OPINIÓN
JUN - JUL 2021
La resiliencia tiene un nombre Jessica De León Verdugo Consejera de Turismo del Cabildo de Fuerteventura
É
RASE una vez una familia que trabajaba duramente en su restaurante, uno de los principales atractivos de su local era un mono amigo de los niños de la casa, pero también de muchos visitantes que se paraban para verlo. El restaurante se fue convirtiendo en lugar de paso, y poco a poco, fue creciendo y generando más beneficios. Aquella familia apostó entonces por aliarse con otra familia para ampliar su negocio y abrir la primera reserva de animales de Fuerteventura. Y fue así como este negocio empezó a crecer y a posicionar la isla fuera, en el exterior, atrayendo hasta sus instalaciones a miles de visitantes cada año, confiando en la tierra que les vio nacer como empresa y prosperar.
premios, y un orgullo para los que aquí vivimos. Tener una casa con una arquitectura tradicional única hizo que otra familia invirtiera su patrimonio para presumir de la historia de aquella vivienda, de aquel lugar, de nuestra cultura y leyendas ante el mundo. Restauraron la casa, la convirtieron en hotel rural y, con ello, en punto de encuentro de miles de pequeñas historias de aquel paraíso. En los fogones, muchos paladares se quedaban encantados con los sabores y
hoy en el paraíso que, por si no lo he dicho, se llama Fuerteventura. Una isla que ha vivido situaciones difíciles a lo largo de su historia, pero donde el majorero ha sabido siempre levantarse, sacudirse el polvo, resistir, aprender, innovar y finalmente, sobreponerse. Negocios de éxito, pequeños y grandes, que pasan de padres a hijos y que hoy resisten el embate de la Covid, ¿el secreto?, confiaron en Fuerteventura y se arriesgaron, sintieron su potencial y apostaron. Crecieron al calor del amor a su pequeño paraíso y prosperaron.
Otra familia cercana, consciente de que aquello era un tesoro, construyó uno de los primeros hoteles de la zona para enseñarle al mundo que vivían en el paraíso. Y compartieron su rincón con miles de personas soñadoras que también buscaban paz y tranquilidad. De lavar manteles y servilletas de restaurantes en la lavadora de su casa nació otro negocio familiar. Se invirtió en lavadoras y más maquinaria para atender aquella incipiente demanda turística de esta isla del PARAÍSO. Aquella familia también lo logró, y no solo eso, además consiguió expandir su negocio a otras islas y diversificar lo que producen en sus instalaciones. Cerca de esta familia, otra empezó con un supermercado. Mis padres y una generación entera cruzaban la isla para ir a ese súper que vendía a mejor precio que ninguno, y esto ayudaba a ahorrar unas pesetas que, al menos a mi familia le parecía tan importante que una vez al mes recorríamos media isla para llegar hasta allí. Ofrecer productos del paraíso es una de sus fortalezas, tanto es así, que hoy en día casi en cada esquina es habitual encontrar locales de este negocio. Otra familia comenzó desde cero haciendo quesos, con una o dos ganaderías, vendiendo casi puerta a puerta su producto hasta que conquistaron el paladar de miles de canarios e hicieron del acervo cultural de la isla una marca, miles de
productos frescos que usaba en su mesa. Pucheros únicos, colas kilométricas sentadas en una acera para poder degustarlo; un caldo de pescado y escaldón de gofio por el que bien merece la pena recorrer todo el edén. Atardeceres únicos que han hecho que muchas familias pusieran una mesa para que, el que llega, los disfrute en compañía de la mejor gastronomía. Otra familia, con dos camiones, dio trabajo a miles de padres que tenían que pagar los estudios a sus hijos. Y de los camiones nacieron otros proyectos que los convertirían en referencia para todos. Y todas esas familias siguen viviendo
Y esa es la tarea que tenemos encomendada los que hoy gestionamos el Cabildo de Fuerteventura: confiar en cómo lo hicieron ellos, en el potencial de nuestra isla; arriesgar como arriesgaron ellos para atraer inversores y diversificar la economía. Pero también, apostar como apostaron ellos por salir de esta crisis y trabajar incansablemente para estar a la altura de todas las familias que cada día se levantan en el paraíso y confían, arriesgan, y trabajan por y para este territorio. Porque la receta mágica no existe, pero todos ellos nos han enseñado algo: la resiliencia se llama Fuerteventura.
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