Vincenzo
Bruno (Enzo), pescador artesanal de Torre San Giovani (Ugento)
Cada vez hay menos pesca y menos pescadores;
en gran parte, porque la normativa actual prohíbe el embarque de jóvenes menores de 16 años. Los hijos de pescadores ya no pueden ser aprendices; el conocimiento de un territorio marino específico no se transmitirá.
Controles, sanciones, vedas de pesca y desembarques de algunas especies como el atún rojo (que al caer en las redes deben arrojarse al mar con el riesgo de recibir cuantiosas multas si lo desembarcan), cada vez más normas de "seguridad", protocolos técnicos, equipos homologados, costes, trámites engorrosos y jornadas perdidas en tierra que acumulan decenas de desincentivos para una mejor pesca, generan gastos, impulsan a los pescadores artesanales a abandonar la actividad e inducen, sin quererlo, a la pesca ilegal. Las autoridades nacionales y europeas consideran al pescador artesanal como un potencial ignorante y delincuente que debe ser controlado implacablemente. En el territorio marino de Torre San Giovani, generaciones de pescadores se han sucedido, transmitiendo sus conocimientos y adaptándose continuamente a un mar en constante cambio sin pedir permiso a ninguna autoridad.
Desde la civilización mesapica (800 a. C.), pasando por los griegos, romanos, árabes, normandos y muchos otros, hasta la actualidad, sus habitantes han vivido con y del mar.
Cada visitante, en estos 3000 años, ha disfrutado del paisaje de las pequeñas embarcaciones y sus pescadores. Hoy en día, todo indica que en menos de una generación podrían desaparecer. Esto se puede evitar si la gestión de este territorio se confía a sus habitantes —actores locales del ecosistema socioeconómico—, a sus instituciones, y se incorporan conocimientos, tecnologías, innovaciones y socios externos. Se crean normas específicas, acuerdos, calendarios de uso, se distribuyen responsabilidades y deberes, y se colabora con instituciones nacionales, supranacionales y otros territorios pesqueros del Mediterráneo.
Desplazar a los pequeños pescadores después de milenios de convivencia con el mar, en favor de las grandes empresas y de las normas burocráticas, no mejorará el territorio.

Los habitantes del territorio costero de Torre San Giovani no estarán dispuestos a invertir en la generación de más vida biótica, económica y cultural si el cuidado que prodigan a sus recursos naturales no les recompensa o es apropiado por otros más poderosos. Se niegan a que las normas de gestión de su territorio estén dictadas por protocolos generales que ignoran su especificidad y desalientan las iniciativas locales. En el caso de la pesca, desde hace décadas, se ha producido una fuerte reducción de las capturas, tanto en volumen como en diversidad, debido a múltiples causas. Algunas de ellas pueden abordarse y revertirse mediante acuerdos entre los actores (en particular, las autoridades reguladoras, los extractores y los contaminantes del mar), responsabilizando exclusivamente a los actores territoriales de la zona costera de su gestión. Otras requieren inversiones para mejorar la calidad del agua, el fitoplancton y las cadenas alimentarias. Este es el caso de las plantas de tratamiento de agua, la retirada de redes abandonadas, plásticos y otras sustancias que amenazan la vida marina.
Otras causas de pérdida de vida marina requieren soluciones regenerativas autogestionadas y nuevas tecnologías: zonas de captura cero, implementación de herbarios marinos, corales, etc., rigor en la estacionalidad de las especies pesqueras (nunca pescar un pez que no se haya reproducido) y un gran esfuerzo por valorizar especies relativamente abundantes —algunas de las cuales son invasoras— pero que el consumidor rechaza: este es el caso —en el mar Mediterráneo— del consumo de cangrejo azul, pez sierra, barracuda, etc. Un bonito reto para chefs, cocineros y sobre todo abuelas que son quienes conducen el cambio de hábitos de consumo en las familias
Vincenzo, hijo de agricultores y pescadores con seis hermanos, comenzó su aprendizaje en el mar a los 5 años, aprendiendo simultáneamente a trabajar como mecánico, carpintero y a leer mucho. Junto con sus colegas, crea propuestas, espacios de diálogo, negocios, organizaciones y redes de capital relacional y social en el Territorio, que han logrado resultados notables, como una nueva forma de regeneración marina: el Oasis Azul. A sus 57 años, él y sus colegas han experimentado tantos fracasos y derrotas que a veces piensan en abandonar la actividad. Aquí compartimos algunos elementos de su filosofía de vida y su experiencia de acción.
Ante problemas complejos y una rápida aceleración de todo, debemos ofrecer soluciones sencillas y negociadas, vinculadas a la naturaleza específica del territorio. Valoramos a quienes saben, a quienes hacen, y los integramos con otros saberes.
Sabemos que el mar está vivo (aunque esté herido y maltratado), que sabe regenerar la vida que alberga, pero que requiere atención y acciones precisas y oportunas en cada espacio. El mar de un territorio es un mosaico enrevesado de sistemas vitales complejos y en evolución.
No responde a reglas dictadas por escritorios ni teorías; es una realidad creativa que debemos escuchar, acompañar y con la que debemos actuar, no sobre ella.
El mar tiene muchos enemigos. Entre ellos, la contaminación humana y las burocracias que generan protocolos y regulaciones para todo sin considerar a la población local, actores cotidianos que conocen bien las particularidades de su mar. La permisividad hacia los poderosos, el abuso regulatorio hacia los más débiles y la maximización de las ganancias rápidas, terminan por debilitar la vida marina y humana, en lugar de aumentar la cantidad y la calidad de vida de ambas.
Todo territorio cuenta con áreas de tierra, costa, aguas interiores y mar que deben ser gestionadas de forma armoniosa, no por entidades diferentes y contradictorias. Los actores locales permanentes deben tener el poder de tomar decisiones sobre sus vidas, recursos y actividades, y hacerlo coordinando sus intereses y debatiendo sus diferencias con el apoyo de todas las demás entidades, sin que estas asuman el control de sus espacios. Para que esto funcione, los actores locales deben actuar en conjunto y recurrir a las autoridades nacionales o de otro tipo cuando no puedan llegar a un acuerdo.
Enzo nos cuenta que si un consorcio de pescadores artesanales (en un radio de 5 kilómetros), junto con instituciones, asociaciones civiles, biólogos, investigadores, buceadores y otros, decide proteger una zona de regeneración vital cuidadosamente seleccionada, no podrá hacerlo si las autoridades navales no ejercen el control; si falsos pescadores deportivos extraen el pescado y lo venden, si los pescadores industriales utilizan sus redes de arrastre, si los pescadores fraudulentos utilizan dinamita, si los operadores turísticos estacionales utilizan esta zona de forma irracional, etc.
Hace unos 20 años, este consorcio seleccionó pequeños espacios con gran capacidad de regeneración vital y decidió protegerlos.
Pasaron muchos años antes de que esta iniciativa se convirtiera en una normativa aprobada por el el gobierno Regional de Puglia y gracias a la virtuosa mediación de biólogos, navegantes, universidades y organizaciones de protección del territorio como Slow Food/ Slow Fish.
La iniciativa se llama “Oasi Blu” (Oasis azul) y se replica en otros lugares de Italia y, más recientemente, en Croacia. No se trata de una institución con personal y presupuesto; es un Consorcio que moviliza a los actores territoriales y converge sus intereses promoviendo innovaciones tecnológicas, comerciales y regulatorias que permiten y facilitan el acceso a servicios y financiación para la regeneración de la vida biótica y económica marina.
Nace de la consolidación de una red de actores del ecosistema territorial (científicos, hoteleros, restauradores, operadores turísticos, fuerzas del orden) que empodera a pescadores artesanales, buceadores y otros actores directamente involucrados en la vida marina y los responsabiliza de la gestión del agua. Regula la entrada de terceros (pesca industrial, recreativa o artesanal de otros territorios) en determinadas zonas y temporadas.
Incluye acciones para la retirada de residuos (redes, plástico del fondo marino) con el fin de limitar la entrada de contaminantes a través de las fuentes de agua y los sistemas de drenaje. Incluye la valorización de los restos de naufragios (por ejemplo, cientos de naufragios han ocurrido en este mar durante al menos dos milenios). Selección y protección de subáreas de pesca cero, zonas de pesca controlada y otras con menores requisitos de control. Regulación de las actividades extractivas por parte de actores externos, valorización de los mariscos locales (muchos de los cuales son especies invasoras que, a pesar de ser abundantes, tienen mercados limitados y un alto potencial).
Enzo tendrá que vender su actual barco de nueve metros, que requiere dos tripulantes, porque ya no encuentra a nadie con quien compartir el trabajo. Acaba de comprar uno más pequeño que puede manejar solo. El 19 de junio, partimos a las 3:15 a. m. con científicos mexicanos interesados en sus conocimientos, para recuperar las redes y colocar las del día siguiente. Nos acompaña Mario, un pescador a tiempo parcial que está a punto de jubilarse. La captura fue aceptable: unos 9 kilos de pescado de primera calidad y otros 12 kilos de pescado de segunda. Tres kilos para casa y amigos: especies sin valor comercial, pero no por ello menos sabrosas. Las entregaron al pescadero del puerto menos de 30 minutos después de regresar al muelle, sobre las 9:00 a.m., vendidas por unos 130 euros.
Ver a Enzo cantar mientras faenaba con las redes, su sonrisa radiante y su determinación de seguir siendo un hombre libre, sin jefe y sin más horarios que los que dicta el mar;
¡me emociona: espero que siga luchando, que no nos abandone!
Cosimo de Biasi: guardián de la vida marina, en Torre Santa Sabina (Reserva de Torre Guaceto)
Cosimo es un pescador artesanal de Carovigno, Apulia. Hijo de una familia numerosa (12 hijos), su padre fabricaba tejas y le encantaba pescar. En aquella época, la pesca se realizaba con dinamita; la recolección de los peces que emergían la realizaban sus hijos. Cosimo es uno de los pescadores virtuosos de la Reserva de Torre Guaceto (20 km al norte de Brindisi), considerada por expertos internacionales como una de las áreas marinas protegidas mejor gestionadas del Mediterráneo (entre las tres de más de mil existentes), con resultados comprobados de aumento de biomasa y biodiversidad. La visité en dos ocasiones y conocí a pescadores, empresarios, autoridades, asociaciones y pequeños agricultores de la zona. La reserva nació de una iniciativa del estado y la población local, protegiendo puntos de alta biodiversidad en peligro (aves migratorias, fauna marina y terrestre, flora, variedades antiguas de tomate, protegidas por los presidios de Slow Food...). Para los pescadores, la creación de la reserva hace 20 años significó una prohibición absoluta de la pesca durante 5 años. Cosimo empezó allí como pescador artesanal con redes, pero la prohibición lo impulsó a buscar otras actividades y encontró una buena fuente de ingresos en el contrabando con Albania. Fue arrestado y multado considerablemente. Su esposa le dio un ultimátum: cambiar de vida o marcharse. Él eligió transformarse.
La reserva de Torre Guaceto ha multiplicado toda la vida marina del ecosistema, desde el denso plancton hasta los preciados meros, creando externalidades positivas en el mar circundante, donde peces, pulpos, sepias y microorganismos "viajan". Sus notables resultados parecen deberse a la excelente gestión de la administración, a la que Cosimo se refiere constantemente con gratitud. Y también al trabajo y sacrificio de pescadores, agricultores, asociaciones ecologistas, turistas con una creciente conciencia ecológica, organismos públicos y empresarios.
La vida marina se ha multiplicado y los pescadores locales —actualmente solo 7— decidieron, tras la veda, pescar solo una vez a la semana con redes de malla muy ancha, seleccionando y registrando las capturas. También son asistentes científicos. Este año, la Reserva parece haber alcanzado su máximo potencial en las subáreas más protegidas: la masa biótica ya no aumenta; se necesitan nuevos espacios protegidos y hay que frenar la pesca fraudulenta (a menudo practicada por pescadores deportivos adinerados que revenden el pescado en los mercados). La reserva está menos protegida de lo necesario. La instalación de cámaras de vigilancia puede identificar a los "nuevos piratas", pero no parece suficiente. En 2025, los pescadores han acordado con la administración pescar solo una vez al mes para reducir los efectos de la disminución de la biomasa.
Sentados en el bar de Torre Santa Sabina, Cosimo termina su crodino; los profesores mexicanos de la Universidad de Colima no paran de hacer preguntas. Marco D'Adamo, presidente de Slow Food Puglia, me llama para saber cómo ha ido la reunión. Fue un intercambio de conocimientos muy útil y lleno de humanidad. Conocí a un ser humano maravilloso, cuya vida está tejida con el mar, la memoria y la esperanza.
Diseño: sebastianbarbosa.com
Fotografía: Roberto Haudry