Agenda Cultural Alma Máter Febrero 2019

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Editorial Un culto adolescente

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Mónica Naranjo Uribe, Berlin half-stories (serie de 65 dibujos y textos), dibujo a lápiz con coloreado e impresión digital, 20 x 20 cm, 2007-2008

Hace cien años —el primero de enero de 1919—,

en Nueva York, nació Jerome David Salinger, autor de la célebre novela El guardián entre el centeno. Difícilmente podría encontrarse una figura que mejor encarne lo que ha dado en llamarse un “autor de culto”, fenómeno que suele remitir a un escritor más o menos misterioso cuya obra —casi siempre un libro en particular— es conocida nada más que por un puñado de iniciados recelosos entre cuyas manos

circula, ya ajado, el volumen en cuestión. Algo así como lo que en Colombia ha correspondido al nombre de Rafael Chaparro Madiedo y a su novela Opio en las nubes. Casi puede decirse que es más lo que se sabe de El guardián entre el centeno que de J. D. Salinger, un hombre que, ante el éxito inmediato de sus primeras obras, decidió recluirse en el campo para no ser encontrado por los críticos 2019 | Febrero


y, sobre todo, por los periodistas, y cuya muerte discreta se produjo el 27 de enero de 2010. La novela, cuyo título original es The Catcher in the Rye, apareció en librerías el 16 de julio de 1951 y diez años más tarde fue traducida al español como El cazador oculto, título sustituido por El guardián entre el centeno a partir de las ediciones de 1978. Pero, sobre todo, se sabe que el asesino de John Lennon llevaba la novela consigo cuando disparó su arma, el 8 de diciembre de 1980. Quienes han trascendido esa imagen mediática saben también que la historia relatada es la de Holden Caulfield, un adolescente que acaba de ser expulsado de la escuela y que, de regreso a casa, vagabundea sin recato y reniega de todo y por todo, como no sea de Phoebe, su hermanita.

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El guardián entre el centeno gustó desde el mismo momento de su publicación. Los críticos advirtieron que se trataba de una voz fresca que transigía nada más que con el compromiso de contar una historia por la sola fruición de hacerlo, mientras que los jóvenes —o, mejor, los jóvenes que antes habían sido los críticos— celebraron el furor rebelde del protagonista descarriado, cuyo periplo fatigante y vacuo de vuelta a casa bien puede ser tomado como la manifestación más legítima del albedrío. Eso bastó para que el libro fuera un éxito de ventas: el año pasado, en un portal español de comentarios y chismes librescos, Jaime Fernández Blanco propuso la cifra de 60 millones para contabilizar las copias vendidas desde el estreno de la novela. A decir verdad, intriga el tamaño de la fama de Salinger o, para decirlo de otro modo, de su novela. También hubo una voz fresca y descarnada en la primera novela de Francis Scott Fitzgerald, A este lado del paraíso, publicada en 1920, pero el escritor de Minessota apenas obtuvo su consagración un lustro después, cuando dio a conocer El gran Gatsby. Y en lo que atañe al enfurruñamiento de hacer, solo por controvertirla, lo que la sociedad no espera, ya Febrero | 2019

Fiodor Dostoievski había puesto la vara muy en alto —como suele decirse— con el asesor colegiado que suscribe los Apuntes del subsuelo, y cuya principal divisa consiste en defender el derecho de hacer cosas estúpidas. Así que en las páginas de Salinger ha de haber algo más de lo que queda dicho. La cualidad que hizo notorio a Salinger dista, sin embargo, de ser un misterio: lo que él hizo fue, simplemente, retratar a los adolescentes tal cual son. Holden Caulfield, absolutamente renuente a asumir el mundo que los adultos han construido para él, se refugia de modo tozudo en el reniego liberador y opta con decisión por la fuga constante, pero sin que por ello logre evitar que, en el fondo de su naciente conciencia, vaya acumulándose un poso de cansancio y melancolía, un cansancio y una melancolía que, sabe uno, acabarán convirtiéndose alguna vez —acaso en el improbable libro que hubiera continuado su saga— en la experiencia de la madurez. Quien fue adolescente lo sabe, y de ahí que no se equivocara Enric González en El País de España cuando, al cumplir El guardián entre el centeno sus bodas de oro, en 2001, escribió: “J. D. Salinger es un símbolo que pasa de generación en generación con la misma fuerza que cuando se publicó el libro en 1951”. Ahora bien, pintar con exactitud el alma de un adolescente no es un mérito notorio en literatura; o por lo menos no lo es más que invocar con éxito el alma de un infante, tal como lo hizo Tomás Carrasquilla en 1906 con Entrañas de niño; o que narrar la última derrota de un viejo vencido, de modo similar a como lo consiguió Ernest Hemingway en El viejo y el mar, novela publicada solo un año después del bestseller de Salinger. Con algo de razón, Norman Mailer y John Updike dijeron en su día que su colega neoyorquino había sido, en cierto sentido, sobrevalorado. ¿Por qué, entonces, Agenda Cultural Alma Máter dedica su primer número de 2019 a J. D.


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Mónica Naranjo Uribe, Berlin half-stories (serie de 65 dibujos y textos), dibujo a lápiz con coloreado e impresión digital, 20 x 20 cm, 2007-2008

Salinger? Más allá de la felicidad que pueda deparar para un lector el reencontrarse con el adolescente que alguna vez fue, es innegable que el culto al novelista y a su novela son un síntoma significativo de nuestra época. En el último cuarto del siglo xx, el antropólogo francés Marc Augé advirtió que la juventud había acabado por convertirse en la condición más deseable para el hombre, y de ahí que se hubiera optado por su frenética prolongación: desde Mayo del 68 —explica el científico de lo humano— la juventud se impuso en el mundo de los adultos y sin conciencia alguna de sus propios excesos, como pueden serlo la fugacidad de una niñez obnubilada por la precoz iniciación sexual; la larga adolescencia de aquel que pretende vivir a costillas del bolsillo

paterno incluso cuando él mismo podría haber procreado, y la taimada conciencia de una vejez escondida tras los ungüentos para las arrugas y las rutinas de gimnasio. Bien vistas las cosas, el culto propiamente dicho a Salinger y a El guardián entre el centeno no empezó en 1951 —por entonces se trató nada más que del autor de un libro muy bien vendido— sino, quizá, en 1980, cuando un lector suyo perpetró, con la novela bajo el brazo, el acto adolescente por antonomasia: asesinar, con la rampante irresponsabilidad de quien busca afirmar su autonomía monstruosa, a quien por entonces era uno de los adultos más famosos del planeta. Si a eso se suma la textura de la prosa de Salinger, enteramente denotativa y de una llaneza gramatical ubicada en las antípodas de 2019 | Febrero


James Joyce, se tendrá completa la ecuación de las predilecciones contemporáneas. En las páginas que siguen, acompasadas con la obra gráfica de Mónica Naranjo Uribe, Koleia Bungard, Grey Alejandra Molina Díez, Orlando Gallo Isaza y Efrén Giraldo celebran la adolescencia del mundo, o la suya propia, en páginas que, como se verá, están definidas por la fruición del lector gozoso y la agilidad

del escritor estimulado. Asimismo, uno de los cuentos de J. D. Salinger —“Un día perfecto para el pez banana”— no solo quiere justificar el entusiasmo de esas recensiones sino dejar ver lo que, más allá de las páginas de El guardián entre el centeno, produjo la pluma de un escritor asediado por el amor casi monolítico de sus propios lectores. Juan Carlos Orrego Arismendi

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Mónica Naranjo Uribe (Berlín, 1980) es una artista visual graduada en Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia y Diseño Gráfico de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, y de la maestría en Comunicación en Arte y Diseño de la Royal College of Art de Londres. Su trabajo ha sido expuesto en Brasil, Argentina, Perú, Colombia, México, España, Alemania, Francia, China, Reino Unido y Cuba. Actualmente vive y trabaja en Bogotá, donde combina su producción personal como artista, con su proyecto editorial Nómada Ediciones (www.nomada-ediciones.com) y su labor como docente en la Universidad de los Andes. * Berlin half-stories (2007-2008) es una serie de 65 piezas —entre dibujos y textos— que busca hacerle un retrato a la ciudad a partir de una mirada íntima, donde lo personal y Febrero | 2019

autobiográfico se entrecruza con esas historias inconclusas de escenas callejeras y sus extraños. La obra plantea una narración no lineal, en la que el lugar mismo se convierte en protagonista. Berlin half-stories fue un ejercicio personal en la búsqueda de entablar una relación emocional con la ciudad donde nací, pero en la cual no crecí, Berlín. Esta ciudad estaba reducida para mí a una palabra escrita en mis documentos de identidad, sin que tuviera hasta entonces ningún significado personal. Gracias a una beca de creación del DAAD pude tener un reencuentro con el lugar, observarlo detenidamente y experimentarlo durante un año, buscando esa ciudad que solo podría revelarse a través de un encuentro físico, personal e íntimo. El dibujo fue el medio para entablar ese diálogo y esa relación con la ciudad.


La dolorosa dicha de leer a Salinger Koleia Bungard

Hace unos quince años, para una tarea de la

universidad, entrevisté a José Ignacio Murillo Arango (1964), un comunicador social egresado de la Universidad de Antioquia que acababa de recibir un premio de literatura por su novela Mayte, no bailes (2003). Durante la conversación, el autor me contó que, aunque en su obra hablaba de inmigrantes colombianos en Estados Unidos —empezando con Mayte escuchando baladas en un bar de Nueva York–, él nunca había viajado a ese país. ¿Cómo se puede hacer eso?, me pregunté, escribir sobre un lugar que uno no conoce... Entonces me contó su secreto: había conocido Nueva York de otra manera, mientras leía El guardián entre el centeno, la famosa novela de J. D. Salinger. No pasó mucho tiempo antes de que me sentara en la biblioteca a leer el libro. Y lo leí a mil, con la urgencia de saber adónde iría a parar su protagonista, Holden Caulfield, un jovencito de 16 años (aunque con la mitad de la cabeza llena de canas) a quien echan de todas las escuelas, a quien le encanta fumar, a quien no le importa perder nada, a quien el futuro le preocupa, pero no mucho. Un muchacho que odia a muerte a casi todo el mundo: a sus profesores, al fundador de su escuela, a su consejero estudiantil, a sus compañeros “imbéciles y tarados” que, en frente suyo, se suenan la nariz asquerosamente, se revientan los granos de la cara o se inventan historias sobre la pérdida de su virginidad. En últimas, un completo analfabeto que lee muchísimo, que ama a Somerset Maugham, Ring Lardner e Isak Dinesen. Como a millones de lectores en todo el mundo, esta novela, publicada en inglés bajo el título The Catcher in the Rye en 1951, me enganchó desde el primer párrafo, que dice así:

Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada.

Pues claro que me interesó lo que este Holden quería contarme, tanto que no solté la novela esa semana y, cuando la terminé (con tristeza de que se hubiera acabado), corrí a buscar los Nueve cuentos de Salinger y puse al autor en el mismo pedestal en el que lo pusieron los músicos de la banda de rock Green Day. Sobre el autor me contenté entonces con saber lo mínimo: nació en Nueva York en 1919. No se graduó de ninguna universidad, tuvo que enlistarse durante cuatro años en la Segunda Guerra Mundial y, en 1953, después de publicar El guardián entre el centeno y de alcanzar una repentina fama (fue lectura obligada en las clases de inglés en las secundarias de su país), decidió apartarse del mundo y vivir como un ermitaño en un pueblo llamado Cornish, en el estado de New Hampshire, 420 kilómetros al norte de Nueva York. Ese mismo año salió una nueva edición de la novela con un eslogan que decía: “Este libro inusual puede impactarte, hacerte reír o romperte el corazón, pero nunca vas a olvidarlo”. Para tristeza de sus lectores, Salinger escribió solo un par de libros más (Franny y Zooey y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción). No concedió entrevistas ni a periodistas ni a lectores y solo les abrió 2019 | Febrero

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la puerta de su casa a personas tan cercanas como su hija Margaret, que después dedicaría sus memorias a retratar al monstruo que fue su padre: un hombre narcisista, egoísta, violento, arrogante... ¿Pero cómo es posible? Si Salinger fuera Holden, su personaje, le oiríamos decir: “Prefiero tirar a un tío por la ventana o cortarle la cabeza a hachazos, que pegarle un puñetazo en la mandíbula”, o: Lo único que recuerdo es que salté de la cama como si tuviera que ir al baño o algo así y que quise alcanzar con todas mis fuerzas el cepillo de dientes para clavárselo [a su compañero de cuarto] en la garganta. Sólo que fallé. No sabía ni lo que hacía. Le alcancé en la sien. Probablemente le hice daño, pero no tanto como quería.

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Ah, y hay que oír esta última afirmación: “Lo único que de verdad tenía ganas de hacer era suicidarme”. Ahora miremos a Salinger, al autor de esas frases. Lo que cuentan en sus biografías, incluida la de su hija, es que volvió de la guerra con un trauma severo que lo obligó a internarse por varios meses en un hospital mental. En una parte de El guardián es evidente que parte de lo que Holden dice –cuando menciona la participación de su hermano en la guerra–, es una descripción autobiográfica de la propia experiencia del autor. Dice el chico: Yo creo que no podría ir a la guerra […] Mi hermano D.B. se pasó en el servicio cuatro años enteros. Estuvo en el desembarco de Normandía y todo, pero creo que odiaba el ejército más que la guerra. Yo era un crío en aquel tiempo, pero recuerdo que cuando venía a casa de permiso, se pasaba el día entero tumbado en la cama. Apenas salía de su cuarto. Cuando le mandaron a Europa no le hirieron ni tuvo que matar a nadie. Estaba de chofer de un general que parecía un vaquero. No tenía que hacer más que pasearle Febrero | 2019

todo el día en un coche blindado. Una vez le dijo a Allie que si le obligaran a matar a alguien no sabría adónde disparar.

Los efectos de la participación en la guerra son también el tema de uno de sus cuentos más famosos, “Un día perfecto para el pez banana”. Allí, en una conversación telefónica, una madre le habla con preocupación a su hija sobre el estado mental de Seymour, su esposo que acaba de regresar de la guerra. Aquí, la suegra lo describe como “un loco furioso” y, pues parece que sí. El final deja los pelos de punta. Léanlo. Monstruo o no, Salinger no fue ni un asesino ni un suicida. Sin embargo, hay tres casos que conectan los deseos y las conductas de sus personajes con homicidios e intentos de homicidio en la vida real. El primero tiene que ver nada menos que con Mark David Chapman, el hombre que asesinó a John Lennon, el músico de The Beatles, el 8 de diciembre de 1980. Después de dispararle cinco tiros, Chapman sacó una copia de El guardián entre el centeno y comenzó a leerlo en voz alta frente al cadáver. Cuando lo arrestaron, diría que gran parte de él era (se creía) Holden Caulfield. De otro lado, un hombre llamado John Hinckley Jr., que intentó asesinar al ex presidente Ronald Reagan en 1981, tenía entre sus pertenencias ¡este mismo libro!, el mismo que tenía el asesino de una actriz en Los Ángeles ocho años después. Por fortuna, no se ha sabido de más homicidios inspirados en la voz de Holden o la narración de Salinger. Se dice que esta novela ha vendido más de 65 millones de copias y, aunque algunas de ellas han ido a parar a manos de “desequilibrados mentales”, su lectura también ha influenciado a autores reconocidos como Philip Roth, John Updike y Harold Brodkey, o de escritores locales tan distantes de Nueva York, como José Ignacio Murillo en Medellín, que usó la última frase de la novela


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de Salinger como el primer epígrafe de Mayte, no bailes: “No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo”.

Fuentes Murillo Arango, J. I. (2003). Mayte, no bailes, Medellín, Cámara de Comercio de Medellín.

Salinger, J. (1994). El guardián entre el centeno, trad. Carmen Criado, Madrid, Alianza Editorial.

Koleia Bungard es escritora y editora colombiana. Fundadora de Diario de Paz Colombia, una revista digital enfocada en periodismo constructivo y construcción de paz. www. diariodepaz.com. koleia.writer@gmail.com

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En defensa de Salinger Grey Alejandra Molina Díez

“Me paso el día entero diciendo que estoy encantado de haberlas conocido a personas que me importan un comino. Pero supongo que si uno quiere seguir viviendo tiene que decir tonterías de esas”. Salinger (1994: 97).

La adultez nos enseña cuán acertada es la con-

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fesión de Holden Caulfield después de despedirse de Lillian Simmons (antigua pareja de su hermano mayor D.B.) y de su acompañante, el oficial de marina Blop; sin embargo, jamás nos atreveríamos a repetirla, a menos que estuviéramos bajo el efecto del alcohol, fuéramos diagnosticados con algún tipo de demencia —únicos estados exentos de una reprobación a la sinceridad—o, como en este caso, aclaráramos que se trata de un fragmento de la novela El guardián entre el centeno, que hemos seleccionado para entender por qué, a veces, se juzga de manera desfavorable a su autor Jerome David Salinger. Holden es un adolescente de dieciséis años que ha sido expulsado de Pencey y decide pasar unos días en un hotel en Nueva York, antes de regresar a casa con sus padres. Durante tres días vive una serie de experiencias de las que solo los niños salen bien librados —entre ellos su hermana Phoebe, quien logra lo que ningún adulto con sus sermones—, Jane Gallaher —la chica de quien Holden está enamorado—, James Castle —un excompañero que le cantó las verdades a otro y prefirió el suicidio a retractarse—, una empleada del Wicker Bar que se niega a aceptar un dólar de propina y dos monjas recién llegadas de Chicago. Los demás son considerados hipócritas, vanidosos, utilitarios, agresivos y pervertidos. Febrero | 2019

Pero esta opinión no es exclusiva de Holden; otros personajes piensan lo mismo y esto le ha merecido al autor unas cuantas críticas negativas, por eso he decidido intentar una especie de defensa. Empezaré con Bartleby y compañía, una novela sobre escritores que producen pocas obras y eligen una suerte de ostracismo (en el caso de Salinger es comprensible, si cuestiona a una sociedad viciada, lo razonable es mantenerse alejado de ella), en la cual, Enrique Vila-Matas, su autor, sostiene que el problema de Salinger es su tendencia a repetirse (2005: 89). Se trata de una consideración difícilmente refutable; siempre aparecen personajes cuya intuición (en el caso de Franny Glass, se trata de un libro) les revela las faltas de la sociedad a la cual pertenecen, entonces se sienten en la obligación de manifestarlo, bien sea a través de alusiones a la espiritualidad oriental, o, bien, a partir de su propia interpretación del cristianismo. En Salinger, casi todo está salpicado por una advertencia sobre una humanidad desorientada, pero, insisto, no es lo único. Es imposible pasar por alto la contundencia de los diálogos en la mayoría de relatos que conforman Nueve cuentos, especialmente en “Para Esmé, con amor y sordidez”, o seguir como si nada después del desconcertante final de “Teddy”. ¿Cómo olvidar los detalles en Salinger?: la uña del dedo meñique que repasa Muriel con el pincelito de esmalte antes de recibir la llamada de su madre en el hotel donde se hospeda con Seymour; los dedos de Lee “por entre las tibias superficies del pecho” de Joanie; los encantadores tobillos de Esmé y sus calcetines blancos, y, por supuesto, “los tobillos todavía esbeltos” de Bessie Glass. Sin


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duda, hay una larga lista de reproches en Salinger, pero como lo expresa George Steiner en “Humanidad y capacidad literaria”: “Lo que el hombre ha hecho al hombre, en una época muy reciente, ha afectado a la materia prima del escritor –la suma y potencialidad del comportamiento humano– y oprime su cerebro con unas tinieblas nuevas” (2003: 20). Insisto, es imposible escapar de los detalles; basta con mirar “los congestionados estantes” del botiquín de los Glass antes de que Bessie haga sitio a la pasta de dientes, para recordar la excesiva dotación de nuestro propio botiquín.

¿Un asalto más contra Salinger? Precisamente en el ensayo de Steiner al cual me referí y que, en cierto modo, justificaría el arranque de misantropía por parte de Salinger —en ese ensayo por el cual, debo confesarlo, siento una profunda admiración—, después de exponer dos de las funciones esenciales de la crítica, Steiner nos invita a preguntarnos si: “(…) Salinger sustenta una opinión absurdamente comedida y enervante sobre la condición humana” (2003: 26). Aclaremos: Steiner sugiere “preguntar, no zaherir o censurar”. Podríamos responder sí y no; si bien Holden y 2019 | Febrero


los protagonistas de otros relatos son aleccionadores la mayoría de las veces o, al decir de Tzvetan Todorov sobre los moralistas, “juzgan al prójimo con demasiada severidad”, el lector, al tiempo que accede a una serie de comportamientos inconsecuentes, descubre una manera posible de corregirlos. Tomemos, por ejemplo, a Teddy, quien a la pregunta de Bob Nicholson por una forma de cambiar la educación, propone simplemente una manera distinta de calificar al mundo: (…) Les haría olvidar todo lo que les han dicho sus padres y todos los demás. Quiero decir, aunque los padres les hubieran dicho que un elefante es grande yo les sacaría eso de la cabeza. Un elefante es grande cuando está al lado de otra cosa, un perro o una señora, por ejemplo.

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El problema, según Teddy, radica en la mirada uniforme que inculcamos a los niños, pero si los preserváramos de prejuicios y escrúpulos, entonces anularíamos esas actitudes que cuestiona Holden mediante el insistente llamado al lector: “¿No te fastidia?”. La idea sobre una humanidad insincera y envanecida aparece con frecuencia en los relatos de Salinger, pero esta no es, a mi juicio, la única característica que deberíamos considerar, pues más allá de ese inventario de defectos, algunos personajes ejecutan acciones preciosas que llaman a la piedad y a la consideración del otro: los pedazos del “Little Shirley Beans” (un disco que Holden deseaba regalarle pero se le rompió de camino a Central Park) que Phoebe guarda en la mesita de noche; el trozo de emparedado que Ginnie es incapaz de rechazar; la negativa de Ramona a dormir en el centro de la cama por temor a lastimar a su amigo imaginario Mickey Mickeranno, entre muchas otras situaciones que el lector interpretará como una exhortación a la benevolencia. Parece, pues, conveniente terminar esta defensa con la pregunta fundamental que Steiner considera debe formular el crítico a la Febrero | 2019

literatura contemporánea: “¿Qué medida del hombre propone esta obra?” (2003: 25). Salinger ofrece un ser humano consciente de lo que, por momentos, puede ser la vida: “un infierno”, como reza la anotación en la primera página del libro de la funcionaria del partido nazi arrestada por el sargento X, pero al mismo tiempo, un ser humano reflexivo que puede encontrar formas menos insanas de vivirla. No creo que los personajes de Salinger hagan un llamado al exterminio, lo que pasa es que: “La irracionalidad lee de prisa” (2007: 60), como advierte Steiner en “Los que queman los libros”, y hay muchos locos asesinos de intérpretes de canciones hermosas.

Referencias Salinger, J. (1994). El guardián entre el centeno, trad. Carmen Criado, Madrid, Alianza Editorial. -------------- (1978). Franny & Zooey, trad. Pilar Giralt, Barcelona, Editorial Bruguera, recuperado de: https:// docplayer.es/24593912-J-d-salinger-franny-andzooey.html. ------------- (Sin fecha). Nueve cuentos, recuperado de: https://docplayer.es/4201403-Nueve-cuentos-j-dsalinger.html. Steiner, G. (2007). “Los que queman los libros”, en: Los logócratas, trad. María Condor, México, Fondo de Cultura Económica. ------------- (2003). “Humanidad y capacidad literaria”, en Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano, Barcelona, Gedisa, recuperado de: http://www.felsemiotica.org/site/wp-content/ uploads/2014/10/Steiner-George-Lenguaje-ysilencio.-Ensayos-sobre-la-literatura-el-lenguaje-ylo-inhumano.pdf. Todorov, T. (1999). “Un nuevo moralismo” en: Letras Libres, recuperado de: https://www.letraslibres.com/ mexico/un-nuevo-moralismo. Vila-Matas, E. (2005). Bartleby y compañía, Barcelona, Anagrama.

Grey Alejandra Molina Díez es licenciada en Educación con énfasis en Humanidades y Lengua Castellana y magíster en Literatura Colombiana de la Universidad de Antioquia, donde se desempeña como docente.


Una llamada a Salinger Orlando Gallo Isaza

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a obra de Jerome David Salinger nos dice muchas cosas. Pero su vida también. Esa vida cuya privacidad debió salir a defender ante los medios y ante los tribunales, que ha sido rastreada inmisericordemente y a la cual no es posible asomarse en sus detalles sin que nos abrume la culpa. Debimos, tal vez, conformarnos con la emoción que la lectura de sus libros nos provocó, con la sensación de haber sido Holden Caulfield en algún momento de nuestras vidas, con el deseo de no dejar de serlo nunca. Sin embargo, cuando la aproximación biográfica tiene el rigor y el respeto de la que David Shields y Shane Salerno titularon Salinger, el personaje crece incluso a nuestros ojos, pues claramente se percibe que nunca nada le resultó fácil. Unas frases liminares del volumen son muy elocuentes: En la vida de Salinger hubo dos puntos de demarcación muy claros: la Segunda Guerra Mundial y su inmersión en la religión vedanta. La Segunda Guerra Mundial destruyó al hombre pero lo convirtió en un gran artista. La religión le proporcionó la paz que necesitaba como hombre pero mató su arte.

Así que “Un día perfecto para el pez banana”, releído a la luz de la experiencia desgarradora de su autor en el desembarco de su regimiento en la playa de Utah, en Normandía, aquel sombrío seis de junio de 1944, combatiendo entre los setos hombro a hombro con los alemanes y viendo caer a sus compañeros destrozados por la artillería enemiga, resulta bien coherente en el infausto desenlace del suicidio del protagonista; como comprensible resulta la frívola

perorata de su joven y bella esposa (telón de fondo permanente de la narración) con el ambiente de Gran Gatsby en que discurrió la primera juventud del autor y que, precisamente, la confrontación armada interrumpió. Cuán cerca estaban para entonces los días de su romance con O’ona O’Neill, la hermosa hija del gran dramaturgo y premio Nobel Eugene O’Neill, cuyos atavíos al ser elegida “debutante del año 1942” fueron descritos así en un pie de foto de los Archivos Bettman: O’ona O’Neill, debutante número uno del año, lleva luminosas joyas de plata sobre vestido de terciopelo y crespón negro, un contraste espectacular. Los broches en forma de corazón son de plata de ley, forjada a mano por Mary Gage y Marjorie Ralston.

Y qué lejos ese mundo y ese lenguaje estereotipado de las páginas sociales neoyorkinas de la perspectiva del “inadaptado” Holden Caulfield, cuyo itinerario construía para ese entonces Salinger, quien en pleno frente de batalla y entre las pausas de las ráfagas, avanzaba con el manuscrito de El guardián entre el centeno. La estocada a su incursión en esa feria de vanidades la daría la propia O’ona en junio de 1943, al casarse con una leyenda viva de las artes, Charles Chaplin, que a sus 54 años la desposaba, cuasi adolescente (tenía 17 años), y a quien acompañaría hasta la muerte y le daría ocho hijos. Salinger se enteró en la trinchera, por los periódicos, en los que, además, ella aparecía modelando para productos cosméticos. Nunca pudo reponerse del todo. Pero cuántas veces lo que es malo para la vida es bueno para el arte. 2019 | Febrero

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El fin de la guerra supuso también su hospitalización por estrés postraumático y su apresurado y relativamente efímero matrimonio con una mujer alemana. También la ambivalente relación con los editores y la deplorable con los productores de cine.

ladrillo más en la pared”, y lo hacía en un libro que establecía una conexión directa con el lector. El crítico Edward Norton lo expresa bien: “Tu primera experiencia de El guardián entre el centeno no es que te parezca que Holden es tu amigo. Es que te parece que Holden eres tú”.

El primer relato, “Slight Rebellion off Madison”, tras cinco años de estar encajonado, aparecería en The New Yorker en noviembre de 1946. Ahí estaba el embrión de El guardián entre el centeno. Deberían pasar dos años para que allí mismo se publicara “Un día perfecto para el pez banana” y el suceso literario estallara como pólvora. Gay Talese exclamó:

El tono de toda la novela y su declaración de principios está en el primer párrafo:

Realmente pareció que era la primera voz americana y legítima que se publicaba y que tenía toda la potencia y la música de lo que más tarde habría en las palabras de Bob Dylan, o de los Beatles…

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De esos años es también la desafortunada adaptación al cine de “El tío Wiggily en Connecticut” que, como película, se llamaría Mi loco corazón (“My Foolish Heart”) y que hizo renegar a Jerome David, maldiciendo el momento en que vendió sus derechos a Samuel Goldwyn para que dos guionistas a sueldo destrozaran el relato. Una primera senda que Salinger cerraba de un portazo: el celuloide. Era un tiempo de creciente reconocimiento de su valor literario. Sin embargo, sería la aparición de The Catcher in The Rye (1951), traducida al español, inicialmente como El cazador oculto y, posteriormente, como El guardián entre el centeno, la obra que lo catapultaría en la literatura del mundo. El himno literario de toda una época. Holden Caulfield, un rebelde sin causa, mucho antes de James Dean y del icónico protagonista de En la carretera, de Kerouac, inauguraba la generación beat y prefiguraba la contracultura. En la era del macartismo, que pretendía ahogar a toda una generación, aparecía ese inconformista que se negaba a ser “un

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Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.

Un libro antiamericano. Así se estigmatizó. El libro más leído y a la vez el más censurado en las escuelas. “No era la América descabelladamente paranoica de los juicios de McCarthy ni la América aséptica de Disney. Era real. Pensamientos reales, sentimientos reales y dolor real”, como señalan Shields y Salerno. Esa barahúnda mediática le hizo huir de Nueva York. Adquirió treinta y seis hectáreas de tierra, en una colina frente al río Connecticut, en New Hampshire, el refugio desde el que intentaría inútilmente defender su privacidad, pues no hay nada como intentarlo para alborotar a los reporteros, que lo asediaron siempre y lograron en algunos casos publicar conversaciones privadas, con fines supuestamente académicos, en revistas de amplia circulación. Pero no solo se guareció físicamente allí, en el bosque de Cornish, también lo hizo espiritualmente en la religión vedanta, que lo alejaba de la contaminación de sus heridas y del mundo real. Ya en los Nueve cuentos algunos protagonistas tienen mucho de ese aire metafísico. Y los personajes de Franny y Zooey, Seymour: una introducción y Levantad carpinteros la


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viga maestra están definitivamente tocados de misticismo.

o virtuales, sigue siendo leído y sus palabras aún están vivas.

La crítica fue especialmente dura con estos tres últimos libros. Esperaban de seguro alguna continuidad con El guardián y no hallaban la empatía lograda con Caulfield en esa familia de locos geniales, los Glass, cuya inteligencia desmesurada sólo podía defenderse de sí misma con el arrobamiento de la religiosidad. Pero en esos personajes y en esas historias estaba todo el buceo en su alma ermitaña.

Para evocarlo en su real dimensión, me basta un parlamento de Holden Caulfield emocionado con sus libros favoritos:

Y luego, solo silencio literario. Ni una publicación más, aunque siguió escribiendo. Su familia, sus hijos, sus núbiles novias. No fue un buen padre, ni un buen esposo, bordeó la pedofilia. Habría sido un buen candidato al cadalso del #MeToo. De todo esto queda ese puñado de libros con sus entrañables personajes. Y quedamos millones de lectores del más diverso pelambre, pues si algo no fue nunca Salinger fue un bicho para académicos. En ediciones rústicas

Lo que me alucina son esos libros que, cuando terminas de leerlos, te hacen desear que su autor fuera tu amigo del alma y pudieras llamarlo por teléfono cuando te apeteciera.

Todavía hoy quiero hacerle una llamada a Jerome David Salinger.

Fuentes Salinger, J. (1994). El guardián entre el centeno, trad. Carmen Criado, Madrid, Alianza Editorial. Shields, D. y Salerno, Sh. (2014). Salinger, Barcelona, Seix Barral.

Orlando Gallo Isaza es poeta y se desempeña como como magistrado del Tribunal Superior de Medellín.

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J. D. Salinger: el ruido del silencio Efrén Giraldo

El primero de enero del 2019 se cumplieron

cien años del nacimiento de J. D. Salinger, el escritor norteamericano que ayudó a dar forma a una idea netamente contemporánea: el escritor de culto, “secreto”. Una figura que, como recuerda Vila-Matas, resulta paradójica, pues para que un escritor sea furtivo todo el mundo debe conocerlo, pero nadie debe saber dónde está. Aunque, bien mirado, el escritor escondido parece ser el reducto de una alta cultura que sobrevive a contrapelo. Habita en un silencio que resulta anómalo por ser una especie de hiato negativo en medio del bullicio.

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Como se sabe, a su regreso de la guerra, Salinger publicó su trabajo más conocido, El guardián entre el centeno (1951), el cual le dio una fama extraordinaria, además de grandes beneficios económicos. —aún es una obra de la que se venden doscientos cincuenta mil ejemplares en los Estados Unidos cada año, pues hace parte del plan obligatorio de lecturas escolares—. Salinger tuvo el manuscrito consigo en el frente de batalla, y ajustó diez años con él en sus manos, lo que, según sus propias palabras, lo mantuvo con vida hasta el desembarco en Normandía. Holden Caulfield, el joven protagonista de esa novela, se convirtió en un emblema generacional y en una rica veta de producción editorial. Con tal personaje y su voz rebelde, Salinger mostró un filón narrativo del que se aprovecharía la industria cultural: el rito de paso a la adultez. Se trata de una nueva encarnación de la bildungsroman popularizada en el Romanticismo, y que testimonia lo que solo en los años sesenta se supo a ciencia cierta: que los jóvenes son un público de consumidores fundamental para el capitalismo tardío. Febrero | 2019

Mónica Naranjo Uribe, Berlin half-stories (serie de 65 dibujos y textos), dibujo a lápiz con coloreado e impresión digital, 20 x 20 cm, 2007-2008

Solo que los tiempos habían cambiado. Mientras Werther de Goethe produjo una serie de suicidios de la mano de la recién descubierta interioridad, El guardián entre el centeno generó atentados contra figuras públicas, representantes de esa “cultura falsa” que reprochaba el protagonista. Lectores entusiastas del libro fueron, por ejemplo, Mark David Chapman, quien mató a John Lennon en 1980; John Hinckley Jr., quien disparó a Ronald Reagan en 1981, y Robert Bardo, quien abaleó en 1989 a la actriz Rebecca Schaeffer. En el caso de Chapman, es sorprendente que comprara un ejemplar el mismo día del asesinato y lo firmara con una inscripción que rezaba: “Esta es mi declaración”. Luego de disparar a Lennon en la entrada de su apartamento, Chapman se sentó en la acera de enfrente y en el momento de la captura entregó a la policía su ejemplar del libro. Hinckley, como sabemos, hizo algo parecido.


Más allá de estas apropiaciones siniestras de su obra, sobre las que Salinger nunca se pronunció, el destino solitario de esta novela contrasta con el de los cuentos. Desde 1940, Salinger había empezado a publicar historias en revistas, lo que le permitió alcanzar un lugar propio en la exigente tradición del cuento norteamericano, que tuvo en las publicaciones periódicas el lugar de distribución para las masas de lectores. Hoy tenemos tres libros que recogen esas incursiones y que juntos arman una verdadera saga: Nueve cuentos (1953), Franney y Zoey (1961), Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour, una introducción (1963). La familia Glass, protagonista de esos cuentos, y la familia Caulfield, a la que pertenece el protagonista de El guardián entre el centeno, reflejan la intención que tenía Salinger de escribir su propia versión de la nación norteamericana, un propósito que atraviesa la literatura de Estados Unidos, desde William Faulkner y Scott Fitzgerald —el escritor favorito de Salinger— hasta John Steinbeck y Cormac McCarthy, un autor que aún sigue rehuyendo el ojo publicitario. Pero más interesante que los temas de la adolescencia y el modo de ser norteamericano, es el llamativo silencio de un autor que, con su alejamiento, contribuyó a forjar una leyenda y un modelo distante del esquema dominante del escritor actual. No deja de ser ilustrativo que la reclusión de Salinger empezara con la estridente fama que le deparó El guardián entre el centeno, un libro que nunca quiso ver convertido en best-seller. La publicación de sus otros libros desató un interés por su obra y persona tan desmedido que el mismo Salinger extremó sus acciones para mantenerse alejado de la escena. Las ediciones posteriores de El guardián entre el centeno y de sus otros libros prescinden de fotografía y datos biográficos, algo que sus editores aceptaron a regañadientes. De hecho, después de la publicación de su obra maestra, decidió internarse en las montañas de Cornish, New Hampshire, un lugar de difícil acceso, y

en cuyo casco urbano los habitantes cuidaron solidariamente de la privacidad del escritor. Hay que recordar que, después de 1965, cuando el relato “Hepworth 16, 1924” salió en The New Yorker, no volvió a publicar una sola línea. Las especulaciones estuvieron al orden del día, desde las palabras maledicentes de Truman Capote, quien llegó a decir que Salinger estaba acabado, hasta la afirmación según la cual todo se trataba de un silencio orquestado para ganar notoriedad. Sin embargo, tales sospechas resultaron inexactas, después de que varios testigos revelaron que Salinger no solo seguía escribiendo con constancia, sino que lo hacía sin ánimo de ser leído. De hecho, se ha llegado a decir que entre 1965 y 2010 escribió cinco libros, entre ellos dos novelas, que al parecer empezarán a publicarse antes del año 2020 —la otra reaparición fallida, como se recuerda, fue la de una anciana Harper Lee—. Las especulaciones de un Salinger escribiendo en secreto en una especie de búnker al que nadie más accedía, y donde trabajó hasta el día de su muerte el 27 de enero del 2010, provienen de una tensión entre el autor y los violadores de su intimidad: autores de biografías y memorias, propietarios y destinatarios de cartas suyas, contra los que Salinger luchó enconadamente desde los estrados. El escritor decidió crear barreras no solo físicas, sino también judiciales. Barreras que todavía se mantienen, por ejemplo, con una cláusula de su testamento que impide llevar al cine El guardián entre el centeno. El silencio, por supuesto, no provenía solo del interés en estar fuera de las incomodidades de la publicidad y de evitar la compañía de escritores, agentes, críticos, periodistas y editores. Al parecer, buscaba apartarse de las exigencias creadas por la carrera literaria, con sus obligaciones mediáticas y sociales. En 1974, en una de las pocas entrevistas que concedió —con motivo de la circulación no autorizada 2019 | Febrero

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de sus primeros cuentos—, dijo por teléfono a la periodista Lacey Fisbourgh de The New York Times que vivía una gran “tranquilidad proveniente de no publicar”. En 1988, el investigador Ian Hamilton publicó una biografía, En busca de J. D. Salinger, basada en la correspondencia del escritor, cuyas abundantes cartas a amantes jóvenes habían aparecido poco antes. Varios pleitos judiciales interpuestos por Salinger impidieron que Hamilton pudiera citar esas epístolas, en el entendido de que, aunque los poseedores de los objetos físicos eran otros, el contenido pertenecía solamente a su autor.

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Crear muros legales alrededor de su privacidad atrajo una atención que en cualquier caso era indeseada. La imagen de Salinger golpeando a un par de paparazzi que lo alcanzaron a fotografiar en Jacksonville, Florida, en 1988 es proverbial. En 1980, la periodista Betty Epps capturó su imagen de espaldas, después de una entrevista fallida. Los registros posteriores son escasos. Las más recordadas fotografías siguen siendo, tal vez, las tomas clandestinas que un joven fotógrafo de la revista Life le hizo en 1961. Allí se le ve en ropa de trabajo, como un obrero cualquiera, una indumentaria con la que al parecer escribía en largas horas de encierro. La figura autoral de Salinger no solo fue elusiva para los fotógrafos. Como el personaje de El guardián entre el centeno, odiaba también las cámaras cinematográficas, y por ello no hay registros públicos de su imagen en movimiento. En el año 2009, le tomaron varias fotos mientras caminaba con dificultad hacia su automóvil, lo que ofreció lo más parecido a una captura de su imagen en movimiento. Las violaciones a su intimidad también vinieron de su círculo más íntimo, pues en el año 2000 su hija Margaret publicó El guardián de los sueños, un libro de recuerdos en el que hizo Febrero | 2019

un retrato harto desfavorable. La imagen de ella y su hermano ante la bóveda donde el padre escribía es elocuente. El otro hijo de Salinger, Matthew, un actor de Hollywood que llegó a personificar al Capitán América en los años noventa, ha evitado referirse a su padre y a la posible obra inédita. Joyce Maynard, su examante, a la que Salinger conoció con dieciocho años cuando él tenía cincuenta y dos, publicó un libro de memorias en 1998 y subastó sus cartas. El interés en el autor neoyorquino y su ocultamiento no disminuyó con los años y siguen apareciendo biografías, documentales y películas inspirados en el que, quizás excluyendo a Emily Dickinson, haya sido el creador furtivo más célebre de los Estados Unidos. La imagen de un autor exitoso que abandona la publicación de sus obras para dedicarse al cultivo exclusivo de su escritura se ha convertido en un símbolo. En el 2010, Kenneth Slawesnki publicó una nueva biografía, J. D. Salinger, una vida oculta, y en el 2013 vio la luz Salinger, un documental de Shane Salerno, cuyo interés es doble, pues aparecen imágenes y testimonios nunca conocidos sobre Salinger, así como el anuncio de los libros que al parecer el autor dejó con instrucciones precisas de publicación. Salerno publicó también un libro con David Shields, The private war of J. D. Salinger, en el que lo biográfico y la recepción pública son los temas principales. ¿Por qué este excesivo celo, este aprecio radical de la privacidad de alguien que, así no lo quisiera, fue un hombre público, con una obra influyente como pocas? ¿Por qué un interés tan fuerte del público, no del todo en la obra, sino en su figura y en su consistencia como figura autoral? ¿Es posible que una obra se valga por sí misma sin la intervención de su creador? Esas son las preguntas primarias que el caso Salinger deja para la historia de la literatura, pero también forman una interrogación profunda para el mundo contemporáneo.


17 Mónica Naranjo Uribe, Berlin half-stories (serie de 65 dibujos y textos), dibujo a lápiz con coloreado e impresión digital, 20 x 20 cm, 2007-2008

Hay que decir, primero, que existe una respetable tradición norteamericana de alejamiento público del escritor: Emily Dickinson, Harper Lee, Cormac McCarthy, Thomas Pynchon vienen a la mente. Fueron vidas que por su silencio se volvieron también literarias. Por alguna razón, la sociedad donde la alta cultura había logrado con facilidad pasar a la cultura de masas, produjo el curioso destino del escritor que se esconde. Blanchot, Gracq, Castaneda, Traven vienen a la memoria cuando pensamos en otros contextos. Con los Estados Unidos, esa “pesadilla con aire acondicionado” de la que hablaba Henry Miller, estamos ante una sociedad en la que todo es masivo, y el culto a la personalidad es la norma. Allí parece necesario desaparecer, hacerse invisible, para poder afirmar

legítimamente el yo y hacer valer la condición de artista. La singularidad, de manera extraña, parece obtenerse solo por evasión y sustracción. El “estilo americano”, lo sabemos, es el estilo del mundo. Y ante ello solo cabe retraerse. Y curiosamente, este silencio prueba, para nuestros días, algo que ha señalado ya el crítico Boris Groys: que hoy no es el autor quien produce la obra, sino la obra la que produce al autor. Las obras son ademanes que tienen por función producir al productor mismo, en medio de una feria ambulante de mercancías. No importan ya el escritor o la escritora, sino la figura autoral, la serie de fuerzas que se usan para poner de presente una condición de la cual las obras son apenas efectos. Es la era de la gesticulación. 2019 | Febrero


Como el intelectual, el escritor no es hoy más que una figura persistente de la alta cultura que, una vez pasa a vivir bajo las condiciones de la economía creativa, no logra escapar a la más elemental autoexplotación. Comprometido en giras, obligado a firmar libros, a dar reportajes, a participar de lanzamientos y ferias, no parece tener mucho tiempo para las dedicaciones extremas —y mucho menos solitarias— a la obra. La autonomía estética ha concluido. El escritor no busca hacer, sino hacer valer su imagen.

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El retiro de Salinger, Gracq y compañía parece ingenuo, es cierto, pero también hace surgir una inquietud sobre el nuevo productivismo que se ha afincado en el arte y la literatura, sobre la nueva cultura del rendimiento que se ha posesionado del mundo literario. Y es que, si el escritor genuinamente escondido es hoy una rareza, no lo es el nuevo espécimen que han creado el mercado editorial y la academia: el autor que se autopromueve. Un prosélito de su propia obra, que pone más atención en la inserción, la publicidad y la legitimación que en la creación misma. La visibilidad, las relaciones y la eficiencia aparecen como las nuevas tiranías. Están los que se prestan para el autobombo ante las cámaras, que se prosternan ante los reportajes o que se obligan a opinar sobre todo para aparecer como verdaderas conciencias sociales. Y están los que, presas del nuevo furor de las redes sociales, muestran que su obra es leída, que su obra existe, y hasta piden atención a los lectores. Está también la subespecie, más vergonzante aun, de los escritores -profesores, que ya no actúan ante las masas, sino en las universidades, donde la academia y la investigación de élite están cada vez más puestas al servicio de la agenda del mercado. Ya no es raro encontrar a artistas y escritores que participan de congresos en los que ellos son el tema o que buscan “tesistas” y articulistas para comentar sus obras. La falta de imparcialidad ha dado lugar a la más desaliñada desvergüenza. Febrero | 2019

Podría decirse que estas conductas no son propias de campos literarios como el norteamericano, donde existen la crítica y la edición como profesiones, pero sí resulta evidente que la propaganda y la mediación de fuertes intereses comerciales, con el modelo de Facebook e Instagram a la vista, marcan la pauta. La misma academia parece más interesada en ceder a los intereses inmediatos, que en ocuparse de la tradición o de las producciones experimentales, únicas capaces de riesgos estéticos. El autor en medios, el autor en la academia, el autor en la crítica, el autor burócrata, aparecen ruidosamente en sociedades donde la mediación carece de vigor, donde no hay crítica ni un sistema editorial sano y los creadores tienen que imponerse a la fuerza. Pero es algo que terminará por extenderse. A casi nadie le interesa algo tan difuso como la calidad, ese valor aristocrático que solo el tiempo se encarga de aclarar. El silencio de Salinger, la ausencia de palabras y de proselitismo están indisolublemente ligados a su misma obra. Leemos unas narraciones que poco necesitaron de la acción pública de su autor. La integridad no parece ser entonces, en su caso, solo un problema moral, sino también estético. Como se sabe, “novels grow in the dark” (“las novelas crecen en la oscuridad”). En el documental del año 2013, E. L. Doctorow dice que la obra de Salinger “trata sobre la inocencia y sobre los daños causados sobre la inocencia del mundo”. De seguro, el más resonante de los escritores ocultos no quiso ser ejemplarizante, y solo reveló una aversión a la compañía de los colegas. Con su retiro logró articular un gesto bello e inútil, pero lleno de significado. La inocencia de hoy es probablemente distinta y quizás solo resulta necesario volver a los privilegios de la marginalidad. En el silencio de Salinger se halla un destino, pero también una vocación. Efrén Giraldo. Escritor, crítico y profesor universitario. Trabaja en la Universidad Eafit.


Un día perfecto para el pez banana J. D. Salinger

En el hotel había noventa y siete publicitarios

neoyorquinos, y monopolizaban las líneas telefónicas de larga distancia de tal manera que la chica del 507 tuvo que esperar su llamada desde el mediodía hasta las dos y media de la tarde. Pero no perdió el tiempo. En una revista femenina de bolsillo leyó una nota titulada “El sexo es divertido... o infernal”. Lavó su peine y su cepillo. Quitó una mancha de la falda de su traje beige. Corrió un poco el botón de la blusa de Saks. Se arrancó los dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Cuando, por fin, la operadora la llamó, estaba sentada al lado de la ventana y casi había terminado de pintarse las uñas de la mano izquierda. Era una chica a la que una llamada telefónica no le hacía gran efecto. Daba la impresión de que el teléfono hubiera estado sonando constantemente desde que ella alcanzó la pubertad.

—Gracias —contestó la chica, e hizo lugar en la mesita de luz para el cenicero. A través del auricular llegó una voz de mujer: —¿Muriel? ¿Eres tú? La chica alejó un poco el auricular del oído. —Sí, mamá. ¿Cómo estás? —dijo. —He estado preocupadísima por ti. ¿Por qué no llamaste? ¿Estás bien? —Traté de telefonear anoche y anteanoche. Los teléfonos acá han...

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—¿Estás bien, Muriel? La chica aumentó un poco más el ángulo entre el auricular y su oreja.

Mientras el teléfono llamaba, con el pincelito del esmalte se repasó la uña del dedo meñique, acentuando el borde de la luna. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del asiento junto a la ventana un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de luz, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya tendida y —ya era la cuarta o quinta llamada— levantó el tubo del teléfono.

—Estoy perfectamente. Con calor. Este es el día más caluroso que ha habido en la Florida desde...

—Hola —dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que tenía puesto, salvo las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de baño.

—Le dije a tu padre que seguramente llamarías anoche. Pero no, él tenía que... ¿Estás bien, Muriel? Dime la verdad.

—Su llamada a Nueva York, señora Glass — dijo la operadora.

—¿Por qué preocupada...

no

llamaste?

Estuve

tan

—Mamá, querida, no me grites. Puedo oírte perfectamente —dijo la chica—. Anoche te llamé dos veces. Una vez justo después...

—Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo. —¿Cuándo llegaron? 2019 | Febrero


—No sé... el miércoles, a la madrugada. —¿Quién manejó? —El —dijo la chica—. Y no te asustes. Condujo bien. Yo misma estaba asombrada. —¿Manejó él? Muriel, me diste tu palabra de que... —Mamá —interrumpió la chica—, acabo de decírtelo. Condujo perfectamente. No pasamos de ochenta en todo el camino, esa es la verdad. —¿No trató de hacerse el tonto otra vez con los árboles?

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—Vuelvo a repetirte que manejó muy bien, mamá. Vamos, por favor. Le pedí que se mantuviera cerca de la línea blanca del centro, y todo lo demás, y entendió perfectamente, y lo hizo. Hasta se esforzaba por no mirar los árboles... podía notarse. Entre paréntesis, ¿papá hizo arreglar el auto? —Todavía no. Piden cuatrocientos dólares, sólo para... —Mamá, Seymour le dijo a papá que pagaría él. No hay motivo, entonces...

Mónica Naranjo Uribe, Berlin half-stories (serie de 65 dibujos y textos), dibujo a lápiz con coloreado e impresión digital, 20 x 20 cm, 2007-2008

—Está bien, está bien. Me llama Miss Buscona Espiritual 1948 —dijo la chica, con una risita. —No tiene nada de gracioso, Muriel. Nada de gracioso. Es horrible. Realmente, es triste. Cuando pienso cómo... —Mamá —interrumpió la chica—, escúchame. ¿Te acuerdas de aquel libro que me mandó de Alemania? Acuérdate... esos poemas en alemán. ¿Qué hice con él? Me he estado rompiendo la cabeza...

—Bueno, ya veremos. ¿Cómo se portó? Digo, en el auto y demás...

—Tú lo tienes.

—Muy bien —dijo la chica.

—¿Estás segura? —dijo la chica.

—¿Siguió llamándote con ese horroroso...? —No. Ahora tiene uno nuevo. —¿Cuál? —Mamá... ¡qué importancia tiene! —Muriel, insisto en saberlo. Tu padre... Febrero | 2019

—Por supuesto. Es decir, lo tengo yo. Está en el cuarto de Freddy. Lo dejaste aquí y no había lugar en la... ¿Por qué? ¿Él te lo pidió? —No. Simplemente me preguntó por él, cuando veníamos en el auto. Me preguntó si lo había leído. —¡Pero está en alemán! —Sí, querida. Ese detalle no tiene importancia —dijo la chica, cruzando las piernas—. Dijo


que casualmente los poemas habían sido escritos por el único gran poeta de este siglo. Me dijo que debería haber comprado una traducción o algo así. O aprendido el idioma... nada menos... —Espantoso. Espantoso. En verdad es triste. Anoche dijo tu padre.

—Nunca lo oí nombrar. —De todos modos, dicen que es muy bueno. —Muriel, por favor, no seas inconsciente. Estamos muy preocupados por ti. Lo cierto es que... anoche tu padre estuvo a punto de cablegrafiarte que volvieras inmediatamente a casa...

.. —Un segundito, mamá —dijo la chica. Cruzó hasta el asiento junto a la ventana en busca de sus cigarrillos, encendió uno y volvió a sentarse en la cama—. ¿Mamá? —dijo, exhalando el humo.

—Por ahora no pienso volver, mamá. Así que tómalo con calma...

—Muriel... mira, escúchame.

—Mamá, acabo de llegar. Hace años que no me tomo vacaciones, y no pienso meter todo en la valija y volver a casa porque sí —dijo la chica—. De cualquier modo, ahora no podría viajar. Estoy tan quemada por el sol que ni me puedo mover.

—Te estoy escuchando. —Tu padre habló con el doctor Sivetski. —¿Ajá? —dijo la chica. —Le contó todo. Por lo menos, así me dijo... ya sabes cómo es tu padre. Los árboles. Ese asunto de la ventana. Las cosas horribles que le dijo a la abuela acerca de sus proyectos sobre la muerte. Lo que hizo con esas fotos tan hermosas de las Bermudas... todo.

—Muriel... palabra... El doctor Sivetski dijo que Seymour podía perder por completo la...

—¿Te quemaste mucho? ¿No usaste ese bronceador que te puse en la valija? Está... —Lo usé. Me quemé lo mismo. —¡Qué horror! ¿Dónde te quemaste? —Me quemé toda, mamá, toda.

—¿Y entonces...? —dijo la chica.

—¡Qué horror!

—En primer lugar, dijo que era un verdadero crimen que el ejército lo hubiera dado de alta en el hospital. Palabra. En definitiva, dijo a tu padre que hay una posibilidad... una posibilidad muy grande, dijo, de que Seymour pierda por completo la cabeza. Te lo juro.

—No me voy a morir.

—Aquí en el hotel hay un psiquiatra —dijo la chica.

—Dime, ¿le hablaste a ese psiquiatra? —Bueno... sí... más o menos... —dijo la chica. —¿Qué dijo? ¿Dónde estaba Seymour cuando le hablaste?

—¿Quién? ¿Cómo se llama?

—En la Sala Océano, tocando el piano. Tocó el piano las dos noches que hemos pasado aquí. —Bueno, ¿qué dijo?

—No sé. Rieser o algo así. Dicen que es muy bueno.

—¡Oh, no mucho! Él fue el primero en hablar. Yo estaba sentada anoche a su lado, jugando al 2019 | Febrero

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Bingo, y me preguntó si el que tocaba el piano en la otra sala era mi marido. Le dije que sí, y me preguntó si Seymour no había estado enfermo o algo por el estilo. Entonces yo le dije... —¿Por qué te hizo esa pregunta? —No sé, mamá. Tal vez porque lo vio tan pálido, y qué sé yo —dijo la chica—. La cuestión es que después de jugar al Bingo, él y su mujer me invitaron a tomar una copa. Y yo acepté. La mujer es espantosa. ¿Te acuerdas de aquel vestido de noche tan horrible que vimos en la vidriera de Bonwit? Que tú dijiste que había que tener un chico, chiquísimo... —¿El verde? —Lo tenía puesto. Con esas caderas. Se la pasó preguntándome si Seymour estaba emparentado con esa Suzanne Glass que tiene una tienda en la avenida Madison... la mercería...

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—¿Pero él qué dijo? El médico. —¡Ah! sí... Bueno... en realidad, mucho no dijo. Sabes, estábamos en el bar. Había un bochinche terrible. —Sí, pero... ¿le... le dijiste lo que trató de hacer con el sillón de la abuela? —No, mamá. No abundé en detalles —dijo la chica—. Seguramente podré hablarle de nuevo. Se pasa todo el día en el bar. —¿No dijo si había alguna posibilidad de que pudiera ponerse... tú sabes, raro, o algo así...? ¿De que pudiera hacerte algo...?

Mónica Naranjo Uribe, Berlin half-stories (serie de 65 dibujos y textos), dibujo a lápiz con coloreado e impresión digital, 20 x 20 cm, 2007-2008

—¿Cómo es la ropa este año? —Terrible. Pero encantadora. Por todos lados se ven lentejuelas —dijo la chica. —¿Y tu habitación? —Está bien. Pero nada más que eso. No pudimos conseguir la habitación que nos daban antes de la guerra —dijo la chica—. Este año la gente es un espanto. Tendrías que ver a los que se sientan al lado nuestro en el comedor. Parece que hubieran venido en un camión. —Bueno, en todas partes es igual. ¿Y tu vestido tipo bailarina?

—En realidad, no —dijo la chica—. Necesita conocer más detalles, mamá. Tienen que saber todo sobre la infancia de uno... todas esas cosas. Ya te digo, el ruido era tal que apenas podíamos hablar.

—Demasiado largo. Te dije que era demasiado largo.

—En fin. ¿Y tu abrigo azul?

—Sí, mamá —dijo la chica—. Por enésima vez.

—Bien. Le aliviané un poco el forro.

—¿Y no quieres volver a casa?

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—Muriel, te lo voy a preguntar una vez más... ¿En serio estás bien?


—No, mamá. —Tu padre dijo anoche que estaría encantado de hacerse cargo si quisieras irte sola a algún lado y pensarlo bien. Podrías hacer un hermoso crucero. Los dos pensamos... —No, gracias —dijo la chica, y descruzó las piernas—. Mamá, esta llamada va a costar una flor... —Cuando pienso cómo estuviste esperando a ese muchacho durante toda la guerra... quiero decir, cuando una piensa en esas esposas tan locas que... —Mamá —dijo la chica—. Colguemos. Seymour puede llegar en cualquier momento.

—¡Si no tiene ningún tatuaje! ¿O acaso se hizo tatuar cuando estaba en la guerra? —No, mamá. No, querida —dijo la chica, y se puso de pie—. Escúchame, a lo mejor te llamo otra vez mañana. —Muriel. Hazme caso. —Sí, mamá —dijo la chica, cargando su peso sobre la pierna derecha. —Llámame en el mismo momento en que haga, o diga, algo raro..., tú me entiendes. ¿Me oyes? —Mamá, no le tengo miedo a Seymour.

—¿Dónde está?

—Muriel, quiero que me lo prometas.

—En la playa.

—Bueno, te lo prometo. Adiós, mamá —dijo la chica—. Cariños a papá —colgó.

—¿En la playa? ¿Solo? ¿Se porta bien en la playa? —Mamá —dijo la chica—. Hablas de él como si fuera un loco furioso. —No dije nada de eso, Muriel. —Bueno, esa es la impresión que das. Mira, todo lo que hace es estar tendido en la arena. Ni siquiera se quita la salida de baño. —¿No se quita la salida de baño? ¿Por qué no? —No lo sé. Tal vez porque tiene la piel tan blanca. —Dios mío, necesita tomar sol. ¿Por qué no lo obligas? —Lo conoces muy bien —dijo la chica, y volvió a cruzarse de piernas—. Dice que no quiere tener un montón de imbéciles alrededor mirándole el tatuaje.

—Ver más vidrio (*) —dijo Sybil Carpenter, que estaba alojada en el hotel con su mamá—. ¿Viste más vidrio? —Gatita, por favor, no sigas repitiendo eso. La vas a enloquecer a mamita. Quédate quieta, por favor. La señora Carpenter untaba la espalda de Sybil con bronceador, repartiéndolo sobre sus omóplatos, delicados como alas. Sybil estaba precariamente sentada en una enorme y tensa pelota de playa, mirando el océano. Usaba un traje de baño de color amarillo canario, de dos piezas, una de las cuales no necesitaría realmente por nueve o diez años más. —En verdad no era más que un pañuelo de seda común... una podía darse cuenta cuando se acercaba a mirarlo —dijo la mujer sentada en la reposera contigua a la de la señora Carpenter—. Ojalá supiera cómo lo anudó. Era una preciosura. 2019 | Febrero

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—Por lo que usted me dice, parece precioso —asintió la señora Carpenter. —Quédate quieta, Sybil, gatita... —¿Viste más vidrio? —dijo Sybil. La señora Carpenter suspiró. —Muy bien —dijo. Tapó el frasco de bronceador—. Ahora vete a jugar, gatita. Mamita va a ir al hotel a tomar un copetín con la señora Hubbel. Te traeré la aceituna. Cuando quedó en libertad, Sybil corrió de inmediato hacia la parte asentada de la playa y echó a andar hacia el Pabellón de los Pescadores. Se detuvo únicamente para hundir un pie en un castillo inundado y derruido, y enseguida dejó atrás la zona reservada a los clientes del hotel.

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Caminó cerca de medio kilómetro y de pronto echó a correr oblicuamente, alejándose del agua hacia las arenas flojas. Se detuvo al llegar al sitio en que un hombre joven estaba echado de espaldas.

Mónica Naranjo Uribe, Berlin half-stories (serie de 65 dibujos y textos), dibujo a lápiz con coloreado e impresión digital, 20 x 20 cm, 2007-2008

—Mi papá llega mañana en avión —dijo Sybil, pateando la arena. —No me tires arena a la cara, nena —dijo el joven, tomando con una mano el tobillo de Sybil—. Bueno, era hora de que tu papi llegara. Lo he estado esperando cada minuto. Cada minuto.

—¿Vas a ir al agua, ver más vidrio? —dijo.

—¿Dónde está la señora?

El joven se sobresaltó, y se llevó la mano derecha, instintivamente, a las solapas de su salida de baño. Se volvió boca abajo, dejando caer una toalla enrollada como una salchicha que tenía sobre los ojos, y miró de reojo a Sybil.

—¿La señora? —el joven hizo un movimiento, sacudiéndose la arena del pelo ralo—. Difícil saberlo, Sybil. Puede estar en miles de lugares. En la peluquería. Haciéndose teñir el pelo de color visón. O haciendo muñecos para los chicos pobres en su habitación.

—¡Ah!, hola Sybil. —¿Vas a ir al agua? —Te estaba esperando —dijo el joven—. ¿Qué hay de nuevo?

Poniéndose boca abajo cerró los dos puños, apoyó uno encima del otro y acomodó el mentón sobre el de arriba.

—¿Qué? —dijo Sybil.

—Pregúntame algo más, Sybil —dijo—. Tienes un traje de baño muy lindo. Si hay algo que me gusta, es un traje de baño azul.

—¿Qué hay de nuevo? ¿Qué programa tenemos?

Sybil lo miró fijo, y después contempló su barriga sobresaliente.

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—Este es amarillo —dijo—. Es amarillo.

—¿Qué?

—¿En serio? Acércate un poco más.

—Hice de cuenta que eras tú.

Sybil dio un paso adelante.

Sybil inmediatamente bajó la cabeza y empezó a cavar en la arena.

—Tienes toda la razón del mundo. Qué tonto soy. —¿Vas a ir al agua? —dijo Sybil. —Lo estoy considerando seriamente, Sybil. Lo estoy pensando muy en serio, si quieres saberlo. Sybil hundió los dedos en el flotador de goma que el joven usaba a veces como almohadón. —Necesita aire —dijo. —Es verdad. Necesita más aire de lo que estoy dispuesto a reconocer —retiró los puños y dejó que el mentón descansara en la arena—. Sybil —dijo—, estás muy linda. Es un gusto verte. Cuéntame algo de ti —estiró los brazos hacia adelante y tomó en sus manos los dos tobillos de Sybil—. Yo soy capricorniano. ¿Cuál es tu signo? —Sharon Lipschutz dijo que la dejaste sentarse a tu lado en el taburete del piano —dijo Sybil. —¿Sharon Lipschutz dijo eso? Sybil asintió enérgicamente. Le soltó los tobillos, encogió los brazos y recostó el costado de la cara en el antebrazo derecho. —Bueno —dijo—. Tú sabes cómo son estas cosas, Sybil. Yo estaba sentado ahí, tocando. Y tú te habías perdido de vista totalmente y vino Sharon Lipschutz y se sentó a mi lado. No podía sacarla de un empujón, ¿no es cierto? —Sí que podías. —!Ah!, no. No era posible —dijo el joven—. Pero, ¿sabes lo que hice, en cambio?

—Vamos al agua —dijo. —Bueno —replicó el joven—. Creo que puedo arreglarme para hacerlo. —La próxima vez, sácala de un empujón —dijo Sybil. —¿Que saque a quién? —A Sharon Lipschutz. —¡Ah!, Sharon Lipschutz —dijo él—. ¡Cómo aparece siempre ese nombre! Mezcla de recuerdos y deseos —repentinamente se puso de pie y miró el mar—. Sybil —dijo—, ya sé lo que podemos hacer. Vamos a tratar de pescar un pez banana. —¿Un qué? —Un pez banana —dijo, y desanudó el cinto de su salida de baño. Se la quitó. Tenía los hombros blancos y angostos y el pantalón de baño era azul eléctrico. Plegó la salida, primero a lo largo, después en tres dobleces. Desenrolló la toalla que había puesto sobre los ojos, la tendió sobre la arena y puso encima la salida plegada. Se agachó, recogió el flotador y lo sujetó bajo su brazo derecho. Luego, con la mano izquierda tomó la de Sybil. Los dos echaron a andar hacia el mar. —Me imagino que ya habrás visto unos cuantos peces banana —dijo el joven. —¿En serio que no? Pero, ¿dónde vives, entonces? —No sé —dijo Sybil. 2019 | Febrero

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—Claro que sabes. Tienes que saber. Sharon Lipschutz sabe dónde vive, y no tiene más que tres años y medio. Sybil se detuvo y de un tirón arrancó su mano de la de él. Recogió una conchilla común y la observó con estudiado interés. Luego la tiró. —Whirly Wood, Connecticut —dijo, y echó nuevamente a andar, con la barriga hacia adelante. —Whirly Wood, Connecticut —dijo el joven—. ¿Eso, por casualidad, no está cerca de Whirly Wood, Connecticut? Sybil lo miró: —Ahí es donde vivo —dijo con impaciencia—. Vivo en Whirly Wood, Connecticut. Se adelantó unos pasos, tomó el pie izquierdo con la mano izquierda y dio dos o tres saltos.

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Mónica Naranjo Uribe, Berlin half-stories (serie de 65 dibujos y textos), dibujo a lápiz con coloreado e impresión digital, 20 x 20 cm, 2007-2008

—No te imaginas cómo eso aclara todo —dijo él.

—Mucho. ¿A ti no?

Sybil soltó su pie: —¿Has leído “El negrito sambo”? —dijo.

Sybil asintió con la cabeza. —¿Te gustan las aceitunas? —preguntó.

—Es gracioso que me preguntes eso —dijo él—. Da la casualidad que acabé de leerlo anoche —se inclinó y volvió a tomar la mano de Sybil—. ¿Qué te pareció? —le preguntó. —¿Los tigres corrían todos alrededor de ese árbol? —Creí que nunca iban a parar. Jamás vi tantos tigres. —No eran más que seis —dijo Sybil. —¡Nada más que seis! —dijo el joven—. ¿Y dices nada más? —¿Te gusta la cera? —preguntó Sybil. —¿Si me gusta qué? —dijo el joven. —La cera. Febrero | 2019

—¿Las aceitunas?... Sí. Las aceitunas y la cera. Nunca voy a ningún lado sin ellas. —¿Te gusta Sharon Lipschutz? —preguntó Sybil. —Sí. Sí, me gusta. Lo que me gusta más que nada de ella es que nunca les hace cosas feas a los perritos en la sala del hotel. Por ejemplo, a ese bulldog enano de la señora canadiense. Te resultará difícil creerlo, pero hay algunas nenas que se divierten mucho molestándolo con los palitos de los globos. Pero Sharon, jamás. Nunca es mala ni grosera. Por eso la quiero tanto. Sybil no dijo nada. —Me gusta masticar velas —dijo ella, por último. —¡Ah!, ¿y a quién no? —dijo el joven mojándose los pies—. ¡Caracoles! Está fría. —Dejó


caer el flotador en el agua—. No, espera un segundo, Sybil. Espera a que estemos un poquito más afuera.

—¿Qué pasa con quiénes?

Avanzaron hasta que el agua llegó a la cintura de Sybil. Entonces el joven la levantó y la depositó boca abajo en el flotador.

—Bueno, ¿te refieres a después de comer tantas bananas que no pueden salir del pozo?

—¿Nunca usas gorra de baño ni nada de eso? —preguntó. —No me sueltes —dijo Sybil—. Sujétame, ¿quieres? —Señorita Carpenter. Por favor. Yo sé lo que estoy haciendo —dijo el joven—. Sólo ocúpate de ver si aparece un pez banana. Hoy es un día perfecto para peces banana. —No veo ninguno —dijo Sybil. —Es muy posible. Sus costumbres son muy curiosas. Muy curiosas. Siguió empujando el flotador. El agua no le alcanzaba al pecho. —Llevan una vida muy triste —dijo—. ¿Sabes lo que hacen, Sybil?

—Con los peces banana.

—Sí —dijo Sybil. —Mira, lamento decírtelo, Sybil. Se mueren. —¿Por qué? —preguntó Sybil. —Contraen fiebre bananífera. Es una enfermedad terrible. —Ahí viene una ola —dijo Sybil nerviosa. —La ignoraremos. La mataremos con la indiferencia —dijo el joven—, como dos engreídos. —Tomó los tobillos de Sybil con ambas manos y empujó para adelante y para abajo. El flotador levantó la proa por encima de la ola. El agua empapó los cabellos rubios de Sybil, pero sus gritos eran de puro placer. Cuando el flotador estuvo nuevamente en posición horizontal, se apartó de los ojos un mechón de pelo pegado, húmedo, y comentó: —Acabo de ver uno. —¿Un qué, mi amor?

Ella meneó la cabeza.

—Un pez banana.

—Bueno, te diré. Entran en un pozo que está lleno de bananas. Cuando entran, parecen peces como todos los demás. Pero una vez adentro, se portan como cochinos. ¿Sabes?, he oído hablar de peces banana que han entrado nadando en pozos de bananas y llegaron a comer setenta y ocho bananas —empujó al flotador y a su pasajera treinta centímetros más cerca del horizonte—. Claro, después de eso engordan tanto que no pueden volver a salir. No pasan por la puerta.

—¡No, por Dios! —dijo el joven—. ¿Tenía alguna banana en la boca?

—No vayamos tan lejos —dijo Sybil—. ¿Y qué pasa después con ellos?

—¿Cómo, eh? Ahora volvamos. ¿Ya te divertiste bastante?

—Sí —dijo Sybil—. Seis. El joven de pronto tomó uno de los empapados pies de Sybil que colgaban por el borde del flotador y le besó la planta. —¡Eh! —dijo volviéndose.

la

propietaria

del

pie,

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—¡No! —Lo siento —dijo, y empujó el flotador hacia la playa hasta que Sybil descendió. El resto del camino lo llevó bajo el brazo. —Adiós —dijo Sybil y salió corriendo, sin lamentarlo, en dirección al hotel. El joven se puso la salida de baño, cruzó bien sus solapas y metió la toalla en el bolsillo. Recogió el flotador mojado y resbaloso y lo acomodó bajo el brazo. Caminó solo, trabajosamente, por la arena caliente, blanda, hasta el hotel.

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En el primer nivel de la planta baja del hotel —que los bañistas debían usar según instrucciones de la gerencia— entró con él en el ascensor una mujer con la nariz cubierta de pomada de zinc. —Veo que me está mirando los pies —dijo él, cuando el ascensor se puso en marcha. —¿Cómo dice? —dijo la mujer. —Dije que veo que me está mirando los pies. —¡Cómo dijo! Casualmente estaba mirando el piso —dijo la mujer, y se dio vuelta enfrentando las puertas del ascensor. —Si quiere mirarme los pies, dígalo —dijo el joven—. Pero, maldita sea, no trate de hacerlo con tanto disimulo. —Déjeme salir, por favor —dijo rápidamente la mujer a la ascensorista. Las puertas se abrieron y la mujer salió sin mirar hacia atrás. —Tengo los pies completamente normales y no veo por qué demonios tienen que mirármelos —dijo el joven—. Quinto piso por favor.

Febrero | 2019

Mónica Naranjo Uribe, Berlin half-stories (serie de 65 dibujos y textos), dibujo a lápiz con coloreado e impresión digital, 20 x 20 cm, 2007-2008

Sacó la llave del cuarto del bolsillo de su salida de baño. Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a valijas nuevas de cuero de vaquillona y a quitaesmalte de uñas. Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las valijas, la abrió y extrajo una automática debajo de una pila de calzoncillos y camisetas —Ortgies calibre 7.65—. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Corrió el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se descerrajó un tiro en la sien derecha. *Publicado inicialmente en The New Yorker el 31 de enero de 1948; en 1953 se incluyó en el libro Nueve cuentos. Texto tomado, con fines divulgativos, del recurso digital: http://www.bartleby.com.ar/wp-content/ uploads/Un-d%C3%ADa-perfecto-para-elpez-banana.pdf


PROGRAMACIÓN

FEBRERO/2019 académica viernes

1

8:00-9:00 a. m. // Salud oral Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario 2:00 p. m. // Hábitos y técnicas de estudio Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario

lunes

4

2:00-4:00 p. m. // Taller: Estados de ánimo Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

miércoles

6

7:00-8:00 a. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 8:00-10:00 a. m. // Hábitos y técnicas de estudio Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 10:00 a. m. // Taller: SexOral Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

9:00 a. m. // Taller: Uso responsable de los servicios de salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

2:00-3:00 p. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario

4:00 p. m. // Asesoría manejo de la ansiedad: Primera parte Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

2:00 p. m. // Orientación vocacional Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

martes 5 y miércoles 6 todo el día // Inscripciones para estudiantes: Cursos de arte y cultura para el bienestar trimestre I Inscripciones en: Portal UdeA – Bienestar Universitario Organiza: Bienestar Universitario 8:00 a. m. // Taller: Uso responsable de los servicios de salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

martes 10:00 a. m. // Orientación vocacional Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

5

7

6:30 p. m. // De garras y guerras: Reflexiones sobre el uso de los animales en el ejercicio legal de la seguridad armada desde una visión abolicionista. Con Juan Camilo Rúa Serna, escritor; y Gabriel Chica, del Programa socio-jurídico de protección jurídica a los animales Paraninfo del Edificio San Ignacio, librería Organiza: Programa Cultura Centro

8:00-9:00 a. m. // Salud oral Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario

2:00 p. m. // Hábitos y técnicas de estudio Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario

lunes

8

11

8:00-9:00 a. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

12

8:00 a. m. // Taller: Uso responsable de los servicios de salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 10:00 a. m. // Asesoría manejo de la ansiedad: Primera parte Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

miércoles

3:00 p. m. // Taller: Uso responsable de los servicios de salud Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario

viernes

2:00-4:00 p. m. // PEPA Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

martes

todo el día // Inscripciones para empleados y docentes: Cursos de arte y cultura para el bienestar trimestre I Inscripciones en: Portal UdeA – Bienestar Universitario Organiza: Bienestar Universitario

jueves

10:00 a. m.-12:00 m. // Ciclo de Conversatorios: Duelos amorosos: ¿Qué es un duelo? Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

13

7:00-8:00 a. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 8:00-10:00 a. m. // Hábitos y técnicas de estudio Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 10:00 a. m.-12:00 m. // ¿Amor, enamoramiento, apego o dependencia? Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

jueves

14

2:00-3:00 p. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

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3:00 p. m. // Taller: Uso responsable de los servicios de salud Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario

viernes

15

8:00-9:00 a. m. // Salud oral Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario 10:00 a. m.-12:00 m. // Ciclo de Conversatorios: Duelos amorosos: ¿Qué es lo que se pierde después de una ruptura? Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 2:00 p. m. // Hábitos y técnicas de estudio Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario

lunes

18

8:00-9:00 a. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 9:00 a. m. // Taller: Uso responsable de los servicios de salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 4:00 p. m. // Asesoría manejo de la ansiedad: Segunda parte Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

martes

19

8:00 a. m. // Taller: Uso responsable de los servicios de salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 10:00 a. m. // Orientación vocacional Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 2:00-4:00 p. m. // Taller: Estados de ánimo Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

miércoles

20

7:00-8:00 a. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud

30

Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

martes

8:00-10:00 a. m. // Hábitos y técnicas de estudio Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 10:00 a. m.-12:00 m. // El cuerpo en movimiento Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

jueves

21

2:00-3:00 p. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario 2:00 p. m. // Orientación vocacional Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 3:00 p. m. // Taller: Uso responsable de los servicios de salud Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario

viernes

22

8:00-9:00 a. m. // Salud oral Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario 10:00 a. m.-12:00 m. // Ciclo de Conversatorios: Duelos amorosos: Las tareas del duelo Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 2:00 p. m. // Hábitos y técnicas de estudio Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario 2:00-4:00 p. m. // PEPA Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

lunes

25

8:00-9:00 a. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

26

8:00 a. m. // Taller: Uso responsable de los servicios de salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 10:00 a. m. // Asesoría manejo de la ansiedad: Segunda parte Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 4:00 p. m. // Encuentro con el escritor + Lanzamiento del libro: Fronteras invisibles: poder, territorio y resistencia en las comunas de Medellín. Con Jaime Rafael Nieto López, Jhon Mario Muñoz Lopera, Jorge Eduardo Suárez Gómez y Paula Vargas López. Modera José Roberto Álvarez Edificio de Extensión, auditorio principal Organiza: Extensión Cultural

miércoles

27

7:00-8:00 a. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario 8:00-10:00 a. m. // Hábitos y técnicas de estudio Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

jueves

28

2:00-3:00 p. m. // Salud Estudiantil: Conoce tus deberes y derechos en salud Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario 3:00 p. m. // Taller: Uso responsable de los servicios de salud Bloque 22-310 Organiza: Bienestar Universitario 6:30-8:00 p. m. // Encuentro ciudadano convocado por la Universidad de Antioquia: ¿Por qué nos matamos? Con William Fredy Pérez, director del Instituto de Estudios Políticos de la UdeA; Alonso Salazar Jaramillo, periodista y escritor; y Juan Diego Mejía, escritor Paraninfo del Edificio San Ignacio Organiza: Programa Cultura Centro


escénicas todos los jueves 12:00 m.-1:00 p. m. // Taller libre de danza Coliseo Universitario, tercer piso, Aula Fomento Artístico y Cultural Organiza: Bienestar Universitario

hasta el sábado 9 12:00 m.-2:00 p. m. // Inscripciones: Semillero grupo de danzas Coliseo Universitario, tercer piso, Aula Fomento Artístico y Cultural Organiza: Bienestar Universitario

jueves

14 21

6.00 p. m. // Sin Fronteras: Danza Folclórica Internacional: Pasos de América: México, Puerto Rico, Colombia, Perú, Bolivia, Chile, Paraguay y Argentina Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo Entrada libre con boleta Organiza: Extensión Cultural

cine y video viernes

1

12:00 m. // Cine UdeA Ciclo: De la Sorbona a la UNAM, de Princeton a la UdeA: 50 años del campus universitario Película: “Origen”, Christopher Nolan Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217) Organiza: Extensión Cultural 4:00 p. m. // Ciclo de Cine Ver y Leer Película: “El embrujo de Shanghai”, Fernando Trueba, España, 2002

jueves

7

2:00 p. m. // Cine Indie Ciclo: La metodología del lenguaje: Sergei Eisenstein Película: “El Acorazado Potemkin” Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217) Organiza: Extensión Cultural

viernes

6:00 p. m. // Obra de teatro: Desconcierto para dos amantes Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo Entrada libre con boleta Organiza: Extensión Cultural

jueves

Biblioteca Carlos Gaviria Díaz, auditorio de la planta baja Organiza: Sistema de Bibliotecas

8

12:00 m. // Cine UdeA Ciclo: De la Sorbona a la UNAM, de Princeton a la UdeA: 50 años del campus universitario Película: “Una mente brillante”, Ron Howard Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217) Organiza: Extensión Cultural 4:00 p. m. // Ciclo de Cine Ver y Leer Película: “Sueño de fuga”, Frank Darabort, Hungría-Estados Unidos, 1994 Biblioteca Carlos Gaviria Díaz, auditorio de la planta baja Organiza: Sistema de Bibliotecas

jueves

14

2:00 p. m. // Cine Indie Ciclo: La metodología del lenguaje: Sergei Eisenstein Película: “Octubre” Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217) Organiza: Extensión Cultural

viernes

15

12:00 m. // Cine UdeA Ciclo: De la Sorbona a la UNAM, de Princeton a la UdeA: 50 años del campus universitario Película: “La teoría del todo”, James Marsh Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217) Organiza: Extensión Cultural 4:00 p. m. // Ciclo de Cine Ver y Leer

Película: “Niños del hombre”, Alfonso Cuarón, México, 2006 Biblioteca Carlos Gaviria Díaz, auditorio de la planta baja Organiza: Sistema de Bibliotecas

jueves

21

2:00 p. m. // Cine Indie Ciclo: La metodología del lenguaje: Sergei Eisenstein Película: “Iván el Terrible. Parte I” Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217) Organiza: Extensión Cultural

viernes

22

12:00 m. // Cine UdeA Ciclo: De la Sorbona a la UNAM, de Princeton a la UdeA: 50 años del campus universitario Película: “Tesis”, Alejandro Amenábar Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217) Organiza: Extensión Cultural 4:00 p. m. // Ciclo de Cine Ver y Leer Película: “El gran truco”, Christopher Nolan, Estados Unidos, 2006 Biblioteca Carlos Gaviria Díaz, auditorio de la planta baja Organiza: Sistema de Bibliotecas

miércoles

27

10:00 a. m.-12:00 m. // CineForo: Diversidades sexuales Película: “Los gustos y los colores”, Myriam Aziza, Francia, 2018 Bloque 22-302 Organiza: Bienestar Universitario

jueves

28

2:00 p. m. // Cine Indie Ciclo: La metodología del lenguaje: Sergei Eisenstein Película: “Iván el Terrible. Parte II” Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217) Organiza: Extensión Cultural

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música viernes

4

todo el día // Inscripciones: Talleres de guitarra nivel I Inscripciones en: Portal UdeA – Bienestar Universitario Organiza: Bienestar Universitario

lunes

11

todo el día // Inscripciones: Semillero coro Coliseo Universitario, tercer piso, Aula de Fomento Artístico y Cultural Organiza: Bienestar Universitario

viernes

15

6.00 p. m. // Illary: De sur a norte Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo Entrada libre con boleta Organiza: Extensión Cultural

miércoles

27

6.00 p. m. // Temporada de Piano: Con el maestro Joao Paulo Casarotti Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo Entrada libre con boleta Organiza: Extensión Cultural

jueves

28

6.00 p. m. // Música y contexto: JAURY. Música andina latinoamericana del Resguardo San Lorenzo, Caldas Edificio de Extensión, auditorio principal Entrada libre con boleta Organiza: Extensión Cultural

exposiciones todo el mes Lunes a jueves, 8:00 a. m.-5:00 p. m.; viernes, 8:00 a. m.-4:00 p. m. // Exposiciones de larga duración del MUUA • Colección de Antropología: constituida en 1943, conserva alrededor de 35.000

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objetos del patrimonio cultural de Colombia • Colección de Ciencias: Compuesta por una serie de montajes permanentes, temporales y murales enfatiza en especies nativas de animales colombianos • Colección de Historia: Memorias de una Colección Museo Universitario de la Universidad de Antioquia Organiza: MUUA 8:00 a. m.-6:00 p. m. // Exposición: El cultivo de lo humano Plazuela de San Ignacio Organiza: Programa Cultura Centro 8:00 a. m.-6:00 p. m. // Exhibición temporal: Urbana Sensación, de Armando Montoya Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo, hall Organiza: Extensión Cultural 10:00 a. m.-5:00 p. m. // Exhibición temporal: Horacio Marino Rodríguez en la Escuela de Artes y Maquinaria Edificio San Ignacio, sala de exposiciones Organizan: Extensión Cultural - Facultad de Artes

otras opciones todo el mes 8:00 a. m.-5:00 p. m. // Visitas guiadas: Universidad de Antioquia Solicitud previa en: teléfono: 2195346, programaguiacultural@udea.edu.co Organiza: Extensión Cultural 8:00 a. m.-5:00 p. m. // Visitas guiadas: Museo Universitario de la Universidad de Antioquia Solicitud previa en: teléfono: 2198186, educacionmuseo@udea.edu.co Organiza: MUUA 8:00 a. m.-4:00 p. m. // Visitas guiadas: Facultad de Medicina Solicitud previa en: teléfono: 2196005, gestionculturalmedicina@udea.edu.co Organiza: Facultad de Medicina

todos los jueves 4:00-5:00 p. m. // Radio Consultorio del Instituto de Estudios Políticos. Tema: “El mundo está en discusión”. Conversaciones sobre la vida y obra de María Teresa Uribe de Hincapié Sintonícelo en la Emisora Cultural Universidad de Antioquia: • Valle de Aburrá: 1.410 AM Organiza: Instituto de Estudios Políticos

viernes

8

9:00 a. m.-3:00 p. m. // La Canasta de la U: Mercado agroecológico Epopeya del Café Organiza: Extensión Cultural

viernes

22

9:00 a. m.-3:00 p. m. // La Canasta de la U: Mercado agroecológico Epopeya del Café Organiza: Extensión Cultural

sábado

23

10:00 a. m. // Sábados en Familia: Una visita por el campus: Un, dos, tres por el alma y la niñez Teatro al Aire Libre Organiza: Extensión Cultural

regiones todos los jueves 4:00-5:00 p. m. // Radio Consultorio del Instituto de Estudios Políticos. Tema: El mundo está en discusión. Conversaciones sobre la vida y obra de María Teresa Uribe de Hincapié Sintonícelo en la Emisora Cultural Universidad de Antioquia: • Urabá: 102.3 FM • Bajo Cauca: 96.3 FM • Oriente: 101.3 FM • Suroeste: 100.9 FM • Occidente 93.9 • Magdalena medio 94.3 Organiza: Instituto de Estudios Políticos




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