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Orígenes humildes, conviviendo entre culturas
Orígenes humildes, conviviendo entre culturas Según se desprende de los relatos contados a través de la experiencia de los vecinos que lo vivieron, y a pesar de las dificultades económicas que experimentaron durante el presente periodo, estos años de tránsito entre el asentamiento original y la barriada consolidada se recuerdan como un memorable periodo de transición que transcurre desde los años de aparición del poblado hasta alcanzar los límites de su degradación ya a finales de los años 90. Evidentemente, debe hacerse constar que la nostalgia de los tiempos pasados siempre embellecen las condiciones de existencia de un ayer que tiende a ser sublimado desde la visión del presente. No obstante, parece evidente que Cementerio cobró vida durante estos años.
A nivel arquitectónico, dominaban en su mayoría al igual que hoy las construcciones residenciales modestas pero funcionales, constituidas por una sola planta de bajo coste económico, carente de ornatos estéticos externos, destinadas a una población popular de clase media baja trabajadora, de origen y condición humilde pero ajena a la situación de pobreza, vecinos ocupados sobre todo en actividades ligadas a empleos de baja cualificación, ya fuera como operarios en alguno de los talleres del entorno, como chatarreros, vendedores ambulantes, o camareros de algunas de las cantinas abiertas durante este periodo.
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“ Se vivía mal, pero a pesar de las circunstancias se convivía bien. ”
A nivel social, los vecinos más veteranos recuerdan con ciertas nostalgias aquellos tiempos pasados en los que no había mucho para comer, pero de lo que había, una vez que sobraba en la familia, era mucho lo que se repartía y compartía con los convecinos más necesitados. Si las condiciones económicas no eran las óptimas, se podría decir que la sociabilidad entonces era bastante buena, en unas condiciones en donde el capital social era mucho más relevante que el capital económico. Dentro de la sociología urbana se constata como en la mayor parte de estos Barrios populares que surgen en la periferia de las ciudades se nutren de gentes que suelen proceder de pequeños municipios rurales que portan y transportan sus valores de origen para reproducirlos en los lugares de destino, recreando en el vecindario aquella densa e intensa vida social de ascendencia rural que los entrevistados reconocían haber vivido en aquellos tiempos.
En el caso de Cementerio, a donde llegaron gentes de diversos puntos locales del mapa nacional, la urdimbre social estaba entretejida por un vecindario compacto en donde todos conocían a todos, y en donde las puertas de las casas permanecían abiertas dadas unas relaciones de confianza basadas en tratos personalizados, como trataba de explicar uno de los vecinos mayores echando la vista atrás, hacia un pasado
amable: “ Lo recuerdo con nostalgia. Era una época estupenda, y esto era una maravilla. Se vivía mal, en un Barrio tan modesto como éste, pero había muchas buenas relaciones. Sobre todo había mucha tranquilidad. La gente vivía con las puertas abiertas, que nunca se cerraban. Nos sentábamos fuera en las sillas y hacíamos buenas reuniones a veces hasta las tantas pero intentando no molestar a nadie. En verano se ponían las sillas en la calle, y bajo la sombra de los árboles se dormía la siesta (…). En el Barrio vivíamos gentes humildes pero trabajadoras, tranquilas, de confianza (…). Entonces tenía muchos amigos que ahora casi no tengo. Ya ni mis hijos quieren venir a verme por no tener que pasar por aquí. Me dicen que me vaya de Cementerio, pero yo les digo que de aquí no salgo, aunque los problemas sean cada vez mayores en el Barrio. Mi casa es y ha sido mi vida. Si me voy a un piso me siento en la butaca y me dejo morir. ”
A nivel vecinal, por lo que se cuenta, los lazos de convivencia urdidos entre el colectivo gitano y payo en la barrida eran buenos, valorándose en general las relaciones entre ambos grupos como positiva, dado que estas interacciones se empezaron a dar de forma temprana y conformaron el paisaje humano inicial. En este contexto de reciprocidades, se ha insinuado muchas veces que las relaciones personales estaban por encima de las diferencias étnicas, “porque se respetaban a las personas y no a lo que representaban”. Vecinos tanto payos como gitanos recuerdan haber experimentado una conciencia de convivencia pacífica, sin apenas distingos ni conflictos, unidos ante la experiencia común de las dificultades económicas de unos y de otros, en donde la práctica social de la entreayuda era una estrategia común de supervivencia basada en ese valor del respeto mutuo. A modo de prueba de esas buenas relaciones se comentaban incluso el hecho de varias bodas celebradas en Cementerio entre payos y gitanos. También se compartían las celebraciones, adornando las calles con farolillos, y en las Hogueras de San Juan se levantaban buenas barracas y monumentos falleros en un Barrio que por esas fechas no tenía nada que envidiar a ningún otro.
A nivel de culto religioso había entonces una iglesia evangelista a la que asistían feligreses gitanos, oficiada por sacerdote vivía en una de las casas de “Cementerio Alto”, razón por la cual según se comentaba se conoce como el “Barrio del Cura”. No pocos de sus creyentes practicantes volvieron a tomar las riendas de sus vidas, y alguno gusta de contar que eran unos “balas perdidas” hasta que se hicieron evangélicos. Desde entonces dejaron sus vicios a un lado, la bebida, los porros, la mala vida que llevaban, y se dejaron llevar por la fe. Según algún vecino, en Cementerio también hubo en esta época una iglesia católica frente a la parada del autobús, y un colegio regentado por un matrimonio.
A nivel económico, a partir de los años 60 las condiciones materia-
les de vida empezaron a mejorar para los vecinos, y a pesar de que la riqueza no llama nunca a las puertas de los pobres, Cementerio pudo conocer sus propios años de “vacas gordas”. Ya en los 80, la bonanza del sector inmobiliario primero, y más tarde el “boom” de la construcción en la década de los 90, ayudó bastante a ello, en un contexto donde abundaba el trabajo en los talleres instalados en las cercanías de la barrida, o la recolección de chatarras y residuos, un floreciente negocio que permitió aumentar el nivel de ingresos de quienes se dedicaban a este tipo de oficio, generalmente familias gitanas que venían de condiciones de trabajo mucho más difíciles. En estos momentos, decía uno de ellos “había días que salía con la furgoneta y me traía a casa 20.000 pesetas“. Salvo este tipo de excepciones, que las había, en términos generales, los vecinos comentaban que en relación a las rentas que ingresaban “antes había trabajo, más faena, aunque como siempre de poca monta y ganancia”.

Figura de referencia de Cementerio y Florida, es por todos conocida y mantiene su presencia.
Nacido de la carencia, trabajador incansable.
Alcázar infranqueable, al que todos llaman Loco, todo trabajo era poco para este gigante amable.