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Romeo
HÉCTOR NOGUERA (1937) actor, director teatral y Premio Nacional 2015
Por Pedro Bahamondes Chaud
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Me tocó hacer algunos cuantos personajes adolescentes en el teatro, como Eugenio Gant en El ángel que nos mira (1959) de Thomas Wolfe, y luego a Octavio en Deja que los perros ladren (1961) de Sergio Vodanovic. Me faltaba pasar por el Romeo de Shakespeare; quería poner en escena esa inconsciencia del impulso y esa velocidad de los acontecimientos muy propios de la juventud y de la adolescencia. Uno tiende a reflexionar sobre los hechos cuando éstos ya sucedieron y pasaron por tu vida, y no mientras los estás viviendo, porque no hay tiempo de detenerse. En Romeo y Julieta, el amor y la muerte suceden en muy pocos días, con una prisa y una inconsciencia del tiempo, y siendo yo un actor muy joven quería pasar este gran personaje de Shakespeare, que finalmente nunca pude interpretar.
En 1963, el teatro de la Universidad de Chile montó la versión de Neruda de Romeo y Julieta, y me moría de ganas de participar. No me acuerdo de qué edad tenía, pero eran mis primeros 20 años; estaba más cerca de la adolescencia que de otra cosa, aún no me sentía un adulto joven como la sociedad te impone a esa edad. Había leído la obra en el colegio y sentía que Romeo encarnaba muy bien ese momento preciso en la vida de un chico; medio testarudo, idealista y soñador. En la obra eso está muy bien retratado en él, al igual que el romance, que es uno que está comenzando y que, sabemos, terminará trágica y abruptamente.
Neruda recoge lo esencial y hace una versión mucho más comprensible de la obra de Shakespeare. Toda buena traducción es una interpretación, y en este caso lo es. Yo pertenecía al Teatro Ensayo de la Universidad Católica cuando se hizo la versión de Neruda, pero en el elenco solo había actores de la Chile y tuve cero oportunidad de aspirar a ser Romeo. Después simplemente se me pasó la vieja y nunca lo hice.
Siempre me interesó ese tema: cómo son las relaciones amorosas cuando se inician. Y en general, cuando he visto otras versiones de Romeo y Julieta, me parece que siempre se retrata más bien como una relación que ya está consumada, y que sin embargo no lo está. La fragilidad de los comienzos de la pareja humana me parecen hermosos hoy, a mi edad; toda esa rapidez del enamoramiento entre los dos y la muerte que se produce más temprano que tarde, tiene que ver con el hoy también, con la velocidad en que vivimos y esa incertidumbre que sentimos en el presente, en un mundo que se ha vuelto cada vez más vertiginoso y violento al mismo tiempo.
Shakespeare tiene el valor de una biblia para mí; ahí está todo. Entre Shakespeare y Calderón de la Barca está todo lo que tenemos que saber.
El hecho de que los padres y los ricos quieran casar a sus hijos con otros ricos te sitúa de inmediato en la fiesta que los padres de Julieta hacen para ofrecer a su hija virgen. Hace que la obra sea muy vigente: hoy los ricos ponen a sus hijos en los mismos colegios, veranean en las mismas playas y salen de fiesta a los mismos lugares para que esos vínculos de clase perduren y los perpetúen ellos mismos. Son los padres de Julieta buscando al mejor candidato. Aún existe esa sensación en la clase alta que presenta Shakespeare de que los padres se sienten dueños de sus hijos e hijas. Es imperdonable salir del círculo para ellos en muchos casos. No ha cambiado, sigue igual, la clase alta sigue haciéndolo, siguen creyendo en que hay buenos y malos candidatos a marido y mujer.
Todo lo que no sea el amor es ridículo. Casi absurdo. Quedan casi siempre en ridículo esos personajes que se odian y se matan entre sí. Y claro, Mercucio muere en un duelo, en un duelo entre Romeo y Tibaldo además. En esto Shakespeare hace una crítica al momento político y social de la época; era un momento en que una buena parte de la juventud y lo mejor de la juventud moría a los 16 o 17 años en duelos estúpidos. Se mataban con espadas, y siglos después lo siguieron haciendo con pistolas. Y todo en la defensa de la “honra”. Y de pronto, ese amor adolescente surge con tanta lógica.
Romeo y Julieta son víctimas de una sociedad, y del absurdo de una sociedad. Lo que habla esa obra es de una historia de amor, te lo anticipa desde el título, y es una historia de amor que empieza con la guerra entre estas dos casas, estas dos familias que se odian y se matan entre sí. Y de este odio y a pesar de este odio, surge el amor. Me parece fascinante como idea, inspiradora para la vida de uno mismo incluso. Saber o tener la esperanza al menos de que de lo malo puede salir lo bueno. En Romeo y Julieta los padres se arreglan y encuentran la paz hacia el final, pero el sacrificio de sus propios hijos ya está hecho. Ese absurdo de la guerra, del no diálogo, del no entenderse por no querer entenderse, es lo que prevalece.


