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THE NEW YORK TIMES EN EL SIE7E DE CHIAPAS
• 05092013
El perro que estuvo a punto de rugir FRANK BRUNI NYTNS PEKÍN. Si grazna como pato, muy probablemente es un pato. ¿Y si ladra como perro? Bueno, probablemente no será un “león africano”. Pero el letrero de una exhibición en el zoológico de la ciudad china de Luohe decía que era un león, aunque no fuera eso lo que estuviera en exhibición. Esa discrepancia solo fue notada cuando una mujer que había estado enseñándole a su hijo los ruidos que hace cada animal escuchó que el rugir del animal que estaba viendo sonaba mucho más domesticado y conocido. Era un mastín de melena esponjada el que estaba cubriendo la ausencia del rey de la selva y de una manera nada convincente. Se dice que en el zoológico de Luohe esas suplencias se encuentran por todas partes: en la jaula del lobo había otro perro; en el cubil del leopardo, un zorro. Era un arca sustituta de Noé, por no hablar de las pruebas de que no hay país que realice imitaciones con tanta versatilidad y ambición como China. La historia del zoológico se dio a conocer poco después de que llegué aquí la semana pasada. Luego, los noticieros estuvieron dominados por el “juicio del siglo” de la ex vaca sagrada del Partido Comunista, Bo Xilai, acusado de corrupción y avaricia en un grado que fue una burla para su fama de defensor de la gente del común. Ya que las transcripciones se dieron a conocer casi en tiempo real, al proceso judicial se le dio la apariencia, al menos en un principio, de un audaz experimento en transparencia del gobierno. Excepto que no fue así. La transparencia también fue falsificada en parte. Muchos reporteros no pudieron entrar en la sala del tribunal, partes del testimonio evidentemente fueron editadas, y algunas de las fotos oficiales parecen montadas, posibilidad que fue señalada en los medios sociales cuando Bo Xilai, que es un hombre alto, apareció en una imagen encajado entre dos funcionarios del tribunal que, contra toda posibilidad, se ven más altos que él. De pronto, como por ensalmo, el héroe robusto aparece como un humilde cero a la izquierda, que es como el gobierno quiere que lo vea la gente. Y el público chino festinó con capas y más capas de falsedad: el juicio fraudulentamente abierto de un populista supuestamente fraudulento al que se le hace ver fraudulentamente pequeño.
Ésta es la primera vez que estoy en China continental y me impresionaron las realidades paradójicas. Una, que yo esperaba completamente, es lo mucho que se está construyendo y logrando aquí, a una velocidad que nos corta la respiración. La otra es las exageraciones, el falso brillo, los engaños y las tergiversaciones que sin embargo ocurren. En Pekín me dirigí a una residente que acababa de conocer y le dije que esa ciudad era más verde de lo que dice la gente. “No tanto”, respondió y me explicó que los árboles ante los que estábamos pasando no eran ni representativos ni totalmente honestos. Habían sido plantados, junto con decenas de millones de árboles más, para los Juegos Olímpicos de 2008, cuando Pekín se creó una fachada de ecologista ante el mundo. Fueron esos mismos Juegos Olímpicos, recordé después, en cuya ceremonia de inauguración una adorable niñita cantó la “Oda a la patria”, aunque en realidad solo movía los labios al ritmo de la voz de otra niña que no fue considerada tan adorable para las cámaras de televisión.
Por supuesto, todas las ciudades se embellecen para recibir a sus visitantes, los árboles están aquí para quedarse y la misma Beyoncé uso una grabación para “cantar” en la segunda toma de posesión del presidente Barack Obama. Y todas las grandes naciones que se respeten tienen su área específica de artificios, su especialización en falsedades: Venezuela sus participantes de plástico en los concursos de belleza; Italia, sus declaraciones de impuestos a la baja; Gran Bretaña sus cortesías huecas; Estados Unidos, sus estafas piramidales. Falsificar es humano. Pero los chinos son divinos en eso. O, al menos, imperturbables. Los más infames son los fraudes con alimentos: rata disfrazada de cordero; licor barato embotellado en marcas de primera; salsa de soya hecha con pelo humano recogido del piso de peluquerías y procesado para volverlo delicioso. Incluso hubo un reporte muy difundido en 2007 acerca de unas empanaditas rellenas de cartón. Pero después, en un giro trascendentalmente poético, se puso en duda la noticia misma pues algunos aseguraron que era falsa.
Ha habido problemas muy graves con productos farmacéuticos falsos y problemas menos graves con monjes simulados, cuyo atuendo reverente y modales sagrados son solo una argucia para recibir donativos y vender baratijas espirituales. Este mismo año, dos templos en una de las montañas sagradas budistas de China fueron cerrados a causa de tales impostores. En julio, todo un museo fue cerrado a raíz de que se le acusó de que muchos de sus 40,000 objetos no eran tan antiguos como se decía. ¿Qué fue lo que los traicionó? La escritura en unas reliquias supuestamente de hace cuatro milenios apenas empezó a usarse hace cien años más o menos. He leído acerca de una falsa tienda Apple tan parecida a la genuina que tanto sus empleados como sus clientes fueron engañados. Los pequineses que he conocido me han revelado otras improvisaciones. Existen los “comentaristas falsos”, me dijo uno de ellos, explicándome que no se puede saber si las palabras de asentimiento y fascinación que acompañan una nota o un video en la Web
son reales o son pagadas, práctica que aquí se piensa que está muy difundida. Los “divorcios falsos”, me dijo otro pequinés, señalando un fenómeno mediante el cual una pareja que trata de evitar impuestos adicionales por la venta de su segunda casa disuelve su unión y así se convierte en dos individuos con una casa cada quien. Una vez que llevan a cabo su transacción, se vuelven a casar. David Barboza, de The New York Times, escribió al respecto en marzo. El mes pasado publicó un reportaje en el que expuso la creciente industria china de recibos y facturas falsas, con los que los empleados defraudan a las empresas y las empresas defraudan al gobierno. En 2009, al reprimir esa industria, el gobierno cerró 1,045 sitios de producción de facturas falsas. Yo he estado preguntando a quienes conocen China mucho mejor que yo qué piensan de todo esto. Me dice que es un ejemplo de espíritu de empresa acelerado, de una economía que avanza a tal velocidad y con tanta furia que las regulaciones carecen de sentido y es casi imposible cualquier medida de vigilancia real. Dicen que refleja a una cultura en la que el rostro de las cosas suscita más alboroto que su espíritu, y que eso es una derivación de un sistema político que depende de las impresiones, del entorno físico, de medias verdades. En cualquier caso, es algo corrosivo que está acabando con la confianza que gente tanto de adentro como de afuera puede tener en este poderoso país y en sus múltiples mercancías. Y es algo preocupante que pone en riesgo la salud, quizá tanto la mental como la física. Yo me sentía invariablemente en guardia. Siempre suspicaz. Al descender por la ladera de un tramo de la Gran Muralla, observé un letrero en el funicular que decía que el presidente Bill Clinton había usado ese mismo vehículo cuando visitó la muralla, el 28 de junio de 1988. En cuanto se detuvo mi vagón, recorrí la plataforma para mirar el interior de otros carros y ver si decían lo mismo. Los trabajadores me echaron de ahí, así que nunca lo sabré. ¿Me senté en el mismo asiento que Bill? ¿O solo fui víctima de más cuentos chinos? © The New York Times 2013 | 2013 New York Times News Service