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Opinión

Verano geopolítico

el turbulento mar del dominio de las gangas criminales, especialmente en Puerto Príncipe; la incompetencia e insuficiencia del estado haitiano para abordar todo lo que le competería, y la indiferencia y renuencia de aquellos que podrían hacer algo, pero habiendo fracasado anteriormente en sus esfuerzos de “asistir” a Haití —y preocupados por sus agendas domésticas— prefieren optar por la “cómoda” inacción.

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El efecto: vigilantismo con resultado espeluznante. Las comunidades urbanas, dejadas a su suerte, han agarrado la iniciativa —además de machetes y combustible— para ajusticiar a aquellos que perturban su precaria paz. Nadie se atreva a juzgarlos si la desesperanza y el abandono es lo único con lo que pueden contar. Pero es posible que antes del fin, sin los recursos investigativos, sin el marco jurídico legal necesario, sin la concreción del debido proceso y la presunción de no culpabilidad, algún inocente pierda la vida en el rabioso y frenético ímpetu de la “justicia popular”.

En África y en Sudán particularmente presenciamos con tristeza y ansiedad el daño irreversible a la paz civil, cosa irónica considerando los avances efímeros que se dieron en tiempos re- cientes. El drama sudanés apena enormemente, especialmente si aquellos que —como yo— observamos con mucho optimismo y esperanza el fin de la dictadura de Omar Bashir tras las impactantes protestas en el emblemático año de 2019. La sociedad y sus movimientos contestatarios, que no necesariamente estaban bien organizados, pero sí bien empeñados en facilitar el fin del gobierno militar, pudo procurar un accidentado proceso de transición hacia la democracia, venida a menos gracias a las imprudentes ambiciones tanto de las fuerzas armadas como de los paramilitares.

Ninguno, ni el general del ejército sudanés, Abdelfattah Al-Burhan, ni el líder paramilitar, Mohamed Hamdan Dagalo, tienen ápice de autoridad moral. Lo que sí tienen son perversas ambiciones de conservarse en el poder. Es difícil renunciar a este una vez lo obtienes. Y en el caso de las fuerzas armadas sudanesas, supeditarse a la presunta autoridad civil que hubiese surgido del proceso de normalización e instalación de un gobierno democrático, es un trago amargo —amarguísimo— de asumir. Peor aún con los paramilitares de las Fuerzas Rápidas de Apoyo, procedentes de los excesos cometidos en la región de Darfur — cuando se llamaban Janjaweed— no admiten ni la obsolescencia de su rol, ni la posibilidad de integrarse al aparato de seguridad formal del Sudán.

¿Cómo lo van a hacer, si funcionan

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