El árbol de los abuelos

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EL ÁRBOL DE LOS ABUELOS

“Els grans fem contes per als nens i les nenes” 2005

Aviparc Centre de dia, S.L. · www.aviparc.com · Tel/Fax 93 339 59 08


Este cuento ha sido escrito en colaboración por usuarios de Aviparc y el responsable del taller de creación literaria del centro: Teresa Solsona Morte, Joaquima García Bardají, Angela Vilaseca Ferrer, Josep Sendrós Ibáñez, Concha Martínez González, María Oliva Margall, Rosalía Almonacid Rodríguez, Carmen Lagos Rueda, Dolores Silvan de Dios, José Homar Oliver, Catalina Baños Calvo, Agustín Bassa Bray, Alodia Mata Hernández y Pablo Peñarroja Jolonch (animador).

Todos los derechos reservados © Pablo Peñarroja Jolonch, 2005, por el texto © Ediciones Aviparc, 2005, por esta edición


El árbol de los abuelos ¡Teresa! ¡Pablo! ¿Qué tal el viaje? Hola, abuela. Un beso, abuelo. Entrad chicos, hace frío. Dejad las bolsas arriba, donde siempre. ¿Cuántos días os quedaréis? Hasta el lunes, vamos de camino. ¿Cómo está el pueblo? Diferente. Mas parece una ciudad. Venid, venid junto al fuego. Dicen que nevará esta noche. Pues aquí se está divinamente. Las paredes son gruesas y el fuego vivo. ¿Y papá y mamá? Vamos de camino a su casa. Están bien, juntos. Esta tarde, esperando que llegarais, el abuelo y yo hemos dado un paseo hasta el árbol. Vuestro árbol. Sí, nuestro árbol. Sigue en pie. Sigue. ¿Recordáis el día que os llevé por primera vez? Era verano, hacía calor. Después de mojarnos la cara en la balsa del molino Morte, nos llevaste al árbol y, cobijados por su sombra, comimos las moras que fuiste recogiendo por el camino. Qué ricas estaban. Después de comer, dijiste, ¿os explico un cuento? Lo recuerdo, recuerdo el cuento: Era noche de fiesta mayor. Había baile en la plaza. Y yo estaba decidido a sacar a bailar a María. Toda la tarde la pase acicalándome. Poniéndome guapo, vamos. Los amigos, se reían. Pero ellos también se habían puesto guapos. Para las chicas. Era la primera vez que me dejaban ir al baile. Ese año ya había hecho los 14. Y María, también. El pueblo andaba lleno, siempre para las fiestas sube gente. En Agosto. Las mañanas son calurosas, pero de noche refresca. En la plaza todo estaba preparado: el escenario, las sillas, las luces… y la orquesta. Cuando llegamos, mis amigos y yo, ella ya estaba allí. La recuerdo como si la estuviera viendo ahora mismo. Hablaba con sus amigas. Yo hablaba con mis amigos. Ahora sé que los dos disimulábamos. Entonces empezó a tocar la orquesta. Islas Canarias, creo recordar. Poco a poco, la plaza se lleno de baile y nuestro alrededor quedo vacío. Todos a bailar y yo sin poder dar un paso, como un pasmarote en una esquina. Y ella, sola, mirando la luna, por no mirarme a mí. Así fue, gracias a la radiante luna de esa noche, nuestro primer encuentro: Me gusta mirar la luna. A mí también, bailar mirando la luna.


Y así estuvimos, bailando y bailando sin atrevernos a cruzar las miradas, con la excusa de la preciosa luna llena. Entonces sonó aquel pasodoble. Cómo se llama… Marcial. Sí, eso es, Marcial. Cómo lo voy a olvidar. Sonaba Marcial bajo el influjo de la luna, cuando un toro embolado, al que estaban preparando para la fiesta del día siguiente, se presentó por sorpresa en medio de la plaza. ¡Cuidado, el toro anda suelto! Todo el mundo lo escuchó. Todo el mundo menos María y yo. ¿Fue la Luna, fue Marcial o fue la emoción lo que nos dejó sordos como tapias la noche de nuestro primer baile? Todavía no lo sabemos. Solos en la plaza, bailando sin música, bajo la luna llena. El toro se paró. ¡José!, ¡María! ¡Corred!, ¡El toro…! Cuando lo vimos, con los cuernos encendidos, nos pareció que la luna se había roto en dos pedazos sobre su cabeza. El toro arrancó y nosotros salimos corriendo calle abajo. Cuanto corrimos esa noche, con el toro pegado a nuestras espaldas. Corrimos y corrimos. Los hombres nos seguían con palos, pero no llegaron a alcanzarnos. Al final del camino, a las afueras del pueblo, cuando el animal estaba a punto de cogernos, apareció un árbol y a él nos subimos y allí nos quedamos, en sus ramas, bajo la luna, hasta que los hombres llegaron y al toro se llevaron. Ese día la abuela y tu decidisteis que aquel árbol, sería vuestro árbol. Y así fue. Escuchad, cae la nieve. Qué descanso para los oídos. Acércame las hojaldras, abuela. Las preparé hoy mismo. Están buenísimas, tan dulces. Come, Pablo, y aviva el fuego, que suene. La otra noche tuve un sueño muy curioso. Ni a mi hermana se lo he contado. Soñé con vosotros, abuela, abuelo, un sueño muy bonito. Aquí lo traigo, en la libreta, no quería olvidar nada. Cuenta, Pablo, cuenta. En el sueño salíais vosotros de jóvenes, muy jóvenes, de niños. Ibais de la mano. Sonaba una canción, que no dejó de sonar en todo el sueño: “… Caperucita se ha ido, sin que su madre lo sepa y en el monte se ha perdido. ¡Ay, qué terror! Un lobo feroz dijeron, que al paso de la niña salió, vestido de caballero. El perro dice, ¡bu! El gato dice, ¡miau! Mientras Caperucita no hace más que llorar. Hada de los bosques, sálvame y con mi mamita llévame. El hada de los bosques la salvó y con su mamita la llevó…”


Se escuchó un aullido. ¡Ay, qué terror! Salisteis huyendo del miedo, hacia los bosques. Atravesabais caminos nevados, bosques en flor, calurosos y polvorientos senderos. Corríais cogidos de la mano. Ni por un instante os separasteis. Siempre juntos, huyendo del terrible aullido del lobo que se acercaba y se acercaba. Sentíais su aliento, yo también lo notaba, pegado a mi almohada. ¡Ay, qué terror! Los tres estábamos empapados de sudor, rodeados de pánico…hasta que, de repente, de repente todo cambió. Allí estaba el árbol, era el vuestro, pero diferente, rojo. Sí, rojo, y todo el bosque era de colores. Huyendo del lobo llegasteis a un bosque de árboles de colores y sus frutos eran caramelos y la luz era dulce. Entonces el aullido calló y el lobo desapareció. Cuando desperté, tuve la sensación de que allí viviríais para siempre, juntos. Un bosque de árboles de colores, ¡qué maravilla! Ojalá un día lo encuentre. Quién sabe, Teresa, quién sabe. Un sueño precioso, Pablo, no sé qué decir. Mañana iremos al árbol. Sí, hay algo que queremos enseñaros. ¿Un secreto? Sí, un secreto. Buenas noches, chicos. Hay mantas en el armario. Buenas noches, abuela. Buenas noches, abuelo. Acércate, María, tengo los pies helados. José, ¿cómo habrá sabido Pablito lo del bosque de árboles de colores? Será el árbol. Qué noche más fría. Nieva con fuerza. No le pasará nada a nuestro árbol, verdad. Duerme, amor, duerme y nada le pasará. fin


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