El Fundador / Junio 2021

Page 1

El Fundador 2255 531935

/elfundadoronline

www.elfundadoronline.com

Adiós a un amigo: falleció Juan Forn EDICIÓN ESPECIAL

@fundadorgesell

Junio 2021

Villa Gesell Año - XXXIII Nro 2038

/elfundadorgesell


2 / El Fundador / Junio 2021


El Fundador

Es una publicación propiedad de Manuel Ignacio Zaldivar. Registro Nacional de la Propiedad Intelectual Nro. 5347624. Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio. La Dirección no se hace responsable del contenido de las notas firmadas. Todas las colaboraciones firmadas son Ad Honorem.

Redacción, Administración y Publicidad: 2255-531935 Mail: elfundador@gesell.com.ar

Junio 2021 / El Fundador / 3


Homenaje a Juan Forn - Entrevista de archivo

“El mar es el mejor socio que tuve” El pasado 20 de junio nos dejó Juan Forn, gran escritor y editor, que desde hace dos décadas estaba instalado junto a su familia en Villa Gesell. En esta edición dedicada a quien fuera entrañable amigo y habitual columnista de El Fundador, compartimos esta extensa entrevista realizada por nuestro director Anibal Zaldivar para su película La Boya, junto al que es quizás su cuento más significativo, Nadar de Noche, y una pequeña selección de los textos que publicaba en la contratapa de Página/12, y que a su vez se publicaban en El Fundador. Aníbal Zaldivar: Hace poco leí en un artículo que alguien te había preguntado ¿por qué te quedaste acá? ¿qué encontraste acá en este pueblo, tan cerca del mar y en esta naturaleza? Quiero volver a hacerte esa pregunta. Juan Forn: Lo primero que encontré fue precisamente el mar, la posibilidad de vivir el sueño de mi vida que era vivir al lado del mar; después se trató del aspecto más convencional, doméstico de la cuestión, de que era un pueblo que tenía la suficiente infraestructura en el invierno para vivir. Nosotros teníamos una hija chiquita y había escuela, hospital, vecinos y estaba relativamente cerca de Buenos Aires y yo tenía que seguir trabajando con Buenos Aires, así que cada tanto tenía que ir, pero como pasa siempre, lo que más te gusta del lugar lo descubrís después y a mí lo que más me gusta de Gesell es que es un pueblo de renegados, un lugar donde a nadie le gusta que le digan cómo se tienen que hacer las cosas, que siempre está a contra mano de todo. Cuando todos los demás lugares se van poniendo producidos, Gesell sigue bardo. Así que acá hay una combinación de cosas que me gustan, pero lo que más me gusta es el mar, que lo tenemos a 15 metros... Hablaste del “lugar soñado” ¿desde cuándo tenés ese deseo de vivir al lado del mar? La fantasía de todos. El primer verano que pasé, dije: “yo quiero vivir en la playa”, después te das cuenta que la vida en la playa no es la vida en verano, salvo que sea en Brasil o en el trópico, y descubrís otra cara del pueblo, que es la vida de invierno, el mar frío, el color gris, la arena, el mar, el cielo, todos bajan como tres grados en la escala cromática y agarrate Catalina… ¿Cómo influyó este nuevo paisaje, esta nueva presencia en tu literatura y en tu condición de creador? Me cambió para bien, por lo menos eso me dicen, lo que quiere decir que era bastante horrible cuando vivía en Buenos Aires… Me acuerdo una anécdota muy buena: iba caminando por la playa, terminando el primer invierno en Gesell y,

salí a caminar por la playa con mi uniforme de ciudad, camperón negro, pantalón negro, borceguíes negros, gorro negro. Era uno de esos días en que hace frío pero que sentís que el solcito empieza a calentarte un poco los huesos y de pronto veo que sale del agua un surfer, se saca el pasamontaña de neoprene, sacude las rastas, me mira pasar y me dice: “yo en Buenos Aires también era dark, pero acá soy luminoso, loco…”, mirando el sol. Entonces dije: “yo quiero ser luminoso también” O sea que hubo un contraste fuerte y bastante impactante para vos. Sí, yo hago muchísimo contacto con la parte luminosa del pueblo de playa, elegí acá, tengo una gran capacidad para el autoengaño y para la negación, así que doy vuelta la cara todo lo que no es idílico de Gesell, mi tierra elegida es bastante paradisiaca, es austera y áspera pero paradisiaca, no violenta, no es sórdida. ¿Cómo se conecta esta nueva experiencia para vos con tu condición de escritor, vos ya viniste acá con una carrera de escritor en pleno desarrollo? Por esas vueltas de la vida mi actividad literaria se terminó relacionando con el mar de una manera insólita. Yo había llegado más o menos en el 2003, y a fines del 2007 terminé una novela autobiográfica, “María Domecq”, en la que dejé la piel, y quedé vacío. Dije “no tengo qué escribir, qué va a ser de mi vida…” Era una época que en Página 12 nadie quería las contratapas, habían quedado como vaciadas, y yo pedí la contratapa del viernes y dije “en algún lugar me tengo que esconder hasta que se me ocurra de qué escribir y me fui ahí”. Y de pronto se me ocurrió… Yo siempre he sido un lector feroz, y siempre me ha llamado la atención adónde va a parar, cuando uno termina de leer un libro está en ese estado celestial, casi nunca logra compartirlo con nadie, se te va extinguiendo solo, es muy raro que te encuentres con alguien que leyó el libro a la par que vos, que le gustó a la par que vos, ni hablar encontrarte con el autor y poder decirle algo. Así que generalmente cuando le empezás a hablar a alguien de

4 / El Fundador / Junio 2021

un libro que el otro no está leyendo… no da. Y de pronto dije “qué pasa si pongo en lo que escribo eso que siento cuando termino de leer”, “qué pasa si empiezo a escribir sobre lo que leo”, en vez de estas cosas de los narradores, de inventar historias, pensé “voy a contar lo que leí” y empecé a hacer la contratapa así. Apostaste a la naturalidad… Generalmente los escritores cuando tienen una columna semanal tratan de hacerla con el menor gasto energético posible para poder escribir lo que les importa, y yo hice al revés, qué pasa si pongo todo en esa contratapa, en esa columna. Entendí por primera vez en mi vida lo que es la periodicidad, la frecuencia semanal que es como sentir un borceguí apoyado contra el pecho. Entonces para entender lo qué quería decir, cómo escribir, empecé a bajar al mar, a caminar y de pronto empecé a descubrir que el mar me enseñaba, me ayudaba, me daba pistas, volvía siempre con la cabeza más limpia, más clara. En ese entonces no iba mucho a Buenos Aires, entonces yo nunca supe el efecto que tenían las contratapas, todavía las redes sociales no eran tan potentes como ahora, y no sabía el efecto que tenían las contratapas, me enteré tiempo después. Un día Saccomanno volvió de Buenos Aires y me dijo “che, como gustan”, y lo que lentamente fue pasando es que no importaba el obstáculo que tuviera en mi vida… esa semana la contratapa me salía igual, y además yo creo que de verdad la presencia del mar… yo no escribo eso sólo, siento que esas contratapas que ya terminaron el ciclo y no creo que se vuelva a repetir en mi vida, pero que fui canal, algo se contaba a través de mí, a través de esas historias, algo pasaba, yo no estaba solo escribiendo eso, sino no hubiera generado el nivel de empatía con gente tan diversa y con tanta gente a lo largo de estos ocho años. Si vos me preguntas dónde está la causa de eso, ahí está, abajo en la playa…cuando bajaba a caminar. Quiere decir que lo que parecía ser algo lateral y casi un escondite, se convirtió tal vez en una experiencia como

escritor, tal vez la más fuerte que tuviste. Sí, y el mejor socio que tuve en mi vida escribiendo, nunca nadie me ayudó tanto. Los poetas hablan mucho en esos términos, de ser canal, de escuchar al mar, ¿esto también te llevó, esta nueva experiencia, te acercó a la poesía? Sí, porque yo había empezado como todos escribiendo poemas y era horrible, por suerte me di cuenta bastante rápido que la poesía no me había sido dada y de hecho dejé casi de leer poesía pero con el paso de los años me di cuenta, una vez leyendo un escritor yugoslavo que se llama Dario Quis, el tipo decía: “de Borges hay que aprender el elemento lírico enmascarado, es decir, hacer poesía en la prosa sin que se note”. La poesía tiene esta cosa que es tratar de hacer poesía en prosa queda cursi, así que hay que tratar de hacerlo de la manera más disimulada posible. Y por supuesto cuanto más breve es el texto que vos trabajás, trabajás más con el sobreentendido digamos, porque tenés poco espacio. Yo tenía la limitación de las 100 líneas y tenía la obligación de decir lo máximo posible con ese escaso espacio y ahí empezas a trabajar la brevedad, la síntesis y la condensación y te empezas a acercar a la poesía te guste o no, te des cuenta o no te estás arrimando. De ahí que eso se convierta en lo poético, de que tengas la suerte de que caiga el rayo verde ahí, eso ya es una hazaña. Después de aquellos poemas juveniles que citaste, en este nuevo contexto, ¿volviste a escribir poesía, o a intentar escribir poesía? No, sólo en el terreno estrictamente doméstico, algún poemita regalado a mi hija, a mi mujer…ah, hice una contratapa en verso, medio en chiste, un homenaje a una poeta polaca que me gusta mucho Wislawa Szymborska, y le hice un poema de amor, en chiste. Quiere decir que tu complicidad con el mar no es que te dicta versos, sino que hay otro lugar en que se conecta el mar con vos. Sí, en cuanto a lo poético, yo lo voy a


seguir haciendo enmascarado dentro de la prosa siempre. Yo lo que entendí con el mar es este tema de las presencias (no hay que hablar mucho de esto por cábala) pero hay algo que…hay gente que lo entendió en la montaña, básicamente creo que en el fondo es la relación con la naturaleza, y con la soledad. ¿Te sentías más solo por momentos en Buenos Aires que acá, o al revés? Hay cierta clase de soledad que en el fárrago de la ciudad es muy difícil que se den las condiciones naturales para que tengas acceso a esa clase de soledades, es una cualidad de la soledad. Está la cosa horrible de sentirse solo, eso es otra cosa, yo cuando hablo de la soledad es cuando de pronto estás sin nadie y en comunión con algo, vos solo. Y eso yo en la ciudad lo podía conseguir, yo era noctambulo en la ciudad, y esa expresión: “en la alta noche” a las 4 y media de la mañana, sino era muy raro, un amanecer extraño. Y acá te ocurre a cada minuto, se dan momentos satoris espectaculares. Cuando terminaste “María Domecq” sentiste ese vacío, ahora que estás dejando de ser el Viernes, el hombre viernes y las columnas de Página 12, ¿qué hay enfrente, qué continúa, qué no continúa? ¿El mar continúa, este pueblo continúa, qué cae? Todo es bastante simbólico, hace poco se

murió mi vieja, a fin de año mi hija termina el colegio y eso implica que se va, toma vuelo, emprende el vuelo ella, lo sabemos todos los que vivimos en los pueblos cuando los hijos terminan el colegio, quieren volar, así que no tengo idea, lo que venga, pero mucho más tranquilo que otras veces, más viejo, mas cansadito, siempre tendremos el mar. Esta bueno también, me voy a poder hacer escapadas en invierno, y huir del invierno un poco, huir en busca de solcito y mar en alguna otra parte, que antes no podía porque dependía de, estábamos esclavizados por la rutina escolar de mi hija.

de cuerno unicornio marino. Estos son los momentos extraordinarios en donde estás solito caminando por el mar como un pavote y de pronto frente a tus pies aparece esto. Una vez encontré uno más largo todavía y se lo regalé a una sobrina, le dije que era un cuerno de un unicornio…y creo que sigue convencida.

Amplíanos un poco más esta experiencia con el mar, este intercambio con el mar, ¿qué sucede? Yo ya lo he convertido en una especie de rutina simbólica, de cada caminata vuelvo con una piedrita, de esas que cuando vas caminando por el mar y ves por la orilla, de pronto una piedra que parece especialmente linda y te agachas a levantarla, generalmente cuando terminó tu paseo, no sabés qué hacer con la piedrita y la tiras…yo me las fui quedando, como los estantes son anchos y puedo tirar los libros para atrás, me fui trayendo una piedra de cada caminata y es medio como que cada piedra es una contratapa, la regla es nunca más de una piedra por caminata, y hay días que el mar no da, pero hay días que da cosas extrañas, como esta especie

Que quede como la poesía simulada en la escritura, tal vez… Sí, en realidad viene cuando quiere, no se puede hacer nada al respecto. Había un poema de Murena espectacular, me acuerdo, eran poemas muy finitos, de pocas palabras, muy aéreos en la página y decía “Solo atento, no hay que estar preparado”

Tu sobrina está convencida de que eso es un unicornio ¿y vos? ¿hay una presencia mágica ahí también, en esos objetos? Sí, sí, yo creo que algo hay, pero me da pavor hablar de esas cosas, no sé…

Vos decís que el mar te limpia, te destapa las “cañerías”, ¿en qué sentido? Primero te pone en panorama, te da tu tamaño real, viendo la inmensidad del mar se te acomodan las ideas muy rápidamente, especialmente para los que tienen problemas de ego, de vanidad, de narcisismo como es mi caso, caminar por

el mar me hace bien. También decís que el mar te enseña a mirar para adentro. Sí, porque vas caminando y mirando la línea del horizonte un poco, la manera en que rompe el rulo de las olas, de pronto miras para el lado de la playa, la gente que hay, la forma de los médanos y sin darte cuenta estás mirando para adentro, hay un momento donde la mirada gira para adentro y ya estás en un paisaje interior en paralelo con eso, tenés la mirada ya media vidriada y estás caminando en tu interior, es como cuando nadás, estás adentro más que afuera. ¿Cómo es tu experiencia como nadador en el mar? Me meto a nadar en el mar lo que puedo, cada año menos, cada verano menos, nado todo el año en pileta, así que me volví un nadador unplugged. ¿Te encontraste lo que buscabas, ese sueño de vivir cerca del mar? Sí, vivo mucho mejor. Siento que vivo mucho mejor ahora que cuando vivía en la ciudad, y cuando estoy en otros lugares que no son ciudades, extraño con locura el mar. Muy lindas las montañas, el campo, el lago, pero “¿cuándo vuelvo?”, la verdad a mí me gusta el mar.

Junio 2021 / El Fundador / 5


Nadar de Noche Era demasiado tarde para estar despierto, especialmente en una casa prestada y a oscuras. Afuera, en el jardín, los grillos convocaban empecinados y furiosos la lluvia, y él se preguntó cómo podían dormir en los cuartos de arriba su mujer y su hijita con ese murmullo ensordecedor. Tenía insomnio, estaba en pantalones cortos, sentado frente al ventanal abierto que daba a la terraza y al jardín. Las únicas luces prendidas eran los focos adentro de la pileta, pero la luz ondulada por el agua no conseguía matar del todo la sensación de estar en una casa ajena, el malestar indefinible con aquel simulacro de vacaciones. Porque, en realidad, no estaba ahí descansando sino trabajando. Aunque el trabajo no implicase ningún esfuerzo en particular, aunque no tuviese que hacer nada, salvo vivir en esa casa con su mujer y su hija y disfrutar las posesiones de su amigo Félix, mientras éste y Ruth remontaban el Nilo y gastaban fortunas en rollos de fotos y guías egipcios sin dientes, a cuenta de una revista de viajes italiana. Para calmarse, para atraer el sueño, pensó que no Iba a pisar Buenos Aires en todo el mes. Viviría en pantalones cortos y sin afeitarse, cortaría el pasto, cuidaría la pileta, vería videos y escucharía música mientras su hija crecía delante de sus ojos y su mujer inventaba postres raros en la cocina. Y en todo ese tiempo quizá le dejaran algún mensaje mínimamente estimulante, o al menos catastrófico, en el contestador automático de su departamento. Mientras tanto, a lo mejor Félix y Ruth decidían prolongar su viaje un mes más, o tenían un accidente, o se enamoraban los dos de un mismo Efebo andrógino y analfabeto en Alejandría. Un mes podía ser mucho tiempo en algunos lugares; un mes podía ser casi una vida. Para su hijita, por ejemplo. Tenía que empezar a vivir al ritmo de ella, como le había dicho su mujer. Día por día, hora por hora, lentamente. Tenía que asumir la paternidad de una vez, como dirían Félix y Ruth, si es que no lo habían dicho. Entonces oyó la puerta. No el timbre sino dos golpecitos suaves, corteses, casi conscientes de la hora que era. Cada casa tiene su lógica, y sus leyes son más elocuentes de noche, cuando las cosas ocurren sin paliativos sonoros. Él no miró el reloj, ni se sorprendió, ni pensó que los golpes eran imaginación suya. Simplemente se levantó, sin prender ninguna luz a su paso y cuando abrió la puerta se encontró con su padre parado delante de él. No lo veía desde que había muerto. Y, en ese momento, supo incongruentemente que ya se había hecho a la idea de no verlo nunca más. Su padre tenía puesto un impermeable cerrado hasta arriba y el pelo tan abundante y bien peinado como siempre, pero totalmente blanco. Nunca habían sido muy expresivos entre ellos. Él dijo: “Papá, qué sorpresa”, pero no se movió

6 / El Fundador / Junio 2021

el relato cumbre de Juan Forn

hasta que su padre preguntó sonriendo: – ¿Se puede pasar? -Sí, claro. Por supuesto. El padre cruzó el living a oscuras y el ventanal abierto y fue a sentarse en una de las reposeras de la terraza. Desde allá miró hacia adentro, lo llamó con la mano y tocó la reposera vacía a su lado. Él salió obedientemente a la terraza. Dijo: -Dame el impermeable, si querés ¿Te traigo algo para tomar? El padre negó con la cabeza. Después se estiró todo lo que pudo y respiró hondo sin perder la sonrisa. -No, no así está bien. Va a llover en cualquier momento-dijo-. Qué maravilla. ¿De día es así, también? -Mejor. Para Marisa y la beba, especialmente. -Marisa, y la beba. Debés tener un montón de cosas para contarme, ¿no? Él sintió que se le aflojaba apenas la mandíbula. En los sueños en que volvía a verlo, su padre siempre estaba al tanto de todo lo que les había pasado a ellos en su ausencia. -Sí, claro-dijo-. Supongo que sí. -Por supuesto, no pretendo que me pongas al día con las noticias. Obviemos la política, el trabajo, el mundo en general, si es posible. Las cosas domésticas, me interesan. Tus hermanas, vos, Marisa, la Beba. Esas cosas. A él le sorprendió que mencionara la palabra domésticas. Y mucho más aún que hubiese nombrado a todos menos a su madre, pero no supo qué decir. -Voy a servirme un whisky ¿Seguro que no querés? -No, no, gracias. A propósito, qué buena idea, las luces adentro de la pileta. -No es mía-dijo él antes de entrar. La casa, quiero decir. Cuando volvió a aparecer, con un vaso bastante lleno, se frenó detrás de la reposera de su padre y de golpe sintió que todavía no se habían tocado. -Yo creí-dijo, desde ese lugar-que vos veías todo lo que pasaba acá, desde donde estabas. La cabeza de su padre se movió levemente a uno y otro lado, varias veces. -Lamentablemente no. Es bastante distinto de lo que uno se imagina. Él miró la pileta y tuvo la sensación de que no controlaba lo que decía ni lo que iba a decir. -Si supieras la cantidad de cosas que hice en estos años para vos, pensando que me estabas mirando. -Y se rió un poco, sin alegría pero sin amargura, para vaciarse los pulmones nomás. -O sea que no sabés nada de estos cuatro años. Qué increíble. El padre se reacomodó en la reposera y lo miró de costado. -A lo mejor hay cambios, adonde nos mandan ahora. Si te sirve de consuelo. Él lo miró sin entender.


-Hubo un traslado. Voy a estar en otra parte, a partir de ahora. No sólo yo, muchos más. Las cosas allá no son tan ordenadas como se supone. A veces pasan estos imprevistos. Digo, que esté ahora con vos. – ¿Y por qué conmigo? ¿Por qué no fuiste a ver a mamá? El padre miró un rato la luz ondulante de la pileta. Su cara cambió muy levemente, hubo un ínfimo matiz de tristeza en su inexpresividad. -Con tu madre hubiera sido más difícil. Una noche no es tanto tiempo, y yo necesito que me cuentes todo lo que puedas. Con tu madre hablaríamos de otros temas. Del pasado, especialmente, de ella y yo, de muchas cosas buenas que vivimos los dos juntos. Y eso hubiera sido injusto de mi parte. Hizo una pausa. -Hay ciertas cosas que son técnicamente imposibles en mi estado actual: sentir, por ejemplo. ¿Entendés? En cierta medida, lo que soy esta noche es algo que no tendría ningún valor para tu madre. Con vos, en cambio, es más sencillo, para decirlo de alguna manera. Siempre te ubicaste en una posición panorámica en cuanto a las emociones. Con tu madre, con tus hermanas, con vos mismo. En fin. Hizo otra pausa.

-También pensé que podrías arreglártelas mejor con los sentimientos que te provocará esta visita. A fin de cuentas, yo nunca fui tan importante para vos, ¿no es cierto? Él sintió algo que hacía mucho tiempo que no sentía. Una especie de sumisión y de necesidad de oponerse a esa sumisión. Supo de pronto que en los últimos cuatro años no había sido esto que ahora era, nuevamente: hijo de su padre. Fue hasta el borde de la pileta, se sacó los mocasines y se sentó con las piernas dentro del agua. -Si no hubieras sido tan importante para mí, entonces no habría hecho las cosas que hice para vos, por vos, en estos años. ¿No se te ocurrió pensar eso? -No. Él quedó perplejo. La respuesta le había parecido tan rápida y brutal que sonó sincera. Y justamente por eso inverosímil. Cobarde. Casi injusta. -Y ahora qué sabés-atinó a decir. -Nada-contestó el padre. Después se levantó, llevó la reposera hasta el borde de la pileta y se sentó con las manos en los bolsillos.

Junio 2021 / El Fundador / 7


-Supongo que no cambia nada. Lo que hiciste, ya lo hiciste. Y me parece que no tiene sentido que te enojes ahora, con vos o conmigo, por eso. ¿No? No sólo era inútil, además empezaba a sentir que no le era lícito, frente a la condición de su padre, cuestionar nada, ni permitirse esa insólita belicosidad. La necesidad de oponerse se desvaneció y sólo quedó la sumisión, no ya dirigida a su padre sino a un estado de cosas, a una abstracción obtusa e inabarcable. -Es cierto-dijo-. Perdón. Se quedaron callados un rato, hasta que él dijo: -De todas maneras, exageré un poco. No fueron tantas las cosas que hice pensando en vos. El padre soltó una risita. -Ya me parecía. Un relámpago rajó en dos el fondo del cielo. Cuando sonó el trueno el padre se encogió y su risita volvió a oírse. -Ya casi no me acordaba de estas cosas. Es notable cómo funciona la memoria, lo que conserva y lo que deja de lado. -Los grillos-dijo él-. ¿Los oís? No me dejaban dormir. Por eso estaba despierto cuando llegaste. Después de decir estas palabras dudó ¿Los grillos? Pero lo pensó mejor y prefirió quedarse con la duda. -Bueno-dijo el padre con voz muy suave. A lo nuestro. – ¿Puedo preguntarte algo, antes? La reposera crujió. Él hizo un esfuerzo para mantenerle la mirada a su padre. -Como quieras. Pero ya sabes cómo es eso: una vez que te enteras, difícil que puedas borrártelo de la cabeza. No es una amenaza. Lo digo por vos, simplemente. -Sí, ya sé-dijo él. Y preguntó, con voz insegura: – ¿Todos van al mismo lugar? ¿No importa lo que haya hecho cada uno? -Eso es algo que podría haberte contestado desde los veinte años, más o

8 / El Fundador / Junio 2021

menos. Siempre sospeché que importaba más en vida que después. En cuanto a la otra pregunta, no es exactamente un lugar, adonde van. Pero sí: todos van al mismo, en la medida en que todos somos relativamente iguales. El modo de vida de tu vecino y el tuyo, por ejemplo, se diferencian tanto como tu estatura y la de él. Son matices, y los matices no cuentan. Digamos que hay, básicamente, sólo dos estados: el tuyo y el mío. Es bastante más complejo, pero no lo entenderías ahora. -Entonces vos y yo vamos a encontrarnos de nuevo, en algún momento-dijo él. El padre no contestó. – ¿Importa algo estar juntos, allá? El padre no contestó. – ¿Y cómo es? -Dijo él. El padre desvío los ojos y miró la pileta. -Como nadar de noche-dijo. Y las ondulaciones de la luz se reflejaron en su cara. -Como nadar de noche, en una pileta inmensa, sin cansarse. Él tomo de un trago el whisky que le quedaba en el vaso y esperó a que llegase al estómago. Después tiró los hielos en la pileta y apoyó el vaso vacío en el borde. – ¿Algo más? -Dijo el padre. Él negó con la cabeza. Movió un poco las piernas en el agua y miró la base de la reposera, el impermeable, la cara blandamente atemporal de su padre. Pensó en lo reticentes que habían sido siempre en todo contacto corporal y le parecieron increíblemente ingenuos y artificiales aquellos abrazos en los sueños en que aparecía su padre. Esto era la realidad: todo seguía tal como había sido siempre, y recomenzaba casi en el mismo punto en que quedara interrumpido cuatro años antes. Aunque sólo fuese por una noche. -Por dónde querés que empiece-dijo. -Por donde quieras. No te preocupes por el tiempo: tenemos toda la noche. Hasta que termines no va a amanecer. Él respiró hondo, largó el aire y supo que había entrado en la noche más larga y secreta de su vida. Empezó, por supuesto, hablando de su hija.


Selección de textos - 5 de marzo de 2009

Morir es otra cosa Vengo cruzando mails con una señora de cierta edad, a propósito de una contratapa que escribí hace unas semanas sobre “el buen morir”. En el primer mail, la señora me preguntaba si había manera de conseguir en Argentina los tres libros que yo mencionaba, pero como quedó en evidencia en el segundo mail, la pregunta era sólo una excusa para decirme que el final de mi nota le parecía altamente implausible, y de muy dudoso gusto además (yo citaba las últimas palabras que le había dicho una paciente a un amigo mío médico en un hospital, después de pedirle que se sentara a su lado y le sostuviera la mano: “Llevo un rato muerta y casi no se nota la diferencia”). “No me parece nada bien rematar con una humorada un asunto tan serio”, me decía mi corresponsal, de nombre Aída. “Y además no creo que exista ese amigo suyo médico”, agregaba sibilinamente en la posdata. Soy de cumplir esa regla de hierro enunciada por Saul Bellow (“Nunca, bajo ningún aspecto, contestar las cartas que recibimos de lectores”), pero esta vez confieso que me solivianté. Le copié a Aída el mail de mi amigo médico, para que ella le preguntara directamente si existía o no. En cuanto a las según ella implausibles últimas palabras que cerraban mi nota, copié de memoria unos versos del poeta polaco y Premio Nobel Czeslaw Milosz (que quizá no fueran de él sino de otro polaco poeta y Premio Nobel, Zbigniew Herbert): “Hay una hora que no es aún la noche y no es ya el día, en que los muertos y los vivos pueden tocarse”. Creí que con eso daba término a mi epistolario con Aída, pero la respuesta llegó pocas horas después: “Encontré hace un mes, en una librería acá en Rosario, un volumen muy breve de una médica inglesa llamada Iona Heath, que trabaja en un hospital de uno de los barrios pobres de Londres. El libro se llama Ayudar a morir. Pensé que usted plagiaba de ahí”. Antes de enojarme más con Aída, me di una vuelta por las librerías gesellinas y encontré sin dificultad el librito en cuestión. Empecé a leerlo de parado y todavía furioso. Una hora después, cuando me faltaban menos de veinte páginas para terminarlo, decidí que era uno de esos libros que hay que tener sí o sí, lo pagué, me lo traje a casa, me senté a la computadora y le agradecí a Aída su recomendación. “No me agradezca. Escriba sobre el libro”, me contestó. Lo primero es lo primero, entonces: la muerte es parte de la vida, dice para empezar la doctora Heath. El gran Hans-George Gadamer, que vivió hasta los 102 años, había declarado al cumplir los cien: “Quiero estar vivo hasta la muerte. Si reducir el dolor es atontar la conciencia, prefiero el dolor. Al menos prefiero elegir yo mismo entre el dolor y la conciencia”. Samuel Beckett confesó enfurecido, antes de morir: “Es casi imposible hoy en Europa morir con dignidad, salvo que uno sea pobre”. Más del 70 por ciento de los pacientes que mueren en hospitales europeos lo hace bajo el efecto de potentes calmantes (y el 55 por ciento muere con los tubos de alimentación puestos). ¿Entonces la mejor muerte posible, hoy, sería la muerte repentina? La doctora Heath pone el dedo en la llaga cuando se pregunta si la muerte repentina es una buena muerte. Y se contesta que la mejor manera de completar la vida (y qué es una buena muerte sino eso: completar la vida) es estar preparado para morir. Según la doctora Heath, la mente y el espíritu se adaptan a los efectos que tienen en el cuerpo la vejez y la enfermedad. Según la doctora Heath, uno no muere hasta que el cuerpo está listo para morir: a medida que decae la esperanza, crece el anhelo de paz en las personas mayores. Esa es la señal mental de que uno está preparado para morir (la tarea de los médicos es contribuir a que los tiempos corporales y mentales del paciente estén en la mayor armonía posible). Según la doctora Heath, no se muere

repentinamente ni siquiera en los episodios cardíacos: hay vida después de que el corazón ha dejado de latir. Apartar la vista de los moribundos es tratarlos como si ya no perteneciesen al mundo de los vivos (y me permito recordar aquí a los lectores lo que conté la semana pasada sobre Gore Vidal, cuando llegó a la habitación donde yacía su amante de toda la vida justo en el momento en que éste había dejado de respirar: “Howard tenía los ojos abiertos y brillantes y alerta. Los pulmones y el corazón tal vez ya se hubieran detenido, pero los nervios ópticos seguían enviando mensajes a un cerebro que, como dicen los que entienden, no se apaga inmediatamente. De manera que, en el final-final, nos miramos fijamente a los ojos uno al otro”). La doctora Heath cree, como John Berger, que los muertos nos ayudan a morir. Berger lo dice de manera poética: “Los muertos rodean a los vivos. Y hay intercambios entre ambos, intercambios que nunca fueron claros y que, desde que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, se han vuelto más difusos aún. Hoy pensamos en los muertos como los eliminados, con consecuencias desastrosas para los que estamos vivos”. Porque es médico, y porque es mujer, la doctora Heath es más terrestre. Ella explica así su convicción: “Cuando los muertos superan a los vivos entre las personas que conocemos, es más fácil morir. Eso es lo que les pasa a los viejos. O a los que sobreviven a una masacre, una catástrofe, una guerra. Y eso es lo que explica, quizá, por qué es tan difícil para los jóvenes aceptar la muerte”. Hay una sensatez sobrehumana, casi angélica, en las palabras de la doctora Heath. Su brevísimo, invalorable librito termina con un puñado de consejos para que los médicos recuperen ese papel tradicional como compañeros-en-la-muerte, que abandonaron a causa de los avances científicos y tecnológicos. Me permito reproducirlos: Siempre que sea posible, los pacientes deben morir en un lugar familiar y querido. No deben morir en soledad. Hay que comunicarse hasta el final con el moribundo, y no sólo de palabra sino también a través del contacto físico, mirándolo a los ojos, sosteniendo su mano. La muerte no se puede evitar. La muerte pone fin al miedo. Mi querida Aída, espero que ahora estemos en paz.

Junio 2021 / El Fundador / 9


Selección de textos - 11 de noviembre de 2018

Una ópera de tres centavos En 1978, Robert DeNiro fue a visitar a Martin Scorsese a una clínica de desintoxicación en las afuera de Nueva York. DeNiro y Scorsese eran como hermanos. Habían filmado juntos Calles Peligrosas cuando nadie los conocía, habían alcanzado fama y gloria con Taxi Driver y venían de ser despedazados por hacer New York, New York. DeNiro no había padecido tanto porque él era el actor nomás, y New York New York era evidentemente una película de director, pero Scorsese había padecido un colapso triple: el fracaso de su película, la intempestiva partida a Europa de Isabella Rosellini, su novia de entonces, y su adicción a la cocaína. DeNiro no sabía con qué iba a encontrarse pero igual fue con un libro bajo el brazo. Scorsese lo esperaba con otro libro para regalarle. Los dos pensaban lo mismo: en el traslado al cine de ese libro que tenían entre las manos estaba la oportunidad de ambos para volver a la buena senda, a los buenos tiempos. El libro que Scorsese tenía para DeNiro era La última tentación de Cristo, de Kazantzakis. El que DeNiro le dio a Scorsese era la autobiografía del boxeador Jake LaMotta. Dos días después DeNiro volvió a la clínica y le dijo a Scorsese que el libro de Kazantzakis no le decía absolutamente nada. Scorsese le contestó que a él le pasaba exactamente lo mismo con el de Jake LaMotta. Scorsese quería que Travis Bickle hiciera de Cristo, era una idea potentísima pero él estaba demasiado débil para defenderla. Y DeNiro tenía miedo de colapsarlo si le decía lo que realmente pensaba: porque, sin decirle nada, ya había pagado de su bolsillo los derechos para llevar al cine la vida de Jake LaMotta y no se le ocurría ningún otro director que pudiera filmarla. “Pero yo no sé nada de box, nunca me interesó”, le decía Scorsese con un hilo de voz. DeNiro insistía, apelando al corazoncito itálico de su amigo: “Imagínalo como un gladiador que sale a la arena. Imagina toda esa gente que quiere verlo devorado por los leones”. Y le describía la capacidad sobrehumana de LaMotta para asimilar el castigo sin caer a la lona, las veces que había remontado con un KO providencial peleas que estaba perdiendo alevosamente por puntos. “Marty, sólo tú puedes transmitir lo que significaba LaMotta para nuestra gente. Te estoy hablando de un tipo que perdió cinco veces contra Ray Sugar Robinson y al final de cada pelea, con la cara tumefacta y sangrante, iba a abrazarlo y le decía al oído: Tampoco esta vez pudiste noquearme, Ray. Imagina un boxeador que pelea como si no mereciera vivir. Imagina lo que puedes hacer con la cámara cuando filmes cada golpe, las gotas de sudor y de sangre volando por el aire y salpicando los tapados de piel y los smokings de la gente en el ringside. Te estoy hablando de una ópera, Marty. Las peleas serán como las arias. Sólo tú puedes convertir esta historia en una ópera del Bronx”. Hoy es difícil imaginar un DeNiro así, pero en aquel tiempo estaba prendido fuego: venía de hacer Taxi Driver y El Padrino, y mientras convencía a Scorsese hizo El Francotirador. A mí no me parece casualidad que, en El Francotirador, eligiera mal su papel y dejara que Christopher Walken se robase la película. Tenía toda la libido puesta en convencer a su hermano Marty para hacer juntos esa ópera del Bronx. Las palabras “ópera” y “Bronx” tocaron un punto neurálgico en la vapuleada humanidad de Scorsese. En New York New York había intentado que confluyeran sus ambiciones contrapuestas de ser un grande de Holywood a la manera de Vincente Minelli o John Ford y un trangresor a la manera de Fassbinder o Godard. La crítica le había hecho saber de mala manera que no se podía ser las dos cosas al mismo tiempo, pero él seguía creyendo que sí se podía, si el

10 / El Fundador / Junio 2021

vehículo elegido era el correcto. Recordemos aquellos tiempos: Bob Fosse acababa de de filmar Lenny en blanco y negro, con Dustin Hoffman haciendo un Lenny Bruce monumental, y el gran éxito del año anterior había sido Rocky, una película de boxeo, una película de losers. En cuanto le dieron el alta a a Scorsese, DeNiro lo arrastró a un burlesque de la calle 47 donde La Motta hacía de patovica a cambio de que lo dejaran subir un rato al escenario, donde recitaba trozos de Shakespeare con su dantesco acento del Bronx, para las risotadas del público. DeNiro miró a su amigo. Scorsese ya estaba imaginando la película. Esa misma noche decidieron que había que filmar en blanco y negro, porque así era el box para el inconsciente colectivo norteamericano: como lo habíantodos visto por primera vez, por televisión, en aquellas míticas peleas de sábado a la noche en blanco y negro. Scorsese sabía que no cotizaba nada bien después de la catástrofe de New York, New York y de su internación para desintoxicarse. Pero tenía una película de boxeadores. Y tenía a DeNiro. Y tenía también a Paul Schrader, que era una garantía: venía de una racha de guiones exitosos desde Taxi Driver. Es decir que ya tenía su ópera de tres centavos. Schrader lograría sacar, de la tosca acumulación de confesiones que era el libro de La Motta, un guión que era un directo al plexo. Empezaba con un plano negro, ruido de gritos y muebles rotos y por encima un vozarrón que decía: “¡Acábenla de una vez! ¿Son animales o qué?” (El batifondo era La Motta fajando a su mujer embarazada). Y la última escena era en un calabozo, La Motta preso en Miami por chulear pibas de catorce, en su momento de mayor degradación, solo en aquel calabozo, donde procedía a masturbarse mientras murmuraba con la cabeza gacha: “No soy un animal, no soy un animal”. Por supuesto, en el imaginario mundial, El Toro Salvaje es la película con la que DeNiro ganó un Oscar por engordar un millón de kilos para encarnar un LaMotta crepuscular, después de haber hecho todas las escenas del LaMotta boxeador con un cuerpo que era más fibroso y eléctrico que un cable de alta tensión corcoveando. La leyenda dice que DeNiro entrenó un año entero bajo la supervisión directa del propio LaMotta, que hizo más de mil rounds de guantes con sparrings que le bajaron varios dientes y a los que él les rompió una que otra costilla, que filmó contra reloj todas las escenas de LaMotta joven y a continuación se fue cuarenta días de caravana por trattorias de pueblo del norte de Italia, comiendo siete y a veces ocho veces al día hasta agregarle treinta kilos a su fibrosa osamenta de sesenta y cinco. El Toro Salvaje es la última gran película de DeNiro y su último Oscar. Es también la última gran película americana de los años 70, además de ser la mejor película de box de todos los tiempos y la gran derrotada de los Oscar de1980, donde perdió contra Gente como uno, y Scorsese cayó como mejor director contra Robert Redford. La leyenda dice que El Toro Salvaje perdió toda chance de Oscar cuando el loco John Hinckley quiso asesinar a Ronald Reagan bajo la influencia de Taxi Driver. Scorsese no quería ni ir a la entrega de los Oscars, finalmente asistió escoltado por agentes del FBI disfrazados de invitados, y se lo llevaron antes de que terminara la ceremonia. Había sido, una vez más, el gran derrotado de la noche. En el avión que se lo llevó de Los Angeles esa misma noche encontró consuelo releyendo por enésima vez su ejemplar recontrasubrayado de La última tentación de Cristo, sin saber que lo esperaban nueve años de penuria hasta plasmar en la pantalla grande esa preproducción mental que lo distrajo del fracaso en aquel vuelo nocturno de Los Angeles a Nueva York.


Junio 2021 / El Fundador / 11


Selección de textos - 28 de octubre de 2018

La ceremonia de los miércoles Cada miércoles por la tarde, delante de la embajada japonesa en Seúl, un puñado de mujeres coreanas de más de noventa años reclama en vano que Japón reconozca lo que hizo con ellas. Cada vez son menos porque, desde que empezó el reclamo, en el año 1991, han ido muriendo casi todas: hoy sólo quedan treinta y cinco sobrevivientes. Por esa razón, desde el año 2011 se han ido erigiendo estatuas de esas mujeres frente a las embajadas japonesas, no sólo en Seúl, sino también en Hong Kong, Taipei, Yakarta y Tainan, para que su reclamo no cese cuando ellas no estén. ¿Qué hizo Japón, el Japón imperial, con esas mujeres? Las convirtió en esclavas sexuales para su ejército, cuando todas ellas eran menores de edad, entre 1937 y 1945. La historia empezó después de la tristemente célebre masacre de Nanking. En diciembre de 1937, luego de que las tropas japonesas arrasaran la capital china, mataran más de trescientos mil civiles y violaran ochenta mil mujeres, el emperador Hirohito se escandalizó con sus altos mandos y ordenó que no se repitieran más “semejantes estigmas para la imagen del Imperio” (cito textualmente). Los altos mandos inventaron entonces las “estaciones de consuelo”, unos burdeles militares que debían cumplir tres funciones: dar satisfacción sexual a las tropas, evitar las violaciones de mujeres locales y reducir la transmisión de enfermedades venéreas, ya que las integrantes de estas “estaciones de consuelo” eran sometidas a revisaciones médicas semanales. El reclutamiento de “voluntarias” comenzó en 1941, principalmente en Corea. Fueron pueblo por pueblo y aldea por aldea. Amparados en la Ley de Movilización General que regía en todo el imperio, se llevaban las hijas mujeres de todas las familias. Se les decía que viajarían a Japón a colaborar con el ejército imperial cocinando para las tropas, o remendando uniformes, o trabajando de enfermeras. Pero no se las enviaba a Japón sino

Estudio Jurídico Beltrocco & Asoc Tel.2255 46-0700 Av 3 Nº 1069 V.Gesell

12 / El Fundador / Junio 2021

al frente, donde eran sometidas a un régimen inhumano: vivían apiñadas en las “estaciones de consuelo” sin permiso para salir, mal alimentadas, sometidas a castigos constantes y obligadas a satisfacer las demandas de las tropas, que se incrementaban antes de cada batalla (podían llegar a ser hasta sesenta soldados por noche) porque los japoneses creían que tener sexo antes de combatir los fortificaba y protegía. El asunto quedó convenientemente silenciado después de la guerra porque los japoneses quemaron todos los registros y, además,porque la gran mayoría de las víctimas murieron (durante la guerra o inmediatamente después, por suicidio o por enfermedades consecuencia de su internación)o no se atrevieron a volver a sus pueblos natales, por falta de recursos o por vergüenza. Recién en 1991, cuatro años después de que se estableciera la democracia en la República de Corea del Sur algunas de las sobrevivientes se atrevieron a contar por primera vez su historia. Una de ellas llamada Kim Hak-sun aceptó relatar su experiencia para un diario coreano: dijo que el calvario no había terminado con el fin de la guerra, que callarlo era casi igual de malo que habérselo confesado a sus familiares porque la escarnecían cada vez que tomaban unas copas. La única solución que veía era unirse, contarlo públicamente. Logró que doscientos cincuenta de sus compañeras se sumaran y comenzaron a juntarse cada miércoles frente a la embajada japonesa en Seúl, al principio con casi nula repercusión. El debate acerca de la esclavitud sexual en las “estaciones de consuelo” gira en torno al modo en que fueron reclutadas sus integrantes. El gobierno japonés sostuvo durante años que no había habido reclutamiento forzoso, que se trataba de “trabajadoras sexuales con licencia para ejercer y cobrar”, una forma de prostitución legal, como la que regía en su propio territorio. Las sobrevivientes no tenían ningún documento que sostuviera su acusación: sólo podían ofrecer el relato de su atroz experiencia. Pero reuniendo uno a uno esos testimonios se pudo establecer que las “mujeres de consuelo” fueron no menos de veinte mil (y se estima que pueden haber llegado hasta ochenta mil). Luego de que la legendaria jurista argentina Carmen Argibay presidiera el Tribunal Internacional de Mujeres para el Enjuiciamiento de la Esclavitud Sexual, que condenó en diciembre de 2000 al ejército nipón por los crímenes cometidos en las “estaciones de consuelo” durante la Segunda Guerra (Argibay publicó poco después un formidable trabajo sobre el tema en el Berkeley Journal of International Law) se creó en Japón el Fondo de Reparación de Mujeres Asiáticas. Era una iniciativa privada, orquestada por Yoshiko Yamaguchi, ex actriz chino-japonesa devenida diputada en el Parlamento nipón (hablé de ella en otra contratapa: “La Orquídea de Manchuria”). El resarcimiento sólo fue aceptado por 285 de las víctimas en Corea, China, Filipinas y Taiwan: se le entregó a cada una la suma de dos millones de yens (diecisiete mil dólares). Mientras tanto siguieron las marchas de los miércoles frente a la embajada japonesa en Seúl y de a poco empezaron a repetirse en otras ciudades del sudeste asiático, hasta que en el año 2015 el gobierno japonés aceptó presentar disculpas públicas a las ya ancianas víctimas sobrevivientes, en forma de un nuevo Fondo de Reparación. Lo hicieron a la manera japonesa: con reticencia, afirmando que no habían logrado hallar en los archivos oficiales ninguna prueba concreta de esclavitud sexual en las “estaciones de consuelo”. El Comité por la Eliminación de la Discriminación Racial de las Naciones Unidas decretó este año que la respuesta de Japón no es suficiente. Según encuestas recientes, el 70 porciento de la población coreana cree que el asunto de las “estaciones de consuelo” sigue sin resolución, mientras que el 50 porciento de la población japonesa considera que quedó finiquitado en 2015. Lo que hace falta, sostienen mientras tanto las últimas sobrevivientes, es un museo y un centro de investigaciones que nuclee todos los testimonios y documentos posibles antes de que ellas mueran: para que sea el mundo y no sólo ellas quienes pidan explicaciones al Japón. Así las cosas, en los últimos meses sucedió un hecho minúsculo que quizá tenga enormes consecuencias en esa dirección: la coreana-canadiense Emily Jungmin Yoon publicó un extraordinario libro de poemas en inglés, titulado A Cruelty Special to Our Species (“Una crueldad especial para nuestra especie”), en el que utiliza las voces de las sobrevivientes, sus testimonios, para dar a conocer al mundo los detalles y los alcances de aquella aberración. Ya en el primer poema, titulado “Una desgracia habitual”, Yoon dice: “Han pasado setenta años ya y nadie sabe / nadie dice que éramos niñas / y esclavas / y cuán habitual era esa desgracia”. Cuenta Yoon que, cuando llegó a América, descubrió que nadie conocía la historia de las “estaciones de consuelo” y que muchas veces, hablando con canadienses y norteamericanos, le preguntaban qué pasaba entre Japón y Corea, ¿tan diferentes eran? Ella contesta así en su libro:”Hace muchos muchos años que en Japón / usan la frase jûgoen gojissen para decir coreanos / Una crueldad especial con nuestra especie / porque jûgo suena a morir en coreano / y goji suena a mentir en coreano”. Yoon dice que se decidió a terminar y publicar su libro cuando leyó que, de aquellas cuarenta mil o doscientas mil esclavas sexuales, sólo quedaban treinta y cinco sobrevivientes. Sus poemas, como esas estatuas que hay frente a las embajadas japonesas en Seúl, Hong Kong, Taipei, Yakarta y Tainan, seguirán hablándole al mundo cuando ya no quede ni una sola de esas ancianas para asistir a la ceremonia de los miércoles.

Estudio Contable Lucas E. Beltrocco

Tel.2255 45-0880 Av Buenos Aires N 946


Selección de textos - 10 de enero de 2020

Bruce Chatwin en la Patagonia Cuando Bruce Chatwin era chico, su abuela le mostró un pedazo de piel de brontosaurio, que se convirtió en un objeto fetiche para él. Lo había mandado el primo Charley desde la Patagonia, adonde se fue a vivir después de una vida entera surcando los mares del mundo. Cuando la abuela murió, el pequeño Bruce preguntó a su madre si le podían dar aquel pedazo de brontosaurio. “¿Ese cuero viejo? Me temo que lo tiramos a la basura, querido”. Es leyenda la manera en que llegó Chatwin a la Patagonia: en los años 60 trabajaba como tasador de obras de arte en Sotheby’s, era la estrella y el benjamín del equipo, cuando se quedó ciego de golpe. Los médicos le dijeron que era nervioso: “Demasiado mirar de cerca”, diagnosticaron. Para curarse, debía renunciar a su don más preciado. El joven Chatwin se autorrecetó los caminos del mundo: perder la mirada en el paisaje hasta recuperarla. Su telegrama de renuncia a Sotheby’s decía: “Me fui a la Patagonia”. Antes de subirse al avión en Heathrow ya había empezado a recuperar la vista. Esta es la versión que contó él mismo en sus libros y, como todos sabemos hoy, Chatwin era un mentiroso formidable. Hasta eso es parte de su leyenda: primero fue la fascinación universal por su libro sobre la Patagonia; después, casi como contrapartida de la fascinación infecciosa que despertaban su figura y sus asombrosos libros posteriores, vinieron los cuestionamientos: que mentía, que inventaba demasiado en esos libros, que engañaba. Acusación insólita, pero sigamos. Vino entonces la novela de su muerte, prematura, en el pico de su fama, en 1988: según él, se había infectado por aspirar un hongo en China, en una visita clandestina que hizo a la recámara subterránea donde se hallaron los milenarios soldados de terracota imperial. En realidad tenía sida, se supo después de su muerte. Y una cosa era mentir un poco sobre la Patagonia o los desiertos de Australia en sus libros, y otra cosa era no animarse a salir del closet, ocultarle al mundo su homosexualidad. La fama de Chatwin empezó a apagarse desde entonces y hoy a lo sumo produce un déjà-vu fugaz y descartable entre los practicantes estrella del género estrella de nuestros días: la crónica. No importa: son todos hijos de él, aunque no lo sepan. Yo empecé a leer a Chatwin tarde y por la puerta de atrás: por su primer libro de piezas sueltas, el formidable Qué hago yo aquí, que se publicó póstumo en 1989 pero él se había encargado de ordenar y corregir en sus últimos meses de vida. Se suele considerar menores a esa clase de libros: miscelánea, les dicen mezquinamente en el gremio editorial y el periodístico. A mí me voló la cabeza precisamente por su variedad asombrosa. El motor de Qué hago yo aquí es por supuesto la curiosidad, esa curiosidad omnímoda que es la característica central de los grandes amantes de la vida: los que ven la unión invisible debajo de lo diverso. Cuando me cruzo escritores y escritoras así, devoro todo lo que escribieron, es como maná caído del cielo, y eso me pasó con Chatwin. Devoré cada uno de sus libros, su correspondencia, las biografías, las semblanzas hechas por amigos y enemigos, pero no podía entrarle a su obra maestra, su primera obra maestra: En la Patagonia (la otra es Los trazos de la canción, su libro sobre los nómades australianos). Lo tenía en inglés y en castellano, pero rebotaba cada vez que quería entrar: cuando lo empezaba en castellano sentía que me estaba perdiendo el inglés de Chatwin y cuando lo empezaba en inglés sentía en falta el clima, el fondo argentino del libro. Sí, una estupidez de mi parte, pero así fue, hasta que el otro día alguien me preguntó por qué no había escrito nunca sobre Chatwin. Abrí la boca para contestar pero la cerré sin decir nada, volví a casa, manoteé mis dos ejemplares de En la Patagonia y me senté a leer. Entiendo el enojo de Bayer con Chatwin pero creo que esos anarquistas a quienes el gran Osvaldo rescató del olvido salen bien parados en el libro de Chatwin, a pesar de las distorsiones a las que los haya sometido. Quizás este pequeño ejemplo sirva para mostrar el respeto que sentía por las ideas y los ideales de Bayer: en un momento del

libro llega una noche tarde a un caserío patagónico donde le dan un lugar para dormir. Cuando se levanta a la mañana siguiente para irse, pregunta cuánto debe. “Si no hubiera ocupado usted esa cama, nadie lo habría hecho”. ¿Y por la cena? “Cocinamos para nosotros y le dimos lo que sobró”. El mate, entonces, dice Chatwin. “Nadie paga por el mate”, le contestan. “Déjenme al menos pagar por este pan y el café”, insiste. Y le contestan: “El pan no se le niega a nadie, pero el café con leche es cosa de gringos, así que se lo cobro”. Aunque disfrute como un pashá cuando duerme en casa de ricos (y ése parece ser, en el fondo, el problema con él), Chatwin jamás está del lado del imperio cuando escribe, desconfía especialmente cuando el imperio se hace pasar por la voz de la razón, como le pasa con Darwin. “Hay una debilidad entre los naturalistas viajeros: maravillarse ante la perfección de las especies raras animales o vegetales y espantarse, en cambio, ante los hombres que no son como ellos”, dice Chatwin, rebelándose ante aquel triste pasaje de Darwin en Tierra del Fuego cuando vio a los yámanas bailando y creyó encontrar el eslabón perdido entre nosotros y los primates. “He leído de punta a punta el único diccionario yagán que existe y puedo dar fe de que sus hablantes usaban tantas palabras como usó Shakespeare en sus obras”, dice Chatwin. Y, por si caben dudas, agrega: “Los yámanas se llamaban así a sí mismos porque yámana en yagán significa vivir, respirar, recuperarse de la enfermedad, estar en sus cabales”. Además de aquel pedazo de cuero de brontosaurio, el primo Charley había enviado desde la Patagonia un libro que contaba la historia de Lucas Bridges y su padre Thomas, el primer hombre blanco que vivió con los yámanas, el autor de aquel diccionario único de yagán. Chatwin había leído mil veces ese libro en su infancia, en particular un capítulo en el que Lucas, que se había criado entre yámanas, encuentra gracias a ellos una senda secreta que une el canal de Beagle, donde estaba su casa, con el otro extremo de la isla. Chatwin había soñado toda su vida con hacer a pie ese camino. Eso le confiesa a la última descendiente de los Bridges. Ella le pregunta si necesita un mapa. Él dice que no: va a guiarse por aquel capítulo del libro, que se sabe de memoria. Parte por el sendero, cruza vertientes, se interna en el bosque. Recita para sí mientras marcha, tal como los aborígenes nómades australianos recorren el desierto cantando esa canción inmemorial que les enseñaron sus mayores y que cuenta su errancia por el inmenso territorio desde el principio de los tiempos. Chatwin dijo alguna vez: “Eres lo que te sucede. Mi religión es caminar. Si caminas mucho es probable que no necesites ningún otro dios”. Mírenlo perderse en bosque. Miren lo que puede hacer un pedazo de cuero viejo y un libro leído en la infancia.

Junio 2021 / El Fundador / 13


Selección de textos - 17 de abril de 2020

Rumores y desinformación en Wuhan Wang Xiuying es el nombre de una bióloga y doctora en filosofía que vivía en Shanghai cuando se desató la epidemia del virus SARS en 2003. Su ciudad no era una de las zonas de riesgo (hubo sólo ocho víctimas en una población de 17 millones), de manera que no conoció la cuarentena ni padeció el bombardeo mediático (“Poco después llegó el verano y el virus desapareció”, dice con candor). Con el COVID19, en cambio, todo fue vertiginoso y confuso desde el primer momento. La desinformación, la manipulación y los rumores hicieron de la ciudad de Wuhan un hervidero antes de que quedara en cuarentena total. En las semanas previas hubo dos eventos políticos multitudinarios al que asistieron delegados de todas las regiones del país con sus respectivas familias, que incluyeron la friolera de 80 mil banquetes simultáneos, aprovechando que era el Año Nuevo chino. Luego del fin de las festividades, cinco millones de personas abandonaron la ciudad. Horas después, los hospitales de Wuhan comenzaron a verse desbordados de consultas y a pedir refuerzos médicos con urgencia. Las autoridades aseguraron que todo estaba bajo control y de pronto decretaron la cuarentena total para nueve millones de personas. Mientras médicos y enfermeras de todo el país iban hacia Wuhan a colaborar, desde todas las ciudades de China enviaban donaciones en efectivo y en material sanitario a través de la Cruz Roja. Pero el problema es que, en China, a la Cruz Roja la llaman la Plaga Roja, por sus escándalos financieros y su corrupción. La sede local de Wuhan tenía una docena de empleados que cobraba básicamente por no hacer nada, dice Wang Xiuying, y de pronto se encontraron con un galpón gigantesco lleno hasta el techo de envíos. Nadie catalogaba lo que recibían. El personal de hospitales tenía que ir por las suyas a revolver entre montañas de cajas para encontrar lo que necesitaban. PUBLICIDAD La censura trabajaba sin descanso, mientras tanto. Cuando el oftalmólogo Li Wenliang mensajeó a un grupo de colegas los alcances que podía tener el COVID fue convocado por la policía “por alterar la moral pública” pero le permitieron que siguiera trabajando en el hospital, hasta que el día 6 de febrero comenzó con síntomas y tuvo un ataque cardíaco. Las agencias de noticias anunciaron su muerte. La ciudad y el país comenzaron a llorarlo, como a uno de los héroes de toda esa desgracia, pero de pronto un cable oficial anunció con bombos y platillos que Li había revivido y estaba con respirador. La noticia posterior de su muerte se anunció en la madrugada, para que pasara lo más inadvertida posible. Como dice Wang Xiuying, es difícil llorar dos veces una muerte con la misma intensidad. El caso de Fang Fang, una conocida escritora de Wuhan, fue similar. Desde que empezó la pandemia ella empezó a postear online un diario de serena honestidad sobre lo que sucedía en su ciudad, para bien y para mal. Pero se la acusó de desacreditar los esfuerzos colectivos y minar la moral. Cada entrada de su diario era eliminada en menos de una hora desde Beijing pero aún así se hacía viral (de hecho, el diario está por publicarse en forma de libro digital en Occidente en estos días). Un joven energúmeno que la atacaba por las redes con lenguaje y virulencia que recordaban a los terribles tiempos de la Revolución Cultural, recibió la siguiente respuesta: “Hijo, cuando te pregunten qué hiciste tú en la gran catástrofe de 2020, contesta que te dedicaste a atacar como un perro rabioso a Fang Fang”. Cuenta Wang Xiuying que los niños chinos estaban felices de no ir a la escuela durante la cuarentena, hasta que les impusieron una aplicación llamada DingTok en la que debían reportarse todos los días y cumplir cierto número obligatorio de horas de trabajo. No les quedó más remedio que obedecer hasta que un astuto adolescente descubrió que si suficientes usuarios dan mala calificación a una aplicación ésta es eliminada del menú de ofertas. El rumor se expandió en cuestión de minutos, DingTok pasó de medir 4,9 a 0,4 de la noche a la mañana, se desactivó automáticamente de las pantallas y los niños chinos se libraron de su tarea escolar. Cuando la curva de contagios empezó a descender, las autoridades aflojaron un poco la censura y los chinos se sumergieron en masa en sus celulares y pantallas a ver cómo lidiaban Rusia y Occidente con la pandemia. Según las redes chinas, Putin ha soltado

14 / El Fundador / Junio 2021

leones por las calles de Moscú para que la gente respete la cuarentena, en Alemania se alquilan drones de perros para sacarlos a pasear un rato por la calle, y en Estados Unidos se venden bodybags Prada en oferta. Pero lo que dejó atónitos a los chinos es la noticia de que el ciudadano medio norteamericano no tiene ahorros superiores a los 400 dólares para enfrentar emergencias. También se insiste en que, antes de la pandemia, según un estudio del Global Health Security Index, una entidad que mide la capacidad de prevención y reacción a emergencias sanitarias, China ocupaba el puesto 51, muy por debajo de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. En cambio ahora el mundo contempla con respeto la velocidad a la que se han construido hospitales y equipos sanitarios para exportar al mundo, además de la dedicación de los médicos chinos, que usan pañales de adultos en sus largas horas de trabajo para no tener que detenerse a hacer sus necesidades. Dice Wang Xiuying que los defensores de la democracia están en baja en China en estos días: ¿cómo defender un sistema cuyos paladines ponen la economía por delante de la salud, desconocen sin pudor las relaciones internacionales y han intentado sobornar laboratorios para tener la vacuna sólo para su país? El espíritu nacionalista chino, en cambio, ya se jacta de dos cosas: 1) que el Estado anunció que todos los empleados públicos cobrarán el total de su (magro) sueldo mientras dure la cuarentena y 2) que los empleados de empresas privadas que sean despedidos cobrarán dos años de (magro) seguro de desempleo. Pero de lo que se jactan en voz más baja y con más satisfacción es que toda esa enorme masa de chinos que tienen empleos informales y se han ido en masa al campo, donde el costo de vida es mucho menor y sus familias pueden darles de comer, están esperando que los llamen como mano de obra semiesclava, en cuanto las primeras grandes empresas empiecen a producir. Es decir que, cuando Trump y Europa se atrevan a levantar la cuarentena y retomen su ritmo de consumo habitual, descubrirán que el único proveedor capaz de satisfacer al instante sus demandas es ya saben quién. Según Wang Xiuying, esta nueva obsesión de los chinos con la información internacional los está volviendo insomnes. Las autoridades les dicen que no dormir debilita el sistema inmuntario y los hace más vulnerables a la enfermedad, pero nadie consigue somníferos en las farmacias porque todos los laboratorios están dedicados 24x24 a tratar de encontrar una vacuna contra el coronavirus. Así que, como alternativa, el Estado chino sugiere a sus ciudadanos que se dediquen a contemplar la luna, visible por primera vez en años desde que se acabó el smog en el cielo de China.


Las recetas de Olivia CHERNIA A LA OLIVIA VASCA Ingredientes (para dos personas): una chernia entera, qprox 1,5 / 2 kg, alguna verdurita que tengas, una cabeza de ajo, perejil, un limón, dos papas, sal, aceite de oliva, pimentón, vinagre. Preparación: calentamos el horno a 180/210 °C. En una asadera echamos un chorrito de aceite, y ponemos la chernia entera, previamente descamada con prolijidad, con el cuero hacia abajo y la carne hacia arriba. Salpimentamos, ponemos el jugo de medio limón, cubrimos la carne con alguna ramitas de perejil con hojas, y también cubrimos con alguna verdurita, la que tengas, cebolla en aros, ramitas de zanahoria, espinaca o acelga cortada de tiras gruesas, morrón, tomate, calabaza en cubitos, rodajitas de berenjena, o cualquier verdura que tengas en la heladera. Esta verdura realzará el excelente sabor de este fantástico pez, poco conocido para muchos, pero toda una delicia para quienes nos encanta. Así, la ponemos en el horno por unos quince o veinte minutos, procurando que se cocine el pescado con sus agregados, pero que no se queme nada. Yo sugiero, a los doce minutos de empezada a cocinar, sacar del horno y ver cómo está la carne en la mitad de la chernia. Depende del tamaño, pero seguramente ya le faltará poco. Mientras se cocina, en una pequeña sartén, en aceite de oliva, pondremos seis dientes de ajo fileteados a 2 mm de grueso, a freír con poca temperatura, para que se cocinen, hasta que estén apenas dorados y cocidos. Cuidado con que se quemen ó que queden

crudos adentro, aquí hace falta paciencia. En menos de tres minutos se hacen. Ponemos estos ajitos dorados en un pequeño bowl, le agregamos un poco del aceite de oliva de su cocción, sal, vinagre apenas, el jugo de la otra mitad del limón, pimentón generoso. Revolvemos para mezclar. En una ollita, herviremos las papas (350 g) hasta el punto justo, esto es, ni cruda ni recocida. Con un cuchillo de punta podemos reconocer el punto clavándolo en la papa. Debe entrar suave, pero no demasiado. Al sacar la asadera con la chernia cocida, sugiero pasarla a una fuente blanca, con cuidado y con convicción, sin romperla. Toda la verdura que haya, la picaremos rápidamente, o bien, si tenemos mixer, la mixearemos con un chorrito de aceite de oliva. Sobre el pescado echaremos la salsita que hicimos en el bowl, a cada costado pondremos las papitas cortadas al medio, y sobre ellas pondremos, formando una línea gruesa, el mixeado vegetal o bien las verduritas picadas lo más fino posible. El aroma de este plato, único. El sabor, superlativo. La carne de la chernia, para mi paladar, sólo se equipara con la del atún recién sacado del Pacífico ecuatorial, que comíamos con mis hijos Lisi y Bru, cuando volvíamos de bucear, cada día, en las agitadas aguas de las islas Galápagos. Marida excelente con un buen vino rosado de malbec… Si conseguís una chernia, ni lo dudes…

Junio 2021 / El Fundador / 15


Pandemonólogos por Daniel Martínez Rubio

Ruas ...Capablanca... Lasker... Alekhine... Fisher... Spassky... Karpov... Kasparov... un argentino también, Najdorf... Esos eran jugadores, señor, qué digo, ¡genios eran! ¡héroes! ¿Usted vio alguna vez una fotografía de Capablanca? Veja senhor, un dandy, un príncipe. Tiene que ver esa foto de 1925, jugando partida con el Gran Maestro Lasker. Búsquela en Google, que la encuentra. Esa mirada de Capablanca a su adversario durante la partida quedó fijada para siempre en la foto. Esa mirada, señor... es la que me gustaría tener siempre que juego. Calmo, pero con la certeza de la victoria. Capablanca... Mozart del ajedrez llegaron a decirle. Aprendió el juego a los cuatro años y a los trece ya era campeón de Cuba. Porque era cubano Capablanca, pero cubano de antes de que llegaran los bandidos barbudos a imponer el terror en esa isla... ¡Cornos morféticos!... Disculpe usted, señor, es que hay cosas... Y ahora quieren engañar al mundo estos comunistas diciendo que en Cuba inventaron vacuna para coronavirus, ¡fala sério! Todo gran mentira, tudo. Empezando por los chinos, que crearon un virus en el laboratorio para joder a Estados Unidos y a Europa, y se les escapó. Para después fabricar vacunas y venderlas. Qué gran negocio, ¿no? Y no le extrañe que Pfizer, Astra-Zeneca, los rusos y todos los laboratorios sean cómplices de los chinos. Como dicen los argentinos, estos tienen la vaca atada. Y todos nosotros como ovejitas a guardarnos en las casas. Cuarentena, confinamiento, toque de queda, estado de sitio... ¡No falta nada! ¡Medidas que no tienen eficacia científicamente probada, señor! Lo han dicho hasta el cansancio líderes importantes del mundo, no cualquier improvisado. Lo dijo el presidente Trump, lo dijo Jair — que así le decimos en Brasil a nuestro presidente— lo dijo este otro que no me acuerdo el nombre, el inglés, el que le imita el peinado a Trump... ¡Son medidas para oprimir al pueblo, señor! En China mandaron na gaiola miles de personas que no querían confinarse. Y hubo ejecuciones sumarias, señor, ¡se consiguen videos de esto! ¿Y en la India? Apalean gente por la calle, gente que sale para no morirse de hambre... Y acá quisieron hacer lo mismo ¿eh? Diga que acá somos muchos los que no compramos el verso. Nosotros tenemos un club de ajedrez y nos seguimos juntando todas las semanas. ¡Qué pandemia ni pandemia! Todos los viernes a la tarde, jugamos nuestros campeonatos, analizamos partidas famosas, después espeto, sobremesa. Tudo legal... Está pesada la autopista. No debería por la hora. Seguro que hay algún bardo más adelante. Un accidente. O un piquete. Usted señor, ¿a qué hora tiene su vuelo? Ah, bueno, llegamos bien, no se preocupe, tenemos margen. Qué suerte que puede viajar a Brasil. ¿Por trabajo me dijo, no? ¿Yo? No... no viajo... Vine con mulher y criança hace un año y no creo que vuelva. A veces hay cosas... No da para volver... Acá, por suerte, enganché en el servicio de remises. Un conocido me conectó con gente que tiene vehículos, les paso un porcentaje... ¿De dónde soy? De San Pablo. ¿Ahí viaja usted? Mire qué casualidad. ¿Y dónde para? ¿Brooklin Viejo? Ah, lindo lugar, mucha plata ahí. ¿Yo? No, yo vivía en Itaim Paulista, otra cosa, ¿vio? Espere un minuto, que voy a poner el GPS a ver si dice por qué está tan pesado el tránsito... Últimamente se les ha dado por inventar cepas del virus. Cepa Manaos, dicen ahora que es la que se viene. Que es muy contagiosa, que es letal, que bla, que blé... ¿Usted conoce Manaos? ¿Sabe dónde está? ¡En plena selva, señor, en el Amazonas! Solo hay indios ahí. Y negros. Y monos. ¿Me va a decir que un virus va a aparecer

16 / El Fundador / Junio 2021

en un lugar como ese? Lo dice el Pastor Silas, es la decantación biológica. Yo lo seguía mucho en Brasil al Pastor Silas, un pastor como se debe, líder de Assembleia de Deus Vitória em Cristo. ¿Qué es peor? —nos preguntaba ese día que vino a San Pablo en medio de la pandemia—, ¿qué es peor, el coronavirus o el caos social?”. Yo lo veía en la pantalla gigante. Éramos tantos que no entrábamos en la iglesia y hubo que poner pantallas en la calle. Usted, señor, no sé qué piensa, usted se ve que es europeo, ¿inglés? Ah, Nueva Zelanda... Bueno, pero tienen la formación británica en los tuétanos. Silas nos decía que el virus era una oportunidad para la Humanidad... De purificarnos y de que queden los mejores. Decantación biológica, señor, se llama, siempre ha pasado... Las guerras... las pestes... los cataclismos... Se van los que tienen que irse... Es una purificación lógica... Lo dice un espíritu poderoso. El Pastor Silas es consejero del presidente. Es una voz escuchada. Compare acá, ¡ja!, usted va a decir que es por la bronca que nos tenemos argentinos y brasileños. No le niego, pero es la actitud... Pongo a veces la televisión a la noche, veo una especie de pastor o gurú, o no sé qué. Se llama Pastor Domínguez o algo así... El otro día cantó una canción para ahuyentar al coronavirus. ¡Compuesta por él, señor! Decía algo así como "...Coronavirus bicho putón... Andate bicho putón... Aislate bicho putón... Morite bicho putón...”. Es como dice Jair Messias — que así se llama nuestro presidente— todos nos vamos a morir un día, hay que dejar de ser un país de maricas. Dígame usted si esto no es una señal. Predestinación es, sí señor. Nunca dejó que cerraran las iglesias, Jair. Muy católico él. Bueno, también se casó en una iglesia evangélica, porque su mujer... ¿vio? Y lo bautizaron en el Jordán, en Israel. Y le pusieron de segundo nombre Messias. Y él dice Dios es brasileño y tiene razón. Y dice Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos y yo no puedo dejar de sentir una cosa adentro... ¡Porra con el tránsito! Ahora no caminamos más. Y el GPS que no se conecta, parece que no hay señal... Ustedes sí que no tienen ese problema. La pandemia, me refiero. Claro, al ser una isla y estar tan alejada... Pueden controlar bien. Quién entra y quién sale. A veces me gustaría vivir en una isla. Se me hace que es como un tablero de ajedrez, se sabe dónde están los límites a los cuatro costados. Y se sabe quién es quién. Como el ajedrez. Uno sabe qué pieza es y cómo moverse. Y cómo está prohibido moverse. No digo cualquier isla, ¿no? ¡A ver si me quieren mandar a Cuba, señor! No, yo digo una isla ordenada, como Nueva Zelanda. Es la genética inglesa, no hay caso. No hay virus que pueda con eso. Ahora, eso sí, de futebol ustedes nada, ¿no?... Ah bueno, ahora veo por qué el quilombo. Piqueteros. Quemando cubiertas y cortando la autopista. ¡Mire, mire! ¿Será posible que esta manga de lazarentos no nos deje trabajar en paz a la gente? Claro, nosotros no cobramos un subsidio del estado para rascarnos el higo y hacer quilombo. ¡Mire, mire! Hasta mujeres con chicos hay. ¡Mire esa, con el crío a cuestas! Usted disculpe, pero... ¡Vai-te foder, vaca! ¡Vai facer um boquete! Es que me saca esta gente... ¡Vai tomar no cú! Ahora tenemos que desviarnos por estos andurriales. Pero no se preocupe, que llegamos bien. Fique tranquilo, ya estoy acostumbrado, pasa seguido... Después podrá contar que conoció “el otro Buenos Aires”, ¡ja!, el que no sale en las revistas esas de los aviones... Bueno, en San Pablo también podría hacer un tour de una semana, si es por eso. En Nueva Zelanda no tienen este problema, ¿no?


Me acuerdo un documental que vi, creo que era Auckland, todas casitas con flores, todo limpio, todo ordenado como un tablero de ajedrez... ¿Ajedrecistas famosos tuvieron alguno en Nueva Zelanda? No... creo que no... Yo tengo la teoría que los grandes maestros del ajedrez vienen de los climas fríos. Rusos, alemanes, holandeses, noruegos... Usted me preguntará ¿y Bobby Fischer? Yanqui, sí, pero madre suiza y padre húngaro... Y eligió morir en Islandia, mire si no le tiraba el frío... ¿Y el argentino Najdorf? ¡Polaco era, señor!... ¿Y Capablanca? Padre español... Y él se fue a vivir temprano a los Estados Unidos. La gente de los climas fríos está hecha de buena pasta, tiene otra visión de las cosas. Mire el coronavirus este. En Europa empezó a joder por el lado de Italia y de España. ¿Qué quiere? Seguro que si lo hubieran detectado primero en Alemania, o en Suecia, vamos a decir, lo hubieran parado enseguida. Pero Italia... España... Porque a este virus no lo para el calor, como decían, no señor. Otra mentira. Llegó a Brasil y se hizo una fiesta con nosotros. Eso sí, Jair Messias no consintió que se cerrara la economía, eso sí que no. Se mueren los que se tienen que morir, pero no se puede parar un país, nos dijo. O Brasil não para! Es verdad que en mi barrio hubo que aguantar los lamentos de los vecinos a los que se les morían los familiares. Lamentos a todas horas... Aquello era un infierno... ¡Un vecino llegó a sacar el muerto a la vereda a la espera de la ambulancia! ¡Dos días estuvo ahí! Y en casa nos contagiamos todos. Yo perdí el gusto y el olfato, pero pude seguir trabajando, a Dios gracias. Minha esposa, minha mãe, cuadro leve, solo un poco de tos y fiebre... Meu pai... Bueno, él siempre fue fumador, no se cuidaba. Gordo, de buen comer. Decía siempre “que Dios me lleve cuando me tenga que llevar, no quiero ser un viejo roba-aire”... Roba-aire... Roba-aire... ¿Sabe cómo me daba vueltas en la cabeza esa palabra? Sobre todo cuando padre no pudo ya levantarse de la cama... ¿Asistencia pública? ¿Médico? No, ya nos habían dicho que ni se nos ocurriera ir. Enfermos internados en los pasillos. O en salas de espera con un tubo de oxígeno... O directamente sentados uno al lado de otro en la vereda. ¡Eso no! ¡Un roba-aire no! De eso me acordaba unos días después. Dios me quiso poner a prueba... Padre empeoró y yo apretaba los puños de impotencia... ¡Rabia, señor! Pero porque uno no quiere a veces aceptar los designios del Creador, que sabe por qué hace lo que hace. ¡Mire si no va a saberlo! Y Jair Messias y el Pastor Silas, ellos también lo saben. Eso me daba fuerzas cuando veía el estado en el que iba entrando meu pai... El cuerpo cada vez más azul y más hinchado... El pecho como un fuelle. Y adentro ese ruido que parecía que algo le hervía a borbotones... Día y noche así... Ya no podía ni tomar la cloroquina que le dábamos... Ni agua podía... Hasta esa noche que vi lo que tenía que hacer, vi al fin claro lo que Dios me pedía... Tapé la cara con el almohadón, esos labios azules y esos párpados hinchados. Se me vinieron las lágrimas a los ojos, mientras veía el pecho de mi padre que subía y bajaba, subía y bajaba... Y ese ruido que hacía al respirar... que me despierto de noche escuchándolo. Y la voz de mi padre que me decía No quiero ser un

viejo roba-aire, no quiero ser un roba-aire... roba-aire... roba-aire... Y el almohadón que tapaba el hervor y la voz... Me acuerdo de las rayas rojas, blancas y negras, que me parecían la camiseta del San Pablo. Y las lágrimas, señor, eran porque me acordé de la primera vez que me llevó a ver un partido Corinthians-San Pablo, un Majestoso, y esas cosas no se olvidan más, señor. Pero él no quería ser un roba-aire, y yo tampoco quería que lo fuera... Los dos hicimos lo que debíamos hacer... El que no lo entendió fue el médico de la ambulancia. No quiso firmar los papeles y dio parte a la policía... Y el juez que me empezó a citar... ¡Todos ateos esos, señor! ¿Cómo se puede sacar un país adelante con gente así?... Bueno, ya estamos, ¿vio? Le dije que llegábamos bien. ¿De qué terminal sale su avión? Which is your terminal? Bien, acá estamos. Le ayudo con las valijas... Reglas claras, precisas, eso es lo que se necesita. Orden. Como en el tablero del ajedrez... Obrigado, gracias... Un campo de batalla claro y preciso... No se olvide de calificarme en el cell phone. Thank you, obrigado. ¡Boa viagem, amigo!... Cada uno sabe su color y su casilla... Sabe cómo puede moverse y cuáles movimientos están prohibidos... La gente debería jugar más al ajedrez...

Junio 2021 / El Fundador / 17


18 / El Fundador / Diciembre 2020

Noviembre 2020 / El Fundador / 5


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.