El Fundador / Marzo 2022

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Jornadas y película

La vigencia de Silvio Gesell y sus ideas económicas

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Marzo 2022

Villa Gesell Año - XXXIV Nro 2047

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La vigencia de Silvio Gesell El padre del fundador de nuestra ciudad, Carlos Idaho Gesell, fue un economista mundialmente famoso por su propuesta del verdadero y natural uso del dinero. Sus ideas nunca dejaron de estudiarse, y hoy tienen una enorme vigencia, ante el avance y la expansión de la especulación financiera. En coincidencia con la fecha de su cumpleaños, el 17 de marzo de 1956, se realizaron las primeras jornadas de economía geselliana, organizadas por el Instituto de estudios económicos Silvio Gesell, que dirige el Dr. Carlos Fernando Louge, con el auspicio del INAES. A continuación una reseña de la experiencia en el municipio de Wörgl, Austria, y el link a la película El milagro de Wörgl, de 2018, donde se aplicaron las ideas de Silvio.

manera desorbitada. El hambre asolaba regiones enteras y no parecía tener fin. En estos momentos, encontrarse con ciudades sumidas en un paro absoluto no era nada raro. Wörgl era un ejemplo de estas terribles

consecuencias. La mayoría de los habitantes habían perdido su trabajo y la pobreza inundaba las calles dejando un paisaje totalmente desolador. Fue en ese momento cuando el alcalde de esta localidad, Michael Unterguggenberger, decidió poner

solución introduciendo un experimento monetario que no tardaría en dar resultados asombrosos. Si bien es cierto que las bases del dinero de circulación garantizada ya habían sido establecidas previamente por la teoría de la economía libre, el mejor ejemplo

El Milagro económico de Wörgl En 1932 el mundo vio atónito el primer “experimento de la moneda libre” en Wörgl, Austria. En una época en la que la crisis económica mundial desplegaba sus insoportables consecuencias, nos encontramos con un comercio en el que las actividades comerciales disminuían un 60%, el flujo internacional del capital retrocedía un 90% y el paro aumentaba de

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fue el que este pueblo de Austria mostró al mundo. Tras darse cuenta de que la economía se estancaba sin una circulación de dinero, introdujo lo que podría llamarse dinero local (o dinero libre). La principal característica de estos billetes era que con el paso del tiempo perdían valor, al igual que cualquier otro bien. El concepto era sencillo, si el billete iba perdiendo valor a medida que pasaba el tiempo (1% mensual), la gente lo gastaría antes y por tanto habría mayor liquidez, más dinero circulando por los negocios del pueblo. Las normas declaraban que cada mes estos billetes tenían que ser sellados, de forma que perderían automáticamente un 1% de su valor inicial. Según palabras del propio alcalde, el dinero se acumulaba en unas pocas manos. Se escapaba de los que generaban la riqueza estancándose en pocas personas que no volvían a ponerlo en circulación, más bien lo usaban como medio de especulación. Las personas que aun contaban con trabajo podían aceptar cobrar su sueldo con esta moneda local o no, era totalmente opcional. Así, los comercios también tenían la libertad total de elegir si adherirse a este experimento o no. Por otro lado, el alcalde se comprometió a crear nuevos puestos de trabajo llamando a todas esas personas que estaban en paro, y pagándoles la totalidad del sueldo en este nuevo billete local. La aceptación fue francamente buena. La circulación del dinero aumentó de una manera vertiginosa. Los comercios

comenzaron a activar sus ventas, ya que los trabajadores no querían que su dinero perdiera ni un poco de su valor. La economía volvía a funcionar y poco a poco este círculo comenzó a generar dinero suficiente para poder invertir en infraestructuras dentro de la propia comunidad, algo que hizo reducir aun más el paro (un 14%). El caso de Wörgl pronto comenzó a sonar en otras partes del mundo. Núcleos urbanos que miraban con asombro la evolución de esta localidad y que se planteaban poner en circulación su propio dinero libre. Sin embargo, en 1933 las autoridades austríacas impusieron una prohibición al uso de este dinero libre. Al parecer, estas autoridades consideraban el experimento como una auténtica locura, una locura que además infringía el derecho exclusivo del Banco Nacional Austriaco de generar los recursos monetarios. Los ciudadanos de Wörgl apelaron contra esta prohibición, pero perdieron: aun así decidieron seguir usando su querido dinero libre. Finalmente, las autoridades austriacas amenazaron con emplear la violencia si no se cesaba el experimento de inmediato. Momento en el que el alcalde de Wörgl se vio obligado a retirar su dinero de libre circulación y seguir empleando las monedas del país, no sin antes declarar que se sentía orgulloso de haber mandado un mensaje claro de que existían otras maneras de proceder. Link a la película: https://www.youtube.com/ watch?v=wQBNSPCmO6c

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Apuntes sobre Adriana antes de ser Lestido

“Quien se aleja de su casa ha vuelto”, escribe Borges en “Para una versión del I Ching”, poema que prologa ese clásico de la filosofía oriental que, combinando enseñanzas de Lao Tsé y Confucio, se constituye a la vez en texto sapiencial y oracular. Me acordé de ese verso ante Metrópolis, el libro reciente de Adriana Lestido, que impone una reflexión en su trayectoria, que va desde Mataderos a Islandia pasando por Villa Gesell. Porque mediante una revisionista toma de distancia de su vida y obra, Lestido propone un retorno a sus orígenes o, mejor dicho, a la decisiva primera mirada de Adriana, la joven fotorreportera, que pronto sería reconocida por su apellido y no tardaría en convertirse en una marca. Por tanto, este libro opera como un quién era yo antes de ser quien soy ahora. Si hay que encontrarle una raigambre estética a Lestido seguramente nos remitiremos a Dorothea Lange y Walker Evans, los legendarios fotógrafos de la Depresión en Estados Unidos. De esas influencias, y más tarde despegándose de ellas al acercarse a la mejicana Graciela Iturbide, Lestido habría de articular una confluencia entre arte y denuncia construyendo una forma personal de expresión. En el prólogo a Metrópolis Juan Forn cuenta cómo surgió esta nueva entrega. En Villa Gesell a fines del 2018, el cineasta Fernando Spiner buscaba fotos de los 90 para emplear en una película basada en una fotógrafa en la Buenos Aires de los 90. Y la consultó a Lestido que estaba por irse a Islandia por tercera vez. Lestido fue y volvió de la ciudad en un viaje relámpago con una mochila. Apenas Juan vio las imágenes, con su instinto de editor, se entusiasmó: “Acá hay un libro”. Las fotos, tomadas entre 1988 y 1999, correspondían al período mítico y dorado de este diario, al suplemento Metrópolis. Cada semana, en los 90, se publicaba dedicado a un barrio. Cabe acotarlo, así surgió también “Y Rep hizo los barrios”. Ya en estas

Metrópolis

imágenes de Lestido quedaba claro que su intención era narrar. Era la misma época en que componía “Mujeres presas” (2001), su documento coral sobre la condición femenina entre rejas que más tarde profundizaría en su opus siguiente, “Madres e hijas” (2003), donde la narración se afirmaba como libro de relatos centrado en los diferentes grados de una relación familiar y de género, tránsitos íntimos que podían mudar de la borrasca a la ternura. Imposible aislar los trabajos pioneros en “Metrópolis” que devienen, a través de tiempo y espacio, en el afuera determinante del interior de las presas o de los conflictos materno filiales, un paisaje áspero, crudo, intemperie pura y dura mientras un vasto sector de la clase media corría a Ezeiza con destino a Miami para regresar con electrodomésticos y otras porquerías. Así, mientras se producía el despojo social, mientras la revista “Caras” mostraba en sus mansiones a ricos y famosos, funcionarios, políticos y farándula, un espectro variopinto de tilinguería, y mientras ese vasto sector de clase media miraba hacia otra parte, Lestido indagaba en un tránsito callejero testimonial, desgarrador, buscando la belleza en los seres marginados. Hace un rato aludí a la conjugación entre arte y denuncia. Para que la segunda cumpla su cometido, antes del señalamiento de la humillación hay que preguntarse qué y cómo mostrar, y cuál es la estrategia de la mirada: es decir, el método Lestido, que se plasmaría en su labor incesante, la summa “Lo que se ve” (2013), “La obra” e “Interior” (2010), “Antártida negra” (2017). Porque Lestido siempre estuvo comprometida con su alrededor – eso que, digamos, es el contexto – desde chica. La infancia humilde en Mataderos, el hedor de los frigoríficos, las curtiembres y el cielo infinito. Había que estar ahí. Y el estar consistía en prestarle atención a la lectura de los dramas de la estrechez y las pequeñas alegrías posibles en lo cotidiano. Al respecto, Lestido ha

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dicho: “Soy hija de mí misma”. Pues bien, desde ese lugar primero, desde abajo, viene Lestido, y Metrópolis se aprecia entonces como imprescindible material iniciático donde se empieza a definir el estilo propio, el uso fuerte e incisivo del blanco y negro, el foco puesto en la subjetividad, y en torno, en ocasiones brumoso, un fondo cruza de niebla y oscuridad que imprime lo trágico callado de una escena a pesar de que los seres puedan trasuntar una sonrisa de esperanza, ilusión que no por frecuente deja de ser eso, ilusión, porque el mundo que Lestido captura, fija y nos planta en la cara es la desolación de una ciudad de pobres corazones. Hablo, sin rodeos, de ideología. Debido a una lógica del desarrollo del pensamiento capitalista y su doble discurso, esos años 90 era los del fin de la historia y de las ideologías, discursos triunfalistas que le quedaban cómodísimos y le venían al pelo a los poderosos, sus cómplices, los aprovechados y los negadores.

Por Guillermo Saccomanno Las imágenes de Lestido, en ese raro suplemento del diario, referían su ideología. “La práctica de la emancipación política es una posibilidad legítima”, escribía por entonces el marxista irlandés Terry Eagleton. “Nadie es ideológicamente hablando un completo inocente”. Y también: “El estudio de la ideología es, entre otras cosas, una investigación del modo en que la gente puede llegar a invertir en su propia infelicidad”. A dónde apunto con estas ideas prestadas: a la cuestión del origen íntimamente conectada con la de clase. Miren ese perro vencido en la Avenida del Trabajo, miren esas mujeres pobres en Primera Junta esperando ser conchabadas como personal doméstico, miren los inmigrantes en Retiro, miren los pibes aquí y allá, en todas partes, víctimas propiciatorias de un sistema que les asignó pertenencia a la enorme masa de desposeídos. Pero, sugiero, mientras pasan las páginas de “Metrópolis”, la delicada pieza de Ediciones Lariviere, no pierdan de vista los lugares, sus días, sus noches. Porque el oficio de narrar, en este caso, en los comienzos de la joven fotoperiodista. implica ya poner el cuerpo, entrar en zonas de peligro, trátese de la represión en una marcha, la violencia del sufrimiento individual como de la captura de sombras agazapadas, la incursión en paisajes hostiles, y una luz perdida en alguna parte, que quizás pueda alumbrar “la noche oscura del alma”. Obvio, no es casual que su trabajo llamara la atención de John Berger. Al principio de estos apuntes apelé al I Ching, texto al que supo recurrir Lestido para explicarse: “Cuando se contempla la forma del cielo, puede explorarse la modificación de los tiempos. Cuando se contemplan las formas de los hombres, se puede configurar el mundo. El amor es el contenido y la justicia es la forma”. No otro es su mensaje. Ningún otro vocablo traduce más nítidamente su objetivo. Es que el mundo podría ser mejor si se prestara atención a sus visiones.


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Las recetas de Olivia Musaka griega La gastronomía griega es famosa en todo el mundo, y reconocida por los cocineros de todas partes. Uno de sus platos “emblema” es la Musaka, cuya receta veremos hoy. Ingredientes: tres berenjenas grandes, una cebolla, cuatro dientes de ajo, medio kilo de carne de cordero (o de ternera), una cucharada de manteca, dos cucharadas de harina, una taza de leche, 100 gramos de queso rallado, sal, aceite, tomillo, dos tomates, pimienta molida, nuez moscada, un trozo de queso semiduro. Preparación: cortar las berenjenas a lo largo, en rebanadas de un cm de espesor (ó un poquito menos), y ponerlas en una fuente con un poco de sal gruesa durante algunos minutos, para que largue líquido. Este proceso, común, no es el que sugiero, pero así me lo enseñaron en el Colegio de Cocineros. Prefiero usarlas como quedan después de fetearlas, ya que el sabor de la berenjena está mucho más presente de esta manera. Si optamos por la otra variante, deberemos enjuagar bien las berenjenas para sacarles la sal, y luego las secamos un poco con papel de rollo. En una sartén, con un hilo de aceite, doramos apenitas estas lonjas, y reservamos. En la misma sartén, ponemos a saltear la cebolla cortada finamente, y agregamos el cordero, cortado en trozos de unos tres cm de lado, hasta que empiece a dorarse. Entonces agregamos el ajo fileteado y los tomates cortados en cubitos. Sal, pimienta y tomillo, en ese orden, para darle cuerpo a la preparación. Un chorro de vino blanco, aquí, le caerá de maravilla. Aparte, prepararemos una bechamel, derritiendo un poco de manteca a fuego suave, agregando harina suavemente espolvoreada, y una vez que está bien disuelta, agregamos la leche caliente, en pequeños chorritos, hasta lograr una pasta sabrosa y consistente: la famosa salsa blanca, ó

bechamel. Claro que es tiempo de rallarle un poco de nuez moscada por encima, para que el sabor quede perfecto. En este punto, nos toca armar el plato. Usaremos una cazuela de barro, ó una fuente de vidrio apta para horno, ó una fuente común de horno. Un chorrito de aceite sobre el contenedor que usemos, será el principio, y allí pondremos primero las berenjenas formando toda una base que cubra el piso de la fuente, sobre ellas una capa de la carne preparada, encima una capita de queso rallado, y encima una capa de bechamel. Luego, otra capa de berenjenas que cubra todo, otra capa de la carne preparada con el tomate, otra vez queso rallado y de nuevo bechamel. Para terminar, una última capa de berenjenas, y sobre ellas, un trozo de algún queso semiduro para que se funda y más queso rallado para gratinarlo. Así, al horno por 15 o 20 minutos, hasta que esté bien caliente la preparación y bien dorada. Cuidado al comer apurado: te vas a quemar… Vino blanco, seco, bien frío, y a comer rico!!!

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