Rademenesa la gatatia enfermera - Lucrecia Maldonado

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RADEMESA La Gata Enfermera

Lucrecia Maldonado con ilustraciones de

Ana Navas


ISBN: 978-9942-796-05-9 Primera edición, 2020 ©2020 Chacana Editorial www.chacanaeditorial.com Quito - Ecuador Textos de Lucrecia Marldonado. lustraciones de Ana Navas. Diagramación: Santiago Vásconez Y. Edición y corrección de estilo: María Alejandra Almeida y Santiago Vásconez Y. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin permiso del Editor. Impreso en Quito


para el amaru, para la zoe y para el pequeĂąo manuel jodorowsky que viene a dormir conmigo cuando estoy triste. Lucre

Estas ilustraciones van dedicadas a Giussepe y Arenita que fueron gatos muy especiales y queridos. Anita



1 La gatita no abría los ojos. Unos pocos días antes había comenzado a toser y estornudar. Sus dueños pensaron que solo era un catarro; pero después del primer día de estornudos, comenzó a decaer rápidamente: no quería jugar, dejó de comer y, por último, dejó de despertarse. Es decir, respiraba suavemente mientras dormía, pero no hacía nada más. En sus escasas ocho semanas de vida, había dado mucha alegría a sus dueños y, tal vez por eso, pensaron que era mejor evitarle sufrimientos innecesarios, aparte de que cada vez estaba más liviana y su respiración se iba haciendo menos fuerte. Con lágrimas en los ojos, la llevaron al refugio de animales que quedaba en las cercanías, en donde había un hospital veterinario. Ahí pidieron a los médicos que le pusieran una inyección para que dejara de sufrir. —¿Cómo se llama? —preguntó una joven doctora. —Rademenesa —respondieron y se alejaron con el

corazón roto.

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Casi con tanta tristeza en el corazón como los dueños de la mascota, los médicos veterinarios decidieron darle prisa al mal paso. Sabían que muchas veces es preferible ayudar a que un animalito deje de sufrir, pero nunca les resultaba fácil. Era una vida que se terminaba, y eso siempre trae mucho dolor. Mientras sus compañeros preparaban lo necesario en uno de los consultorios, la joven doctora pasó levemente la mano por el reluciente pelaje negro y murmuró: —Tranquila, Rademenesa, tranquila…

Entonces, sintió bajo su mano la leve vibración de un ronroneo y se dio cuenta de que los párpados de la gatita se entreabrian dejando ver el intenso verde esmeralda de sus ojos. La doctora detuvo a sus colegas con una exclamación: —¡No! ¡Esperen…! Está ronroneando…

Un médico ya mayor, de barba, no se hizo ilusiones y dijo muy serio: —Siempre ronronean…

La doctora sonrió a medias: —No siempre. Eso significa que, aunque parezca

muy enferma, no se ha resignado a su suerte.

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El médico de barba la miró sin convencerse. Ella insistió: —Démosle medicamentos. Si no se recupera, dejaremos que la naturaleza decida por su vida. Pero se ve que está luchando, que siente el cariño y puede corresponderlo. El ronroneo es una señal de placer, de gratitud. Una gatita que estuviera muy mal ya no sería capaz de hacerlo. Siempre serio, el veterinario de barba dijo: —Bueno, doctora, si usted quiere. Pero quien salva a un moribundo que ha sido abandonado se hace cargo de darle de comer.


La doctora sonrió y, en seguida, empezó a examinar bien a la gatita y a buscar los medicamentos para tratarla. Lo primero fue darle antibióticos para la infección y ponerle sueros para reponer los líquidos perdidos por la fiebre y la enfermedad. La gatita se dejaba hacer, colaboraba… y seguía ronroneando. Al final, abrió los ojos y acarició suavemente con la punta de sus garritas el dedo de la doctora que la atendía. Fue un triunfo. Todos aplaudieron y hasta el médico de barba sonrió. Luego la llevaron al cajoncito de arena y, más tarde, probaron darle un poco de sopa.


2 Al principio Rademenesa iba con cautela. Dormía mucho y apenas se levantaba para ir al cajón de arena. Pero ronroneaba fuertemente y jugaba con los dedos de la doctora y de los otros médicos cuando la iban a visitar. Cada día se animaba más. Alguna de esas tardes se decidió a saltar de la cama y a explorar el jardín. Los doctores se pusieron felices, aplaudieron, sonrieron y, a la tarde siguiente, una de las enfermeras trajo un pastel para celebrar. Sin embargo, los doctores, el personal del refugio y del hospital veterinario tenían una preocupación: ¿qué iba a ser ahora de la pequeña gatita con ojos de esmeralda? ¿Alguien se la podría llevar? Uno de los muchachos que operaban las computadoras le tomó una foto y escribió al pie:

BUSCO UN HOGAR. SOY ALEGRE, CARIÑOSA, MUY LIMPIA Y EDUCADA

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Luego imprimieron el letrero y lo colocaron en un lugar visible. Durante días, con el corazón encogido, los médicos esperaron a ver si alguien quería llevarse a su gatita. A veces la gente preguntaba, pero nadie llegó a interesarse seriamente en ella. Y por esas cosas de la vida, ninguno de los trabajadores y veterinarios del refugio podía hacerse cargo de ella. Entonces, mientras la gatita los observaba encaramada en lo alto de una estantería, aparentemente ignorante de lo que trataba la conversación, decidieron que Rademenesa se convertiría en la mascota oficial del hospital: le dieron una camita permanente, un cajón de arena solo para ella y un juego de platos de mascota exclusivo para su uso.

Cajita de arena, platos de comida y agua, mandil como para la gatita b/n



3 Rademenesa no era arisca, pero tampoco era del todo amistosa con los extraños (tal vez recordaba que sus primeros dueños no supieron qué hacer con su enfermedad y decidieron “dormirla”). Sin embargo, era muy afectiva con el personal del hospital y siempre ronroneaba cuando alguno de ellos se le acercaba para darle de comer o para hacerle una caricia. Cuando el doctor de barba o la joven doctora que propuso salvarla se sentaban un ratito a descansar, se subía a sus piernas y allí se quedaba unos minutos, apenas ronroneando. En ocasiones salía por el patio a mordisquear el césped, a perseguir mariposas o simplemente a tomar un poco de sol. Todos la adoraban por su tranquilidad y su alegría. Ah, y también por sus preciosos ojos color esmeralda. Pero tuvo que pasar un tiempo para que se dieran cuenta de lo especial que Rademenesa era en verdad.

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4 Una noche, llegó una familia con un gatito al que había que operar de emergencia. Desde lo alto de su estantería, Rademenesa solamente parecía observar. Los veterinarios tranquilizaron a la familia, le pidieron que regresaran al día siguiente y se llevaron al gatito a la sala de operaciones. Ya a la noche, asegurándose de que todo estuviera bien, se fueron a dormir y solamente quedó una enfermera de guardia, que también se acomodó en una silla cerca del pequeño paciente y en seguida comenzó a dar cabezadas de sueño. Rademenesa descansaba en su camita, aparentemente ajena a todo. Sin embargo, cuando la enfermera abrió los ojos al oír la alarma de su celular, miró algo que la dejó muy sorprendida: a la cabecera del gatito recién operado estaba Rademenesa, y le lamía suavemente la cabecita, como limpiándolo. Luego, cuando pareció terminar, se acurrucó junto al minino sobre la cobija que lo cubría y se quedó allí, muy quieta, siempre ronroneando con suavidad.

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Familia llega con el otro gatito color



5 En un primer momento, la enfermera pensó en retirarla, en decirle que no podía estar ahí. Pero luego, muy emocionada, comprendió: Rademenesa estaba cuidando y acompañando al gatito recién operado. Al otro día, nada más llegar los doctores, les contó lo sucedido. El doctor de barba la miró, luego miró a Rademenesa y sonrió con algo que no se sabía si era incredulidad o burla. La joven doctora que había elegido salvar la vida de Rademenesa también sonrió, pero no con incredulidad ni burla, sino convencida de que había sido tal y como la enfermera se lo había contado. Unos días más tarde, tuvieron la oportunidad de verlo, esta vez con un cachorrito de beagle al que también hubo que extraerle un tumor benigno. Como el perrito había sido operado en la mañana y debía pasar una noche en la clínica veterinaria, los médicos y las enfermeras se desentendieron un poco de él cuando salió del quirófano para atender a los otros pequeños pacientes.

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Pero Rademenesa estaba pendiente. Al ver al animalito solo, adormilado por los restos de la anestesia y atontado por el dolor que comenzaba a sentir, no dudó en colocarse a su lado, sin preocuparle en lo más mínimo que fuera un perro. Y ahí se quedó hasta que el cachorrito dio señales de sentirse mejor. Otro día, llegó un gato al que hubo que intervenir por una herida infectada. Rademenesa no solo se quedó a su lado, sino que lamió suavemente su cabecita para confortarlo, y luego, con mucho cuidado, se acomodó a su lado rodeándolo con sus bracitos, como dándole un abrazo cuidadoso y lleno de ternura al mismo tiempo. El personal femenino del hospital veterinario se emocionó hasta las lágrimas, y al doctor de barba le dio un ataque de tos que le provocó exactamente lo mismo (¿o tal vez tosería para disimular?). Entonces, en medio de la emoción, alguien sacó una cámara y tomó una foto. Ahí estaban los ojos de Rademenesa, y también la ternura de sus patitas delanteras en torno al otro gatito adolorido.

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Desde entonces, Rademenesa se convirtió en la enfermera especialista en recuperación del hospital. La mayor parte del tiempo la pasaba correteando por el jardín, divirtiéndose con sus juguetes regalados por gente agradecida, cazando mariposas o mordisqueando la hierba gatera que alguien había sembrado para ella en una de las esquinas. Y cuando veía o sentía venir a alguien con un gatito o un perrito tan malitos que necesitaran una operación o cualquier tratamiento especialmente doloroso, ella se preparaba para esperar en la puerta del quirófano hasta que saliera, e ir a acompañarlo y cuidar de él o de ella, en su recuperación.

g a t i t a esperando junto a la puerta b/n


6 Un día, el doctor de barba se sintió mal en el hospital. Le dolía mucho el abdomen, le subió la temperatura y tuvo náuseas. Preocupados, los empleados lo llevaron de emergencia a una clínica cercana. Era solo una apendicitis, pero había que operar, y ya se sabe que una operación siempre es cosa seria, por lo que tuvo que estar ausente durante algunos días. Durante ese tiempo, Rademenesa parecía buscarlo por entre los muebles y, finalmente, cansada de no hallarlo, se sentó en el sillón que él ocupaba habitualmente. Allí durmió todas las noches mientras duró la ausencia del veterinario.



Cuando el médico de barba regresó, contó que, en sus sueños de las noches que estuvo descansando en casa para recuperarse, Rademenesa venía a visitarlo y, como había hecho con los otros animalitos adoloridos y asustados, se acurrucaba junto a él en silencio. Alguna de esas noches, dentro de su sueño, el doctor le preguntó a Rademenesa por qué hacía eso, por qué cuidaba a los animalitos y los acompañaba en su recuperación.


Entonces, contó que ella habló con una dulce voz de hada y le dijo: —Me salvaron la vida y lo único que puedo hacer para agradecer ese gran don es ayudarles en su trabajo. Pero también aprendí de ustedes el cariño y la dedicación para cuidar a mis hermanos, los otros animales. Me gusta ayudarles y cuidar a mis compañeritos enfermos y asustados. Cuando terminó su relato, había una lágrima en la mejilla del doctor y unas cuantas más en los ojos de sus colegas. Mientras tanto, Rademenesa perseguía mariposas por el jardín, como si no se diera cuenta de nada.


7 Ahora Rademenesa es parte del personal… bueno, de quienes trabajan en el hospital veterinario del Refugio de Animales en una lejana y pequeña ciudad polaca adonde llegó apenas con ocho semanas de edad, casi sin poder respirar y condenada por sus antiguos dueños. Ella no murió porque alguien supo entender el verdadero sentido de su tímido ronroneo. Y gracias a eso no solo sobrevivió, sino que el hospital del Refugio de Animales obtuvo la más delicada, tierna y bondadosa enfermera que jamás hayan podido siquiera imaginar quienes lo crearon. Ahora mismo anda por ahí, feliz y agradecida con la vida, tomándose un descanso y correteando tras las mariposas que revolotean por el jardín.

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Este relato de ficción está inspirado en una historia difundida en Internet sobre una gatita polaca llamada Rademenesa, la gata enfermera. Ahora forma parte de la colección AIRE de Chacana Editorial.

©2020 Chacana Editorial Quito - Ecuador




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