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Ojo por Ojo

EXPLORANDO ETIOPÍA Sophie y Antoine abordo de su Ozone SwiftMax. El plan original era pasar tres semanas haciendo vivac por una ruta de 1200km por las Tierras Altas de Etiopía

EXPLORANDO ETIOPÍA Sophie y Antoine abordo de su Ozone SwiftMax. El plan original era pasar tres semanas haciendo vivac por una ruta de 1200km por las Tierras Altas de Etiopía

Foto: Antoine Girard

Ojo por Ojo

A principios de año, Antoine Girard y Sophie Tabakova viajaron a Etiopía para intentar cruzar el país en vuelo vivac. Las cosas no resultaron como pensaban… Por Antoine Girard

��EXPLORANDO ETIOPÍA Sophie y Antoine abordo de su Ozone SwiftMax. El plan original era pasar tres semanas haciendo vivac por una ruta de 1200km por las Tierras Altas de Etiopía

Etiopía debería ser un lugar ideal para vuelos vivac. En temporada de sequía los vientos son tranquilos, llueve poco y las térmicas son generosas. El turismo comienza a desarrollarse y aparte de una que otra hiena, no hay animales peligrosos. Sin embargo…

Cuando viajé y volé con Sophie Tabakova, nuestro plan era recorrer 1.200km en biplaza en el norte del país, en busca de libertad, el origen del Nilo y los paisajes más hermosos del mundo. Llevamos una Ozone SwiftMax y dos arneses Ozone Solos (lo principal es que son reversibles – organizarse para un vuelo vivac en biplaza no es fácil). Empacamos suficiente comida para 15 días y planificamos un viaje de tres semanas, con la esperanza de comprar comida en el camino.

La ruta más obvia era cruzar el país siguiendo la fosa tectónica de 400km hasta una meseta de unos 2.200m en el norte del país, pero Niki Yotiv, un piloto búlgaro con mucha experiencia en Etiopía, nos recomendó no hacerlo. Normalmente el techo es bajo, explicó, debido a la condensación del aire del desierto sobre la meseta húmeda y más fría. Sugirió atravesar el centro de la meseta, por el borde de los cañones. Es como un mundo al revés. En lugar de buscar montañas para despegar y volar, buscábamos huecos formados por la erosión.

Comenzando nuestro viaje conocimos a un piloto israelí, Omer. Llevaba tres semanas en el país y tenía muchos consejos útiles. Decidimos viajar y volar juntos.

Nuestro plan para el primer día era volar desde una colina cerca de la capital, Addis Ababa, hasta unos 50km al norte, poco más allá de Sendafa. El techo estaba alto a 5.000m, pero las condiciones no eran las mejores ni generalizadas y el viento nos frenó en seco. Aterrizamos en medio de la llanura, junto a una pequeña aldea. ¡Grave error! No aterrizar, sino aterrizar junto a una aldea.

Los aldeanos nos rodearon rápidamente y aunque era agradable verlos, y a pesar de su buena voluntad, el tumulto de unas 100 personas hizo que las cosas se salieran de control en poco tiempo. Tuvimos que movernos, así que atravesamos la aldea, apremiados por el maestro de la escuela que nos recomendaba refugiarnos en la estación de policía. Nos empujaban cuidadosamente, pero el ruido era impresionante.

El orden se restableció al llegar a la estación de policía y, al consultar el mapa, decidimos ir en autobús hasta el siguiente despegue potencial, a unos 30km. Seis horas más tarde, apenas más rápido que a pie, nos registramos en el hotel más cercano, sin esperanzas de acampar aquella noche.

Sophie Tabakova espera la siguiente eventualidad

Sophie Tabakova espera la siguiente eventualidad

Foto: Antoine Girard

La policía revisa los documentos del dúo

La policía revisa los documentos del dúo

Foto: Antoine Girard

Sus documentos, por favor

A la mañana siguiente hallamos un típico despegue etíope. Un campo totalmente plano con vista a una cresta vertical. Despegar desde una cresta nunca es fácil, especialmente en biplaza, pues siempre se forma un rotor detrás del risco a nivel del campo, pero igual nos hicimos al aire. ¡Nuestra gran aventura africana podía comenzar!

El vuelo fue bueno y logramos avanzar, pero el mareo, normal en un biplaza, nos forzó a aterrizar para descansar. Descendimos en el borde de la meseta en un lugar hermoso y, tras una cálida bienvenida por parte de los locales, decidimos pasar la noche y ver el atardecer.

Pero 30 minutos más tarde llegó un todoterreno de la policía. Nos pidieron nuestros documentos y nos obligaron a acompañarlos a un pueblo, Alem Ketema, a 15km. Pasamos horas explicando qué hacíamos, quiénes éramos y que no éramos espías. Nos comunicamos con nuestro teléfono, con una aplicación de traducción porque no teníamos ninguna lengua en común. Omer tenía en su teléfono una foto de una carta en amárico de 2013, del Ministerio de Turismo, que decía, “Dejen volar a estos pilotos”. Al final esto los convenció, pero ya hacía mucho que había anochecido.

Luego de una noche de acampada junto a la estación de policía, con tres guardias armados a los que tuvimos que pagarles generosamente, pudimos irnos y volar en la mañana. Otra vez las condiciones eran buenas y recorrimos un buen trecho rápido, con poco viento. Se acercaba nuestro “descanso de biplaza” y pasamos una media hora buscando un lugar para aterrizar, alejado de cualquier rastro de civilización. Pero no existía un lugar así. Etiopía está densamente poblado y ya entendíamos que era imposible estar solos.

Se formó una multitud a los minutos de aterrizar, seguida por la policía en motocicletas a los 20 minutos. Revisiones, visas, documentos, etc. La carta nos volvió a ayudar y una llamada a la estación de policía de la noche anterior también despejó el camino, pero cuando nos dejaron ir ya era demasiado tarde. La multitud se disipaba y buscamos un lugar para armar nuestras carpas, mientras poco a poco dejábamos atrás a la multitud.

Pasamos la noche escondiendo las linternas y cocinando a la luz de la luna, pero a las 10pm llegó un grupo de hombres armados que exigió ver nuestros pasaportes. Me negué categóricamente. Ellos insistieron. Les dije que regresaran en la mañana. Nadie cedía. Después de 30 minutos se fueron, decepcionados. ¡Parecía que en este país era imposible hacer un vuelo vivac!

En la mañana, Omer, quien en tres días necesitaría una extensión de su visa, se fue. Todo tardaba demasiado. Sophie y yo seguimos, aunque mantener la ética del vuelo vivac parecía difícil. Nuestra esperanza era que en los próximos 200km casi no había carreteras, solo caminos que esperábamos tuvieran menos gente.

Se escuchó un disparo

En la mañana se formó una multitud alrededor del campamento. Nos observaron durante horas. Pasábamos el tiempo viendo a los monos y los pájaros que revoloteaban en las escasas térmicas. La multitud creció. Alguien lanzó una piedra, tal vez por aburrimiento. No un guijarro, una roca. Era un juego. Nos apuntaban desde lejos y las piedras comenzaron a rebotar de los árboles.

Nos fuimos apresuradamente, siguiendo un camino desde la meseta, y hallamos un autobús que nos llevó al siguiente poblado, donde pudimos refugiarnos en un hotel. El vuelo del día estaba cancelado.

Después del descanso forzoso, volvimos a volar. Las condiciones eran buenas, con techo a 4.000m. ¡Promediamos 40km/h durante más de dos horas! Pero nuevamente llegó la hora del receso de biplaza. Buscábamos el lugar más remoto posible y había varios lugares para aterrizar, pero a pesar de la falta de carreteras, había poblados por todas partes.

Nos dijeron que Etiopía es uno de los países más poblados de África, pero no lo podía imaginar. No es para tanto, pensaba, no debe haber tanta gente y no será mucho tiempo. Pero apenas pisábamos tierra ya la gente venía corriendo hacia nosotros. Recogimos el ala y fuimos al árbol más cercano en busca de sombra, pero no habíamos recorrido 10 metros cuando oímos un disparo. Un hombre furioso había disparado sobre nuestras cabezas.

ESPÍRITU AVENTURERO “Etiopía está saliendo de una guerra y aún tiene conflictos con países vecinos. Como pilotos de parapente que caían del cielo, nos veían como paracaidistas invasores, enemigos a ser capturados a toda costa.”

ESPÍRITU AVENTURERO “Etiopía está saliendo de una guerra y aún tiene conflictos con países vecinos. Como pilotos de parapente que caían del cielo, nos veían como paracaidistas invasores, enemigos a ser capturados a toda costa.”

Foto: Niki Yotiv

La mirada del miedo

Paramos en seco. Pusimos el equipo en tierra lentamente y levantamos las manos.

La barrera del idioma se cerró de un portazo entre nosotros. Era imposible intercambiar una sola palabra. El hombre estaba tenso y no paraba de moverse. Llegaron otros que parecían menos agresivos, pero entendimos que la situación era complicada cuando el pistolero ahuyentó a los niños y advirtió a cualquiera que se interpusiera entre nosotros y su línea de fuego.

Sacamos lentamente el teléfono para mostrarle la carta del ministerio de turismo, pero era imposible acercársele. Un pastor aceptó acercarse y leer algunas líneas de la carta en voz alta, lo que alivió un poco la tensión. Noté que el pistolero no iba a disparar a menos que pareciéramos amenazantes.

Pero otro hombre se acercaba con rapidez. Desde la distancia no noté miedo, sino locura y terror. No me gustó la situación y tomé las riendas. Me acerqué lentamente a él para tratar de calmarlo. Sophie se quedó atrás.

Los ojos del hombre acapararon mi atención. Su mirada no parecía humana y sabía que en su estado era impredecible. Estaba a dos metros cuando vi una pistola en su mano. Con gran habilidad y decisión, amartilló su pistola y apuntó a mi pecho. Parecía en pánico y me di cuenta de que podría disparar en cualquier momento.

Pero lo vi a los ojos y noté renuencia. Aproveché su vacilación para mostrarle la carta en mi teléfono, que seguía en mi mano. Tras leer un par líneas, sus ojos mostraban una mirada distinta que incluso Sophie, a más de 10 metros, pudo ver. Estaba listo para disparar, pero eso había cambiado.

Sabía que no nos ejecutarían – al menos no de inmediato – solo debíamos esperar el resultado con tranquilidad. Los niños fueron ahuyentados del lugar y se nos hizo entender que nos entregarían a la policía. Alivio. Solo debíamos asumir la situación con paciencia, pero al no haber carreteras, la espera sería larga.

Cada movimiento se hacía con lentitud. Para tomar agua o comer algo nos movíamos lentamente para dejar claro lo que hacíamos. Poco a poco el clima se relajó y a los niños se les permitió acercarse. El hombre de la mirada amenazante se convirtió en el más amigable de todos y sugirió que esperáramos en la sombra. Pero no bajó su arma.

Fin de la aventura

Horas más tarde llegó la policía. No teníamos un idioma en común y no sabían leer nuestros pasaportes. Vi que uno de ellos usaba un celular y le pedí que llamara al traductor de la policía de la aldea anterior. Lo intentó varias veces, pero sin éxito, hasta que finalmente el traductor llamó. Al fin el clima se distendió.

Pasamos la noche en la casa del maestro de la aldea y, a pesar de todo, dormimos bien bajo el cuidado de los guardias armados, en colchones extraños. Despertamos con cientos de picadas de pulgas.

En la mañana, luego de revisar nuestros papeles, la policía nos dejó ir, pero escapar de la aldea no fue fácil. Rechazamos una oferta de €300 para llevarnos hasta el siguiente pueblo, a 80km, y conseguimos quien nos llevara.

Pero cuando nos íbamos, sonó el teléfono del conductor y nos pidió que bajáramos. No sabíamos porqué, pero no nos permitieron irnos de la aldea. La noche estaba cerca y no nos gustaba la idea de estar encerrados. Contacté a la embajada francesa para explicar la situación.

En la noche, una ambulancia nos llevó a la capital regional, a 80km, donde de nuevo nos pidieron nuestros papeles. Era demasiado. Decidimos dejar de arriesgarnos: hasta aquí llegaba el cruce.

Etiopía está saliendo de una guerra y aún tiene conflictos con países vecinos. Como pilotos de parapente que caían del cielo, nos veían como paracaidistas invasores, enemigos a ser capturados a toda costa. Una vez aclarado el malentendido, la bienvenida fue cálida.

Terminamos nuestro viaje volando en los lugares turísticos, donde están más acostumbrados a los parapentes. ¡Todo fue de maravilla! Incluso volamos biplaza con los aldeanos. Los paisajes eran espléndidos y valió la pena el desvío, la gente nos acogía con los brazos abiertos, no con armas. Nadie quería dispararnos y nadie mostraba miedo en sus ojos.

antoinegirard.fr