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Editorial

Cien años de soledad, cincuenta años de compañía

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Pedro Ruiz. Santiago de Cali. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

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n las bibliotecas familiares colombianas suelen acomodarse, junto a la Biblia, tres novelas: María, La vorágine y Cien años de soledad. La primera y la tercera fueron publicadas con un siglo exacto de diferencia, el que va entre 1867 y 1967 (y no se trata de la única correspondencia cronológica de ambos escritores: ambos murieron un 17 de abril: Jorge Isaacs el de 1895 y Gabriel García Márquez el de 2014). La inferencia es, pues, elemental: este 2017 es

el año del aniversario redondo de los dos libros. Pero, quizá porque nuestras costumbres nos inclinan más hacia los plazos cortos y las rutilancias de las bodas de oro —además de que sesquicentenario es una palabra terrible—, la efeméride que está en la cabeza de todos son los 50 años de Cien años de soledad. En mayo de 1967 apareció en Buenos Aires la primera edición de Cien años de soledad, no2017 | Junio


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vela que García Márquez escribió en Ciudad de México entre 1965 y 1966. El escritor de Aracataca había encargado la portada a Vicente Rojo, pintor mexicano, pero esta no llegó a tiempo para el estreno editorial. Fue necesario entonces que Iris Pagano improvisara un diseño para esa edición: el dibujo de un galeón sobre tres flores amarillas, todo ello sobre el fondo de una fotografía en blanco y negro, más o menos borrosa, del ramaje de un gran árbol (una clara referencia a aquel pasaje de la novela en que el delirante José Arcadio Buendía dirige una aventura exploratoria en busca de una salida al mar para Macondo). Apenas en la segunda edición de la novela, en junio de 1967, pudo incluirse la portada de Rojo: se trata de aquel mosaico de pequeñas figuras —campanas, soles, diablos, flores, estrellas, lunas, etc.— enmarcadas en rectángulos, todo ello coronado por un título en que la “E” de soledad se dispone al revés, lo cual suscitó interpretaciones francamente audaces en algunos críticos. Por fortuna, las muchas portadas acumuladas a lo largo de medio siglo han acabado por ahogar las posibilidades de semejante entusiasmo hermenéutico, y lo único cierto es que cada quién tendrá por memorable —solo eso— la carátula de la edición leída. A propósito, es tan fácil leer la novela más famosa de Gabo como es difícil escribir sobre ella. La mejor prueba de lo primero es que en la cabeza de la mayoría de sus lectores perdura, como un mantra o una ronda infantil, el recuerdo exacto de las primeras 28 palabras: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”; ante ese conjuro casi sobra recordar las imágenes, también perdurables, del niño con cola de cerdo y de Remedios, la bella, robada por el viento. En cuanto a la dificultad de escribir sobre Cien años de soledad, bastará considerar el corpus casi infinito de las reseñas, ensayos, artículos, monografías y todo tipo de comentarios —inJunio | 2017

clusive charlas de café— que se han ocupado de la obra en su medio siglo de existencia, casi todos ellos encandilados por su magia narrativa (y sin perder de vista la esforzada originalidad de los escritos detractores). No sorprende que la misma Cien años de soledad, en su indiscutible lucidez, revele algún grado de consciencia sobre ese carácter discursivo proteico. Por lo menos es lo que sugieren las reiterativas apariciones del gitano Melquíades, o mejor, de sus pergaminos, cuya aplazado desciframiento sugiere que en ellos caben todas las revelaciones; los pergaminos encerrarían la historia de Macondo y de los Buendía de una manera tan completa que incluiría, también, todo lo que pudiera decirse sobre esa historia (en otro contexto —aunque por la misma época—, Claude Lévi-Strauss discurrió que el mito tenía continuidad en los comentarios sobre el mito). El documento omnicomprensivo o, dicho de otro modo, el libro que es todos libros, es, si bien se mira, un motivo reiterativo de la literatura latinoamericana: ya está representado por los cuadernos que el Adelantado reescribe una y otra vez en Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, así como por el Libro de Arena del famoso cuento de Jorge Luis Borges. En su momento, el crítico cubano Roberto González Echevarría explicó que el motivo del archivo mítico representaba, en la narrativa de esta parte del mundo, una férrea convicción a propósito de la singularidad de América, singularidad cuyas claves estarían consignadas en un texto igualmente excepcional. Esta edición conmemorativa de la Agenda Cultural Alma Máter corre el riesgo de sumar nuevas páginas sobre un asunto del que, pareciera, no queda nada por decir. Sin embargo, sería absurdo pretender formalizar una celebración literaria sin recurrir a alguna modalidad de rito verbal. Pero, como se verá, las ofrendas de palabras que aquí ponemos ante el altar de Cien años de soledad —esta imagen sacra tanto puede tomarse en serio como en


broma— no van en zaga a la exigencia de originalidad: Rigoberto Gil Montoya se empeña en ver la novela como una obra para niños, mientras que Marco Tulio Aguilera comparte un par de anécdotas que, por lo personales, son absolutamente singulares e irrepetibles. Casi lo mismo puede decirse de los colaboradores que pertenecen a la comarca académica, para quienes (por la abundancia verbal que caracteriza ese campo) es más difícil fundar ideas novedosas: Consuelo Posada lo consigue al situarse en los brumosos y fríos Andes —tierra de cachacos—, donde pone en evidencia de qué tipo de prejuicios culturales están preñados los presuntos juicios literarios sobre las novelas de Gabo. Mientras tanto, el profesor Alfredo Laverde comparte una entrevista en que, como investigador colombiano, explica elementos sociológicos de la novela ante un público brasileño. El lector juzgará sobre qué tanto logran sorprenderlo, entretenerlo e iluminarlo los párrafos que siguen.

Con todo, es claro que este número de nuestra agenda pretende algo más significativo que la exposición de nuevas imágenes e ideas sobre una novela que ya es rica en ellas. Porque, quizá, lo que realmente pretende este dossier es invitarnos a la relectura de un libro que, por diversas e íntimas razones, a casi todos se nos antoja entrañable. Basta pensar que, desde la primera vez que lo leímos —y aun antes de hacerlo, pues entonces nos alimentó la fervorosa memoria de otros lectores—, lo hemos sentido como un compañero fiel de nuestra experiencia vital; como un relato de ella. Porque, ¿a quién no ha representado y a quién no ha hablado esta novela cincuentenaria? ¿Quién no ha reconocido en Cien años de soledad algún símbolo o máxima aplicable a su propia existencia? ¿Quién —en definitiva— no permanece suspendido en el aire, prendido a la sábana de Remedios, la bella? Juan Carlos Orrego Arismendi

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Pedro Ruiz Es portador de una habilidad única para hacer de lo invisible poesía. Su trabajo, que aquí acompaña una suerte de homenaje a Cien años de soledad, es hecho con honestidad y profunda admiración por las riquezas naturales y humanas de un territorio que el Nobel de Aracataca quiso llamar Macondo. Ruiz es bogotano e inició sus estudios de Arquitectura en la Universidad Nacional en 1975. Entre 1979 y 1983 estudió en la Escuela de Bellas Artes en París, también asistió al Atelier 17 donde conoció las teorías del maestro Stanley William Hayter y trabajó como grabador. De regreso a Bogotá, trabajó en la agencia publicitaria McCann Erickson como director de arte y comenzó paulatinamente a deshojar la realidad pintoresca de una Colombia que derrama belleza por doquier, haciendo de su arte una alegoría magnificente de lo que somos en esta Colombia de muchas gentes, colores, paisajes y sabores. Con una actividad profesional prolija, Pedro Ruiz ha obtenido numerosos reconocimientos, entre los que destacan su nominación como Embajador de la UNICEF desde el año 2016. Además de haber obtenido la condecoración de Caballero en la Orden de las Artes y las Letras de la república francesa en 2010.

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El ícono del regionalismo colombiano Alfredo Laverde Ospina Entrevista realizada en línea por la Revista do Instituto Humanitas Unisinos* Para el profesor Alfredo Laverde Ospina, de la Universidad de Antioquia, Colombia, la obra de García Márquez, especialmente Cien años de soledad “se constituye en la principal obra de una serie de escritores colombianos empeñados en dar voz a los oprimidos y en reflexionar en torno a los orígenes de la violencia nacional”. En la siguiente entrevista, el profesor enmarca Cien años de soledad entre los “más importantes del regionalismo caracterizado por las literaturas marginalizadas de todo el continente”.

1. ¿De qué manera, en la obra Cien años de soledad, García Márquez contribuye a la construcción de la literatura nacional y popular para Colombia?

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En el contexto de los movimientos sociales inspirados por el ideario izquierdista, en el que desembocó la lucha entre los partidos tradicionales (liberales y conservadores) en la década de 1940, y que posteriormente daría origen a las organizaciones guerrilleras urbanas y campesinas, tanto en Colombia como en América Latina, surge una forma de literatura que tiene sus más inmediatos antecedentes en los resultados obtenidos en el Primer Congreso de Escritores de la Unión Soviética en 1934, que abogaba por la representación de la realidad con el fin de despertar el espíritu revolucionario. De hecho, a lo largo y ancho del continente latinoamericano aparecen obras seriamente comprometidas con los procesos revolucionarios de las clases oprimidas. Lo que inicialmente se da como una producción panfletaria, bajo la influencia de la literatura inglesa y norteamericana (Virginia Woolf, James Joyce y William Faulkner, respectivamente) adquiere con el tiempo unas técnicas narrativas metropolitanas que dieron altura estética a las producciones inscritas en el realismo crítico. No obstante, la beligerancia y brutalidad de la guerra civil colombiana, acentuada en 1948 con el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán obliga, Junio | 2017

a gran parte de los intelectuales, a servirse de la literatura para denunciar lo que los medios de comunicación ignoran. Esta literatura, denominada en Colombia “de la Violencia” debido a su temática, se caracterizó por la emergencia de su función, por la falta de preparación de sus cultores y por la casi nula elaboración estética; el resultado de lo anterior desembocó en cierta escatología en la descripción de las masacres y de las persecuciones efectuadas por ambos bandos comprometidos en el conflicto. En este contexto, la obra de García Márquez, en especial Cien años de soledad, se constituye en la obra cimera de una serie de escritores colombianos empeñados en dar la voz a los oprimidos y reflexionar en torno a los orígenes de la violencia nacional, tomando como fuentes e instrumentos narrativos las técnicas de la literatura oral y los contenidos del imaginario colectivo. De ahí que la obra de García Márquez, inscrita en el denominado realismo mágico, se constituya en la mejor expresión de lo popular y lo nacional. No está de más afirmar que este realismo “descarnado” pasó, inevitablemente, a conformar un estilo cultural de élite. En consecuencia, a partir de García Márquez, en la literatura colombiana comienza a efectuarse un desplazamiento del complejo cultural capitalino hacia las regiones que hasta el momento carecían de representación.


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Pedro Ruiz. Emperador azul. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

2. ¿Cual es la importancia de Cien años de Soledad en el contexto de la literatura de América Latina? Cien años de soledad (1967) es una de las obras más importantes del regionalismo que ha caracterizado a las literaturas marginales de todo el continente. Su importancia, junto con la de otras obras de sus contemporáneos, se debe al tratamiento estético indiscutible de problemáticas continentales que hasta el momento habían sido tema de la crónica roja o se inscribían en obras de carácter panfletario. De acuerdo con Ángel Rama, la materia utilizada por García Márquez no sólo proviene de la tradición escrita sino de la oral.

3. Usted asegura, en su tesis doctoral, “Afinidades y oposiciones en la narrativa colombiana”, que García Márquez se concentra en dar forma a los sentimientos populares después de haber vivido y asimilado esto. ¿Cómo traduce esto en Cien años de soledad? Tal como lo he manifestado anteriormente, las técnicas provenientes de la literatura metropolitana dieron a los escritores latinoamericanos, pertenecientes al realismo crítico, los elementos suficientes para expresar realidades que hasta ese momento habían sido excluidas de la literatura nacional culta. Sin embargo, es importante afirmar que estas técnicas fueron adaptadas a partir de los procedimien2017 | Junio


imaginarios colectivos que, en el fondo, son más “reales” que las versiones de la historia oficial. No obstante, en la obra del escritor colombiano predomina la visión popular de los hechos. En este sentido, lo ha logrado con gran maestría. Nuestros pueblos viven en otras coordenadas temporales; señalemos para este caso las míticoreligiosas. Sin embargo, ello no significa que sus obras no traigan consigo una profunda reflexión sobre la marginalidad y sobre los desarrollos económicos desiguales de nuestros países.

Pedro Ruiz. Cartagena de Indias. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

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tos tradicionales de las literaturas orales. Es el caso de la estructura temporal. Vemos que las obras de García Márquez hacen acopio de una estructura mítica (circular progresiva), propia de los relatos orales. Se debe resaltar, además, la presencia de narraciones propias de contextos muy limitados que debido a su tratamiento adquieren la connotación universal característica de este tipo de literatura. Por ejemplo: la leyenda de Francisco el Hombre, la Cándida Eréndira, la figura del Coronel Aureliano Buendía —inspirada en el líder liberal general Rafael Uribe Uribe—, etc. Así las cosas, los procedimientos son múltiples, desde el tratamiento de la materia narrativa (tiempo circular) hasta la conciencia fabuladora colectiva (adjetivación discordante, reducción de la anécdota a frase, fórmula y chiste), entre otros. 4. García Márquez dice algunas veces que retrataba en sus obras la realidad de América Latina. ¿Él ha conseguido retratar al pueblo latinoamericano, especialmente, en Cien años de soledad? Efectivamente, una de las frases más citadas de García Márquez es aquella que se refiere a la sobrada riqueza de la realidad frente a la literatura. Digamos que esta es una verdad a medias, pues él se refiere específicamente a los Junio | 2017

5. Usted afirma que en Cien años de soledad se efectúa una modernización de la literatura colombiana. ¿La narrativa de García Márquez trasciende el localismo sin abandonar las aspiraciones de fundar una literatura nacional? El tratamiento permitido por la reelaboración de técnicas narrativas provenientes de literaturas foráneas y la adecuación de procedimientos narrativos propios de la oralidad, además de enriquecer la aproximación estética a las problemáticas nacionales —originadas por desarrollos socioeconómicos desiguales, elemento común a todos los países del tercer mundo—, les permite a los autores del “regionalismo” alcanzar el estatuto de lo antropológico. Es un hecho que toda literatura que se precie de ser “nacional” debe ser “necesariamente” incluyente. La fórmula que se refiere al localismo, tratado de tal manera que adquiera universalidad, no pertenece a García Márquez, pues ya William Faulkner lo había planteado con respecto a su pueblo natal en el sur de los Estados Unidos. 6. Usted afirma que Cien años de soledad, Los funerales de la Mamá Grande, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora son novelas de la Violencia y que retratan bien la realidad de la Colombia de aquella época. En Cien años de soledad, en especial, ¿el escritor colombiano intentó destacar alguno aspecto histórico más relevante? Es evidente que las primeras obras de García Márquez, desde La hojarasca hasta Cien años de


soledad, se presentan como la superación del realismo un tanto ingenuo y escatológico de la gran mayoría de las novelas de la Violencia anteriores a él. Así lo manifestó el escritor en sus pocos textos críticos. Se trataba de ir a la raíz del asunto: la Violencia. Al enfrentarse a ella, García Márquez encuentra que casi todos los problemas del país se deben a que este ha sido sometido a procesos socio-económicos dispares, característicos de un capitalismo dependiente. Es decir, la disolución de lo que podría ser el vínculo societario, si alguna vez existió, se produce por la irrupción del orden capitalista que, con sus diversas etapas impuestas, no permite desarrollos plenos de fases anteriores. Desde mi punto de vista, tanto La hojarasca como Cien años de soledad se centran en la incapacidad que tiene la clase dirigente de asimilar los procesos económicos internacionales y, en consecuencia, la masa o el pueblo se ha visto oprimido y ha tomado las armas ante la indolencia de ese patriciado. 7. García Márquez hizo una crítica a escritores amateurs. Según él, la única expresión literaria que Colombia tiene de su historia muestra la realidad de un país literalmente frustrado. Él dice, además, que para que la digestión literaria política se cumpla es necesario un conjunto de condiciones culturales preestablecidas. ¿Usted está de acuerdo con esta afirmación? García Márquez siempre ha tendido a ser hiperbólico en sus afirmaciones. Tiene parcialmente la razón. Si bien es cierto que la literatura hegemónica colombiana, para la segunda mitad del siglo xx, sufría de una especie de parálisis debido a la imposibilidad de afrontar los embates de un capitalismo internacional agresivo, también es innegable que la renovación de la literatura colombiana se estaba efectuando desde tiempo atrás. Hernando Téllez, César Uribe Piedrahita, Jorge Zalamea, etc., son algunos de los nombres de escritores cuyas obras son verdaderamente innovadoras en el contexto de la literatura colombiana. Esto con respecto a la prosa, porque

en la poesía, León de Greiff, Eduardo Carranza, Aurelio Arturo, entre otros, habían hecho lo suyo. Las condiciones culturales se estaban dando desde la década de 1920, pero los embates políticos al orden internacional, como la lucha anticomunista, y el surgimiento del fascismo doméstico habían generado en toda América Latina una especie de parálisis en los intelectuales. Lo que la literatura de ficción no podía hacer lo estaba haciendo el ensayo. En conclusión, estoy de acuerdo con la tesis del “país frustrado”, pero me parece que eso debe hacerse extensivo al tercer mundo. El realismo socialista fue una escuela común a toda América Latina y, sobre todo, debe tenerse en cuenta que, por aquellos tiempos, la literatura comprometida era la que más prestigio tenía. Incluso García Márquez afirma haber sido víctima de la emergencia de la literatura comprometida, cuando señaló que su proyecto estético, iniciado con La hojarasca, se interrumpió por uno menos poético y más combativo representado por El coronel no tiene quien le escriba y por La mala hora. Una década después, dicho proyecto, según la crítica, llegaría a su plenitud con Cien años de soledad. Personalmente, estoy en desacuerdo con el escritor en cuanto a la interrupción de su proyecto estético, pero creo que argumentar esto requeriría de más espacio. * Entrevista publicada originalmente en IHU on line, Revista do Instituto Humanitas Unisinos, Universidade do Vale do Rio dos Sinos – Unisinos, em São Leopoldo, Rio Grande do sul, 221, ano VII, 28. 05. 2007. Tomado de: http://www.ihuonline.unisinos.br/index. php?option=com_content&view=article&id=976&se cao=221.

Alfredo Laverde Ospina es Magíster en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo y Doctor en Letras de la Universidad de São Paulo (USP). Profesor titular de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia, publicó con la Editorial de la misma Universidad Tradición literaria colombiana. Dos tendencias.

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Encuentros con García Márquez Marco Tulio Aguilera Garramuño

Bogotá. Mi primer encuentro (habría que lla-

marlo choque) con García Márquez fue a fines de 1975, en el local de la revista Alternativa, en Bogotá. Recuerdo que algunas secretarias se asomaron a una ventana. Alguien gritó: ¡Ahí viene el Patriarca! Don Gabo entró apresuradamente, saludó como si viniera de Olimpia, y se sentó tras un escritorio. Alguien me presentó: —Garramuño, un muchacho que acaba de publicar una novela en Buenos Aires. Tras darle la mano a mi héroe, le dije:

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—No me gustó El otoño del patriarca. Se echó hacía atrás en la silla ejecutiva y casi sin mirarme (Gabo tiene o tenía una forma de mirar que nunca daba en el objetivo: sus ojos se paseaban por los alrededores, con la típica paranoia del perseguido), dijo: —Pues si no te gustó es que no sabes nada de literatura—. Digna respuesta a una pregunta (o agresión) menos diplomática que un baile de elefante en una tienda de porcelanas. Luego me habló de los estudios que habían hecho sobre su obra en Europa, de los grandes críticos que la habían alabado, de maravillosos lectores. (Años más tarde, en Jalapa me enteré que Gabo nunca lee lo que se escribe sobre sus obras o su persona. “De bribones es ser modesto”, escribió Goethe; “Es fácil ser modesto cuando se es grande”, comentó Sábato. Yo estoy de acuerdo con los dos. En realidad, yo estoy de acuerdo con todo el mundo. Ya llegué a la conclusión de que es fácil tener la razón cuando se sabe que la verdad no existe). Junio | 2017

Como respuesta a la afirmación de que yo no sabía nada de literatura saqué de mi anciano maletín de cuero un ejemplar de Breve historia de todas las cosas y se lo dediqué: “Para Gabriel García Márquez, a quien pienso matar”. (Nótese que mi vocación de asesino no es oportunista. Ya tenía todo planeado desde 1974). Claro que luego agregué: “... matar literariamente” (Lo dije, por si alguien menos metafórico que yo asesinaba a Gabo y un detective encontraba el libro y yo terminaba en la cárcel por gracioso). Gabo tomó el libro en sus manos (era un libro muy bonito, publicado por Ediciones La Flor de Buenos Aires, con carátula como de cómic, en la que se veía una caricatura de Fontanarrosa), le dio dos o tres vueltas, luego leyó la juguetona y muy comercial contracarátula que Daniel Divinsky —el editor— había inventado para vender fácilmente la novela. Decía, literalmente, que Breve historia de todas las cosas era superior a Cien años de soledad. Pero los tiempos en Argentina no estaban para best sellers a la fuerza —eran los días de la más violenta represión militar, allá por 1975— y la edición caminó con lentitud. Luego tomó vuelo, principalmente en Costa Rica, donde le dieron el Premio Nacional “Aquileo J. Echeverría” y en Colombia donde consiguió algunas buenas críticas. Se agotó la primera edición. Y entonces nació una tradición que se ha perpetuado hasta hoy: cada vez que una editorial quiere promover a un escritor, utiliza a García Márquez como gancho: “X es sin duda el más talentoso heredero de García Márquez”. Hasta la fecha, que yo recuerde, se ha nombrado a una veintena de seguros herederos de García Márquez: William Ospina, Tomás González, Jorge Franco, Juan Gabriel Vásquez, y un largo


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Pedro Ruiz. Costa pacífica. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

etcétera. Yo tuve el deshonroso honor de ser el fundador de esta deplorable tradición más publicitaria que literaria. Pero estábamos en el punto en que García Márquez tomó la novela y le dio dos o tres vueltas. Luego dijo: —Eres muy joven—. Y desapareció tras una puerta. Una hora más tarde, regresó. Dijo haber leído un par de capítulos y comentó: —Se puede leer tu novela. A partir de entonces, habiendo visto a Gabriel apenas unos veinte minutos, su imagen comen-

zó a girar sobre mi imaginación como un buitre y comencé a leer noticias sobre su ubicuidad y sus propiedades milagrosas: que había dicho en Madrid que las vacas marinas son parientes de las terrestres; que en Milán se le torció un pie; que en Ciudad de México practicó el boxeo en la vía pública con otro famoso escritor de dientes grandes y saludables; que había dejado de fumar tras hacer una ceremonia en la que enterró los cigarros en el traspatio de su casa; que en su mansión de la Calle del Fuego, Colonia Pedregal de San Ángel, había criados con librea; que era abstemio de todo lo que no fuera champaña y asceta de todo lo que no fuera caviar; que quién quita y de pronto se lanzaba a la presidencia de Colombia; que mejor no. En fin. 2017 | Junio


Con el paso del tiempo escribí algunos artículos en los que trataba de desmontar el mito. Recibí algunas cartas de la costa colombiana felicitándome, reiterando el epíteto de megalómano, agregando los de vanidoso, envidioso, resentido, oportunista, escritor de pacotilla. Llegaron cartas de París, todavía más insultantes. (Un artículo en dos entregas se titulaba: “Aguilera Garramuño manda huevo”. Mandar huevo significa en Colombia lo mismo que “es el colmo”).

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En fin. No tenían sentido del humor. El santo de más rating en la literatura colombiana era intocable. Por otra parte comencé a sentir que era inútil tratar de pordebajear a mi héroe. Mientras más reflexionaba sobre lo que creía sus debilidades humanas, más crecían las dimensiones de su literatura. Escribí en contra del mito, en contra de la indigestión verbal que me causó El otoño del patriarca y, finalmente, a favor de los novelistas colombianos que permanecen en la oscuridad suscitada por el resplandor de Cien años de soledad. En 1980 presenté una ponencia en el Centro de Investigaciones Lingüísticas y Literarias de la Universidad Veracruzana, en la que intentaba demostrar que existía una vigorosa novelística colombiana después de Cien años de soledad. En esa ponencia reiteraba la necesidad de asesinar a García Márquez. Digo, asesinar el mito y superar los complejos. Muchos años después, cuando supe que el Papá Grande estaba en el Hotel Xalapa, decidí buscarlo. Pero, por si acaso, opté por ir desarmado. —¿Está Gabriel García Márquez?—pregunté en la recepción bajando la voz. —Gabriel ¿qué?... A ver. Me dieron el número de su habitación, pero nadie respondió al llamado telefónico. Me senté en un sillón estratégico, le hice un orificio al Junio | 2017

periódico de camuflaje y esperé. Súbitamente, el periodista Armando Rodríguez Suárez —ya en otro plano de existencia— me dijo, como quien señala a Superman en el cielo: —Ahí va. Iba seguido por dos o tres personas. Caminaba apresuradamente y los otros semejaban pollos tras el gallino mayor. Alguien lo detuvo antes de que bajara la escalera. Lo alcancé y, optimista, le tendí la mano. —Quihubo. Me miró como se mira a un vendedor de enciclopedias. —¿Se acuerda ?... Marco Tulio... Aguilera... Garramuño… Alias Alimaña... ¿Se acuerda? —¡Claro! —dijo estrechándome la mano con flojedad, a la manera en que lo hacen quienes temen que les pongan un par de esposas en torno a las muñecas. Era obvio que no se acordaba de mi ilustre cara. —El de Breve historia de todas las cosas. —Ah, sí —murmuró distraído, ajeno por completo a mi entusiasmo. —Escritor colombiano... Finalmente pareció detenerse, plegó las alas y adoptó su personalidad de Clark Kent. Dijo: —Ahora sí me acuerdo. El de la novela de todas las cosas. Tenemos que hablar. Pero ya se había acercado una periodista, Rosa Elvira Vargas. Gordita por entonces y agresiva, bastante joven, le llenó los ojos y lo hizo retornar a su personalidad de superhéroe.


—El problema, Marco Tulio, es que tengo un compromiso con esta potranquita. Me comprometí a responderle unas preguntas. Pero voy a estar al lado de la piscina. Te espero dentro de 15 minutos. Cumplidos los 15 minutos, me acerqué. La compacta y bien dotada periodista, todo un espectáculo de coquetería enfilando sus baterías contra aquella pieza de caza mayor, me miró con el recelo con que mira un niño comiendo pastel. Un niño que teme que le quiten la mitad de su pastel. Cinco o seis periodistas, apostados estratégicamente —tras la vidriera de la cafetería, fingiendo leer diarios en sillas cercanas, disfrazados de agentes de la CIA— tuvieron un movimiento de rebelión. Era evidente que estaban haciendo fila y que yo me había colado por delante de varios.

—Don Gabriel, usted me prometió posar dos minutos.

—La entrevista es para la potranca —dijo García Márquez con dureza.

—Dije que a las siete y cuarto, y ya son las ocho.

—No vengo a pedir nada ni a hacer entrevistas—dije levantándome de la silla.

—¿Mañana?

Le di la espalda y comencé a alejarme. —Ven acá, cabrón. No pareces cachaco—. Estaba sonriendo y me tomó del brazo. —Mira, estoy cumpliendo un compromiso. Mañana vienes a las ocho de la noche y cenamos juntos. En Xalapa. Cuando entré al hotel Xalapa al día siguiente, Gabo estaba saliendo en su auto. Al verme se detuvo y abrió la puerta trasera del vehículo. Adelante iba Mercedes, su esposa; atrás, uno de sus hijos, grandote, de overol, con cámara en bandolera. Abrió la puerta trasera de su auto: —Entra —dijo. Un fotógrafo estaba frente al auto y no le permitía avanzar.

Pedro Ruiz. Catleyas. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

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—Mañana me voy a Veracruz. El auto avanzó diez metros. Un grupo de muchachos alzó las manos pidiendo que se detuviera. Gabo frenó. —¿Sí? —Traemos unos libros para que los firme. Todos abrieron sus maletines y fueron pasando cada uno cinco o seis libros. Con gran paciencia, diríase con felicidad, Gabo estacionó y comenzó a firmar. Y no lo hacía como Onetti, quien apenas escribe: “Para XX, atentamente”, sino que desgranaba un buen párrafo y se detenía a reflexionar antes de escribir. Mercedes, mientras tanto, se acomodaba en el asiento delantero y ocultaba con la tradicional cortina de humo su impaciencia. Los 2017 | Junio


muchachos, uno a uno, estrecharon la mano de Gabo. Nos dirigimos al Hotel María Victoria. Puesto que estábamos en pleno congreso de revistas literarias y en medio del homenaje a Onetti organizado por Jorge Ruffinelli y el Instituto de Investigaciones Literarias de la Universidad Veracruzana, el lobby estaba lleno de celebridades: críticos literarios norteamericanos y de varios países de Hispanoamérica y de Europa. En cuanto super Gabo hizo su aparición todo se detuvo. La mayor parte de los asistentes lo miraron con disimulo y otros esperaron con cierta desesperación que los favoreciera con un apretón de manos o una mirada de reconocimiento. Pero nada. Gabo entró. Se asomó al restaurante y al regresar dijo: —Hay mucha gente. Mejor vamos al bar mientras se despeja esto.

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Gustavo Sainz, escritor mexicano, estaba en la puerta y García Márquez lo saludó con afecto. —Quiero cenar—dijo Sainz—, pero hay mucha gente. —Ven con nosotros —respondió el protagonista—: tomamos algo y luego cenamos. Ángel Rama y un señor Di Prisco se unen a nosotros. Ya instalados en una esquina del bar, Gabo se siente a salvo. Nadie lo mira. Comenzamos a hablar. Cuenta sus planes editoriales. Tiene lista la Crónica de una muerte anunciada. —¿Y lo que decías sobre no publicar hasta que cayera Pinochet? Gabo hace un gesto impreciso. Yo me atrevo a decir que la literatura y la historia se mueven la una a pesar de la otra. Que Junio | 2017

una y otra son implacables porque suceden en planos diferentes. Afirmo que el escritor debe seguir escribiendo y publicando aunque la bomba esté a dos centímetros de su cabeza. Luego hablamos sobre los nuevos escritores colombianos y sus complejos. García Márquez dice que los escritores se preocupan demasiado por cosas que no tienen relación con la literatura. Que él solamente se ha preocupado por escribir, que jamás ha buscado editor, que jamás hace presentaciones públicas de sus libros, que elude congresos de escritores. —San Gabriel—digo escéptico. Me siento como un pecador irredento: yo sí me he presentado en público, dicto conferencias, busco editor para mis libros. Incluso a veces les creo a los críticos. Participo en concursos a granel, gano unos cuantos y ello me hace feliz. (Ya en el 2002 tenía algunas comodidades gracias a los premios. Ya no duermo en una tira de hule-espuma colocada directamente sobre el piso, no manejo bicicleta sino Explorer. Gracias a Dios existen los premios y ande yo caliente y...). Sé que Gabo sufrió los mismos avatares de todos los escritores y que sus inicios estuvieron marcados por premios que ahora prefiere olvidar, premios como el Esso de Novela en Colombia, que ganó cuando aceptar algo de una trasnacional norteamericana era un acto de alta traición intelectual. —Marco Tulio, los críticos son las aves de rapiña de la literatura. Hay que mantenerse lejos de ellos—. Habla con sencillez, poniendo toda la fuerza de convicción que le es posible a sus palabras. Pero pienso: ahora no estamos lejos de los críticos. Rama y Prisco son de la bandada de esas aves funestas. Hay que justificar esa nefasta cercanía: además de críticos, son amigos. Y, sin embargo, replico: si García Márquez es la figura mundial que es hoy, ello se lo debe


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Pedro Ruiz. Aurelio Arturo. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

no sólo a la calidad de su literatura, sino a la multitud de aves depredadoras que se han ocupado de él. Por otra parte a Gabo le gustan las entrevistas, en más de una ocasión lo ha afirmado. De modo que no es precisamente el anacoreta que podrían hacer sospechar sus protestas de santidad. —Nunca leo lo que escriben sobre mí. —No lo creo—digo. Mercedes afirma: —Nunca lee lo que escriben sobre él.

Una venezolana presente —conjeturo, la esposa de Di Prisco— aclara: —Gabo no lee a sus críticos porque eso le hace mal. Y, ahora que lo pienso, es posible. Demasiados reflectores terminan por enfermar. Es como cuando uno está en una reunión y todos hablan, bien o mal, pero siempre de la misma persona. Gabo no se enoja por mi terquedad. Le da risa. Insiste: —Si los escritores colombianos se olvidaran de mí y se dedicaran a escribir, harían gran2017 | Junio


des cosas. El éxito se gana tras la máquina de escribir.

—La crítica no sirve para nada —dice García Márquez.

La frase me parece lo suficientemente valiosa como para tratar de recordarla. (Aclaro: mi intención no era, no es, hacer una entrevista. Todo lo que estoy escribiendo lo recupero gracias a la memoria).

Por fin Sainz abandona su mutismo:

—Ángel Rama dice que la literatura colombiana avanza por construcción y demolición —dice Gabo.

Volvemos al tema de la literatura colombiana. Hablamos sobre Gustavo Álvarez Gardeazábal, uno de los rebeldes contra el mito García Márquez; hablamos sobre la novela Años en fuga, de Plinio Apuleyo Mendoza.

Rama se asombra: —¿Cuándo dije eso? Supongo que es un juego de complicidades entre amigos. El intruso no está en el secreto. Rama trata a Gabo como a un hermano menor. O como a su hijo.

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—Muchos encuentran que yo he influido en varios escritores colombianos. Pero cuando yo los leo no me parece. Esos son inventos de los críticos. La verdad es que la sombra de Gabo planea como un fantasma a la espalda de todo cuanto se hace en el campo de la literatura en Colombia. Todos los grandes premios que se han otorgado en los últimos tiempos se atribuyen a la influencia de García Márquez. Se dice que sus llamadas determinan que se premien las obras de Alba Lucía Ángel, Plinio Apuleyo Mendoza y otros. A mí me agradan las murmuraciones y los chismes. Por eso los registro. Son más sabrosos y a veces más objetivos que las noticias oficiales. Recientemente, en El Espectador alguien me regañó por esa tendencia a hacer del chisme historia. “Allá Marco Tulio”, escribió el editor de la primera entrevista que le hice a Gabo y que publicó ese diario en su suplemento dominical. El editor me advertía del peligro de traficar con especies en las que estaban involucradas las trasnacionales de la literatura. Junio | 2017

—Si no hubiera sido por los críticos ahora las páginas de los libros más importantes nos servirían para envolver carne o limpiarnos el derriere.

—Me gustó Años en fuga: es la novela de la desesperanza —dice García Márquez. Ángel Rama tercia: —Pues a mí me parece algo entre novela de aeropuerto y breviario de confesiones eróticas. Yo opino que es una novela excelente. Bien emparentada: Henry Miller, Proust, D.H. Lawrence, Cortázar. Y sin embargo —aquí está uno de sus méritos grandes—, muy colombiana, muy cuestionadora de eso que podríamos llamar de manera optimista la esencia de lo colombiano. García Márquez parece conocer todos los libros de autores colombianos, incluso los más recientes. Dice que recibe casi todos los diarios que se editan en Colombia. Un hombre que ha estado mirando insistentemente hacia nuestra mesa se echa un trago y decide acercarse: —Soy un admirador jalapeño y no aguanté las ganas de saludarlo. Gabriel sonríe feliz y le estrecha efusivamente la mano. Dos muchachos, impulsados por el ejemplo del precursor, se acercan con un par de servilletas.


— ¿Nos podría dar un autógrafo? —Claro. La conversación sigue adelante. Gradualmente voy entendiendo que García Márquez no ha dejado de ser un costeño típico —“No es sino una negra con balcón”, dijo un escritor amigo, de esos que no lo quieren, y quien una vez, cuando se lo encontró en un elevador cara a cara fingió no reconocer a Gabo—. García Márquez es un costeño pulido por los viajes, las ceremonias y las penas propias de esa dama ambigua que es la fama: guapachoso, bromista, mamagallista, con el sentimiento de superioridad que le proporciona el saberse el escritor más querido del mundo. Y, sin embargo, como todo héroe que se respete, defiende las que considera las fuerzas del bien. Viste pantalón y chamarra de mezclilla. No necesita escudo bajo la camisa, ni traje y corbata, porque su rostro se ha transformado en una heráldica que simboliza lo mejor de la literatura latinoamericana. Su tono, aunque ligeramente autoritario, no deja de ser amable. Pero su amabilidad es como la de la princesa de Guermantes cuando se dirige a ese chico delicado que se llama Marcel Proust y se dice escritor.

Pedro Ruiz. Islafuerte. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

escuchar— cede en una discusión. Parece que ha hallado la verdad y la razón. Gabo cree en sí mismo sobre todas las cosas: —Cuando uno escribe, tiene que creer que va a escribir algo mejor que El Quijote. Si no, no tiene caso escribir.

(Hace poco un amigo poeta me hizo comprender la diferencia que hay entre vanidad y pedantería. El vanidoso es ingenuo, inseguro, tolerable. Necesita que los demás hablen de él para convencerse a sí mismo de que vale. El pedante no necesita la aprobación de nadie porque está seguro de su valía. El pedante está seguro de sí mismo y por eso es intolerante e intolerable. Lo más divertido de los seres humanos son sus debilidades. Los perfectos deben —debemos—s er muy aburridores... Es una broma, claro. Pero, ¿será en realidad una broma o una enfermedad?).

Yo estoy de acuerdo. Por eso estoy convencido que llegaré a escribir una novela no superior sino tan valiosa como Cien años de soledad y también estoy seguro que algunos de mis cuentos no ceden en calidad a los de Gabo. ¿Pretensión? No. Optimismo. (Ya siento llover piedras. No importa. Tengo como paraguas mi disciplina y los cinco mil metros planos que corro todas las mañanas. Anoto que el asunto de los cinco mil metros es cosa del pasado. Ahora, —2017, a los sesenta y siete años de edad— me conformo con entrenar natación cinco días a la semana y competir en los campeonatos máster de México. En una entrevista reciente que me hicieron a partir de la aparición de mi novela El amor y la muerte, dije: Si Gabo aspira a escribir mejor que Cervantes, ¿por qué no voy yo a aspirar a escribir mejor que Gabo?).

García Márquez no es ni pedante ni vanidoso, aunque está más cerca de la pedantería que de la vanidad. Nunca —hasta donde lo he podido

Gabriel me pregunta qué voy a hacer con mi vida. Si voy a seguir dando vueltas por ahí, sin regresar a Colombia, donde está mi lugar.

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—No sé qué voy a hacer en mi vida —digo (pero eso fue en 1980, es decir, hace 37 años: hoy sí sé que voy a hacer con mi vida: estoy casado, tengo dos hijos y por lo pronto lo que debo hacer es ganar dinero para sacar adelante este asunto de la familia). La literatura se va dando por añadidura.

Mercedes reafirma que Gabo no fuma, no bebe.

Gabo me aconseja que regrese a Colombia. (Eran los tiempos en que regresar a Colombia resultaba recomendable.) Me cuenta su desarraigo. Ya no se siente ni colombiano ni mexicano ni nada.

Luego le relato una de las tantas historias que he escuchado sobre los mitos que se tejen en torno a él. Cuando Gabo decidió dejar de fumar, convocó a varios amigos como testigos. Hizo un hueco en el jardín y allí enterró los cigarros. Luego colocó una cruz sobre la tumba del vicio.

—Hay un momento en que el cordón umbilical se rompe. Después ya es imposible soltarlo. Ángel Rama interviene: —No le hagas caso. Vete a Europa. De nuevo pregunta sobre mis planes:

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—¿Y de la literatura? —Espero publicar un libro de cuentos en 1981. Se llama Aves del paraíso. (Finalmente no lo publiqué en 1981 sino en 1983, y se llamó Cuentos para después de hacer el amor. Tras ese vino Cuentos para antes de hacer el amor. Ya anuncié Cuentos en lugar de hacer el amor. Falta que cumpla).

—No bebo por costumbre, pero cuando bebo me tomo varias botellas de champaña. Me doy mis gustos —dice—: desde Rusia mandan caviar. Ya no fumo. Llegué al punto de abrir la cuarta cajetilla de cigarros. Entonces decidí abandonarlo.

La historia le causa gracia: —Me han inventado una cantidad de historias. Dicen que puedo estar a la vez en Roma, Madrid y Bogotá. —¿Y qué estás escribiendo?—pregunta Gabo. —Tengo una novela sobre Cali, que se llama Cínicos y bellos. También estoy a medio camino de una novela que se desarrolla en Monterrey. (La primera sigue inédita. La segunda salió editada con el nombre de Paraísos hostiles). —Ojalá no comiences a publicar basura.

—No te preocupes por publicar. Escribe, escribe, escribe.

Lo malo es que si no publico la basura, esta se acumula en mi casa.

—Eso es lo que hago. Hasta veinte páginas diarias.

Esto no lo digo, ni siquiera lo pienso. Solamente se me ocurrió ahora que recontraescribo estas notas.

Gabo se dirige a Rama: —Dichosa edad en que se pueden escribir veinte páginas diarias.

García Márquez se asoma al restaurante del hotel. Al estar cerca de la mesa del bar, dice:

Mercedes interviene:

—Ya podemos ir a comer. El restaurante está casi vacío.

—Ahora un libro de 130 páginas le cuesta a Gabito más de diez años de trabajo.

Ángel Rama preside la mesa. A mí me toca al lado de Mercedes y Gabo. Sainz y Di Prisco es-

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Pedro Ruiz. Maloca. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

tán al frente. Converso con la esposa de García Márquez sobre los viajes a Viet Nam, sobre el viento frío de Nueva York, sobre las chicas de una boutique en París. Gabo y Rama se enzarzan en una discusión sobre Cuba. Para García Márquez, Fidel es su hermano y Cuba su hija. Al hablar sobre la revolución, se apasiona. En fin, al despedirnos, me da su número telefónico en el Distrito Federal. —No dejes de llamarnos. Es raro —dice Gabo—: todo el mundo cree que siempre tengo invitados, que estoy muy ocupado, y por eso nadie me busca ni visita. Los amigos me tienen miedo.

Marco Tulio Aguilera Garramuño es un escritor bogotano residente en México. Algunos de sus libros más conocidos son: Cuentos para antes de hacer el amor, Cuentos para después de hacer el amor, El juego de las seducciones, Los placeres perdidos, Historia de todas las cosas, entre otros. El texto aquí publicado es una reelaboración hecha por el autor para la Agenda Cultural Alma Máter de un capítulo de su libro Poéticas y obsesiones. Seguido de Encuentros con García Márquez publicado por la Editorial Universidad de Antioquia en 2016.

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Imagen de García Márquez en el país cachaco Consuelo Posada Giraldo

Quiero comenzar esta reflexión sobre la ima-

gen de García Márquez en el mundo andino colombiano, con la queja del reconocido escritor y también profesor universitario, Óscar Castro García, contra el silencio de la Universidad de Antioquia, frente al homenaje nacional a Gabriel García Márquez en el año 2007.

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En su texto, el profesor Óscar Castro considera que en la celebración mundial se juntaron múltiples y suficientes motivos, además de los ochenta años de vida de García Márquez y se detiene en las publicaciones que, a nivel mundial y nacional, reseñaron el hecho. Para subrayar el escándalo de este silencio, el profesor Castro recuerda las condecoraciones oficiales que la Universidad le ha entregado a personajes de todas las estaturas literarias y el contraste con este vacío que pareció “ningunear” o desconocer la presencia casi universal de García Márquez. Y para concluir su protesta, insinúa como una posibilidad “la inquina de los cachacos, y en este grupo incluye a los paisas, contra el Maestro Gabo” (Castro, 2007). Para apoyar la idea central del profesor Castro, quiero mostrar que la recepción de la literatura de García Márquez se apoya en la imagen general que, sobre el mundo del Caribe colombiano, se ha construido en el interior del país. En Colombia, sólo a partir de 1930, con los procesos de modernización de los primeros gobiernos liberales, se abrieron las fronteras regionales y se perfeccionaron los medios de comunicación y así los colombianos empezaron a descubrir esa gran parte de la región colombiana que conforma el mundo caribe. Concretamente, con la prensa y la radio apareJunio | 2017

cieron ante el país blanco, de manera cercana, las etnias indígenas y negras. A partir de los años cuarenta se hizo visible en todo el país la música del Caribe colombiano, conocida como “música costeña”, aunque su reinado se consolidó a mediados de la década del 50, en un fenómeno que se conoce popularmente como la “tropicalización” del país. Pero esta conquista de un amplio público coincidió con la pérdida gradual de popularidad del bambuco. A partir de estos años, Colombia dejó de estar asociada nacional e internacionalmente, al interior andino rico y civilizado. Ahora, en cambio, sería representada con la música tropical de la región caribeña, vista como pobre, atrasada, “caliente y negra” (Wade, 2002). En muchos de los ataques contra este triunfo de la música caribeña, los escenarios costeños se asociaron a la selva, a los simios y a otras especies animales; y se discutió la oposición de la música delicada de los hombres delicados, enfrentada al ruido salvaje de los aires tropicales (Posada, 2005). En este panorama de censura abierta o velada contra el mundo del Caribe colombiano aparecieron, en los años 50, las primeras obras literarias de Gabriel García Márquez. Sus textos exaltaban una música y una cultura que contradecían los patrones oficiales y que tenían, en ese momento muy pocos defensores. Para el profesor Jacques Gilard (1986), tanto la obra narrativa como los textos periodísticos de García Márquez ignoraron abiertamente la cultura oficial y buscaron universalizar su propia región. Desde sus primeras obras, el autor proclamó la muerte de todos los prejuicios culturales y buscó hacer entrar la cultura costeña en


el panorama de la cultura dominante, con la exaltación de la presencia negra en una parte del territorio colombiano. Digamos que García Márquez logró que la costa hiciera parte del panorama cultural reconocido por el país oficial. Su obra literaria, integrada al desarrollo de los medios que difundieron abiertamente la música popular costeña, abrieron la “tropicalización del altiplano” (Gilard, 1986). El desprecio por las zonas de la costa está unido al desprecio por sus habitantes y por sus productos culturales. El país andino colombiano ha construido un discurso señalador contra las zonas de amplio poblamiento negro y a partir de un modelo blanco, católico y citadino se ha menospreciado al mundo del Caribe, considerado como inferior. En los comienzos del siglo xx era notorio el desprecio por el mundo negro y este tema aparece subrayado en algunas regiones como la antioqueña, edificada con base en una supuesta blancura. Desde finales del siglo xix, en 1861, José María Samper, uno de los humanistas más renombrados de entonces, definió a los negros como la peor raza del país y relacionó su fecundidad con su condición de inferiores. Además, expresó abiertamente el desprecio, no sólo por los negros sino por sus derivaciones culturales, y para ilustrarlo, se refería al “currulao en una aldea de zambos” como una pesadilla infernal (Samper, 1945). Para la mitad del siglo xx, Peter Wade recuenta que los grupos musicales de la costa trataban de ocultar los rostros negros de los cantantes, para blanquear la orquesta. Y esto se daba en ciudades del interior como Medellín, que poseían su propia población negra. Aunque no eran muchos los grupos negros o mulatos que tocaban en las orquestas, la presencia de, al menos un músico de color oscuro, servía para reforzar la imagen de la región costeña como una zona negra, en comparación con el interior andino (Wade, 2002) Peter Wade (1997), parte, para su reflexión sobre los antioqueños, del mito de la raza que,

desde la historia regional y apoyado en diversas disciplinas, quiere mostrar a la gente de Antioquia como una raza aparte, con una cultura superior en Colombia. Para Wade, este fuerte sentido étnico de identidad regional es el resultado de específicos procesos locales, económicos y políticos y ha jugado un importante papel al organizar y justificar la colonización de otros lugares más pobres en el país tales como el Chocó (Wade, 1997). Este mito de la identidad étnica paisa se ha construido sobre la falsa idea de una pureza racial que eliminaría en los antioqueños la presencia de la herencia negra o india. Wade muestra el origen falso de esta idea y revela las cifras sobre las altas proporciones de negros y mulatos en las poblaciones de Medellín, Santa Fe, Santa Rosa y Guarne que muestran los censos de la Colonia y concluye que la sangre negra debe haber constituido al menos una tercera parte de la casta antioqueña en evolución (Wade, 1997). Para Wade, entonces, la identidad paisa no se formó simplemente en torno a las arepas y a los carrieles, sino que apareció unida al concepto de “la raza antioqueña” como una idea de pureza que necesitaba la negación ideológica de lo negro en su historia. (Wade, 1997). En este contexto cultural, marcado por la segregación racial, hay un recelo que despierta, aunque sea en forma velada el nombre de García Márquez, como un símbolo universal de Colombia y este sentimiento está cruzado con su origen costeño. Entonces, en el rechazo a García Márquez juega su imagen caribe, sus rasgos de hombre costeño que él ha buscado acentuar públicamente con declaraciones estruendosas que subrayan su origen y su pertenencia a una cultura reputada como inferior. Y así, la imagen de escritor caribeño sería, desde el principio, el primer elemento de definición para la obra de García Márquez. Ernesto Volkening lo llama “cuentista calentano”. García Márquez, dice, encarna al narrador de 2017 | Junio

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tierra caliente “en el sentido específico que solemos atribuir a esa noción geográfica”. Sus creaciones, continúa, no se conciben sin aquel fondo geográfico y su perfil es el de un novelista nato del trópico. Agrega: “lo es, no sólo en cuanto atañe al tema fundamental y a la sensibilidad peculiar, sino también físicamente.” (Volkening, 1975). El tono peyorativo de Volkening se haría más evidente si agregáramos el contraste que trae su nota, en la que se opone la obra de García Márquez a la de Osorio Lizarazo. Para Volkening, este último revela en sus temas y su estilística al hombre de tierra fría, saturado de la “melancolía brumosa del altiplano” y sumergido en el ambiente, medio conventual y medio burocrático de la ciudad de su infancia. Para la crítica posterior, García Márquez siguió representando a la costa y a su vez la costa era sinónimo de García Márquez. Estos dos conceptos se debían aceptar o rechazar en bloque. El escritor de Aracataca quedó, así, definido desde sus primeras obras como representante de una cultura diferente. Aun las críticas, centradas al parecer en su obra, contienen veladas o explícitas referencias culturales a la Costa Atlántica y al mundo rural que ella parece representar. El comentario de Estanislao Zuleta en 1983, calificaba de pintoresca y turística la literatura garcíamarquiana: “Siento mucho más vivo a un personaje de Sartre que a uno de García Márquez, que para mí es paisaje y no mi propio yo...Nosotros no somos paisaje para que vengan turistas a mirarnos llenos de mariposas amarillas y de frijoles bailadores. Lo de García Márquez es ajeno a nosotros, es pintoresco, es hecho para turistas. En cambio lo que escribe Sartre en La náusea es lo que nos ocurre a nosotros (Zuleta, 1983). También la valoración de Gutiérrez Girardot (2012) parte de una perspectiva cultural. Acusa a García Márquez de dividir el país en dos categorías opuestas: habitantes espontáneos y libres, como los de Macondo, y rígidos, como los de la capital. La mirada de García Márquez Junio | 2017

a la aristocracia bogotana estaría enmarcada en la contraposición de dos formas de vida: la caribeña y la andina. Su obra opone el estatismo de la capital a la flexibilidad de la costa, la rigidez andina a la cumbia y al vallenato. Su ridiculización de Fernanda del Carpio, como caricatura de la aristocracia bogotana, se apoya, para Gutiérrez Girardot, en el hecho de no haber nacido en Macondo, de no bailar el vallenato y no reflejar en sus prendas de vestir la exuberancia pintoresca del trópico macondiano (Gutiérrez Girardot, 2012). En literatura, a diferencia de muchos escritores, la valoración de la obra de García Márquez está siempre cruzada con la figura del autor como sujeto de carne y hueso. Creo que se podría hablar, por ejemplo, de Germán Espinosa o de Roberto Burgos Cantor, sin pensar en el Caribe y sin tocar temas de la vida personal de estos escritores. Pero con García Márquez, los juicios a su obra se mezclan siempre con juicios a sus gustos, a sus opiniones o a sus posturas personales. El rasgo común de la defensa de los aires costeños, tildados de negros, fue subrayar el color oscuro y repintarlo de africano, para que no quedaran dudas sobre el orgullo del hombre caribeño sobre sus ancestros negros. Pero esta defensa, que emparentaba las danzas del Caribe colombiano con antiguas tradiciones africanas, no alcanzó a ser recibida, como un elogio, por sus opositores. (Posada, 2013). Todavía hoy, muchos hombres del Caribe están convencidos de que García Márquez le enseñó al país a ser costeño y, de paso, le metió un gol cultural a una nación requetegoda. Como un argumento, aseguran que su irreverencia llenó el lenguaje de palabrotas que ahora son vocablos casi permitidos. Yo pongo en duda la aceptación general de este principio. Personalmente, considero que el país cachaco no le perdona muchos pecados a García Márquez. No le perdona que un modelo de cultura minoritaria aparezca exitoso en el exterior. No


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Pedro Ruiz. Reina del bambuco. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

le perdona el liqui-liqui en la recepción del Nobel, que exhibió una imagen caribe del país ante el mundo, como no le perdona que haya declarado abiertamente sus simpatías por el socialismo. Pero, ante todo, no le perdona la imagen ridiculizada de su capital, que comparó con la fría y fea Bolivia (García Márquez, 1978). Su descripción de Bogotá como la experiencia más terrible de su juventud, con detalles de una ciudad lúgubre, olorosa a hollín con llovizna permanente y hombres de vestidos y sombreros negros debe estar todavía hiriendo a la tradición santafereña.

Bibliografía Castro, O. (2007). “Cien años de soledad, en una eternidad de olvido”, en: revista Asociación de Profesores, Medellín, Universidad de Antioquia. Espinosa G. (1994). “Mi generación frente a Europa”, en: Kohut, Karl. Literatura colombiana hoy, Frankfurt, Universidad de Eichstatt. García Márquez, G. (1978). Periodismo militante, Santa Fe de Bogotá, Son de máquina Editores, 1978. Gutiérrez Girardot, R. (2012). La identidad hispanoamericana y otras polémicas. Bogotá, Universidad Santo Tomás. Gilard, J. (1986). “Surgimiento y recuperación de una contra-cultura en la Colombia contemporánea”, en: Huellas, Barranquilla, Universidad del Norte, n.° 18. Posada, C. (2005). “Música y versos del Caribe colombiano en el imaginario nacional”, ponencia en el XII

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Congreso de Colombianistas, Colombia y el Caribe. Universidad del Norte. ——. (2013). “Huellas de negritud en la música y los versos del Caribe colombiano”, en: Estudios de Literatura Colombiana, n.° 32, Medellín, Universidad de Antioquia. Samper, J. M. (1945). Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas (hispanoamericanas): con un apéndice sobre la orografía y la población de la Confederación Granadina, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, Editorial Centro, disponible en línea: http://www.banrepcultural.org/ blaavirtual/historia/revpol/indice.htm. Volkening, E. (1975). “Gabriel García Márquez o el trópico desembrujado”, en: Ensayos. Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura.

Wade, P. (2002). Música, raza y nación: música tropical en Colombia, Bogotá, Vicepresidencia de la República. —— (1997). Gente negra, nación mestiza, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia. Zuleta, E. (1983). “Estanislao Zuleta habla”, en: Mundo Semanal, n.° 217, septiembre 3.

Consuelo Posada Giraldo. Magíster en Ciencia e Historia de la Literatura, investigadora y docente, es jubilada de la Universidad de Antioquia. Escribió este texto para la Agenda Cultural Alma Máter.

Viaje al Macondo real Alberto Salcedo Ramos 22

Casa del Hielo, esquina del barrio Boston,

Aracataca. Empiezo la historia del Macondo real en el mismo punto donde empieza la del Macondo de ficción. A este lugar acuden de cuando en cuando viajeros procedentes de todo el mundo, admiradores de Gabriel García Márquez que pretenden encontrar aquí, en el pueblo donde él nació, elementos tangibles de su universo literario. Cuando ciertos nativos desocupados avistan a esos forasteros en las calles del pueblo, entienden que ha llegado el momento de actuar. Macondo será historia pura en las páginas de Cien años de soledad, compadre, pero aquí en Aracataca existe, es materia genuina, ellos lo ven cada día y pueden hacérselo visible a los visitantes que tengan fe en hallarlo más allá de la literatura. En esa casa esquinera, por ejemplo, fue donde el coronel Aureliano Buendía conoció el hielo que habría de recordar muchos años después, usted sabe, frente al pelotón de fusilamiento. Présteme la cámara si quiere y yo lo retrato ahí con su novia.

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Si el turista pide más detalles, se le dan. La casa de madera fue construida en 1923. En su patio se almacenaban hasta doscientos bloques semanales de hielo durante los tiempos de la United Fruit Company, multinacional que entonces manejaba la producción de banano en estas tierras. Para los abuelos que poblaban a Aracataca en aquella época la llegada del hielo representó un avance notable. Acababan de descubrir un prodigio que servía para conservar los alimentos y espantar el bochorno. Algunas veces los guías espontáneos añaden que durante gran parte del siglo pasado el hielo fue un símbolo de estatus. Tú sabes, viejo gringo, hielito para la limonada del mediodía día y hielito para el refresco del atardecer. Un lujo que no podía permitirse todo el mundo, apenas los ricos de Aracataca y los mandamases de la compañía bananera. Los bloques venían desde Ciénaga en un tren de la United Fruit Company. Eran cubiertos con aserrín para evitar que se derritieran, pues la madera es un aislante térmico. El que quisie-


ra beber frío debía ir al patio y picar un poco de escarcha.

el suelo hay un reguero de cables eléctricos y muchas piezas automotrices desbaratadas.

—Eche, Míster, tú sabes cómo es la película por aquí con estos calores.

—Esto es ahora un taller mecánico —dice Jiménez.

Es posible que mientras el guía atiende a los forasteros aparezcan niños en chanclas de esos que en la actualidad se ganan la vida vendiendo bolsas de agua helada. El anfitrión les dará un vistazo cómplice, sonreirá.

***

—Las vueltas que da la vida: antes salía carísimo beber agua fría y ahora es lo más barato del mundo. Trescientas barritas nada más, Míster. Hoy el hielo es el aire acondicionado de los pobres. El guía retoma su discurso en el mismo punto en que lo había abandonado cuando hizo la digresión. Entonces dice que en los años 20 del siglo XX a los niños les encantaban esos bloques, pues estaban surcados por agujas que se tornaban iridiscentes cuando les pegaba el sol. Así que uno de los planes familiares predilectos era entrar en esta casa a contemplar el hielo. Gabito —así lo llaman casi todos— seguramente vino muchas veces con su abuelo, el coronel Nicolás Márquez. Lo que pasa es que, según la novela, quien vino a conocer el hielo fue el coronel Aureliano Buendía. ¡Es que ese Gabito es más embusterooooo! En el Macondo real mucha gente vive convencida de que conoce al dedillo cada elemento del Macondo ficticio. Cita a sus personajes como si los hubiera visto en la vecindad, describe sus espacios como si los tuviera al frente. De eso me habla ahora el poeta Rafael Darío Jiménez mientras entramos en la Casa del Hielo. ¿Casa del Hielo? El nombre suena irónico: al franquear la puerta nos recibe una vaharada de aire caliente. En

Son muchos los visitantes que buscan en el Macondo real la resonancia poética del Macondo literario. Pero acá el hielo no es un témpano luminoso que permanece intacto en la memoria sino una sustancia vulgar que se deslíe entre las manos. Eso sí: me cuenta el poeta Jiménez que algunos visitantes insisten. Quieren saber, por ejemplo, qué mujer del pueblo fue el molde original de Petra Cotes, la amante de Aureliano Segundo en Cien años de soledad. Nunca falta un nativo astuto que aporte el dato solicitado. —Esa es Fulana, la querida de Perencejo. Los guías agregan a continuación que según decían sus padres que habían dicho sus abuelos, el Mauricio Babilonia de la novela era un electricista que cada vez que pasaba por donde los Márquez Iguarán —abuelos de Gabito— dejaba tras de sí un enjambre de mariposas amarillas. Curiosamente, muchos de los nativos jamás han leído un libro de García Márquez. Pero llevan años oyendo hablar de sus criaturas y de sus historias, saben de sobra cómo explotar ciertos códigos macondianos. Además, sienten que el Macondo de la literatura es un simple reflejo de la vida de ellos. Así que ¿para qué perder el tiempo buscándolo en las novelas cuando pueden verlo en sus propias esquinas? —¿Ustedes quieren saber quién era la tal Rebeca que comía tierra? Una señora llamada Francisca que vivía en la calle Monseñor Espejo. Le digo a Rafael Darío que si yo fuera un lugareño sin formación académica también pensaría que conozco a mi coterráneo más ilustre 2017 | Junio

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sin necesidad de haberlo leído. Total, llevo años viéndolo en la prensa, he oído su voz en la voz de todo el mundo. Si fuera un aldeano más y cerrara los ojos para que alguien me leyera pasajes de Cien años de soledad en voz alta, sentiría que me nombran a mis parientes cercanos, sentiría que me conducen a través de senderos familiares. Reconocería el aguamanil donde se lavaba las manos la tía y el mosquitero donde se guarecía el tío. Reencontraría en la ficción ciertos objetos de la realidad que ya no se ven en la realidad misma: la cama de tijera, el gramófono, la bacinilla de peltre. Identificaría el gallo de riña de mi compadre, supondría que Remedios la Bella ascendió al cielo envuelta en las sábanas blancas que lavó mi nana esta mañana. Vería a Úrsula Iguarán como la personificación de mi bisabuela: cegatona, indestructible.

En este momento el poeta Rafael Darío Jiménez me entrega uno de los muchos recortes de prensa que ha ido acumulando en su larga vida como estudioso de la obra de García Márquez. Hace varios años fundó en Aracataca el restaurante Gabo, una especie de altar al que acuden los devotos del escritor. Allí pueden rendirle culto y, de paso, comerse un buen filete de pargo rojo con patacones. En las paredes hay portadas de revistas dedicadas a Gabito, fotografías de Gabito, autógrafos de Gabito. Mientras uno se sienta en el taburete de cuero a esperar el almuerzo, puede escuchar fascinado al anfitrión, que conversa con la gracia típica de los palabreros del Caribe.

Entiendo a esos paisanos que no ven las historias de García Márquez como transposición poética de la realidad, sino como simple reproducción documental de los sucesos cotidianos que narraban los vecinos.

—Como la bonga.

—Eche, gringo, ¿quién dijo que Gabito inventó esos cuentos? Él mismo se la pasa diciendo en las entrevistas que solo ha sido un notario. Vae pues, por mi madre.

—La finca vendría siendo el segundo Macondo.

Los paisanos de Gabito saben que él es un señor muy importante con unas alas enormes, ni más faltaba, saben que es célebre, celebrado, gracioso, distinguido, pero muchos de ellos no lo ven precisamente como fabulador, como alguien que creó el universo por el cual se volvió tan famoso. Lo ven tan solo como un amanuense, como un tipo que supo plasmar en los libros el acervo que heredó de sus mayores, un compadre que echó en su maletín de viaje los cuentos de todos, y los hizo circular hasta en el último rincón del planeta. ***

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—El primer Macondo que existió fue un árbol —dice—. Es originario de África y alcanza hasta treinta y cinco metros de altura.

—Como la bonga. En la Zona Bananera había una finca que todavía existe. Se llama Macondo porque tenía muchos árboles de esos.

—Exacto. El tercero es el de Gabito. Él cuenta en sus memorias que un día iba viajando en tren y de pronto vio la finca a un lado de la carretera. Leyó el letrero Macondo de la fachada y quedó impresionado. —Claro, esta historia de la finca también es una parte muy conocida del mito. —Gabito cuenta que antes de acabar el viaje supo que el pueblo de Cien años de soledad se llamaría Macondo. —Tercer Macondo, pues. —Sí, el tercero. El primero y el segundo eran Macondos reales. El Macondo de Gabito es un


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Pedro Ruiz. Mangos de corazón. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

mundo imaginario como el condado de Yoknapatawpha creado por Faulkner. Le digo a Rafael Darío que, en principio, el Macondo de la ficción se alimentó del Macondo de la realidad, pero después empezó a suceder lo contrario: la voz del escritor —irresistible, contagiosa— le impuso ciertos códigos a la realidad. Para la muestra, un botón: en Colombia nunca hubo un registro exacto de los trabajadores masacrados durante la huelga bananera de 1928. Gabito escribió en Cien años de soledad que habían sido tres mil, y así pasó a la historia. Entonces un congresista propuso un minuto de silencio en honor a las tres mil víctimas de la matanza.

Si en el remoto país capitalino los senadores de la República inventan la realidad a partir de la ficción, con mayor razón tienen que hacerlo los habitantes de este ardiente Macondo real donde nació el truco. Así las cosas, vamos desembocando en una conclusión exótica: también es posible reinventar la cotidianidad a través de los espejismos. La realidad como imagen de sí misma, la imagen como una nueva realidad. Extiendo frente a mis ojos, por fin, el recorte de prensa que me acaba de pasar Rafael Darío. Él sonríe, pone su índice derecho sobre un párrafo escrito por el propio García Márquez. Lo leo en voz alta:

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“Siempre he tenido un gran respeto por los lectores que andan buscando la realidad escondida detrás de mis libros. Pero más respeto a quienes la encuentran, porque yo nunca lo he logrado. En Aracataca, el pueblo del Caribe donde nací, esto parece ser un oficio de todos los días. Allí ha surgido en los últimos veinte años una generación de niños astutos que esperan en la estación del tren a los cazadores de mitos para llevarlos a conocer los lugares, las cosas y aun los personajes de mis novelas: el árbol donde estuvo amarrado José Arcadio el viejo, o el castaño a cuya sombra murió el coronel Aureliano Buendía, o la tumba donde Úrsula Iguarán fue enterrada —y tal vez viva— en una caja de zapatos”. Sonrío, bebo un sorbo de la limonada repleta de hielo que hace un momento me trajo la camarera. Sigo leyendo.

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“Esos niños no han leído mis novelas, por supuesto, de modo que su conocimiento del Macondo mítico no proviene de ellas, y los lugares, las cosas y los personajes que les muestran a los turistas sólo son reales en la medida en que estos están dispuestos a aceptarlos. Es decir, que detrás del Macondo creado por la ficción literaria hay otro Macondo más imaginario y más mítico aun, creado por los lectores, y certificado por los niños de Aracataca con un tercer Macondo visible y palpable, que es sin duda el más falso de todos. Por fortuna, Macondo no es un lugar sino un estado de ánimo que le permite a uno ver lo que quiere ver, y verlo como quiere”. De modo que Macondo no se lleva por fuera sino por dentro. Está en el alma, mucho más allá de las piedras del Macondo real, mucho más allá de las páginas del Macondo literario. Macondo es un mito que se elevó para siempre a los más altos aires, allá donde solo pueden alcanzarlo los más altos pájaros de la memoria. Macondo es una invención tanto del autor como de sus cultores. Ahora bien: las licencias Junio | 2017

literarias con las que uno mata son las mismas con las que uno muere. En el epígrafe de Vivir para contarla, su libro autobiográfico, García Márquez dice: “la vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”. Eso es, ni más ni menos, lo que aplican quienes hacen turismo con los elementos que le sirvieron a Gabito para hacer literatura. Ellos también tienen sus historias, ellos también narran. Eche, gringo, ahora no te pongas a averiguar si lo que oíste es cierto o falso. A nosotros no nos interesa esa vaina. Si te lo dijimos es porque es cierto. En el Caribe la verdad no sucede: se cuenta. Hace poco, otro gran escritor de esta región, Ramón Illán Bacca, me contó una historia de esas que demuestran que en el Caribe lo importante no es saber la respuesta sino decirla, y decirla con gracia. En cierta ocasión, Ramón estaba conversando con un tipo que, de repente, mencionó “la espada de Demóstenes”. Ramón, dueño de una vasta erudición, no aguantó la tentación de corregirlo. —Es la espada de Damocles. Pero el tipo, lejos de acomplejarse, supo encontrar un argumento bastante digno. —Bueno, da lo mismo que sea Demóstenes o Damocles porque en esa época todo el mundo andaba armado con espada. Aquella mañana, al otro lado de la línea telefónica, Ramón soltó entre carcajadas su conclusión luminosa: en el Caribe a nadie le dan ganas de suicidarse por confundir el talón de Aquiles con el de Atila, ni por lavarle las manos a Herodes y dejárselas sucias a Pilatos. Así que resérvate esos escrúpulos racionales, Míster, no vengas de por allá tan lejos a dañarnos el cuento. Cada persona con la que uno se tropieza tiene su propio Macondo, cada quien va por ahí con la historia que le tocó en suerte. Ahora, mien-


tras Rafael Darío Jiménez guarda el recorte de prensa, recuerdo una anécdota que me contó el poeta Juan Manuel Roca cuando le anuncié mi viaje a Aracataca. Una tarde, después de un recital en Santa Marta, Roca vino a este pueblo con varios poetas de otros países, entre ellos el cubano Eliseo Alberto. El guía que los recibió era el tipo más locuaz del mundo. Sin ningún pudor buscaba en el Macondo real ciertas equivalencias del Macondo ficticio. La peste del olvido, según él, surgió en el Puente de los Varaos; el hilo de sangre que recorrió la Calle de los Turcos en Cien años de soledad era de un tipo que había sido amigo de su abuelo, y así. Uno de los poetas, medio en broma y medio en serio, le obsequió un cumplido. — ¡Qué inteligente es usted! Entonces el guía le expresó su gratitud al mejor estilo macondiano: —Me gusta que me digas eso, poeta. Es que aquí en Aracataca todos somos inteligentes, lo que pasa es que Gabito es el único que sabe redactá. *** Vine a la Zona Bananera del Magdalena, en el Caribe colombiano, porque me dijeron que acá quedaba Macondo, el mítico pueblo creado por el escritor Gabriel García Márquez. Llevo cuatro días recorriendo este territorio y aún sigo preguntándome dónde está Macondo, cuáles son sus confines. —Macondo queda por allá arribita, compadre. Es una finca. —¿Macondo? Ñerda, esa te la debo: no sé. —Macondo es toda la tierra que pisamos —dice el poeta Rafael Darío Jiménez—. Por donde veníamos era Macondo y para donde vamos será Macondo.

Pedro Ruiz. Flores. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

—Eche, me extraña esa pregunta. Macondo está en los libros de García Márquez. ¿Acaso tú no has leído Cien años de soledad? He encontrado a Macondo en varios elementos a lo largo de mi caminata. En las plantaciones de banano que se extienden a ambos lados de la carretera. En la canícula de las dos de la tarde. En la gallina jabada que puso un huevo en el alar y después alborotó el vecindario con su cacareo. En las calles contiguas a la finca donde nació esta fábula: polvorientas, torcidas. Sin duda, en ese pasaje el mundo es todavía tan reciente que muchas cosas siguen careciendo de nombre y para mencionarlas hay que señalarlas con el dedo. He encontrado a Macondo, digo, en esa tristura que a veces tiene la gente aunque muestre una risa. En las conversaciones sobre la guerra, la guerra de siempre que pasa del Macondo real al ficticio y viceversa. En la anciana enlutada que a pesar de su apariencia frágil estremece la casa con su voz de mando. En el caos, en la desmemoria, en la repetición cíclica de nuestras calamidades. En los cuentos que me contaron sobre las disputas políticas eternas y sobre la corrupción sistemática. Macondo es esta Aracataca por donde voy caminando, aunque ya no sea una aldea de veinte casas de barro y cañabrava, como en la novela, sino una villa de cuarenta mil habitantes. 2017 | Junio

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Macondo es también lo que he oído durante el viaje. Fui al colegio Gabriel García Márquez a entrevistarme con el profesor Frank Domínguez, conocedor de la obra de Gabito. Me dijo que Macondo es chispa, brujería. Mantente alerta y oirás su música. Macondo suena, Macondo canta, Macondo encanta. —Si vas a escribir sobre Macondo —me dijo el profesor Domínguez—, tienes que leer a Federico Nietzsche. En ese momento, desde luego, me sentí a punto de alucinar. —¿Nietzsche en Macondo? —Claro que sí: Nietzsche. Él dijo la mejor frase que conozco para describir a Gabito: “la potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar”.

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—Qué buena frase. —Es el epígrafe del libro que escribí para celebrar el humor de Gabito. Cuando iba saliendo del colegio volví a toparme con el espíritu disparatado del que me habló Ramón Illán Bacca. En una de las paredes leí la siguiente cita, atribuida al poeta “Pedro” Neruda: “Cien años de soledad es quizá la más grande revelación de la lengua española después de Don Quijote de Cervantes”. A esas alturas ya había entendido las reglas de juego. En Macondo da lo mismo Pedro que Pablo porque acá, carajo, todos son poetas. Ya dije que Macondo es lo que uno oye mientras transita por la Zona Bananera. Aguza el oído, quédate quieto cuando zumbe la brisa. Después caminas un poco más y oyes a la profesora Aura Ballesteros, a quien llaman “Fernanda del Carpio” porque es “la cachaca de la historia”. Ella nació en Simijaca, cerca a la fría Bogotá.

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—Macondo es un chorro de luz —dice. Acá el sol no se oculta por mucho tiempo. Buscando a Macondo en los paisajes y en las voces de la Zona Bananera, desemboqué en una historia insólita, la historia del holandés Tim Aan’t Goor, quien llegó a Aracataca a lo mismo que llegan todos los visitantes: quería encontrar en la realidad la magia que le había deslumbrado en la literatura. Vino por una semana y ya lleva tres años. Hace poco construyó en el pueblo una bóveda para enterrar simbólicamente a Melquíades, el gitano inolvidable del Macondo ficticio. Cuando conocí la tumba me pregunté si el Macondo de mi crónica también tendría un final alegórico. Pero ahora estoy aquí, en Bogotá, frente a mi computador, convencido de que Macondo es mucho más que todo lo que vi y oí en la Zona Bananera. Macondo se vino conmigo porque siempre ha estado dentro de mí. Es la pasión por narrar que bebí en la palabra de Gabito, mi profeta, el único brujo al que le creo. Muchos pueden contar bien una historia, pero pocos son capaces, como él, de crear un universo personal fácil de identificar desde la primera hasta la última línea. Y por eso me parece más justo cerrar los ojos para que Macondo siga vivo en mi memoria y las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin la segunda oportunidad que se merecen. Alberto Salcedo Ramos es periodista barranquillero. Ganador de múltiples premios nacionales e internacionales de periodismo. Autor de libros de amplio reconocimiento como Los golpes de la esperanza, De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas, El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé, La eterna parranda. Crónicas 1997 —2011 y Viaje al macondo real y otras crónicas (España, Pepitas de Calabaza, 2016) de donde extractamos esta crónica.


Para un Macondo al alcance de los niños Rigoberto Gil Montoya

Cien años de soledad fue escrita para niños.

Desde el momento en que alguien expresa que, años más tarde, frente al pelotón de fusilamiento, un coronel de apellido Buendía volvería con sus recuerdos a exaltar la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo, sabemos de antemano que, a pesar de su desamparo, de sus treinta y dos revueltas reducidas a un solo fracaso, de sus diecisiete hijos que fueron exterminados, salvo uno, en una noche de infortunio y conspiración, que a pesar de su lucha por una causa que ya viejo justifica con simpleza infantil diciendo que peleó durante toda su vida para que no le pintaran la casa de azul, solo hasta entonces el lector comprueba, no sin asombro, que los viejos continúan siendo unos niños desesperados que temen más a los vivos que a los fantasmas. Por eso Prudencio Aguilar puede acompañar el éxodo hacia el lugar sin límites donde fuera edificada Macondo. También Melquiades, el gitano sabio, puede permanecer en un cuarto de alquimia y soledad, en la casa grande de Úrsula, luego de haber muerto en los médanos del sur. Ahora se ha puesto en la tarea de custodiar, hasta el final de los días posteriores a la masacre de las bananeras, los pergaminos que refieren en sánscrito, y en varias claves lingüísticas heredadas de otros siglos, la vida y milagros de una estirpe que asumió la vida como la búsqueda irrefrenable del amor, “un sentimiento tan simple y primitivo”, como se lee en la novela. De ahí también que José Arcadio Buendía, aquel hombre que por elemental honor mató a Prudencio Aguilar y que cargó con su muerte hasta el final —pues el muerto se convirtió en un viejo amigo y compañero en las tinieblas de la irrealidad— logre asombrar-

se con las novedades, entre ellas máquinas maravillosas de ilusión, que los gitanos, esos seres trashumantes, cargan en sus caravanas desde el otro lado del mundo. Solo un niño sería capaz de utilizar un imán para desenterrar los objetos de otros tiempos. Solo uno de ellos sería capaz de utilizar un daguerrotipo para demostrar la existencia de Dios. Solo un niño podría descubrir, después de muchas jornadas de trabajo y cavilaciones que, en efecto, la tierra es redonda. Solo uno de ellos se dedicaría a fabricar pescaditos de oro con la paciencia de un sabio alquimista. Solo un ser infantil podría elevarse al cielo entre los pliegues de unas sábanas blancas. Solo unos niños protestarían en el cine porque un actor que murió la noche anterior resucita, sin que nadie lo explique, en otra película y en el cuerpo de otro personaje. Solo ellos podrían confundir, entre las páginas de una enciclopedia inglesa, la figura de un guerrero tártaro con la figura escuálida del coronel Aureliano Buendía, vivificado por la leyenda; es decir, por ese acordeón que insistió en arrugarse y estirarse durante el tiempo en que Macondo aún fue un lugar sobre la tierra, a la orilla de un río de aguas diáfanas y piedras prehistóricas. ¿Y por qué esta novela de García Márquez, cincuenta años después de haber sido escrita en una casa de barrio de Ciudad de México, sigue sorprendiendo al mundo? Quizá porque somos niños, y, como diría Lewis Carroll, aún tenemos miedo a que llegue la noche y con ella el deslumbramiento por el misterio. Cuando despertaron, ya con el sol alto, se quedaron pasmados de fascinación. Frente a ellos, 2017 | Junio

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rodeados de helechos y palmeras, blanco y polvoriento en la silenciosa luz de la mañana, estaba un enorme galeón español. Ligeramente volteado a estribor, de su arboladura intacta colgaban las piltrafas escuálidas del velamen, entre jarcias adornadas de orquídeas. El casco, cubierto con una tersa coraza de rémora petrificada y musgo tierno, estaba firmemente enclavado en un suelo de piedras (...) En el interior, que los expedicionarios exploraron con un fervor sigiloso, no había nada más que un apretado bosque de flores.

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Así, en medio de tal exuberancia se erigía Macondo con aire de timidez próspera, cuando las cosas eran tan recientes, que incluso algunas carecían de nombre o podían señalarse con la mano. El contacto con el mundo exterior se debió a la llegada de los gitanos trotamundos. Con estos seres de circo, arropados por el hálito mágico de las carpas y de los objetos que sembraban terror y asombro entre los aldeanos, Macondo conoció enfermedades que cruzaban océanos, lugares de encantamiento, horizontes de nombres legendarios. Así, se tuvo noticia de los sabios alquimistas de Macedonia; del último descubrimiento de los judíos de Amsterdam; del curioso estudio del monje Hermann; de las fórmulas de Moisés y Zósimo; de las predicciones de Nostradamus; del vitriolo de Chipre; de las incursiones temerarias de corsario inglés Sir Francis Drake por los desiertos de Riohacha. Supieron que existían enfermedades terribles como la pelagra de Persia, el escorbuto del archipiélago de Malasia, la lepra de Alejandría, el beriberi del Japón, la peste bubónica de Madagascar. Y descubrieron que en Sicilia había habido un terremoto y que era posible naufragar en el estrecho de Magallanes. Esta geografía digna de Stevenson y Simbad el marino, fue la misma que José Arcadio Buendía trasmitió a sus hijos Aureliano y José Arcadio: En el cuartito apartado, cuyas paredes se fueron llenando poco a poco de mapas inverosímiles y gráficos fabulosos, les enseñó a leer y escribir y a sacar cuentas, y les habló de las maravillas del Junio | 2017

mundo no sólo hasta donde le alcanzaban los conocimientos, sino forzando a extremos increíbles los límites de su imaginación. Fue así como los niños terminaron por aprender que en el extremo meridional del África había hombres tan inteligentes y pacíficos que su único entretenimiento era sentarse a pensar, y que era posible atravesar a pie el mar Egeo saltando de isla en isla hasta el puerto de Salónica.

Así fue creándose una geografía que los adelantados hijos del fundador lograron albergar para siempre en su memoria, pues aquella frase inicial de la novela, ese “Muchos años después...” que promete un tiempo de aplazamiento, en cuyo largo intervalo las circunstancias extraordinarias de los Buendía solían resolverse, por lo simples, de la manera menos esperada, supone también una larga cadena de acontecimientos en la que se verán reflejados todos los infiernos y paraísos de los hombres, antes de ser arrasados por el polvo pestilente de la muerte. Mientras ello ocurre, seguirían dibujando en sus destinos a los sabios de Memphis, a Francisco El Hombre, al acordeón de Sir Walter Raleigh de paso por la Guayana, a las expediciones del Barón Von Humboldt, a la par que intentarían hacer serias travesías por los médanos de Singapur y el mar de Java, por el golfo de Bengala y el sopor eterno del Caribe, en busca tal vez de la nave del corsario Victor Hugues. Después de inventarse una geografía y de hacer del amor una búsqueda, la estirpe de los Buendía presenció, impávida, el arribo de los gitanos y, con ellos, vio llegar como en una procesión todos los adelantos del mundo occidental: el catalejo, el daguerrotipo, el tren, el cine, el gramófono, el teléfono y el automóvil. Solo el visionario Melquiades, oculto bajo el aire espeso del cuarto de alquimista, fue el único capaz de resistir a la tentación de aquellos inventos magníficos, y tuvo la lucidez suficiente para escribir, paso a paso, la historia de una familia que consiguió crecer al interior de una casa sostenida por una mítica mujer, Úrsula Iguarán. Después de los inventos llegó la destrucción,


el cataclismo universal. Justo en ese momento anida el silencio y aunque aún tenemos miedo a que llegue la noche, ese niño que habita en nosotros, busca en la oscuridad los pergaminos de un gitano nómada. La figura de Melquiades parece el esbozo de un viejo sabio, perdido en el relato de una encantadora Sherezade. Sus pergaminos históricos y su visión asombrosa de un tiempo que vendrá y se hará memoria fatal en el destino de una aldea que sucumbió a la fiebre del banano, convierten la historia de Macondo en un tejido de rumores y saberes. Aquel “gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión” supo, desde algún resquicio etéreo del mundo árabe y desde mucho antes de que José Arcadio se fijara en su prima Úrsula Iguarán, toda la historia de los Buendía. La escribiría él mismo, en una lengua antigua, que solo Aureliano Babilonia, con su “fatalismo enciclopédico”, sería capaz de traducir. La escribiría en rollos de pergaminos ásperos, con el fin de que Aureliano Babilonia los tradujera en casa de Amaranta Úrsula. Aureliano pudo hacerlo después de que encontrara, en los anaqueles de la librería del Sabio Catalán en la Calle de los Turcos, un manual de sánscrito. En esos pergaminos se vaticinaba un porvenir, se anunciaba el destino de una estirpe. Solo hasta el final sabremos qué significado tiene en los pergaminos el destino trágico de un niño con cola de cerdo y de cientos de colonias de hormigas que devoran el mundo material de Macondo. Un niño sentirá pavor frente a la escena en que las hormigas arrastrarán el pellejo último de la estirpe de los Buendía. Sentirá frío en la sole-

Pedro Ruiz. Ocobo. Acrílico sobre madera. 41.5 x 37.5 cm. 2009. Del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio

dad de las calles de un pueblo triste y monótono. Y sentirá temor de que los vientos huracanados terminen por elevarlo, rumbo al hado misterioso de Remedios, la bella.

Referencia García Márquez, G. (2004). Cien años de soledad, Madrid, Cátedra.

Rigoberto Gil Montoya es ensayista y narrador y se desempeña como docente en la Universidad Tecnológica de Pereira. Especialista en Literatura Hispanoamericana y Magíster en Comunicación Educativa, es Doctor en Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Algunos de sus libros son: El laberinto de las secretas angustias, La urbanidad de las especies, Perros de paja, Arlt y Piglia: conspiradores literarios, Plop y Mi unicornio azul (Premio Nacional de Literatura Universidad de Antioquia en 2014). Escribió este texto para la Agenda Cultural Alma Máter.

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Prográmate CON BIENESTAR UNIVERSITARIO Lugar: salvo que se suministre información diferente, las actividades se llevan a cabo en el bloque 22, aula 302 y el requisito de participación, excepto que se indique algo distinto, es diligenciar la ficha de Caracterización así: 1. Ingresar a www.udea.edu.co con usuario y contraseña de Mares. 2. Clic en Bienestar. 3. Clic en Caracterización. 4. Diligenciar el formulario. Mayor información: teléfonos: 219 54 30, 219 54 40 Organiza: Bienestar Universitario

Jueves 1 Actividad formativa Conversaciones sobre duelos amorosos Coordina: Carla Flórez Hora: 10:00 a. m. a 12:00 m.

Convocatoria Ensamble Musical Estudiantes con experiencia en la interpretación de guitarra eléctrica, trompeta, saxo, trombón, clarinete y percusión latina Coordina: Gloria Pérez Lugar: Coliseo, tercer piso Hora: 12:00 m.

Grupo de reflexión Sobre adicciones Coordina: Jaime Mejía Hora: 2:00 a 3:00 p. m.

Viernes 2 Taller Conoce tu boca Coordina: Carlos Mario Cano Lugar: bloque 22, aula 310 Hora: 8:00 a 9:00 a. m.

Espacio formativo semanal Acompañamiento en hábitos y técnicas de estudio Coordinan: Alexander González y Liana Mejía Hora: 2:00 a 4:00 p. m.

Lunes 5 Taller Conozca sus deberes y derechos en el sistema de seguridad social en salud Coordina: María José Sandstede Hora: 2:00 a 3:00 p. m.

Asesoría grupal Ansiedad en pruebas académicas Coordina: María José Sandstede Hora: 3:00 a 5:00 p. m.

Martes 6 Espacio formativo semanal Acompañamiento en hábitos y técnicas de estudio Coordina: María José Sandstede Hora: 8:00 a 10:00 a. m.

Espacio formativo semanal Orientación vocacional

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Coordina: Julia López. Hora: 10:00 a. m. a 12 m.

Espacio formativo semanal Asesoría en manejo de la ansiedad Coordina: Alexander González Hora: 4:00 a 6:00 p. m.

Miércoles 7 Taller Conozca sus deberes y derechos en el sistema de seguridad social en salud Coordina: Carlos Mario Cano Hora: 8:00 a 10:00 a. m.

Taller Sexualidad responsable Coordina: Adriana Mazo Hora: 10:00 a. m. a 12:00 m.

Actividad de apoyo social Recambio de anticonceptivos Coordina: Adriana Mazo Chavarría Lugar: bloque 22, piso 1, consultorio médicodeportivo Prosa. Hora: 1:00 a 4:00 p. m.

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Jueves 8

Lunes 12

Actividad formativa Conversaciones sobre duelos amorosos

Asesoría grupal Ansiedad en pruebas académicas

Coordina: Carla Flórez Hora: 10:00 a. m. a 12:00 m.

Coordina: María José Sandstede Hora: 3 a 5:00 p. m.

Convocatoria Ensamble Musical

Taller Conozca sus deberes y derechos en el sistema de seguridad social en salud

Estudiantes con experiencia en la interpretación de guitarra eléctrica, trompeta, saxo, trombón, clarinete y percusión latina Coordina: Gloria Pérez. Lugar: Coliseo, tercer piso Hora: 12:00 m.

Grupo de reflexión Sobre adicciones Coordina: Jaime Mejía. Hora: 2:00 a 3:00 p. m.

Taller Uso responsable de los servicios de salud Coordina: María José Sandstede Hora: 3:00 a 4:00 p. m.

Viernes 9 36

Taller Besos que queman Coordina: Carlos Mario Cano Lugar: bloque 22, aula 310. Hora: 8:00 a 9:00 a. m.

Asesoría en cuidado del sueño y manejo del insomnio Coordina: Alexander González Hora: 8:00 a 10:00 a. m.

Muestra de talleres de arte y cultura para el bienestar Coordina: Paula Valencia Lugar: alrededores Museo y bloque 9, primer piso Hora: 10:00 a. m.-2:00 p. m.

Actividad formativa - participativa Proyecto cultivarse Coordina: Luz Andrea Zapata Lugar: alrededores Museo Hora: 1:00 p. m.

Espacio formativo semanal Acompañamiento en hábitos y técnicas de estudio Coordina: Alexander González y Liana Mejía Hora: 2:00 a 4:00 p. m. Junio | 2017

Coordina: María José Sandstede Hora: 2:00 a 3:00 p. m.

Martes 13 Taller Uso responsable de los servicios de salud Coordina: Carlos Mario Cano Hora: 8:00 a 9:00 a. m.

Actividad de apoyo social Recambio de anticonceptivos Coordina: Adriana Mazo Chavarría Lugar: Sede Oriente. Hora: 9:30 a. m. a 3:00 p. m.

Espacio formativo semanal Orientación vocacional Coordina: Julia Beatriz López Hora: 10:00 a. m.-12:00 m.

Actividad formativa Asesoría en duelos amorosos Coordina: Elsy Pérez. Hora: 4:00 a 6:00 p. m.

Miércoles 14 Taller Conozca sus deberes y derechos en el sistema de seguridad social en salud Coordina: Carlos Mario Cano Hora: 8:00 a 10:00 a. m.

Actividad formativa ¿Enamoramiento, amor, dependencia, apego…? Coordina: Juan Guillermo Hernández Hora: 10:00 a. m. a 12:00 m. Requisito: diligenciar la ficha de caracterización

Actividad de apoyo social Recambio de anticonceptivos Coordina: Adriana Mazo Chavarría


Lugar: bloque 22, piso 1, consultorio médicodeportivo Prosa Hora: 1:00 a 4:00 p. m.

Jueves 15 Actividad formativa Conversaciones sobre duelos amorosos Coordina: Carla Flórez Hora: 10:00 a. m. a 12:00 m.

Convocatoria Ensamble Musical Estudiantes con experiencia en la interpretación de guitarra eléctrica, trompeta, saxo, trombón, clarinete y percusión latina Coordina: Gloria Pérez Lugar: Coliseo, tercer piso Hora: 12:00 m.

Grupo de reflexión Sobre adicciones Coordina: Jaime Mejía Hora: 2:00 a 3:00 p. m.

Viernes 16 Taller salud oral ¿Qué hacer con mis cordales? Coordina: Carlos Mario Cano Restrepo Lugar: bloque 22, aula 310. Hora: 8:00 a 9:00 a. m.

Jueves 22 Convocatoria Ensamble Musical Estudiantes con experiencia en la interpretación de guitarra eléctrica, trompeta, saxo, trombón, clarinete y percusión latina Coordina: Gloria Pérez. Lugar: Coliseo, tercer piso Hora: 12:00 m.

Jueves 29 Convocatoria Ensamble Musical Estudiantes con experiencia en la interpretación de guitarra eléctrica, trompeta, saxo, trombón, clarinete y percusión latina Coordina: Gloria Pérez. Lugar: Coliseo, tercer piso Hora: 12:00 m.

Prográmate

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CON EL SISTEMA DE BIBLIOTECAS Ciclo de cine “Ver y leer” Días, hora y sitio: viernes, 4 p. m., auditorio de la planta baja de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz • 2 de junio: María, Óscar Hernán Davison, Chile, 1972, 92’. Basada en la novela homónima de Jorge Isaacs (Colombia). • 9 de junio: El príncipe de las mareas, Barbra Streisand, Estados Unidos, 1991, 129’. Basada en la novela homónima de Pat Conroy (Estados Unidos). • 16 de junio: Los girasoles ciegos, José Luis Cuerda, España, 2008, 95’. Basada en la novela del mismo nombre de Alberto Méndez (España). • 23 de junio: La tregua, Alfonso Rosas Priego, México, 2003, 101’. Basada en la novela del mismo nombre de Mario Benedetti (Uruguay). • 30 de junio: A ciegas, Fernando Meirelles, Brasil, 2008, 121’. Basada en la novela Informe sobre la ceguera de José Saramago (Portugal).

Ciclo de documentales Días, hora y sitio: jueves, 10 a. m., auditorio de la planta baja de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz • 1 de junio: Dinosaurios. Secretos revelados, Richard Jones, 2003, 90’ • 8 de junio: Despertando al mamut, Charles Deniau, 2000, 93’ • 15 de junio: La evolución humana en busca del eslabón perdido, Chris Dresser, 1996, 52’ • 22 de junio: Antiguas civilizaciones: Egipto, Ruth Wood, 1997, 50’ • 29 de junio: Ramsés III. La conspiración del harén, Jody Schiliro, 2005, 60’

El cine y sus relatos. Ciclo de aproximación al lenguaje audiovisual. Películas del archivo de Luis Alberto Álvarez. Coordina: Óscar Mario Estrada Vásquez. Lugar: sala de Proyecciones de la planta baja de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz. Hora: 10:00 a. m. 2017 | Junio


• 5 de junio: El cine negro y las visiones del lado oscuro de la sociedad. Fragmentos de las obras de John Houston, William Wyler y Orson Welles • 12 de junio: El neorrealismo italiano y sus visiones dela posguerra. Fragmentos de las obras de Vittorio De Sica, Roberto Rossellini y Luchino Visconti

Exposición Colectiva de fotografías de estudiantes de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia Fechas: al 21 de junio Lugar: Sala de Exposiciones de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz

Prográmate CON EL MUSEO UNIVERSITARIO Visita el Museo Universidad de Antioquia ¡Vive el Museo! Nuestro horario: Lunes a jueves: 8:00 a. m. a 5:45 p. m. Viernes: 8:00 a. m. a 3:45 p. m. Sábado: 9:00 a. m. a 12:45 p. m. #ViveelMuseo #MuseoUdeA #Museos # QuieroALosMuseosDeMedellín Si no tienes vínculos con la Universidad de Antioquia y deseas visitar el MUUA, puedes solicitar el permiso de ingreso con 24 horas de anticipación marcando al número de teléfono: 2198186 http://museo.udea.edu.co. Mayor información: proyectoseducacionmuseo@udea.edu.co / 2195185

38 Servicios permanentes: Visitas guiadas, Cursos y talleres y Maletas viajeras Información sobre condiciones, requisitos y costos comunicarse con: educacionmuseo@udea.edu.co / 219 8186

Exposiciones permanentes • Exposición larga duración Colección de Antropología: constituida en 1943, conserva alrededor de 35.000 objetos del patrimonio cultural de Colombia. Fotos: https://flic.kr/s/aHskBosHy2 • Exposición larga duración Colección de Ciencias: compuesta por una serie de montajes permanentes, temporales y murales enfatiza en especies nativas de animales colombianos Fotos: https://flic.kr/s/aHskchuiFD

Exposiciones temporales • Mujeres maestras de Colombia La propuesta del artista español Ricard Huerta es acercarnos a las realidades de las maestras en Colombia, a partir de las diferentes estrategias artísticas que se pueden abordar, para así dar una voz a este legado que, aunque en ocasiones Junio | 2017

ha sido injustamente olvidado, ha trascendido las vidas de muchos colombianos. • La magia de la cerámica en las manos de Pablo Jaramillo Una exposición que trasciende las barreras del arte, pues el artista se mueve con sus propuestas entre la pintura y la cerámica, considerándose a sí mismo como un pintor que ha encontrado en esta última como su perfecta herramienta de trabajo. • Niñez, entre el conflicto y la esperanza Es una muestra interactiva elaborada por el equipo del Museo Casa de la Memoria que, entre otras cosas, reconoce a los niños, niñas y adolescentes que han sobrellevado diferentes situaciones dentro de la violencia y del conflicto armado. • Cóncavo y convexo: El ritmo sutil de lo terreno de Juliana Vélez Exhibición conformada por piezas fabricadas en barro que hacen referencia a la tierra, al fuego, al agua y a más elementos que están presentes en la naturaleza, factor relevante para la interpretación de esta muestra.


Inscripciones Programa Voluntariado Cultural Más de 20 cursos de manualidades, artes y oficios Pre-inscripción del 12 al 20 de junio de 2017 Clases del 24 de julio al 24 de noviembre de 2017 Lugar de inscripción: Museo Universidad de Antioquia Duración de los cursos: 32 horas / Costo por curso: $40.000 Consulta la oferta de cursos y fechas de matrícula en http://museo.udea.edu.co Mayores informes: educacionmuseo@udea.edu.co / 2198186

Cursos de extensión en el MUUA Marroquinería artesanal, encuadernación artística, fotografía digital básica y avanzada, maquillaje artístico y elaboración de tocados Valor inversión cada curso: $300.000 (no incluye materiales ni equipos). Descuento: estudiantes activos, docentes y empleados de la Universidad de Antioquia: 10% Inscripciones: hasta el 28 de julio de 2017. Mayores informes: 219 8185, 219 8186, 219 5185 / coordinacioneducacionmuseo@udea.edu.co Inicio de clases: sábado 12 de agosto de 2017 Lugar de realización: Museo Universidad de Antioquia

Conversaciones

• El juego y el arte como resistencia: un trasegar a la esperanza Conversan: Hernando Muñoz, María Antonia Arango, Livia Ester Biardeau. Modera: Alejandra María Cardona Fernández Fecha: 20 de junio de 2017 Lugar: Auditorio Luis Javier García Isaza- MUUA Hora: 4:30 p. m.

Tallernautas Ciclo: Maletas viajeras Días: sábados Hora: 10:20 a. m. Lugar: hall entrada al MUUA Costo: $ 4.000 • 3 de junio: El olvido que seremos • 10 de junio: Paisaje en relieve • 17 de junio: Celebración Día del Padre

Títeres en escena Dirigido a: grupos familiares con niños y niñas entre los 0 a 12 años Días: sábados. Hora: 11:30 a. m. Lugar: auditorio principal MUUA Entrada libre • 3 de junio: Noches de luna llena • 10 de junio: Títeres en recreo • 17 de junio: Trici busca a su madre

• La magia de la cerámica Fecha: 6 de junio de 2017 Conversan Pablo Jaramillo y Juliana Vélez. Modera Mauricio Hincapié Lugar: Auditorio Luis Javier García IsazaMUUA Hora: 4:00 p. m.

Café en el Museo

• Socialización del proyecto de Incentivos a la Investigación Estudiantil Determinación de métodos para el estudio de procedencia de artefactos arqueológicos elaborados en jaspe de las colecciones del Museo Universitario de la Universidad de Antioquia. Conversan: Gloria María Guevara Zapata y Marion Weber Scharff Fecha: 15 de junio de 2017 Lugar: Auditorio Luis Javier García Isaza, tercer piso MUUA Hora: 4:00 p. m.

Programa radial

Café en el Museo, es un espacio de encuentro informal con los visitantes del MUUA para de una manera espontánea recorrer los espacios del Museo y dialogar sobre las exposiciones. Se realiza todos los miércoles a la 1:00 p. m. Mayores informes: artesmuseo@udea.edu.co / 2198184

Punto de Encuentro Emisora Cultural Universidad de Antioquia Día: lunes. Hora: 8:30 p. m. Sintonícelo en: Valle de Aburra 1.410 AM Urabá: 102.3 FM Bajo Cauca: 96.3 FM Oriente 101.3 FM Suroeste: 100.9 FM Occidente 93.9 Magdalena Medio 94.3

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