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Los Romanos

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Antonio Colomo Montes

Y ahora echas la vista atrás, y leyendo lo que escribíamos el año pasado te preguntas ¿quién lo diría?. Hablábamos en esta revista sobre la ilusión con la que afrontábamos la Semana Santa: nuevos trajes, nueva marcha, ilusiones renovadas… y cuando menos se esperaba, todo se para, ¡y cómo se paró!.

Miércoles 12 de marzo, terminamos el ensayo, un ensayo duro en el que la nueva marcha incorporada al repertorio, la marcha ‘Cachorro’, quedaba totalmente montada. Para celebrarlo decidimos compartir un ‘refresco’ en la casa de hermandad que aquel día estaba abierta, poca gente, la que había en la barra, y muy separados entre sí, como si algo se augurara. Y ya un clima extraño flotaba en el ambiente, entre risas y preocupación se hablaba de aquel extraño virus que venía de China, aquel extraño virus que ahora es tan conocido y que esta entre nosotros. Y las bromas se acabaron en el momento que llega la noticia de que la Agrupación de Hermandades había tomado la decisión, junto al párroco y al ayuntamiento, de suspender el miserere de Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto, la cosa iba en serio. Lo que sucedió después no hace falta contarlo, ya todos lo sabemos.

Pero aunque todo se detuvo, aunque este virus nos robo la Semana Santa, nuestra Semana Santa, aunque nos robo muchas noches de ensayo, muchos esfuerzos, muchas ilusiones, y nos quitó lo que tanto amamos cuando ya lo acariciábamos, hoy podemos decir alto y fuerte que la Semana Santa del año pasado fue una de las mejores Semanas Santas que hemos podido vivir. No, no estamos locos, ni decimos ‘fartusacadas’, hay mil y un motivo para afirmarlo, porque como siempre, en nuestra Centuria, ante las dificultades, aflora lo mejor, y el año pasado, aún perdiendo mucho, aprendimos más. El año pasado nos dimos cuenta de tantas y tantas cosas: nos dimos cuenta que ese roce y compañía que a veces tanto nos molesta nos hace felices, nos dimos cuenta que poder tocar una marcha cara a cara a nuestras imágenes no tiene precio, nos dimos cuenta que ponernos la ropa de nuestra hermandad o de nuestra banda es un acto único que nos reconforta, nos dimos cuenta que el dolor de pies de una procesión es agradable, nos dimos cuenta que cuando asoma un paso por el dintel de la puerta de la iglesia se produce un momento de conexión con su mirada que nada lo puede igualar, nos dimos cuenta que el estruendo de los tambores en la casa de hermandad es una melodía que se escucha con el corazón, nos dimos cuenta que un Nazareno que porta una vela es un ángel que alumbra nuestro camino, nos dimos cuenta que desde un balcón en la lejanía de la noche se puede sentir a un hermano cofrade como si estuviese a tu lado, nos dimos cuenta que la lluvia tras un cristal es más amarga que tras un trono, nos dimos cuenta que un aplauso en la tarde puede ser el mejor pregón jamás contado, nos dimos cuenta que una corneta sola desde una ventana no toca, solo llora. Al fin y al cabo nos dimos cuenta que tenemos que disfrutar y vivir con pasión lo que tenemos, porque lo tenemos, lo hemos tenido y seguro que lo tendremos, lástima que nos hemos tenido que dar cuenta cuando nos lo han robado.

Y ante esa lección cofrade que recibimos el año pasado, no hubo ni un solo viernes, ni un solo día de Semana Santa, que una corneta romana, que un tambor o un bombo de la centuria, no sonora en un rincón de Albendin, porque la música cofrade no es más que el rezo que se alza al cielo pidiendo por los que están en la tierra, y el año pasado, más que nunca, la tierra necesitaba de esa intersección del cielo, y aunque no lo creamos, intercedió, hoy podemos dar gracias a Dios porque aquí estamos todos y todas, esperando una Semana Santa que llegará. Y seguiremos rezando para que todos los que se han ido, por esta maldita pandemia, nos cuiden desde el cielo, por todos ellos, por todos los que nos cuidaron, por todos lo que voluntariamente pusieron su granito de arena para luchar contra la adversidad irá nuestra marcha que como siempre empieza así: dos golpes de tambor y ahí van mis romanos.

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