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CACHITO, EL GATO

Autora: Amanda Mendoza H.

Ilustración: Carlos Daniel Espinosa Jiménez

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El gatito gris se escondió tras el frondoso helecho, aguzó las orejas y con pasos silenciosos saltó sobre el pequeño grillo entre la hojarasca, quien al sentir un vientecillo peligroso cerca de él, pegó un brinco, pero con tan mal tino que cayó en la boca del gato.

Pálido del susto, el grillo solo atinó a decir ¡chispas! y se quedó inmóvil, pues sentía la fuerza que apretaba su cuerpecito duro. Cuando el gato abrió las fauces para dar un mordisco, el grillo saltó lejos del minino, pero no pudo evitar que un cachito de su pata trasera izquierda fuera arrancada. Su pequeño corazón latía a mil por hora y el dolor en su patita era insoportable, aun así, siguió brincando de planta en planta hasta llegar a su hogar, debajo de unas piedras llenas de ramitas y hojas secas.

A punto de desmayarse, el grillo se vio rodeado por sus padres, tíos, primos y todos sus hermanos. La algarabía era tremenda pues todos querían escuchar el relato de lo sucedido. ¿Qué te pasó?, ¿dónde andabas?, ¿quién te hizo esto?, preguntaban al mismo tiempo y el grillito solo pudo decir: el gato… y se desmayó.

Mientras tanto, el gatito gris ya andaba en busca de otra presa, sus ojos amarillos escudriñaban por los alrededores del jardín, pero como en realidad no tenía hambre, se tiró sobre las baldosas del jardín y se durmió dejando que el sol acariciara su cuerpo peludo. A esa hora una lagartija color café con leche subió a toda velocidad por el tronco del pichichej y, en menos de lo que canta un gallo, trepó hasta la parte media del árbol y saltó al techo de la casa vecina donde, ¡oh, sorpresa!, el gatito gris estaba al acecho.

La lagartija se detuvo de repente y se dejó caer con la panza bocarriba, el hociquito abierto y la lengua de fuera como si le hubiera dado el patatús. El gatito se acercó y la olisqueó, la movió con la pata y caminó a su alrededor, mientras la presa seguía sin mover ni una pestaña, aguantando la respiración.

El gatito perdió el interés y se dio la vuelta muy despacio. ¡Patitas, para qué las quiero!, pensó la lagartija, y se levantó de un salto, pero el astuto gato volteó al mismo tiempo y la detuvo con una pata; sin embargo, al levantar la garra para acercarla, la veloz lagartija salió corriendo, mas el gato, que no era lento, logró agarrarla por la cola y la mordió quedándose con un cachito.

¡Ay!, gritó la lagartija y no paró hasta llegar al naranjo que estaba del otro lado del jardín y se escondió entre las ramas donde el minino no la alcanzara.

¡Puaj!, escupió el cachito de cola y volvió a tenderse en el techo bajo la sombra del árbol y tan a la mano, que pasó volando una mariposa rumbo a las flores amarillas del pichichej. ¡Zaz!, sin decir agua va, le cayó encima la afilada garrita del gato, que solo alcanzó a quitarle un cachito de ala.

La pobre mariposa voló con dificultad hasta la parte más alta del árbol y ahí estaban el grillo sin un pedazo de pata, la lagartija sin un cachito de cola y la mariposa, además de una catarinita que del susto de ver lo que hacía el gato, perdió todas sus manchitas negras.

El maldoso gato bajó del techo, se paseó muy ufano por el jardín, sin darse cuenta que el perro del vecino lo acechaba y de un brinco saltó la cerca y correteó al gato mordiéndole la cola, quedándose con un cachito. ¡Hurra, hurra!, gritaron los animalitos desde arriba del árbol, pues el perro, sin querer, les había hecho justicia. Desde entonces, el gatito gris es conocido entre los residentes del jardín como “Cachito”, y cuando quiere molestar a alguno de ellos, estos le gritan: ¡ahí viene el perro!, y Cachito, el gato, sale corriendo y se esconde debajo de la cama hasta que le pasa el susto.

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Como dijo el poeta: Comitán no habla, Comitán canta cuando habla.

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