Documento madrid siglo xix (1)

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FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS alcanzó notoriedad con sus escritos: Estudios filosóficos y religiosos (1876), La Institución Libre de Enseñanza (1882). Estudios sobre Educación (1886), Educación y enseñanza (1889). De entre sus textos espigamos éste de 1871: … llenamos igualmente nuestro destino *…+ ejercitando las propias fuerzas y cooperando a que los demás seres desplieguen también las suyas, con la unidad, proporción y armonía en que estriba la salud en cualquier esfera del mundo. Cuando este desarrollo dinámico se cumple en un ser racional llámase hoy por antonomasia educación y su arte correspondiente pedagogía. Mas que no sólo los seres racionales se educan, sino los animales mismo, y aun nuestro cuerpo y la Naturaleza toda, mejorando su estado mediante la libre iniciativa y dirección del hombre con la que se acercan progresivamente al ideal que preside la vida de cada ser, por más que sólo el espíritu racional lo sepa y sea con esto el único que puede educarse a sí propio *…+ Basta considerar el acompasado pero certero perfeccionamiento de la Tierra merced al cultivo inteligente, que va como civilizándola también, despertándola de su perezoso letargo, abriendo en ella nuevos venenos de producción y haciendo que al fecundo calor de las ideas vistan el esplendor de la fertilidad y la hermosura los más ingratos climas, condenados ppor la rutina ignorante a una esterilidad contraria a la Ley de Dios….

12. Èn torno a Quiñones Montserrat fue alguna vez el refugio del desdichado protagonista de Miau. Una tarde, ya cerca de anochecido, al volver a su casa, vio Montserrat abierto, y allá se entró. La iglesia estaba muy oscura. Casi a tientas pudo llegar a un banco de los de la nave central y se hincó junto a él, mirando hacia el altar, alumbrado por una sola luz. Pisadas de algún devoto que entraba o salía y silabeo tenue de rezos eran los únicos rumores que turbaban el silencio, en cuyo seno profundo arrojó el cesante su plegaria melancólica, mezcla absurda de piedad y burocracia... «Porque por más que revuelvo en mi conciencia no encuentro ningún pecado gordo que me haga merecer este cruel castigo... Yo he procurado siempre el bien del Estado, y he atendido a defender en todo caso la Administración contra sus defraudadores. Jamás hice ni consentí un chanchullo, jamás, Señor, jamás. Eso bien lo sabes tú, Señor... Ahí están mis libros cuando fui tenedor de la Intervención... Ni un asiento mal hecho, ni una raspadura... ¿Por qué tanta injusticia en estos jeringados Gobiernos? Si es verdad que a todos nos das el pan de cada día, ¿por qué a mí me lo niegas? 49


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