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Cuando hablamos de lo que hablamos

¿Q ué es lo que hace lengua a una lengua? Las respuestas que han ofrecido a esta pregunta los diferentes lingüistas y teorías a lo largo de la historia han sido muy diversas y difícilmente abarcables en estas líneas. Sin embargo, existen ya consensos que nos muestran que, cuando se habla de lenguas colectivas (es decir, más allá de la competencia lingüística individual de cada hablante), la diferencia entre la consideración de una lengua como tal, frente a un dialecto o variedad —los lingüistas prefieren este último término para evitar las connotaciones negativas— responde a criterios que exceden lo puramente lingüístico. Hablamos entonces de cultura, sociedad, política y, sobre todo, poder.

Desde hace décadas es incuestionable para la comunidad científica la entidad de lenguas como el español o el catalán. Sin embargo, los estudios de la variación y el contacto de lenguas han determinado que las lenguas romances —es decir, las que derivan del latín—no son estancas, sino que se complementan y mezclan a lo largo del territorio, siendo la Europa mediterránea una especie de degradado de lenguas en contacto, con grandes zonas de transición, que se ha denominado continuum lingüístico. Estas zonas de transición, como la Franja aragonesa, donde las fronteras entre el castellano y el catalán no son claras, son las que suscitan un verdadero interés en el estudio.

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Sin embargo, esas lenguas que en los datos muestran una continuidad no son siempre percibidas de esta forma, pues las actitudes que mostramos frente a ellas están condicionadas por las fronteras lingüísticas.

En el caso del catalán hablado en la

Fragmento del mapa n.º 4 del ALPI que muestra el nombre dado al habla local en la zona de la Franja aragonesa

Franja aragonesa, no ha sido tratado —en términos de oficialidad, promoción y conservación, entre otras cosas— de igual forma a un lado y a otro de la frontera geopolítica. Este sesgo ya era evidente en 1930, cuando Ramón Menéndez Pidal y Tomás Navarro Tomás emprendieron el proyecto de recoger en su Atlas lingüístico de la Península Ibérica las diferentes formas de habla de pequeñas localidades repartidas por todo el territorio peninsular. En una de las preguntas iniciales, se pedía a los encuestados que dijeran en qué lengua hablaban: si nos acercamos a la frontera entre Aragón y Cataluña (como se observa en la imagen), veremos cómo, en cuanto pasamos esta línea política, los hablantes dejan de usar el catalán para pasar al chapurreao. Un nombre que, aunque no sea ya percibido así (quizá tampoco entonces) surge de una connotación negativa, que cataloga esa forma de hablar como periférica, marginal o impura. Pero nada más lejos de la realidad. Esta diferencia entre el chapurreao en el lado oeste de la frontera y catalán en el este no es algo exclusivo del pasado siglo. Como refleja el estudio de Natxo Sorolla sobre el catalán de la Franja, en 2004 el 43,8% de los hablantes catalogaba su lengua como chapurreao, frente a un 20,6% de catalán. Sin embargo, esta tendencia se revirtió una década después, con un 45,6% de catalán frente a un 26,7% de esta denominación peyorativa. Así pues, parece que la tendencia muestra una mayor conciencia del habla del catalán en la zona, a la espera de nuevos datos en la actualidad. Ahora bien ¿cómo es posible que una persona piense que su lengua, esa que ha adquirido en su casa, con la que piensa y en la que sueña es indigna, periférica, incluso piense que ni siquiera es una lengua? Entran aquí en juego las llamadas actitudes

Estadísticas del estudio El català a la Franja de Natxo Sorolla, que muestran la comparativa de la denominación del habla local entre 2004 y 2014.

lingüísticas. Aunque individualmente no seamos del todo conscientes, existen contextos sociales, culturales y políticos que a lo largo del tiempo han reconocido un mayor prestigio de la lengua en unas zonas y una caracterización de vulgar en otras. ¿Quién no ha oído creencias como que el castellano más puro se habla en Valladolid, que el acento neutro que se escucha en el telediario es el de Madrid —o el de Barcelona en el caso del catalán— o que los dialectos son formas corruptas de una lengua pura y central? Pues bien, la lingüística nos demuestra que todos los hablantes, incluidos los de Valladolid, Madrid o Barcelona, hablan un dialecto, y que eso que llamamos “lengua neutra” o “estándar” es solo una idea en nuestras cabezas imposible de llevar a la práctica. Sin embargo, la creencia de que lo que uno habla es peor, está contaminado o no merece estudiarse o ser oficial, tiene consecuencias que van más allá del mero pensamiento: hace que la lengua no se haga institucional, que no sea utilizada en contextos oficiales, que no se escriba —o que se escriba menos—, que exista un deseo de que las futuras generaciones aprendan la lengua estándar, la “buena”. En definitiva, que con el paso del tiempo la variedad que caracterizaba al pueblo se deslegitime y se pierda. Por suerte, en Albelda eso aún no ha ocurrido, y cualquiera que pasee por sus calles puede ser consciente de eso. Yo lo he comprobado estos meses, pues me encuentro realizando un estudio acerca del habla de Albelda tanto oral como escrita, que persigue una doble función: caracterizar la lengua para conservarla y catalogarla, y saber qué actitudes tienen los hablantes con respecto de lo que hablan. Aun así, es más fácil encontrar en las calles de Albelda muchas muestras de texto en castellano (la lengua escrita se percibe como más oficial que la hablada), que parecen atisbar mínimamente esta tendencia. Sin embargo, es necesario un estudio de mayor profundidad aún en progreso. Mientras tanto, ya tenemos varias cosas claras, que nos permiten afirmar que el catalán hablado en Albelda es una lengua tan digna como la de cualquier otra localidad. Al fin y al cabo, la única lengua posible es aquella que cada individuo ha adquirido, y no existen lenguas ni variedades mejores o peores que otras. Las fronteras políticas no siempre se corresponden con las lingüísticas, y eso no impide que se pueda hablar una lengua u otra fuera de un territorio determinado. Es importante reivindicar estas ideas para que cuando hablemos de lo que hablamos lo hagamos con orgullo, sin fronteras ideológicas que separen nuestras comunidades lingüísticas, y con la conciencia de hablar lenguas extensas, diversas y ricas, con numerosas variedades todas igual de válidas. Hablemos siendo más conscientes, hablemos lo que hablemos.

Diego Gibanel Faro

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