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Aniversario 600 años La Seu 1413

2013

PARROQUIA DE SANTA MARÍA • XÀTIVA Hoja Parroquial - Nº 433 Domingo 17 de abril de 2011

Semana Santa Por nuestro amor murió el Señor. En la Cruz murió el Señor. Él nos mandó dar la vida como hermanos en señal de amor.

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El Abad Con la bendición de los Ramos entramos en la Semana Santa, Semana Mayor para nosotros, pues celebramos los principales misterios de nuestra salvación: pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. La Hoja parroquial quiere ser siempre una ayuda para vivir nuestra fe, mucho más estos días. Y para ello creo interesante que conozcan cómo se vivía la Semana Santa en el siglo iv, después que el Emperador Constantino lograra la paz en el Imperio y en Tierra Getsemaní. Monte de los olivos Santa reinara la paz. Y para ello, recurro a un testimonio vivo y precioso de la peregrina Egeria. En mis peregrinaciones a Tierra Santa la cito muchas veces y ello me ha llevado a estudiar a fondo su Itinerario, un escrito muy interesante que ella redactó en el siglo iv. Seguro que les hará un gran bien. Esta virgen llamada Egeria, probablemente de origen gallego, hizo una larga peregrinación sobre los lugares sagrados de Tierra Santa, y tuvo la buena ocurrencia de describir aquellos lugares que ella visitaba y las costumbres litúrgicas de los cristianos de Jerusalén. A propósito de la Semana Santa, que ella denomina Semana Mayor. La peregrina Egeria nos ayudará, pues, en esta Semana Santa de 2011. Ella lo vivió en el siglo iv, concretamente en 381, nosotros hoy, en abril de 2011.

Semana Santa

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Comencemos por el Domingo de Ramos 1. «El domingo en que empieza la semana pascual, que aquí llaman Semana Mayor, practicado desde el canto de los gallos hasta el amanecer lo que se acostumbra hacer en la Anástasis [Santo Sepulcro] o en la Cruz, el domingo por la mañana se va, según costumbre, a la iglesia mayor, que se llama Martirio [edificada junto al lugar de la Cruz]. Es llamada Martyrium porque está en el Gólgota, detrás de la Cruz, donde padeció el Señor, y por tanto es el Martirio. 2. Después de haber celebrado todo según costumbre en la iglesia mayor, y antes de la despedida, dice el archidiácono en voz alta: «Toda esta semana, desde mañana, a la hora nona reunámonos todos en el Martirio o iglesia mayor». Luego dirá otra vez en voz alta: «Hoy, a la hora séptima, estemos todos prontos en Eleona» [gruta del monte de los olivos donde Jesús enseñaba a sus discípulos]. 3. Hecha la despedida en la iglesia mayor o Martirio, es conducido el obispo a la Anástasis cantando himnos, y allí, acabado lo que es de costumbre hacer los domingos en la Anástasis, después de la despedida del Martirio, cada cual va a su casa y come prestamente, para que al empezar la hora séptima todos se hallen en la iglesia de Eleona, esto es, en el monte Olivete, donde está la gruta en la que enseñaba el Señor. 4. A la hora séptima sube todo el pueblo al monte Olivete o Eleona a la iglesia; se sienta el obispo, se dicen himnos y antífonas y lecciones apropiadas al día y al lugar. Y cuando empieza a ser la hora nona se sube cantando himnos 3

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al Inbomon [lugar de la Ascensión], que es el lugar del cual subió el Señor a los cielos, y allí se asientan; pues el pueblo, siempre que está presente el obispo, es invitado a sentarse: sólo los diáconos están siempre de pie. También allí se dicen himnos y antífonas propios del lugar y del día, lo mismo que lecciones y oraciones intercaladas. 5. Y cuando ya empieza la hora undécima, se lee el texto del evangelio donde los niños, con ramos y palmas, salieron al encuentro del Señor, diciendo: «Bendito el que viene en nombre del Señor». Y al punto se levanta el obispo y todo el pueblo; y desde lo más alto del monColumna en la puerta de la Basílica del Santo Sepulcro te Olivete se va a pie todo el camino. Todo el pueblo va delante de él cantando himnos y antífonas, respondiendo siempre: «Bendito el que viene en nombre del Señor». 6. Y todos los niños de aquellos lugares, aun los que no pueden ir a pie, por ser tiernos y los llevan sus padres al cuello, todos llevan ramos, unos de palmas, otros de olivos; y así es llevado el obispo en la misma forma que entonces fue llevado el Señor. 7. Desde lo alto del monte hasta la ciudad, y desde aquí a la Anástasis, por toda la ciudad, todos hacen todo el camino a pie; y si hay algunas matronas o algunos señores, van acompañando al obispo y respondiendo. Se va poco a poco, para que no se canse el pueblo, y así se llega a la Anástasis ya tarde; donde después de llegar, aunque sea tarde, se hace el lucernario [vigilia de oración], se repite la oración en la Cruz y se despide al pueblo.

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Basílica del Santo Sepulcro

Oración del Domingo de Ramos

Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su gloriosa resurrección.

En la Colegiata, a las 10:30 horas, Bendición de los Ramos y Misa conventual. A las 12 h., la Procesión. A las 20 h., Misa vespertina.

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Getsemaní

Lunes Santo Terminado el Domingo de Ramos amanece el Lunes santo y aunque es día laboral ya nosotros en Xàtiva debemos vivirlo como día santo, por eso debemos rezar antes de comenzar el trabajo y a ser posible participar en la Eucaristía. Veamos lo que ocurria en Jerusalén en el siglo iv. 1. «Item, al día siguiente, que es la feria segunda, se hace lo de costumbre en la Anástasis, desde el primer canto del gallo hasta el amanecer; y a tercia y a sexta se hace lo mismo que en toda la cuaresma. A nona, todos se reúnen en la iglesia mayor, en el Martirio, y allí se dicen continuamente himnos y antífonas hasta la primera hora de la noche; se leen también lecciones apropiadas al día y al lugar, interponiendo siempre oraciones. 2. Llegada la hora, se hace allí el lucernario; así es que la despedida se hace de noche en el Martirio. Hecha la despedida, es llevado el obispo de allí a la Anástasis, con himnos. Después de entrar en la Anástasis, se dice un himno, se hace oración, son bendecidos los catecúmenos y los fieles, y se hace la despedida».

Oración del Lunes Santo

Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza, y, con la fuerza de la pasión de tu Hijo, levanta nuestra débil esperanza.

En la Colegiata, Laudes y Misa a las 9´50 h. En sant Francesc, Adoración eucarística a las 19 h. y santa Misa a las 19´30 h.

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Orando

Martes Santo Comenzamos el martes con la oración de la mañana y el ofrecimiento de obras pensando que estamos en la Semana Santa de la Pasión del Señor. Que las preocupaciones y el trabajo de todo el día nos ayuden a vivir estos misterios. Pasemos ahora y contemplemos aquella comunidad cristiana del siglo iv. 1. «Item, en la feria tercera todo se hace como en la feria segunda. Sólo se añade en la feria tercera que en la noche, tarde, después de hecha la despedida en el Martirio y de haber ido a la Anástasis, y hecha de nuevo la despedida en la Anástasis, todos van en aquella hora de la noche a la iglesia que se halla en el monte Eleona. 2. Habiendo llegado a esta iglesia, entra el obispo en la gruta, en la que solía el Señor enseñar a los discípulos; recibe el códice del evangelio, y de pie lee el mismo obispo las palabras del Señor escritas en el evangelio según Mateo, donde dice: «Mirad, que no os engañe nadie», y sigue leyendo el obispo todo ese discurso. Acabado de leerlo, se hace oración, son bendecidos los catecúmenos y los fieles, se da la despedida, y cada cual vuelve del monte a su casa bastante tarde, ya de noche».

Oración del Martes Santo

Dios todopoderoso y eterno, concédenos participar tan vivamente en las celebraciones de la pasión del Señor, que alcancemos tu perdón.

En la Colegiata, Laudes y Misa a las 9:50 h. En sant Francesc, Adoración eucarística a las 19 h. y santa Misa a las 19:30 h.

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Santa Cena. Fachada del Santo Sepulcro. S. XII

Miércoles Santo Llegamos al Miércoles Santo, muy cerca ya del Triduo Pascual, por eso debemos intensificar nuestra preparación. Con sinceridad y con fervor, comencemos este miércoles con la oración y la participación en la Eucaristía. Es la mejor y más sublime oración de la Iglesia. 1. «Item, en la feria cuarta todo se hace durante todo el día, desde el primer canto del gallo, como en la feria segunda y la tercera; pero luego de hecha la despedida por la noche en el Martirio y de ser conducido el obispo con himnos a la Anástasis, inmediatamente entra el obispo en la gruta que está en la Anástasis, y queda de pie dentro de los canceles; un presbítero, de pie ante el cancel, recibe el evangelio y lee el texto donde Judas Iscariote fue a los judíos y fijó lo que le darían para entregar al Señor. Acabado de leer este texto, es tal el clamoreo y gemidos de todo el pueblo, que nadie puede menos de moverse a lágrimas en aquel momento. Después se hace oración, son bendecidos los catecúmenos y los fieles, y se hace la despedida».

Oración del Miércoles Santo

Oh Dios, que, para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la cruz; concédenos alcanzar la gracia de la resurrección.

En la Colegiata, Laudes y Misa a las 9:50 h. En sant Francesc, Adoración eucarística a las 19 h. y santa Misa a las 19:30 h.

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Cenáculo

Jueves Santo Entramos de lleno en el Triduo Pascual. El Jueves santo se celebra por la mañana la Misa Crismal en Roma y en muchas diócesis, en otras se traslada al miércoles para que los sacerdotes puedan asistir con mayor facilidad. La Misa de la Cena del Señor se celebra por la tarde. No ocurría así en Jerusalén en el siglo iv. Nuestra peregrina Egeria, que asiste a los Oficios sagrados, nos lo describe con todo detalle tanto en los actos de la mañana como en los de la tarde y noche. Es un día muy especial. 1. «Item, en la feria quinta, desde el primer canto del gallo, se hace lo de costumbre hasta la mañana en la Anástasis, y lo mismo a la hora tercia y a la sexta. A la hora octava se reúne todo el pueblo en el Martirio, según costumbre, pero más pronto que los demás días, porque es necesario hacer antes la despedida. Así es que, reunido todo el pueblo, se hace lo que hay que hacer. Ese mismo día se hace la oblación en el Martirio, y allí mismo se hace la despedida a eso de la hora décima. Pero antes de la despedida, avisa en voz alta el archidiácono y dice: «A la hora primera de la noche reunámonos todos en la iglesia de Eleona, porque hoy en esta noche nos espera muchísimo trabajo. 2. Hecha la despedida del Martirio, se va detrás de la Cruz, se dice allí un solo himno, se hace oración, ofrece allí el obispo la oblación y comulgan todos. Éste es el único día, durante todo el año, en que se ofrece detrás de la Cruz en este día. Hecha también allí la despedida, se va a la Anástasis, se hace oración, son bendecidos según costumbre los catecúmenos y los fieles, y se hace la despedida. Luego cada cual se apresura a volver a su casa para comer; porque inmediatamente después de comer todos van a Eleona a la iglesia donde está la gruta en la que este mismo día estuvo el Señor con los apóstoles. 9

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San Pedro en el lugar en el que cantó el gallo

3. Y allí, hasta eso de la hora quinta de la noche, se dicen continuamente himnos o antífonas, lo mismo que lecciones apropiadas al día y al lugar, intercalando oraciones. Léense también aquellos textos del evangelio, en los que el Señor habló a los discípulos ese mismo día, sentado en la misma gruta, que se halla en esta iglesia. 4. Desde allí, a eso de la hora sexta de la noche, se va subiendo al Inbomon con himnos, al lugar desde donde el Señor subió al cielo. Y allí también se dicen lecciones, himnos y antífonas correspondientes al día. Se hacen además otras oraciones que dice el obispo, apropiadas al día y al lugar.

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5. Así, pues, cuando comienza a ser el canto de los gallos, se baja del Inbomon cantando himnos y se llega al lugar mismo en que oró el Señor, como está escrito en el evangelio: «Y se apartó como un tiro de piedra y oró» y lo demás. En ese lugar hay una iglesia elegante. Entra en ella el obispo y todo el pueblo, se dice allí una oración propia del lugar y del día, se dice también un himno apropiado y se lee el mismo texto del evangelio donde dijo a sus discípulos: «Velad, para que no entréis en tentación». Se lee allí todo ese pasaje y se hace de nuevo oración. 6. Y de allí, con himnos, bajan a pie con el obispo a Getsemaní, aun los niños pequeños. Como es tan grande la multitud de gente y están cansados por las vigilias y ayunos cotidianos, y como hay que bajar monte tan alto, se llega a Getsemaní poco a poco, cantando himnos. Más de doscientas antorchas de iglesia han sido preparadas para alumbrar a todo el pueblo. 7. En llegando a Getsemaní, se reza primero una oración apropiada y se dice un himno; luego se lee el texto del evangelio donde fue prendido el Señor. Acabado de leer este texto, todo el pueblo prorrumpe en tales sollozos, gemidos y lloros, que tal vez se oyen en la ciudad estos gemidos de todo el pueblo. Después de aquel acto se va a la ciudad a pie cantando himnos; se llega a la puerta a la hora en que un hombre apenas puede distinguir a otro hombre, y de allí van todos por el medio de la ciudad, sin faltar uno solo: mayores y menores, ricos y pobres, todos están allí presentes; especialmente ese día nadie se retira de las vigilias hasta la mañana. Es, pues, acompañado el obispo desde Getsemaní hasta la puerta, y luego por toda la ciudad hasta la Cruz. 8. Cuando se llega ante la Cruz, ya el día comienza a ser claro. Allí se lee de nuevo el texto del evangelio en que el Señor es llevado a Pilato, y todo lo que está escrito haber dicho Pilato al Señor y a los judíos: todo se lee. Luego habla el obispo al pueblo, animando a todos, por haber sufrido durante toda la noche y por lo que aún sufrirán durante este día; que no se arredren, sino que pongan su confianza en Dios, que les dará mayor recompensa por tanta pena. Y animándolos, como podía, les hablaba diciendo: «Id ahora cada cual a vuestras casitas; descansad un poco, y hacia la hora segunda del día estad todos prontos aquí, para que desde esa hora hasta la sexta podáis ver el santo leño de la cruz, que nos aprovechará para la salvación a todos nosotros creyentes; pues desde la hora sexta de nuevo tenemos que estar reunidos todos en este lugar, ante la Cruz, para darnos a lecturas y oraciones hasta la noche».

Todos los actos los celebramos en la Colegiata. A las 18 h., Misa de la cena del Señor. A las 22 h., Hora Santa. La Colegiata permanecerá abierta hasta las 23 h.

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Iconostasio del Calvario

Viernes Santo Este día es santísimo, celebramos la Pasión de Nuestro Señor, toda la jornada debe ser para Dios. Dediquemos todas las cosas, todos los actos a meditar en la Pasión del Señor. En la Iglesia está el Santísimo en el Monumento, hagamos un rato de oración. Es día de ayuno y abstinencia, hagámoslos bien. Y no dejemos de participar por la tarde en la celebración de la Pasión del Señor, donde adoraremos la santa Cruz. Ahora verán cómo se vivía en Jerusalén y cómo nos lo cuenta nuestra peregrina Egeria.

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Lugar de la crucifixión. Calvario

1. «Después de esto, hecha la despedida de la Cruz, esto es, antes de la salida del sol, todos, animosos, van con presteza a Sión a orar ante la columna a la cual fue flagelado el Señor. Vueltos de allí, descansan un poco en sus casas y pronto están todos dispuestos. Es colocada la cátedra para el obispo en el Gólgota detrás de la Cruz, que ahora está plantada; siéntase el obispo en la cátedra; es colocada ante él una mesa cubierta con un lienzo; alrededor de la mesa están de pie los diáconos; es traído el relicario de plata dorada en el que está el santo leño de la cruz, es abierto y sacado, y se ponen en la mesa tanto el leño de la cruz como el título. 2. Después de colocado en la mesa, el obispo, sentado, aprieta con sus manos las extremidades del leño santo, y los diáconos, que están de pie alrededor, hacen la guardia. Se hace así la guardia, porque es costumbre que todo el pueblo vaya viniendo uno por uno, tanto los fieles como los catecúmenos; e inclinándose ante la mesa besan el santo leño, y van pasando. Dícese que alguien, no sé cuándo, dio un mordisco y se llevó algo del santo leño; por eso ahora los diáconos que están alrededor lo guardan con tanto cuidado, para que nadie de los que vienen se atreva a hacerlo de nuevo. 3. Y así todo el pueblo va pasando uno a uno, inclinándose todos van tocando, primero con la frente y luego con los ojos, la cruz y el título, y besando la cruz van pasando; pero nadie alarga la mano para tocarla. Y cuando después de besar la cruz han ido pasando, un diácono, de pie, tiene el anillo 13

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de Salomón y el cuerno aquel con cuyo aceite eran ungidos los reyes. Besan el cuerno y el anillo desde la hora segunda, más o menos; y así hasta la hora sexta va pasando todo el pueblo, entrando por una puerta y saliendo por otra; por esto se hace en aquel lugar donde el día anterior, la feria quinta, fue hecha la oblación. 4. Pero cuando ha llegado la hora sexta, se va ante la Cruz, que llueva o haga calor, porque el lugar está al aire libre: es como un atrio muy grande y muy hermoso, que se Piedra de la unción halla entre la Cruz y la Anástasis. Allí, pues, se reúne todo el pueblo, de modo que ni pasar se puede. 5. Colócase una cátedra para el obispo delante de la Cruz, y desde la hora sexta a la nona no se hace otra cosa más que leer lecciones, de esta manera: se lee primero de los Salmos, siempre que traten de la pasión; léese luego del Apóstol o epístolas de los Apóstoles, o de los Hechos, siempre que traten de la pasión del Señor; también de los Evangelios se leen los lugares donde padeció; se lee de los Profetas, donde anunciaron que padecería el Señor; también de los Evangelios, donde hablan de la pasión. 6. Y así, desde la hora sexta hasta la hora nona se leen continuamente lecciones o se dicen himnos, para demostrar a todo el pueblo que cuanto dijeron los profetas de la futura pasión del Señor se ve cumplido en los Evangelios y en las escrituras de los Apóstoles. Y así, durante aquellas tres horas se enseña a todo el pueblo que nada ha sucedido que no haya sido dicho antes, y que nada ha sido dicho que no se haya cumplido. Siempre se van intercalando oraciones, ellas también apropiadas al día. 7. A cada una de las lecciones y oraciones va unido tal sentimiento y gemidos de todo el pueblo, que es admirable; pues no hay nadie, grande ni chico, que durante las tres horas de aquel día deje de llorar tanto que ni expresarse puede: que el Señor haya sufrido por nosotros tales cosas. Después de esto,

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cuando ya comienza a ser la hora nona, léese aquel lugar del evangelio según Juan donde entregó su espíritu: leído el cual se dice una oración, y es la despedida. 8. Y hecha la despedida delante de la Cruz, en seguida se reúnen todos en la iglesia mayor, en el Martirio, y se hace todo lo que es costumbre hacer durante esta semana, desde la hora nona en que se va al Martirio hasta la tarde. Hecha la despedida, se va del Martirio a la Anástasis. Y allí, apenas llegados, se lee Dolorosa el lugar del evangelio en que José pide a Pilato el cuerpo del Señor y lo pone en el sepulcro nuevo. Leído esto, se hace oración, son bendecidos los catecúmenos, y luego se hace la despedida. 9. Ese día no se anuncia en voz alta que habrá vigilia en la Anástasis, porque se sabe que el pueblo está cansado; pero como es costumbre que haya vigilia allí, los que quieren o los que pueden del pueblo velan; los que no pueden, no velan hasta la madrugada; pero los clérigos, los que son más fuertes o más jóvenes hacen allí vigilia, y durante toda la noche se dicen himnos y antífonas hasta la madrugada. Son muchos los que velan: unos desde la tarde, otros desde medianoche, como pueden».

Todos los actos en la Colegiata Se abrirán las puertas a las 9:30 h. Laudes a las 10 h. Vía Crucis por el interior de la Basílica a las 11 h. Seguirán los turnos de Vela ante el Monumento A las 16:30 h. (4:30 t.) Celebración de la Pasión.

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Sábado Santo El sábado Santo es un día triste. La Iglesia reza junto al santo Sepulcro del Señor. Es un día especial para rezar por nuestros difuntos y, si podemos, ir al cementerio. La iglesia permanece cerrada hasta la hora de la celebración. El Señor está en el Sepulcro. 1. «El día siguiente, sábado, a la hora tercera se hace según la costumbre, y lo mismo a la sexta; pero a la nona ya no se hace el sábado, sino que se preparan las vigilias pascuales en la iglesia mayor, en el Martirio. Las vigilias pascuales se hacen como entre nosotros; sólo se añade aquí lo siguiente: que los niños, después de bautizados y vestidos, al salir de la fuente son llevados juntamente con el obispo a la Anástasis. 2. Entra el obispo dentro de los canceles de la Anástasis, se dice un himno, hace el obispo oración por ellos, y luego va con ellos a la iglesia mayor, donde como de costumbre vela todo el pueblo. Se hace allí lo que es de costumbre también entre nosotros, y hecha la oblación sigue la despedida. Hecha la despedida de las vigilias en la iglesia mayor, se va en seguida cantando Caída de Jesús himnos a la Anástasis, y allí se lee de nuevo el texto del evangelio de la resurrección, se hace oración, y allí hace de nuevo el obispo la oblación; pero todo se hace al momento a causa del pueblo, para que no se retarde mucho, y así ya sea despedido el pueblo. En esa hora, lo mismo que entre nosotros, tiene lugar ese día la despedida de las vigilias». Nosotros celebraremos la solemne Vigilia Pascual con la bendición del Fuego y del Cirio Pascual, la renovación de las Promesas del Bautismo y sobre todo la Gloriosa Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. No debemos faltar a la Vigilia, es la celebración más importante del año.

En la Colegiata a las 20 h. (8 tarde) Solemne Vigilia Pascual.

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Pascua

Oración dentro del Santo Sepulcro

Veamos cómo celebran en Jerusalén la solemnidad de la Pascua. Egeria toma nota de toda la liturgia y está muy atenta a cada acto y celebración. «Las fiestas pascuales son celebradas en la tarde, como entre nosotros, y durante los ocho días pascuales se hacen las despedidas por su orden, como se hace en todas partes por Pascua hasta las octavas. Aquí, durante los ocho días de Pascua, hay el mismo adorno y el mismo arreglo que por Epifanía, tanto en la iglesia mayor como en la Anástasis y en la Cruz y en Eleona; y también en Belén, en el Lazario y en todas partes, por ser las fiestas pascuales…»

En la Colegiata, Laudes a las 10 h. Misa de Pascua a las 10:30 h. En sant Francesc, a las 13 h., Misa en valenciano. En la Colegiata, Vísperas a las 19:30 h. y Misa a las 20 h.

Así la vivían en el siglo IV

Al leer detenidamente estas páginas hemos contemplado la intensidad y vivencia cristiana de la Comunidad cristiana de Jerusalén, la Iglesia Madre. Viven y saborean las distintas celebraciones de la Pasión. Nosotros, hoy por hoy no podemos vivir la Semana Santa de esa manera, pero nos ofrece aquella Comunidad un modelo y nos da un toque de atención para que revisemos nuestra actitud interior y ambiental durante los días santos. 17

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¿Cómo la vivimos nosotros?

Vivimos en el siglo xxi y experimentamos la situación del ambiente social. Se habla de vacaciones de Semana Santa, incluso algunos laicistas pretenden quitar lo de Semana Santa y poner otra cosa. Muchos lo aprovechan para viajar y otros aun quedándose en casa les importa muy poco todo este asunto. En cambio, nosotros que somos católicos y queremos serlo con propiedad y convicción, debemos celebrar estos días santos con espíritu cristiano. No debe afectarnos el ambiente laicista y agresivo. Todo lo contrario. • Debemos participar en todos los actos litúrgicos y vivirlos con plenitud. • Dedicar ratos de oración, como les he indicado, cada día de la Semana Santa. • Hacer lo posible Resurrección para que toda la familia viva la fe y el amor a Nuestro Señor. • Colocar en casa, en un lugar preferente, la Cruz con una vela encendida. • Leer detenidamente el relato de la Pasión del Señor. Este año, el Domingo de Ramos se lee a san Mateo y el Viernes Santo, a san Juan.

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Para saborear durante estos días santos HOMILÍA DE JUAN PABLO II Misa en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén Domingo 26 de marzo de 2000 Creo en (...) Jesucristo (...), que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado (...), al tercer día resucitó de entre los muertos. 1. Siguiendo el camino de la historia de la salvación, tal como se narra en el Símbolo de los Apóstoles, mi peregrinación jubilar me ha traído a Tierra Santa. De Nazaret, donde Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, he llegado a Jerusalén, donde «padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado». Aquí, en la basílica del Santo Sepulcro, me arrodillo ante el lugar de su sepultura: «He aquí el lugar donde lo pusieron» (Mc 16, 6). La tumba está vacía. Es un testigo silencioso del acontecimiento central de la historia humana: la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Durante casi dos mil años la tumba vacía ha dado testimonio de la victoria de la Vida sobre la muerte. Con los Apóstoles y los evangelistas, con la Iglesia de todos los tiempos y lugares, también nosotros damos testimonio y proclamamos: «¡Cristo resucitó! Una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene ya señorío sobre él» (cf. Rm 6, 9). «Mors et vita duello conflixere mirando; dux vitae mortuus, regnat vivus» (Secuencia pascual latina Victimae paschali). El Señor de la vida estaba muerto; ahora reina, victorioso sobre la muerte, fuente de vida eterna para todos los creyentes. 2. En esta basílica, «la madre de todas las Iglesias» (san Juan Damasceno), dirijo mi afectuoso saludo a Su Beatitud el patriarca Michel Sabbah, a los Ordinarios de las demás comunidades católicas, al padre Giovanni Battistelli y a los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa, así como a los sacerdotes, los religiosos y los laicos. Con estima y afecto fraternos saludo al patriarca Diodoros de la Iglesia greco-ortodoxa y al patriarca Torkom de la Iglesia armenia ortodoxa, a los representantes de las Iglesias copta, siria y etiópica, así como a los de las comunidades anglicana y luterana. 19

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Año Jubilar 2000. Juan Pablo II, el Grande, orando en el Santo Sepulcro

Aquí, donde nuestro Señor Jesucristo murió para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos (cf. Jn 11, 52), el Padre de las misericordias fortalezca nuestro deseo de unidad y paz entre todos los que han recibido el don de la vida nueva en las aguas salvíficas del bautismo. 3. «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2, 19). El evangelista san Juan nos narra que, después de la resurrección de Jesús de entre los muertos, los discípulos recordaron estas palabras y creyeron (cf. Jn 2, 22). Jesús las pronunció a fin de que fueran un signo para sus discípulos. Cuando fue al templo con sus discípulos, expulsó a los cambistas y a los vendedores del lugar santo (cf. Jn 2, 15). En el momento en que los presentes protestaron, preguntándole: «¿Qué señal nos muestras para obrar así?», Jesús les replicó: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré». El evangelista anota que «él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn 2, 18-21). La profecía encerrada en las palabras de Jesús se cumplió en la Pascua, cuando «al tercer día resucitó de entre los muertos». La resurrección de nuestro Señor Jesucristo es el signo de que el Padre eterno es fiel a su promesa y hace nacer nueva vida de la muerte: «la resurrección del cuerpo y la vida eterna». El misterio se refleja claramente en esta antigua iglesia de la Anástasis, que contiene tanto el sepulcro vacío, signo de la Resurrección, como el Gólgota, lugar de la crucifixión. La buena nueva de la Resurrección no puede separarse nunca del misterio de la cruz. San Pablo nos lo dice en la segunda lectura de hoy: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado» (1 Co 1, 23). Cristo, que

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se ofreció a sí mismo como sacrificio vespertino en el altar de la cruz (cf. Sal 141, 2), se revela ahora como «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1, 24). Y en su resurrección, los hijos y las hijas de Adán han sido hechos partícipes de su vida divina, que tenía desde toda la eternidad, con el Padre, en el Espíritu Santo. 4. «Yo soy el Señor, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la esclavitud» (Ex 20, 2). La liturgia cuaresmal de hoy nos presenta la Alianza que Dios selló con su pueblo en el monte Sinaí, cuando entregó los diez mandamientos de la Ley a Moisés. El Sinaí representa la segunda etapa de la gran peregrinación de fe que comenzó cuando Dios dijo a Abraham: «Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré» (Gn 12, 1). La Ley y la Alianza son el sello de la promesa hecha a Abraham. Mediante el Decálogo y la ley moral inscrita en el corazón del hombre (cf. Rm 2, 15), Dios desafía radicalmente la libertad de cada hombre y cada mujer. Responder a la voz de Dios que resuena en lo más profundo de nuestra conciencia y elegir el bien es la opción más sublime de la libertad humana. Equivale, realmente, a elegir entre la vida y la muerte (cf. Dt 30, 15). Caminando por la senda de la Alianza con Dios santísimo, el pueblo se convierte en heraldo y testigo de la promesa, la promesa de una auténtica liberación y de la plenitud de vida. La resurrección de Jesús es el sello definitivo de todas las promesas de Dios, el lugar de nacimiento de una humanidad nueva y resucitada, la prenda de una historia caracterizada por los dones mesiánicos de paz y alegría espiritual. En el alba de un nuevo milenio, los cristianos pueden y deben mirar al futuro con firme confianza en el poder glorioso del Resucitado de renovar todas las cosas (cf. Ap 21, 5). Él es el único que libra a toda la creación de la servidumbre de la corrupción (cf. Rm 8, 20). Con su resurrección, abre el camino al gran descanso del sabbath, el octavo día, cuando la peregrinación de la humanidad llegue a su fin y Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 28). Aquí, en el Santo Sepulcro y en el Gólgota, a la vez que renovamos nuestra profesión de fe en el Señor resucitado, ¿podemos dudar de que con el poder del Espíritu de vida recibiremos la fuerza para superar nuestras divisiones y trabajar juntos a fin de construir un futuro de reconciliación, unidad y paz? Aquí, como en ningún otro lugar de la tierra, oímos una vez más al Señor que dice a sus discípulos: «¡Ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33). 6. «Mors et vita duello conflixere mirando; dux vitae mortuus, regnat vivus». El Señor resucitado, resplandeciente por la gloria del Espíritu, es la Cabeza de la Iglesia, su Cuerpo místico. Él la sostiene en su misión de proclamar el Evangelio de la salvación a los hombres y mujeres de cada generación, hasta que vuelva en la gloria. 21

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En este lugar, donde se dio a conocer la Resurrección primero a las mujeres y luego a los Apóstoles, invito a todos los miembros de la Iglesia a renovar su obediencia al mandato del Señor de anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. En el alba de un nuevo milenio es muy necesario proclamar desde los tejados la buena nueva de que «tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). «Señor, (...) tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Hoy, como indigno Sucesor de Pedro, deseo repetir estas palabras mientras celebramos el sacrificio eucarístico en este lugar, el más santo de la tierra. Con toda la humanidad redimida, hago mías las palabras que Pedro, el pescador, dirigió a Cristo, Hijo del Dios vivo: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Christós anésti. ¡Jesucristo ha resucitado! ¡En verdad, ha resucitado! Amén.

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI Santa Misa Valle de Josafat. Jerusalén Martes, 12 de mayo de 2009 Queridos hermanos y hermanas en el Señor: «¡Cristo ha resucitado, aleluya!» Con estas palabras os saludo con gran afecto. Agradezco al patriarca Fouad Twal las palabras de bienvenida que me ha dirigido en vuestro nombre, y ante todo expreso mi alegría por poder celebrar esta Eucaristía con vosotros, Iglesia en Jerusalén. Nos hemos reunido aquí, bajo el monte de los Olivos, donde nuestro Señor oró y sufrió, donde lloró por amor a esta ciudad y por el deseo de que conociera «el camino de la paz» (cf. Lc 19, 42), y donde regresó al Padre, dando su última bendición en la tierra a sus discípulos y a nosotros. Acojamos hoy esta bendición. Os la imparte de manera especial a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que estáis vinculados, en una línea ininterrumpida, con los primeros discípulos que se encontraron con el Señor resucitado al partir el pan, con los que experimentaron la efusión del Espíritu Santo en el Cenáculo y con los que se convirtieron por la predicación de san Pedro y de los demás Apóstoles. Saludo también a todos los presentes y, en particular, a los fieles de Tierra Santa que por varias razones no han podido estar hoy aquí con nosotros. Como Sucesor de san Pedro, he seguido sus huellas para proclamar al Señor resucitado entre vosotros, confirmaros en la fe de vuestros padres e invocar sobre vosotros el consuelo que es don del Paráclito. Al estar ante vosotros hoy,

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deseo reconocer las dificultades, la frustración, el dolor y el sufrimiento que tantos de vosotros han soportado como consecuencia de los conflictos que han afligido a estas tierras, así como las amargas experiencias de desplazamiento que muchas de vuestras familias han conocido y –Dios no lo permita– pueden conocer aún. Espero que mi presencia aquí sea un signo de que no os olvidamos, de que vuestra perseverante presencia y testimonio son preciosos a los ojos de Dios y constituyen un elemento para el futuro de estas tierras. Precisamente a causa de vuestras profundas raíces en estos lugares, de vuestra antigua y fuerte cultura cristiana y de vuestra inquebrantable confianza en las promesas de Dios, vosotros, los cristianos de Tierra Santa, no sólo estáis llamados a ser un faro de fe para la Iglesia universal, sino también levadura de armonía, sabiduría y equilibrio en la vida de El papa Benedicto XVI en el Calvario. Año 2009 una sociedad que tradicionalmente ha sido, y sigue siendo, pluralista, multiétnica y multirreligiosa. En la segunda lectura de hoy, el apóstol san Pablo dice a los Colosenses: «Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» 23

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(Col 3, 1). Estas palabras resuenan con particular fuerza aquí, bajo el huerto de Getsemaní, donde Jesús aceptó el cáliz del sufrimiento en total obediencia a la voluntad del Padre, y donde, según la tradición, ascendió a la derecha del Padre para interceder continuamente por nosotros, miembros de su Cuerpo. San Pablo, el gran heraldo de la esperanza cristiana, experimentó el precio de esta esperanza, su costo en sufrimiento y persecución por el Evangelio, y nunca vaciló en su convicción de que la resurrección de Cristo era el inicio de una nueva creación. Como él nos dice: «Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él» (Col 3, 4). La exhortación de san Pablo de «buscar las cosas de arriba» debe resonar constantemente en nuestro corazón. Sus palabras nos indican el cumplimiento de la visión de fe en esa Jerusalén celeste donde, de acuerdo con las antiguas profecías, Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y preparará un banquete de salvación para todos los pueblos (cf. Is 25, 6-8; Ap 21, 2-4). Ésta es la esperanza, ésta es la visión que nos lleva a todos los que amamos esta Jerusalén terrestre a verla como una profecía y una promesa de la reconciliación y la paz universal que Dios desea para toda la familia humana. Tristemente, el hecho de estar bajo los muros de esta ciudad nos lleva a considerar cuán lejos está nuestro mundo del pleno cumplimiento de aquella profecía y promesa. En esta ciudad santa, donde la vida venció a la muerte, donde el Espíritu se derramó como primer fruto de la nueva creación, la esperanza sigue luchando contra la desesperación, la frustración y el cinismo, mientras la paz, que es don y llamamiento de Dios, sigue amenazada por el egoísmo, el conflicto, la división y el peso de las ofensas del pasado. Por esta razón, la comunidad cristiana en esta ciudad que fue testigo de la resurrección de Cristo y de la efusión del Espíritu debe hacer todo lo posible por conservar la esperanza donada por el Evangelio, teniendo en gran aprecio la prenda de la victoria definitiva de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, testimoniando la fuerza del perdón y manifestando la naturaleza más profunda de la Iglesia como signo y sacramento de una humanidad reconciliada, renovada y unificada en Cristo, el nuevo Adán. Reunidos bajo los muros de esta ciudad sagrada para los seguidores de tres grandes religiones, ¿cómo no dirigir nuestro pensamiento a la vocación universal de Jerusalén? Esta vocación, anunciada por los profetas, también aparece como un hecho indiscutible, una realidad irrevocable, fundada en la historia compleja de esta ciudad y de su pueblo. Judíos, musulmanes y cristianos consideran esta ciudad como su casa espiritual. ¡Cuánto hay que hacer todavía para convertirla verdaderamente en una «ciudad de paz» para todos los pueblos, donde todos puedan venir en peregrinación buscando a Dios y escuchar su voz, «una voz que habla de paz»! (cf. Sal 85, 8). De hecho, Jerusalén ha sido siempre una ciudad en cuyas calles se hablan diversos idiomas, cuyas piedras son pisadas por gente de toda raza y lengua, cuyos muros son símbolo del cuidado providente de Dios para toda la familia humana.

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Como un microcosmos de nuestro mundo globalizado, esta ciudad, para vivir su vocación universal, debe ser un lugar que enseñe universalidad, respeto a los demás, diálogo y compresión mutua; un lugar donde el prejuicio, la ignorancia y el miedo que los alimenta, sean superados por la honradez, la integridad y la búsqueda de la paz. Entre estos muros no debería haber lugar para la mezquindad, la discriminación, la violencia y la injusticia. Los creyentes en un Dios de misericordia –sea que se declaren judíos, cristianos o musulmanes– deben ser los primeros en promover esta cultura de reconciliación y paz, por más lento que sea el proceso y por más agobiante que sea el peso de los recuerdos del pasado. Aquí quiero referirme directamente a la trágica realidad –que nunca puede dejar de ser fuente de preocupación para todos aquellos que aman esta ciudad y esta tierra– de la partida de numerosos miembros de la comunidad cristiana en los últimos años. Aunque hay razones comprensibles que llevan a muchos, especialmente jóvenes, a emigrar, esta decisión trae consigo como consecuencia un gran empobrecimiento cultural y espiritual de la ciudad. Deseo repetir hoy lo que he dicho en otras ocasiones: en Tierra Santa hay lugar para todos. Mientras exhorto a las autoridades a respetar, sostener y valorar la presencia cristiana aquí, al mismo tiempo quiero aseguraros la solidaridad, el amor y el apoyo de toda la Iglesia y de la Santa Sede. Queridos amigos, el Evangelio que acabamos de escuchar nos dice que san Pedro y san Juan corrieron a la tumba vacía, y que san Juan «vio y creyó» (Jn 20, 8). Aquí, en Tierra Santa, con los ojos de la fe, vosotros, junto con los peregrinos de todo el mundo que llenan sus iglesias y santuarios, gozáis de la bendición de «ver» los lugares santificados por la presencia de Cristo, por su ministerio terreno, por su pasión, muerte y resurrección, y por el don de su Espíritu Santo. Aquí, como el apóstol santo Tomás, tenéis la oportunidad de «tocar» las realidades históricas que se encuentran en el fundamento de nuestra confesión de fe en el Hijo de Dios. La intención de mi oración por vosotros hoy es que sigáis, día a día, «viendo y creyendo» en los signos de la providencia de Dios y en su infinita misericordia, «escuchando»s con renovada fe y esperanza las consoladoras palabras de la predicación apostólica, «tocando» los manantiales de la gracia en los sacramentos, y encarnando para los demás la prenda de nuevos inicios, la libertad nacida del perdón, la luz interior y la paz que pueden traer salvación y esperanza incluso en las realidades humanas más oscuras. En la iglesia del Santo Sepulcro, los peregrinos de todos los siglos han venerado la piedra que, según la tradición, estaba ante la entrada de la tumba en la mañana de la resurrección de Cristo. Volvamos frecuentemente a esa tumba vacía. Reafirmemos allí nuestra fe en la victoria de la vida, y oremos para que toda «piedra pesada», colocada en la puerta de nuestro corazón, bloqueando así nuestra completa sumisión al Señor en la fe, la esperanza y el amor, quede desplazada por la fuerza de la luz y de la vida que en aquella mañana de Pascua resplandeció desde Jerusalén para todo el mundo. ¡Cristo ha resucitado, aleluya! ¡Ha resucitado verdaderamente, aleluya! 25

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Concluimos esta Hoja parroquial especial de Semana Santa con esta plegaria que recé en una tarde de Viernes santo y que acabo de publicar en mi libro Señor, enséñanos a orar.

Santo Sepulcro

Plegaria del Viernes Santo Querido Jesucristo: Esta tarde de Viernes Santo nos arrodillamos ante tu Cruz. La Cruz siempre es incomprensible, difícil de aceptar, sin embargo, desde aquel primer Viernes Santo de la historia, la Cruz es salvación, camino de esperanza, manantial de gracia. Es el signo de nuestra fe. Esta tarde la adoramos.

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Siempre que rezamos comenzamos a pedir y no paramos de pedirte. Sin embargo, hoy no nos atrevemos a pedir, pienso que no es tarde para pedir. Estás en la Cruz y viéndote muerto, desnudo, sin nada, no es el mejor momento. Hoy, Viernes Santo, debemos dar, debemos darte. Nuestra vida poco vale, lo que hacemos, menos todavía, sin embargo, esto es lo que hay. Nos ofrecemos a Ti, nos damos a Ti, querido Jesucristo. Ante la Santa Cruz hacemos un propósito: seguirte siempre, Señor, sin excusas; colocando nuestros pies sobre tus huellas y seguirte donde ellas nos lleven. No permitas que, por cansancio, desánimo, dejadez, indiferencia, comodidad, nos quedemos por el camino. Seguirte siempre es nuestro deseo y no fallarte nunca; identificarnos contigo, llegar a tener tus mismos sentimientos, ser como Tú, Señor. Deseamos que hables a través de nuestros labios, que mires con nuestros ojos, camines utilizando nuestros pies y que ames por medio de Visita de Juan Pablo II, el Grande, al Santo Sepulcro nuestro corazón: eso es ser otro Cristo. Es un buen propósito. No va a resultar fácil mantenerlo cada día, pero sabemos que con tu gracia es posible. Esta tarde al besar tu Cruz, al adorarla, te pedimos perdón. A causa de la soberbia, ¡Cuántas atrocidades es el hombre capaz de hacer! Te pedimos perdón. Las muertes inocentes causadas por la opresión, el rencor, las guerras,… son siempre un gran pecado contra Ti y contra el hombre. Esta tarde no podemos olvidar los estragos que ha producido la guerra de Iraq; no podemos olvidar la opresión del pueblo cubano y la manipulación de los derechos humanos; no podemos olvidar la situación de los cristianos en Tierra santa. ¿Cómo no rezar hoy por todas estas situaciones tan desastrosas y producidas por el hombre. ¡De la guerra, del rencor, de la destrucción, líbranos, Señor! Te adoramos Jesucristo y te bendecimos, pues, por tu Santa Cruz redimiste al mundo. Esta tarde no pedimos nada, Señor, cerramos los ojos ante la Cruz y en silencio, rezamos; no podemos hacer otra cosa, no debemos hacer otra cosa. Gracias, querido Jesucristo, por tu Muerte redentora. Amén. 27

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UNA EXPERIENCIA ÚNICA EN LA VIDA Ejercicios Espirituales en Jerusalén Dirigidos por el Sr. Abad de Xàtiva, don Arturo Climent Del 6 al 10 de octubre de 2011: 1.080 euros Te invitamos a revivir tu fe en los lugares donde tuvo lugar el Misterio Pascual. Cinco días en Jerusalén.

Día 1º. Aeropuerto – Jerusalén. Día 2º. Desayuno. Meditación. Visitas a los santuarios del Monte Sión: San Pedro en Gallicantu, el Cenáculo, iglesia de la Dormición de María. Celebración de la Eucaristía. Meditación. Tarde. Visita Monte de los Olivos: Getsemaní, Tumba de María, Gruta del Prendimiento. Huerto de los Olivos. Pensión completa. Día 3º. Desayuno. Meditación. Visita Fortaleza Antonia, Museo Studium Biblicum, capillas de la Flagelación y Condena, y Ecce Homo. Celebración de la Eucaristía. Meditación. Tarde, Vía Crucis. Recorrido por la Vía Dolorosa hasta la Basílica del santo Sepulcro. Pensión completa. Día 4º. Desayuno. Meditación. Celebración de la Eucaristía en el Cenáculo.

Tiempo de reflexión en san Pedro en Gallicantu. Tarde, Meditación. Oración en el santo Sepulcro. Al atardecer en Getsemaní, Hora Santa. Pensión completa.

Día 5º. Desayuno, aeropuerto y vuelta a casa. Grupo mínimo de 25 personas. Ya pueden inscribirse. Para facilitar el pago se podría entregar cada mes 150 euros. Comenzando ya en mayo.

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Álbum de fotos especiales

Icono de Cristo crucificado. Año 1400 29

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Jesús es bajado de la cruz y sepultado. Mosaico de la Basílica del Santo Sepulcro. Jerusalén

Cristo yacente 31

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Piedad

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