
5 minute read
Una biografía sin importancia
UNA BIOGRAFÍA SIN IMPORTANCIA
(CUENTO)
Advertisement
Mi nacimiento no es como el de los demás seres que pueblan la tierra. No es tan vulgar. Soy el producto de siete jornadas laborales de a doce horas cada una, que en total suman ochenta y cuatro vueltas al reloj. Claro que hay que descontar los pitillos que durante ese tiempo se fumó el autor de mis días, y aquellas horas en las que, pensando en las distintas formas de colocarme el rabo, los ojos, y si estaría mejor con la lengua fuera o con la boca cerrada.
Ví la luz en Valencia, en un callejón de cuyo nombre no me acuerdo. Vicente, a quien considero mi verdadero padre, ya era constructor de juguetes mucho antes de nacer yo, igual que lo fueron su padre y el padre de su padre. Manejo a la perfección la lengua valenciana y la castellana. Pero, ante todo, soy español por los cuatro costados. La madera de pino de los Montes de San Juan, la goma de las resinas de Castilla la Vieja, estopa de los áridos desiertos de Almería, la piel de ternero de Santander, curtida con los mejores taninos de la Sierra de Guadarrama, y el alma hecha en una puesta de sol de Valencia. Tuve en un principio dos pies de altura, que fue disminuyendo a lo largo de mi vida.
Quiero contar la historia y las insignificantes aventuras de “ego” –“yo”-, un caballo de madera y piel de ternero, negro con manchas blancas.
Corría el año 1964 cuando fui embarcado en un tren, junto con otros caballos y diversos objetos raros, semejantes a hombre y mujeres pequeños, rubios y morenos, hechos de una materia blanca e irrompible. Cuando me enteré, por los altavoces de la vieja estación, que nuestro destino era Madrid, me alegré muchísimo, pues bien sabe Dios que los madrileños me son simpáticos. No tanto como los valencianos, pero Madrid es una España en pequeño, y tal vez algún emigrante valenciano me comprara, y quien sabe si hasta podría seguir hablando el idioma valenciano. Mi pesadilla durante algún tiempo fue Alemania. Rumores de almacén decían que nuestro pelo se pagaba muy bien en el país del Deutche.....Y,
por otra parte, tampoco mi fabricante le desagradaba el color del marco. Pero, a Dios gracias, esto no ocurrió. Nos apearon en una estación destartalada, cubierta con un gran tejado de chatarra. Era como un túnel chato, sin salida. Nos trasladaron a un camión y......¡hala! a conocer Madrid. Era de madrugada y la gran ciudad estaba casi desierta. Los que viven en el Madrid-noche se acababan de acostar, y los que trabajan en el Madrid-día despedazaban veloces el último sueño.
Me colocaron en una estantería gris, junto a unos estúpidos conejos que formaban, al moverse, un ruido extraño y, de trecho en trecho, enseñaban su feo hocico y su metalizado estómago. No quiero pecar de inmodestia, pues una vez que todo ha pasado, de nada me serviría, pero yo era la criatura más apuesta de la funcional estantería. Bueno, después de Pilar, la pequeña dependienta de cara redondeada, cabellos cortos, ojos pequeños, pómulos salientes y una sonrisa fácil. Fue mi primer amor y también la que me dio el primer nombre. No era lo que yo había soñado en el viejo taller, pero me sentía feliz. Sin embargo, tenía que marcharme de su lado. No era ese mi puesto. Allí no pintaba nada.
Cuando se acerca un presunto comprador, ella me miraba, se reía y me empujaba un poquitín hacia adentro.
- Queremos un caballo.
- ¿Qué edad tiene el niño? – preguntaba Pilar.
- Cinco, seis, dos años – la contestaban.
- Tenemos este negro, con ruedas. O este, de cartón, muy salado....
El último beso de la jornada era para mis entreabiertos labios.
- Hasta mañana, mi “Frasquito”” – me decía. Un día Pilar no fue a trabajar. Por la tarde, a eso de las seis, un señor que cubría su cabeza con un amplio sombrero y llevaba una gran cartera de cuero en la mano, me compró.
“Babieca” fue mi segundo nombre. José Francisco tenía, en aquella
habitación donde habían ido a parar mis huesos, un gran tren eléctrico, dos balones en un rincón, patines en un armario, un rojo triciclo de aluminio........Dos horas exactas duró mi felicidad, al cabo de las cuales me encontré junto a un “Seat Mil quinientos”, un balón y una vieja escopeta. Habían mutilado mi crin y mi cuello había recibido un corte de tijera.
Debía ser por Pascuas cuando Carlos, el hijo del portero, al que había visto un par de veces, me bautizó con el nombre de “Lucero”. Verdad es que en sus manos pasé horas felices, pero cuando vio que mis ruedas estaban cansadas, me rompió las extremidades y me arrancó mi corazón de estopa. De mi estampada piel de ternero, sólo quedaban ya las manchas, y poco a poco fueron desprendiéndose mis dos ojos de cristal.
Un buen día, al despertarme, noté que algo se movía bajo mi maltrecho cuerpo. Había por doquier cáscaras de naranjas y de plátanos. También, un cesto de botellas vacías, el respaldo de una silla y las patas de otra, y, en un gran recipiente, grandes trozos de carbón mezclado con cenizas. Debía de ser mi entierro, o algo parecido.
Ya calentaba el sol cuando en uno de los vaivenes caí al suelo. Una niña rubia, como de unos cuatro años, me recogió. Al verme tan maltratado, me acurrucó en sus brazos. Llevaba los cabellos lacios y el vestido raído. En sus ojos se vislumbraba una prematura belleza.
- ¡Pobrecito, cuánto has debido sufrir y qué malito estas¡.... Al verme sin ojos, con las cuatro patas rotas y el vientre abierto, dijo que estaba muerto y que iba a enterrarme. Hizo una tumba de piedras, me dio un beso en la frente y me acostó en aquel lecho, cubriendo luego mi cuerpo con hojas secas. Arrancó flores amarillas e hizo una cruz sobre las hojas. Juntó sus manos, se puso de rodillas y rezó una oración.....Sus últimas palabras fueron:
- Duerme, “Cariñoso”.... Yo no le había dado nada, ni mi belleza, ni mi arrogancia, ni siquiera una mirada. Y sin embargo ella me dio un beso. Sólo por aquel beso mereció la pena nacer.
Mi alma vagó largo tiempo buscando sin cesar la musa de un poeta que hiciese de mi vida una epopeya, pero encontró ya cansada, el corazón de un romántico, que sólo pudo convertirla en cuento.
Ángel Montero Pérez
Doctor Juan Bravo 13
Madrid-20