En blanco y negro: Capítulo 12

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Capítulo 12 El espectáculo debe continuar - Adiós... Deker... El sonido de la voz se entremezcló con una retahíla de imágenes que pasaron a toda velocidad ante sus ojos, como una serie de flashes que le dejaron atontado. Risas. Bailes. Lloros. Peleas. Gritos. Su sonrisa, sincera como la de una niña, aunque también lejana y triste como la de una anciana. Su pelo revoloteando entorno a su rostro, ocultándolo. Sus labios con el carmín corrido diciéndole adiós... Y, entonces, el ruido. Aquel estruendo infernal, seguido de los incesantes pitidos. Al final, su mano acariciando el aire porque ella se le había escapado. Deker se despertó bruscamente. Lo hizo con tanta intensidad que su cuerpo cayó hacia delante y no pudo hacer nada para impedirlo. La hostia fue importante. En el suelo, se colocó boca arriba, mientras su pecho subía y bajaba, agitado. Tenía ganas de vomitar. Siempre le ocurría lo mismo cuando tenía esa pesadilla. Cerró los ojos, intentando controlar su respiración hasta que, al fin, logró calmarse un poco. Decidió, entonces, que como le quedaban un par de horas de sueño, se pondría a leer. No quería volver a experimentar aquella pesadilla. Sin embargo, de pronto, se quedó dormido.

 Tras que la actuación de la señorita Ariadne terminase, mi jefe le indicó que deseábamos hablar con ella en privado. Aquellos carnosos labios tiznados de carmín se curvaron en una sonrisa juguetona, una sonrisa que incitaba a perder la conciencia. Moviendo sus sinuosas caderas, empezó a caminar, mirándonos por encima del hombro con aquel mohín tan sensual y tan delicadamente descarado. Ya desde ese momento, Ariadne me pareció una mujer de contrastes, de extremos opuestos que confluían en aquella persona tan especial. A simple vista parecía frágil y fuerte al mismo tiempo. Nada que ver con las mujeres que había conocido. - Si son tan amables...


Una puerta emitió un chirrido cuando ella la abrió, echándose a un lado para dejarnos pasar. Entramos en una sala más bien pequeña, que estaba iluminada por varias lámparas de mamparas verdes. En el centro había una mesa redonda, rodeada de varias sillas y llena de ceniceros. Además, en un rincón, había un armarito un tanto recargado. La señorita Ariadne se agachó un poco para abrirlo. Su interior estaba cubierto de espejos, que provocaban el engañoso efecto de que había todavía más botellas de las que poblaban el mueble-bar. - ¿Una copa? - N-no... Gracias...- logré pronunciar de algún modo. Ante mi torpe respuesta, la señorita Ariadne se volvió. Sus largas ondas se escurrieron por sus hombros desnudos, cayendo hacia delante, lo que dotó a su rostro de un gracioso juego de claroscuros. La damisela me sonrió con dulzura y yo sólo pude mirar al techo durante unos segundos, dándome cuenta de que las mejillas me ardían. - Un coñac. Mi jefe había tomado asiento alrededor de la mesa y había ladeado la cabeza para poder mirarla. Ella, asintiendo con un gesto, preparó una copa de balón y un vaso ancho, ambos dos rellenos con distintos licores. Después de depositar las bebidas sobre la mesa, la señorita Ariadne se sentó justo al lado de Deker. Cruzó sus largas piernas con elegancia. Éstas quedaron casi al descubierto gracias a la gatera del largo vestido negro, su tez era nacarada, pecaminosamente tersa y hermosa, destacando con el tono oscuro de su indumentaria. Deker, que sostenía un humeante cigarrillo entre los labios, los curvó hacia un lado, mientras la humareda azulada le envolvía el rostro. Ni

siquiera

el

humo

lograba

disimular

el

creciente

interés

que

se

entreveía en su mirada. - Whisky solo - observó, divertido.- Una chica dura. - Ya ve...- la señorita se encogió de hombros, como si no tuviera la más mínima importancia. Sus ojos, enmarcados por aquellas largas y oscuras pestañas, se clavaron en la cajetilla de tabaco que Deker sostenía entre los dedos. Le dedicó una sonrisa.- ¿Me da uno? Deker asintió con un gesto, sacando un cigarro. Tras darle un par de golpecitos, se lo tendió y, cuando la señorita Ariadne se lo colocó entre los labios, se inclinó sobre ella para encenderlo. No dejaron de mirarse.




- ¡¿Pero qué haces fumando, Ariadne?! - Tania no podía creerse lo que estaban viendo sus ojos y no porque estuviera en blanco y negro precisamente. Se acercó a su amiga, que se había reclinado hacia atrás, sin dejar de mirar a Deker Sterling como si fuera a besarlo en cualquier momento.- ¡Qué fumar es malo! Fíjate, que en Gran hermano no les dicen nada por insultar o ser sencillamente malos, pero sí por fumar... - Y, díganme, ustedes dos... ¿Qué son? ¿Agentes de la ley? ¿Detectives? Ante la pregunta de Ariadne, Deker volvió a sonreír impresionado y Jero, por fin, bajó de aquella nube y dejó de parecer un idiota. Mientras el chico se acercaba hacia la mesa, Tania aprovechó para darle un pisotón, aunque él ni siquiera se inmutó. - ¿Cómo...? - empezó a preguntar. - Es usted toda una caja de sorpresas - le interrumpió Deker, quitándose el sombrero para dejarlo sobre la mesa.- Habitualmente las jóvenes respetables y bonitas como usted, no suelen saber que somos detectives. - Digamos que no soy habitual. Aunque...- Ariadne se echó un poco hacia delante, posando su mirada en Jero, que seguía revolviéndose en la silla.- He de admitir que me ha sorprendido que semejante pipiolo sea detective privado - le guiñó un ojo, provocando que las manos de Jero se crisparan y su sombrero saliera disparado.- Pero supongo que no hemos venido a hablar sobre esto, ¿verdad, señor...? - Sterling. Ariadne abrió la boca, sorprendida. Un instante después, asintió con un gesto, al mismo tiempo que se reclinaba en la silla, casi riendo. - Por fin tengo el placer de conocer al célebre Deker Sterling. Aunque estaba claro que intentaba controlarse, la emoción se reflejó en el rostro de Deker al escuchar aquellas palabras. Se acercó a la chica para sujetarle la mano con delicadeza y, así, llevarla hasta sus labios para poder besarla. Cuando lo hizo, alzó los ojos, clavándolos en los de ella, con el mohín más radiante y sincero que le había visto jamás.

Menudo flirteo descarado que se traen estos dos... - Y yo he tenido el placer de conocerla a usted, señorita...

Ay, espero que esto no se vuelva algo... Algo subidito de tono... No quiero ver algo así. Sin embargo, Ariadne liberó su mano con cierta brusquedad, mientras la expresión afable y risueña se evaporaba para dar lugar a una tensa. Ladeó la cabeza, humedeciéndose los labios, antes de dar un par de largas caladas al cigarro en silencio. - Navarro - acabó respondiendo con frialdad.- Ariadne Navarro.


- Pero... Pero, pero...- Jero empezó a balbucir, visiblemente confuso.- Nosotros estamos buscando a Felipe Navarro, el catedrático, que venía a verla a usted - recapituló a toda velocidad.¡Y os apellidáis igual! - Es lo que pasa entre padres e hijas - sonrió amargamente Ariadne. Jero no entendía nada. Tania tampoco a decir verdad. A ver, en primer lugar, Ariadne no era la hija de Felipe, sino su sobrina; en segundo, ¿desde cuándo se avergonzaba su amiga de su tío? No parecía nada cómoda con la conversación. - Naciste fuera del matrimonio, ¿verdad? - intervino entonces Deker. Cogió la copa, apuró su contenido y volvió a depositarla en su sitio.- Seguramente, no eres hija de su mujer... - ¿Por qué no lo llamas por su nombre? Soy su hija bastarda, sí - admitió Ariadne con arrogancia, estirando todo su porte como para acentuar su dignidad.- Mi padre conoció a mi madre cuando era muy joven. Tuvieron varios encuentros que no llegaron a más, por lo que dejaron de verse. Mi madre me crió sola y no he podido tener mejor educación. - Estamos buscando a tu padre - le informó Jero. - Y nos enteramos que últimamente venía por aquí a verte. - Mi madre murió hace unos meses y decidió llamarle para contarle todo, para no dejarme sola en el mundo - relató Ariadne con frialdad, sin concentrarse en nada en particular.Desde que supo de mi existencia, decidió conocerme. Se pasa por aquí para charlar conmigo. Cuando buenamente puede, claro, que es un hombre muy ocupado. - Visitó a un abogado...- comenzó a decir Deker. - ¿A Álvaro? Bueno, es normal, al fin y al cabo son hermanos - Tania se sorprendió con aquel giro de los acontecimientos y no fue la única, puesto que Ariadne se echó a reír.- ¿No lo sabíais? Vaya, vaya, vaya... ¡Qué grandes investigadores! Jero, una vez más, frunció el ceño. - Pero... Si se llaman Felipe Navarro y Álvaro Torres. - Cosas de la guerra - suspiró Ariadne, apagando el cigarrillo en uno de los ceniceros.Cada uno estuvo en un bando, cada uno tiene una ideología y... Bueno, aprovechando su posición en el bando nacional, Álvaro se casó con una aristócrata que murió al poco de contraer el matrimonio. Creo que no pasaron del año... La cuestión es que comenzó por emplear Álvaro de Torres y le acabó quitando el “de”, por lo que todo el mundo creyó que el aristócrata era él cuando volvió a instalarse en Madrid. Deker asintió en silencio, como asumiendo aquella historia. - ¿Cómo se llevan los hermanos?


- Se quieren, se respetan... Pero no dejan que nadie sepa que son hermanos. Felipe no quiere que su hermano tenga problemas con el régimen. - ¿Puedes contarnos algo de la noche de su desaparición? - Vino, tomó algo con su hermano y después estuvo conmigo. Pero fue muy poco rato Ariadne entornó los ojos, como recordando.- Me tocaba salir al escenario, pero creía que me esperaría. No se despidió... Aunque, claro, con el bochorno que pasó, no me extraña... - ¿Bochorno? - preguntaron los dos al mismo tiempo. - En este lugar se puede encontrar de todo, aunque esté prohibido. Conversaciones, música, poemas, juego...- se detuvo un momento, antes de añadir.- Prostitutas. Suelen venir unas cuantas, pero son muy discretas, a excepción de una - se puso en pie, volviendo a abrir la puerta de aquella especie de reservado; señaló con un gesto de cabeza a una muchacha rubia que Tania conocía muy bien.- Se llama Erika. Tania abrió los ojos de pura sorpresa. No podía creerse que su subconsciente de escritora de novela negra fuera tan evidente. ¿Erika la prostituta de la historia? Jero se adelantó a los demás, acercándose a ella. - Esto, señorita... Erika dejó de toquetear al cliente con el que estaba, para poder mirar a Jero. No obstante, también se fijó en Ariadne y Deker, que seguían apoyados en el quicio de la puerta del reservado. Seguramente por eso dejó de mostrarse encantadora, para manifestar fastidio, antes de echar a correr escalaras arriba. Jero intentó seguirla, pero Erika demostró tener ya no sólo mala leche, sino muy poca humanidad, tirando al pobre chico por las escaleras. Jero cayó sobre su brazo izquierdo, ahogando un quejido que, a su vez, silenció un poco el horripilante crujido que desprendieron sus huesos. - ¡Ay, qué me desgracias a Jero! ¡Serás...! ¡Serás mala pécora! Y, de repente, todo pasó. Ocurrió algo muy extraño, como si aquel local desapareciera al mismo tiempo que el color volvía a rodearla. Estaba de pie en medio de su habitación, cubriéndose la boca con las manos, que era lo que estaba haciendo en su sueño... ¿Era noctámbula? Podría ser. De lo que estaba muy segura era de que tenía una imaginación desbordante, pues, si no, no sabía cómo podía soñar todo eso. El resto de la mañana fue un auténtico caos. No se molestó en bajar a desayunar porque el estómago se le había cerrado nada más despertar. Estaba tan nerviosa. Los padres fueron llegando a lo largo de la mañana. Mientras, el


nudo que le ataba las tripas se iba apretando más y más. ¡Iba a interpretar la obra de teatro a mediodía y delante de todos los padres, incluido el suyo! Por suerte, iba a pasar por todo aquello con Jero. Pensar en eso le tranquilizaba. Aunque, por otro lado, también había una parte de ella a la que le gustaba aquel nerviosismo. Estaba, ante todo, emocionada. Le gustaba interpretar a Doña Inés y quería compartirlo con los demás. El problema era que también temía meter la pata de algún modo: equivocarse al recitar, olvidarse de algo o, simplemente, quedarse en blanco. Por favor, que no se quedara en blanco. Apenas se concentró en nada, se limitó a repasar sus líneas, antes de dirigirse hacia el aula más cercana al salón de actos, que habían acondicionado el día anterior para que sirviera de camerino. Por suerte, Álvaro le había prometido que él recibiría a su padre. Se colocó su vestuario: el hábito blanco de Doña Inés. Se encontraba muy rara vestida de monja, con la frente despejada. Sin embargó, un segundo después, mientras se veía reflejada en un espejo, se sintió más confiada. De algún modo, aquella vestimenta le ayudó a afianzarse en el papel, como si gracias a ella pudiera creérselo mejor. - Esparza, vamos, tienes que estar en bambalinas. Su primera escena era en el tercer acto, así que debía estar preparada para salir cuando se acababa el segundo. Por fin podría ver a Jero, charlar unos segundos con él, sólo el tiempo que duraba el cambio de escenario. Por eso corrió hasta el pequeño cuarto que había a un lado del salón de actos, el que comunicaba el escenario con el pasillo. Aguardó ansiosa por ver a Jero. Quería saber qué tal le había ido. Escuchó que la gente aplaudía y el alumno de tercero de la ESO que interpretaba a Ciutti, el criado de Don Juan, se reunió con ella. Fue a llamar a su amigo. Fue a hacerlo, pero... El nombre se congeló en sus labios, pues la persona que acababa de dejar el escenario no era Jero, sino su sustituto. Era Rubén. Rubén... Era Rubén. Su corazón se detuvo durante un instante. ¿Cómo era posible? ¿Qué narices hacía Rubén frente a ella? ¿Cómo iba a interpretar aquella obra con él? Las escenas entre Juan e Inés eran, cuando menos, intensas. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo? - Pero...- logró articular; estaba en estado de shock.- ¿Qué haces aquí? ¿Y Jero? Rubén frunció un poco el ceño, como si no se hubiera esperado esa pregunta. Miró por encima de su hombro, para ver si estaba preparado el nuevo escenario. - Se ha roto un brazo y he tenido que sustituirle.


- ¿Pero está bien? - Sí, sí, tranquila - suspiró, aunque no por ello se sentía mejor. No le apetecía en absoluto hacer la obra con Rubén. Éste, por su parte, agitó la cabeza.- Quién nos iba a decir que acabaríamos en el escenario tú y yo, ¿verdad? Erika sufrió ese episodio de histeria, Jero ni siquiera sabe cómo se ha roto el brazo... Tania dio un respingo. ¿Cómo que no sabía cómo se lo había roto? ¿Qué significaba eso? No llegó a pensar más sobre ello porque Rubén la sorprendió con una amarga carcajada, aunque sus ojos la estaban mirando con una intensidad lacónica y dulce. - ¿No es demasiada casualidad? - dijo, acariciándole el brazo furtivamente.- La misma historia de siempre. El destino y esas cosas. Se miraron un instante a los ojos. Se le puso la piel de gallina. Quiso decirle algo, lo que fuera, dejarle claro que aquellas palabras ya no significaban nada para ella, que gracias a él ya no creía en el destino y que, a pesar de su voluntad, seguía hiriéndole como hacía dos meses. Sin embargo, la chica que hacía de abadesa la sujetó de un brazo y se la llevó al escenario, donde interpretó la escena que le correspondía. La siguiente estaba protagonizada únicamente por ella. Era una de las más duras, de las que más le había costado hacer bien pues sólo estaba ella, sin ningún personaje que la apoyara, desnudándose ante el público en cierta manera, pues expresaba los sentimientos más íntimos de Doña Inés. Aquella vez, en cambio, salió fluida como nunca. Porque, aquella vez, no le puso voz a Doña Inés, Doña Inés puso voz a todo lo que había en su interior.

No sé qué tengo, ¡ay, de mí!, Que en tumultuoso tropel Mil encontradas ideas Me combaten a la vez.

 Jero miró por la ventana, desanimado. Había trabajado tanto en la obra de teatro... No es que fuera su vocación, ni nada por el estilo, pero era su forma de demostrar que era algo más que el desastre que todos creían que era. Podía ser tan eficaz como cualquiera, recordar versos y decirlos como correspondía...


Era su manera de mostrarle a Tania que era algo más que su mejor amigo. Pero ya no podría hacerlo por aquel maldito brazo roto. Miró con rencor la escayola que le habían puesto, ¡gracias a esa maldita cosa Tania haría la obra con Rubén! - No te preocupes - la voz de Ariadne le sobresaltó; acababa de entrar en la enfermería y se sentó junto a él, guiñándole un ojo.- A las chicas les gustan más las escayolas que las mallas. Ya sabes, alguien herido llama más su atención que unos versos, por bonitos que sean. - Y también gusta más lo que no puedes conseguir... - Eso se soluciona pronto. Le enseñó una caja de rotuladores, de donde sacó uno rosa. Lo empuñó para escribir, con una caligrafía distinta a la suya, un número de teléfono junto a un nombre de chica y un corazón. Jero enarcó una ceja. - ¿Es tu súper plan para que se ponga celosa? - No dudes de mis planes. Son todos maravillosos y siempre funcionan. Ariadne se mostró petulante un momento, aunque después agarró otro rotulador y se puso a dibujar algo en su brazo. Jero tuvo que torcer el cuello para ver qué hacía. Era una caricatura suya bastante mona con un texto que rezaba:

Serás un poco lerdo, pero también eres el mejor chico del mundo. Recupérate pronto. Ariadne. - Inspirador - rió Jero, mientras la chica se ponía a colorear la caricatura, pareciendo una niña de párvulos. Le dedicó una sonrisa al susurrarle.- Gracias.

 - ¿A dónde vais, Doña Inés? Rubén entró en el escenario y el pánico la embriagó, aunque logró mantener el control para intentar escapar de él, diciendo: - Dejadme salir, Don Juan. - ¿Qué os deje salir? Siguieron con la intervención de Brígida, aunque, al final, acabaron sentados en un banco, agarrados de las manos, mientras llegaba la parte que más temía. Sin embargo, no le fue tan difícil el escuchar aquellas hermosas palabras con la voz de Rubén:

¡Oh! Sí. bellísima Inés,


espejo y luz de mis ojos; escucharme sin enojos, como lo haces, amor es: mira aquí a tus plantas, pues, todo el altivo rigor de este corazón traidor que rendirse no creía, adorando vida mía, la esclavitud de tu amor. Nunca se había fijado en la capacidad de actuar de Rubén, pero debía de ser bastante buena, puesto que se creyó cada palabra de amor. Por algún motivo que no alcanzaba a comprender, se vio superada por una emoción sin igual, por aquella tristeza intensa y apasionada que, ante su relación prohibida, sentía Inés... ¿O era ella misma? Decidió no pensar en aquello y siguió con su texto, aferrándose a las suaves manos de Rubén, sin dejar de mirarlo a los ojos:

Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!, que no podré resistir mucho tiempo sin morir, tan nunca sentido afán. ¡Ah! Callad, por compasión, que oyéndoos, me parece que mi cerebro enloquece, y se arde mi corazón.

 A pesar de la intensidad de la escena y de que Tania estaba demostrando un gran talento, Álvaro no podía dejar de reír entre dientes; le hubiera gustado poder desinhibirse y echar la cabeza hacia atrás, rompiéndose en carcajadas, pero no hubiera estado bien. A su lado, su amigo Mateo no dejaba de gruñir. - Mira qué cosas le está diciendo a mi niña... Grr... - ¿Las que escribió José Zorrilla?


- La mira con deseo. Seguro que está deseando arrancarle el hábito y... - Interpreta a Don Juan. - No me gusta. - Bueno...- se encogió de hombros, mirando más allá de la pareja protagonista para poder observar a Kenneth Murray, que permanecía entre bambalinas, recitando el texto de forma muda. Le resultó un tanto tierno el que lo hiciera para sí, como si estuviera en su propio mundo.- A veces, las cosas que no nos gustan no son tan malas.

 En cuanto la obra terminó, Tania prácticamente salió huyendo con la excusa de tener que cambiarse de ropa para reunirse con su padre. Sustituyó el hábito por un vestido de color lila con escote cuadrado y mangas largas en forma de campana hechas con tela como transparente. Después, se trenzó la rubia melena hacia un lado, retirándose el flequillo hacia la izquierda con un par de orquillas doradas que se camuflaban con su pelo. Cuando salió del aula, se encontró a Rubén. Estaba apoyado en la pared del pasillo, con las manos en los bolsillos del pantalón y la mirada perdida en el vacío. Sin embargo, no tardó en concentrarse en ella. - ¿Qué haces aquí? - preguntó Tania, colocando las manos detrás de la espalda para aferrarse al manillar de la puerta.- ¿No deberías estar con tu madre y con Erika y su familia? Esperó no sonar celosa. En realidad, no había sido un reproche, sino una manera de mantener las distancias y de recordar a ambos que las cosas habían cambiado. Pero si ni siquiera podía mirarle, todavía tenía la ruptura grabada en la cabeza; todavía le dolían los labios al pensar que, meses atrás, aquel maldito canalla los había besado. - Quería hablar contigo. Decirte que siento lo que te he dicho... - No quiero tus disculpas, Rubén - aclaró ella con calma.- Y menos porque dijeras unas pocas palabras. Bastante me has hecho pasar como para que te disculpes por eso...- suspiró. Se humedeció los labios.- Además, los dos sabemos que es una excusa. - Tania... - Estoy cansada, Rubén. Estoy harta de tus excusas y mentiras - habló con dureza, con sinceridad; uno de los dos tenía que hacerlo.- He perdido la cuenta de las mentiras y medias verdades que me has dicho - se soltó de la puerta, sintiéndose más segura.- Me dejaste. Y yo lo


acepté. Simplemente me fui. Sin reproches, sin gritos y sin montar escenas. Me fui, te respeté, aunque sólo quería cruzarte la cara para ver si, así, te devolvía el dolor que me provocaste. >>¿Y qué haces tú a cambio? Lo mismo de siempre. ¡Y estoy harta! ¡Harta! - alzó la voz, apretando los puños porque la rabia y la situación la estaban sobrepasando.- Me dices que no, pero actúas como sí. Me dices que no me quieres ver, pero me buscas por las esquinas. ¡Y no puedo más! >>Ahora soy yo la que no quiere verte. No quiero que me busques, no quiero hablar contigo, no quiero ni pensar en ti. Así que déjame en paz, olvídame, deja de seguirme y de inventarte excusas para cruzar palabras conmigo - tomó aire, antes de decir con serenidad.- Adiós, Rubén. Adiós para siempre. Abandonó el corredor, bajando a la planta baja para esconderse debajo de las escaleras, donde nadie repararía en ella. Caminó hacia atrás, todavía afectada, hasta que su espalda dio con la pared. Entonces cerró los ojos y comenzó a golpearla con la palma de sus manos, frustrada, obligándose a sentir únicamente el calor y hormigueo que le provocaban los golpes.

Lo que hiciste es algo irreversible. Me humillaste, convertiste todo lo que te di en un absurdo y me rompiste en pedazos. Me arrepiento de cada palabra, de cada caricia y de cada beso que te di. Te voy a convertir en algo indiferente para mí. En cuanto logró calmarse lo suficiente, se reunió con su padre, al que le informó de que Jero había sufrido un accidente, así que lo dejó en compañía de Álvaro para poder ir a ver a su amigo. Fue a la enfermería, pero no estaba, así que optó por su habitación, donde sí que lo encontró, haciendo la maleta con la ayuda de Ariadne y Deker Sterling. La chica agarró a Deker del brazo, sacándolo de la habitación para que Jero y ella se quedaran a solas. Tania enarcó las cejas, sorprendida por la faceta de Celestina que acababa de mostrar su amiga, aunque, también, agradeció el detalle. - ¿Cómo estás? - le preguntó, quitándole unos pantalones de las manos. - Incómodo, pero bien. Esto es un coñazo. Le mostró el brazo en cabestrillo, que llevaba apoyado en uno de los pañuelos de la gran colección de Ariadne, uno negro y gris bastante bonito. No le pasó desapercibido el corazón rosa acompañado de un nombre y un número de teléfono. - ¿Y eso? - preguntó como si nada. - Nada - rió Jero, mientras ella, para disimular, introducía los pantalones doblados en la maleta; entonces se dio cuenta de que sus otros dos amigos habían organizado un caos que sólo


servía para desperdiciar espacio, por lo que sacó todo y comenzó a colocarlo de nuevo.- Por cierto, has estado muy bien. - ¿Me has visto? - Sólo un poco, hasta que han llegado mis padres y he tenido que calmar a mi pobre madre - se sentó en el único hueco que había en la cama, mientras ella seguía organizando el equipaje.- Habéis quedado muy convincentes... - Habría quedado mejor contigo. - Pero no ha podido ser. Se quedaron en silencio: ella terminando la maleta y él mirándola con una sonrisa que se extendía de una oreja a otra. Cuando, al final, la dejó en perfectas condiciones, la cerró y suspiró, colocando ambas manos en sus caderas: - Hacer las cosas bien, no cuesta nada. - No vuelvas a hacer eso - pidió Jero, espantado. - ¿Pero qué te pasa? - Es que me has recordado a mi madre y, créeme, cuando te miro, pienso y siento cosas que no quiero relacionar con mi madre... ¡Jamás! Tania, entre escandalizada, sonrojada y divertida, no dudó en coger la almohada y darle un buen golpe, mientras reía. Jero intentó defenderse, pero ella tenía ventaja, así que le golpeó con suavidad, aunque sin compasión, hasta que él emitió un quejido. Soltó la almohada, mirándole aterrada, ¿le habría hecho daño? - ¡Ay, Jero! Yo no... El chico, sonriendo con malicia, alargó su brazo sano para tirar de ella. Cayó en la cama, enredándose con él hasta quedar tumbada sobre el colchón, con Jero sentado sobre su regazo, lo que provocó que sus mejillas se encendieran. - Si es que eres de ilusa...- sonrió. Se inclinó sobre ella, acariciándole el pelo con suavidad, mientras bajaba la voz.- Y de bonita - hizo una pausa.- Jo... No te voy a ver en dos semanas y ya estoy extrañándote como se extraña en los boleros. - Aún tenemos la fiesta... - Yo me voy ya. El viaje es largo. Aquello fue como recibir un jarro de agua fría, como si, por primera vez, fuera realmente consciente de que iba a estar separada de Jero. Era una sensación muy extraña. Desde que había llegado al Bécquer, habían estado juntos, siempre juntos... Ya sentía el vacío de su ausencia, por mucho que él estuviera ahí, por lo que se incorporó para apoyar su frente en la de él. - Te voy a echar tanto de menos...


- Estupendo. Es lo menos que puedes hacer tras darle una paliza a un pobre manquito dijo con dramatismo, poniéndose en pie. Con la mano intacta, agarró el tirador de la maleta, arrastrándola por el suelo. Al llegar a la puerta, se volvió hacia ella.- Y espero que, así, te des cuenta de que soy único e inigualable. - Eso ya lo sé, Narciso - rió Tania. - ¿Qué lo sabes? ¡Pero si ni siquiera sabes como me llamo! Y se marchó, dejando a Tania riéndose sola en la desordenada habitación, mientras se preguntaba si había bromeado o, por el contrario, lo había dicho en serio.

 Necesito un whisky... O un revólver. ¿Una soga quizás? Deker se había visto obligado a comer entre las familias de un par de quinceañeras, que le llevaban persiguiendo desde primera hora de la mañana. Normalmente, se limitaban a mirarle y a soltar estúpidas risitas cuando se cruzaban con él por los pasillos, pero no en aquella ocasión... Debía de ser otro de los malditos efectos secundarios de la maldita Navidad. Aunque, claro, también debía admitir que había sido culpa suya por no aceptar la proposición de Álvaro Torres de comer junto a él, Ariadne, Tania y el padre de ésta. Cuando los padres que le rodeaban propusieron bailar una conga, decidió que había tenido suficiente tortura por un día, por lo que salió corriendo del comedor. Desgraciadamente, todo el maldito internado estaba infestado de progenitores molestos.

Esto es peor que un Apocalipsis zombie. Acabó refugiándose en la amplia terraza a la que daba el comedor y que, debido al frío, estaba absolutamente vacía. Por fin un momento de tranquilidad. Dejó el aburrido vaso de limonada sobre la balaustrada, apoyando después los brazos sobre ésta para observar los terrenos de la escuela, que seguían cubiertos por aquella espesa y blanca capa de nieve. Después, se volvió para echar un vistazo al interior de la sala, que se asemejaba a la celebración de una boda con todos aquellos globos y la gente tan bien vestida. Él, por su parte, había pasado de toda etiqueta. Había elegido sus desgastados vaqueros de talle bajo, los que tenían una cadena que le caía sobre una cadera, y que estaban ajustados con un cinturón de cuero. Además, se había puesto una camiseta de un color verde apagado y una chaqueta negra con cremallera. Se volvió de nuevo, sacando el paquete de tabaco. Tras encenderse un cigarrillo, se echó hacia delante, apoyando los antebrazos en la balaustrada.


Estaba así cuando vio que alguien se situaba a su lado. Era Ariadne.

Qué preciosa que está. Se había puesto un vestido de cuello recto que iba de un hombro a otro y que le dejaba los brazos al descubierto. Era de un azul muy vivo, un poco aturquesado, que parecía cambiar constantemente pues la tela, además de un poco rígida, era satinada. La falda le caía hasta un par de centímetros por encima de las rodillas y, aunque se fruncía a la altura de la cintura, luego caía como una campana. Era un tanto retro, pero le sentaba de maravilla. Deker sostuvo el cigarrillo entre los labios, curvados, mientras observaba a la chica. Ella apoyó la espalda en el barandal, sin dejar de mirarle. - Coca-cola. Una chica dura - le dijo. - Ya ves...- se encogió de hombros. Los ojos de Ariadne se clavaron en el cigarrillo y Deker pensó que iba a comentarle algo sobre que estaba prohibido fumar en el recinto escolar. Sin embargo, lo que brotó de los sonrientes labios de la muchacha fue algo muy distinto: - ¿Me das uno? Deker asintió, tendiéndole la cajetilla, de donde Ariadne sacó un cigarro para colocárselo en la boca. El chico se acercó a ella, mechero en mano, para encendérselo, pero no llegó a hacerlo, se detuvo justo a tiempo. - ¿Desde cuándo fumas? - preguntó, confundido. - Es que no fumo...- respondió ella, tan confusa como él. Agitó la cabeza, pasándose los dedos por el pelo, que llevaba suelto.- No entiendo por qué te lo he pedido... - Puede que fuera una excusa para hablar conmigo. Le dedicó un gesto petulante y, ante el aturdimiento de la muchacha, decidió seguir con aquel pequeño juego, por lo que agitó su ondulado cabello con gracia. - Si quieres un baile, sólo tienes que pedirlo, princesa. Ya sé que impongo, pero, eh, no necesitas excusas baratas para acercarte a mí. A ti siempre te diría que sí, encanto - y le guiñó un ojo, al mismo tiempo que chasqueaba la lengua. La expresión de Ariadne fue demoledora, enarcó una ceja con tanta altivez que, de no haberla conocido, habría sentido una puñalada mortal en su ego. Cruzó los brazos sobre el pecho, altanera, mientras le decía: - En primer lugar, no necesito excusas para hablar contigo. - Correcto - asintió él, divertido.


- En segundo lugar, ¿para qué querría hablar contigo? - hizo un gesto desdeñoso con la mano, acompañándose de una mueca.- Puedo ser muchas cosas, pero no soy masoquista. Habría que serlo para disfrutar de estas conversaciones. ¡Me sacas de quicio! Deker no pudo evitar reír ante la airada reacción de la chica. Ésta había girado sobre sus talones, dispuesta a regresar al comedor, dejando un gruñido desesperado como única despedida. Pero él fue mucho más rápido y logró alargar el brazo a tiempo para atrapar el de ella, haciéndola regresar con decisión. Ariadne volvió a su posición inicial, frente a él, aunque a regañadientes, como era evidente en cada línea de expresión de su rostro. - Eh, eh, ¿a dónde vas, Rapunzel? - A encerrarme en mi torre y huir de ti. - Pero si has sido tú la que has venido a verme. - No... Si va a ser verdad eso de que ninguna buena acción, queda sin castigo - resopló, aunque había dejado de revolverse. De hecho, Deker seguía sosteniendo su muñeca, pero lo hacía con suavidad, sin esforzarse.- Te vi aquí solo y... No sé... Me apeteció estar aquí - frunció un poco los labios, pueril, como si admitir aquello no le costara nada. - ¿Conmigo o sin ellos? - No responderé a ninguna pregunta sin la presencia de mi abogado. - Entendido - asintió, pensativo, durante un instante; después, sonrió con malicia.- En ese caso, no me queda otra opción que obligarla a bailar conmigo, princesa, en vez de preguntarle si lo desea. Mejor para mí. Tiró de ella con suavidad para arrastrarla hasta el comedor, adecentado como salón de baile, donde la atrajo hacia él con un rápido movimiento de muñeca. Colocó las manos entorno a la cintura de la chica, mientras que ella le rodeaba el cuello, recostándose un poco sobre él. Tras la reconocible melodía inicial, la voz de Cindy Louper les puso banda sonora:

Lying in my bed I hear the clock tick, And think of you Caught up in circles Confusion is nothing new Flashback warm nights Almost left behind Suitcases of memories, Time after


- Me gustaba más la versión de Quietdrive, pero Cindy ha vuelto al primer puesto. Le dijo. Sentía el cuerpo de Ariadne sobre el suyo, su suave pelo castaño rozándole el cuello... Era casi como cuando la veía en otras chicas. Bueno, no, era mejor, porque era real. Aunque, claro, era la realidad lo que acojonaba de verdad. Se separó un poco, levantando un brazo para que ella pudiera girar sobre sí misma, antes de volver a reunirse con él. Sintió que Ariadne le estrechaba con más fuerza, como si quisiera aferrarse a él. Le devolvió el gesto, inquieto, pues no era nada habitual que estuviera tan callada, ella siempre tenía algo que decir.

Sometimes you picture me I’m walking too far ahead You’re calling to me, I can’t hear what you’ve said Then you say go slow I fall behind The second hand unwinds - Sigues enfadada, ¿princesa? Preguntó, fingiendo normalidad, mas por dentro no podía estar más asustado, ¿por qué estaba tan callada? ¿Y por qué la había descubierto un par de veces hablando sola? ¿Por qué seguía ahogándose en fiestas desenfrenadas? ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente frágil? Necesitaba esas respuestas cuanto antes. Necesitaba verla bien, que volviera a ser la de siempre, pero sabía por experiencia que esa clase de cosas no se podían forzar. Y mucho menos con alguien como Ariadne que, al mínimo rastro de presión, salía huyendo. No, tenía que hacer de tripas, corazón y esperar a que fuera ella la que tomara la iniciativa, mientras estaba ahí. Sólo podía hacer eso: estar ahí.

If you’re lost you can look and you will find me Time after time If you fall I will catch you I’ll be waiting Time after time - Deker...- murmuró Ariadne con un hilo casi inaudible de voz. - ¿Si?


- ¿Alguna vez has sentido que el mundo se desmoronaba a tu alrededor? - las manos de la chica se aferraron todavía más a él.- ¿Alguna vez has sentido que todo es una mierda y que estás perdido y no encuentras la solución? ¿Has sentido que la desesperación puede a cualquier otra cosa y te aprisiona, te entierra, te ahoga...? Se quedó un instante callado, no porque necesitara meditar la respuesta, sino porque tenía que conseguir las fuerzas suficientes para ponerle voz, para compartir esa parte oscura que había enterrado en lo más hondo de su ser. - Prácticamente toda mi vida. - Yo no. Hasta ahora - admitió con aquella voz que parecía estar a punto de quebrarse.He estado escondiéndome en exámenes, en libros y en la maldita obra de teatro, pero... Ya no puedo huir. No tengo fuerzas para seguir. No puedo más... Pero... No puedo permitírmelo. Tengo que seguir adelante, tengo que salir de esta, pero no sé cómo. ¿Cómo lo hiciste tú?

Encontré alguien por quien luchar. After my picture fades And darkness has turned to gray Watching through windows You’re wondering if I’m OK Secrets stolen from deep inside The drum beats out of time - Puedes hacerlo, Ariadne - le dijo con delicadeza, estrechándola todavía más entre sus brazos.- Puedes caerte. Tienes el derecho a caerte. Y a hacerte un ovillo y llorar. Tienes dieciséis años, has pasado por todo tipo de desgracias... Si no lloras tú, ¿quién lo hará? - se separó un poco, lo suficiente para que pudieran mirarse a los ojos.- Y no pasará nada porque te deshagas, porque te rompas o te caigas... - Yo no puedo. - Te estás desvaneciendo entre mentiras. Te estás ahogando entre tu propio silencio. Te estás matando con tus falsas sonrisas. - No lo comprendes... - Claro que no, porque no soy un estúpido ladrón. Ariadne le miró fijamente un instante, curvó los labios hacia un lado, lacónica, antes de volver a recostarse en él.


- Es mi responsabilidad. Muchas personas dependen de mí, sobre todo ahora que mi tío está en coma... Además, tengo que salvarle, tengo que encontrar alguna manera de sacarle de ese estado. Y tampoco quiero decepcionarle. Él lidió con la muerte de su familia, conmigo y con una posición que no esperaba y no se hundió. - Seguro que él supo pedir ayuda. La muchacha volvió a mirarle, humedeciéndose los labios, como si se envalentonara, antes de susurrar: - Seguro que él no veía cosas que no debía. - ¿Eh? - ¿Me guardarás un secreto? Deker la soltó únicamente para poder colocar las manos a ambos lados de su cara, al mismo tiempo que asentía con un gesto. Por su parte, Ariadne se agarró a sus brazos, mirando en derredor para cerciorarse de que nadie les prestaba atención; en realidad, varios compañeros les miraban, aunque desde la distancia, no podrían escucharles con aquella música resonando. - Puedo ver fantasmas. Normalmente, si alguna persona le dijese eso, no sólo no le hubiera creído, sino que le hubiera mandado a tomar por culo. Era lo más absurdo que había escuchado nunca. Sin embargo, en aquella ocasión, creyó cada palabra. Por eso, volvió a rodear a Ariadne en sus brazos, como si estuvieran bailando de nuevo. Ambos dos siguieron así, abrazados, ignorando que hacía rato que la balada había dejado de sonar, para dar lugar a una canción chabacana de verano.


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