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Una pasión por la unión cristiana

JUAN 17:20-26

Es obvio por la vida y el ministerio de Cristo que Él vino a establecer la justicia y traer paz y unidad entre los creyentes. Durante demasiado tiempo, las organizaciones eclesiásticas, e incluso las iglesias estatales y locales de nuestra propia organización, han practicado la competencia en lugar de la cooperación. Hemos predicado la unidad y practicado la división. Esto ha debilitado la influencia y retrasado el final de la gran comisión.

El tema de la unidad no es algo que deba escribirse en un libro y colocarse en el estante trasero de una biblioteca en algún lugar. Este es un tema que requiere nuestra máxima atención. La división es el gran pecado en el Nuevo Testamento. La división es algo malo tanto fuera de la iglesia como dentro de la iglesia. La división no es un problema nuevo. Hace muchos años, A. J. Tomlinson declaró: “Estos son días de división, discordia, separación y desacuerdo. El espíritu de discordia y divorcio parece estar por todo el mundo y está realizando su obra mortal en todos los rincones de este planeta. Se sube a los salones legislativos de las naciones y se posa en los asientos más altos de los hogares de las personas. Prospera en los círculos políticos y cabalga triunfante en hogares destrozados y tribunales de divorcio. Y tiene la audacia de hacerse prominente en los círculos religiosos. A menudo irrumpe donde menos se espera y provoca disputas y disturbios infernales. Si fuera un químico, yo lo llamaría algún tipo de narcótico o nitroglicerina; si fuera un lugar, yo lo llamaría el infierno”.

Sólo puedo decir que los tiempos han empeorado mucho más desde los escritos de A. J. Tomlinson, y la división actual entre los cristianos desacredita el Evangelio y nos impide ser un testimonio contundente de Jesucristo, lo cual debería caracterizar esta época. Es hipocresía hablar de la unidad mientras se practica la división.

El mundo no se puede ganar hasta que la iglesia sea una sola. Jesús oró al Padre: “Que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21). Quizás si pudiéramos entender más acerca de la unidad, podríamos hacer más para obtenerla. La unidad está en una persona, y esa persona es Cristo.

La unidad es una relación personal, creciente y viva con Jesucristo. Nosotros nos amamos porque ambos lo amamos a Él. El amor es la clave de la unidad. Hay personas que se apresuran a defender la doctrina pero que se niegan a amar, pero si no podemos ganar con una actitud cristiana, entonces perdemos. Puede usted estar doctrinalmente en lo correcto y tener una actitud equivocada y aun así perder.

La unidad no se logra mediante la uniformidad forzada. La centralidad de la unidad es Cristo. Él es mío; yo soy Suyo. Cuando amamos a Jesús más que a cualquier otra cosa, incluyéndonos a nosotros mismos, permaneceremos unidos. El amor de Cristo es lo suficientemente grande, lo suficientemente puro y lo suficientemente fuerte para trascender todas las pequeñas diferencias que tenemos. La unidad no es el comienzo de un proceso, sino su final. Es el producto natural, maduro. No podemos mandarlo; es un regalo de Dios. ¡Debemos mantenerlo!

Pablo escribió a los Efesios en el capítulo 4: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (vv. 1-3).

Es interesante notar que la palabra “unidad” aparece sólo tres veces en toda la Biblia. Hay una referencia en el Antiguo Testamento donde David cantó: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía” (Salmo 133:1). Pablo, en su carta a la iglesia de Éfeso, pide la “unidad de la fe” (4:13) y la “unidad del Espíritu” (4:3). Uno de estos pertenece a la doctrina, el otro a las relaciones.

En cuanto a la cuestión de la doctrina, es imperativo que luchemos por la fe que una vez fue entregada a los santos. Tenemos un solo mensaje que predicar, y ese es el mensaje del evangelio de Jesucristo. Pablo advirtió a los gálatas que algunos pervertirían el evangelio de Cristo, pero dijo: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:8).

En cuanto a la unidad del Espíritu, ésta depende de la medida en que Cristo mismo habite en nuestros corazones. La unidad no es unanimidad; la unanimidad significa concordancia absoluta de opinión dentro de un grupo determinado de personas. Seamos realistas; dos personas, y mucho menos un grupo de personas, nunca estarán 100 por ciento de acuerdo en algo. Tenemos conciencias individuales; estamos en diferentes niveles de madurez, pero la unidad implica más que eso.

Hay un entendimiento común cuando todos estamos en Cristo y Cristo está en nosotros. Uno no afina 20 pianos armonizando unos con otros. Estos están afinados con un diapasón, y cuando cada uno está afinado con el tono correcto, entonces están afinados entre sí. Solo cuando estamos completamente en sintonía con Cristo podemos estar en sintonía unos con otros.

En vista de los tiempos, y viendo lo que está sucediendo en todo el mundo, ahora es el momento en que los cristianos (personas que conocen a Cristo) deben unirse sin importar qué nombres estén sobre la puerta de las iglesias y darse cuenta de que todos estamos luchando por la misma causa, todos tenemos el mismo enemigo, todos nos dirigimos al mismo destino, y tenemos mucha más fuerza juntos que separados. Cuando nos unimos en Cristo, no tenemos que preocuparnos de quién se lleva el crédito porque la competencia ha terminado y la gloria se da a Jesucristo, la verdadera y única cabeza de Su iglesia.

SAM N. CLEMENTS | OTRORA SUPERVISOR GENERAL
A los 12 años, Sam Clements conoció a Jesucristo como su Salvador y Señor. Se unió a la Iglesia de Dios de la Profecía en 1955. Siete años después, aceptó el llamado de Dios al servicio cristiano. Sus 28 años de servicio pastoral incluyeron Michie, Tennessee (donde comenzó), Tulsa (Verndale), Oklahoma, y un año en Michigan antes de regresar a Tennessee, donde otros pastorados incluyeron el Tabernáculo de Robert y la Iglesia de Dios de la Profecía de Peerless Road en Cleveland. El obispo Clements sirvió como supervisor estatal/regional en Arkansas (1993), luego en Oklahoma, y en 1998, en Carolina del Norte. Sirvió allí hasta fines de 2000, cuando fue recomendado por sus pares y seleccionado por el Presbiterio Internacional como presbítero general de América del Norte con supervisión de Canadá y los Estados Unidos. El 30 de julio de 2014, la 98.ª Asamblea Internacional de la Iglesia seleccionó al obispo Clements para servir como supervisor general de la Iglesia de Dios de la Profecía. El obispo Clements vive en Cleveland, Tennessee, con su esposa, Linda Cathey Clements, con quien lleva casado 53 años. Le gusta pasar tiempo con su familia, escuchar música cristiana y, ocasionalmente juega golf.
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