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Santidad
Desde su fundación, la Iglesia de Dios de la Profecía, se ha identificado como una iglesia apasionada por la santidad. La palabra santidad en su término bíblico original significaba “cortar” lo inmundo o lo impuro, lo cual resultaba en una separación del pecado. Así, la santidad personal a través de la santificación se entendía como la circuncisión del corazón en la que la naturaleza pecaminosa heredada de Adán era cortada y removida del corazón por el Espíritu Santo. Pablo usó el término “viejo hombre” para referirse a la naturaleza pecaminosa que reside en el corazón de cada persona desde su nacimiento. Para Pablo, dar muerte al viejo hombre por la gracia santificadora de Cristo era un tema importante. Él escribió lo siguiente:
Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (Romanos 6:6)
En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos. (Efesios 4:22)
No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos. (Colosenses 3:9
La audiencia de Pablo, en estos pasajes de las Escrituras, no eran los incrédulos o los que no se habían convertido, sino los cristianos. Por lo tanto, aunque creer y confiar en Cristo imparte nueva vida espiritual, no quita el poder y la influencia de este “viejo hombre”. La salvación es el resultado del perdón de los pecados. La santificación, por otro lado, trata con esta naturaleza innata y depravada que nos lleva a pecar. En otras palabras, cuando una persona nace de nuevo, dos naturalezas moran y luchan entre sí en el mismo corazón. Estas dos naturalezas se identifican como el hombre espiritual de Cristo y el hombre carnal de Adán. Estas naturalezas pelean entre sí y compiten por el control de la persona. Pablo habla de esta guerra interior cuando escribe en Romanos capítulo 7:
Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (Romanos 7:18-20).
Por lo tanto, Pablo anima al creyente que ha aceptado a Cristo a dar el siguiente paso al “despojarse” o crucificar al viejo hombre que lleva dentro. Una vez más, debe entenderse que Pablo se refiere a algo más que viejos hábitos, adicciones o acciones pecaminosas. Él se está refiriendo a algo parecido a un cáncer agresivo que se incrustó en el corazón de cada persona a causa de la desobediencia de Adán. Esta naturaleza pecaminosa se transmitió a todos los descendientes de Adán y, en consecuencia, ninguna persona que naciera podría vivir una vida sin pecado. Debido a la desobediencia de Adán, esta naturaleza depravada se transmite de padres a hijos. Recuerde, Eva fue engañada, pero Adán deliberadamente desobedeció (1 Timoteo 2:14). Por eso, Jesús nació sin pecado y sin esta naturaleza pecaminosa o sin este “viejo hombre”, porque Él no tenía un padre terrenal, aunque si tenía una madre terrenal.
La naturaleza adámica es una fuerza poderosa y controladora que reside en el corazón de todos los seres humanos y debe ser tratada radicalmente por el poder de Cristo a través del Espíritu Santo. Ser santificado requiere fe en Cristo, y muchas veces implica una gran batalla, porque el Viejo hombre no muere fácilmente. A.J. Tomlinson describe su experiencia de santificación como un gran conflicto. Vale la pena citar extensamente su experiencia de santificación.
Caí en un tremendo conflicto con el “viejo hombre” quien me dio una violenta contienda. Luché contra él y luché con él día y noche durante varios meses. Cómo vencerlo, yo no lo sabía. Nadie podía decirme o darme mucho aliento. . .
Yo estaba recogiendo una cosecha de maíz, y supongo oraba en casi todos los surcos, y en casi todo el campo. Aunque trabajaba duro todos los días, frecuentemente comía una sola comida al día. . . De vez en cuando salía de la casa por la noche, y permanecía fuera y oraba por horas. Busqué en mi Biblia y oré muchas noches desde la media noche y hasta las dos en punto, y después en el trabajo de nuevo a la mañana siguiente a la salida del sol. Fue una pelea difícil, pero yo estaba determinado a que el “viejo hombre” muriera. Ya me había dado muchos problemas y sabia que seguiría haciéndolo si no lo mataba…Al fin llegó la lucha final. Fue una lucha cuerpo a cuerpo, y los demonios del infierno parecían reunir sus fuerzas, y sus apariencias espantosas y gritos furiosos sin duda había sido mucho para mí si el Señor del cielo no hubiera enviado una multitud de ángeles para ayudarme en esa terrible hora de peligro…y logré, por alguna destreza peculiar, meterle la espada hasta la empuñadura … lo sentí comenzar a debilitarse y temblar … Esa afilada “espada” de dos filos estaba haciendo su trabajo. No le tuvo compasión. No le tuve misericordia. Allí estábamos en esa posición cuando de repente vino de arriba, como un rayo del cielo, un poder sensacional que terminó el conflicto, y allí estaba el ‘viejo hombre’ muerto a mis pies, y yo estaba libre de su control … ¡fue santificado completamente! (El último gran conflicto, pp. 225, 226).
Muchos cristianos pueden hablar de batallas similares con el “viejo hombre”. Como joven cristiano, tuve una tremenda lucha con el alcohol y el tabaco. Mis pecados habían sido perdonados, pero como dijo Pablo, “Hice cosas que no quería hacer” por el poder del “viejo hombre” en mí. Yo me sentía tremendamente culpable cuando volvía a caer en esos viejos hábitos. La verdad es que parecía que yo no tenía el poder para abandonarlos por completo. Yo me arrepentía de mis pecados, pero al poco tiempo volvía a fallar. Sin embargo, una noche fui al altar con una gran carga, llorando y buscando del Señor. De repente, el poder de Dios descendió y comenzó a enviar sacudidas de alegría en mis brazos como si estuviera recibiendo descargas eléctricas. Yo estaba riendo y llorando al mismo tiempo, y luego me di cuenta de que había sido santificado. Mi lucha con el alcohol y el tabaco terminó inmediata e instantáneamente.
La santificación es una experiencia real que debe buscarse diligentemente después de haber recibido la salvación. Vivir una vida santa significa estar completamente consagrado a Dios en el corazón, el alma, la mente y el cuerpo. Para aquellos que desean caminar en santidad, no hay lugar para la voluntad propia o el autogobierno, porque es imperativo ser guiado por el Espíritu en todas las cosas.
Ser santificado no significa que uno nunca pueda ser tentado o que esté libre del fracaso. La Biblia dice que el hombre justo puede caer siete veces, pero aun así continúa levantándose. Ser santificado y caminar en santidad significa que la naturaleza de la persona ha sido cambiada y el desea innato de pecar ha sido erradicado. Por lo tanto, la Iglesia de Dios de la Profecía debe continuar siendo una iglesia que proclama, busca y respalda la santidad bíblica.
