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Unidos con Dios en la misión
¿Quiénes a su alrededor están quebrantados, perdidos, heridos, desamparados y necesitados del amor y la reconciliación de Cristo? ¿A quiénes le está enviando Dios para que conozcan Su amor plenamente? La misión de reconciliación de Dios nace de Su naturaleza amorosa. Dios creó a la humanidad para que fueran receptores de Su amor y disfrutaran de una profunda relación con Él. Dios derramó Su amor sobre toda Su creación. Sin embargo, el pecado separó a la humanidad de la comunión y relación con Dios (Isaías 59). Para reconciliar a la humanidad nuevamente en una relación amorosa con Él, nuestro Dios misional envió a Jesús con la misión de entregar Su vida por nosotros. Este fue y es el mayor acto de amor jamás realizado.
La visión de un Dios misionero que envía a menudo aparece en los Evangelios. Jesús ilustró claramente la naturaleza misional de nuestro Padre en las parábolas del pastor que dejó a las 99 ovejas para ir tras la que se había perdido, la mujer que perdió su moneda y la buscó diligentemente hasta encontrarla, y el padre que corrió al encuentro de su hijo pródigo para restaurarlo (Lucas 15:1-32). Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10). Cuando abrazamos la misión para alcanzar a los “más pequeños” entre nosotros (Mateo 25:45), imitamos a Jesús, quien fue enviado a salvar a los perdidos.
Sin duda, todos conocemos la increíble oración de Jesús en Juan 17. En Su clamor, Jesús añadió una oración que resume poderosamente el corazón misionero de Dios y la invitación disponible para la iglesia: "Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo" (Juan 17:18). Jesús nos envió a participar en la misión de Dios. Es la misión de rescate de Dios, no la nuestra. Jesucristo es el Salvador, y nosotros somos enviados a la cosecha como obreros en Su mies.
La oración de Cristo: "Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo", es importante cuando comprendemos quién es Jesús y el llamado a la iglesia a unirse a Él. Después de Su resurrección, Jesús reafirmó aún más el aspecto misional de la iglesia. Desafió a la iglesia con una declaración similar a la oración de Juan 17:18: ". . . Como el Padre me envió, así también yo os envío a vosotros" (Juan 20:21). Él nos envió. Nos envió al mundo, más allá de las paredes de nuestros lugares de culto. Nos envió a los barrios pobres, donde la miseria y el dolor abundan, para llevar promesa y esperanza en Jesús, quien puede ayudarlos en su dolor. Nos envió a los indigentes y afligidos para ofrecerles un hogar en Jesús, un hogar en la gloria, un hogar lleno de amor. Nos envió a los más vulnerables y quebrantados para ofrecerles la promesa de restauración y reconciliación que solo se encuentra en Jesús.
La idea de ser "enviado" a algún lugar podría malinterpretarse fácilmente si entendemos ser enviado por Dios como ser enviado por una persona. A menudo empleamos la palabra "IR" porque la tomamos de la gran comisión: "Por tanto, id y haced discípulos de todas las naciones..." (Mateo 28:19). Sin embargo, cuando vamos por alguien o somos enviados por alguien, implica que debemos dejarlo. Pero no es lo mismo cuando somos enviados por Jesús. No podemos ir POR Dios; solo podemos ir CON Él. Dondequiera que Él nos llame a ir, Él ya está allí. A quienquiera que Él nos llame a ministrar, Él ya está allí con ellos, ministrándoles.
¿Quiénes a su alrededor están quebrantados, perdidos, heridos, desamparados y necesitados del amor y la reconciliación de Cristo? ¿A quiénes le está enviando Dios para que conozcan Su amor plenamente? Hemos sido invitados a participar en la misión del Dios misionero que envía. Si la misión de reconciliación de Dios nace de Su naturaleza amorosa, así también debe ser nuestra respuesta a Su invitación de unirnos a Él. Su amor habita en nosotros, porque ha sido "derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Romanos 5:5). Su amor ahora "nos impulsa" (2 Corintios 5:14) a responder a Su llamado. Podemos responder. Debemos responder. Somos enviados por Aquel que fue enviado, no para ir por Él, sino para ir con Él.
