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EL RETO DE LA EDUCACIÓN

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Sierra

Sierra

Desde el primer foro, compartí mi pensar con mis compañeros panelistas y encontré que tenían la misma opinión. Posteriormente, con varios amigos docentes y profesionales, les pregunté sus apreciaciones de la calidad educativa y sus comentarios fueron devastadores. Varios de ellos, políticamente correctos, fueron igual de claros y directos que los más francos.

Inicio con una serie de ejemplos que ilustrarán el embrollo en el que estamos. Al terminar la pandemia, y volver a clases presenciales el año pasado, le pregunté a un decano del IPN -que imparte clases en los últimos semestres de ingeniería- de su experiencia. Me comentó que seguía en virtual porque no había salones. Pensé como ingeniero: se han deteriorado y están en mantenimiento, pero la realidad fue muy dura: no había reprobado nadie en dos años, así que no se tenía cupo al llegar al quinto semestre toda la generación. Un exalumno de la misma institución recordaba a un maestro que les decía en el primer semestre: “De los que están aquí solo se graduará el 20 por ciento. No lo tomen a mal, no todos pueden ser ingenieros”.

El problema venía desde antes y la pandemia tan solo lo evidenció y creció. Los alumnos tienen un nivel paupérrimo, aunado a una actitud abiertamente pasiva y a estar cerrados a comentarios no halagadores. Por supuesto las escuelas, institutos y universidades tienen una gran responsabilidad, pero no olvidemos que la educación comienza en casa

Santiago Barcón

Ingeniero eléctrico por la Universidad Iberoamericana. Coautor del libro “Calidad de la energía”. CEO de BAORGG y PQ BARCON. Especialista en temas de Código de Red.

En mayo pasado participé en diversos eventos, con asistencia de estudiantes, tanto en la Ciudad de México como en provincia. Disfruto mucho ir a esas reuniones y aportar la experiencia para que la “muchachada” tenga material de reflexión; dicen que nadie experimenta en cabeza ajena, yo pienso que únicamente los tontos no lo hacen.

Desgraciadamente fueron experiencias poco gratas y, por el involucramiento que mostraron, poco enriquecedoras. Ni uno solo se acercó con los panelistas y, las preguntas en los diversos sitios, no pasaron de los dedos de una mano; ninguna realmente relevante. No cuento como pregunta el cuestionamiento de un estudiante que nos reclamó al panel por qué no les habíamos dejado un país sin problemas. Una total apatía, pasividad y nula curiosidad intelectual.

Lo verdaderamente grave resulta que, el 20 % más capaz que antes se graduaba tendrá ahora un nivel muy inferior. La razón es muy sencilla, la inercia de la incapacidad arrastra a todos o, en términos estadísticos, movimos la media de la curva de Gauss a la izquierda. El entrevistar candidatos jóvenes de ingeniería resulta doloroso, ya no estamos hablando de conocer fórmulas, sino de simples cálculos matemáticos que sin duda un quinceañero bien preparado resuelve en un santiamén.

Las universidades e institutos privados salen mejor librados, pero no por mucho. Reflexiono que aún sin datos, si eso ocurre en la carrera, en las primarias y secundarias la brecha entre privadas y públicas debe de ser abismal tan solo por la conectividad, espacio físico para trabajar y atención que pueden prestar los padres. Por desgracia ocurre en todas las instituciones. Profesores de la Escuela Libre de Derecho -considerada la mejor en abogacía- se quejan de que los alumnos no prenden las cá- maras en las clases remotas, a pesar de la obligación de hacerlo. Aunado a que desconocen términos en latín tan comunes como ídem, ya no digamos en los relativos de la profesión que son centenas.

Los informes escritos son penosos, por ponerlo suave, la ortografía brilla por su ausencia y no distan mucho de los letreros pintados a manos de las colonias populares. De la sintaxis mejor ni mencionarlo.

Las causas son diversas, pero mencionaremos algunas antes de entrar en las posibles soluciones. Todo comienza en casa, basta con ver a cualquier familia en un restaurante, los padres cada uno pegado a su teléfono y los niños a su tableta. O en un vuelo, ¿quién lee? Delegan toda la responsabilidad en las escuelas y se lavan las manos diciendo que el gobierno no cumple, cuando en realidad será que no lleva a cabo su parte. ¿Cómo van a tener curiosidad los hijos si los padres no sujetan un libro? Ya no digamos visitar un museo o asistir a cualquier evento cultural.

Al salir en las empresas, tanto públicas como privadas, los jefes con los que reportan han olvidado actualizarse, que es indispensable para poder mantener un buen nivel, para discernir entre las diversas opciones, y siguen atados al pasado. Poco podrán motivar a los nuevos colaboradores y ser guía hacia el futuro.

El uso de eufemismos y lo políticamente correcto causa que todo sea alegría y felicidad… hasta que se enfrenta con la terca realidad. Los jóvenes necesitan más retroalimentación, porque los malacostumbraron a tener reconocimiento por cualquier desempeño y, peor aún, a no recibir retroalimentación directa sin ambages. No hay evento donde a todos les toca premio, con lo cual si el superior no les dice algo lo toman como afrenta. Hasta en los cumpleaños los invitados salen con premio. El ChatGPT solo agravará la situación. Lo ven como el Oráculo de Delfos aunque comete errores garrafales y, sin bases intelectuales, ¿cómo discernir?

Las soluciones no son por desgracia de corto plazo, sino de una generación, pero debemos de empezar ahora. No aceptar que no haya reprobados, levantar la mano cuando alguien hace mal las cosas, disciplina férrea en casa y en la escuela; escribir mucho y leer aún más, enseñarlos a usar diccionarios, miles de operaciones aritméticas; volver a colocar en los programas de estudio el civismo y materias humanistas, hacer obligatoria la lectura a los responsables de la educación, estatal y privada, del libro La utilidad de lo inútil de Nuccio Ordine. Es una hidra de cientos de cabezas y debemos cercenarlas.

Dejo para reflexión dos citas, la primera de Isaac Asimov: “La única función de la escuela es hacer la autoeducación más sencilla”; y de Julia Álvarez: “La elasticidad de la imaginación y compasión es lo que promueve la lectura y la escritura”. Más claro, ni el agua.

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