JUNIO 2020
La Boya, o nadar en el mar de la poesía en cuarentena Flavia Mertehikian El mar se escucha antes de poder verlo. Su voz es la de un poema. Una invitación para nadar hasta La Boya. Una película que fue liberada en cuarentena con la intención de “aumentar los niveles de serotonina y dopamina” de todos sus espectadores, según su director, Fernando Spiner. “Una historia de amistad, arte, memoria y poesía”, según uno de los guionistas y protagonista de este documental, Aníbal Zaldívar. Un viaje que hay que experimentar, y más de una vez en lo posible, según mi propia experiencia y la de muchos que agradecemos este reencuentro con la belleza del mundo. Poder visionar La Boya, por primera o cuarta vez, es verdadera medicina en medio de la incertidumbre que aturde y encarcela. La poética visual y sonora de este film, que se estrenó en diciembre de 2018, consigue desacelerar el ritmo alocado de los pensamientos hasta introducirnos en lo más profundo del océano, o del alma. Me sucedió hace más de un año ante la pantalla grande, cuando la pandemia no se intuía siquiera. Desde un pequeño monitor, a más de 70 días de confinamiento, volver a bracear en el mar geselino con el ritual de los dos amigos es como alcanzar ese estado de meditación trascendental que tanto promulga el director David Lynch. El viaje se divide en las cuatro estaciones, como la sinfonía de Vivaldi, pero desafiando a la naturaleza, se inicia en otoño. Cuando las hojas secas caen sobre el parabrisas de un automóvil que se aleja de la gran ciudad para regresar por enésima vez a Villa Gesell, comienzan a brotar los poemas que enlazan las vidas de sus personajes. El director anuncia que va a contar la vida de su amigo Aníbal, el poeta que se quedó en el pueblo junto al mar. Fernando, que emigró varios años a Italia, al final se cuenta a sí mismo, a través de la historia de su bisabuelo inmigrante y la de su padre Lito, amigo de su mejor amigo.