EL MAGO ERES TÚ de Gabriela Ciprián

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EL MAGO ERES TÚ

Gabriela Ciprián

@del texto y de las imágenes Gabriela Ciprián

edición contar la propia historia

Córdoba / Buenos Aires, mayo de 2025

EL MAGO ERES TÚ

Gabriela

Ciprián

Este libro te lo dedico a vos José Luis, mi gran amor y compañero de viaje, nos conocimos cuando yo tenía diecisiete años, nuestras miradas se cruzaron y conectamos “álmicamente”. Hermoso Ser que lograste todo lo que te propusiste en tu vida. Juntos vivimos un gran amor, fruto de ese amor Ariel y Sabrina dos soles que iluminan nuestro camino.

Aprendí que nos elegimos en el mundo celestial para venir a transitar la experiencia humana aquí en la tierra, te fuiste antes, sé que era tu tiempo pactado, aún me queda camino por recorrer aquí en la tierra para extender el amor de verdad, que aprendí a tu lado. Gracias por enseñarme a mirarme a través de tí, fuiste el espejo que despertó mi mago. Te amo.

PRÓLOGO

Este no es un libro sobre una enfermedad. Es un libro sobre la actitud en la vida y la sanación. Sobre cómo una persona común puede transformarse en algo extraordinario cuando la vida la pone a prueba y le pide más de lo que imaginaba poder dar.

Este libro no viene a dar respuestas. Solo quiere abrir el corazón y contar. Porque cuando alguien se anima a contar su historia —con su propia verdad— algo se enciende en todos nosotros. Algo se transforma en el aire que circunda.

Este prólogo es para vos, querida Gabi. Para sumar mi mirada a tu historia hermosa. A una vida que, incluso en la fragilidad, fue poderosa. A una persona que eligió vivir con valentía, pincelar su vida de varios colores… y ser su propio mago. Transformar su jardín. Cerrar círculos.

Porque el amor es más fuerte. Y estas páginas están llenas de eso. De amor. Amor de madre, de esposa, de hermana, de amiga. Amor de vida.

Aquel fin de semana de noviembre del año 2015, descansábamos con mi esposo y mi hija en La Cumbrecita. Una noche, mientras me bañaba en la ducha del hotel al pasarme el jabón en la mama derecha me encontré un bulto que me sorprendió. Me pareció raro, me miré a ver si estaba roja la piel, si se notaba a la vista, pero no, sólo podía palparlo. Sentí un escalofrío. Salí de la ducha, y mientras me secaba comencé a sentir un temblor en las piernas que de a poco comenzó subir, el estómago se contraía, el corazón me latía fuerte. Me puse frente al espejo para mirarme el busto y vi como me temblaban las manos, salí del baño muy asustada. Mi esposo estaba recostado. Le dije, tengo un bulto el pecho, él me palpó e inmediatamente se dio cuenta de que estaba temblando, intentó tranquilizarme, pero mi cuerpo no paraba de temblar. Tenía miles de pensamientos, me imaginaba el peor escenario, no quería volver a estar en una clínica. Los últimos años había acompañado a mi madre.

Salimos con mi esposo al patio del hotel, era una noche calurosa, corría una suave brisa, mucho silencio. Nos recostamos en las reposeras al costado de la pileta. Él me abrazaba y me consolaba, yo me puse a llorar. Él me decía tal vez no es lo que imaginas, pensá en que puede haber otras posibilidades, conectá con eso Gaby. Respiré un poco, el sollozo se fue pasando, recliné más la reposera y de pronto conecté con el cielo... qué belleza, un lienzo aterciopelado salpicado de estrellas que parecían diamantes dispersados por el universo. Allí nos quedamos, la oscuridad, el silencio y las estrellas me atraparon, conecté con el aroma refrescante de los pinos y eucaliptos, comencé a respirar... ese aroma fue penetrando mis pulmones, el temblor de mi cuerpo comenzó a calmarse, el corazón a latir más lento, sentía la tibieza de nuestras manos entrelazadas. Él decía, tranquila, todo va a estar bien.

Al día siguiente planificamos visitar la base del Champaqui, así que arrancamos temprano, después de un rico desayuno. El camino es de una gran belleza, era la primera vez que lo recorría. Llegamos a una de las bases donde la gente suele acampar para luego emprender la caminata a la cima. Conversamos con un lugareño, mi esposo le hablaba, yo los escuchaba lejos, en mi cabeza no paraban las preguntas: ¿por qué a mí?, ¿por qué la vida me da tantos cachetazos?, parece que no se puede disfrutar, cuando creí que ya la tormenta había pasado, nuevamente volvía otra locura, sentía que la vida era muy dura conmigo, sentí un nudo en la garganta y comencé a llorar. Los últimos años había vivido mucho dolor, momentos de sufrimiento, sentía que no daba más. De repente escuché una voz que decía mamá, mamá, vení, esa voz me hizo volver al lugar, y me encontré sentada en una manta, llorando. Vi a José junto a Sabrina, mi hija menor, jugando con piedras haciendo sapitos en el agua. Qué lindo verla reir, tan expresiva y tan feliz. Me preguntaba si la volvería a ver jugar y reir así, si sería muy grave lo que tenía, si vería crecer a mis hijos. La tristeza me invadía, el corazón latía fuerte, sentía un vacío adentro, cerré los ojos y me acosté.

Luego emprendimos el regreso a casa.

Acordamos la mañana siguiente viajar a Córdoba para que me viera un médico. Esa noche dormí muy poco, los pensamientos me invadían, me levanté al baño, fui a la cocina me preparé un té, caminaba de un lugar a otro aturdida de tanto pensar. Al fin se hizo de día.

Me pidieron algunos exámenes, los pude realizar el mismo día y volver a ver el médico. Los resultados hacían sospechar que no era algo bueno, debía realizarme una punción. En dos días volví a la clínica y bajo anestesia me realizaron la punción, la verdad no dolió, pero pasada la anestesia comenzó a molestar, me incomodaba dormir de ese lado. Había que esperar varios días el resultado. Sólo José y yo sabíamos de esto, no lo había hablado con nadie, la espera se hizo eterna. Si bien seguía con mis actividades, pasaba horas en el patio de mi casa.

Cuando llegaron los resultados, José estaba volviendo de Córdoba. Nos encontramos en un bar a leerlos juntos. Las sospechas se hicieron realidad: tenía cáncer de mama. Se me hizo un nudo en la garganta, el estómago se me retorcía, no lo podía creer. Subimos al auto, lloré mucho.

Había que volver a casa, era la hora de la cena, nuestros hijos nos esperaban. Sentada a la mesa, pero sin estar, varios escenarios pasaban por mi mente, de pronto escucho mamá te pasa algo, te estoy hablando, estas rara en qué pensas, preguntaba Ariel mi hijo mayor que tenía dieciséis años. En algunas cosas del trabajo, dije. Esa noche no dormí, hubo lágrimas, preguntas que dejaban un gran silencio, abrazos llenos de amor y comprensión.

Con los resultados fuimos a la oncóloga. Nos dijo que había que programar la cirugía para extraer el tumor y el ganglio centinela, y luego analizar la muestra y con esos resultados seguir un protocolo de tratamiento. Me derivó al cirujano.

Nosotros teníamos programado un viaje a Miami para fin de año, allí vivía mi hermana Laura con su familia, habíamos coordinado con mis primos y sobrinos ir a pasar las fiestas y llevar a los nuestros hijos a Disney. Era un viaje que soñaba hacía mucho tiempo, ya teníamos todo comprado. José quería suspender todo para realizar la cirugía, lo cual me angustiaba mucho.

En la consulta con el cirujano le pregunté si podíamos posponerla, me dijo que sí, y la reprogramamos para el 29 de febrero. Eso me tranquilizó. Me propuse viajar y no hablar del diagnóstico con nadie, sólo quería disfrutar este viaje con toda la familia.

Fueron unos días increíbles, los atardeceres en el mar son una experiencia sensorial que combina la vista, el sonido y el olor creando una gran melodía para relajar la mente y el cuerpo. Los parques de Disney te transportan a un mundo de fantasía donde los personajes cobran vida, conocerlos y abrazarlos fueron sensaciones únicas, que quedaron guardadas en mi corazón.

Fue una aventura emocionante, sentí que conecté con mi niña abrazando cada experiencia, explorando ese mundo de magia, alegría y encanto, disfrutando la excitación de las montañas rusas, los simuladores y los shows en vivo. En distintos momentos de ese viaje experimenté la gratitud de haber elegido vivir esa experiencia.

Llegó el último día. Salimos a caminar con Laura, mi hermana, a orillas del mar, el viento nos despeinaba y se sentía como nos pegaba la arena en la piel, la conversación era incómoda, me daba cuenta de que ella no sabía cómo hablarme sobre lo que estaba atravesando. Solo le dije que estuviera tranquila, que todo iba a salir bien. Nos abrazamos y lloramos un poco. Aunque la distancia nos separaba, el amor que sentíamos nos unía.

De regreso en Argentina, no retomé el trabajo.

Ese tiempo antes de la cirugía decidí viajar a Salta con Sabrina, mi hija de diez años, a la casa de mi hermana Mariela. Dejar a Sabrina a su cuidado era importante para mí, hasta pasar la cirugía y poder recuperarme. Además tenía necesidad de ir a visitar a la Virgen de Salta, para pedir que me acompañara en este proceso.

El día que llegué fuimos a la Virgen. El camino es sinuoso, dejamos el auto en el primer estacionamiento y emprendimos junto con Mariela la caminata. Nos invadió el silencio, solo se escuchaban cantar los pájaros. Descansamos en algunos lugares del recorrido observando la vista panorámica de la ciudad.

Llegamos a la ermita, donde estaba la Virgen, un lugar muy pequeño, con ocho bancos, donde no se permitía a la gente quedarse mucho tiempo. Apenas entré me arrodillé, comencé a hablar con la Virgen y de repente un llanto muy profundo me invadió. No podía parar, era un sollozo que salía desde muy adentro mío. Me senté y seguí llorando, habré llorado durante una hora, creo. Luego se acercó mi hermana, me abrazó y salimos afuera de la ermita, nos sentamos en un banco.

Yo sentía un gran vacío dentro mío, el aire entraba más fácil, una sensación de que la Virgen me había abrazado. Fue un encuentro sanador.

A la mañana siguiente nos encontramos caminando por San Lorenzo, un lugar rodeado de montañas con picos elevados y valles profundos, árboles de quebracho y algarrobo. Caminamos una hora hasta llegar a la cima del Cerro Elefante, nos sentamos sobre unas piedras y contemplamos la vista impresionante de la ciudad y sus alrededores, los tucanes con sus picos naranjas, los distintos tonos de verdes que cubren los cerros y el aroma a tierra mojada. El paisaje era una invitación a respirar, a cerrar los ojos, a escuchar en el silencio, a sentir, nos recostamos, sin tiempo... Esa conexión inundó mi interior de paz y tranquilidad. Estaba acompañada por algo más grande.

Con Mariela compartíamos el interés por otras terapias alternativas que me permitirían hacer contacto y mirar la situación que estaba viviendo.

Conocí a Marta, un ser humano muy amoroso que generó el contexto de confianza para que yo pudiera expresar mi sentir en una sesión de biodecodificación.

Recuerdo esa sesión como una gran liberación, a través del llanto, de emociones guardadas de niña en relación con mi padre, fue muy fuerte darme cuenta de que todo ese dolor estaba dentro mío, en lo más profundo de mi ser. Terminada la sesión conversamos en profundidad, me mostró como me fui desconectando de mí SER a lo largo de la vida, siendo leal a una programación inconsciente mental donde decisiones y acciones que tomé, me fueron llevando a enfermar y así pude comprender como las emociones no expresadas y vividas en soledad fueron síntoma en el cuerpo.

Al llegar a la casa, sólo necesitaba dormir, me dolía mucho la cabeza. El resto de los días de mi estadía en Salta fueron muy tranquilos, hermosas conversaciones con Mariela y Mariano, su esposo, sobre la vida, las situaciones atravesadas durante la niñez y la adolescencia, tomando consciencia de cómo uno se va acostumbrando y tomando con normalidad las situaciones sin darse cuenta.

Llegó el día de la cirugía, me acompañó mi esposo, me sentía tranquila. En el quirófano el doctor me dijo que iba a sacar el tumor y el ganglio centinela que es el ganglio más cercano al tumor para analizar si tenía marcadores tumorales, si era así había que vaciar la cadena ganglionar de la axila. Recuerdo haberle pedido a Dios y a la Virgen que los marcadores dieran negativos. Desperté en una sala de recuperación, con el cuerpo temblando de frío. Pregunté ¿qué pasó con el ganglio centinela?, ¿como salió el resultado? El ganglio dio negativo, me dijo una doctora.

Eso para mí fue muy alentador. Sólo se había extraído el cuadrante supero externo de la mama derecha donde estaba el tumor.

Había que esperar diez días para ver los resultados del análisis del tumor antes de ver a la oncóloga para el tratamiento a seguir. Esos días de recuperación pasé mucho tiempo en silencio, en mi habitación y en el patio de mi casa. Miraba esos espacios y me miraba a mí misma. Qué tristeza había adentro y afuera, en esos espacios vacíos, sólo cemento, nada de alegría, ni color, sólo un gris profundo.

La oncóloga nos dijo que había que seguir un protocolo de tratamiento: rayos, quimioterapia, tratamiento oral y de inyecciones. Se te va a caer el pelo con el tratamiento, podes usar un pañuelo o una peluca. Me sentí morir por dentro, tenía ganas de llorar, pero no podía. Salimos del consultorio, José me abrazó fuerte y pude llorar. Subimos al ascensor, otra vez estaba temblando, estábamos sólos, él me abrazaba y yo me miraba al espejo imaginándome sin pelo y se me cruzaba la imagen de mi madre sin pelo por su tratamiento de cáncer. Me puse a gritar yo no quiero esto, yo no lo quiero, porque a mí, porque otra vez nos toca la enfermedad, que hacemos mal. José trataba de calmarme pero el llanto era más fuerte.

En el auto, le decía ya no quiero sufrir más, no quiero pasar por la quimioterapia.

En mi mente los pensamientos se iban entretejiendo unos con otros sin tener ningún sentido, a veces tan angustiantes, imaginando que ya no estaba en este mundo, que mis hijos quedaban sin madre, historias que armaba en mi cabeza y me producían miedo, angustia, sufrimiento. Daba vueltas en la cama, me ponía la almohada en la cabeza para intentar dejar de pensar, pero era imposible, si lograba dormirme a veces quedaba atrapada en sueños de terror que parecían tan reales que me despertaba alterada y el corazón latía fuerte.

Pasé noches hablando con Dios, haciendo preguntas, a veces hasta dudaba de su existencia. Una noche, en un sueño sentí que una voz me habló y me dijo ESTÁS SANA, SOLO TENÉS QUE CAMBIAR. No me quería despertar, sentía alegría, felicidad por esas palabras que habían transformado por un momento mi realidad. Cuando me desperté tenía una sensación en el cuerpo que no podía expresar con palabras, pero lo que sí sabía era que ese sueño había sido una respuesta a tantas preguntas que le había hecho a Dios.

Decidí comenzar a hablar con esa voz, pidiéndole que me diera señales, que me mostrara el camino que tenía que seguir para cambiar.

Estaba un poco confundida sin entender del todo el mensaje, pero confiaba en la voz que me había hablado. Sentí que había descubierto una luz dentro de tanta oscuridad.

Lecturas, videos y libros comenzaron a resonarme y a ocupar un gran espacio en mi recuperación. Me preguntaba si habría otra manera de sanar.

La meditación fue una disciplina que me atrapó, a través de ella comencé a hacer contacto con mi cuerpo, a descubrirlo, a conectar con cada órgano, con cada sistema. Comencé a sentir que la respiración ya no era automática sino que había aprendido a oxigenar cada parte de mi cuerpo con la respiracion consciente.

Se abrió un campo de información desconocido para mí.

Me preguntaba si esta desconexión con el cuerpo me había llevado a enfermar

Las respuestas comenzaron a llegar con las lecturas.

La biología de las creencias del doctor Bruce Lipton fue un libro fundamental. Pude darme cuenta como mi cuerpo había quedado atrapado en emociones de la niñez que se fueron repitiendo a lo largo de mi vida una y otra vez. El cuerpo se expresa a través del síntoma, pero nadie nos enseña a escucharlo.

En este tiempo de silencio, de encuentro conmigo misma, comprendí que había enfermado para aprender a conectar con mi cuerpo, a sentirlo

Con este darme cuenta comencé a poner en práctica lo que estaba aprendiendo: meditación, respiración, conectar con cada célula de mi cuerpo, hablarles con amor, sanando todos mis sistemas. A partir de esta nueva conexión y consciencia me sentía más tranquila, más en paz.

Comprendí que éste era el camino a seguir. Mi vida comenzó a tener sentido.

Llegó el momento de iniciar la radioterapia. Me preparé para esa cita, elegí un hermoso vestido, sandalias blancas, me pinté, me puse el sacón y partí.

Como llegué temprano, me fui a merendar conectando con el aroma a café y disfrutando una rica medialuna, me tomé el tiempo para saborear el momento. Cuando llegó la hora me preparé para mi primera sesión de rayos, a mi manera, contándole otra historia a mis células, a esa parte de mi que me hizo despertar para conectar con el amor verdadero. Me llamaron por mi nombre. Ya en la camilla solo conecté con las células de la mama y en silencio les hablaba con amor, contándoles mi versión de lo que estábamos viviendo.

Fueron veinte minutos, durante diez días.

Pude darme cuenta de que en algún punto de mi historia fui responsable del desequilibrio biológico generado, mi cuerpo expresó a través del cáncer lo que mi alma estaba gritando. Esta consciencia y esa fuerza que sentía dentro mío, me mostraron los distintos momentos de mi vida donde dejé de ser yo y así pude comenzar mi camino de sanación.

Una vez comprendido todo esto, decidí no hacerme quimioterapia.

Recuerdo pasar noches sin dormir. Estaba atrapada en mis pensamientos, temblaba, el miedo se manifestaba, tenía que poner en palabras mi decisión, trasmitirle a José mi camino, desde mi sentir. Mi voz interior finalmente habló. José no me entendía. La situación se volvió desafiante, abordamos muchas conversaciones incómodas antes de ir a las consultas médicas, esto me desesperaba, me angustiaba, no tenían sentido para mí. Cada especialista que visitamos tenía el mismo protocolo: realizar la quimioterapia. Pero yo me mantuve firme en mi decisión. Sabía que estaba sana.

Me había escuchado. Había escuchado esa voz que habita en mí.

Una noche mediante una meditación conecté con esa voz pidiéndolé que José pudiera comprenderme y acompañarme en mi decisión. A la mañana siguiente teníamos que asistir a una consulta con un oncólogo muy reconocido.

Ya le había dicho a José que sería la última.

La consulta demoró algo más de una hora. El doctor revisó mis estudios, le surgieron algunas inquietudes, luego me revisó y me preguntó cómo era mi relación de pareja, la relación que tenía con mi madre y con mi padre. Me sorprendieron todas las preguntas, ningún médico había abordado la parte emocional. Con José Luis teníamos una relación amorosa de respeto y cuidado. Con mi padre viví varios abandonos a lo largo de mi vida y sentía enojo. Con mi madre, el ultimo tiempo la relación fue difícil, tuve que poner límites porque ella era invasiva a tal punto que nuestra relación se distanció. Nos sorprendió la devolución del médico, le pidió a José Luis que me acompañara en mi decisión. Recuerdo aquellas palabras y las sensaciones que sentí en mi cuerpo al escucharlas, cuando nos dijo muy importante para su sanación es el perdón. Esas palabras hicieron eco en mí, sentí un escalofrío en el cuerpo, me invadió una emoción interna. Sentí que habia sucedido un milagro, alguien me había escuchado.

Salimos de la consulta y mientras tomábamos un café nos agarramos de la mano. Sin palabras nos dijimos todo, las lágrimas en el rostro de José hablaban dejando de lado el científico. Su corazón se manifestó en un acto de amor verdadero, volví a sonreir al saber que me acompañaba y que este camino lo haríamos juntos.

Una mañana de otoño me encontraba en mi patio, saboreando una taza de café. Lo veía triste, vacío, puro cemento, ladrillos, sin plantas, nada de pasto, sólo piedras. De golpe sentí el gusto salado de las lagrimas y me di cuenta de que estaba llorando. Sentí la tristeza, el patio me estaba hablando, me conectaba con mi interior, ese interior vacío, despojado de emociones, de luz. Comprendí que yo me estaba viendo a través del patio. Hice un instante de silencio y en ese silencio pude darme cuenta de que no había tenido contacto con esa energía de la naturaleza, la tierra, las plantas, sus texturas, aromas, colores, así como nunca había hecho contacto con mi interior, con mis emociones, mis heridas. El proceso de transformación comenzaba desde mi interior y mi patio y yo lo haríamos juntos.

Comencé a ir más a lo profundo, a sacar el velo de lo que estaba oculto. La culpa, el miedo y la pena me habían acompañado a lo largo de mi vida en distintas situaciones. Había vivido sin ganas, sin tiempo, cansada, enojada, apresurada, con intensos dolores, tomando calmantes, inyectándome para continuar trabajando, siempre allí de pie para el que me necesitara.

Ocupé lugares en el sistema familiar que no me correspondían, con la necesidad de ser mirada, reconocida, valorada, cargaba con una herida de abandono en la niñez, el abandono de mi padre, donde quedé congelada atrapada en ese dolor.

Mi madre quedó anclada en su separación, detenida en ese momento de su historia, no pudo mirar sus logros, sus conquistas, lo único que trajo a su vida fue sufrimiento.

Pude darme cuenta de que sin querer estaba viviendo la misma vida de mi madre, no quería eso para mí.

La formación de biodecodificación fue un despertar de consciencia donde descubrí que repetía patrones y creencias que estaban muy arraigados en mi mente. Pude mirarlas, perdonarlas, perdonarme y transformarlas, así mi vida comenzó a tener un sentido.

Pasaba los días entre mi habitación y el jardín, era mi espacio para estudiar, meditar, leer, para conectar con la tierra, el sol, el agua y el aire. Descubrí una nueva manera de sentir, de respirar. Mis células comenzaron a recibir otra información, aprendí a hacer pausas, a estar presente, una nueva manera de relacionarme conmigo y con los demás.

Este cambio de consciencia se manifestaba en el cuerpo. Tenía dolores intensos, esto me angustiaba, sentía miedo, no entendía lo que estaba sucediendo.

Necesitaba estar en reposo por largo tiempo, me costaba levantarme de la cama. Yo vivía todo en silencio, no me animaba a contarlo, mi mente me hacía dudar con miles de interrogantes. Una vez más comprendí desde la formación que estaba haciendo, que este proceso lo tenía que atravesar. Seguí meditando, respirando, hablándole a mis células, habitando en silencio, mientras que el cuerpo manifestaba el cambio. Estaba en un proceso de reparación y transformacion celular.

Me detuve a mirar el patio, esa voz presente en mí me invitaba a transformarlo.

Fuimos con Sabrina al vivero a comprar diferentes plantas que ahora serían parte de nuestro hogar. Sentía alegría, estaba emocionada, los diferentes colores, aromas comenzaban a embellecer el jardín, sentí que juntos atrevesaríamos un nuevo nacimiento.

Los días, los meses pasaban, yo allí sanando junto a las plantas, la tierra, el sol, la lluvia, esa naturaleza que habla por sí sola, la estaba descubriendo.

La belleza de las suculentas me atrapó. Quedaba en estado meditativo admirándolas. Esa presencia despertaba sensaciones que se trasmitían a traves de la respiración a cada célula de mi cuerpo, llegando a oxigenar todos mis sistemas biológicos, haciéndome parte del todo. La luz se había encendido en mi interior, algo mágico había sucedido. Había descubierto el gran poder que habita dentro de mí.

Vi crecer mi jardín, la entereza del árbol me habló.

Lo vi despojarse desde la simpleza de lo que ya no necesitaba, comenzaron a crecer nuevos brotes.

Aprendí a mirarme en él, descubrí el mensaje que el silencio me traía. La relación con mi biología había cambiado, descubrí otra forma de relacionarme, desde la escucha, la serenidad, la paz, el disfrute, el amor.

El jardín... mi jardín... un lugar de encuentro, de conversaciones profundas, con sentido.

Hubo un momento en que todo se detuvo, o al menos así lo sentí: el cuerpo, la vida, las certezas, todo entró en pausa. El cáncer no solo tocó mi cuerpo, me empujó hacia adentro, hacia lo que nunca había querido mirar. En ese lugar tan crudo empezó la magia. No la de las varitas ni la de los hechizos, sino la de conectar con lo más profundo de mí, con mi sentir, mis emociones, mis heridas, mis creencias, mi alma.

Fue un viaje sin atajos, doloroso, sí, pero también inmensamente verdadero. Me deshice de lo que ya no era, morí a muchas formas viejas para poco a poco nacer de nuevo. Como la mariposa que no puede volver a ser capullo, yo tampoco soy la misma, porque en esta nueva manera de habitarme descubrí algo que siempre estuvo ahí, esperando ser recordado: la magia. La magia de escucharme, la magia de sentir, la magia de sanar desde adentro. Hoy sé que el mago no está afuera, el mago soy yo y también lo eres tú. Porque la verdadera alquimia sucede cuando te permites sentir, transformar y volar. Desde el amor, desde la verdad, desde lo que eres sin disfraces.

Ahí empieza el verdadero milagro.

EPÍLOGO

Aprendí a despojarme de a poco como la mariposa cuando rompe su capullo, así también yo rompí las formas viejas, las ideas heredadas, los miedos aprendidos. No fue fácil. No fue rápido. Pero fue verdadero.

Del silencio de esa crisálida, aparentemente inmóvil, pero en verdad en pleno proceso, surgió una nueva manera de habitarme, una forma más liviana, más honesta, más libre.

Aprendí que volar no es escapar, sino habitar el aire con confianza, que la belleza no está en lo perfecto, sino en lo auténtico y que el camino no termina en la transformación, comienza en ella.

Hoy soy otra, y sin embargo más yo que nunca. Ya no me arrastro. Ya no escondo mis alas. He nacido de nuevo y esta vez, elijo volar.

El mago eres Tú

¿Por qué el nombre?

En septiembre de 2018 caminábamos con José por un gran parque de Barcelona, parecía que los árboles nos abrazaban. Era domingo y en distintos lugares del parque había estatuas vivientes, una más hermosa que otra. Hubo una en especial que nos sorprendió era un mago con la lámpara de Aladino, su belleza nos atrapó al igual que sus colores: blancos, azules y dorado. Nos quedamos contemplándola por un tiempo.

José se acercó a dejarle un billete en el recipiente, a lo cual el mago respondió desplegando su grandeza con movimientos sutiles. Con un gran ademán hizo girar la capa en el aire, caminó hacia nosotros y se arrodilló delante de José. Abrió la lámpara y lo invitó a sacar algo. José metió la mano adentro y sacó un papel. Lo leyó y me lo mostró. Decía: EL MAGO ERES TÚ.

Sentí un escalofrío. Esas palabras me confirmaron una vez más que la magia sucede cuando conectamos con nosotros mismo y es allí cuando despertamos nuestro poder.

En ese momento pensé: EL MAGO ERES TU será el título del libro cuando escriba mi proceso de sanación.

Pasaron siete años desde esa tarde, José ya no está físicamente, pero siento y escucho su compañía espiritual, recibo sus señales las cuales van guiando mi camino.

Todos somos magos, despierta el mago que habita en tí y descubre tu gran poder.

GRACIAS

A mis hijos, Ariel y Sabrina por acompañarme en este viaje y juntos atrevernos a grandes aventuras.

A Miriam, mi prima, a Mariela y Laura, mis hermanas por estar incondicionalmente, en la escucha, en los silencios, en el dolor, en la tristeza, en las alegrías, en las conquistas de nuestros sueños.

A todos mis maestros de los cuales aprendí a transitar el camino aquí en la tierra.

A mis guías espirituales.

A Dios.

BIBLIOGRAFÍA

HAMER, Ryke Geerd, El Testamento de una Nueva Medicina.

HAMER, Ryke Geerd, Fundamento de una Nueva Medicina.

LIPTON, Bruce, La Biología de la creencia.

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