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Necesitamos modificar la forma en que concebimos las juventudes

Durante el mes septiembre Aguaderramada presentó su nueva publicación, “Educación para fracturar el adultocentrismo”, de Klaudio Duarte. Se trata de un ensayo en torno a las reflexiones llevadas a cabo por profesores y profesoras de ARCOS en el marco del primer módulo, conducido por Duarte, del diplomado docente “Educación: ¿y ahora qué?”, organizado por CIDOC en 2021. El autor, que acuñó el término y ha estudiado por años el fenómeno del “adultocentrismo” para referirse a la histórica exclusión de las juventudes de los espacios de poder, conversó con Aguaderramada el pasado mes de mayo. A continuación, reproducimos parte de la conversación*.

Aguaderramada: Podrías darnos una definición general de qué es el adultocentrismo, y de qué manera en tu devenir investigativo se te apareció como problema.

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Klaudio Duarte: Yo llegué a la sociología como a los treinta años, y antes de estudiar sociología había estudiado electrónica en la Universidad de Santiago, pero nunca ejercí en ese ámbito y siempre me dediqué a la educación popular con jóvenes, con estudiantes secundarios y del territorio en que yo vivía. Primero en

Pedro Aguirre Cerda, allá en la población Villa Azul, al lado de la Victoria, de la José María Caro (de ese sector soy yo) y después en La Granja, en la parte sur de la comuna de La Granja en Santiago. Ahí tuve la posibilidad, por mis vínculos con la teología de la liberación y con la educación popular, de ir a estudiar durante cuatro meses a una institución en Costa Rica, una institución ecuménica, que formaba dirigentes, líderes de movimientos sociales, y promovía una idea de una investigación situada, de una investigación vinculada directamente a estos procesos. Entonces, sin tener mucha formación en ciencias sociales, queríamos con el equipo del colectivo de educación popular juvenil “Negüenche”, hacer una sistematización de nuestra experiencia, una forma de ordenar, reflexionar y conceptualizar nuestra propia experiencia con jóvenes. Esto a fines de los ochenta, principios de los noventa, en un contexto en que Chile estaba pasando de la dictadura militar al primer gobierno civil, y ya se empezaba a elaborar un discurso contra las y los jóvenes como los apáticos, los que no les importa nada, como los que se fueron pa la casa.

Una noche, en Costa Rica, en un bar de la calle la Amargura, con un compañero costarricense, Dublas Chacón, empezamos a tomar nota sobre una servilleta de papel de lo siguiente: yo le decía “mira Dublas, tengo este problema con la sistematización que estoy haciendo: las mujeres, el movimiento de mujeres, dice que esta es una sociedad patriarcal, porque pone a las mujeres en situación de subordinación y a los hombres en situación de privilegios. ¿Cómo llamaríamos a una sociedad que hace lo mismo en la relación adulto-joven, pone a los adultos en posición de privilegios y a las y los jóvenes en posición de subordinación?” Entonces, en esa noche en la servilleta, discutiendo con Dublas, conversando ahí tomándonos una cerveza, llegamos al nombre de adultocentrismo, que ni él ni yo lo habíamos visto en ninguna parte, entonces yo empecé a conceptualizar como adultocentrismo esta situación de subordinación en que se ponía a los y las jóvenes, y de privilegios a las personas adultas. Hoy día podemos decir que el adultocentrismo es un sistema de dominio que actúa articuladamente con otros sistemas de dominio que existen en la sociedad: con el patriarcado, con el capitalismo y, en esta época, con el capitalismo neoliberal, con el racismo y con la segregación territorial, pudiendo agregar aquí otros sistemas. Yo digo que estamos en una sociedad de pluridominio, y ahí se instala el adultocentrismo como un sistema de dominio que construye un conjunto de imaginarios, una materialidad, y que se instala sobre los cuerpos y las sexualidades para subordinar a las personas que son minorizadas por condición de edad y por condición de roles sociales; un sistema de dominio que instala un orden social donde se le otorga la capacidad de control, de dominio, de ejercicio de poder de dominio, a las personas que son consideradas adultas.

En algunos contextos puedes tener veinticuatro, veinticinco años, saliendo recién de la universidad, de haber estudiado pedagogía sintiéndote un joven plenamente. Llegas a trabajar al Liceo e inmediatamente cuando entras como profesor o profesora el mundo estudiantil te transforma en una persona adulta. Tu puedes ir a la sala y decir “no, pero si yo recién tengo veinticinco años, si yo el año pasado estaba en los pastos del pedagógico”. No, para nosotros usted es “la vieja de historia” o “el viejo de matemáticas”, por decir algo. Entonces las posiciones que uno juega en la estructura en términos de roles sociales no las decide solo uno, las decide también la interpretación que la gente hace respecto de uno.

También, dentro de los propios jóvenes existe este adultocentrismo, porque

¿cómo podríamos llamar a esta experiencia que se da cuando los de cuarto medio en el liceo tratan como cabros chicos a los de primero medio, y le quitan valor a lo que dicen, a lo que hacen, etcétera? Entonces, este orden social funciona en distintas direcciones, en distintas posiciones en la sociedad, por eso ya no es solo de adultos y jóvenes.

A.D: No deja de ser sintomático que el término se haya acuñado en Latinoamérica, un territorio que sabe de asimetrías y de relaciones de dominación, es interesante ese dato. ¿Podrías profundizar un poco en el vínculo del adul - tocentrismo con estas otras asimetrías que comentas, como del patriarcado o el eurocentrismo?

K.D: A mi me parece que una de las particularidades que tenemos que tener en cuenta es que el centrismo en este caso (como el eurocentrismo y otros centrismos que uno puede utilizar) constituye, valga la redundancia, el centro, se pone como la referencia, como aquello que hay que lograr tener. En niños y jóvenes se va construyendo una idea de que tienes que llegar a ser adulto y que te conviene llegar a ser adulto, que vas a poder resolver un montón de cosas. Cuando yo escu- chaba a una niña en La Pintana, quince, dieciséis años, embarazada de un tipo de cuarenta, que me dice “profe, es que era la única forma de salir de la casa de mis papás, era la única forma que me valoraran como persona”, y eso, estar embarazada para una mujer en la sociedad en que nosotros vivimos es convertirse en adulta, es dejar atrás la niñez y la juventud que son condiciones de vulnerabilidad, condiciones donde estás expuesta (sobre todo, además, si eres mujer y si eres pobre) al maltrato permanente. Las personas jóvenes perciben eso. Lo que pasa es que después, cuando ya la sociedad los empieza a tratar como personas adultas y se asocia adultez con responsabilidad y juventud con irresponsabilidad, que es propio del adultocentrismo, entonces uno empieza a tener nostalgia de la juventud, ¿sí?, querer, por decirlo de alguna manera, devolverse a la juventud porque la adultez empieza a ser una cosa muy pesada, porque ser adultos en la sociedad, ser adultos en esta sociedad capitalista y neoliberal, no es solamente tener responsabilidad sino que además cumplir un conjunto de alta exigencia. Entonces, una de las cuestiones que podemos llegar a preguntarnos es qué tipo de adultez tenemos que cumplir en esta sociedad, cómo ser adulto y no ser adultocéntrico.

El proceso donde emerge el adultocentrismo en la historia humana está enganchado con el patriarcado. Cuando se produce la revolución patriarcal, (y aquí me baso en la teoría feminista, de historiadoras y antropólogas feministas) se cosifica el cuerpo de las mujeres. Esto es una discusión abierta, pero desde mi perspectiva tiene que ver con la cosificación del cuerpo de las mujeres como un cuerpo dedicado a lo doméstico y un cuerpo dedicado a la reproducción, fuera de toda la esfera de la política, de la decisión en el grupo. A eso le llamo entonces cosificación de los cuerpos, producto de las guerras y las transformaciones que estaban viviendo los agrupamientos humanos en ese momento, con la inven- ción de la agricultura y pasar de nómades a sedentarios y qué sé yo… no se da solo con las mujeres, porque como botín de guerra no se llevaban solo a las mujeres, también se llevaban a los niños y niñas. Claro, en ese tiempo a lo mejor no eran consideradas jóvenes algunas personas, pero los agrupamientos humanos ya percibían que ese niño podía ser un guerrero del grupo y esa niña podría reproducirse. Es muy posible, la historia, los estudios nos han demostrado esto, que en ese momento no haya habido una conciencia en los seres humanos de que esa reproducción en las mujeres se producía por el vínculo coital con un varón, pero por alguna razón a ellas les pasaba lo mismo que a las hembras y lo mismo que a las plantas, no había más explicación por ahora que eso, pero no necesitaban más explicación, lo importante es que les pasaba, y eso le permitía al grupo seguir reproduciéndose y, en este contexto de emergente patriarcado, permitía tener mujeres que se dedicaban a la crianza y a lo que hoy día llamamos la “doméstica” del grupo, entonces, las compañeras feministas nos han enseñado que ahí se puede conceptualizar una emergencia del patriarcado por esta cosificación de los cuerpos de las mujeres.

¿Y cómo llamaríamos a la cosificación de los cuerpos de niños y niñas? ¿Es solo patriarcado? Es una condición que también tiene que ver con mayoridad-minoridad. Estos mayores que se llevan como botín de guerra a las crías menores del grupo, ya saben que pueden hacer con esas crías menores lo que quieran. ¿Porqué?, porque ellos son mayores. Y se empieza a construir la idea, la imagen del anciano como el sabio, lo que es un artificio adultocéntrico, así los llamo yo, artificios adultocéntricos que sacamos de debajo de la manga y decimos “esto es así: por ser adulto es sabio”. Yo siempre le pregunto a la gente que dice eso en los talleres con los que trabajamos, en los cursos… le digo “usted cree que Pinochet era sabio… usted me aseguraría que por ser anciano, por haber llegado a viejo era sabio… un caballero que mandó a matar a todos los que estaban en contra”… en fin, o sea, eso es un artificio.

Ahí hay una articulación entre patriarcado y adultocentrismo como dos sistemas de dominio que emergen de manera simultánea cuando se transforma significativamente el modo de vida humano. Estoy hablando de hace millones de años atrás. Yo lamento que esto no se enseñe en las escuelas, esto que nos han enseñado las feministas, porque más que saber que en el paleolítico, en el neolítico y no sé qué, debiéramos comprender esta dinámica humana como ha venido ocurriendo, para poder comprender la historia y comprender el momento en el que estamos. Cuando hoy día las feministas vienen a hacer preguntas, están cuestionando un orden social instalado hace millones de años. En el caso de los niños, niñas y jóvenes, todavía nos falta más, vincularnos más con ellos de otra manera para que puedan también empezar a producir su propia teoría de la sociedad, por decirlo así, y para eso no tienen que ir a la universidad, para eso tienen que desarrollar sus capacidades reflexivas.

AD: Me gustaría traerte ahora al presente, porque el rol de los y las jóvenes ha cobrado en el último tiempo, sobre todo en Chile, un rol bastante protagónico. Nos gustaría preguntarte cómo ves, desde el marco interpretativo del adultocentrismo, la irrupción decisiva de la juventud en el escenario político chileno tomando en cuenta el estallido social.

K.D: Mira, las personas jóvenes han estado presentes de manera relevante, de manera decisiva en la historia de Chile, en los últimos sesenta años, yo no tengo ninguna duda de eso (no siempre ha habido jóvenes en la historia de Chile, esa es otra conversación más larga). Solo lo voy a plantear así, han ido irrumpiendo a medida que la sociedad chilena se ha ido haciendo capitalista, y desde la década del sesenta para acá, las personas consideradas jóvenes en la sociedad ya están instaladas en todas las clases, en las zonas urbanas y en las zonas rurales, en los pueblos originarios y en las zonas mestizas. La irrupción de jóvenes en la dictadura militar, por ejemplo, tuvo la diferencia con la década anterior en que ya no eran solo los estudiantes, si no que emerge la idea de que hay jóvenes en la población, a los cuales ya no solo se les llama hijos de obreros, o sea no se les comprende solo porque son hijos de los obreros, si no porque son jóvenes en sí mismos y empiezan a producir su propia cultura, su subcultura o contracultura juvenil. En tiempos de la dictadura militar eso se va profundizando y se va diversificando, por eso nosotros usamos la idea de “las juventudes” no como un término de moda, si no que para tratar de poner un concepto complejo, que indica que para observar a esas juventudes hay que usar caleidoscopio, es decir conceptos que también se muevan dinámicamente como esas juventudes y que acepten esa pluralidad que existe. Entonces, para poder comprender lo que está pasando desde el estallido hay que hacer una lectura en doble plano. En un plano están las y los jóvenes que son del mundo estudiantil, particularmente el mundo estudiantil secundario, porque según lo que nosotros logramos observar con la gente del núcleo de investigación y acción en juventudes de aquí de la Universidad de Chile, es que fue principalmente ese sector de las juventudes el que se movilizó primero a la hora del alza en el pasaje del metro, que no les afectaba directamente a ellos y a ellas si no a las personas adultas. Era la tarifa adulta, pero eso nos lla- ma la atención respecto de jóvenes que tienen una actitud de solidaridad generacional. No se movilizan solo por sus cosas sino que también por las reivindicaciones de su familia, de su comunidad territorial, etcétera, cuestión que la ministra de transporte de la época, la señora de apellido Hutt, no lograba entender, decía porqué se movilizan, están puro haciendo desorden, son vándalos, si a ellos no les afecta esta cuestión. Pero ella no tiene una percepción de que las y los jóvenes no solo miran por sí mismas, mismos, sino que también por su gente. Luego, un componente muy importante ahí, fue que el liderazgo de esa movilización, en buena medida, no totalmente, por supuesto, pero en buena medida, lo jugaron las mujeres jóvenes. La observación que nosotros pudimos hacer en las estaciones de metro, antes del diecinueve de octubre, fue que eran las mujeres de jumper, vestidas de jumper, de uniforme escolar, las que se paraban arriba del torniquete y a gritos organizaban la evasión, organizaban por dónde había que dejar pasar, que abrieran una puerta para que pasaran los adultos, que no corrieran, que no se atropellaran. Mi interpretación ahí, es que esa juventud femenina que ejerció ese liderazgo en la evasión previa al estallido o que es parte del estallido, tuvo una escuela que está en mayo del 2018. Ese movimiento feminista de mayo del 2018 o esa toma separatista, ese corrimiento del cerco que ellas hicieron respecto de las violencias sexuales en Chile como una matriz de comportamiento de la sociedad chilena que legitima la violencia sexual contra las mujeres y las disidencias, que viene de la colonia y que viene del señor de la querencia y que está en el latifundio y que se fue a la empresa, se fue a la fábrica y que hoy día está en todos los servicios, digamos, comercio, call center, qué sé yo… legitimada, legitimada por el humor, legitimada por la televisión, etcétera... por unas instituciones educativas que no hacen nada y son cómplices de esa violencia… esas mujeres jóvenes traen de ahí esa escuela, eso es lo que las moviliza, y ellas asumen un liderazgo distinto. Entonces a mi de verdad no me sorprendió que irrumpieran las y los jóvenes, porque ya venían irrumpiendo hace rato, y no del 2000 del mochilazo, aquí hay una cuestión que sería bueno seguir discutiendo. Cuando se instala el primer gobierno civil y el segundo gobierno civil, hay toda una construcción desde el gobierno por intentar institucionalizar la participación juvenil, reducirla al voto y reducirla a un conjunto de programas que le exigía a cualquier agrupación juvenil que quisiera activarse políticamente y contar con recursos desde el Estado. Todo el foco estaba en eso, talleres del INJUV para que los jóvenes tuvieran personalidad jurídica y no querían tener personalidad jurídica, es decir, no querían tener recursos del gobierno, lo que querían era tener espacios y respeto, reconocimiento-para, no aprobación. Entonces se produjo un desacuerdo fuerte porque esos gobiernos, los gobiernos de la Concertación, no lograron entrar en la conversación con jóvenes, no lograron escuchar lo que se les estaba planteando, pero en los territorios, no en los liceos, en los territorios barriales, en los campos, ahí se activó una cultura juvenil que no se expresó en el sistema electoral (...), entonces cuando viene el mochilazo del 2000 esos jóvenes traen una memoria que está en los territorios, y la idea de la asamblea, la idea de la vocería, la idea de los colectivos viene de los territorios y pasa al movimiento estudiantil. Entonces claro, como nosotros seguimos pensando a la juventud como los jóvenes que estudian, dejamos de ver los territorios, y yo creo que hay que ver los territorios, entonces denante te decía que hay un doble plano… está el plano de los estudiante secundarios que salen a la calle a protestar y hacer la evasión en el metro contra el alza, se le suman los estudiantes de educación superior, pero en los territorios igual se empieza a fraguar algo… y ese algo es el que explota el veinte de octubre, del viernes al sábado, digamos, y las marchas y arrasar con todo lo que fuera una expresión del capitalismo neoliberal. Ahí se radicaliza la protesta social. Luego, en la pandemia hay varias experiencias de ollas comunes, que es donde yo diría que el movi- miento popular que luchó en el estallido, en los sectores más pobres donde la precarización de la vida es mayor y la pandemia golpeó más fuerte, fue el lugar donde se refugió ese contingente activo del sector, y ahí las y los jóvenes estaban muy presentes, ya no es la olla común del tiempo de la dictadura, que era llevada fundamentalmente por mujeres, mujeres dueñas de casa que aquí también estaban en las ollas comunes… pero también habían muchas mujeres y muchos varones jóvenes, mucha disidencia también trabajando en esos espacios, entonces yo creo que esos elementos hay que considerarlos en este contexto. Y luego cuando viene lo de la constituyente, ahí la clase política le daba una puñalada por la espalda a las jóvenes y los jóvenes, porque más allá de la opinión que uno tenga de cómo se llegó a eso, digo del acuerdo y toda la cosa, se dejó fuera de opinar, al menos de opinar en el plebiscito, a las personas menores de dieciocho años que eran justamente las que habían iniciado todo este proceso. Yo no creo que bajar la edad de votación vaya a constituir ciudadanía, no estoy de acuerdo con esos discursos que dicen que si los jóvenes votan más temprano, a los diecisiete, dieseis, quince no sé qué… se hacen ciudadanos antes, me parece que la asociación participación electoral y ciudadanía es una falsa asociación, no corresponde, la ciudadanía no tiene nada que ver con los procesos electorales, porque si vas a ser ciudadano una vez cada cuatro años… eso no tiene nada que ver, la ciudadanía tiene que ver con lo que nosotros hemos ido construyendo conceptualmente en el trabajo con jóvenes, con hacerse parte de los procesos de construcción de hábitat y, aquí, valga la redundancia, humanamente habitables, ciudades humanamente habitables, campos humanamente habitables, y eso no tiene edad… y los procesos electorales ahí son hitos, solo hitos, pero no pueden definir si eres ciudadano o no eres ciudadano, no tiene que ver creo una cosa con la otra y esa conceptualización, burguesa a mi juicio, ha entrampado mucho la participación, en los liceos se lo repiten y se lo repiten a los jóvenes: “queremos que ustedes sean participes de la sociedad”, pero no los dejan participar… ni en las elecciones ni en las decisiones cotidianas, por eso las elecciones son solo un hito que sería bueno bajar la edad… no con el argumento negativo de que si la ley de responsabilidad penal adolescente los castiga desde los catorce o desde los dieciséis entonces hay que bajarle al mismo… no, yo usaría el otro argumento, el positivo, que tiene que ver con tu pregunta, porque han sido actores protagónicos de la historia de Chile, merecen estar, nos han dado cátedra. Los estudiantes del 2006 instalaron la hipótesis de que el sistema educacional chileno reproducía la desigualdad estructural que habíamos here- dado de la dictadura, mira, dieciséis años de gobiernos civiles y no se había dicho tan claramente eso y no se había generado una movilización desde el mundo adulto que dijera eso. Vinieron los púberes, los imberbes, las adolescentes a decirnos eso, y qué hizo el mundo adulto, les cayó encima. Después, el 2011, los universitarios, los de Educación Superior vinieron a decirnos que la ducación chilena era desigual, que había que hacerla gratis, que había que hacerla democrática y que era de mala calidad, que había que entrar con el tema de la calidad, otra vez jóvenes, y le dieron una clase en el parlamento, la Vallejos, el Jackson, el Boric y otros dirigentes más de ese tiempo, a la comisión de Hacienda, de que sí había recursos en Chile para financiar la educación con otro método que no sea el neoliberal que estamos usando hasta el día de hoy. Entonces, solo uso esos dos ejemplos para decir que las personas jóvenes han dado muestra de que pueden ser actores en tiempo presente siendo estudiantes secundarios, siendo estudiantes universitarios, no estudiando, solo siendo trabajadores, siendo pobladores, gente del campo, etcétera. Entonces creo que como sociedad necesitamos modificar los lentes con los que nos relacionamos con nuestros jóvenes, necesitamos modificar la forma en que concebimos las juventudes, porque si los seguimos viendo como personas que no han logrado, o sea que no pueden en tiempo presente contribuir, tenemos una dificultad grave, y eso también, de nuevo, es propio del adultocentrismo.

A.D: Uno de los espacios a través de los cuales los jóvenes se han expresado de manera bastante primordial ha sido el arte, quizás por esas mismas barreras impuestas desde el adultocentrismo a la participación de los jóvenes en la política. ¿Cómo ves tú el rol del arte como reproductor del esquema de dominación adultocéntrico por una parte y, por otra, como elemento emancipatorio de esta mirada dominante?

K.D: Mira, desde mi experiencia en educación popular con jóvenes, yo diría que una de las herramientas más utilizadas por las personas jóvenes para expresar su ubicación en la sociedad, a medida que se van haciendo conscientes de que son seres sociales, que es una cuestión que empieza a pasar cerca de la pubertad y que se profundiza cuando salen de la casa y empiezan a tener amistades que son sus semejantes, una de las herramientas más utilizadas es la expresión artística, en sus diversas, en su infinitud de posibilidades, y chocan con un aprendizaje en el arte que traen desde la escuela, que les enseña normas sobre lo artístico… normas sobre lo simétrico, normas sobre lo asimétrico, sobre la combinación, la no combinación… que es como cuando le quieres mostrar a alguien cómo hacer investigación social y le pasas un manual para cada investigación y que tiene que seguir un recetario de ciertos pasos y no equivocarse, y por lo tanto todo lo que es la intuición, la sensación, el olfato, la percepción, quedan fuera. Entonces me pasaba este doble movimiento, hasta el día de hoy, que los y las jóvenes tienen hoy en día mucha sensibilidad con lo artístico como expresión humana, para poder mostrar su posición en el mundo a través del dibujo, de la poesía, del baile, de la música, de lo audiovisual y, por otro lado, estaban chocando permanentemente con un mundo adulto que les decía “así no se hace, eso no está bien, no sigue la rima, no sigue el ritmo, no sigue los colores…” como tratando de encuadrarlos en unos formatos, en unas maquetas pre-elaboradas por el mundo adulto. Entonces cuando estos jóvenes han logrado ir más allá de ese límite, fracturar esos límites, y pasar a otra perspectiva donde logran desplegar lo suyo de manera individual o colectiva, ese arte se transforma en una herramienta muy potente de lucha, ya no solo contra el adultocentrismo. Si nosotros, nosotras, hiciéramos un esfuerzo como sociedad de potenciar aquello, seríamos una sociedad de artistas, pero qué me pasa a mi, voy a cuando hacíamos esto en la presencialidad, antes de la pandemia, a escuchar a los estudiantes de primer año de sociología que llegan a estudiar aquí a la Chile, entonces yo les pido que se presenten y que digan a qué se dedicaban además de estudiar, qué hacían además de estudiar, y ocho de diez hacen referencia a alguna práctica artística, ocho de diez, pero te dicen esto: “bueno, yo estaba en una banda de rock, bueno ahora la voy a tener que dejar porque voy a estudiar sociología…”, “no, yo bailaba en una compañía de carnaval pero ahora la voy a dejar porque voy a estudiar sociología…” Y yo digo “porqué lo van a dejar, qué les pasa”, bueno, me dicen, “por un lado está la exigencia académica poh profe y otra cosa es que la sociología va por un lado”… “yo hubiera querido estudiar teatro”, decía una chica un día, “pero mis papás me dijeron no, estudia algo que te de plata y después te dedicai a tu hobby…”, se lo redujimos a hobby, ya no es algo humano, ya no es algo que tenga que ver con su identidad, sino que es algo de lo que puede entrar y salir porque es un hobby, entonces le matamos a estos jóvenes por esta lógi- ca adultocentrica del éxito, de transformarse en productores exitosos y consumidores opulentos, les matamos la posibilidad de desplegarse desde el arte, y entonces nos toca hacer un discurso a contracorriente que les muestre que pueden ser secas y secos en la sociología y seguir en el rock, seguir en el teatro, seguir en la danza, seguir en todo lo que sea artístico, incluso haciendo cruces, si es que a alguno le parece, en lo que hoy día aquí se llama la sociología de las artes, en fin, como sea que se llame, pero como seres humanos necesitamos desplegar eso… pero esta idea de lo monotemático que nos impone el sistema educativo adultocéntrico es muy fuerte para neutralizar estas experiencias artísticas que en muchos casos también llegan a ser experiencias de resistencia social a través del arte.

A.D: La última pregunta Klaudio tiene que ver con esta publicación tuya que estamos lanzando desde Aguaderramada, que tu titulaste Educación para fracturar el adultocentrismo. Queremos que nos cuentes sobre el proceso de escritura del ensayo, y qué pistas arroja este para buscar una alternativa a estas asimetrías que hemos comentado.

K.D: Ok, mira, esa fue una experiencia muy bonita, para mi fue muy bonita. Yo la tengo muy atesorada, ya que fue un módulo dentro de un proceso de forma- ción de las y los docentes de Arcos. Me hizo acercarme más y sentirme muy en sintonía con lo que ustedes hacen como institución educativa, de esta preocupación genuina en la que yo hace años vengo participando. Me han invitado, he tenido la bendición de ser invitado por ustedes… de que las personas que ejercen el rol docente en la institución se estén formando, estén reflexionando, se estén actualizando sobre lo que está pasando al interior de la misma comunidad educativa y, en este caso, de las relaciones generacionales que ahí se dan. Yo fui invitado al primer módulo, con el que comenzó ese diplomado, e hicimos una reflexión muy bonita en un momento en que estaba muy pesada la pandemia, con mucha crisis, pero fuimos capaces de generar en cuatro sesiones una reflexión muy potente con trabajos en equipo, con tareas que iban trayendo de una semana a otra y reflexionando de cómo esta crítica al adultocentrismo en nuestra sociedad la podíamos usar para mejorar y potenciar nuestro trabajo educativo. Entonces, yo fui tomando mucho apunte de lo que ahí se discutió y después ustedes me propusieron la idea de escribir un texto que retomara esa conversación. Me encantó la idea también porque creo que es muy bueno y que es una forma de sistematización de experiencia, de construir un texto a modo de ensayo. Me exigió a mi ponerme en diálogo con las preguntas que la gente fue planteando, con los tópicos que las y los docentes de Arcos fueron poniendo de manifiesto, y con estas tensiones que aparecieron en los trabajos grupales que fuimos desarrollando también. Entonces intenté escribir un texto que por una parte narrara, a modo así como de contar un cuento, un relato de lo que fue la reflexión que fuimos haciendo y que, al mismo tiempo, ofreciera conceptos, ofreciera perspectivas, para hacer una de las cuestiones fundamentales que trabajamos en ese módulo, que era cómo nos cambiamos los lentes con los que observamos la realidad, cómo mejoramos los lentes que tenemos, y estos lentes tienen unos espejuelos que son muy adultocéntricos. Entonces, como educador, educadora, necesito estar revisando esos lentes permanentemente y atreverme a cambiar esos espejuelos e ir sacando (es un proceso, no es algo que se pueda hacer definitivamente ni que se pueda decretar), ir cambiando esos espejuelos adultocéntricos que se expresan de manera adultista o edadista, para poder construir otros lentes. No es que no necesite lentes, necesito una perspectiva, pero cómo voy de manera colectiva construyendo una perspectiva que me permita considerar a las y los jóvenes con los que trabajamos como sujetos y sujetas con potencialidad y capacidad en tiempo presente, que ahora pueden aportar y cómo, además, podemos ha- cer un acuerdo y transformarnos en socias, socios, en la tarea pedagógica. No verlos como beneficiarios, como vasos vacíos al que “yo, el que sabe” tiene que venir a llenar, sino como sujetos y sujetas que traen un saber, que traen una experiencia al proceso educativo y que de ahí podemos potenciar. Eso no me neutraliza como educador, al contrario, me potencia, porque entonces ahora yo tengo que de mis saberes, de mis conocimientos, ir resolviendo qué es pertinente ir poniendo en la conversación, en la experiencia en cada momento y luego atender a la idea de que las y los estudiantes del 2022 no tienen nada que ver con los del 2019, y no solo porque hayan cambiado los números del calendario, sino porque la generación de jóvenes con la que estamos trabajando cambia, por lo tanto como educador, educadora, tengo que cambiar… tengo que actualizarme, no solo de hacer cursos de actualización, si no que de ir rehaciendo mis criterios, mis metodologías, mis contenidos, la bibliografía, en fin. Hoy día las generaciones jóvenes están trayendo preguntas críticas de alta profundidad en nuestra sociedad, de alta profundidad, sobre todo las que tienen que ver con cuestiones de género y cuestiones de medio ambiente. Entonces, aquí hay cuestiones críticas que las generaciones jóvenes están trayendo y las personas adultas tenemos un rol, y eso fue como un acuerdo que quedó, que está impregnado en la imagen final del texto, como un aprendizaje común que nosotros tenemos que ir cambiando al ritmo de las nuevas generaciones, y si alguien quiere ser joven o mantenerse joven en la vida, no sé si se pueda, pero supongamos, trabaje con jóvenes, acérquese a los jóvenes y a las jóvenes, pero acérquese a aprender, plantéese su rol como un aprendiz de las personas jóvenes, no porque las jóvenes y los jóvenes todo lo que digan sea valioso ni todo lo que digan es “verdad”, no, porque también están socializados en el patriarcado, también están socializados en el adultocentrismo, también lo reproducen, pero han vivido menos que nosotros… entonces tienen preguntas más ingenuas sobre lo que está pasando, y esa ingenuidad no la digo en sub-valor sino que la digo como una potencia… esa ingenuidad me ayuda a mi a mis cincuenta y ocho años, casi cincuenta y nueve ya, a decir “chuta, no lo estaba viendo de esa manera”, “mira acá hay algo más”, entonces eso es lo que nos permite el diálogo intergeneracional, esta conversación, esta novedad que pueden traer las generaciones jóvenes y esta vivencia más estratificada que tenemos las personas adultas.

*Esta conversación ha sido transcrita y editada para una mejor comprensión escrita.

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