El tiempo parece detenerse en las representaciones de la pampa. Tal vez porque el horizonte vacío, los cielos, la percepción de algo sublime en su inmensidad es el tópico que más ha convocado y fascinado a los artistas plásticos, desde fines del siglo XIX hasta hoy. Por eso la distancia, la visual y la afectiva, presiden el conjunto. Sin embargo, el tiempo de la historia atraviesa estos paisajes, aun cuando eludan las representaciones del drama humano, de modos más o menos evidentes: en las imágenes de muerte y resurrección de la causa indígena, en las de la epopeya de las carretas y la confianza en el avance de una geometría ordenadora, en el tendido del ferrocarril y su desmantelamiento, en el drama de los pueblos abandonados, en unas pocas representaciones del trabajo rural y de la pampa domesticada. El campo desde la ciudad, la ciudad desde el campo: siempre es necesaria una cierta perspectiva, un “sentirse afuera” para construir un paisaje. Sólo el tiempo del ocio y la contemplación permite tomar distancia de aquello que nos acompaña día a día y tender allí una mirada que organice de nuevo las emociones y las ideas, que posibilite percibir belleza pintoresca, rozar la vivencia de lo sublime o tensar el discurso crítico respecto de la naturaleza y de los efectos de la acción del hombre sobre ella.
travesías En la planicie inmensa que se extendía al sur del río de la Plata la mirada europea encontró un ámbito natural que podría pensarse como el escenario más distante de aquello que se entendía como un paisaje pintoresco. El viajero inglés John Miers, que la recorrió en 1826, la describió como “una ilimitada llanura vacía de paisaje”. Sin accidentes ni vegetación exuberante, ese pastizal tampoco fue visto como una naturaleza sublime que prefiguraba un destino de grandeza, como ocurrió en los Estados Unidos. El desierto no fue paisaje para los artistas viajeros del siglo XIX sino un escenario vacío en el que se desplegaba el drama humano. Sus representaciones visuales pertenecieron más bien al costumbrismo: un género que fue moralizante en el siglo XVIII y que se adaptó fácilmente a la curiosidad del ciudadano burgués del XIX por los tipos y costumbres de los confines remotos del planeta. Un magnífico ejemplo de esas imágenes convencionales, que concentraban en una única escena una suerte de compendio de datos pintorescos, es la litografía de Adolfo D’Hastrel Provinces du Rio de la Plata - Mœurs et Costumes.
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