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Los jardines

El Palacio y los jardines de Buenavista, hacia 1890.

os frondosos jardines que anteceden a la fachada principal de Buenavista tuvieron su origen en las labores de desmonte de la fuerte pendiente que presentaba el terreno entre el palacio y la calle de Alcalá. Las tareas se acometieron a partir de abril de 1870 y consistieron en suavizar la inclinación, pero manteniendo los accesos que ya habían sido establecidos de antemano para peatones y vehículos, en especial la escalera central de piedra con cuatro amplios descansos y flanqueada por dos filas de árboles, algunos de los cuales fueron cedidos por el Real Patrimonio.

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El proyecto de jardín, en el que las coníferas contrastan con las verdes tonalidades de las caducifolias, fue realizado por el antes mencionado brigadier de Ingenieros José María Aparici, que pudo contar con el asesoramiento en la parte profesional de François Huet, quien ocupaba el cargo de jardinero en el Palacio de Liria, propiedad de los duques de Alba en la madrileña calle de la Princesa.

Airosos abetos del Cáucaso, majestuosos cedros del Líbano, compactos tejos de Irlanda, castaños de Indias, arizónicas, bojes, falsas acacias y policromos rosales señorean en este verde pulmón del centro de la ciudad, sin que falte un llamativo ejemplar de ginkgo biloba, el árbol sagrado de China, con su esbelto porte y tan curiosas hojas. Todo presenta el aspecto de estar cuidado con tanto mimo como saber, siendo obligado indicar que algunos ejemplares son centenarios, por lo que corresponderán a la plantación original.

En la parte que se abre a la calle de Alcalá y a la plaza de Cibeles, los jardines están limitados por una verja que fue proyectada en 1870 y quedó terminada en marzo de 1872. Su autor fue Bernardo Asins (fallecido hacia 1899), que llegó a ser cerrajero de la Casa Real, siendo también suyas las rejas y puertas del majestuoso edificio del antiguo Ministerio de Fomento, hoy de Agricultura. La verja, de hierro forjado, se levanta sobre un zócalo de granito y se interrumpe a intervalos por unas pilastras antes rematadas en jarrones. Más tarde, entre el último trimestre de 1877 y los primeros meses de 1878 fueron colocados los seis candelabros y farolas de bronce que, diseñados también por el brigadier José María Aparici, coronan las pilastras que configuran la triple entrada al recinto; los dos que flanquean el acceso central tienen cinco luces, mientras que las dos parejas de las puertas laterales cuentan sólo con tres.

El trofeo que, en origen, figuró sobre la espaciosa puerta principal (cinco metros) de la verja había sido fundido con el bronce procedente de uno de los cañones capturados al enemigo en la Guerra de África, que fuera concedido para ese fin por el Ministerio de la Guerra. Ejecutado conforme al proyecto general de ornato de la verja fechado en 1871, el remate fue realizado en 1873, según indica Ossorio y Bernard (1883-1884:190), por el escultor toledano Eugenio Duque y Duque, autor de diferentes monumentos conmemorativos y funerarios y que consiguió una medalla de segunda clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1860, habiendo llegado a ser escultor de cámara del rey Amadeo I de Saboya, de quien, al igual que de su esposa, llevó a cabo unos bellísimos retratos conservados en el Palacio Real madrileño. El adorno, cuya calidad artística no alcanzó a ser todo lo fina que sería deseable, sin duda como resultado del proceso de fundición, consistía en un relieve de bronce que presentaba, en el centro, el escudo cuartelado de España bajo corona real y rodeado por el collar del Toisón. Ahora todo está sustituido por el emblema del Ejército de Tierra, flanqueado por las figuras sedentes de Minerva y Marte, a izquierda y derecha, respectivamente, aprovechadas del primitivo adorno, junto a las cuales aparecen sendas cornucopias o cuernos de la abundancia; por debajo y de modo curvo, se desarrolla el lema «Cuartel General del Ejército», si bien en el original figuraba el nombre de «Ministerio de la Guerra», que se cambió por el de «Ministerio del Ejército» a raíz de la modificación que se produjo en 1928. El remate con el escudo anterior fue trasladado en 1981 a dependencias del Instituto de Historia y Cultura Militar.

Por su parte, la verja de la zona colindante con la plaza de Cibeles fue retranqueada a consecuencia de una reforma urbana acometida en el verano de 1900, en la que de nuevo se cedió al municipio un sector de los jardines, además de la superficie que ocupaba el pequeño pabellón en el que estaba ubicada la Dirección General de Instrucción Militar. Así se muestra en un plano elaborado en el mes de agosto de dicho año por el coronel de Ingenieros Luis Ayllón, en el que se observa la apertura de dos puertas dobles —ahora normalmente cerradas— en el tramo que da al paseo de Recoletos y el perfil curvo que adoptó la parte de la verja que daba a la plaza. En sus extremos fue decorada con unos candelabros adornados en su parte inferior con figuras infantiles debidas al escultor madrileño Miguel Ángel Trilles (1866-1936); uno de los grupos está formado por dos niños que lucen una corona vegetal, uno de ellos de pie y con una espada, y el otro, sentado tocando un tambor; el otro grupo lo componen un niño sentado y con un libro, y otro de pie, con espada, apareciendo una bandera y un yelmo a los pies. Ambos conjuntos fueron realizados en la fundición Masriera y Campins de Barcelona, cuya placa de identificación figura en la basa de uno de los grupos. Al parecer, verja y esculturas fueron costeados por el Ayuntamiento de la capital a cambio de la cesión de los terrenos.

La pendiente de los jardines puede ser recorrida siguiendo las dos rampas para vehículos que arrancan de los accesos laterales de la puerta principal o también a través de la escalera de piedra que, con cuatro descansos y bajo dos filas de frondosos árboles, enlaza el vano central de la verja con la puerta principal del palacio. A los lados de la escalera hay dos sencillas fuentes con varias tazas de mármol blanco, así como dos figuras femeninas que antes estaban talladas en piedra y ahora

han sido vaciadas en bronce en la Fundición Capa para evitar su progresivo deterioro, conservándose los originales a buen resguardo; una de ellas está acompañada de un amorcillo que porta un arco; la otra (185 x 85 cm), toca su cabeza con una diadema de plumas y ahora contempla su rostro en un espejo, cuando en origen portaba una cruz en la mano diestra conforme a una iconografía ya aparecida décadas atrás en algunos monumentos dedicados a Colón en tierras italianas y de Sudamérica; corresponde a la figura titulada Una india abrazando el cristianismo, que, firmada en 1862 por el gerundense Juan Figueras Vila (1829-1881), fue presentada en la Exposición Nacional de Bellas Artes de ese año, en la que obtuvo medalla de segunda clase y fue adquirida por el Gobierno para el Museo del Prado, habiendo quedado depositada en Buenavista desde 1924, al igual que la primera. Y ya que se habla de las fuentes, conviene recordar que en el patio grande del palacio hubo una zona ajardinada con un amplio estanque de granito de siete metros de diámetro, en cuyo centro había una estatua alegórica de mármol.

Asimismo, en el eje del acceso central y sobre un sencillo pedestal de granito, ocupa lugar destacado una excelente escultura (240 x 154 x 94 cm) que representa El Valor bajo la forma de un desnudo guerrero, de avanzada edad, con barba y bigote y tocado con un casco que remata en una figura alada; sostiene en la mano derecha una espada corta, cuya vaina pende de una cinta que le cruza el pecho; está sentado en una roca con la pierna derecha sobre la izquierda, calzando sandalias de tipo romano; a su lado reposa un escudo parcialmente cubierto por una piel de león y con unas grafías ilegibles. En la parte delantera del basamento puede leerse: EL VALOR y, en el lado izquierdo: J. ALCOVERRO. Efectivamente, la figura fue inicialmente tallada en piedra caliza por el tarraconense José Alcoverro y Amorós (1835-1908), destacado artista del momento de la Restauración que llevó a cabo varios monumentos y estatuas de personajes ilustres en Madrid, generalmente en reposadas actitudes; pero, en 1927, a la vista de la degradación que venía sufriendo la piedra, el sevillano Lorenzo Coullaut Valera (1876-1932), que había cosechado notables triunfos como autor de monumentos en diferentes capitales españolas, fue encargado de rehacerla; no obstante, hace unos años se hizo necesario sustituir la figura de caliza por el actual vaciado en bronce realizado en los talleres del escultor y fundidor Eduardo Capa para así evitar su progresivo deterioro.

En una zona ajardinada de la parte alta, próxima al lado oeste del palacio, se conservan los restos del monumento que estuvo dedicado al capitán Pedro Bermejo en el madrileño parque del Oeste y que el Ayuntamiento de Madrid entregó al Ejército de Tierra en el año 2000. Había sido realizado por iniciativa del alcalde de Madrid Alberto Aguilera, quien, en 1909, propuso ejecutar varias esculturas en recuerdo de los miembros más destacados de las tropas españolas que habían sido abatidos en Marruecos, sobre todo en la campaña del Rif, para ensalzar así el patriotismo personificado en las virtudes militares. Aguilera logró asociar al efecto a varias entidades, entre las que se encontraba el Círculo de Bellas Artes, que se ofreció a costear los monumentos al general Díez Vicario, al comandante Capapé, al coronel Álvarez Cabrera y al mencionado capitán Bermejo; por su parte, el del comandante Perinat lo sufragaría el Regimiento de León y el del teniente coronel Ibáñez Marín correría por cuenta del Ateneo madrileño, que había decidido encargar su hechura a Mariano Benlliure.

El grupo ahora conservado en los jardines de Buenavista estaba dedicado al capitán de Infantería Pedro Bermejo y Sánchez-Caro, que, nacido en la localidad toledana de La Mata el 31 de enero de 1877, ingresó en la Academia General de Toledo en 1894 para ascender a teniente en 1898 y a capitán en 1905. Después de ocupar varios destinos de armas y administrativos en Madrid y Cuenca, en septiembre de 1909 se le confió el mando de la segunda compañía del Batallón de Cazadores de Madrid nº 2 y se trasladó a Melilla, en donde participó en

varios combates hasta que, durante el sostenido el 30 de septiembre de 1909 en el territorio de la cábila o tribu de Beni bu-Ifrur, cerca de Nador, recibió un disparo en la frente que le produjo la muerte de forma instantánea, siendo ascendido a comandante por méritos de guerra.

La dedicatoria al ilustre militar se detalla en la mitad superior del pedestal: EL AYUNTAMIENTO / DE MADRID / AL HEROICO / CAPITÁN DE INFANTERÍA / D. PEDRO BERMEJO / Y SÁNCHEZ-CARO; y prosigue en la parte baja con la mención de las circunstancias de la muerte: MURIÓ GLORIOSAMENTE / EN EL COMBATE DEL / 30 DE SEPTIEMBRE DE 1909 / EN EL ZOCO DEL JEMIS / DE BENI-BU-IFRUR / (MELILLA), figurando antes en el lado derecho del soporte el nombre del escultor: DELGADO BRACKEMBURY / CAPITÁN DE INFANTERÍA. Por debajo del pedestal, en un basamento de granito se refiere una estrofa del himno de Infantería: Y LA PATRIA, AL QUE SU VIDA / LE ENTREGÓ, / EN LA FRENTE DOLORIDA / LE DEVUELVE AGRADECIDA / EL BESO QUE RECIBIÓ. Tallado en arenisca, hoy bastante deteriorada, todavía se aprecia buena parte de la representación de la Patria, una doliente figura femenina que, semicubierta con fina túnica, sostiene con su diestra una rama de laurel. En la parte alta del soporte se encontraba el busto, hoy perdido, del glorioso militar, que, trabajado en mármol blanco, lucía uniforme con capote.

El conjunto es obra del escultor y militar andaluz Manuel Delgado Brackembury (Las Cabezas de San Juan, Sevilla, 1882-Sevilla, 1941), artista formado en Barcelona con Rafael Atché y también alumno de Querol, Benlliure y Llimona, que cultivó el academicismo figurativo, si bien le faltó un poco de vitalidad en su producción posterior. Además de varias obras para Sevilla, realizó en Madrid el monumento a las víctimas de la Aviación Militar Española, que, tras haber sido colocado en 1918 en los jardines situados en la confluencia de la calle de Ferraz con el paseo de Rosales, hoy se encuentra, ampliamente remozado, ante la fachada principal del Cuartel General del Ejército del Aire.

El monumento del capitán Bermejo, que tenía unas dimensiones en superficie de 1,20 x 1 metro, fue inaugurado el 24 de marzo de 1911 cuando ya era José Francos Rodríguez quien regía la Villa y Corte. Estuvo colocado en el parque del Oeste en un paraje próximo al cruce de los paseos de Rosales y de Moret, cerca, al igual que las restantes esculturas del proyecto municipal, del grandioso conjunto dedicado a los Caídos en las Guerras Coloniales en la parte baja de dicho parque; pero en los años cuarenta del pasado siglo, al haber resultado bastante dañados por los combates de la Guerra Civil y, además, haberse dejado a un lado la intención patriótica de recordar el heroísmo de las campañas de Cuba y Filipinas de una parte, y de las de África, por otra, las esculturas o sus restos fueron desmontados y llevados a los almacenes municipales.

En el entorno del monumento se alzan ahora cuatro bellas columnas de orden corintio, igualmente procedentes del parque del Oeste y un tanto desgastadas por la acción del tiempo.

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