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CHAVELA VARGAS
Chavela Vargas es un canto desgarrado por la libertad. Una voz que no necesita más acompañamiento que una guitarra para llevar a su público hasta las lágrimas. Una figura indómita y adelantada a su época que nació en Costa Rica —hace hoy un siglo— pero se hizo mexicana. Que nació mujer y se hizo la más macha. Que lo perdió todo en el alcohol y en el dolor, pero que resurgió infinidad de veces. Es La Chamana que conmovió a José Alfredo. “Chavela, así con v, por joder”.
La que conoció a todos y pagó como pocas la factura de la soledad. La marimacha que silenció con sus gritos a una sociedad que la tundió con críticas y después se rindió ante su genio sin igual. En el centenario de su nacimiento y a diez años de su muerte la leyenda de la cantante resurge con fuerza para reclamar su lugar entre las artistas más influyentes de las últimas décadas. Isabel Vargas Lisano nació el 17 de abril de 1919 en el recóndito pueblo de San Joaquín de las Flores, en la provincia de Heredia, en Costa Rica. Era una niña rara y rechazada, que había sido condenada a tener una vida insignificante en una finca en medio de la nada y que creció con la certeza de que nadie la quería. Cada vez que recordaba su infancia, cerraba los ojos, lloraba en silencio y sentía un vacío que la laceraba. En sus primeras oportunidades le dijeron que nunca viviría del canto, que se diera por vencida. “Me propuse cantar diferente, yo sola, con mi jorongo y mi guitarra”, recordaba. “Canta como te salga del alma”, se repetía, sin importar que la llamaran marimacha por ponerse pantalones en un mundo de machos y vestidos escotados. Y así nació un estilo inconfundible y desgarrador que la catapultó al éxito y a la fama en los dos lados del Atlántico. Nadie cantaba las rancheras como ella. “Fue una mujer que triunfa sobre los obstáculos de una sociedad machista, las habladurías, la mala leche, y, todavía mejor, triunfa sobre sus demonios y los convierte en canción”. “Chavela Vargas hizo del abandono y la desolación una catedral en la que cabíamos todos”, escribió Pedro Almodóvar, “su esposo” y entrañable amigo.
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Huésped frecuente de Frida Kahlo y Diego Rivera, cómplice de parrandas y del alma de José Alfredo Jiménez, compañera de cumpleaños de Gabriel García Márquez y musa de Joaquín Sabina, entre muchísimos otros. Dentro de su desparpajo, su sexualidad fue siempre un tabú. Hasta que no superó la barrera de los 80 años no reconoció abiertamente que era lesbiana. Chavela, pidió cuatro últimos deseos, el primero fue escribir su propio libro y contar su historia. Después, sacar Luna Grande, un homenaje a Federico García Lorca: su poeta y eterno confesor. También quería ir por última vez a España, incluso en el límite de su salud y teniendo que engañar a la muerte. El cuarto deseo, el único que no pudo cumplir, fue sacar una versión personal de La Llorona, uno de los temas que consiguió hacer más suyos. Cuando sus pulmones no dieron más, convaleciente en la cama de un hospital en la soleada ciudad de Cuernavaca, Chavela se quitó la máscara y recitó, sus últimas palabras: “Me voy con México en el corazón”. Su vida se apagó el 5 de agosto de 2012. Pero el mito seguirá.
CHAVELA VARGAS HIZO DEL ABANDONO Y LA DESOLACIÓN UNA CATEDRAL EN LA QUE CABÍAMOS TODOS”
