EL PUENTE DE LA PRIMERA PUERTA Javier Arnáiz Seco
I.- PRÓLOGO Son las doce horas del día 30 del mes de julio del año 1695, el sargento mayor Pedro de Guebara “se esforzó con las más viva diligencia a levantar el puente… pero hallándolo inhabilitado, no fue posible y tomo la resolución de cerrar las puertas.” El puente durante el día tenía algo de fortuna, por la noche quedaba en soledad y silencio, solo roto por el murmullo del veloz vaivén del agua salada de su foso. Ese día el puente sería protagonista de la brusca irrupción en pocos segundos de una marabunta de enemigos, que conocían gracias a un desertor, que, sobre esa etiqueta medieval, de conquistarla, se abría el caparazón de la ciudad de Ceuta. Los ojos del puente eran órganos que poseían acústica, sus arcos se confundían ese día bajo la atmósfera de una densa niebla. Sobre su tablero y en el Albacar, en uno de los ataques más solapados de aquellos tiempos, se oyeron gritos y tambores de guerra anegados de sangre y acciones de duelo, quemaduras, inquietud, miedo y muerte. El sargento en su encomiable y alocado esfuerzo por la basculación del tramo levadizo, no pudo accionar las poleas del mecanismo de defensa. El puente, territorio ahora borroso entre la habitación y la intemperie entró en terror como respuesta a la incontrolable sensación de inseguridad, al indescriptible pavor, al pánico generado y es el miedo, seducción del caos, el comienzo de una lucha por su control total. El hilo del laberíntico y bárbaro asalto lo cuenta Correa da Franca en su Historia de Ceuta, libro atractivo por su contenido general y a la vez de singular valor informativo para todos aquellos C.A.G.CE. 22 (2018) 235-257
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