LA MIRADA AZUL de María José Banegas Varola

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LA MIRADA AZUL María José Banegas

@ del texto y de las imágenes María José Banegas Varola edición contar la propia historia

Madrid / Buenos Aires, febrero del 2025

LA MIRADA AZUL

María José Banegas

A mi familia

Gracias a mi hermana Cristina Banegas por su persistencia

“Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por aquellas que hiciste. Así que suelta amarras.Navega lejos de puerto seguro. Atrapa los vientos alisios en tus velas. Explora. Sueña. Descubre”.

Mark Twain

LA HUÍDA

No sabía cómo arrancar. Hacer un equipaje para viajar al desierto se le antojaba un mundo.

Consiguió ordenar una maleta y una mochila con calzado; tampoco podía demorarse más. Tenía que descansar aunque fuera tres horas antes de salir del pueblo rumbo a la estación de tren.

Su última etapa allí había sido un auténtico desastre. De ahí la tremenda necesidad de viajar….

Aquel apartamento compartido con otras cinco personas se le había hecho un mundo demasiado pequeño.

Una antigua compañera de trabajo en televisión era ahora dueña de un hotel cerca de las dunas de un desierto… Habían pasado varios años desde que no se veían. ¿Cómo no iba a aceptar la invitación? Ni lo dudó. El día de Navidad tomó el tren rumbo a Sevilla para encontrarse con ella y cruzar el Estrecho.

Un cúmulo de pensamientos invadían su mente. Tenía en sus manos un billete de ida sin vuelta.

LOS TRES MOTORES

Ellas eran sin duda su mayor motivación para vivir. Desde que llegaron al mundo, todo empezó a ser más liviano y más bello. Incluso la depresión se le hacía menos profunda.

Los bebés le habían trasmitido siempre muchísima ternura, sabía cómo cuidarlos, cómo abrazarlos. Desde muy pequeña tuvo vocación de madre, de puericultora, de enfermera… de cualquier puesto en la vida que implicara cuidar a otro.

Iba a ser duro estar sin sus nietas, sin sus motorcitos, y sin su hija que era el motor principal y la persona más buena de este mundo. Siempre le había perdonado sus ausencias consecuencia de una vida social ciertamente agitada.

Esta vez se alejaría de ellas por la necesidad imperiosa de viajar, de conocer nueva gente y de reconocer los lugares que había visitado hacía tantísimos años. Recién cumplidos los veinte se había escapado a Marruecos junto con el padre de su hija, su hermana y un grupo de chicos y chicas del barrio en un viaje muy loco. Años más tarde y ya siendo madre, había repetido el viaje con su pequeña bebé y el padre.

La voz de la azafata invitando a los pasajeros a visitar la cafetería del tren interrumpió el flash back. Faltaban dos horas para llegar a Sevilla. Cerró los ojos, volvió a pensar en ellas y se durmió.

MUERTE DE COTA

El reencuentro no fue cálido como ella esperaba. Apenas hablaron. Sintió a su amiga lejana, cansada, y con mucha prisa por salir hacia la casita en la playa de Los Caños. Allí dormirían, no mucho, porque tenían que embarcar en el ferry y partir temprano desde Tarifa hacía Ceuta.

Importaba correr. Se trasladó mentalmente a tantas ocasiones en que trabajaron juntas, siempre con estrés.

Un sentimiento de tristeza se le prendió al corazón en cuanto intuyó que algo no iba bien.

Madrugaron para llegar al puerto con tiempo suficiente para sacar los billetes para el todoterreno, para ellas y para la perrita Luna.

Durante el trayecto se asomó por la baranda del barco a observar los remolinos que se dibujaban en el mar. Y ahí fue cuando recordó a Cota. La perdió cuando tenía tres años, en el viaje transoceánico que la llevó a Europa junto con su madre, su hermana y Atila, un precioso ejemplar de pastor alemán. Cota cayó por la borda y fueron inútiles los esfuerzos de los marineros por rescatarla.

Era de trapo, con un vestidito de fieltro y el pelo de lana. No volvió a verla nunca más.

LA VENTANA DE DIOS

Si Dios existía tenía que estar allí arriba.

El paisaje era impresionante. Montañas de picos altísimos y valles profundos armaban la cordillera del Atlas. Estaba atardeciendo.

Decidieron parar y fumar un cigarrillo… cuando escucharon música. Alguien bajaba por la montaña. Era un muchacho berebere, tal vez un pastor. Tocaba una guitarrita hecha con una lata de aceite de cinco litros y un palo a modo de mástil con algunas cuerdas.

EL HOTEL DE LAS MIL Y UNA NOCHES

Era de noche cuando llegaron a Merzane. Fueron recibidas con tambores y una fantástica cena con platos típicos. Era un Riad precioso, situado en la pista que lleva hasta las grandes dunas. Un lugar de ensueño con alfombras bereberes y telas de mil colores.

Su amiga y el novio habían tardado cuatro años en construir el hotel. Ella había vendido todo en España para hacerlo. Estaba muy enamorada de aquel muchacho del desierto.

Pero él no la hacía feliz.

LOS NIÑOS DEL DESIERTO

No podía creerlo, estaba en el corazón del desierto. El paisaje era vasto, de dunas doradas que parecían moverse como olas. El sol abrasador lo dominaba todo y una suave brisa le acariciaba los oídos. El cielo era azul profundo salpicado ocasionalmente por nubes blancas. Unos pocos cactus y matorrales emergían de entre la arena.

A tan sólo unos metros pudo divisar un collage de colores, y según se acercaba, el silencio profundo se llenó de balidos de cabras y voces infantiles. Eran los niños del desierto. Se acercaron corriendo, y la rodearon con curiosidad, mirándola con sus ojos color miel. Tenían la piel ajada por el desafío diario del entorno árido en el que viven. Sus sonrisas, las más bellas que había visto nunca.

Los niños del desierto encuentran alegría en la historia y costumbres de sus pueblos. Y como una de ellas es la hospitalidad, pronto se vio en aquella carpa, en la jaima, sentada ante una tetera y un gran plato con dulces. El olor a menta lo impregnaba todo.

UNA IMPORTANTE DECISIÓN

El panorama no pintaba bien en absoluto. Las malas contestaciones y las continuas discusiones de su amiga con el muchacho del desierto, la tenían ya harta. No había salido de España para estar agobiada por su mal carácter. Solamente habían pasado cinco días juntas y ya no la soportaba más.

Mantuvieron la primera y única discusión durante la Nochevieja, mientras todos lo pasaban en grande. Ya no pudo más, la llamó amargada y le dijo que al día siguiente se marcharía de allí.

Y así lo hizo.

El muchacho la llevó hasta Erfoud, se disculpó con ella por lo sucedido y la dejó en la parada de taxis, no sin antes explicarle lo que debía pagar por el viaje hasta la ciudad de Fez y advertirle que el conductor no hablaba una sola palabra que no fuera árabe.

Tras siete eternas horas en las que no cruzaron ni una palabra, el viejo y destartalado Mercedes llegó a destino. Era ya de noche y Fez de noche es una ciudad peligrosa. Afortunadamente el taxista pudo entender que ella iba a necesitar una habitación en algún hotel tranquilo y barato lo más cerca posible de la estación de autobuses. Quería llegar al norte, a la ciudad de Chefchaouen, la ciudad azul.

EL BUS DE LAS GALLINAS

Tenía apenas trescientos euros en el bolsillo y los ojos hinchados de llorar. Estaba realmente disgustada, había dormido tan solo unas horas y le angustiaba pensar qué le diría a su familia, a su madre, a su hija. ¿Cómo iba a explicarles que sus vacaciones se habían truncado, que ya no estaba con su amiga y que andaba sola por Marruecos? No encontraba respuesta así que decidió que lo mejor sería desayunar en el hotel y después vería la manera de llegar hasta la estación de autobuses.

El sol de la terraza fue reconfortante, y también entablar conversación con unos italianos de la mesa de al lado, dos chicos y una chica de Milán, arquitectos. Le advirtieron que tuviera cuidado si tomaba un taxi porque los taxistas le dan a uno vueltas y más vueltas hasta llegar a destino. Total, la estación no estaba lejos para ir caminando.

Acordó una propina de apenas treinta dírhams, equivalentes a tres euros, para el chico encargado de las maletas. El equipaje lo colocaron en un carrito y partieron a la estación.

Se sintió muy sola cuando el muchacho se marchó después de haberle puesto en la mano un billete para Chefchaouen y de haberse despedido de ella deseándole suerte en un idioma remotamente parecido al francés.

Allí estaba, en una estación de buses de Fez, sin hablar una

palabra de árabe, sin saber dónde estaba su bus, sin entender nada. Ni siquiera sabía cuántos kilómetros iba a recorrer ni cuánto duraría el viaje. Su cara era un poema; la viva imagen de una persona desorientada.

Un hombre se le acercó. En un amable y correcto inglés le preguntó si podía ayudarla en algo. Ella le mostró el billete. Resultó ser el billete de un bus que iba a parar en casi todos los pueblos que separaban Fez de la localidad de Dar Dara, unos doscientos kilómetros al norte, pero el bus no llegaba a Chefchaouen.

Tuvo suerte de haberse encontrado con aquel caballero marrakechí. El hombre se preocupó de darle una propina al conductor, y otra al ayudante del bus para que cuidara de su equipaje y para que le avisara al llegar a Dar Dara.

Fue como haber encontrado un ángel.

Así que ocupó un asiento que al lado tenía otro totalmente roto. Mejor, no tenía ganas en absoluto de entablar conversación con nadie. Era la única extranjera.

En el bus había una gran variedad de pasaje… gallinas por ejemplo. Cerró los ojos y se durmió.

EL HOTEL DE HACÍA TANTO TIEMPO

Bajó del bus, recogió su equipaje y tomó un taxi compartido con otras tres personas. Acordó precio con ellos y se sentó en el asiento de al lado del conductor. Compartir taxi era algo totalmente habitual en Marruecos, los viejos Mercedes podían transportar hasta siete personas. Dos en el asiento del acompañante y cuatro detrás.

Tomaron camino hacia Chefchaouen, no más de diez kilómetros valle arriba.

Hotel Salam, le dijo al conductor. Recordaba el nombre del hotel en el que había estado hacía más de treinta años, un hotel tranquilo, sencillo y económico.

La vida da tantas vueltas que uno no sabe bien si viene o va.

Y algo casi olvidado puede venir al presente.

EL CORAZÓN DE CHEFCHAOUEN

En la plaza de Uta el Hammam, allí le dijeron que podría comer. Estaba hambrienta y agotada. Las tres chicas, que hablaban inglés, la acompañaron hasta un café en la plaza. Le resultó familiar, tenía un recuerdo vago, pero lo que más le llamó la atención fue la gran cantidad de turistas que iban y venían. Sobre todo chinos, había muchos chinos.

El ambiente en la gran plaza era vibrante, estaba rodeada de restaurantes y cafés al aire libre. En el centro una gran mezquita delante de la cual se celebraba un festival de música y malabares con fuego.

Dio buena cuenta de la cena; un delicioso tagine de pollo. Sonaba un tema de Bob Marley.

DESPERTAR EN LA CIUDAD AZUL

Cuando abrió las viejas contraventanas de madera la luz iluminó todo el cuarto. Había dormido realmente bien.

Se aseó en un pequeño lavabo y subió a la terraza del hotel. La vista era increíble. Por un lado, grandes montañas con vegetación, por otro casitas pintadas de azul desperdigadas por las colinas. Parecía como si hubieran caído desde el cielo, un cielo limpio como pocas veces había visto.

Acordó con el dueño del hotel, unos días más de alojamiento a cincuenta dírhams la noche. Un precio realmente barato que le permitiría al menos alojarse y comer.

Después, salió a la calle para desayunar y para llamar a la familia. En su cabeza no cabía la idea de volver a España.

Recordaba que Chefchaouen era una ciudad muy segura. De gentes tranquilas y amables, estaba alejada del bullicio de otras ciudades de Marruecos. Presentía que estaba en el lugar adecuado. Después se perdió por las calles empedradas y estrechas que serpenteaban a través de la ciudad, adornadas con coloridas puertas y ventanas que contrastaban con el azul predominante. Artesanía, telas y productos locales se ofrecían en la multitud de tiendecitas donde se daba la bienvenida a los turistas con simpatía e incluso en su propio idioma, porque en Chaouen mucha gente habla español, inglés, francés, alemán y hasta chino.

Podía comunicarse perfectamente allí, algo que la hizo sentirse más cómoda aún.

LA CIUDAD DE LOS GATOS

Había gatos por todos los rincones. Gatos de todos los tamaños y colores. Los gatos no viven en las casas, son callejeros. La gente de Chaouen los cuida y los alimenta en la medida en que pueden, porque los gatos tienen mucha presencia en el Corán.

En las puertas de las casas les ponen una caja de cartón o cualquier otra cosa que pueda servirles de refugio. Igualmente comen las sobras del cous cous, que las raspas de sardinas, si tienen suerte.

Se divirtió de lo lindo fotografiando gatos.

El RÍO DE LOS COLORES

Era su segundo día en la ciudad azul.

Quién iba a imaginar que ella sería tan flexible y capaz de integrarse con gentes de otra cultura, si cada día que pasaba sucedía algo nuevo, algo emocionante.

Caminaba por la pequeña ciudad sin miedo y con ilusión por seguir conociendo aquel sitio tan azul y tan mágico.

Resultaba fácil entablar conversación con cualquiera, así que mientras tomaba un delicioso té de menta, escuchó atentamente las indicaciones que le dio un muchacho para llegar hasta el río. Hasta Ras el Ma. Tenía que salir por una de las siete puertas de la medina y simplemente seguir a la gente. Los turistas, extranjeros y marroquíes llenaban todo.

Otra explosión de colores vino a sus ojos. Puestos con artesanía adornaban el camino del río.

Las mujeres ofrecían a los turistas fotografiarse con las vestimentas típicas del lugar.

A la entrada del río estaban los lavaderos donde las mujeres lavaban a mano montañas de ropa. En otro lado, los hombres y los niños lavaban alfombras pisándolas con los pies y colocándolas a secar al sol formando un cuadro de mil colores.

La energía era especial, todas eran sonrisas.

Había puestos con zumo de naranja natural recién exprimido,

música y mucha alegría a lo largo del río flanqueado por pequeños cafés donde se podía comer.

El flamenco le regaló los oídos. Se escuchaba música de España, el mejor flamenco.

Chefchaouen, era como estar en casa, o mejor aún.

EL CHICO DE LA TORRE

Se perdió por la medina y salió por una de las puertas por las que no había salido nunca: la puerta Bab Souk, la puerta del Zoco, precisamente un día de mercado. El barrio estaba lleno de gente de las montañas que baja hasta la ciudad de Chaouen para vender sus productos. Se sintió algo perdida en el tumulto, y sin saber para dónde ir. Un muchacho se le acercó y le preguntó si necesitaba algo a la vez que le ofrecía un racimo de uvas que llevaba en la mano.

Era alto y delgado, vestía muy a la europea y llevaba gafas de sol. En un español más o menos entendible le preguntó de dónde era, y así fue como entablaron conversación y una amistad que duraría años. Después de dar una vuelta para que viera el mercado le ofreció acompañarla a ver la ciudad desde el Panorama, una de las colinas que la circundaban.

Allí arriba, al lado de una de las torres de la muralla de Chaouen, vivía Abderrahim.

HAMMAM

Tomar un hammam se convirtió en uno de sus mayores placeres. Nunca antes había conocido esa tradición ancestral, que no consistía sólo en lavarse, sino en relajarse y purificar el cuerpo.

Era la primera vez y se sintió algo cohibida. Apenas sabía una palabra de árabe y no conocía el funcionamiento de aquel sitio, pero eso no le impidió disfrutarlo como una mujer más. Se entendió como pudo con la dueña y le pagó los 14 dirhams, algo menos de dos euros.

Allí dentro eran todas iguales, casi desnudas, llenaban cubos en una fuente de agua caliente y la vertían sobre sus cuerpos embadurnados con jabón negro o se ayudaban unas a otras a lavarse el pelo con henna.

No le permitían recoger agua pero sin embargo se ofrecían a hacerlo por ella, e incluso a fregar su cuerpo.

Algunos niños correteaban por las tres salas mientras sus madres se encargaban de los más pequeños, algunos bebés apenas recién nacidos a los que frotaban como si no hubiera un mañana.

Tomar un hamman cada semana o diez días se convirtió para ella en un ritual. Allí podía socializar con otras mujeres del barrio. Podía descansar, recostada sobre un banco de piedra caliente mientras el vapor despegaba capas de piel muerta de su cuerpo.

Al salir del hammam le encantaba ir a la plaza grande a tomar una taza de harira, de sopa, o un té de menta.

LA CASA DE BAB SOUK

No le pareció mala idea alquilar un sitio donde vivir en lugar de seguir alojándose en un hotel, estar limitada a moverse en una pequeña habitación y comer fuera todos los días.

Además en España la familia estaba tranquila sabiendo que estaba en la ciudad azul. Se habían informado bien sobre la seguridad que ofrece este pequeño lugar de las montañas del Rif y, más segura estaría aún sin ir sola de acá para allá. Realmente no estaba tan lejos de España, desde Chefchaouen a la frontera de Marruecos con Ceuta había unos 100kms por carretera.

El chico de la torre le había hablado de una antigua casa vacía en Bab Souk, en el barrio del mercado, donde se habían encontrado por primera vez. Pensó que sería bonito pasar una temporada allí, así que ni corta ni perezosa fué a buscarlo al café Loto para que la llevara a verla.

Abderrahim se alegró de la decisión.Tenía buen corazón y apenas unas monedas en el bolsillo así que posiblemente pensaría que si ella alquilaba la casa, él podría tener la oportunidad de hacer algún pequeño trabajo. Fue a buscar a la dueña, la señora Zora. Apenas veinte minutos más tarde volvió acompañado de una mujer bien ataviada que tapaba su cabeza con la tradicional “hijab” arábe y que no hablaba una palabra de español.

La casa estaba a pocos metros de la entrada a un callejón de un azul muy intenso. Subiendo unas empinadas escaleras estaba la vieja puerta de entrada. La señora Zora la abrió mientras gesticulaba intentando explicarle en árabe lo sano que era vivir al pie de las montañas.

Quedó prendada de ese espacio. Un salón con ventanitas de cristales de colores dejaba entrar una luz preciosa que iluminaba todo. Tenía un aire a una casa andaluza con azulejos adornados al estilo español y suelos de baldosas antiguas. Un gran ventanal en la cocina daba al callejón, mientras que en las dos habitaciones las vistas daban a una colina donde había un viejo “maqbara”. Ni más ni menos que un cementerio de tumbas pintadas con diferentes azules.

Le pareció posible vivir allí, sabiendo que tan cerca había muertos. Total, pensó, los muertos molestan menos que los vivos.

Así pues, ajustaron un precio por el alquiler mensual que era igual al gasto de vivir en un hotel, y la señora Zora le dio la llave.

EL GALLO LOCO

La tienda de Said era como una especie de ultramarino en el que había de todo.

A la vez era un punto de reunión para las gentes del barrio que parloteaban con él haciendo que la espera para comprar fuera interminable.

Aquel día fue a contarle que estaba agotada. Las ojeras le llegaban a los pies. Llevaba varias noches sin poder dormir por culpa del gallo de los vecinos que cantaba a cualquiera hora. Algo que no entendía, porque los gallos en España tienen un horario, cantan al amanecer.

Tres días seguidos fue a pedirle consejo a Said, que con su peculiar sentido del humor, le dio tres soluciones:

Denunciar al gallo, buscarle una novia o comprarlo a los vecinos y hacer un tagine.

Afortunadamente sus dueños lo mataron.

DAR MARÍA

Llamó a su casa Dar María, la casa de María. Y no solamente la convirtió en su hogar durante tres años, también fue el lugar de descanso de viajeros de todo el mundo.

Abderrahim, fue de gran ayuda para decorar la casa. Se ocupó de buscar al pintor Mohamed para que la pintara, consiguió catres de madera de segunda mano y una mesa para el salón. Una cocina de camping y unos jergones muy cómodos con paja en su interior donde ella dormía, al más puro estilo de las montañas.

Un carpintero le hizo una gran cama para los huespedes que ocupaban la habitación grande. Dormían como benditos, agotados por el largo viaje desde sus países de origen o desde el desierto de Marruecos.

Ella se dedicó en cuerpo y alma a cumplir su sueño: crear un espacio mágico. La idea de que los demás pudieran sentirse como en casa se convirtió en una obsesión y tuvo que trabajar duro para conseguirlo poniendo todo su esfuerzo en ello.

En los momentos duros recordaba a sus padres, emigrantes que dejaron Argentina para empezar una nueva vida en España. Y aunque algunas veces lloraba volvía a levantarse y recorría los mercados comprando objetos, telas tradicionales marroquíes y cosas de segunda mano que venían de España. Incluso cruzó caminando la frontera del Tarajal arrastrando dos estufas que compró en Ceuta, con las que calentarse en los fríos días de invierno.

GENTE DEL MUNDO

Hospedar a personas de otros países le resultaba una experiencia enriquecedora y fascinante. Compartían historias, tradiciones y costumbres y se creaba una energía muy hermosa.

Se entendía en inglés con viajeros de países muy lejanos y siempre estaba dispuesta para ayudarlos a conocer la ciudad azul. Recorría con ellos cada rincón, a cual más azul y más hermoso, los llevaba a los mejores lugares para comer, a las tiendas donde se vendían jilabas de todo tipo, o subían a la colina de la Mezquita Española o al Panorama, desde donde se veía toda la ciudad.

En el barrio, los llevaba a conocer el horno donde cada mañana compraba el pan caliente para el desayuno, a recorrer el Zoco los días de mercado o a compartir anécdotas tomando té de menta en cualquiera de los cafés de la plaza Uta el Hammam.

Así fue.

LA MIRADA AZUL

Quedó prendida en ella para siempre.

La mirada azul, una mirada más bella amplia y diversa del mundo.

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