new age”.
ELLA: Imagino que crees que tenemos alma, ¿verdad?
MARIO: No creo en esto. No puede ser que yo esté aquí oyéndola con tanta tranquil idad.
ELLA: No estás tranquilo. Tú reconoces lo que te estoy diciendo. Hay cosas que reconocemos y no podemos explicar por qué son tan “familiares”. Las negamos, pero están ahí. Nos sentimos seguros cuando negamos lo que no conocemos.
MARIO: Reconozco parte de esta historia porque es asombrosamente parecida a la mía. Pero eso no es argumento suficiente para creerla. ¿Mi padre no le contó nada?
ELLA: Me pidió que te ayudara, no que te divirtiera.
MARIO: Y... (Buscando invalidarla.) ¿No conoce usted quién soy, lo que hago?
ELLA: ¿Te parece que con tantas flores que cuidar, tres hermosos nietos y maravillosa música que escuchar, tengo tiempo para... eso? ¡Shh! Deja ya de mover esa mente buscando razones que no puedes encontrar. (Pausa.) Lo crees. En el fondo lo crees. Porque tú ya no tienes otra cosa que creer, por eso estás aquí. Por eso fuiste a ver a tu padre y él te mandó que vinieras a verme.
MARIO: ¿Quién es usted?
ELLA: Una mujer que t iene una “intuición” que tu filosofía y tu ciencia no pueden explicar. Por lo tanto no la pueden aceptar. Los griegos les decían pitonisas, una Cassandra... qué sé yo. En América les llaman brujas, shamanas. En Francia les llamaban “médiums”... (Sonríe.) Muchos se
burlan de nosotras, pero darían su reino por saber qué pasará mañana o qué pasó en “aquel ayer”. Todos prefieren valorar un sentido común que mantiene al mundo en orden, pero después tampoco quieren ese orden y entonces buscan de estas cosas. ¿No te parece que debieron ahorrarse todo ese trabajo de dudar y luego creer?
MARIO: Se supone que yo no crea en esto.
ELLA: Si quieres puedes irte ahora mismo. Anda, vete. Agárrate de tu sentido común.
MARIO: De mi lógica.
ELLA: De tu pequeñita lógica. Vuelve a lo conocido. No te arriesgues con mis tonterías. Vamos, vete.
MARIO: (Silencio.) Usted...
ELLA: Puedes ir a un siquiatra, te recetarán un poco de litio para tu depresión y creerás estar mejor. (Pausa.) Yo soy lo único que tienes ahora, muchacho.
MARIO: Quiero ser razonable.
ELLA: Pero es que nunca lo has sido. Quédate y aplaca un poco esa soberbia de tu sentido común y por alguna vez en esta vida admite que hay cosas por encima de ti que no conoces y que no puedes ex plicar.
MARRIO: Si admito eso, admitiré cualquier cosa.
ELLA: Bueno, admites a un señor flaco, vestido de negro, que te da documentos, ¿cómo se llama?
MARIO: ¿Cómo sabe eso?
ELLA: Gaspard. Se llama Gaspard. ¡Qué señor más extraño! (Gaspard aparece, algo lejos de ellos en una extraña penumbra, mirándolos fijamente. Ella lo ve.) Me saluda. (Lo hace.) Me respeta. Viene de muy lejos. Hay un vínculo muy fuerte entre ustedes. (Pausa.) É l no está vivo. Pero eso no tiene importancia.
MARIO: ¿Cómo que no está vivo? Lo he visto, he hablado con él. Me ha dado información muy útil.
ELLA: Yo también te la daré. Te hablaré de cosas que jamás en tu vida hayas escuchado ¿y sabes por qué? Porque debes saberlas.
MARIO: ¿Por qué yo?
ELLA: Volvamos ahora a tu deuda. ¿Quieres? (Pausa.) Porque aún hay más... ¿quieres escucharlo?
MARIO: Continúe.
ELLA: Diste un viaje al campo con una modista.
MARIO: ¿Cuál modista?
ELLA: La del bebé.
MARIO: ¿Cuál bebé?
ELLA: Tu bebé.
Una calle de París. Marie carga un niño en los brazos. Despeinada, confundida, mucha gente a su alrededor. Se acerca al Tabernero.
MARIE: Busco a Monsieur Louis Bertrand, el poeta de Dijon.
TABERNERO: No sé de quién me habla, Madame.
MARIE: Es alto, delgado, de cabellos muy largos... es amigo de Monsieur Víctor Hugo.
TABERNERO: ¿Y por qué no le pregunta a Monsieur Hugo por él? (S ale.)
UNA CRIADA: Monsieur Hugo no recibe visitas.
MARIE: Pero es urgente.
UNA CRIADA: Está muy ocupado. (Pausa.) Lo persiguen. Comprenda, por favor.
UN HOMBRE: ¿Monsieur Bertrand? Lo recuerdo, un joven poeta de D ijon.
MARIE : Sí, es él. ¿Lo ha visto?
UN HOMBRE: Lo ví una vez en los salones de Nodier, pero no lo ví más. ¿No se habrá vuelto a su pueblo?
OTRO HOMBRE: No conozco a ningún Louis Bertrand. No sé dónde queda Dijon.
OTRA MUJER: Aquí no vivió nadie con ese nombre.
PROS TITUTA: Louis, delicioso chico aquél. Tenía un lunar, creo, en...
UN JOVEN: Madame, ¿por qué llora usted?
UNA MUJER: Madame Marie, ¿se siente bien?
MARIE: Quiero morirme.
BORRACHO: Aquí vienen muchos borrachos de D ijon, ¿Uno de ellos le hizo ese hijo y ahora no aparece? (Ri sas.)
MARIE: ¡Shh! No ll ores chiquito mío. Ya encontraremos a Papá. Estará ba-
jo la Luna esperando por su Ondina.
ELLA: Y la actriz ...
MARIO: ¿Cuál actriz?
ELLA: La actriz de quien te enamoraste.
MARIO: ¿Por qué habla en pasado? Estoy... ahora mismo, con una actriz.
ELLA: (Lo mira y sonríe.) Son las mismas.
El puente y el farol Celestine, ojerosa y enferma.
CELESTINE: No voy a regresar.
HENRI: P obrecita, Celestine.
CELESTINE: Pensé que me amabas.
HENRI: ¿Cómo se ama a una puta?
CELESTINE: Soy una dama.
HENRI: Pobrecita, Celestine.
CELESTINE: Hice todo lo que me pediste, Henri. Me acosté con tus amigos, hiciste feos ex perimentos con mi cuerpo, cosas asquerosas, maté los niños que me...
HENRI: Pobrecita l oca.
CELESTINE: Hice todo lo que me pediste, Henri.
HENRI: Pobrecita.
CELESTINE: ¿Hay al go más fuerte que el odio?
HENRI: (Le pone algunos billetes en el p echo.) No regreses a mi casa a menos que no vengas obediente.
CELESTINE: ¿Por qué tuve que matar a los niños que me hiciste, Henri?
HENRI: Para que no terminaran como tú. (Pau sa.) Pobrecita... (Sale.)
Celestine llora en silencio. Se agarra del farol y poco a poco trepa la baranda del puente. Su balance es p obre, pero mantiene su mirada llorosa y fija al cielo, lista para lan zarse. Un hombre se acerca en tre la niebla y la ve, gritándole: “¡Madame, por favor, no!” La toma del brazo y la ayuda a bajar del puente. Celestine desfallece; al verlo...
CELESTINE: ¡Monsieur Hugo! Cuánto lo siento.
VICTOR HUGO: ¿Está bien, Madame?
CELESTINE: Sí, sólo tomaba un poco de aire.
VICTOR HUGO: ¿A esta hora y aquí? ¿Cómo se llama?
CELESTINE: Usted me conoce, Maestro. ¿No me recuerda? Soy Celestine, la novia de Louis Bertrand, ¡el más grande poeta del mundo!
Usted lo dijo. Louis Bertrand de Dijon. ¿Lo ha visto usted?
VICTOR HUGO: Louis Bertrand. No sé de él hace mucho tiempo. Y si usted es su novia, ¿por qué pregunta por él?
CELESTINE: ¡Qué tontería! (Ríe.) ¡Qué tontería! (Inicia mu tis.) Buenas noches, Maestro. No se preocupe, estoy muy bien. Sólo tomaba aire. (Sale riendo muy bajito y llorando.) ¡Qué tontería!
Celestine cruza la escena y llega hasta Marie, que acomoda cosas en un baúl. Un niño llora en una canasta. Celes tine se acerca.
CELESTINE: Mademoiselle Marie...
MARIE: (Se voltea asustada.) ¿Qué quieres?
CELESTINE: Trabajo.
MARIE: Ya no trabajo. No puedo ayudarte, Celest ine.
CELESTINE: ¿A dónde se va?
MARIE: Lejos. ¿No tenías un novio muy rico, un médico, o algo así?
CELESTINE: Mi único novio, mi único amor ha sido Louis. (Silencio. Orgull os a.) ¡L ouis Bertrand, el más grande poeta del mundo! (Pausa.
Muy baji to.) ¿No sabe usted dónde está?
MARIE: No. ¿Y tu señora Madre?
CELESTINE: Muerta. (Camina, como ida.) ¿Y este niño tan hermoso?
MARIE: ¡No lo toques! (Silencio.) No puedo ayudarte, muchacha.
CE LESTINE: ¡Es bello! Adoro tanto los niños. Si le contara de mi amor por ellos... (Pausa.) Esos ojitos tan tristes.
MARIE: Celestine.
CELESTINE: Déjeme tenerlo un momento, por favor.
MARIE: No. Vete, vete de aquí.
CELESTINE: El padre debe ser un gran hombre. ¿Quién es su esposo, Madame?
MARIE: (Silencio.) Dios, muchacha. Dios es su padre.
CELESTINE: Entonces no tiene trabajo para mi. Qué pena. T odavía soy joven, no llego a los veinticinco. Todavía soy bella. Si Luis est uviera aquí, de seguro le inspiraría un poema radiante. Mi cara es radiante todavía. Claro que sí. Soy actriz. Soy... la actriz. (La mira muy fijo.) Dios la bendiga, Madame. Que la vida nunca le dé tristezas. (Sale.)
ELLA: ¿Estás sumando a tu deuda, muchacho? O ya perdiste la cuenta.
MARIO: Continúe.
ELLA: Somos responsables por todo lo que hacemos. Cosechamos lo que sembramos.
James y Louis miran hacia el público. Un fuerte abucheo se escucha, escándalo de una obra fracasada. Un soldado llega.
SOLDADO: ¡Monsieur Bertrand! ¿Cómo explicaremos esto a nuestro Capitán? Esto es un fiasco.
LOUIS: Dígale que no fue culpa nuestra.
SOLDADO: Claro que fue su culpa, es usted un pésimo escritor.
LOUIS: ¡Son abucheos comprados!, ¿no los oye?
SOLDADO: Óigalos usted. Es el sonido de su fracaso. Gracias por el favor. (Sale.)
JAMES: Seaglés... mal dito.
LOUIS: No sabía que el fracaso también podía comprarse. Compra la opinión de mi propia gente. Nunca pensé que D ijon me haría esto.
JAMES: Pero lo hizo, Louis. (El abu cheo arrecia.) ¡Lo hizo!
ELLA: Venganza. La sangre siempre trae venganza. Hay enemigos que son para muchas vidas. Un enemigo es una responsabilidad enorme, una deuda enorme. Ese enemigo...
Louis camina solo. Sombras de hombres entre la niebla. Aparece Gaspard.
GASPARD: Es mejor que se vaya a París. Aquí ya no hay nada para usted, muchacho.
LOUIS: ¿Nada?
GASPARD: Glorias pasadas, recuerdos, fracasos. Vuelva a París, el tiempo se acaba.
LOUIS: ¿Para qué necesito tiempo?
GASPARD: Para rect ificar. (Sale.)
MARIO: ¿Rectificar?
ELLA: S anar heridas.
MARIO: Yo he actuado para beneficio del país. ¿Cómo puedo cometer un error combatiendo a un enemigo?
ELLA: Para vencer a un enemigo, tienes que estar a la altura de los principios con los combates.
MARIO: ¿Y no lo estoy?
ELLA: (Muy sencilla.) No.
MARIO: ¿Pero qué quiere usted?
ELLA: Un poco de luz en tu corazón.
MARIO: No me hable como un sacerdote o como un ministro cuyas doctrinas, de tanto decirlas, se vuelven falsas e hipócritas. Amor, amor, amor, ¡Señora; hay sangre, hay odio,
odio, hay injusticias en todo el planeta! Naciones enteras se combaten unas con otras, genocidios, millones de muertos, campos de concentración y torturas y usted me pide luz en mi corazón? ¿Qué quiere? ¿Que ame a mi enemigo? ¡Facilísimo decirlo! ¿Y después qué? ¿Dejarlo que me estrangule?
ELLA: ¿Cuánta publicidad quieres para tu sentido de la just icia? ¿Cuánto quieres que te amen por que eres “bueno” y “justo” con el mundo? ¿Quieres que te alaben, que te feliciten porque estás preocupado por tu prójimo?
MARIO: ¡Estoy luchando contra el horror de una sociedad que ya casi no tiene remedio!
ELLA: ¿Y combates el horror con el horror? (Pausa.) ¿Y el horror de tu vida no contribuye a él?
MARIO: Usted no entiende.
ELLA: El que no entiende eres tú.
MARIO: ¡Yo no importo! Mi vida no importa.
ELL A: Y si tú no importas, ¿quién va a luchar por la justicia entonces?
LOUIS: ¡Gaspard! ¿Dónde estás? (Sombras de hombres en la neblina, acechan.) ¿Quién está ahí? ¿Qué quieren?
HOMBRE #2: Un mensaje de Monsieur Laurent Seaglés.
LOUIS: Dígale que yo gané el duelo en buena lid. Que no me persiga más. ¡Estoy harto!
HOMBRE #2: Monsieur Seaglés no está conforme. (Los hombres sacan s a-
bles y estoques.) Tenemos la obligación de darle alguna conformidad.
LOUIS: ¡Qué valiente resultó ser el bastardo! (Saca su estoque.) Pues si así lo quiere, así será... (Lucha fiera en la que los hombres rodean a Louis. E s te cae al suelo, herido. Laurent Seaglés aparece.)
LAURENT: Basta. (Los hombres se sep aran.)
ELLA: ¿Sabes? La muerte no existe. Es una ilusión. Nadie muere realmente. Si la muerte existiera, si de verdad todo fuera un agujero negro, no tendría sentido ser “buenos” y “justos”. Si todo terminara de golpe, ¿para qué preocuparnos por el prójimo?
LOUIS: (Moribundo.) ¡Bastardo!
LAURENT: ¿Sabes por qué no te mato, muchacho? Porque quiero seguir odiándote. No tengo más alternativa. Hay que sobrevivir. (Da una mirada a todos lados, indiferente.) Ya no veremos otra vez, no sé dónde, no sé cuándo. Pero te aseguro que nos veremos de nuevo y será... un extraño privilegio. (Pausa.) Lárgate de Dijon. Si regresas te mataré. Tienes hasta mañana. (Sale despacio, sus hom-
bres le siguen; mientras Louis se retuerce en el suelo de d olor.)
ELLA: Bueno, esa es la historia que viniste a buscar y es todo cuanto puedo decirte, muchacho.
MARIO: No, eso no es todo, quiero más det alles. Quiero pruebas.
ELLA: Búscalas tú.
MARIO: Si le creyera, si todo este asunto -que me parece un est upendo absurdo- si fuera cierto, todavía tengo una vida que vivir.
ELLA: Ese “estupendo absurdo” te ocurrió aunque t ú no creas en él. Además muchacho, creerlo o no, no te resolverá nada. Ese “absurdo” es como un letrero en la carretera. El letrero no importa si sabes a dónde vas, pero si no sabes, sólo tienes el letrero, confía en él, él te llevará.
MARIO: ¿Y si el letrero se equivoca?
ELLA: Entonces no lo leíste bien.
MARIO: ¿Cómo puedo enfrentarme al futuro sabiendo este pasado? ¿Tengo que venir a verle cada vez que tenga dudas? ¿Cada vez que no sepa cómo “amar a mi enemigo”?
ELLA: Es un privilegio saber esto. ¿Crees que haríamos lo que hacemos día a día si supiésemos cuál es la deuda que t enemos que pagar? El gran reto es darse cuenta, muchacho; descubrirlo en el centro del mismo corazón. Tú tienes suerte, no lo tienes que descubrir, ya te lo dije.
MARIO: ¿Pero cuál es mi deuda entonces? ¿Cuál?
ELLA: Una deuda de responsabilidad y de amor. Esa modista, esa actriz, ese niño, ese enemigo, tu país entero. Cinco deudas. ¡Qué muchas para un joven como tú!
MARIO: ¡No las quiero!
ELLA: Entonces sufre.
MARIO: Estoy sufriendo.
E LLA: ¿Y te divierte? (Silencio largo. Mario no sabe qué más cuestionar.)
MARIO: ¿Y qué haré con todo esto?
ELLA: Tu corazón te lo dirá poco a poco. Escúchalo.
MARIO: Una última cosa. ¿Cuál era mi nombre en esa otra vida?
GASPARD: (Que aparece lejano, como antes.) Louis Bertrand.
ELLA: (Mira a Gaspard. Pausa.) Tu nombre era... Bertrand. Louis Bertrand. (Gaspard desap arece.)
MARIO: Bertrand. (Pausa.) Bueno, ahora me voy. Dígame, por favor, cuánto le debo.
ELLA: No me ofendas, muchacho. Tú tienes que vivir est a hist oria. Hazlo, y aprende bien.
Louis y James se desp i den.
LOUIS: (Vendado en un brazo, malherido.) Cuida de mi familia, James. Les mandaré dinero tan pronto consiga trabajo. ¡Cásate con mi hermana!
JAMES: Sí ella me quisiera...
LOUIS: ¿Qué te digo? ¡Es italiana!
JAMES: Dijon deshereda a uno de sus mejores hijos. ¡Qué vergüenza!
LOUIS: Vaya herencia, James.
JAMES: E staremos bien, no te preocupes. ¿Me escribirás?
LOUIS: Sí. Te lo juro. Una cosa más. En tus cartas, no me cuentes malas noticias.
JAMES: Te mentiré. Pagaré nuestra enorme amistad con mis ment iras.
LOUIS: Gracias, hermano.
Sarah escucha a Mario.
MARIO: Mira, esto te va a parecer muy loco. (Pausa.) No sé cómo empezar esta historia, pero aquí va. He visto... a una clarividente.
SARAH: ¿Para qué? ¿Para que te diga si te voy a dar el divorcio? Te pudiste ahorrar el dinero.
MARIO: (Tratando de calmarse.) Escucha... esto es muy serio.
SARAH: Por favor. Vas a cumplir cuarenta años. ¿Cuándo madurarás? ¿Se te han pegado las sandeces espiritualistas de tu padre? O de la mujer esa con la que andas ahora; le he leído sus entrevistas... siempre habla de yoga, de meditación, de pamplinas para llamar la atención, haciéndose creer que es más espiritual que nadie cuando en el fondo sólo es un puta vulgar.
MARIO: (Alzando la voz.) ¿Quieres callarte, por favor? Sólo te he pedido que me escuches.
SARAH: No tengo tiempo para...
MARIO: ¡Tienes todo el tiempo del mundo! Contéstame lo que te pregunte y luego escucha.
SARAH: Habla.
MARIO: Siempre te ha gustado Francia.
SARAH: Sabes que sí. Si no fuera porque...
MARIO: ¿En que te ganabas la vida antes de casarte conmigo?
SARAH: ¿A qué viene la pregunta? Soy modista, diseño trajes, es lo que he hecho toda mi vida, lo sabes muy bien.
MARIO: Los talentos se heredan. P ero ella no podía saber que tú... Escucha, puede que yo no crea en estas cosas, pero en el fondo me tocan... ¿Estás dispuesta a escucharme?
SARAH: Te dije que sí.
Otoño de 1833. Dijon. Marie con el n i ño en brazos. James lee el p eriódico.
MARIE: ¿Monsieur James Demontry, abogado?
JAMES: Sí. ¿En que le puedo servir, Madame?
MARIE: He venido desde París buscando a Monsieur Louis Bertrand. Tengo un asunto muy importante que tratar con él.
JAMES: Monsieur Bertrand se ha marchado a París hace ya unos meses. ¿Qué le pasa, Madame, ¿por qué llora?
MARIE: (Le extiende el niño, James lo toma.) Mi Dios...
JAMES: Madame, ¿qué...
MARIE: Estoy muy cansada. Yo... No puedo enfrentar a mi Padre con él.
JAMES: Siéntese, por favor, Madame, dígame, cuént eme.
MARIE: (Toma el niño de nuevo.) Lo siento. Discúlpeme... Monsieur Ber-
trand no está, es obvio. No debería estar ni sorprenderme por ello. Nunca está cuando se le necesita. (Sonríe.) Fue todo tan rápido... y además, yo lo provoqué.
JAMES: Madame, hable más alto, casi no la escucho.
MARIE: (Sin oírlo, muy bajito.) Este es el hijo de Louis... de Louis y mío.
JAMES: Madame, ¿es cierto lo que oigo?
MARIE: ¿Se lo dirá usted? ¿Sabe usted dónde encontrarlo?
JAMES: No, Madame. Louis no ha escrito desde que se fue.
MARIE: ¿Es usted su amigo?
JAMES: Soy más que un amigo para él. Por eso me pregunto, Madame, ¿debo confiar en usted? ¿No es esta una trampa...
MARIE: ¿De una mujer vulgar? No, Monsieur. Mi nombre es Madame Marie Benandré, hija de Gabriel Benandré; soy... fui modista en París. Hice trajes para las damas más ricas de la Corte.
JAMES: No conozco su nombre, pero averiguaré. ¿Cómo sucedió? ¿Cuándo conoció usted a Louis?
MARIE: Mi intimidad Monsieur, es un asunto privado. Tengo 32 años de edad, soy una mujer de gran-
des pasiones a la que aún le queda demasiado de su honor. No condeno su desconfianza. Pero quisiera, si le es posible, cuando Louis Bertrand le escriba, me hiciese el favor de comunicarle que Madame Marie Benandré, su Ondina que lo amó profundamente, tiene un hijo que es también suyo y que requiere de su responsabilidad... y si algo le quedase, de su amor.
JAMES: No puedo prometerle eso, Madame. No sé siquiera si me escribirá algún día. Y tampoco sé si aún diciéndoselo regresará. ¡Puede estar en cual quier lugar del mundo! Lo siento mucho.
MARIE: (Estoica.) El mundo ya es demasiado grande para seguirle buscando. Bien, si es así; gracias Monsieur. Ha sido usted más que amable conmigo.
MARIO: Parece que hicimos algo incorrecto. Este arrebato de pasión en una cabaña en el campo... Eras modista también. Y yo, ambos... nos provocamos y luego yo huí. (S arah empieza a llorar muy despacio.) No llores, por favor. (Pau sa.) Tuvimos un hijo, en aquel entonces. Yo nunca me enteré. Hoy... también tenemos uno -¡qué maravilla! - y mi sentido de responsabilidad...
SARAH: Tu culpa.
MARIO: Mi culpa, sí. Mi culpa inmensa, más dolorosa que ahora, ¡ahora tiene una explicación disparatada, pero una explicación al fin!
SARAH: No vas a consolarme con esto.
MARIO: No quiero consolarte, Sarah, quiero entender por qué todo esto entre tú y yo es tan difícil, tan hondo.
SARAH: Somos gente muy egoísta. Y esto que me acabas de contar es demasiado... “sublime”. No lo entiendo. Y aunque lo entendiera, ¿en qué cambiaría las cosas? Ya no estás conmigo, te fuiste de la casa, tienes otra mujer, ¡no me amas ya!
MARIO: Por Dios, deja de pensar en ti por un momento.
SARAH: ¡ No entiendo esta historia!
MARIO: ¿Pero la reconoces?
SARAH: (Pausa.) Mi alma la reconoce.
Noviembre de 1833. Gabinete de Rend uel, el editor. Renduel habla con Louis. Las ropas de Louis denotan excesivo uso y poco cuidado. Se ve hambriento.
RENDUEL: Ya Monsieur Víctor Hugo me había hablado sobre su libro.
LOUIS: Todo París dice que es usted el mejor editor de Europa.
RENDUEL : No me halagues, muchacho, soy el mejor y no necesito que tú me lo digas. (Repasa el manuscrito.) A mí... me gustó. Pero no se venderá mucho.
LOUIS: ¿Cree usted? Monsieur SainteBeuve ha dicho frases muy elogiosas sobre él.
RENDUEL: ¿Podrías conseguir un prólogo suyo? Eso haría que se vendiera muy bien.
LOUIS: Puede ser. É l dice que este libro inventa formas nuevas de poesía.
RENDUEL: Un autor desconocido siempre necesita de un gran prólogo.
LOUIS: Mi libro es bueno.
RENDUEL: No he dicho que no.
LOUIS: N o parece muy convencido.
RENDUEL: Víctor Hugo ha dicho que ese nuevo género de poesía que usted ha inventado...
LOUIS: A parte de lo que diga Víctor, ¿reconoce usted su excelencia?
RENDUEL: Monsieur Hugo es...
LOUIS: ¡Usted! Quiero saber qué piensa usted.
Redacción del periódico.
Sophy le trae un papel a Mario.
SOPHY: Soy asistente de redacción, no investigador privado. Toma, esto llegó por email de la Biblioteca Nacional de París junto con sus libros digitalizados... en francés.
MARIO: ¿Sabes francés?
SOPHY: Un peu.
MARIO: Leélo.
SOPHY: (Lee y traduce.) “Vie D’Aloysius Bertrand”. Déjame decirte que había como cinco Louis Bertrand. Pero en esas fechas que me diste sólo había este.
MARIO: Lee.
SOPHY: Okey. “Vida de Louis Bertrand, llamado también Aloysius. Nació en Ceva, Piamonte, frontera franco italiana, el 20 de abril de 1807”. ¡Es Aries, impetuoso, ardiente y romántico, como yo!
MARIO: Sigue.
RENDUEL: Joven, ¿cómo le explico? Si Monsieur Hugo dice que algo es bueno, es porque lo es.
LOUIS: Entonces usted no lo ha leído.
RENDUEL: Recuerde que esto es un negocio.
LOUIS: Bueno, la opinión de Víctor es la que realmente me importa.
Entra con algo de prisa, David D’angers, escultor, de buen as pecto. Renduel lo recibe sin ceremonias. Louis se retira un poco.
RENDUEL: Monsieur David D’angers, ¡qué gusto verlo por acá!
DAVID: Monsieur Renduel, disculpe mi impetuosidad. Vengo de la casa de Monsieur Sainte-Beuve y estuvimos recordando que hace unos años un joven poeta de D i-
jon leyó un hermoso poema tit ulado “L e Jeune Fille”, y otros más que no recordamos, había uno llamado “Le Maçon” que a mi en lo personal me arrebató. Víctor me ha dicho que es muy probable que usted est uviese estudiando el manuscrito. ¿Dónde puedo conseguir una copia? Me muero por conocer a ese joven autor. ¿Está en Dijon, en París? ¿Dónde vive?
RENDUEL: ¡Qué casualidad tan teatral! Pero así ocurren las cosas en este mundo loco. Monsieur David D’angers, le presento a Monsieur Louis Bertrand, el joven poeta de Dijon que le ha arrebatado con su poesía. Monsieur Bertrand, le presento a uno de los más grandes escultores de Francia, Monsieur David D’angers.
DAVID: ¡Bertrand! ¿Cómo no le reconocí? Dios mío... ¡qué honor! (Le tiende su mano con amistosa imp etuosidad. Se saludan.)
LOUIS: El honor es mío, Monsieur. Me honra que le haya gustado mi poesía.
DAVID: ¿Está usted viviendo en París?
LOUIS: Sí. Vivo en un pequeño cuarto de la Rue...
RENDUEL: Monsieur Bertrand. Le adelantaré 150 francos por los derechos de publicación de su... (Lee del manuscri to.) Gaspard de la Nuit. Tenga. (Le da una nota que ha firmado rápidamente.) Ahora su libro me pertenece.
LOUIS: (Mira la nota sin tomarla.) ¿Y cuándo saldrá?
RENDUEL: Tengo que hacer varios viajes, debo estar en Austria para fines de mes, y luego voy a... bueno, el asunto es que puedo trabajar con su libro para fines de este año. ¿Le parece?
DAVID: Si sirve de algo lo que yo pueda decir, mucha gente de la comunidad literaria de París espera ansiosa ese libro, Monsieur. Hoy, los más importantes escritores de Francia han estado hablando de él durante casi una hora. SainteBeuve ha demostrado por este joven autor una admiración inusitada. Y aún no se publica.
RENDUEL: Pues dígales que se publicará.
DAVID: Monsieur Bertrand, ¿me permite invitarlo a cenar? Aprovecharé para hablarle de la posibilidad de que usted vuelva a deleitarnos
con su poesía en el Salón de Víctor.
LOUIS: Encantadísimo. (A Renduel.) Creo mucho en el futuro, Monsieur. Acabo de poner el mío en sus manos. Buenas noches. (Sale con David.)
SOPHY : “Llevó un vida íntima muy oculta a excepción de algunas cartas ardorosas dirigidas a una actriz aficionada de nombre Celestine F. Su afición por el ocultismo, la bohemia...”
MARIO: ¿Ocultismo?
SOPHY: “Ocultisme”. Oui.
Víctor Hugo, David y Louis, sentad os en un café.
VICTOR HUGO: ¿Cómo es eso de que el arte tiene dos caras?
LOUIS: Rembrandt es el meditativo, el absorto, el pacífico. El que es capaz de orar en busca de paz interior. Callot por su parte es la otra cara del arte, fanfarrón, lujurioso, pícaro y pendenciero. Mis poemas son eso, fantasías a la manera de Rembrandt y de Callot. Espíritus del bien y del mal que vienen
de la muerte y nos dan un segundo de vida.
VICTOR HUGO: ¿Y ese pequeño duende del que has escrito que me ha gustado mucho, ¿cómo se llama? ¿Scarbó?
LOUIS: Scarbó. Es un animalito travieso. Se asoma de noche al pie de mi cama. No le entiendo bien sus señas, pero es horrible y me atemoriza. Por eso le escribo. Un animal ito... de mi interior, que ha veces se parece mucho a mi propio espíritu, un duende que me persigue no sé si con sorna o con gracia.
DAVID: Luz, oscuridad, belleza y horror. ¿Cómo los mezclas, amigo? ¿Cómo haces poesía con cosas tan contrarias?
LOUIS: Alquimia y libertad. ¿Has leído los alquimistas? Van más allá del amor y del oro, van al alma, Víctor.
VICTOR HUGO: Y... ¿puede ir alguien más allá del alma?
LOUIS: No lo sé.
VICTOR HUGO: Escribes maravillas, Louis. Pero es un mundo arrebatado y demasiado práctico que no entenderá por ahora tus ocul-
tismos. Imagínate los enemigos que tengo por sólo escribir poemas de amor. (A David.) ¿S aldrá su libro?
DAVID: Renduel le ha dicho que para fin de año.
LOUIS: Quisiera que Sainte-Beuve me hiciera un prólogo.
VICTOR HUGO: Pídeselo tú. Él se ve con mi mujer y yo con una hermosa actriz de segunda. ¿Qué más da que lo sepan todos? Si nunca estamos conformes, ¿qué nos queda del amor más puro?
LOUIS: ¿El deseo?
DAVID: ¿La poesía?
VICTOR HUGO: El misterio, poeta. Ven a mi casa los domingos, (A David.) Llévalo tú. Leeremos poesía. Descubriremos cosas importantes. (Va a sal i r.) Hace un año más o meno ví a una joven caminando sola de noche por la calle. Dijo que era tu novia.
LOUIS: ¿Mi novia? Yo no tengo novia, Víctor.
SOPHY: “... el ocultismo, la bohemia y el teatro, lo llevaron a intentar empresas fallidas. Sus piezas teatrales no fueron bien recibidas y una de ellas fue abucheada en un Teatro de Dijon. En la última etapa de su vida tuvo variados em-
pleos, poco remunerados, pero no volvió al periodismo. Tras una vida de miserias y...”
MARIO: No me has leído nada de periodismo.
SOPHY: Espera... es que me salté una página. Está en francés, ¿qué quieres? Aquí está. (Lee y traduce.) “Junto al poeta Charles Brugnot funda el periódico Le Provincial en 1828. En 1829 viaja a París donde conoce a Víctor Hu go, y al crítico literario Sainte-Beuve con quienes desarrolla amistad. Regresa a D ijon en 1830, donde escribe en Le Patriote, periódico republicano. Por sus escritos polít icos tiene un duelo con un periodista monárquico. -que apoya la monarquía-...” ¿Me estás oyendo? (Mario está absorto.)
MARIO: ¿Dice ahí un duelo?
SOPHY: “Un duel”. Un duelo. De esos de pistolas, diez pasos y pum.
MARIO: No fue a pistolas. ¿No dice nada de un niño?
La orilla de un lago. El agua se refleja en el rostro de Marie. El niño en una canasta junto a ella, llora.
MARIE: Vamos, chiquito mío. No llores, no me acobardes. (Se sienta junto a él en el suelo. Saca una carta.) Escucha, le darás esto a tu abuelo. É l aún no sabe quién eres, pero ya las mentiras son insost enibles. Con esta carta lo sabrá t odo. E stá por llegar, así que no estarás mucho tiempo solo. (Se escuchan truenos de lluvia.) Pero
eres un niño muy bello y los ángeles del bosque te protegerán. Nada malo va pasarte. Escucha. (Lee de la carta.) “Querido padre: No sé si hay perdón en el mundo para estas cosas. Pero la vergüenza es tan grande y el hastío tan rabioso, que la Ondina... (Llora un poco, no puede seguir leyendo. Se levanta, camina un poco el agua se refleja en su rostro.) “Y al responderle que yo amaba a una mortal... soltó una carcajada y se desvaneció en aguaceros que se resbalaron, blancos por mis vidrieras azules.” Dios mío, nadie nunca me había escrito algo tan hermoso. (Pausa. Lee.) “Ondina”. (Saca del bolsillo de su traje una pequeña soga con la que se ata una mano y luego con la boca, busca atarse fuertemente la otra. Mientras lo hace llora en silencio. Luego.) Yo soy tú, Louis. No estamos juntos pero somos responsables de este angelito. En la vida y en la muerte, hasta que este siempre se acabe. (Comienza a caminar hasta el agua, alejándose de la can asta. El llanto del niño arrecia, acobardán dola.) No te abandono, mi niño de estrellitas
plateadas no..., simplemente te libero de mi cobardía y de mi vergüenza. Es más, niño adorado, piensa que de este amor nacerá una extraña flama que irá uniendo el alma de tu padre y la de tu madre para hacer vivir la tuya. Una flama que no apagará el más grande océano del mundo. (Se separa un poco de la canasta, decidiendo irse finalmen te.)
Mientras el final de la escena anterior se desata, Sarah sale en bata de dormir y cruza hacia el frente del proscenio -muy cerca de Marie- y se detiene ante la can asta abandon ada, luego se acuclilla fren te al niño y le mira con gran tern u ra, incl uso lo toca y le susurra que se calme, casi le canta muy bajito mien tras ahoga una congoja impertinen te. Luego se levanta, en una angustia feroz ahoga como puede el llanto y sale hacia la oscuridad de nuevo.
MARIE: (Algo deses perada, como un final.) ¡Yo soy tu Ondina, Louis! Y tu Ondina jamás dice adiós.
Marie desaparece entre el agua, entre el desesperado llanto del niño que se ha quedado solo, bajo una extraña luz. Gaspard ha observado toda la escena, con molestia honda. Justo en este momento, en otra parte del escenario, David y Louis, sentados en el mismo café. Louis, presa de un repentino dolor, deja caer su copa y se lleva las manos al pecho.
LOUIS: Me quema...
DAVID: ¿Qué te pasa, Louis?
LOUIS: Mi corazón, David, se agita y se quema y no sé por qué.
DAVID: ¿Necesitas un médico?
LOUIS: No, necesito... agua. Agua. (David sale a buscarla. Gaspard camina lentamente hacia él, rompiendo tiempos y espacios.) ¿Gaspard?
¿Qué hace en París?
GASPARD: No acumule más deudas, joven. No estaré todas sus vidas para recordárselas. ¡El arte, busque a través del amor que da el arte! ¡Es la piedra filosofal ! ¡Busque por ahí! (Algo molesto.) ¿Me escuchó? Su tiempo... se acaba.
LOUIS: Pero Gaspard... (Gaspard sale sin decir nada, entra David con el agua.)
DAVID: Toma, ¿te sientes mejor?
LOUIS: Me sient o consumido por un fuego doloroso.
SOPHY: (Leyendo.) “Llevó una vida íntima...” eso ya lo leí.
MARIO: ¿No dice nada de un niño? ¿Qué pasó con el niño?
SOPHY: ¡Qué empeño! No dice nada de un niño. ¿Ya buscaste en la universidad acá?
MARIO: Sí. No hay nada.
SOPHY: ¿Y esto para qué es? ¿Para un suplemento de la Alianza Francesa? ¿Qué tiene esto que ver con Fernández?
MARIO: No lo sé todavía. Creo que nada. (Va a salir.)
SOPHY: Espera, me queda un párrafo por leerte.
Entra René con un papel en la mano.
RENE: (A Sophy.) Con tu permiso, compañera. (Sophy sale. A Mario.) Ya te dije que no publicaremos nada más sobre Fernández. Así que toma.
MARIO: ¿Lo enseñaste a tus jefecitos? ¿A esos que saben más de periodismo que nadie?
RENE: Sí, dicen que es más de lo mismo. Y encima, arrogante.
MARIO: La verdad siempre es arrogante porque no tiene enemigos de su altura.
RENE: ¿Hasta que horas estuviste escribiendo esto anoche?
MARIO: No lo escribí anoche.
RENE: Pues es más de lo mismo y encima viejo.
MARIO: El Ministerio de Justicia tiene los documentos, el hombre ya testificó y encima lo exoneraron. ¡Estupendo! ¿Qué sería lo próximo? Dejen pasar unas semanas, que se calle todo, el silencio. Así el periodista de mierda no joro-
ba más. Pero no... la negociación sigue, el dinero se mueve, la propaganda hace su trabajo. Empezamos a preocuparnos por nosotros y justo en ese mismo momento nos despreocupamos del mundo. Es el silencio que el enemigo aprovecha y ¡zas!, toda la prensa del país bajo una sola idea, bajo una sola mente. Entonces estamos fritos y ya será muy tarde para jugar a los guerrilleros.
RENE: Te dije que hay cosas que yo no puedo controlar.
MARIO: ¡No voy a compadecerte!
RENE: ¡Maldita sea, Mario, estás obsesionado con esto!
MARIO: Te pedí que fueras solidario. Que entendieses que había algo muy grande y peligroso detrás de todo esto. Que te arriesgaras conmigo.
RENE: Son tus luchas, viejo, no las mías. Yo tengo que velar por la comida de mis hijos.
MARIO: Contéstame una cosa, René. ¿Nuestros inversionistas no han recibido ninguna oferta de las empresas de Fernández para compra este miserable periódico?
FERNÁNDEZ: ¿Qué dijeron?
ABOGADO: Estudian la oferta.
FERNÁNDEZ: Haz una que no puedan negar.
ABOGADO: Es un periódico lleno de deudas. Los inversionistas están desesperados por venderlo. Para los socialistas el mercado de valores nunca sube. Dirán que sí. Han perdido demasiado. Sólo les falta perder la dignidad.
FERNÁNDEZ: Pues dales un bono adicional, para que la vendan también.
RENE: No es posible. Estamos señalados políticamente y ya sabes que Fernández es un facho. No es posible.
MARIO: Pero cómo no; puede ser una posibilidad. Un facho compra un periódico socialista. Nos olvidamos de los principios y nuestros hijos comen. De periódico socialista podemos pasar a periódico cultural o literario, nada serio, ¿te fijas? Son buenas gentes, no nos harán pasar la vergüenza de la claudicación.
RENE: Mario, no es gracioso.
MARIO: Harían una oferta secreta por estas máquinas viejas y nos pondrían ordenadores nuevos. Todos diríamos: ¡w ao, qué maravilla! Luego, la aparición de un nuevo inversionista, un ligero cambio en el tono, en las palabras... ese énfasis desmedido en lo “nuevo” que te has sacado de la manga. “Nuevos socialistas”, “nuevas ideas”, “nuevas utopías”, “nueva clase obrera” . ¡La mierda también será “nueva”! ¡Qué sé yo! Un cambio callado y cómplice...
RENE: Estás siendo cínico de nuevo.
MARIO: ¿E res tú ese cómplice?
RENE: Llamaron hoy otra vez. Amenazaron con bombas.
MARIO: Estamos acostumbrados.
RENE: No a las bombas.
MARIO: ¿Por qué no me han matado aún?
RENE: ¿Quieres eso?
MARIO: ¿Por que no me han...
RENE: ¡Quieres eso!
MARIO: ¿Por qué no me has botado del periódico acusándome de cualquier tontería? ¿Por qué...
RENE: Ya. Sólo vine a decirte que no voy a publicar est o.
MARIO: La democracia permite la ineptitud, la desigualdad, el imperial ismo, la explot ación. La democracia permite que nos gobiernen los mediocres y que encima tengamos que votar por ellos porque no hay más alternativas...
RENE: No tengo tiempo para tus ingenuidades, viejo.
MARIO: Y permite además la compra y venta de lo que nos es más caro. La honestidad humana. ¡Coño! Hasta de la solidaridad humana contra el... horror. René, ¿hasta cuándo la disidencia inteligente seguirá perdiendo su espacio natural? Dímelo tú... ¿Hasta cuándo los que tenemos el deber de abrir los ojos del mundo, estamos vendiendo nuestros ideales, nuestra fe, nuestros principios, como vulgares prostitutas?
RENE: A nadie le importa un puro. T ú no eres puro. Nadie lo es ya.
MARIO: ¿Cómo podemos vivir en un mundo sin disidencias?
¡Explícamelo, René!
RENE: Te insultas a ti mismo. Yo ya maduré.
MARIO: De veras te creí mi amigo.
RENE: Lo soy.
MARIO: No.
RENE: ¿Prefieres la dictadura?
MARIO: Prefiero el poder que da la benevolencia, aunque nos parezca humillante. Escucha, voy a conseguir más documentos.
RENE: A propósito, yo debería saber quién te los da.
MARIO Voy a conseguir más documentos y me darás las páginas que necesite para descabezar a este canalla. Y si no tengo tu permiso...
RENE: ¡No lo tienes! No voy a perder mi trabajo.
MARIO: Sembramos lo que cosechamos, René.
RENE: Sí... y quien siembra vientos, cosecha tempestades. Eso decía mi abuelita. (Sale.)
Fernández, junto a su escritorio. El inseparable abogado y con ellos , el Detective.
FERNÁNDEZ: ¿Una clarividente? ¿Un bruja? ¡No me jodas!
DETECTIVE: Lo vimos todos. Es una bruja de barrio, nadie la conoce muy bien, pero dicen que es muy callada, que no se mete con nadie y que no sale de su casa.
FERNÁNDEZ: ¿Pero de dónde demonios una clarividente puede sacarse documentos de negocios millonarios? ¿Quién más visita a la bruja esa?
DETECTIVE: En los días que vigilamos, nadie más, sólo su hija y tres niñitos que deben ser sus nietos.
ABOGADO: ¿Y la hija de la bruja?
DETECTIVE : Una empleada de un comedor escolar... divorciada, que vive sola. Mire, yo no veo conexión por ningún lado, pero honestamente es el único lugar fuera de los comunes que este tipo ha visitado en estos últimos días.
ABOGADO: ¿Hablaron con ella?
DETECTIVE: Nos atendió con mucha cortesía, pero dijo que se sentía enferma y que no podía hablar mucho. No forz amos, jefe, hubiera sido... además que tenía una cara muy...
FERNÁNDEZ: ¿Muy qué?
DETECTIVE: Mire, ella no tiene nada que ver con esto.
FERNÁNDEZ: ¿Y Casanova?
DETECTIVE: De vuelta a la casa de su hijo y luego al periódico y esta noche irá al teatro porque estrena su obra.
FERNÁNDEZ: A propósito.
ABOGADO: Todo eso está controlado.
DETECTIVE: Creo que ya sabe que lo seguimos. Usted me dirá que hacer.
FERNÁNDEZ: ¿Tienes gente de extrema y absoluta confianza?
DETECTIVE: La confianza cuesta, Jefe.
FERNÁNDEZ: (Al Abogado.) ¿Pero este gordo de mierda sabe quién soy yo?
DETECTIVE: Usted perdone. Claro que sé. No quise...
ABOGADO: Pide lo que sea.
DETECTIVE: ¿Qué necesitan?
FERNÁNDEZ: Una buena idea.
Un portal. Una mujer sale al encuentro de Louis.
MUJER: No señor, Madame Marie Benandré ya no vive en esta casa desde hace tiempo. Al nacer el niño se marchó de París. No sabemos dónde fue.
LOUIS: ¿Un niño?
MUJER: Sí. El hijo de Madame Benandré.
LOUIS: ¿Quién es su esposo?
MUJER: Nunca lo vi, Monsieur. Pero dicen que era un soldado de servicio en Dijon. Ella le escribía t odos los días.
LOUIS: Gracias, Madame.
La mujer sale. Louis se queda un momento mirando al cielo. Respira hondo, se encoge de hombros un poco. James, en una esquina del escenario quema una serie de cartas amarradas por una cinta roja.
JAMES: Querido Louis: Gracias por tu carta. Al menos ya sé que estás vivo y en París, cosa que no es tan fácil de lograr. Acá todo va bien. Tu madre y tu hermana están tranquilas. Tu fogosa hermana no quiere casarse conmigo. Ella te dirá por qué. Sobre lo que me has preguntado... no. No conozco a ninguna mujer de nombre Marie Benandré. Averigué en la Guarnición por su posible esposo como me pides, pero nada. Creo, Louis, que Marie Benandré no ha estado nunca en D ijon. (El fajo de cartas se quema en su totalidad. Louis s ale, James desap arece.)
Otra vez la Redacción.
SOPHY: ¿Peleando otra vez?
MARIO: Nada que te importe.
SOPHY: Oye, no me hables así, soy yo, Sophy. La que todo lo resuelve.
MARIO: ¿Crees en mí?
SOPHY: Creo en lo que haces. (Trae los papeles.) Oye, no terminé de traducirte esto, ¿quieres?
MARIO: Tengo estreno esta noche. Debo irme ya.
SOPHY: Mis taquillas.
MRIO: (Se las da.) ¿Vas sola?
SOPHY: Con mi madre. No se pierde una obra tuya. Es una de tus mejores fanáticas. Oye... ¿Es cierto que sales con Teresa Inclán?
MARIO: Por ahora.
SOPHY: Mi madre dice que hacen pareja. Yo creo que no. Es muy frívola para ti y creo que se aprovecha porque eres un dramaturgo famoso. T ú estás por encima de eso. Tú eres un hombre muy... profundo. Siempre he dicho que eres como... como de otra época.
MARIO: Sophy... si algún día necesitara de ti...
SOPHY: Para eso tienes novia. (Pausa.) Estaba bromeando. Sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras.
MARIO: Aunque sea peligroso.
SOPHY: Tiene que ser peligroso, si no, no me interesa.
MARIO: ¿Crees en mí?
SOPHY: Creo en lo que crees. Porque a pesar de esa gran arrogancia que siempre llevas, en el fondo eres un hombre bueno. Quien te conoce lo sabe. Y creo que lo que estás escribiendo con esto de Fernández es arriesgado, pero necesario.
MARIO: Entonces, has entendido mi entrelíneas.
SOPHY: Por supuesto, guapo.
MARIO: Te veré después.
SOPHY: Te veré esta noche.
Mario se pone un gabán y una corbata. Gaspard aparece.
GASPARD: El autor se viste solo para su estreno. Nadie le besa suavemente en los labios deseándole suerte. Nadie le consuela amistosamente sus nervios.
MARIO: No es la primera vez. (Pausa.) Me abandonaste.
GASPARD: Estaba de viaje. (Pausa.) ¿Creíste toda la historia?
MARIO: ¿Qué historia?
GASPARD: La que te contó la señora.
MARIO: (Se detiene, lo mira muy asustado.) ¿Cómo sabes eso?
GASPARD: Sé muchas cosas.
MARIO: ( Lo toma con cierta arrogancia por el brazo.) Oye, vas a decirme de quién demonios estoy siendo yo un tonto útil.
GASPARD: (Muy suave.) Me lastimas. No lastimes la verdad con tu violencia.
MARIO: ¡Tú no eres la verdad! De todas formas lo que me has dado sólo sirvió para que me condenaran. Ya no quieren publicar mi historia sobre Fernández, a nadie le interesa, encima me amenazan de muerte por teléfono y me persiguen en las noches. Vaya historia que me has dado.
GASPARD: Si te amenazan y te persiguen debe ser porque a alguien le importa.
MARIO: Por supuesto, pero termina importándome a mí más que a nadie y eso no sé qué significa.
GASPARD: ¿No será que en ella hay algo vital, algo urgente...
MARIO: A este pueblo le interesa muy poco su futuro. Hasta sus socialistas, sus intelectuales, su propios artistas están bailando la rumba mientras el país se les cae encima. ¿Qué puedo hacer yo?
GASPARD: ¿No será que en esta historia hay algo que te interesa particularmente a ti? ¿Algo que le habla a tu corazón, a tu alma?
MARIO: Puede ser. Pero eso no implica que tenga que poner mi vida en juego.
GASPARD: ¿Te preocupas por tu alma, Casanova?
Caminan hasta el proscenio juntos.
MARIO: Es un país en guerra. Es una guerra de egos constante. Yo primero, yo segundo, yo tercero. Yo no quiero participar en guerras de ego. El mío ya me da bastante trabajo.
GASPARD: Tal vez ese sea el centro de toda guerra. El “ego”, el alma; yo, los otros.
MARIO: ¡Tanto tiempo que se pierde peleando por las cosas que simplemente “no nos gustan”? Todo el mundo se fija sólo en lo que le duele, en lo que le afecta. Y me pregunto hasta cuándo tendremos que soportar esa arrogancia de que todo sea un desacierto porque simplemente no nos complace. ¡Y tú me hablas del alma!
GASPARD: Existe el alma, tú lo sabes.
MARIO: ¿Para qué preocuparse por ella? Los que creen que existe, sólo quieren salvarla, como quien salva una caja fuerte. Lo he leído por las paredes, lo escriben los guerrilleros del “new age”; “salva tu alma, entrégate a Crist o” gritan los fundamentalistas, el alma, el alma... ¡Qué va, Gaspard! Hasta eso ya es un vil negocio.
GASPARD. Es un buen punto, Casanova. Pero el alma sigue ahí.
MARIO: ¿Por qué lo trivializamos todo?
GASPARD: No lo sé. Yo también me lo pregunto.
MARIO: (Pausa.) El teatro está lleno. No lo esperaba. ¡Cuánta gente!
GASPARD: Sí, han venido a verte. Ah.. ¡el arte! Encontraste esta verdad, por fin. Vienen a llenar su corazón con tu obra. Y tú, ¿tienes lleno tu corazón?
MARIO: No lo sé. (Pausa.) La obra comienza. (La luz se oscurece sobre ellos.)
Entra Teresa, con el traje que usó Celestine al principio del acto.
TERESA: (Actuando.) “¿Por dónde comenzaré a amar? ¿Es cierto, amado mío, que puedo escapar de la oscura tormenta de mi alma y final mente ser para ti...
Por el fondo, tras ella aparece Celestine, llega justo su lado frente al proscenio, mirando al público. Teresa se disuelve en la oscuridad.
CELESTINE: (Lee una carta.) “Eres para mí el rocío sobre los fuegos del verano ardiente, eres el retorno de la primavera que sana al enfermo. ¡Cel estine! ¡Mi Celestine! ¡Nombre divino, nombre sagrado y puro como el cielo! ¡Nombre que contiene todas las alegrías, toda la embriaguez, todos los encantamientos!” (Pausa.) Esto lo escribió mi amado, Louis Bertrand. Es lo más hermoso que se ha escrito en el mundo por que es lo más hermoso que ha leído mi corazón.
Mientras Celestine recitaba, Teresa ha salido a su camerino, Mario junto a ella le habla.
TERESA: No sigas contando.
MARIO: ¿No lo crees, verdad?
TERESA: Te creo, sabes que creo mucho en esas cosas. ¿Pero de qué me sirve saber quién fui en otra vida? ¿Eso hace que cambie esta?
MARIO: Puede ser, depende cómo lo mires.
TERESA: (Pausa.) Ahora entiendo por qué odio a Francia. Mi astrólogo me dijo que había sido una princesa egipcia o una sacerdotisa. Eso me gusta más.
MARIO: Lamentablemente no es tan sencillo.
TERESA: ¿Y por qué no? ¿Por qué tengo que admitir que fui una vulgar puta francesa? ¿Porque te lo dijo una bruja pobretona? (Pausa.) Mario... estoy en un momento de mi vida en que la intolerancia, mi egoísmo... (Se sienta y trata de peinarse.) Quiero estar lúcida contigo. He fumado mucho además, tengo la garganta hecha pedazos y apenas estrenamos hoy...
MARIO: Habla.
TERESA: Nos enseñaron a ser egoístas, ¡desde la cuna!
MARIO: ¿Te interesa mucho seguirlo siendo?
TERESA: Escogemos lo que queremos escuchar.
MARIO: No quieres escuchar esto.
TERESA: No. Porque...
MARIO: Porque son dolores muy viejos como dijiste.
TERESA: Sí, tal vez por eso. Y es por esa misma razón que no quiero repetirlos, porque no quiero...
MARIO: Confirmar que fueron ciertos.
TERESA: ¡Yo no sé si fueron ciertos! Y si lo fueron, no importa ya, te lo dije cuando empezaste a hablarme de ellos. (Pausa.) Ahora me voy.
MARIO: ¿No vas a la fiesta de estreno? Nos están esperando en el Restaurante.
TERESA: No. Mario, lo siento mucho. No conviene que nos vean juntos. Hoy es un chisme y más o menos puedo soportarlo; pero mañana ya no podría soportar una foto t uya y mía comiendo juntitos en la portada de un revista de farándula. O que tu mujer llegase de pronto con tu hijo de
braz os... furiosa porque no pudo venir a tu estreno porque sabía que yo iba a estar contigo. Es un escándalo sabroso. De veras ya me aburre. Todo esto me aburre.
MARIO: Supongo que esto quiere decir que terminamos.
TERESA: No te hagas ilusiones conmigo.
MARIO: Nunca te ilusiones con una mujer que ha sido engañada.
TERESA: Mario...
MARIO: Porque después de su engaño ya no puede reconocer el amor verdadero. (Pausa. Teresa emocionada.) Entonces terminamos, querida.
TERESA: ¡No lo sé! (Pausa.) ¿Terminamos? ¿Realmente se termina algo en esta vida? ¡Tu sabes la historia! ¡Dime tú cómo termina!
El puente y el farol. Celestine leía el poema a tres prostitutas que transitan con ella.
CELESTINE: ¿No les pareció hermoso?
PROSTITUTA #1: ¿De veras un hombre te escribió eso?
CELESTINE: El hombre más hermoso de la tierra.
PROSTITUTA #2: ¿Además era hermoso?
CELESTINE: Era un ángel. Jamás me había sentido tan amada en toda mi vida. El no era hermoso, pero su alma la había construido Dios muy despacito. Como si la hubiese hecho para mí.
PROSTITUTA #2 Dios te abandonó hace años, querida.
PROSTITUTA #1: ¿Qué hacemos en estos puentes? Vamos mejor a Pigalle.
CELESTINE: Si quieren, vayan ustedes.
PROSTITUTA#1: Henri no quiere que nos separemos.
CELESTINE: Por aquí pasará mi enamorado esta noche. Lo presiento. Yo presiento cosas.
PROSTITUTA 1: Yo presiento que mis hijos tienen hambre.
CELESTINE: No, presiento otros asuntos. Asuntos inesperados.
PROSTITUTA #3: Asuntos de la vida y del amor.
PROSTITUTA 2: De los hombres. Yo presiento cuando no van a pagarme.
PROSTITUTA#1 : Los que no pagan son los que más gozan.
PROSTITUTA #2: Y rapidito además. (Miran a Celestine absorta.) ¿Qué te pasa, Celestine? ¿En qué piensas?
CELE STINE: (Doblada sobre la baranda del puente.) El agua es como un espejo que se mueve. ¿No se dan cuenta de que somos sombras sobre el agua? Sombras que jue-
gan a las sombras. Somos tan poca cosa, ¿será que eso es lo que queremos ser? Tan insignificantes, tan egoístas... ¿Y si de veras somos algo más que sombras?
Por el puente vienen Louis y David. Las prostitutas al verlos se les interponen graciosas.
PROSTITUTA #1: Digan, muchachos, 2 francos es poco... (Los mira bien.) Para un artista además. ¿Qué eres tú, pintor?
DAVID: Ojalá.
PROSTITUTA #2: Dos francos es poco para lo mucho que te llevas. (David las mira, Louis no hace mucho caso y siguen.) ¡No se vayan!, ¡Ah! Fl ojos.
PROSTITUTA # 3: Artistas.
CELESTINE: (Sin haberlos visto, con una voz que le sale desde lo más hondo de su abandono.) ¡Monsieur Louis Bertrand! (Lou is mira.) ¿Por qué no se detiene un momento?
DAVID: ¿Te conoce?
LOUIS: Madame, ¿de dónde sabe...
CELESTINE: (Se voltea a él, muy graciosa.) Louis.
LOUIS: ¿Celestine? (Las prostitutas mu rmuran.)
CELESTINE: ¿No les dije que esta noche vería a mi amado? Louis querido, ¿no me reconoces? La actriz del ventanal..., la actriz de una obra que jamás escribiste. Tu Celestine.
LOUIS: Pero, ¿qué...
CELESTINE: Mis amigas.
PROSTITUTAS #1, #2, #3: Hola, belleza, guapo, ¿quién es tu amigo? (etc.)
DAVID: Hola.
LOUIS: ¿Qué haces con ellas?
CELESTINE: Trabajo. (Lo toma por el brazo.) Este es mío, muchachas, les dejo el otro.
LOUIS Pero...
DAVID: Yo paso, Louis.
CELESTINE: Dile a tu amigo que espere.
DAVID: Tranquilo, estaré allí, con ellas. (Sale con las otras tres, que no se entusias man mucho pero le hablan festivas.)
LOUIS: ¿Cómo llegaste a esto?
CELESTINE: Purgo una pena y un pecado muy hondo. Me tort uro, Louis, por el poco amor del que he dispuesto.
LOUIS: Ahora que estoy cerca, déjame hacer algo por ti.
CELESTINE: ¿Pero no viniste a buscarme? (Pausa.) No. Si no te importé, ¿qué puedes hacer por lo que queda de esta Celestine que amaste?
LOUIS: Yo...
CELESTINE: ¿Qué harías si te dijera “sálvame, Louis”?
LOUIS: ¡Dios!
CELESTINE: Anda, mírame ahora como me mirabas antes, cuando me desnudabas.
LOUIS: Pero... yo... no...
CELESTINE: ¿Un hombre de tanta poesía no encuentra qué decir ahora que el fut uro llegó?
LOUIS: ¿Qué te hicieron?
CELESTINE: No creas que no siento vergüenza, pero ya es tanta que se vuelve costumbre y la costumbre es dolor, humillación...
LOUIS: ¿Quién fue? ¿Quién te quitó lo hermoso de tu inocencia.
CELESTINE: Tú, Louis. Tú me la diste, tú me la quitaste. Y quitar después de dar, duele más que no haber dado nunca. Tú me diste una esperanza, tú me diste respeto, belleza y poesía a mi alma, tú
le diste tantas cosas a este pobre y sucio corazón. Y así con esa bondad con la que llegaste, así con esa rabia... ¡Me abandonaste! ¿Quieres que te cuente lo que pasó después? Puedo hacerlo en pocas palabras. Mi madre murió y Henri me explota peor que antes. Mató los niños que querían nacerme y de tanto matarlos el vientre se me volvió piedra.
LOUIS: Dios bendito, Celestine, pero cómo pudiste...
CELESTINE: ¡Estoy tan herida Louis, que ya no distingo la fina rayita que Dios ha dibujado entre el horror y la virtud! ¡A veces me parece que todo este dolor es tan merecido. Pero, ¿por qué se repite tanto? Diera mi alma por saberlo, Louis.
LOUIS: (Pausa. No puede sostenerle la mirada.) Dicen por ahí, mi cielo... que el dolor se repite para que aprendamos algo de él.
CELESTINE: Siempre me pareció curioso que Henri fuese médico y yo su enfermera. Una enfermera que sentía el divino placer de sanar a la gente, pasar la mano por la frente afiebrada, cuidar al an-
ciano, acunar a un niño... ¡Pero fue un médico el que convirtió esa pequeña virtud mía en esto! Y encima quema lo que queda de mi alma con ese fuego incabable de la ambición y el asqueroso placer.
LOUIS: Celestine, mi reina.
CELESTINE: Estoy hablando en poesía, Louis. ¡Shh! Y encima de todo ser ... ¡Actriz! Atrapar al mundo en un gesto de mi mano prepotente, una mirada seduct ora, un aire noble, como la Durval, o la Mars...
LOUIS: Eres mi actriz aún, lo eres...
CELESTINE : No. Soy una anciana muy niña a quien le urge que la acunen aunque sea sólo un poco. La actriz que quiere amar al mundo con su fantasía, pero que sólo alcanza a ser una puta vulgar usada para el horror y olvidada y abandonada por el único hombre que amó, tú Louis.
LOUIS: Celestine, ya basta. No debes seguir así.
CELESTINE: ¿Por qué siempre te seguiré amando como una dulce maldición? ¿Por qué siempre estaré tan dentro de ti cuando en tu alma sólo hay... (Mira el río. Ríe
suave.) una sombra jugando a la sombra...
PROSTITUTA #3: Henri llegó.
DAVID: Hay un hombre en esa calesa, ¿lo conoces?
LOUIS: Sí.
DAVID: ¿Está todo bien, Louis?
LOUIS: (La toma por el brazo.) Quiero que regreses conmigo ahora.
DAVID: Louis, esto me parece... (Se escucha un silbido.)
LOUIS: Es una historia muy íntima y algo vieja, David, comprende a tu amigo.
PROSTITUTA #2: Henri nos llama.
LOUIS: Vienes conmigo.
CELESTINE: Son dos francos, ¿los tienes? Si no, Henri me golpeará hasta sangrar. ¿Los tienes?
LOUIS: No tengo ni para comer.
CELES TINE: (Sonríe.) Ni yo.
LOUIS: Déjame salvarte, Celestine. D avid, ¿podrías...?
DAVID: No sé. ¿Cómo puedo...
CELESTINE: Ya es muy tarde, Louis. Debiste hacerlo aquella noche. Debiste haberme dicho que no te importaba mi pasado, debiste acunarme y defenderme de aquella miseria, pero te dio vergüenza de mi horror y huiste. ¿Cuántos
años? ¿Diez? ¿Veinte? ¿Has pensado que el tiempo no existe? ¿Que todo es... qué se yo... un largo presente? Pues fue en aquel presente que debiste haberme salvado. ¡Yo era tu deber entonces! Ahora ya el daño se mult iplicó. (Louis saca su estoque envalentonado y la toma por el brazo, atrayéndola hacia sí.)
PROSTITUTA #2: ¡Monsieur!
PROSTITUTA # 3: ¿Qué hace?
DAVID: ¡Louis!
LOUIS: (Muy íntimo, bajo una pequeña pero implacable luz cenital.) Te juro que...
CELESTINE: No jures nada que no habrás de cumplir.
LOUIS: ¡Te juro que te necesito!
CELESTINE: Si me fuera contigo ahora -y podría hacerlo aunque Henri reventase de ira- tarde o temprano me abandonarás de nuevo como hiciste aquella vez en que para ti ya no tuve pureza. Huirás Louis. Si no hay algo puro, no te interesa. ¡Pero el primer impuro eres tú! A la verdadera Celestine, tú no puedes amarla.
LOUIS: Sí puedo. ¡Con todas las fuerzas de mi al ma!
CELESTINE: No. Primero, por que ella no puede amarse a sí misma. (Suena el silbido más fuerte.)
PROSTITUTA #3: Celestine, querida, esto puede costarnos muy caro.
PROSTITUTA #2: ¡Celestine, ya ven!
CELESTINE: Y segundo... porque tú tienes demasiado miedo a la verdad. Por eso eres poeta, Louis. Y esta prostit uta de dos francos es ante tu ojos... la verdad más grande de tu vida. Una verdad de la que de alguna forma, ¡eres responsable!
PROSTITUTA #1: Celestine, ¡ya basta de esto!
CELESTINE: Adiós, amor y no te preocupes, si es cierto lo que dicen los gitanos, ten por seguro que nos darán otra oportunidad... (Louis la toma por el brazo para llevarla. Las pros titutas asustadas, buscan la manera de evi tar el arranque de Louis.)
VOZ DE HENRI: (Molesto.) ¡Celestine! Ven acá ahora. (Celestine, aún sostenida de su muñeca por Louis, mira a Henri, que ahora llega seguido de algunos hombres que son sombras, y le mira fijamen te. David saca
su estoque. Las prostitutas se sep aran de la posible p elea.)
CELESTINE: (Mira a Louis intensamente.) Otra oportunidad, Louis, veras que sí. Y te juro por lo más puro de mi alma, que será mucho más hermosa que esta. (Lo besa profu n damente y con la misma fuerza de su amor se suelta de Louis y corre hacia Henri como un gatito asustado. Henri la toma por el pelo brutalmente. Louis alza su estoque y se dispone a d efenderla pero la propia Celestine le detiene con la mano, como si agradeciera el acto brutal de Henri sobre ella. David detiene un último amago de violencia de Louis. Henri de un empujón la tira al suelo. Uno de los hombres l a levanta de mala gana. Las prostitutas le ayudan y la sacan de la escena. Henri queda mi rando a Louis y a David por un momento. Va a decir algo, pero se da cuenta de que no tiene la menor importancia. Sale seguido de los hombres. Louis qu eda destrozado bajo la extraña luz del farol. La calesa se aleja.
Mario, aún en el camerino de Teresa.
MARIO: ¿Y estas flores?
TERESA: Un amigo.
MARIO: ¿Es por él que no vas a la fiesta de estreno?
TERESA: Si complace tus celos, es un viejo amor.
MARIO ¿Eres capaz? ¿Justo hoy?
TERESA: No debería. Sé que es espantoso. Máxime cuando has tenido tan buen estreno. Sala llena, aplausos de pie. Es que eres el mejor del país. ¿No era eso lo que querías? ¿Ser el mejor? Ya lo tienes. Y todo esto a pesar de ese lío con Fernández. Bueno, quién sabe si eso te ayudó. La gente quiso saber si tu obra trataba de eso.
MARIO: Eres capaz.
TERESA: Se siente horrible que no pueda salir por esa puerta de tu mano con una gran sonrisa de orgullo por los dos. Pero no tengo alternativa. O soy yo, o eres tú. Así que piensa que no nos debemos nada. Piensa que nos liberamos de esta cadena de otras vidas si eso de verdad te ha impact ado tanto. Como princesa egipcia que soy, -quien sabe si Cleopatra- quiero divertirme un poco, estoy harta de las relaciones. Me aburrí, finalment e.
MARIO: Y este amigo...
TERESA: También me aburren los celos.
MARIO: Es el médico, aquel médico. Tuviste un amante que era médico.
TERESA: Sí. Es médico. Te lo dije ya una vez. Estuve con él hace dos años antes de conocerte.
MARIO: No. Fue mucho antes. (Pausa.)
HENRI: (Entra a escena.) ¿Teresa? ¿Está bien todo? (Mario lo mira.) Buenas.
TERESA: Sí, dame un segundo, ya salgo.
HENRI: Buenas. (Mira a Mario. Le sonríe tratando de ser simpático.) Las mujeres... siempre se tardan. (Paus a.) La obra estuvo buena. No la entendí mucho pero estuvo buena. Teresa es una tremenda actriz. A mi no me gusta mucho el teatro, pero Teresa...
MARIO: (Se voltea a Teresa.) ¿Eres capaz de hacerte el mismo daño otra vez?
TERESA: No sé de qué hablas. (Con fundida y algo llorosa.) Mario, yo... (Pausa. El remoli no de su cabeza se con tiene con algo de su talento de actriz.) ¿Sabes? Eres... eres un gran escritor. Me siento muy orgullosa de ti.
HENRI: ¿El escribió la obra? (Le da la mano que Mario por cortesía n o rechaza.) Qué bien. Estuvo buena. (Teresa lo mira para callarlo.) ¿Nos vamos?
Teresa asiente y salen. Mario, rabioso de celos, revienta las flores contra el tocador del camerino y estas vuelan por el aire cayendo despacio, luego se sienta abatido, mientras aparece Gaspard, que sale detrás del espejo.
GASPARD: Es en el teatro donde guardamos la memoria de la civilización... Por eso son malísimos lugares para reflexionar; demasiados recuerdos.
MARIO: Dime de una buena vez, de dónde sacaste los papeles de Fernández, por favor.
GASPARD: Yo no he hecho nada, tú los conseguiste.
MARIO: No tengo tan buenos informantes.
GASPARD: Tal vez no, pero hay en tu alma la fuerza y el odio de mil animales salvajes. ¿Qué alimento no puede conseguir una fiera hambrienta? Un león, como tú. Fue tu instinto, periodista. Fue tu genialidad, dramaturgo.
MARIO: Algo de mi sentido de justicia. Eso me justifica si acaso...
GASPARD: Ah, claro. Justificaciones. ¿Crees que si no hubiese algo de justicia en ello, la vida hubiese sido t an pródiga contigo? Gran escritor, excelente periodista, buen hijo, buen padre, mal esposo, mal amante...
MARIO: ¿Por que siempre que hablas de mí, siento la extraña y molestosa sensación de que debo respetarte mucho?
GASPARD: ¿Y quién mueve tu mano cuando escribes?
MARIO: Yo.
GASPARD: Ah, muchacho orgulloso, sabes que no. Estas mismas escenas que hemos visto esta noche. Magistrales, de sublime belleza, tu palabra es agua fresca, muchacho... ¿Pero de veras las escribes tú?
MARIO: Mi corazón lo hizo. Todo lo que soy se reconoce en ese momento.
GASPARD: (Saca de su mano, como magia, un pedazo de algo muy brillante.) Como una alquimia al revés. Un crisol que hace del oro, arte. ¿Y tus artículos en la prensa, quién los escribe?
MARIO: Yo.
GASPARD: No. Es aquí donde tu soberbio individualismo romántico se equivoca. Es esta lección que debes aprender y lo harás ahora.
MARIO: No estoy para lecciones.
GASPARD: (Lo abraza.) ¿Sabes cuál es el problema más grande del hombre?
MARIO: ¿Lo sabe alguien?
GASPARD: (Pausa.) L a intención de su mirada.
MARIO: No entiendo.
GASPARD: Lo que hay escondido tras esa forma que tenemos de mirar las cosas. ¿Qué intención tiene el que mira? ¿Qué es
lo que realmente quiere cuando?(Pausa.) Salgamos de aquí.
MARIO: Tengo un fiesta, me esperan.
GASPARD: (Suave.) Es sólo un momento, ven. (Salen.)
Tras ellos aparece el puente con el farol. En él Louis se muere de frío. La nieve cae. Louis bebe de una botella. Está barbudo y sucio.
GASPARD: Ahora que ya sabes la historia de Bertrand...
MARIO: ¿Y cómo la sabes tú?
GASPARD: Mario, por favor, déjale un espacio a la magia, por Dios. No preguntes tanto. No es de mí de quien vas a escribir.
MARIO: ¿Pero cómo no voy a preguntar? Mi vida es un desastre. ¿qué debo hacer? ¿Quedarme callado? ¿Explotar de rabia, pelearme con todos, herir a los que me aman como le pasó a ese pobre infeliz?
GAPSARD: La lección, Mario.
MARIO: ¿Cuál lección, maldita sea? ¿Cuál amor escojo? ¿El amor hacia mí o el amor hacia los demás?
GASPARD: El amor siempre es responsable.
MARIO: Pues entonces escogí el amor a mí. ¿Me equivoqué? Cualquier cosa que me digas siempre tendré la razón. El amor a mí me justifica.
GASPARD: El amor a ti. Como todo un buen poeta romántico. (Ríe.) ¡Cuánto atrasas tu lección, muchacho, cuánto tardas en aprender lo simple! La lección...
MARIO: Pues ¿cuál es entonces?, maldita sea. ¿Cuál es?
GASPARD: La intención de la mirada.
Al camerino de Teresa, que aún permanece iluminado, entran el Detective y otros dos hombres. Miran sigilosamente. Salen luego. El camerino se apaga.
GASPARD: ¿Cómo miras lo que haces? ¿Amor, responsablidad? ¿Odio o justicia?
MARIO: No lo sé. Justicia supongo.
GASPARD: (Convierte el objeto brillante de su mano en unos pap eles.) Toma. Con estos documentos involucras al Sr. Antonio Fernández en una gran maquinaria de corrupción que usará para comprar la silla presidencial.
MARIO: ¿Cómo?
GASPARD: Fernández es un pobre diablo con una larga cadena de odios históricos.
MARIO: ¿Y por qué tiene la suerte de ser millonario?
GASPARD: ¿Es eso una suerte? Su dinero no bastará para comprar la Presidencia. Pero sí el de sus amigos que lo sostienen y le exigen. Amigos que esperan mucho de él cuando logre su objetivo de ser Presidente de la Nación. Para eso necesita mucho dinero. Cualquier dinero.
Música de ensueño. Se ilumina Fernández, junto al abogado y otros hombres que negocian.
GASPARD: Dinero de explotación, de vicios, de la droga. Ya ves.
El Abogado extiende documentos, papeles y asuntos que intercambia con los hombres. Fernán dez recibe algunos papeles. Los mira, aprueba sonreído.
GASPARD: La intención de la mirada.
Fernández habla con ellos, los mira, lo seduce con la palabra. Los hombres asienten. Ríe simpático. Los abraza.
GASPARD: La mirada que dirige y ordena, la palabra que sal e de nuestra boca, la mirada que ordena y dirige nuestro gesto.
Fernández se sienta complacido. Los hombres que negocian le dan la mano, Fernández asiente y consuela. No hay problema. Todo está resuelto. Lo hombres se van.
GASPARD: La mirada con la que entendemos y organizamos nuestro mundo. ¿Cuál es su verdadera intención? Conocer esa intención es el gran reto, Casanova.
MARIO: (Asombrado e iluminado de pronto.) ¿La droga? (Gaspard se encoge de hombros.) ¿Fernández? (Busca los documentos y los lee con avidez.)
GASPARD: Publica esto mañana y Fernández estará acabado.
MARIO: ¿Pero cómo voy sostener la procedencia de estos papeles?
GASPARD: Se sostienen solos. La verdad no necesita membrete, muchacho.
MARIO: (Lo piensa un momento. Se los devuelve.) No... esto es demasiado para mí. Toma... no sé por qué debo... esto implica tanto... “La intención de la mirada”... ¡Dios! ¡Pero si estoy muerto de miedo!
GASPARD: Has llegado al límite, periodista. Has llegado a la cima, dramaturgo. ¿Por qué tienes miedo ahora?
MARIO: Me voy a la fiesta.
GASPARD: (Con voz poderosa.) ¡Mario Casanova, mírame!
MARIO: (Comienza a salir de sus ojos un llanto silencioso.) Gaspard... ¿por qué me haces esto?
GASPARD: La lección. Es ahora.
MARIO: No quiero...
GASPARD: ¿Cual es tu intención? Dímelo. ¿Odio? ¿Justicia? ¿Placer?
MARIO: Dios mío.
GASPARD: ¿Ahora llamas a Dios?
MARIO: Por favor...
GASPARD: ¿Cuál? ¿Amor? ¿Compromiso? ¿Fama? ¿Dinero?
MARIO: Gaspard, por lo que más quieras...
GASPARD: ¡La intención, Mario; tu intención! ¡Dímela!
MARIO: (Grita confundido.) ¡NO! ¡Por primera vez quiero det enerme! Tratar de entenderlo todo de un golpe. Entenderlo todo. La historia de ese Bertrand. Mi historia; ¡entender qué demonios hacen juntas! Entender por qué mi corazón quiere creer esta historia porque ya no encuentra otra cosa que creer. ¡Porque estoy harto de la duda! Ya basta, ya no quiero más viol encia, porque la veo cercarme con sus cadenas de odio y de sangre. Cadenas que siento tan ant iguas, amigo mío. Y de pronto ya no tengo fuerzas. ¡Estoy tan cansado de luchar! Amor-desamor, Odiojusticia. Mi indiferencia y mi responsabilidad. ¡Todo a la vez! Dios... ¡Estoy flotando en este espacio donde nada importa! Donde puedo olvidar con sólo cerrar los ojos. Olvidar, Gaspard. Olvidarme hasta de mí.
GASPARD: (Un tanto cínico.) ¿Y es el olvido el mejor acto de amor que se te puede ocurrir, poeta? (Le devuelve el d ocumento a Mario. Casi lo incrusta en su mano que se resiste, pero accede.)
MARIO: (No puede ya contener su llanto.) ¡Va a costarme la vida, Gaspard!
GASPARD: (Intenso.) Para eso te la dieron, muchacho. ¡Para que sea útil a los demás!
Música. Camina al puente. Allí se detiene junto a Lou is.
LOUIS: Renduel no ha publicado mi l ibro. No me quiere recibir. No contesta mis cartas. Mi libro lleva ya tres años encerrado en esa casa.
GASPARD: ¿Y que harás?
LOUIS: Morirme. Morirme. (Pausa. Camina hasta una breve luz.) ¡Renduel! ¿Estás dormido? ¡Renduel, viejo maldito! ¿Cuándo demonios publicarás mi libro? ¡Renduel, viejo sapo, despierta! (Llora rabioso.) Despierta y dame mi vida.
GASPARD: ¿Ahora tu vida depende de otros, poeta? Pensé que serías más responsable con los talentos que Dios te ha dado.
LOUIS: ¿Por qué me regañas? ¿Quién diablos te crees que eres para reprenderme así?
GASPARD: ¿Y los otros, Louis Bertrand? ¿Qué hiciste por los otros?
LOUIS: ¡Escribí!
GASPARD: ¿Y ese fue el único acto de amor que se te pudo ocurrir?
LOUIS: Suficiente, ¿no te parece?
GASPARD: Se te acabó el tiempo, muchacho. (Pausa.) Y ni siquiera te diste cuenta.
Gaspard se aleja. Ahora cae un rayo de intensísima luz sobre Louis.
Al mismo tiempo otra sobre Mario, que lee el papel que se le ha entregado.
LOUIS: ¡Gaspard! ¡Regresa aquí! ¿Qué quieres que te diga? ¿En quién más iba a pensar sino en mí? ¡Es mi libro, maldita sea! Es sangre de mi sangre. Soy yo el que importa ahora. ¡Gaspard, fantasma maldito, ¡regresa aquí! ¡Háblame!
Con los sollozos de Louis, su luz se desvanece al mismo tiempo que la luz de Mario se ilumina de pronto tan intensa como había sido la de L ouis. Mario respira hondo. Es una decisión amarga, pero está tomada. Dobla el papel y lo guarda en su bolsillo. Luego sale a la casa de Sarah, que lo recibe en bata de dormir con un vaso de agua en la mano.
SARAH: ¿No fuiste a tu fiesta?
MARIO: No. Escucha. Quiero que recojas tus cosas, levanta al niño y te vas a la casa de campo de tus padres.
SARAH: ¿La traerás a ella aquí, te atreves?
MARIO: ¡No! Escúchame...
SARAH: Ya está en la boca de todo el mundo. Ya eres de ella y mi vida no vale la pena. (El vaso cae al suelo y se rompe.)
MARIO: Sarah, por Dios escúchame. Este asunto no...
SARAH: (Toma uno de los cristales y lo pone sobre sus muñecas.) ¿Quieres que lo haga de nuevo?
MARIO: No juegues con eso.
SARAH: Lo voy a hacer, aquí, delante de t i para que lo sufras igual que yo.
MARIO: ¡Hazlo, entonces! ¡Hazlo! Delante de tu hijo, delante de mi. Esta vez no voy a huir del melodrama, Sarah. Pero serás tú quien pagará y no yo.
SARAH: ¡No pagaré más de lo que he pagado ya!
MARIO: ¿Es que no das cuenta que lo único que has hecho de tu vida es pagar lo que ya hiciste? ¿Y encima quieres mult iplicar tu deuda? Abandonas a tu hijo, otra vez, al borde de una quebrada o en una habitación forrada de papel de nubecitas, ¡qué más da cuándo, si hace 200 años o diez minutos! L o abandonas por mí, ¡otra vez! ¡Te suicidas otra vez! ¿Y para qué, maldición? (Intenso.) ¿Cuándo vas entender que de esto es precisamente de lo que se trata la vida, Sarah? De no acumular más deudas con los demás. ¡De no repetir los errores! (Sarah suelta el vidrio. Mario la abraza.)
SARAH: Duele... duele mucho, ¿es que no te das cuenta? Es una herida muy honda y muy amarga, amor mío. Pero así de amarga me la trago. Ya no te tengo, amor, y es todo mi culpa.
MARIO: Hay otra lección en todo esto, date cuenta. Y es que no podemos tener a nadie. Esta violencia no es tenerme.
SARAH: ¿Y de qué me sirve vivir si no te puedo tener?
MARIO: ¿Alguna vez trataste dar?
SARAH: Te di todo.
MARIO: No. Diste para que te dieran, diste para recibir, y en el fondo no diste de verdad. (Pausa.) ¿Pero dónde estabas tú? ¿Quién eras tú?
SARAH: Tu esposa.
MARIO: No. Eres Sarah. Excelente modista, la responsable madre de un hermoso niño y sobretodo una mujer muy capaz de hacer cosas muy importantes con su vida... para beneficio de los demás. Si es tan simple, ¿por qué da tanto trabajo de entender? (Pausa.) No hay nada más importante que esto que te acabo de decir. Yo no acabo de concretar mi lección, pero imagino que esto es parte de ella.
SARAH: Dios mío, Mario...
MARIO: Ahora haz lo que te digo. Toma al niño y vete a la casa de campo de tus padres.
SARAH: Son horas de viaje y a esta hora. ¿Por qué?
MARIO: Voy hacer algo difícil y puede ser peligroso. Es algo del trabajo. Te llamaré y te mandaré dinero. Haz lo que te digo. Anda.
SARAH: Mario...
MARIO: ¿Qué?
SARAH: (Se encoge de hombros. Llora un poco pero se sostiene.) Eres libre. (Paus a.) Ahí está, ya lo dije y no se me cayó la cabeza. (Sonríe.)
MARIO: Gracias.
SARAH: Sólo que no tienes permiso para olvidarte de que somos tu familia y que lo seremos siempre. Es parte de esa lec-
ción que t ú debes aprender, no importa cuántas familias más vengan a tu vida. Tu hijo y yo siempre seremos tu familia. (Mario asiente sonreído.)
Las calles de París. Invierno de 1840. Louis por las calles con una prosti tuta llamada Edmeé.
LOUIS: (Tose.) Madame Edmeé, eres muy arriesgada. ¿Cómo hiciste para que las enfermeras no te vieran entrar?
EDMEE: No tengo nada que perder. P ero si gano un poema de amor que tú me escribirás...
LOUIS: ¿Qué puede valer un poema mío?
EDMEE: No tienes idea de lo que un poema de amor vale para una mujer.
LOUIS: Es aquí.... ¡David! ¡El escultor David! (Sale David.) Mi hermano...
DAVID: Louis, maldito. ¿Dónde diablos te habías metido? ¡Llevo más de seis meses buscándote, nadie sabe de ti.
LOUIS: Madame Edmeé, el más grande escultor de Francia, D avid D’angers... Son... sólo 100 fran-
cos. (Tose.) Estoy muy mal, D avid.
DAVID: Ya lo veo, ¿dónde diablos te habías metido?
LOUIS: En el campo.
EDMEE: En el hospital, Monsieur. Louis ha estado meses de un hospital en otro.
LOUIS: ¡Cállate! (Tose.)
EDMEE: Me ha pedido que lo trajera porque ya no puede ni caminar.
DAVID: Entra ya. Con este frío.
LOUIS: ¡No! No quiero contaminar tu casa...
DAVID: ¿Qué tienes? (Lo adivina.) Por Cristo, Louis.
LOUIS: Te los devolveré. Te lo juro. (David se los da.) No, por Dios, no necesito tanto. (David lo obliga con un gesto.) Si no vengo yo, ella vendrá... es ahora mi... mi esperanza. (La besa.)
DAVID: ¿Dónde estas? Iré a verte mañana mismo.
EDMEE: En el Hospital Necker, Monsieur.
LOUIS: La cama #6 del ala oeste es mi nueva dirección. (A Edmeé.) Anda, vete, déjame hablar a solas con mi hermano. Esperamé allá. Vete. (Edmeé sale.) David, tú eres
mi mejor amigo, de tantos grandes que he tenido a lo largo de mi vida.
DAVID: Lo sigo siendo, Louis. Eres tú el que no has sido fiel a la amistad.
LOUIS: (Asiente.) Pero tú eres el mejor y la amistad es un valor imperecedero. ¿Podrías... hablar con Renduel? Pídele mi libro... ¡Por favor! Habla con Víctor, con SainteBeuve... ¡Cómo me gustaría un prólogo suyo! El dice que mi poesía es buena. ¡Haz esto por mi, hermano! Es lo único que me queda en la vida.
DAVID: Te lo juro, Louis. Iré a ver a Sainte-Beuve en la mañana. Lo haré. No te preocupes. ( Louis va a abrazarlo pero se contiene. David lo hace sin miedo alg uno.)
Entran a la redacción Sophy y Mario.
SOPHY: Pensé que ibas a buscarme para tu fiesta. De veras estás loco.
MARIO: La prensa no ha empezado a imprimir. Dile al jefe de prensistas que cambiamos la portada.
SOPHY: Sin la firma de René, le veo poco pelo al asunto.
MARIO: ¡Inventa algo! Dile que ya él está desnudo en su cama retozando con su mujer y que no va venir a esta hora a autorizar un cambio, que yo me hago responsable.
SOPHY: ¿Sí? ¿Y después le bajo los pantalones?
MARIO: Buena idea. Muévete que tengo que escribir.
SOPHY: Mario, yo no...
MARIO: (Serio.) Querida amiga, me estoy jugando la vida en esto. Me ofreciste tu solidaridad, ahora la necesito.
SOPHY: Ok. Dame lo que se va fotografiar. Estoy en la calle, maldición, a buscar trabajo otra vez. Ya me siento prostituta.
MARIO: (Dándoselo.) Te estoy dando mi vida.
SOPHY: Ya, no dramatices, confía en mi. (Sale. Mario se sienta en el ordenador. Luego entra Teresa, abrigo colgando en su mano, el pelo suelto.)
TERESA: Ví tu automóvil afuera, pasé a saludar.
MARIO: ¿Y tu médico favorito?
TERESA: Lo dejé atragantándose un sangriento filete en el restaurante. Se burló de mi porque soy vegetariana. Ese es un placer que disfruto sólo contigo. Oye, niño arrogante... soy una imbécil, lo siento mucho. Sé que soy una contradicción, pero soy intensa y leal. Si sólo supiera lo que realmente quiero.
MARIO: Lo sabes, pero no quieres admitirlo porque te da pánico ser responsable con los demás. ¿Qué es lo que estás tratando de proteger?
TERESA: Tanto fastidiarme para llegar siempre al mismo lugar. Una se da cuenta. El juego se extiende un poco, roza el borde de la seriedad y nos volvemos egoístas y crueles cuando sólo tratábamos de ser divert idos.
MARIO: Deberíamos dejar los juegos de poder. ¿No crees? Yo también me harto, ¿sabes? Pero esta noche he decidido muchas cosas. Y te juro Teresa, que mañana ya no será lo mismo. Así que mira a ver qué papel vas a interpretar en este nuevo drama que empieza ahora.
TERESA: Está bien, otra vez tienes razón. No me regañes.
MARIO: No. Me estoy regañando a mi mismo.
TERESA: Mario, Perdóname. No me hagas caso.
MARIO: No tengo nada que perdonarte.
TERESA: Fui a buscarte a la fiesta, todos preguntaban por ti.
MARIO: Surgió algo urgente.
TERES A: ¿Te puedo esperar?
MARIO: Si quieres. Acuéstate en ese sofá. (Se lo acomoda.). Duerme un poco. (Teresa se quita los zapatos y se acurruca en el sofá.)
TERESA: (Arropándose con el abrigo.) Oye...
MARIO: ¿Qué?
TERESA: Te amo. (Se le queda mirando con su sonrisa can sada.)
MARIO: Está bien. ¿Qué miras?
TERESA: Trato de que nunca olvides esta imagen.
MARIO: Duerme.
TERESA: Y tú escribe, anda, dales duro. Escribe, escribe...
MARIO: (Se sienta en el ordenador. Una luz sobre él.) Finalmente, la intención aparece. El horror se quita su mascara. La miramos a los ojos, la conocemos. Antonio Fernández, el primer magnate de este continente y aspirante a Presidente de la República...
Louis, con una botella de licor, lee el poema a Edmeé. En el puente, bajo el farol .
LOUIS: (Lee.) “En este exilio, ¿qué hago?
¿Qué le debo todavía al destino? Para mí el cielo ya no tiene aurora... Sólo me queda una estrella. (Tose.)
¡Adiós! He vivido suficiente. Pero tantas lágrimas de prueba no deben ir a parar al río. Estoy lleno de esperanza... Hacia tu cielo que ya no es insensible Emprendo el vuelo de la paloma.
¡Adiós! Renaceré por siempre”. (Lo guarda.)
EDMEE: Es hermoso. ¿Se lo dedicaste a alguien?
LOUIS: Sí. A ese otro que seré yo.
EDMEE: ¿Y es verdad que existe eso? Una vida después, una vida antes.
LOUIS: Los gitanos dicen que sí. (Tose. Música.)
EDMEE: ¿No se van los angelitos con Dios y las putas con el diablo? (Ríe. Bebe. Aparece Gaspard a lo lejos. Tras él, Celesti ne. Celestine se acerca a Louis, lo mira a los ojos con ardor y belleza. Le da un hermoso y suave beso en sus labios.)
CELESTINE: Los gitanos tenían razón, Louis. (Louis no escucha ni ve. Celestine le da una última caricia en las mejillas y sale. Gaspard la sigue sin ser vis to.)
EDMEE: Yo sé que me voy con el diablo. Al diablo le gustan las putas.
LOUIS: La muerte no existe, Edmeé. No hay diablo.
EDMEE: Entonces tampoco hay Dios, ¿verdad?
LOUIS: (Tras un breve silencio.) Eso no lo sé. L e dejo todos mis papeles, mis poesías y mis cartas a D avid, ya lo conociste. T odo, está en un baúl negro que está bajo mi cama en el hospital. Si los vendes, te saldrá mi fantasma en las noches y te halaré de las piernas.
EDMEE: No. No harás eso. Te quiero mucho. (Se acuna con él.)
LOUIS: Si me traicionas te haré el amor desde el otro mundo y no me verás.
EDMEE: Anda, déjame abrazarte que tengo frío. (Le acaricia.)
LOUIS: (Le responde con un pequeño beso en la frente.) Cuando yo muera avisarás a mi familia.
EDMEE: No vas a morirte todavía. El diablo no te quiere en el infierno.
LOUIS: Júrame que lo harás. ¿Tienes palabra?
EDMEE: Alguna me queda. Te lo juro.
LOUIS: Anda, ve a buscar algo de comer. (Edmeé sale. Louis se da un trago hondo y se ahoga en una tos salvaje. Saca un paño y se limpia, tiene sangre en l a boca. Lo tira todo y se qu eda quieto mirando al suelo.)
Mario cabecea junto a Teresa. Sophy entra.
SOPHY: Toma. Quedó perfecto. (Le da el periódico.) Ya se fueron los camiones de reparto. Lo leí. Si estas pruebas son ciertas, Fernández está frito. Si no lo son... tú estás muerto. Lo sabes. Esto no es un chiste.
MARIO: Vete a tu casa. Si puedes sal de la ciudad unos días. Hazme caso.
SOPHY: Claro que voy a hacerte caso. No me verás en buen tiempo.
MARIO: (La abraza.) Sophy, eres una maravilla. Gracias.
SOPHY: Eso dice mi mamá. ¿Por qué ella está aquí?
MARIO: Es una historia larga. ¿Qué hora es?
SOPHY: Las cinco y veinte. ¿Me llevas a casa?
MARIO: Ella te llevará. (Levanta a Teresa.) Oye, nos vamos.
TERESA: (Soñolienta.) ¿Ya? Qué bueno, me muero de sueño.
MARIO: Escucha. Te irás casa de tu madre y no salgas de allí hasta que yo te llame.
TERESA: ¿Cómo?
MARIO: No puedo contarte ahora.
TERESA: Pero tengo función mañana.
MARIO: Harás la función. Tranquila. Te daré otras instrucciones luego. Haz lo que te digo. Y llévala a su casa. Es Sophy, una hermanita mía.
SOPHY: Hola.
TERESA: Está bien. No entiendo nada, pero está bien. Tú sabrás.
SOPHY: ¿Y tú qué?
MARIO: Estaré aquí, esperando la ola.
TERESA: ¿Estarás bien?
MARIO: Por primera vez en mi vida, Teresa, est aré perfectamente.
Las mujeres salen. Mario se queda solo un momento. Una luz intensa sobre él, un silencio largo, donde él cierra los ojos y suspira hondamente. De un golpe, seis, ocho, diez periodistas se le lanzan encima como un cerco de voces salvajes y relámpagos de cámaras.
PERIODISTA #1: ¿Cómo obtuviste estos documentos?
PERIODISTA #2: ¿Cómo no se supo el contenido de estos informes hasta hoy?
PERIODISTA #3: ¿Quiere decir que el Ministerio mismo de Justicia encubre delitos?
PERIODISTA #4: ¿Cuál es el próximo paso?
PERIODISTA #5: Casanova, ¿crees haber atrapado de una vez a Fernández?
PERIODISTA #6: ¿Cómo tuviste acceso...
PERIODISTA #7: ¿Quién... ¿Cuándo...
Silencio largo. Todos esperan ansiosos una respuesta.
MARIO: No hay deuda que no se pague, ni plazo que no se cumpla.
Relámpagos de las cámaras y desesperado preguntar.
PERIODISTA #3: ¿Qué quieres decir con eso?
PERIODISTA #6: ¿Conoces a los autores de este informe?
PERIODISTA #5: ¿Deudas de juego?
PERIODISTA #4: ¿Quién dio plazos?
PERIODISTA DE TELEVISION: Mario Casanova, periodista del Periódico La Verdad , dio a conocer hoy un extenso informe interno de un Jefe de Auditores del Ministerio de Justicia que contradice la exoneración que el mismo Ministro diera a conocer en días pasados...
Se ilumina a James Demontry, en una parte ajena a la acción. Los periodistas al verlo le rodean.
JAMES: No sé cómo Casanova pudo obtener este informe, pero lo cierto es que lo escribí cuando comenzaron a salir las interrogantes sobre estos negocios. Fuentes de otros D epartamentos me confirmaron que en efecto Fernández era investigado, sin mucho ánimo, por algunas divisiones internas y que las conclusiones habían sido engavetadas y en algunos casos desaparecidas. La procedencia de su dinero... del dinero con que él negocia la compra de los varios medios de comunicación... era... confusa e injustificable.
PERIODISTA #7: Pero el informe implica que pueden proceder del bajo mundo. ¿Cómo puede probarlo?
JAMES: Es un informe interno, está sujeto a mayor investigación.
PERIODISTA #1: Entonces no está verificado.
JAMES: Lo está. Pero entienda que su verificación total está sujeta a funcionarios que obedecen órdenes del Gobierno Central como este mismo Ministerio de Justicia, el Ministerio de Hacienda, la Policía y el Senado. La investigación realizada por mi Departamento es conclusiva en lo que a nuestros auditores se refiere. Y la evidencia muestra lo que está descrito. De ahí en adelante...
PERIODISTA #4: ¿Pero cuáles fueron sus hallazgos?
JAMES: Encontramos que muchos de sus socios accionistas e incluso algunos de los compradores anónimos que utiliza para las negociaciones de sus propiedades, son miembros o allegados de varias organizaciones que aunque son legítimas, están hace tiempo bajo sospecha de lavado de dinero y de...
PERIODISTA #1: ¿Eso hace a Fernández un mafioso?
JAMES: Eso hace que Fernández sea sospechoso por complicidad. Pero es una democracia, mi amigo. Usted puede asociarse a quien quiera para hacer lo que le dé la gana.
PERIODISTA #5: Casanova acusa a Fernández de querer aspirar a la Presidencia. ¿Hizo algún hallazgo sobre esto?
JAMES: Se necesita mucho dinero para eso, y muy buenas relaciones con el mismo gobierno y con gente que tenga dinero y conexiones. Fernández las tiene.
PERIODISTA #3: ¿Qué está implicando?
JAMES: ¿Yo? Nada. Pero uno de los más activos inversionistas en las propiedades de Fernández es un conocido empresario contribuyente del partido de gobierno, que ha sido asociado en varias ocasiones al tráfico de drogas. Y esto no es una suposición. Su perfil y su historial están descritos en el informe que escribí al Ministro de Justicia y que Casanova acaba de publicar.
PERIODISTA #3: ¿Eso implica que el bajo mundo tiene acciones en las empresas de comunicaciones de Fernández? Su periódico, sus estaciones radiales, su televisora y toda la información que estas emiten... están financiadas, sostenidas, apoyadas, ...por la droga...?
JAMES: Yo sólo levanté una preocupación a mis superiores y me mandaron a callar.
PERIODISTA #1: Fue entonces cuando le entregó estos informes a Casanova.
JAMES: Yo nunca he visto a Mario Casanova. No sé siquiera cómo es su cara. (Camina hasta Mario, se miran. Los periodistas le siguen.)
PERIODISTA #4: Pero ahora resulta que tienen muchísimo en común.
JAMES: Sí. Tenemos en común una perra suerte. Mire, a mi esto ya me costó mi trabajo. Como t odos ya saben, acabo de ser despedido.
PERIODISTA #1: ¿Es cierto que usted militaba en el Partido Comunista en su juventud? Algunas personas del mismo Ministerio, que hemos entrevist ado sobre su persona, aseguran que es usted homosexual.
PERIODISTA #6: ¿Es usted homosexual?
JAMES: (Sonríe cínico.) Dios... Me da igual si quieren creerlo o no. El informe lo preparé yo. Las acusaciones y las negativas, pregúnteselas al propio Ministro de Justicia. El fue quien no quiso que esto se supiese. Como verán, gracias a Casanova, mi vida corre peligro.
PERIODISTA #1: ¿Cree usted que habrá represalias por esto?
JAMES: Creo que Fernández tiene que explicar algunas cosas. Es todo lo que tengo que decir.
MARIO: Suficiente y al punto, mi amigo. Gracias. Estoy en deuda.
JAMES: Tal vez el que estoy en deuda soy yo. (Le estrecha la mano y sale.)
El abogado se ilumina de pronto. Los periodistas le rodean.
ABOGADO: El Sr. Fernández no contestará ninguna de estas alegaciones en este momento. Nuestra oficina está prepa-
rando un comunicado que se les hará llegar. Sólo podemos adelantarles que todo lo expresado es absolutamente falso. Que los intentos de Mario Casanova han pretendido minar la reput ación de Antonio Fernández, la de su familia, la de su honorable apellido y mancillar la respet abilidad y el honor de uno de los hombres más importantes de nuestra nación y de t odas sus prestigiosas empresas de comunicaciones. Si se desprestigia y se mancilla la voz del pueblo, la voz de la democracia, por personas inescrupulosas como Casanova, nuestra libertad de expresión, nuestro derecho a luchar por un mundo mejor, está en absoluto peligro de muerte. Casanova responderá muy pronto en los tribunales de Justicia. (Los periodistas le bombardean con pregu n tas.) Es todo cuanto diremos en este momento.
Súbitamente se escucha una violenta explosión y las llamas de un incendio devoran el foro.
PERIODISTA DE TELEVISION: Esta misma tarde, un coche bomba explotó a las afueras del Periódico La Verdad , afectando toda la fachada del edificio y causando la pérdida total de la empresa por el consecutivo incendio. Se reportaron cuatro heridos de gravedad en lo que se cree es la primera de un cadena de eventos que preceden a las denuncias del periodista Mario Casanova, redactor principal de este periódico, en relación a los alegados vínculos del bajo mundo con el magnate de las comunicaciones Antonio Fernández.
Los periodistas comienzan a desaparecer. La escena se vuelve oscura y difusa. René fumando nervioso entra y se coloca detrás de Mario.
RENE: ¿Cómo te las arreglas para permanecer tan tranquilo después de haber causado tanto desastre y tanta destrucción?
MARIO: ¿Quién te dijo que estaba tranquilo? (Pausa.) Pero no creo que esto sea un desastre. Me parece todo lo contrario. Es el orden que viene, es la luz en medio de la oscuridad. Siento un aire algo místico en todo ello.
RENE: No me parece místico que mis hijos se hayan quedado sin comida por tu culpa, imbécil.
MARIO: Gracias, René. Ya sé cuál es tu manera de mirar las cosas. Ya sé cuál es tu intención. De seguro conseguirás un trabajo mejor que este si te lo propones. Un trabajo donde puedas hacer concesiones para no comprometer la comida de tus hijos. Si son tus hijos lo que te preocupan tanto, pues ent régate a ellos y no seas tan hipócrita.
RENE: He perdido la cuenta de las demandas que te vienen encima.
MARIO: Demándame. Es un privilegio de la democracia.
RENE: Vete al Infierno. Si es que no te matan antes. (Sale.)
MARIO: De él estoy a punto de salir.
Una niebla gruesa entra en escena y cubre a Mario. L as sombras de dos hombres aparecen súbi tamente y le empujan para que salga de ella. Ahora le vemos con esposas y una venda negra. Mario cae al suelo. Fernández aparece algo lejos, como otra sombra más.
MARIO: ¿Es así que Fernández quiere acabar esto?
DETECTIVE: Mejor no hables.
MARIO: Si esta es la única alternativa, pues que sea. He dado la vida ya, que venga ahora la sorpresa.
DETECTIVE: ¡Cállate!
MARIO: ¡Que sea lo que Dios quiera! (Ríe.) ¡Al fin pude decirlo!
Lo que yo quiera no, lo que Dios... ¿Sabes, amigo? A los intelectuales, los escritores, a los artistas, se nos impone la obligación de no creer en Dios. Nos obligan a no tener fe porque la fe es la debilidad de la razón. Es un mal de todos los tiempos. ¡Qué amable contradicción! ¡Debemos tener fe en que no debemos t ener fe! Ahora que lo recuerdo, nunca he puesto la palabra Dios en ninguna de mis obras.
HOMBRE #1: Ey... (S eñala al Detective la presencia de Fernán dez.)
DETECTIVE: (Le trae un cajón y lo sientan a empellones.) Espera quieto.
MARIO: No puedo estar quieto, estoy a punto de morir. Dame al menos el privilegio de ponerme nervioso.
DETECTIVE: ¡Cállate! (Lo golpea muy fuerte. Fernández hace una señal de que lo interroge. El Detective lo golpea.) ¿Para quién trabajas?
MARIO: Todavía no lo sé. (Golpe.)
DETECTIVE: ¿Quién te dio los informes?
MARIO: Gaspard.
DETECTIVE: ¿Gaspard qué?
MARIO: Gaspard. (Otro golpe.) Gaspard de la Noche.
DETECTIVE: ¿Y dónde l os consiguió él?
MARIO: En el otro mundo. En la otra vida. (Lo golpean otra vez.)
DETECTIVE: ¿Por qué fuiste a ver a una bruja?
MARIO: ¿No ves tú a tu médico?
DETECTIVE: ¿Quién te los dio? (Lo golpea.)
MARIO: Otro golpe más y me desmayaré, así podrás acabar con esto de una buena vez. Si eso es lo que piensas hacer, hazlo pronto porque no tengo nada más que decirte.
DETECTIVE: (Va a levantar la mano una nueva vez y Fernández lo detiene.) ¿Quién te los dio?
MARIO: ¿Quién está ahí contigo?
DETECTIVE: Habla ya. ¿Quién fue?
MARIO: ¿Quién está respirando tan sutilmente, en medio de esta tortura? Sólo usted tiene ese temple, Don Antonio. (Lo golpean de nuevo.)
DETECTIVE: ¿Quién?
MARIO: Me los dio la suerte, el arte, la poesía, la prensa libre... ¡Qué maravillosa alquimia! Tanto sufrir para obtener una piedrita de verdad: la intención de la mirada. ¡Cuánta razón tenías, Gaspard! (Pausa. El Detective le pone la pistola en la sien.) Este bruto está a punto de matarme con su manaza de gorila y yo me siento liberado. ¿Usted no, Don Antonio? ¿No puede liberarse usted de mí? Hay una verdad radiante en todo esto. El amor y el odio se heredan. Es una ley. No hay más qué hacer. No hay rebeldía que valga. Amor u odio, hay que escoger. ¿Qué escogiste, Antonio?(El Detective lo g olpea. Mario habla entrecortado.) Yo escogí el amor. El amor al enemigo. Demonios, qué difícil decirlo en medio de la sangre y de la muerte, y lo tengo que decir.
DETECTIVE: ¡Contesta lo que te pregunto!
MARIO: ¡Te he devuelto mentira con verdad, Antonio! Dios bendiga este pequeño momento en que la vida nos ha puesto juntos para pagar esta deuda mutua. Ya no es odio... (El Detective lo golpea.) Tampoco es delirio de justicia. Es compromiso de amor. ¡Ama a tu enemigo! Te
amo, Antonio Fernández. (Otro golpe.) ¿Qué te parece esta locura? Tú eres mi responsabilidad. Mi compromiso. Nuestra también es la culpa. Esta es la lección. ¡Nuestra lección! Apréndela conmigo, maldito. ¡Vamos! Dime tu verdad, dime tu int ención, dime a quién quieres cuando quieres! ¡Háblame! ¡Háblame! (Mús i ca. El Detective y los hombres finalmente golpean por iniciativa propia a Mario. Le muelen a patadas, mientras Fernández observa impasible.)
Una luz sobre una camilla del Hospital Necker, sorprende a Louis, acosado por dos enfermeros que le hacen beber una tisana de belladona, que Louis v omita en agrias convulsiones. Mien tras una joven mujer pone su mano en la frente. Louis se debate en su dolor y con inútiles forcejeos, de las manazas de los enfermeros. En medio de su acritud y su delirio grita fuerte y grave: “¡Celestine!”. Louis tose, gime. Uno de los enfermeros saca de su pecho una toalla ens agrentada.
La música continúa. Fernández se acerca al cuerpo moribundo de Mario, casi inconsciente en el suelo. Le quita la venda. Mario, con los ojos ensangrentados lo mira con dificultad.
MARIO: Casi no t e veo. Quisiera ver la intención. Acércate, por favor, t e lo pido... (Se miran inten samente.) Finalmente, hermano...
Fernández se levanta. Mario deja caer su cabeza en el suelo, moribundo casi. Tose. Fernández mira a todos lados. Los hombres se alejan. El Detective martilla su revólver y lo apunta en la cabeza de Mario, esperando la orden. Mario comienza a reír muy suave, sin ruido. La mi rada de Fernández está ahora perdida en el vacío, con las manos en los bolsillos de su abrigo. Un poco de viento frío lo devuelve en sí. Camina algo, como indeciso. Mira al Detective.
FERNÁNDEZ: Llámale una ambulancia. (Sale despacio. Tras él, el Detective.)
Hospital Necker.
Mediados de abril de 1841. David junto a la cama de Louis.
DAVID: ¿Y qué te han dado, amigo?
LOUIS: Opio, belladona, todas las peores medicinas del mundo. Pero las mejores medicinas escasean aquí, hermano mío. El amor, la memoria, los recuerdos gratos... sólo es sano quien tiene todas esas cosas. (Se escucha un tru eno. Música.)
¡Cuánto llueve! (Se queda mirando al vací o.) Recuerdo la luz de unos vitrales... Ondina y Celest i-
ne. (Luces de vitrales caen sobre él y sonríe.)
DAVID: El doctor dice que te sentirás mejor mañana.
LOUIS: Ya es demasiado... se me nublan los ojos y se me llenan de nubecitas.
DAVID: D escansa. Ah, Madame Edmeé me dio tus papeles. Los he guardado en mi casa. Cuando salgas de aquí te los daré.
LOUIS: No saldré.
DAVID: (Consolador y muy tierno.) Quien ha vivido el latir de lo fantástico, quien puede cambiar las formas de lo viejo, quien puede interpretar la nat uraleza de modo tan poético, no puede fallecer así, tan... Son tan al t os tus honores amigo, tu int eligencia, que me avergüenzo de la vida al verte así.
LOUIS: Y la esencia de la poesía, ¿no soy yo mismo, David? ¿No soy yo el arte que hago? ¿No es poesía mi dolor, mi eco? Y estos se acaban también, la poesía se acaba, D avid y empieza el anonimato.
DAVID: La inmortalidad, Louis.
LOUIS: ¡Qué dices! ¿La merezco, acaso?
DAVID: Sí.
LOUIS: El tratado de la inmortalidad, lo llevo aquí en mi corazón. (Sonríe. Pausa.) ¿No hay noticias de Renduel?
DAVID: Lo veré en un par de días. Víctor Hugo le ha presionado para que resuelva tu asunto de inmediato. Hemos decidido que otros edit ores te publiquen. Los hermanos Pavie están ansiosos. SainteBeuve les habló. Leyeron tus poemas y creen que son grandiosos, promisores, Louis.
LOUIS: Mi queridos amigos, Víctor y Sainte-Beuve. ¡Qué hombres inmensos! Pero Renduel no les hará caso....
DAVID: El muy avaro ha pedido que le regresemos el dinero que te dio. Víctor ya lo ha puesto en su lugar. Pero tú no tienes que preocuparte por nada. Tu Gaspard de la Nuit estará en las librerías para cuando salgas de aquí.
LOUIS: Sainte-Beuve me había promet ido una nota de prólogo.
DAVID También eso está resuelto.
LOUIS: ¿De veras dijo que sí? Gracias, Dios mío.
DAVID: ¿Sabes que tu obra es un honor para todos nosotros?
LOUIS: Si mis versos han movido el corazón de alguien hacia la búsqueda del misterio, he cumplido, hermano. Que la providencia haga lo demás.
DAVID: Descansa. Duerme.
Mario se recupera en un hospital, sentado en un sillón de ruedas. Trata de moverse, de levantarse, pero está adolorido y maltrecho. El Padre trae el sillón hasta la luz.
PADRE: ¿Estas seguro de que no quieres irte del país, un tiempo al menos?
MARIO: No, Viejo. Me perseguirán donde quiera que vaya.
PADRE: ¿Quién?
MARIO: Tú sabes quién. La consecuencia de mis actos.
PADRE: Te he conseguido un buen abogado. Es caro, pero para eso teníamos tu madre y yo algunas tierras.
MARIO: Viejo...
PADRE: Ella es la que insiste y si no me crees pregúntale tú mismo cuando suba a verte. (Pausa.) Tu también eres la consecuencia de mis actos. No rezongues. No tienes trabajo, ¿de qué diablos vas a vivir?¿Y tu hijo?
MARIO: Alguien me dará trabajo. Algún periódico disidente. Siempre nace alguno que sea lo suficientemente honesto. No puedo perder la esperanza. ¿Y Fernández?
PADRE: Lo están buscando hasta debajo de la tierra. Dicen que se marchó del país. El periódico de Fernández ha señalado una fecha de cierre y los empleados te culpan a ti. Los dejaste sin trabajo por haber dicho la verdad. Diste un golpe muy duro, muchacho. Y al ellos hacerte esto con-
firmaron la verdad de lo que decías. ¿No t e dijo nuestra amiga que esto pasaría?
MARIO: Me dijo que pasó, que es más interesante. La lección está más clara ahora, viejo.
PADRE: No puedo estar tranquilo con tanta gente con los ojos puestos en tí.
MARIO: No me matarán, te lo aseguro.
PADRE: Caramba, hijo, cómo hablas de esas cosas con tanta frialdad...
MARIO: ¿Sabes por qué no me matarán en un callejón oscuro? ¿Sabes por qué alguna de esas pandillas de matones a sueldo... ¿sabes por qué estoy vivo aún, papá?
PADRE: Dímelo.
MARIO: Porque la lección no ha terminado todavía y aún queda demasiado por aprender. (Pausa.) Escribiré una obra de teatro sobre esto. ¿Sabes, viejo? El teatro se me antoja como el único lugar donde la historia puede detenerse en una pregunta. La historia misma de lo que somos, el por qué del tiempo y la suma de sus lecciones -las íntimas y las públicas- en esta época tan indiferente... y de pronto, el teatro responde. Responde con otra pregunta. ¿No te parece maravilloso?
PADRE: No ganarás un centavo con ella.
MARIO: Mejor, papá. Será mucho mejor.
Entra Teresa.
TERESA: Hola... (Al Padre.) ¿Cómo está?
PADRE: Bien. Bueno. Los dejo, que tu madre está abajo y querrá subir a verte. Hasta la tarde, hijo.
MARIO: Vaya tranquilo. (Pausa.) ¿Y tú?
TERESA: Traigo una petición. Quieren extender la obra varias semanas más. Los teléfonos revientan de reservaciones.
MARIO: Tenía que reventar yo primero. Vaya con el teatro.
TERESA: Dicen que fue un golpe de publicidad.
MARIO: ¿Eso parece?
TERESA: Te jugaste la vida por lo que crees, tonto. Te las estás jugando todavía. Eso merece t odo mi amor y mi respeto. Y aunque no sé qué pasará con nosotros, yo...
MARIO: Yo tampoco lo sé.
TERESA: Lo que sea que pase no debería dejar de ser amable y generoso. (Pausa.) Perdóname. Sé que en esta relación yo he sido egoísta, malcriada y desconsiderada...
MARIO: Sí, has sido todas esas cosas.
TERESA: ...y creo que necesito algo de tiempo y de soledad para pensar en lo que realmente quiero...
MARIO: Pero yo lo he sido más. (Pausa.) Sí... está bien. D ejemos que sea el tiempo el que hable... siempre habla.
TERESA: Gracias.
MARIO: Dile al productor que pueden ponerle una bomba al teatro, que no se confíe de la democracia. Lo hicieron con el periódico, ¿quién quita que...
TERESA: (Saca de su bolso dos sobres.) Mientras no lo hagan, seguimos. Toma, aquí te mandan tu cheque. Paga tus cuentas. Ah, y esto te lo envía la chica esa guapita que trabajaba contigo, ¿cómo se llamaba?
MARIO: Sophy.
TERESA: Dijo que había terminado de traducírtelo y aquí te lo envía. ¿Qué es?
MARIO: A ver... (Lo lee.) “Querido Mario, este es el párrafo que me faltó por traducirte de la vida de Louis Bertrand”.
TERESA: Ah, eso...
MARIO: “Tras una vida de miserias logró completar una breve pero significativa obra poética y teatral. Su obra más conocida l o es Gaspard de la Nuit, publicada póstumamente por sus amigos en el año de 1842, y con ella Bertrand crea el género de la poesía en prosa.” Wao. “Género que influenció las más grandes obras poéticas de Charles Baudelaire, Mallarmé, y Bretón. Bertrand muere de tuberculosis en el Hospital Necker de París, en plena indigencia, el 21 de abril de 1841. Su íntimo amigo, el escultor David D’angers, fue el único que acompañó el féretro al cementerio de...” (Pausa.) Dios mío. ¡Qué simple y qué claro!
Entra Sarah. Teresa y ella se miran con cierta aprehensión, pero logran superar la sorpresa del momento.
SARAH: Hola. ¿Cómo estás?
MARIO: Contento de verte y molesto porque me has desobedecido. No debiste venir hasta acá en este momento.
SARAH: El niño quería verte. Está abajo con tu madre.
MARIO: Estoy bien. Gracias por venir tan pronto. Estaba ansioso por saber.
SARAH: (A Teresa.) Hola.
TERESA: Hola. (Sonríe.)
SARAH: Debes comer, el doctor dijo que perdiste mucha sangre.
MARIO: ¿Todo está bien?
SARAH: Algunos rumores en la oficina. Los superiores me llamaron, pero todo quedó claro.
MARIO: ¿El niño?
SARAH: Muy asustado. Vio la televisión; lo de la bomba, vio tu carro quemándose...
MARIO: Será conveniente que por lo pronto...
SARAH: Nosotros estaremos bien, cuídate tú. Nos haces falta a todos. A tu hijo, a tus padres, a ella... (Teresa asiente.) y a mi también.
TERESA: Estoy guardándote los periódicos. Han dicho muchas cosas.
SARAH: Hablaron bien de t i en un noticiario europeo. Dicen que eres... “un héroe de la prensa libre”.
MARIO: Me alegro.
Hay un silencio largo. Las mujeres se miran un momento y sonríen.
TERESA: Todo estará bien.
SARAH: Sí. Todo va estar bien.
TERESA: Voy a la cafetería, ¿quieren algo?
SARAH: Eh... yo también tengo que ir. El niño debe estar muerto de hambre, el pobrecito.
MARIO: Vayan.
TERESA: Ya volvemos. (Salen.)
Entra Gaspard, envuelto en una luz azulosa.
MARIO: ¿Dónde estabas cuando te necesité?
GASPARD: Nunca me necesitaste. Lo hiciste todo tú solo.
MARIO: ¿Qué es esa luz que traes?
GASPARD: Quiero enseñarte algo.
MARIO: No más documentos, por favor.
GASPARD: Cierra lo ojos.
MARIO: ¿Cómo?
Gaspard pone la mano sobre los ojos de Louis por un breve segundo y luego la quita. Se escucha un trueno y con él una música.
La escena de Louis se ilumina. Louis se yergue sobre la cama y baja de ella.
Mario con algo de dificultad, se levanta de su silla. Quedan de pie, uno muy cerca del otro, mirándose.
MARIO: ¿Es él?
GASPARD: Sí.
MARIO: ¿Sabe quién soy?
GASPARD: No en este momento suyo. D espués te “escogerá”, pero esa es otra historia que ahora no puedo contarte. Por ahora eres sólo un mal sueño, una imagen que él no entiende pero que en el fondo sabe que es muy suya. Lo mismo que la de él para t i.
MARIO: ¿Puede hablarme?
GASPARD: Está muy enfermo. Apenas le quedan unos minutos.
MARIO: ¿Puedo hablarle yo?
GASPARD: Sí. Pero no tienes nada que decirle.
MARIO: (Se acerca a él. Louis se acerca un poco también.) El... ¿soy yo? ¿Somos la misma persona?
LOUIS: (Con gran dificultad.) ¿Gaspard?
GAS PARD: (A Louis.) Shhh. Silencio. Déjate ir, amigo. La paz ha llegado para tí. (Se aleja por el puente que aparece al fondo con el farol encend i do.) Sí. Eres tú mismo.
MARIO: ¿Me reconoce, igual que yo? (Gaspard asiente.) ¿Y el tiempo? ¿Y el futuro?
GASPARD: (Tras una música indescifrable.) Si te interesa saber la exacta magia de esta continuidad... te la diré. (Camina despacio.) El próximo cuerpo que tú serás reconocerá sutilmente varias cosas. Tendrás visiones, sueños, imágenes, predilecciones por ciertos asuntos, sensaciones muy familiares cuya procedencia jamás podrás explicar.
Tras los regios colores de la Tricolor, se iluminan los rostros de Charles, de Víctor Hugo, de David, de James Demontry que ap arecen en una extraña s u cesión en el fondo del es cenario. Esta s ucesión, siempre hará referencia a Mario, como si ellos y él se mirasen.
Recordarás cómo se odia, recordarás el hambre, la miseria moral, la culpa; emociones que no se aprenden, sino que están ahí archivadas en los registros del alma, del tiempo y la memoria.
Aparecen Laurent Seaglés, y sus hombres, Henri, Renduel, Fernández, el abogado, la Madre de Celestine, que se suman al cuadro magnífico que se va formando al fondo del escen ario.
Recordarás las mas dulces caricias a la hora de hacer el amor...
En la extraña sucesión se unen Marie, con el niño en brazos, y Celestine, que se encuentran una con otra, segu idas en ese mismo encuentro por S arah y Teresa.
Recordarás lo que es un beso sutil, lo que es un grito de rabia, el consejo de un amigo, recordarás un puente como éste, sí.... Has estado en cada uno de esos corazones y en cada uno de ellos has dejado una deuda. ¡Esta es la mult itud de tu responsabilidad! ¿La ves, poeta?
Todos los restantes person ajes se unen... El Padre, Ella, Sophy, René, et al... recon ociéndose unos con otros, mirando a Mario, cruzan el extraño puente, para desaparecer en la oscu ridad.
Recordarás también la sensación de un teatro, la cosquilla de la odiosa justicia en los dedos del escritor, ¡porque siempre serás escritor!... y con ello la justicia poética, los valores del arte, la política, la moral, la solidaridad, la pasión, el humanismo... la pantalla de un ordenador, las palabras de tu compromiso y de tu culpa, que se desprenden una de otra.
Una breve luz ilumina el ordenador, junto a él, libros y periódicos. Luego des aparecen.
Recordarás tantas cosas olvidadas por el tiempo y la distancia y entonces podrás decir, “esto lo he vivido antes”, o “esto lo conozco”. Esa persona que tú serás, esa otra vida, entonces buscará sus propias faltas, que serán la suma de las de Bertrand y de las tuyas, y estarás de nuevo, en la cuerda floja entre el deber y el olvido. Entre la suma y la resta, entre el sembrar y el cosechar. Si entiendes esta sencilla ley de reciprocidad, entonces sabrás a qué has venido al mundo. (Intenso y hondo.) Dios mío. ¡Si todos pudiésemos entender esto, Mario! Si nuestro pequeñito planeta recordase también su siembra y su cosecha, entonces la historia misma significaría algo inmenso! ¡La historia misma sería la mejor lección!
Las luces de la tricolor desaparecen. La multitud desaparece. Todo vuelve a la intimidad de la voz emocionada de Gas pard.
La pregunta es, querido hermanito mío, ¿por qué no recordamos las magníficas lecciones del tiempo?
MARIO: No lo sé.
GASPARD: Pero al menos me queda un consuelo... Tú aprendiste tu lección. Eres un privilegiado. Debes agradecerle eso.
MARIO: ¿A él?
GASPARD: Sí. A él. El dio su vida por t i. ¿Por qué los demás no buscan de ese privilegio también? Es... el privilegio de darnos cuenta de que no habrá cambios en el mundo, si no hay cambios en la intención de la mirada, en la intención honesta del corazón. ¡Qué gran reto! ¡Vive! Déjate llevar en la maravilla de la vida como quien se lanza en un río indetenible. Conocimiento y amor, poeta. ¡Atrapa ese privilegio y entonces hallaremos la paz! La paz... que es la única forma de justicia. (Pau sa.) Lo demás, amigo mío, es filosofía.
Mario tiende la mano a Louis. Louis mira sin comprender pero extiende la s uya. Se aprietan fuerte. Hay entre ambos una extraña sonrisa que va subiendo como un rayo de energía a sus rostros que de un golpe los impulsa a abrazarse estrechamente. Al hacerlo, una luz intensa y blanca los une. Súbita y d ichosamente, son ríen de la man era más limpia y pura. En un giro de ambos cuerpos, Louis desaparece en el aire, en medio de un trueno vigoroso y la sutil brillantez de la lluvia. Mario se encuentra en un éxtasis desconocido, que le
emociona y llora un poco de dulce alegría. Busca a Gasp ard, y sólo alcanza ver su imagen despidiéndose sobre el puente que des aparece en la os curidad.
Ahora Mario Casanova está solo en escena. La luz muy brillos a queda aún sobre él. Y es entonces cuando decide continuar.
Fin de
VIDA DE UN POETA ROMANTICO
Aguilar, San Juan, París, Dijon. De 1991 a 1996. Rev. 2010
PERSONAJES PARA EFECTOS DE REPRESENTACIÓN O FILMACIÓN: 19 actores en total. 12 masculinos y 7 femeninos.
(Que no deben doblarse)
GASPARD DE LA NUIT
MARIO CASANOVA, periodista y dramaturgo
LOUIS BERTRAND, periodista y dramaturgo
CELESTINE FAURÉ, actriz
MARIE BENANDRÉ, modista
TERESA INCLÁN, actriz
SARAH, esposa de Mario
(Posibilidades de doblaje)
LAURENT - FERNANDEZ
VICTOR HUGO - PADRE
DAVID DANGERS- JAMES DEMONTRY
RENE- RENDUEL- HENRI- PERIODISTA #1
SOPHY- EDMEE- PROSTITUTA #3
PERIODISTA #2- MADRE- Criada, PROSTITUTA #1
CHARLES- PERIODISTA #6- HOMBRE #2 (de Fernández)
ELLA - PERIODISTA DE TELEVISION - PROSTITUTA #2
DETECTIVE- PERIODISTA#5- BORRACHO
ABOGADO - PERIODISTA #4, HOMBRE #1de La urent
PERIODISTA#3- TABERNERO - SOLDADO
PERIODISTA #7- HOMBRE #2 (de Laurent) - HOMBRE#1 (de Fernández)

ROBERTO R AMOS-PEREA
Nació en Mayagüez, Puerto Rico, el 13 de agosto de 1959. Dramaturgo, guionista, actor, director de escena, historiador y crítico del teatro y el cine Puertorriqueño.
Cursó estudios superiores de Dramaturgia y Actuación en el Instituto Nacional de Bellas Artes de México, D.F. y prosiguió esos estudios en la Universidad de Puerto Rico. Es Director General del Archivo Nacional de Teatro y Cine del Ateneo Puertorriqueño. Es además Rector del Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo, y Presidente del Instituto Alejandro Tapia y R ivera. Fue periodista en los diarios El Reportero, El Vocero, El Mundo, Puerto Rico Ilustrado y la Revista VEA y columnista ocasional de El Nuevo Día. Es además profesor de Historia de la Literatura y el Teatro Puertorriqueño en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe.
Ha estrenado y publicado más de cien obras teatrales en Puerto Rico, y en países como Japón, Estados Unidos, España, la República Checa, Polonia, Brasil, Cuba, Venezuela, Argentina, México, Chile, Santo Domingo y sus obras han sido traducidas al inglés, al francés, al checo, al polaco, al portugués y al japonés. Ha dirigido más de un centenar de puestas en escena en Puerto Rico y en el exterior y ha sido premiado por instituciones nacionales e internacionales como el Ayuntamiento de Sevilla, Casa de las Américas de Cuba, el PEN Club de Puerto Rico, el Instituto de Literatura Puertorriqueña y el Ateneo Puertorriqueño.
En diciembre de 1992, el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid, España le otorgó el Premio Tirso de Molina a su obra Miénteme más. El Premio Tirso de Molina es el más alto premio que se le ofrece a un dramaturgo de habla hispana en el mundo. La obra se estrenó y se publicó en España. En ese mismo certamen, su obra Morir de Noche, quedó entre las seis finalistas escogidas para el premio.
Ha dirigido y escrito las películas puertorriqueñas Callando amores (1996), Revolución en el Infierno (2004), Después de la Muerte (2005), Iraq en mi (2007), La llamarada (2015) y Bienvenido Don Goyito (2017) así como el largometraje documental Tapia: el primer puertorriqueño (2009).
Ha publicado el volumen de cuentos Sangre de niño (1976) y los ensayos Perspectiva de la Nueva Dramaturgia Puertorriqueña (Ateneo, 1989), Teatro Puertorriqueño Contemporáneo 1982-2003 (Publicaciones Gaviota, 2003) y 4 ensayos jodidos y una obra de teatro (Ediciones Puerto, 2012).
Publicaciones Gaviota edita su Teatro Escogido en siete volúmenes. Editions Le Provincial publica sus más recientes obras: Bruja de Dios (2012), Puerto Rico Urgente (2013), La Dama de las Camelias/Marianela (2014), y cuatro de sus piezas de teatro histórico Gozos de Inquisición (2014), Iluminado Negro (2015), Por Maricón (2016) y La amante del Gobernador (2017). EDP University edita su teatro breve Censurado (2016) y su libro de narraciones y cartas Prosas de mala gana (2018).
Trabaja actualmente en el DICCIONARIO DE LA LITERATURA DRAMÁTICA PUERTORRIQUEÑA DEL SIGLO XIX, el DICCIONARIO DEL CINE PUERTORRIQUEÑO y los estudios casuísticos Historia de la Censura Teatral en Puerto Rico y Apuntes para la Historia de la Porn ografía Puertorriqueña.
Ha publicado además, como historiador teatral, Historia de la
Nueva Dramaturgia Puertorriqueña (Intermedio de PR, 1987); Obras Encontradas de Celedonio Luis Nebot de Padilla (Ateneo Puertorriqueño 2008); Obras Completas de Manuel María Sama (Ateneo Puertorriqueño, 2007) y el amplio estudio Literatura Puertorriqueña Negra del siglo XIX escrita por negro s (Publicaciones Gaviota, 2012), el tratado biográfico Tapia: el primer puertorriqueño (Publicaciones Gaviota, 2016), y en preparación para prensa los libros “Los negros no piensan”: historia de la inte lligentsia puertorriqueña negra (Publicaciones Gaviota, 2018), y Clara Lair: la amante del Gobernador. Biografía crítica y obras recogidas de Mercedes Negrón Muñoz (Publicaciones Gaviota, 2018).
Actualmente vive en San Juan de Puerto Rico, y es aficionado al esoterismo y a la astronomía.
Obras dramáticas de Roberto Ramos -Perea en
Editions Le Provincial
Los 200 no
(Antes Ediciones Gallo Galante)
La mueva de Pandora
Teatro de Luna
Teatro Secreto
Avatar
Nosotras lo hacemos mejor
Vida de un poeta romántico
Bruja de Dios
Gozos de Inquisición
Puerto Rico Urgente
Iluminado Negro
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