Cultura

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Cultura elCaribe, SÁBADO 15 DE ENERO DE 2022

elcaribe.com.do

El derrumbe de Anselmo Paulino

Fortaleza del destino turístico de RD

El teatro en el Santo Domingo colonial

Pedro Conde Sturla presenta la sexta entrega de su serie de artículos “El círculo del poder : El derrumbe de Paulino”. P.4

El ingeniero Pedro Delgado Malagón continúa con su serie de artículos titulada “Nuevos turistas: la fortaleza vibrante del destino RD”. P.5

La investigadora Virginia Flores-Sasso relata sobre las primeras presentaciones teatrales en la ciudad de Santo Domingo. P.6

JOSÉ MERCADER 666mercader@gmail.com

T

Enrique Blanco, el raso que “encojonó” a Trujillo El exmilitar era considerado como “amigo de los amigos”, concepto que aprendió en los ranchos de tabaco

odavía hay gente que cree que a Enrique Blanco lo mató Delfín. Pero ven acá… ¿Y quién podía con ese hombre? Nadie conocía mejor la tierra negra del arado que Enrique. Cada mañana tenía que atravesar los surcos que peinaban conucos donde Genjo, su padre, con los jarretes repletos de lodo, sembraba, una a una, las matitas de tabaco. Eran las nueve en punto cuando Enriquito llegaba con el café en una botella chata de ron, siete trozos de yuca y cuatro huevos fritos en manteca de puerco. Ni Genjo ni su hijo se distinguían en aquellas tierras. Eran tan negros como el arado y como los primeros viejos que se escondieron en Don Pedro y Pontezuela huyéndole a los perros y arcabuces de los colonizadores. Ni Chingo, ni Churo, ni Chu, sus hermanos, tuvieron el espíritu tan fuñón como Enriquito. Por eso dejó el campo y se enganchó en La Guaidia cuando se fueron los americanos y Horacio Vásquez necesitaba reforzar su maquinaria represiva pa’ poner en cintura al primero que se pasara de la raya y asegurarse su reelección. Y desde que entró al cuartel se le notó enseguida que “el greñú cibaeño” no era fácil. Le apodaron “el cabo” y comía más que una nigua. Hacía la fila tres veces hasta comer como “come un hombre”. Para el 1932 ya tenía siete años con el uniforme kaki y conocía la menéutica, con su rutina y mañas. Ya sabía quienes eran los adulones, los mañosos, los “jaraganes”, los babosos, los allantosos, los hijoeputas, los asesinos, los pendejos, los hijos de papi, los chivatos, los limpiasacos, los maricones y los que no servían pa’ na. Manejaba el Máuser y el 38 Smith and Wesson con la misma puntería que tenía con la cuchara, que nunca fallaba al entrar en la boca, hasta con los ojos cerrados. Era amigo de los amigos, un principio de protección y dignidad que aprendió en los ranchos de tabacos de Tamboril y Licey. Por eso tenía al raso Antonio en la mira cuando lo sorprendió haciéndose el chulón con Venecia, una mulata que ya él le había “tirao el ojo” en un bar, por los lao del cementerio, camino a Villa Mella.

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