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Epílogo

EPÍLOGO

(ELEGÍA POR ÁNGEL MONTERO)

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Te fuiste de repente, sin avisar. Ni siquiera con una queja. Habíamos quedado, como siempre, en vernos y hablar de tus proyectos. Yo tenía que entregarte el texto de la conferencia sobre ética de la empresa que acababa de impartir en APD. Nos despedimos, con un abrazo. El último abrazo.

¿Por qué te has ido tan temprano? Ahora que habías llegado a la sabiduría completa de las cosas, después de peregrinar tantos años por los insondables entresijos de las cajas de ahorro. En tu primera etapa fue la Caja de Madrid, la de siempre, la de tu juventud, la de tus años dorados. Se te llenaba la boca de alegría hablando de la caja, y de la obra social y del monte de piedad. Hablabas de tus cajas, con todos, con palabras viejas y nuevas, sin importarte credo, ideología o raza. Madrileño de pura cepa, hiciste de tu ciudad un cruce de caminos, un centro logístico de acogidas y despedidas. Viajero incansable, sembraste de amigos los cinco continentes y tuviste en el mar Mediterráneo tu segunda residencia.

En tu segunda etapa, la de Cajaespaña, testigo de tu madurez y de la entrega total, y de los resultados. No te supieron entender y se te heló el corazón. Y eso que tenías un corazón ardiente, lleno de calor. Habías hecho de tu profesión una forma de vivir, una forma de ser. Por eso te rebelaste contra la tercera etapa de tu vida. No estabas acostumbrado a vivir sin las cajas, aunque tu ya lo sabías, porque en el largo viaje de tu vida te habías convertido en sabio.

Nunca olvidaré la hermosa carta que me enviaste, desde tu camino de Santiago, en julio del 98. En ella asumiste las palabras de Gibran Khalil: “¿Cómo podré marcharme en paz y sin pena? No, no será sin una herida en el alma, que dejaré esta ciudad”. ¿Te

acuerdas, Ángel?

Tú ya lo sabías. Pero no había llegado tu hora todavía. Tenías que demostrarte a ti mismo que la vida son muchas cosas. Y, de nuevo, te habías llenado de proyectos, de trabajos y de ilusiones. Empezabas a ser el dueño de tu tiempo para rellenar los vacíos de antes, con Mari Trini, con tus hijos, con tu nieta.

Pero tu profética carta seguía utilizando las palabras del gran libanés que fue Gibran:

“Sin embargo, no puedo aplazar por más tiempo la partida. La mar, que reclama para sí todas las cosas, me llama, y debo embarcar. Pues permanecer, aun cuando las horas ardan en la noche, es congelarse, cristalizarse y quedar encerrado en un molde. Una voz no puede transportar la lengua y los labios que le dieron alas. Debe ir sola en busca del éter”.

¿Quién recuperará tus palabras?

¿Quién contará tus historias por Navidad?

¿Quién cantará tu canción?

Muchas de estas respuestas han quedado, sin pronunciar, en tu corazón y te las has llevado como tu secreto más profundo.

El lunes, en el Cementerio de Fuencarral, donde depositamos tus restos, nuestras miradas reventaban contra el silencio, apenas contenidos los alientos, las lágrimas formaron un río, después un torrente, y al final se escuchó un susurro: “luego vendré a ti cual una gota suelta a un océano sin límites”.

Emilio Tortosa

Presidente Fundación ÉTNOR y

ExDirector General de BANCAJA

Estas cosas las expresó con palabras. Pero muchas quedaron , sin pronunciar, en su corazón. Pues ni el mismo podía expresar su secreto más profundo.

Khalil Gibran

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