El Fundador / Mayo 2021

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Gervasio, el jabalí mascota, la nueva estrella de Mar Azul

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Mayo 2021

Villa Gesell Año - XXXIII Nro 2037

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Avanza pandemia Avanza la pandemia Llegó la segunda ola, con Gesell en Fase 22 con Fase vuelven las restricciones


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Gesell vive el peor momento de la pandemia, con récord de contagios y fallecidos y en Fase 2 Luego del brote de coronavirus en un geriátrico detectado el lunes 10 de mayo, Villa Gesell cerró su peor semana desde el inicio de la pandemia, con cinco fallecidos en la semana del 10 al 17/5. En un año de pandemia (el primer caso en la ciudad se detectó el 25 de mayo del 2020), se habían registrado un total de 20 fallecimientos. En la misma semana se detectaron 239 casos, un promedio de 34 por día, y la

ciudad, después de tardar once meses en alcanzar los dos mil casos (de mayo 2020 a abril del 2021), registró quinientos casos en veinte días, marcando una aceleración de la curva de contagios que llevó a determinar la Fase 2 para la ciudad. Brote en un geriátrico Durante el fin de semana del 8 y 9 de mayo, una sucesión de hisopados

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positivos llevó el alerta al geriátrico que funciona en Paseo 102 y Avenida 7, que tiene una población de 42 abuelos. Entre el domingo y el lunes se detectaron 15 casos positivos por hisopado, además de otros tres por criterio clínico. También se registraron tres empleados positivos, que fueron aislados en sus domicilios. Mónica Valenti, encargada del hogar, brindó declaraciones a Canal 2 y resaltó la

"actitud irresponsable" de dos empleadas, que serían las que ingresaron el virus al geriátrico, e inclusive resaltó que "una de ellas estuvo tomando mate con una pariente que estaba por recibir el resultado del hisopado, es un nivel de irresponsabilidad criminal." Los abuelos recibieron hace un tiempo la primera dosis de la vacuna Sputnik V, y esperaban la segunda.

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Las recetas de Olivia LOCRO DEL 25 Ingredientes: 1 kg de maíz blanco, 1 kg de porotos pallares, 3 Kg de zapallo cortado en cubos, 4 kg de cebolla picada, 3 dientes de ajos, 1 morrón cortado en tiras finitas, 2 Kg de mondongo, 2 kg de paleta, 1,5 kg de falda, 1 kg de pulpa de cerdo, 300 gr. de panceta ahumada, 3 chorizos de cerdo, 2 chorizos colorados, 2 cucharadas de pimentón dulce, sal y pimienta a gusto, aceite de maíz c/n Para preparar un locro bien pulsudo, pero no “grasudo” hay que tener ingredientes; mucho tiempo, tiempo para comprar cada cosa y tiempo para cocinar cada cosa a su tiempo, además amor y alegría. Vamos a empezar a cocinar un día antes del evento (el maíz, los porotos, los chorizos y el mondongo). Día 1 Dejamos en remojo en agua fría por unas 8 horas el maíz y los porotos (por separado), luego los llevamos a hervir (también en ollas separadas) con un puñado de sal y una hoja de laurel hasta que estén cocidos. Colamos…. Pero OJO… no tires el agua de cocción de las legumbres. Las vas a reservar en la heladera hasta mañana (ya las podes mezclar) El mondongo: lleva dos cocciones para que quede desgrasado y no desgraciado. Primero lo ponemos en una olla con agua fría y cuando rompe el hervor lo dejamos por 10 minutos. Tiramos el agua y lo volvemos a llevar a hervor con agua y un poco de sal hasta que esté tierno, unos 30 0 40 minutos. Cuando se enfríe lo cortás en cuadrados de 1 x 1 cm (aprox). Los chorizos de cerdo: Los ponemos a cocinar en una olla con agua fría y una vez que hierve los dejamos unos 30 minutos a fuego lento, seguramente van a perder la piel en este paso. Ahora vas a dejar estos cuatro ingredientes pasen una agradable noche EN LA HELADERA. Día 2 Si los invitados llegan al mediodía, te vas a tener que levantar temprano, tipo 10 te llenas el termo con agua para el mate y arrancás, sin prisa, pero sin pausa. Vas a necesitar una olla bien grande para que entre todo. Vamos con el sofrito: Cubrís con un generoso chorro de aceite el fondo de la olla y le

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agregás la cebolla picada, los dientes de ajo machacados y la panceta cortada en cubitos para vaya largando su grasita y se dore, después le agregás el morrón y la mitad de la calabaza cortada en cubos (si, ya sé que se va a deshacer, pero eso le va a dar cremosidad y “pulso” al locro) y vas revolviendo con cuchara de madera y es el momento de agregar las dos cucharadas de pimentón. Cuando la cebolla esté dorada van a ir llegando a la olla: la falda cortada en tiras…. revolvés, la paleta…. revolvés, y la carne de cerdo… revolvés, todo cortado en cubos para que nadie tenga usar cuchillo y tenedor. Es el momento de cubrir todo con el agua de cocción del maíz y los porotos que habías reservado ayer y sazonar con sal y pimienta. Vamos a dejar que todo esto se cocine a fuego lento sin olvidarte de revolver cada tanto, con firmeza, pero sin perder la dulzura. Pasados unos 40 minutos, le vas a agregar el chorizo colorado cortado en rodajas finas, el maíz, los porotos, el chorizo de cerdo que cocinaste el día anterior cortado en rodajas no tan finas. No te olvides de revolver… Le toca el turno al mondongo que está desde anoche esperando pacientemente en la heladera… Adentro mi alma… Como final vamos con el resto de los cubos de zapallo, cuando estén tiernos, se apaga el fuego, se sirve en cazuelas o plato hondo, se come con cuchara y se acompaña con salsita verde y picante aparte para que cada uno le ponga la alegría que necesite. Cuando ya te comiste media porción, te parás, levantás la copa de vino y gritás con toda tu alma: VIVA LA PATRIA CARAJO!!!!! Salsa verde picante En un poco de aceite de maíz cocinas (a fuego bajo) 2 cucharadas de cebolla de verdeo picada bien chiquita (la parte verde), le agregás 1 cucharada de ají molido, si te animás 1 aji puta parió. Cuando el aceite empieza a chillar, apagas el fuego y le tiras una 50 cc de agua hirviendo.


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Rodolfo, siempre del lado del bien “¡Otro voto más para el General!”, gritó la enfermera, alzando al bebé que acababa de nacer. Casi era medianoche. Había terminado la campaña de tiza y carbón. En pocos minutos llegaría el 24 de febrero de 1946, día de las elecciones que llevarían a Perón al gobierno por primera vez. Para Nieves Domínguez y Germán García lo importante era que había llegado a este mundo el primero de los tres hijos que tendrían: Rodolfo. Como si hubiese escuchado a esa enfermera, Rodolfo García fue un trabajador y estuvo siempre del lado de los trabajadores, sea como dirigente del Sindicato Argentino de Músicos en tiempos difíciles o yendo personalmente a solidarizarse a cualquier fábrica donde la estaban pasando mal. Mientras estudiaba en la escuela industrial de Parque Avellaneda, porque prometía salida laboral como mecánico en los talleres municipales, Rodolfo ya fagocitaba toda la música que le llegaba. Naturalmente quiso dar el salto de escuchar a tocar. Empezó con el acordeón a piano y pronto lo fascinó la batería, pero sólo tenía un tambor y cacerolas. Hasta que un día Nieves cedió a la insistencia de su hijo y lo sorprendió dándole un papelito. Era el recibo para retirar la batería que había comprado -muy barata- en un remate del Banco de la Ciudad. Rodolfo voló hasta Esmeralda al 600. Los brazos y las manos casi no le alcanzaban para alzar el bombo, los tambores, los platillos y los pedales, todo sin fundas. Un poco caminando, otro poco haciendo dedo por Avenida Libertador, hizo el interminable regreso a Belgrano. Pero estaba feliz. El baterista ya tenía batería. Su condición de autodidacta lo llevó a crear un estilo propio, admirado e imitado por muchos. El joven Rodolfo valoraba a sus pares Pomo, Moro, Black Amaya y Javier Martínez. Pero a nivel planetario en su podio estaban Ringo Starr, el inglés Jim Capaldi, batero de Traffic, y el uruguayo Osvaldo Fattoruso. Le fascinaba de ellos una característica que tenía el propio Rodolfo: la eximia técnica no la utilizaban para el lucimiento personal, sino que estaba subordinada a las necesidades del grupo, en general, y del tema que estaban tocando, en particular. Para Rodolfo lo colectivo estaba siempre por encima de lo individual. Como muchos pibes también quería ser

futbolista. Era zurdo. Delantero. Se tenía fe y fue a probarse a su club: River Plate. No le pasaron la pelota. Jugó otra ficha en Deportivo Español, pero tampoco tuvo suerte. Es conocida la historia de cómo Luis Alberto Spinetta entró en su vida, un anochecer otoñal de 1963. Ese flaquito de 13 años apareció vistiendo el uniforme escolar del San Román en un ensayo de Los Larkins. Luego Rodolfo y Luis se quedaron horas charlando sentados en el cordón de la vereda en Monroe y Arribeños (recuerdo a Rodo señalándome con nostalgia el lugar exacto del cordón a los pocos días de que muriera Spinetta). Ese viaje siguió con los Mods y Almendra y terminó con Los Amigo. Sus padres, gallegos de Laxe, no protestaban por su intención de ser músico, pero tampoco lo alentaban. Lo importante era que no dejara de trabajar en el taller. Cada tanto le insinuaban que le quedaba mejor el pelo corto o se fastidiaban cuando tenían que ir a sacarlo de la comisaría, donde había caído por tenerlo largo. No más que eso. Pero a pesar de la presión, un día, exhausto, respiró hondo, renunció al taller y apostó todo a Almendra, nombre que propuso él, luego que sus compañeros bocharan el de Aquelarre, con el cual, igual, tendría revancha. En 1970 no quería que Almendra se separara. Por eso disfrutó tanto el

reencuentro de la banda en 1979 y siempre recordaba la emoción única de compartir con sus amigos el concierto de las Bandas Eternas en Vélez en 2010. Luego de Almendra tuvo tiempo para tocar en las Nebbia’s Band y hasta para armar un trío con Pappo y Emilio Del Guercio en los carnavales de 1971, antes de Aquelarre, banda con la que brillaron entre 1972 y 1977 y llevaron el rock en castellano a España, donde por entonces aún se cantaba en inglés. Rodo vivió cien vidas en una. Y tenía una memoria única para contar las historias que protagonizó, ya fuese con Marta Minujín y Federico Peralta Ramos en el Instituto Di Tella o con Ringo Bonavena como aspirante a cantante. Todo cabía en el increíble mundo de Rodolfo. Ese tipo manso y tranquilo era vertiginoso para encarar proyectos uno tras otro. De Tantor a La Barraca; de incansable promotor cultural a Director Nacional de Música en el gobierno de Cristina. Y, hasta el miércoles pasado, integrante, junto a Dhani Ferrón, de tres bandas simultáneamente: Jaguar (con Lito Epumer y Julián Gancberg), Posporteño (con Alejandro del Prado) y 9 Dedos (con Alambre González y Patán Vidal). El 23 de febrero, cuando cumplió 75 años, me dijo asombrado: “Si cuando estaba en Almendra alguien me hubiera dicho que a los 75 años iba a estar tocando en tres bandas a la vez y haciendo un programa

de radio le hubiera contestado que estaba loco”. Ese programa de radio, “Mundo Disperso (historias de la vida y todo lo demás)”, lo hicimos con Rodolfo y Pedro Saborido primero en la AM 750 y luego en Radio Nacional y lo encaró tan seriamente como a su batería. Con Pedro éramos cholulos de Rodo y le preguntábamos al aire, como cualquier fan, sobre su historia y la del rock argentino. Nos maravillaba habernos convertido en grandes amigos de un ídolo. Uno teme acercarse a la gente admirada por miedo a que nos defraude, a que la persona no esté a la altura del artista. Pero Rodo era un gigante en humildad. En todos estos años siempre quiso ser uno más de nosotros, cuando era mucho más. Y teníamos que esforzarnos para descubrirle algo nuevo y formidable que él ocultaba por modestia. Si leyera este texto, seguramente diría lo que nos decía a Pedro o a mí cuando elogiábamos algo de él: “Gracias loco, pero no es para tanto. Sos un exagerado”. Además de ídolo y amigo, era para nosotros un maestro y un compañero. Era ese papá orgulloso de Juliana y de Mora y un hombre enamorado de Milagros. Era una persona sin dobleces, solidaria, noble, honesta, generosa. Siempre supo pararse en el lado del bien y en eso nunca se equivocó. Jamás. Gracias por tu vida Rodo. Daniel Miguez

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Pandemonólogos por Daniel Rubio

Racionalidad ¿Quiere que vayamos por Garay o seguimos por esta? Yo a la noche prefiero Entre Ríos, pero si el pasajero me pide... ¿vio? Lo que pasa es que el otro día me quisieron asaltar en un semáforo por Alberti, ahí debajo de la autopista. Bueno, asaltar... Usted vio estos fisurados que se aparecen de golpe junto a la ventanilla, que si parece que la misma ochava sucia se hubiera levantado. No sé, el tipo tenía algo en la mano. La pasajera que venía pegó un grito de alarma. Tiene un martillo, me dijo, yo me llevé un jabón y arranqué con el semáforo en rojo. La verdad es que no vi bien. Por ahí era uno de esos secadores que usan los lavavidrios en las esquinas. Pero igual. Yo trato de no pasar por ahí, a menos que el pasajero me pida. Me refiero debajo de la autopista, y a la noche. Cada vez más poblados los bajoautopistas, le juro que a veces me parece una película de zombis. No, pero es esta pandemia de mierda que nos va a volver locos a todos. Pesada está la calle, le digo, cada vez la gente anda más trastornada. También... ¡como para no estarlo! Uno prende la tele y se enferma, Mire, yo ya no pongo más los noticieron cuando vuelvo a casa. Veo cualquier cosa. Ahora me enganché con un programa que no me acuerdo el canal donde lo dan, una de esas cosas yanquis donde todos los que salen son como patovicas musculosos, o directamente pasaditos de peso. Bueno, estos tipos (también hay mujeres a veces) agarran una casa y la reconstruyen totalmente, le hacen de todo, y los dueños, es como una sorpresa ¿vio?, porque no saben qué es lo que van a hacer estos locos. Pero es así, como que autorizan, se van unos días, y cuando vuelven ¡zac! tienen una casa nueva. Claro, ayuda que allá construyen mucho en madera ¿vio? no tienen tanto ladrillo y cemento. Agarran una sierra y le cortan media cocina en un santiamén, ¡ja! Lo que sí me llama la atención en estos programas es que nunca se ve gente con

barbijo. Me dije será que fueron filmados antes del pandemonio, pero no sé si puede ser, ya llevamos un tiempo largo con esto. Una amiga me dice que eso demuestra que todo es una mentira fabricada, que no hay tal cosa como un virus mundial, que es invento. Pero de quién va a ser invento, le digo yo, y ahí me sale con lo de la tierra plana y se pudre todo y la mando al carajo y se termina la charla. ¡Qué invento ni que ocho cuartos! Si yo ya tuve varios en la familia con el Covid, suegra, primos, cuñados. Y también amigos, colegas taxistas. Un amigo se murió. Y también un par de conocidos, o de parientes de conocidos. Y otros quedaron para atrás, están con oxígeno en la casa, traqueostomizados, todo mal. Como que al principio, no sé, era raro, solo cada tanto le contaban de alguien conocido que se había enfermado. Después no. ¿Vio que ahora todos tenemos alguien cercano que tuvo el virus? Yo mismo empecé un día con fiebre. Perdí el gusto y el olor, ¡mismo el olor!, me di cuenta cuando me puse el desodorante a la mañana y no sentí nada. Dije qué le pasa a esta mierda, cada vez vienen peores estas cosas. Hasta que me avivé. Fui al Muñiz y me dejaron internado. Me pusieron suero, antibióticos, qué sé yo. Oxígeno, no, oxígeno no me pusieron. Solo estuve cuatro días, el médico me dijo que no podía entender cómo estaba tan bien, cómo me había recuperado tan rápido, que me iba a mandar a la casa, que no tenía para qué dejarme internado. Me dijo que no lo entendía, eso me dijo, que en la sangre me aparecía un anticuerpo muy raro, un anticuerpo muy protector que atacaba al virus y lo destruía. Todo eso me salía en la sangre, me dijo. Y que si yo quería ser donante de plasma para ayudar a otras personas. Yo le dije que no había problema, pero que prefería reservarme por si aparecía alguien en mi familia que necesitara el plasma. Que no entendía, me dijo el médico, qué era ese anticuerpo. Yo

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no dije nada, pero yo sé bien qué es. A usted se lo puedo confiar, se ve que es una persona seria. Un médico serio... Lo vi varias veces en la televisión, hablando sobre cómo hacer un barbijo casero, sobre las vacunas, sobre el problema económico de la pandemia, sobre cómo hace mierda la economía... De panelista lo vi, en ese programa del periodista que se murió de coronavirus, ¿cómo era que se llamaba?... Espere un segundito, disculpe, este celular no me deja tranquilo. Contesto un wassap y seguimos. Tenemos una reunión de trabajo en un rato con un grupo de compañeros... Le decía, yo sé por qué me curé. Ese anticuerpo es de una vacuna argentina. ¿Usted sabe cuál? Le voy a compartir el secreto: la colimba... La vacuna que me dieron en la colimba, esa que prevenía muchas cosas. Mire si no era buena. Se llamaba, creo, TabDiTe. Te inmunizaba para varias enfermedades. Contra el tifus, me parece, no me acuerdo bien qué quería decir la primera sílaba, contra el tétanos y contra la difteria. Te daba defensas como para diez años, decían. Pero habían sido muchos más años, si a mí me la dieron hace, no sé, más de treinta años hace, ¿vio? Era una inyección en la columna, epidural creo que se llama. Debajo de la paleta, ¿vio? Le decían La Matacaballos porque dolía como la mierda misma, y salíamos caminando del escuadrón Sanidad y empezábamos a caernos como moscas, culo para arriba, si tenías que ir con alguien para que te atajara si te querías desmayar. Era chistoso verlos caer a los que salían, nos cagábamos de risa en la fila, yo digo que de los nervios. Te quedaba un globo en la espalda y un dolor en todo el cuerpo que parecía que se te quebraban los huesos. Y calentura. Pero la fiebre era porque el organismo generaba defensas, y era como la reacción del cuerpo, que no te enfermabas ni te resfriabas por lo menos por tres años. Eso sí, te dejaba culo al

cielo como cuatro días. Por lo menos el “baile” aflojaba un poco en esos días. Me acuerdo que el cabo decía a los gritos ¡Nada de ejercicio pesado ni de carne por tres días, tagarnas! ¡Ja!, como no podía ser de otra forma, al rato nos íbamos a los tumbos al comedor y morfábamos como perro guacho. Siempre te daban una entrada, un clásico, unos platitos con porotos, salame, queso y paleta. Y después como un pastel de carne, los “tepes” me acuerdo que le decíamos, con ensalada. Y más luego, a remontarla con la fiebre y el dolor de espalda. Los que tenían un conocido en la enfermería se conseguían algunas pastillas de aspisán, que era como el geniol o la bayaspirina del ejército, y con eso zafaban. Pero, le digo, era una vacuna argentina, esa tendríamos que producir y no otra. Ni tendríamos que andar mendigando a los rusos, los chinos o los yanquis. Y más cuando quien le dice que no le ponen alguna cosa que no sabemos y después andamos todos hablando chino o bailando el kasatchok. Mire que esa gente son de andar metiendo veneno para salirse con la suya, propio como la Yiya Murano, le digo yo a la Yésica, que viene a ser la patrona. Y los yanquis junagranputas, que quieren que le demos los lagos del sur para largar la vacuna, ¿le parece, señor, estos desfachatados?... Pero, ¿para qué arriesgarse? Tenemos la solución a mano y nadie lo sabe. Por eso me dije que tenía que hacer algo. Se me ocurrió poner en Facebook un comentario sobre la Tabdité, y no va a creer la cantidad de gente que me contestó que ellos también se acordaban. Y mujeres, que no habían hecho la colimba pero tenían maridos que sí, o eran viudas, o divorciadas, pero recordaban las anécdotas de esa época. A varios les había pasado como a mí con la pandemia: habían tenido el virus y habían zafado bien. De ahí que nos conectamos un grupo de muchachos que habíamos


hecho el servicio militar en esos años y nos habían vacunado con la Tabdité. Ahí nos terminamos de convencer que la solución para superar esta pesadilla era volver a producir esa vacuna lo más rápido posible. Si hasta capaz que la exportamos y el país se salva de la deuda externa, y de la pobreza, y de otras pestes, vaya a saber. Y podrían venir turistas extranjeros, porque ya estaríamos todos inmunizados. ¿Se imagina? ¡El único país del mundo libre de coronavirus! Pero, ¿cómo convencer a las autoridades? Eso era lo jodido. Más difícil que encontrarle el culo al muñeco, como dicen en el campo, ¡ja! Mandamos mensajes a las cuentas de Facebook y de Twitter de todos los funcionarios que conseguimos, pero nada.

Cuando insistíamos, nos bloqueaban o nos borraban la cuenta. Hasta que a un compañero, el Pepo, se le ocurrió la idea. Él estaba mal, se le murió la mamá de coronavirus y se amargó. Mal se puso. Estaba obsesionado con que si nos hubieran dado bola su mamá no se hubiera muerto. No sé de dónde sacó la idea pero nos convenció. Capaz que la vio en alguna película, el Pepo es así, se pasa toda la noche mirando películas y después anda hecho un zombi con el taxi. Así que dijimos, lo que necesitamos es algún tordo de los que salen en la tele, ¿vio?, como usted, patente, que salga a decir esto que nosotros descubrimos. El Pepo es fanático suyo, dice que es muy docente, como cuando llevó a ese programa los frasquitos

de alcohol y agua destilada para enseñar a hacer en la casa el alcohol para las manos. Además, una cuestión práctica, ¿vio? A usted lo vemos seguido cuando sale del canal o del hospital, todo por la zona que nos movemos. Había que esperar la oportunidad, con los muchachos nos relevamos estos días para encontrarlo. Ya preparamos el lugar donde va a estar. Casita sencilla, pero decente, eh. Está medio alejada pero es bien tranquila. No le puedo decir dónde está, usted me entiende, no sea cosa que se nos aparezca la cana y nos tire el plan a la mierda. Yo, la verdad, creo que va a ser cuestión de pocos días. Mandamos el video a los medios, usted dice en el video que lo tienen secuestrado, que si no

empiezan a fabricar la vacuna lo matan — eso, usted tranquilo— que los muchachos somos gente de confianza, aunque el Bebe, ese sí que es medio loco, pero lo tenemos controlado entre todos... Y ahí nomás en el mismo video usted habla de la vacuna y de cómo piensa que va a ser la solución para el virus. Solución argentina para los argentinos, ya veo el titular... O mejor, solución argentina para el mundo... ¿Qué tal? ¡Eh, oiga, tranquilo! La puerta no se puede abrir, la tengo trabada de acá. ¡Eh, a ver! ¿Se volvió loco? Tranquilo, deje de golpear el vidrio que me lo va a romper. Ahí vienen los muchachos. Tranquilo. Usted se está tranquilo y no va a pasar nada. Alguien tiene que poner un poco de racionalidad en este quilombo.

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Gervasio, el jabalí mascota de Mar Azul, llegó a los medios nacionales Telefé Noticias se hizo eco de la curiosa historia de "Gervasio", el jabalí que pasea por las calles de Mar Azul como una mascota más. El portal web del canal de TV consignó "En Mar Azul, una localidad balnearia costera del partido de Villa Gesell, un jabalí pasea por las calles del centro a la vista de residentes y turistas. Los vecinos le pusieron el nombre: Gervasio. Y no le temen pese a ser un chancho salvaje. Es que Gervasio adoptó los hábitos de los perros del lugar. Un transeúnte le tomó una foto cuando hizo una parada el 8 de mayo pasado para beber agua en una pizzería del centro. Mientras en la red social Facebook, una pastelera cuenta que "el otro día se quiso comer mis tortas. Le dije que no, le acaricié la cabeza, lo mismo que un perro".

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LA TIERRA ELEGIDA-Relatos de Juan Forn

Kyudo Nakagawa, maestro zen Un koan para el señor Shainberg Mientras Roosevelt y su New Deal trataban de recuperar a Estados Unidos del Crack del ’29, un judío hijo de inmigrantes llamado Shainberg estaba por abrir en Memphis, Alabama, una tienda llamada Black&White. Cualquiera que haya fatigado la provincia de Buenos Aires en otros tiempos entenderá el concepto: las tiendas Blanco & Negro vendían desde mamelucos de trabajo a vestidos de novia, desde hilo de coser a soga gruesa, a precios accesibles. El nombre técnico (“tiendas igualitarias”) nunca llegó a cuajar en el imaginario popular pero eran un éxito igual. En el Memphis de los años ’30, en cambio, una tienda llamada Black & White no era buen negocio. “Y tu apellido tampoco sirve. ¿Por qué no le pones White a secas, que seguro funciona?”, le dijo al señor Shainberg un compadre, tendero

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como él, a la salida de la sinagoga de Memphis. El señor Shainberg siguió el consejo y en poco tiempo tenía sucursales en diecisiete ciudades y una buena esposa judía que le dio dos hijos y lo veía como un hombre ejemplar. Todas las tardes, cuando volvía de trabajar, el señor Shainberg se quemaba las pestañas leyendo, y a la hora de la cena llevaba libros a la mesa para ilustrar a la familia. A la señora Shainberg le entraban por un oído y le salían por el otro los recitados de su marido, pero los dos hijos escuchaban obedientes al padre. El menú de lecturas iba de Kierkegaard a Krishnamurti, pasando por Thoreau, Erich Fromm y Emmanuel Levinas. Además, el señor Shainberg había empezado a psicoanalizarse con un tal Harold Kelman, en Nueva York, para lo cual viajaba

especialmente una vez al mes. Porque el señor Shainberg era un caso extremo de saturnismo: lo único que ansiaba, lo único que podía dejarlo tranquilo era una respuesta, pero su pregunta era tan grande que no había manera de encontrarle contestación. En esa escuela formó a sus dos hijos. Cuando cumplían los trece, los llevaba a Nueva York y les pagaba su primera sesión con Kelman. A los quince los llevaba a un retiro en el ashram de Alan Watts en California, pero antes hacía una parada en Las Vegas, donde les concedía una tarde en el casino (les ponía quinientos dólares en la mano y les decía: “No me molestes en las próximas cuatro horas. No te sientes en mi mesa, no me mires siquiera. Nos encontramos aquí a las siete”). Al alba siguiente, padre e hijo ingresaban al ashram de Watts y una semana después estaban de vuelta en la mesa familiar, sometidos a nuevos recitados. El mayor de los hijos partió a estudiar a Nueva York, y a continuar su terapia con Kelman. Se recibió de psiquiatra en Columbia, se convirtió en un eficaz terapeuta y murió durmiendo, antes de cumplir los cuarenta. El hijo menor también partió a Nueva York y también continuó su terapia con Kelman durante los treinta años siguientes pero, como no lo convencía ninguna carrera, se refugió en la meditación zen mientras tanto. Pero no es lo mismo leer sobre meditación zen que practicarla: el zazen consiste básicamente en romperse de a poco las rodillas sentado de cara a la pared durante horas y horas. Ése es el escenario en que uno piensa el koan que el maestro le dio para meditar. Para Larry Shainberg era un escenario conocido: había que aprender a resistir sin quejarse (no como mamá) y encontrar respuesta a La Pregunta (no como papá). De los retiros de fin de semana pasó a meditar todos los días; de hacerlo en su casa a asistir a un dojo; dos veces vivió en comunidad, en dos proyectos de monasterio zen que fracasaron. Fue abandonando maestros mientras los ’60 se deslizaban en los ’80 y sus compañeros de meditación mutaban de hippies a yuppies. Un día se le vino encima su cumpleaños número cincuenta y sus ancianos padres le avisaron que viajarían desde Memphis a festejar con él. Para entonces, Larry había abandonado hasta las sesiones con Kelman y se limitaba a pasar el día en un dojo del Soho que parecía un club de barrio, más bien. El dojo estaba a cargo de un monje muy particular, que había conocido en uno de sus viajes como vagabundo del dharma. El roshi Kyudo Nakagawa aceptó a Larry como mascota, porque no tomaba discípulos. Era hijo y nieto de monjes zen, su padre había sucedido al abuelo en el templo que le tocaría dirigir a él algún día, en las afueras de Kyoto, pero el padre murió cuando Kyudo tenía apenas siete años, así quedebió entrar como mero


novicio en un monasterio. A los dieciséis fue reclutado por el ejército, sobrevivió a la guerra y retomó su noviciado, estuvo diez años barriendo los pasillos del monasterio hasta que, a los cuarenta, lo mandaron a abrir un zendo en el sector árabe de Jerusalén, después de la Guerra de los Seis Días. Trece años se quedó el roshi en Jerusalén. Cuando Larry lo conoció, en un viaje a Israel en los ’70, tenía seis alumnos y un salón destartalado, sin electricidad, donde todo parecía de segunda mano. Cuando le ordenaron llevar aquel zendo a Nueva York, el roshi lo hizo al pie de la letra: no aceptaba las donaciones que mantenían a los demás maestros zen en Estados Unidos, sus instalaciones eran igual de

precarias que las de Jerusalén, la cantidad de alumnos nunca superaba la decena. En los ratos libres, cuando no estaba barriendo, meditando o soportando las preguntas de Larry, al roshi le gustaba ver partidos de béisbol en un pequeño televisor blanco y negro. Pero aceptó conocer a los padres de Larry, si la visita que le hacían era breve. En su libro Zen ambivalente, Larry cuenta la breve visita. El anciano matrimonio y el hijo cincuentón llegan a media mañana al dojo en el Soho. El señor Shainberg recorre con la mirada el precario pero limpio salón y pregunta al roshi si es allí donde se sienta a mirar la pared. El roshi asiente sonriendo. ¿Yqué ocurre entonces?, quiere saber el anciano.

“Descubro cuán estúpido soy”, contesta el roshi. El señor Shainberg le pregunta entonces si ha leído a Krishnamurti. “Claro que sí. Muy inteligente”, contesta el roshi. “¡Pero Krishnamurti odiaba la práctica espiritual de cualquier tipo, en especial la meditación guiada!”, dice el señor Shainberg. “Sí, muy inteligente. Yo también siento igual”, contesta el roshi. --¿Entonces por qué... --comienza a decir el anciano, abarcando con un desvaído movimiento de su mano el dojo y todos los años y años de lecturas que pesan sobre sus vencidas espaldas. --Por eso mismo --contesta el roshi. El anciano señor Shainberg se queda mirando al roshi largamente hasta que su rostro tenso y demacrado se contorsiona.

Lo que sale de su boca es un carraspeo repelente, seguido de otro similar, y otro más, hasta que su esposa y su hijo comprenden que se está riendo. El roshi se suma silencioso, con su inalterable sonrisa, y a continuación le regala al saturnal anciano un sencillo koan que lo dejará apaciblemente abstraído el resto de la jornada: “Honorable Shainberg-san, cuando reímos, qué es lo que ríe: ¿el cuerpo o la mente?”. El roshi Kyudo Nakagawa volvió en su vejez a Japón, convocado como sumo sacerdote del milenario templo Ryutaku-ji, en las montañas de Shizuoka, y allí murió en paz, a los ochenta años.

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Nómade Sobre la silla blanca hay un almohadón rojo. Y sobre el almohadón rojo duerme la gata atigrada. Es temprano, recién está terminando de amanecer y, con la primera taza de café del día en la mano, dudo en despertarla. Es cierto, la gata está ocupando la silla donde desayuno, mi lugar ante la mesa. Pero, me pregunto, de dónde me sale ese posesivo: dónde está escrito que ese es “mi” lugar y no el lugar del sueño de la gata. A la vez, me pregunto qué estará soñando, si es que acaso sueña. Así que me vengo con el diario de lecturas a esta

Por Guillermo Saccomanno

otra mesa y empiezo a anotar derivas que me disparó anoche la visión de “Nomadland” de la joven china Chloé Zhao, y ciertos gestos de la protagonista, encarnada por la más tierna y comprensiva Frances Mc Dormand que vi hasta ahora, esas actitudes suyas, siempre mínimas, que devienen invitaciones cortitas a la reflexión. Por ejemplo, cuando define que ella no es una homeless (sin hogar) sino una houseless (sin casa). La diferencia no es menor. Su marido murió enfermo mientras se cerraba la fábrica quebrada en el desierto,

14 / El Fundador / Mayo 2021

donde ambos trabajaban. De pronto la mujer se encuentra sin trabajo, sin hombre y sin casa en tierra arrasada. Sin hogar, no. El hogar es otra cosa. El hogar es ella donde esté. Su hogar es la van en la que carga unas pocas cosas esenciales, se sube, la pone en marcha y sale a la ruta. Hay una fuerza poética en esas imágenes de frío y nieve. Y la potencia no proviene de la desgracia sino del modo con que la encara y ahí va, hacia la intemperie, buscando resignificar la existencia. Es cierto que el estado le ofrece una pensión, pero ella no quiere una pensión rafañosa

que no le alcanza para nada. Ella quiere trabajar. Entonces se manda por ahí, de un territorio a otro, empleándose en lo que pinta. Ficción y no tanto, porque algunos de los personajes del film se interpretan a sí mismos. La estrategia no es nueva en Chloé Zao. Sus dos films anteriores estaban actuados por seres que actuaban sus propias vidas, los imperdibles “The songs that my brother taught to me” (2015), una historia de iniciación, reserva india segregación, y “The rider”(2017), la frustración de un pibe domador de rodeo


con el cráneo roto que debe resignarse al aplanamiento de sus sueños y un mañana sin heroísmo. Demasiado realismo, dirán algunos. Y hasta le desconfiarán porque Zao no se regodea en los hundimientos personales y procura ver el horizonte de Dakota más allá del crack up. Porque en ambas Zao se toma su tiempo, con un lirismo nada habitual, para plantar los dramas en la naturaleza donde las cosas pasan. Por su lado, “Nomadland” está basada en una investigación de años de Jessica Bruder sobre las víctimas de la gran recesión que empezó alrededor de 2008 en Estados Unidos con los fallos de la regulación económica, la sobrevaloración de productos, la subida del petróleo como consecuencia de la invasión a Irak y una crisis crediticia hipotecaria impagable. Contra lo que pueda pensarse, “Nomadland” está lejos de ser un panegírico de la consolación selfish. Más bien resulta la formulación de una poética que cuestiona la sociedad capitalista y su funcionamiento y ver ahora cómo se las ingenian para sobrevivir los innumerables expulsados del sistema como la protagonista, arrancados de los lugares donde creían haber hecho lo correcto al hipotecar sus vidas en función de un trabajo de años y un techo seguro bajo el que morir y, de pronto, por la lógica depredadora del sistema, los hombres y

mujeres que fueron arrojados al desierto, en sus días antes del fin, aprenden a reconstruirse con dignidad a través de los vínculos solidarios más elementales como pueden serlo el trueque y un abrazo, una cerveza y una historia íntima, arreglarle el motor al otro mientras se cuentan recuerdos de una vida anterior, compartir, por qué no, el camino, sin pedir nada a cambio. Por qué no: en estos campamentos de viejos marginales al margen del mercado laboral y cualquier otro, viviendo en la naturaleza todo el tiempo, se respira un aire de pioneros, creadores de otra clase de vínculos -vínculos de clase, digo-- tal vez porque ya no tienen nada que perder. Es cierto, estas tribus de veteranos en el desierto no semejan tanto hippies como cristianos primitivos. Cero idealización, todos han perdido algo además del techo, un ser querido, la familia, un pasado que cada día será más pasado. Inexorable, necesitaron, además de la fisura económica una interior, tocar fondo, para hacer como la nómade protagonista. Un haikú de Mizuta Masahide (1657-1723) dice: “Mi casa y su techo/ ardieron/ ahora puedo ver la luna”. Y no quiero tampoco olvidarme de esa parte de la historia en que Mc Dormand conversa con un pibe al que le gustaría escribirle un poema a su novia que está lejos, pero no sabe ninguno. La nómade

sabe uno, uno en el que se habla de la duración limitada de la belleza, su corrosión y, sin embargo, aquí está, en estos versos que ella evoca. A propósito, después de la película, fui a la biblioteca: “He llegado a la conclusión de que no hay que buscar la felicidad. Se la encuentra por el camino, aunque siempre en sentido contrario”, dice Isabelle Eberhardt citada por García Lao en “Vagabundas”, libro que se propone como un tratado sobre mujeres que se resisten a un destino trazado. De acuerdo, a menudo me voy por las ramas. Cada vez que intento hablar de poesía me pasa como ahora que me vuelvo hacia la gata acurrucada sobre el almohadón rojo en la silla blanca. “Es cierto que falta belleza en el mundo”, escribe Louise Glück. “Es cierto que no soy la indicada para restituirla. / Tampoco hay candor, pero ahí puedo ser útil. / Estoy/ trabajando aunque me calle”. Ese callarse no significa necesariamente morderse la lengua. En todo caso, tratándose de escribir poesía, es cuestión de meditar las palabras dejando que el lenguaje nombre un orden en el caos, vaya tomando partido: “La insulsa/ miseria del mundo/ nos atenaza, un callejón / con hileras de árboles, somos/ compañeros aquí, sin hablar/ cada uno con sus pensamientos/ tras los árboles, las

puertas/ de hierro de las casas,/ las persianas cerradas/ en cuartos de algún modo vacíos, abandonados,/ como si fuera el deber / del artista crear/ esperanza, pero ¿ a partir de qué? ¿de qué?” se pregunta Glück. Me pasa todo el tiempo: al leer poesía suelo saltar de un libro a otro. Viene al caso: puede que lo mío, que podría ser esquizo, sea más bien un comportamiento de nomadismo lector. Quiero aclararlo: eso que le pasa a la nómade al preferir el riesgo del desvío antes que la certidumbre del seguir derecho es como cuando uno abandona una trama que ya se sabe cómo va a terminar. El nomadismo, pasar de una peli a unos versos, de unos versos a un recuerdo, de un recuerdo a la gata atigrada durmiendo sobre el almohadón rojo sobre la silla blanca, de esto quería, sin darme cuenta, escribir ahora. Si me apuran, diré que no sé muy bien qué es la poesía. Seguro, no es eso de un arma cargada de futuro. En principio, conviene desconfiar de las armas y, obvio, del futuro como hipoteca que no promete otra cosa que más noche. Me ocurre que la poesía se resiste a las definiciones y cuando quiero atraparla advierto que cambió de sitio. No obstante, puedo sentirla: está ahí, es la gata que ahora, desperezándose, bosteza, me mira, mira como la miro, y sigue durmiendo.

Mayo 2021 / El Fundador / 15


16 / El Fundador / Enero 2021


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