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LA CASA GRANDE Huehuetenángo Somos alas de un mismo plumaje

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La casa grande, propiedad de los abuelos, fue construida sobre cimientos profundos, grandes rocas y talpetate fueron la base donde se erigieron aquellas paredes de adobe de gran grosor y resistencia, mismas que fueron blanqueadas con cal. En el centro de la casa había un patio empedrado, los corredores estaban adornados con grandes ollas de barro, en las vigas se acostumbraba colgar macetas con frondosas colas de quetzal y una que otra jaula con torcazas y palomas. Se contaba con abundante agua municipal y de un pozo, con la que se abastecía aquella pila hecha de ladrillo y cemento. Este era un lugar de tertulia para las señoras, quienes entablaban interminables pláticas, sus risas llenaban de vida el ambiente de la casa grande. El piso de las habitaciones, corredores y parte del patio, era de barro cocido (ladrillo) y se barría el suelo con escobas que se elaboraban a mano, de una planta llamada escobillo; se rociaba con abundante agua, quedando ese peculiar olor a tierra mojada.

En aquella casona se contaban muchas historias, cuadros con retratos y eventos familiares colgaban en cada pared de los corredores y habitaciones. Incluso, se puede observar un almanaque de Farmacia Del Cid, lugar muy frecuentado por tía Amelia; ella fue enfermera y comadrona titulada y trabajó para el hospital de la ciudad. En uno de los corredores donde estuvieron los telares del abuelo Reynaldo, había un horno artesanal que era utilizado en semana santa. La abuela Francisca de Jesús Vásquez Alvarado, reunía a sus hijas para preparar las cazuelejas o moldes, horno, mesas y bateas para la elaboración de las tortas y pastelitos con anís. También preparaban la rica miel que llevaba chilacayote, papaya, camote, piña, plátanos, duraznos, higos, melocotones, mango, garbanzo, canela, azúcar. ¡Y por supuesto!, no podía faltar el licor de frutas que la abuela cuidaba estrictamente durante todo el año, y que por cierto, mantenía guardado bajo llave en un cofre de madera. El techo de la casa era de teja de barro, sus grandes vigas de madera estaban sujetas con clavos de forja antigua y amarres de cuero. Por la parte de afuera de la casa, los abuelos habían sembrado una gran variedad de árboles frutales, duraznales, naranjales, nísperos, limonares, granadas y otros más, pero lo que abundaba eran los aguacatales. Cuando la abuela Francisca torteaba, aprovechábamos en reunión familiar degustar unas ricas tortillas recién salidas del comal con aguacate y sal; sentados alrededor de una rústica y vieja mesa de madera junto al fogón de aquella cocina, pasábamos horas escuchando y contando chistes y alguna novedad.

En esa época uno de los medios de iluminación que más se utilizaba eran los candiles (una botella de vidrio, gas y un mechero). Por las noches se acostumbraba escuchar la radio (para ese entonces aún no se contaba con televisión), y muy especialmente el programa de don Mauro Guzmán y sus leyendas. También nos reuníamos en algún dormitorio para que nos contaran historias de miedo o que nos leyeran un libro. En ese tiempo fue muy popular la revista Escuela para todos, donde publicaban historias de la región y cuentos de terror, después nadie quería salir por la noche. Por esa misma razón, más de alguno pasó un buen susto con su propia sombra en aquellas noches, cuando se hacía acompañar de un candil por los oscuros corredores cuando se dirigía al sanitario o letrina ubicado fuera de la casa grande.

Escribió Carlos A. Rivas López Director comercial de revista Arenilla en Huehuetenango, Guatemala, C.A.

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