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Hermandad de la Borriquita

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La Borriquita

Mª Angeles Rosales Quesada

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Que lejos parece queda ese último Domingo de Ramos, tan lejos en el tiempo pero a la vez tan cerca en el espíritu, pues aún resuena el martillo de la última ‘levantá’ al ritmo que marcaba la Centuria Romana de Pedro Abad con la marcha ‘La Pasión’.

Una Pasión por la vida, por las tradiciones, por la gente, por el pueblo que acoge a un corazón cofrade que hoy llora desconsolado por la situación que nos ha tocado vivir, pero que sigue lleno de tantos y tantos momentos inolvidables y que se refugia en ese cristo guapo, en ese cristo cuyas pupilas brillantes transmiten serenidad, ilusión, alegría e inocencia.

Aprovecho estas líneas para abrir ese corazón que late con un sentimiento cofrade, y que hoy más que nunca quiere seguir dedicando su vida al compromiso por los demás, una vida vinculada a la ayuda y al prójimo, a través también del transcurrir de su hermandad. Porque estoy orgullosa de mis hermanos y hermanas, y por eso, siendo la cuaresma y la Semana Santa momento para reflexionar y meditar sobre lo vivido, recordar lo que hemos logrado y a quien hemos ayudado, quiero pensar en un futuro a vuestro lado y al pie de esta hermandad donde siempre he contado con vuestro apoyo incondicional. Quiero vivir otros cuatro años de sacrificio, emociones y sentimientos, aunque todo eso que esta Hermanad me ha dado solo podré devolverlo con trabajo y dedicación, nada comparado con lo que me ha dado. Nada puede pagar esos momentos vividos, cuando tu casa, tu refugio, tu intimidad, se abre de par en par para recibir a hebreos, a costaleros, a Romanos, que inundan tu casa de sentimientos que te vuelven a convertir en una niña que acompaña a Jesús entre redobles de tambor y música de cornetas, y ahora, ahora que no lo tenemos, nos damos cuenta lo valioso que es y cuanto lo echamos de menos. ¡Padre, déjame volver a ser esa niña!.

Y aunque ahora es tiempo de mirar al futuro, no podemos dejar de agradecer a Dios todo lo que nos ha dado, a nosotros y a nuestras familias Y también es tiempo de pedirle para que pronto, vuelvas a sentir el aliento de tus hermanos, para que la voz compungida que ahora se quiebra se convierta en sonrisa, para que tus hermanos aparezcan de nuevo por la puerta de tu casa en la mañana del Domingo de Ramos, para que las lagrimas que ahora derraman los costaleros por no poderte llevar se conviertan en sudor bajo tus pies, para que en marzo vuelva la lluvia de azahar y las calles se llenen de vida, y que Jesús vuelva a hacer su entrada triunfal.

Todo es parte de la vida, todo es parte de ese aprendizaje vital, hemos aprendido que nada esta perdido si tenemos fe y esperanza, y tal vez dentro de unos meses nos olvidemos de tanto como hemos sufrido, pero aunque lo olvidemos, en el interior de ese corazón que ahora llora nada volverá a ser igual, porque si algo hemos aprendido, es que debemos valorar más lo que tenemos y dejar a un lado lo que nos hace daño.

Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Jeremías 29:11

Happening

Esther García Martín

Era una tarde alegre, el cielo azul se reflejaba en el suelo. Bajé a la plaza del pueblo. Era un lugar acogedor, agradable y especialmente familiar.

Había niños y niñas alrededor de las palmeras. Algunos estaban sentados en los bancos y otros llegaban corriendo porque era tarde. Los ensayos se habían retomado. Sin embargo, los problemas con la música permanecían. Los pañuelos no aparecían y el tiempo había pasado. Los niños habían crecido y ahora no querían sujetar una simple palma o antorcha sino que, deseaban darle vida a otro personaje que para ellos significaba ser mayor. Un manojo de nervios recorría mi cuerpo ante semejante caos. Al final, terminamos comentando y organizando el rol de cada uno, pero con eso era suficiente para comenzar. La alegría del corazón humano se reponía en cada uno de nosotros. Solo éste sabía que algo grande iba a suceder.

Al día siguiente, volví a bajar. Los niños formaban filas al ritmo de la música. Otros, bailaban en círculo simulando que llevaban una antorcha en la mano. Los más pequeños jugaban. Doce jóvenes se unían para recrear escenas maravillosas. Los pañuelos querían tocar el cielo. Un ángel parecía sostener y ofrecer el cáliz al que más tarde iba a ser entregado. Era una sensación mágica. El vínculo de esta representación plasmaba el significado de la misma: solidaridad, entrega, sufrimiento y pasión. De repente, desperté. Mi ilusión se había envuelto en un sueño que deseaba hacerse realidad. Sin embargo, la realidad era otra. Un ser que habitaba en la Tierra quería apagar esa luz que se encendía en nuestra alma. Imposible. La fortaleza del hombre era mayor, porque ama. Y el que ama es invencible. Por eso, a pesar de la diferencia, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo se festejó en nuestros corazones, en nuestros hogares. Desde el balcón o el salón; con chaqueta y tambor o con túnica y capirotes.

Sin ser conscientes, seguimos juntos, luchando por un objetivo común: volver a la plaza. Solo queda esperar un poco más y mi sueño, finalmente, se hará realidad. El resto quedará atrás y entonces, probablemente, disfrutaremos y valoraremos la plaza más que nunca.

Feliz Semana Santa y Feliz Pascua de Resurrección.

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