El sombrero mágico de papá

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El sombrero mágico de papá

Henry Bäx con ilustraciones de

Miguel Ángel Verdugo


ISBN: 978-9942-796-04-2 Primera edición, 2020 ©2019 Chacana Editorial www.chacanaeditorial.com Quito - Ecuador Textos de Henry Bäx Ilustraciones de Miguel Ángel Verdugo Diagramación: Santiago Vásconez Y. Edición y corrección de estilo: María Alejandra Almeida y Santiago Vásconez Y. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin permiso del Editor. Impreso por Marka Digital Impreso en Quito


A Mely, Josueth, Dome y Andreíta con todo mi cariño. Henry

A los niños de corazón y sus trazos curiosos. Miguel Ángel



I Mi papá es un mago. Trabaja en un circo y hace grandes trucos. Viste un traje oscuro y lleva siempre un brillante sombrero de copa de seda negra. También tiene una asombrosa varita mágica con la que hace cosas inexplicables. Le he visto sacar de su sombrero una infinidad de cosas, todo gracias a su maravillosa estaquita. Ayer, en una de las funciones del circo a las que siempre me lleva, sacó de su reluciente birrete negro, un conejo saltarín, unas palomas de vistoso plumaje, un ramo de flores y unos coloridos pañuelos. Sí, cuando sea grande también quiero ser un mago. Cuando llega a casa después del trabajo, se encierra en un cuarto con su traje y su sombrero negro. Muero por saber qué es lo que tiene ahí dentro, ¿a lo mejor un globo multicolor, un pequeño sol, tal vez una coqueta luna llena o simplemente un enorme mar de leche? Por debajo de la puerta de esa habitación se puede ver un resplandeciente brillo. Es como si mi papá hubiera bajado del cielo una centellante estrella que intenta meter en su sombrero de copa para la próxima función. Cuando trato de mirar por el orificio de la cerradura, mi mamá me reclama diciendome que no sea curioso. 1


Una tarde, me llevó como de costumbre al circo. Hizo varios actos de magia que me dejaron asombrado. Sobre una mesa, usando un serrucho, partió en dos a una mujer. ¡Fue increíble! Ella, a pesar de estar separada, no dejaba de sonreír. Yo, al igual que el resto de la gente, no paraba de aplaudir.

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Luego, sacó un bello pañuelo negro de uno de sus bolsillos y, con ágiles movimientos de manos, de la nada, formó un magnífico castillo de naipes. Sencillamente, no podía creerlo.

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Al fin le tocó el turno a su sombrero. Una ayudante le acercó la pequeña mesa en la que papá puso su brillante sombrero de seda negra. Sacó de una de sus mangas la extraordinaria varita mágica que parecía echar chispas. El público lo miraba con ansiedad. Hizo unos movimientos extraños sobre el sombrero y dijo. –Sinzalabín a la bimbombá. ¡Zas!, de la nada salió un pequeño gorrión. La gente enloqueció y aplaudió estrepitosamente. Mi padre hizo otros movimientos con sus manos y, de nuevo, mencionó las palabras mágicas. –Sinzalabín a la bimbombá. ¡Ups!, un conejo y un hermoso ramo de rosas rojas. Definitivamente mi papá es el mejor mago del mundo.

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Pero mientras mi papá hacía sus actos de magia, noté algo extraño. Mis ojos fueron atraídos, como si de un imán se tratase, por una dulce niña de bucles rubios y vestido azul. Traté en vano de seguir viendo los actos de magia de mi padre, pero sencillamente no podía. La pequeña maga levantó su mirada y me regaló una sonrisa. Su hechizo fue impecable. Inmediatamente sentí un cosquilleo en la barriga, como si cientos de mariposas estuvieran revoloteando en mi interior y el corazón me tembló como un pajarillo asustado. Traté de olvidar esa mirada, pero los bucles y esa sonrisa quedaron impregnados en mi mente. Incluso hoy, cierro los ojos y la veo nítida y sonriente. ‹‹¿Qué es lo que me pasa?›› pensé. ‹‹¿Qué tipo de hechizo es este? ¿Acaso es algún nuevo tipo de magia distinta a la que hace mi papá? No, no y no, tengo que curarme››.

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II La noche se bañó en un azul intenso y mis padres dormían. Bajo el amparo de las sombras, me deslicé hacia el cuarto donde mi papá prepara sus trucos de magia. Giré con sigilo la perilla hasta que la puerta se abrió. Adentro, descubrí un nuevo mundo. Sobre una mesa larga y amplia, estaban amontonadas cartas, pañuelos multicolores, pequeñas cajas y hasta pociones. Algunas jaulas con conejos, palomas, gorriones y, si no me equivoco, incluso una diminuta hada revoloteaba por ahí. En un armario, estaba colgado el reluciente traje negro de mi padre y, muy en lo alto sobre una especie de repisa, su sombrero mágico. Me adentré en ese misterioso mundo lleno de magia. Con cuidado exploré cada sitio. Para poder ver mejor, tuve que subirme a una pequeña silla. El cuarto secreto de mi padre es realmente increíble. Hay tantas cosas maravillosas. La mirada se me perdió entre las mantas estampadas con miles de estrellas regadas por el piso. En una esquina, un pequeño globo brillaba como el sol. 9


Busqué por todas partes y encontré un maletín negro; de seguro, mi padre debe guardar en él sus mejores secretos de magia. Levanté la mirada y finalmente vi lo que tanto buscaba. Encerrada en una burbuja de cristal y echando chispas, estaba la preciada varita. Necesitaba averiguar si esa varita, junto con el sombrero, podía develarme el misterioso encanto del que era víctima.

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En total silencio, me escurrí por las sombras de la habitación. Frente a mí, estaba aquella burbuja que encierra la magia, aquella cápsula de cristal sostenida sobre una pequeña mesa. Me acerqué contando los pasos. No podía creerlo, frente a mí se encontraba la estaquita, flotando como si fuera un pez en el agua. El cristal que la contenía era terso y sutil como la piel de mamá, pero frío como la noche. Lo retiré con cuidado y miré a todos lados para asegurarme de que nadie estuviese viéndome.

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Rápidamente, traté de tomar la varita. En el primer intento no se movió. Daba la impresión de que no quería ser liberada, de que no deseaba contarme todos los secretos que guardaba celosamente. Cerré los ojos, respiré profundo y recordé la alegría de mi padre tras cada truco de magia, su sonrisa y los aplausos del público. Hice un nuevo esfuerzo y ¡zas!, se desprendió de su base. Una pequeña luz brillante escapó del artilugio mágico.

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Por fin la tenía entre mis manos. La moví de un lado a otro, pero sin ningún resultado. ‹‹¿Será acaso que este palito sólo funciona con su dueño?››, medité por unos segundos y, como si fuera el aire fresco de la mañana, vino a mí un pensamiento: ‹‹sí, la varita funciona solamente junto al brillante sombrero negro de papá››.

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Imitando los delicados movimientos de Fígaro, el gato blanco de nuestra familia, caminé despacito, despacito. Incluso mi sombra me seguía con cautela, hasta que llegamos a lo que parecía ser una gigantesca torre. El sombrero estaba en lo alto del armario. De nuevo tomé la pequeña silla y subí en ella. Me paré de puntillas y extendí mis pequeños brazos. Era inútil, no la alcanzaba. Entonces, me di cuenta de que la varita, aparte de hacer magia, también me podía servir como si fuera un gancho. ¡Listo! El sombrero cayó al piso como una pequeña rueda. Puse el sombrero sobre la amplia mesa. De nuevo, subido sobre la silla, alisté todo para develar aquel enigma. Solo restaba recordar las palabras que pronuncia mi papá cuando empieza a hacer magia.

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III —¿Simbililín, Bimbín? No las recordaba con exactitud. Pero tras decir aquellas palabras, toqué con la vara el sombrero. ¡Plof!, apareció un conejo blanco con manchas rosas. ¡Pin, pan, pon!, dio unos rápidos saltos y escapó detrás de un mueble. No, esas no eran las palabras que papá pronunciaba en sus espectáculos. De nuevo. —¿Bolombá, silabimbí? Toqué el sombrero y ¡paf! Del interior volaron cientos de mariposas multicolores que se posaron inquietas en un florero. Mmm. Eso no estaba dando resultado. Me rasqué la nariz con impaciencia. Cerré un ojo para afinar mi puntería, a lo mejor no estaba apuntando bien y por ello salía tanta tontería del sombrero. Hice memoria y lo intenté nuevamente. Unos cuantos pases mágicos con mis manos y, con fuerza, toqué el sombrero de papá. —¿Simpirín a lo rampampán? ¡Auch! Una densa nube de humo blanco emergió del birrete. —¡Cof, cof, cof, cof! —mis pelos parados y mi pobre nariz negra me informaban que algo malo había pasado. 17


De pronto, escuché unos pasos apresurados. —¿Quién está ahí? ¿Eres tú, Merlín, conejo travieso? —dijo una voz gruesa desde el pasillo. Nadie respondió. Mi papá sólo atinó a ver el desastre que acababa de hacer en la habitación. Escondido entre los pliegues del mantel blanco que cubría la mesa central, esperaba el fatal desenlace mientras acariciaba la varita.

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La voz de mi padre, gruesa y fuerte como siempre, retumbó en la habitación. —Sinzalabín a la bimbombá. Y dio un sonoro aplauso. Al instante, la varita empezó a temblar y, como si fuera una pequeña mascota, huyó de mis manos para posarse en las de su verdadero dueño. Ya nada pude hacer, había sido descubierto.

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Con cierta curiosidad, mi padre levantó el mantel blanco y miró por debajo de la mesa. Ahí estaba yo, abrazando mis rodillas. —¿Miguel, eres tú? Salí gateando y avergonzado. —¿Se puede saber qué haces en mi laboratorio de magia? —preguntó enojado. Mis ojos tristes apenas podían ver su rostro. —Vamos, Miguel, te hice una pregunta. ¿Qué haces aquí?

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—Necesito un hechizo, papá —logré decir tartamudeando. —¿Acaso quieres ser un mago? —Sí papá, deseo aprender a hacer magia; pero no cualquier magia, quiero aprender a neutralizar un hechizo diferente, uno muy potente —le dije decidido—. Hace unos días en el circo, vi a una maga de bucles rubios, tenía una sonrisa bellísima y traía puesto un vestido azul. Cuando me miró, sentí que me hechizaba y, desde entonces, me siento extraño, como aturdido, despistado, pero a la vez feliz. Necesito hacer algo para curarme de ese extraño conjuro. Papá se echó a reír. Me dio unas palmadas sobre la cabeza y, con cariño, me sentó sobre sus rodillas.

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—Me temo, Miguel, que contra ese tipo de magia, nada puedo hacer —dijo sin parar de sonreír. —Pero, papá, tú eres el mejor mago del mundo. He visto que sacas de tu sombrero cosas asombrosas y que, si deseas, puedes hacer desaparecer muchas otras. ¡Cúrame, por favor! —No, hijo mío, lo que hago es pura ilusión. Es verdad que puedo hacer aparecer y desaparecer muchas cosas; pero sobre el amor, ese que sale del corazón, que nace desde el fondo del alma, que une al mundo, que te envuelve ahora, sobre ese, me temo que no tengo poder. No existe magia que cure el amor. Lo miré desconcertado. No podía creer que, con todo el poder que mi padre tenía, no fuese capaz de curarme de eso que él llamaba amor. —Intentaré explicártelo con unos ejemplos —dijo al ver mi rostro—. Dime, ¿qué sientes por tu mamá, por tu hermana, por tus abuelitos o por mí? Trata de describir el amor. Jamás me habían hecho una pregunta como esa. Sencillamente, no tenía palabras para contestar. Sólo sabía que a mi mamá, a mi papá, a mis abuelitos, a mi hermana e incluso a mi gato Fígaro, los quería mucho. Era tan difícil describir lo que sentía.

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Mi padre volvió a sonreír y me dijo. —Miguel, existen muchos tipos de amor. Pero, el que sientes es el más maravilloso. Aún eres muy joven para conocer el verdadero amor. Ten paciencia y, cuando seas más grande, sabrás lo que es amar. Por el momento, nada puedes hacer para curarte. Cuando veas de nuevo a la niña de bucles de oro, amplia sonrisa y vestido azul, sólo deja que actúe el amor. Mientras tanto, te puedo enseñar verdaderos trucos de magia para que, cuando seas grande, te conviertas en un gran mago.

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El sombrero mágico de papá, de Henry Bäx, forma parte de la colección Aire de Chacana Editorial.

©2020 Chacana Editorial Quito - Ecuador




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