Revista Surgente No. 13

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Surgente, Letras Informales Año VII - No. 13 / Noviembre, 2012 ISNN 1909-6895

ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ Gustavo Petro Urrego Alcalde Mayor de Bogotá SECRETARÍA DISTRITAL DE CULTURA, RECREACIÓN Y DEPORTE Clarisa Ruiz Correal Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte INSTITUTO DISTRITAL DE LAS ARTES IDARTES Santiago Trujillo Escobar Director General Bertha Quintero Medina Subdirectora de Artes Julián David Correa Restrepo Gerente (e) del Área de Literatura Valentín Ortiz Díaz Asesor

REVISTA SURGENTE Directora: Leidy Johana Díaz Editor General: Rodolfo Celis Serrano Comité Editorial: Llerly Darlyn Guerrero Álvaro Lozano Gutiérrez Rodolfo Celis Serrano Diseño Gráfico e Ilustraciones: Rodolfo Celis Serrano

Javier Rojas Forero Asesor administrativo

Escritores invitados: Alexander Ramírez Érika Julieth Piragauta Jeisson Camilo Hernández Jerson José Hernández John Alexander Martínez Kenshin Himura Stanislaus Böhr Ulcué

Laura Acero Polanía Asistente de dimensión

Contacto: revistasurgente@yahoo.es www.facebook.com/revista Surgente

Paola Cárdenas Jaramillo Coordinadora de Programas de Lectura


EDITORIAL En los tiempos apocalípticos que vivimos, tan permeados de profecías milenarias y signos del cataclismo evidente, esta revista retoma la antigua tarea de poner en palabras la experiencia humana más inmanente, la más cercana. Nos identificamos con aquella cigarra de la fábula esópica que seguía cantando aún cuando las señales del tiempo anunciaban la inminencia de un terrible invierno. Dejamos a las hormigas la tarea del almacenamiento de provisiones para los años venideros y confiamos a su voluntad la sobrevivencia de los poetas del futuro. Y descargamos en los activistas de todas las naciones la magna responsabilidad de salvar al mundo o al hombre, quizá sacrificando a uno en beneficio del otro. Nuestro discreto oficio ha sido cantar sobre esta sombría tierra. Y ya se sabe que los rapsodas no salvarán sino su canto para la posteridad. Así pues, dejamos en sus manos, amable lector, estas voces impresas en un molde de eternidad, que fungen como correlato de una temporada de huracanes que devastaba las calles, mientras sus autores tañían la lira al resguardo de los vientos. -El Editor

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Usmetopías Usmetopías fue el nombre con que bautizamos una propuesta que, gracias a una convocatoria de Idartes, fue posible realizar en un lapso de tres meses. La iniciativa como tal proponía el encuentro de hombres y mujeres, habitantes del territorio sur, en torno a la crónica, el cuento, la poesía y los cómics. La convocatoria fue un éxito, mas las decersiones y las decepciones estuvieron a la orden del día. Muchas personas se inscribieron (unos 120), pero en su mayoría se fueron quedando en el camino; quizá porque no les convenció nuestra propuesta, porque se cansaron o, tal vez, porque tenían cosas más importantes qué hacer con sus vidas. En ese sentido, a los valientes que resistieron hasta el final, solo resta darles las gracias por persistir en el empeño de la escritura y por confiar en que al final del proceso quedarían sus palabras como huellas estampadas sobre el papel. Así pues, este nuevo número de la revista Surgente, letras informales, contiene quince textos de nueve jóvenes autores, que pasaron por el club de lectura y escritura realizado por el Colectivo Surgente entre los meses de agosto y octubre del presente año, en las instalaciones de la Biblioteca Pública La Marichuela. Es decir, que esta publicación se construye como una especie de antología impresa de los muchos discursos, debates e intuiciones que marcaron el desarrollo de un taller que se proponía con el objeto de leer, escribir y publicar. Finalmente, sólo resta agradecer a todas las personas que hicieron posible este proyecto: a Valentín, Paola y Javier de Idartes por sus aportes e inquietudes que alimentaron el desarrollo de esta iniciativa; a José Ignacio y al personal de la Biblioteca por abrirnos tan generosamente las puertas de su casa; a don Alfonso que se encarga de convertir en letra impresa nuestros garabatos; a los amigos que siempre están allí en las buenas, pero sobre todo en las malas; a los lectores que nos esperaron tanto tiempo y a todos los que contribuyen con sus granos de arena a levantar esta bahía editorial. ¡Gracias, totales! Colectivo Surgente

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HISTORIA DE CRISTALES EN CINCO ACTOS Por: John Alexander Martínez

Una crónica que es un viaje por el universo dantesco del transporte urbano capitalino, en el que no faltan los personajes míticos y las amadas modernas que sueñan otra vida de camino a casa.


Su cuerpo dibujado en mi memoria como la postal de un país lejano cuyos paisajes me eran familiares pero los cuales no eran de mi incumbencia. Mauricio López / Víctima y verdugo.

A ella, de quien no supe cuál era su última parada.

I

II

No importa qué día era de junio. A las tres de la tarde abordé el autobús y, a excepción del insólito calor de esa hora, no había nada fuera del itinerario. Subí gracias a un pacto de complicidad entre mis bolsillos, mis dedos y el conductor. Solo fueron mil pesos, vehículo semivacío, puestos libres en la mitad y uno de ellos con ventana. Estaba al lado derecho. Lo único agrio era que cualquier asiento, en especial el que escogí, tenía una estrechez impensable. Ya sabe usted que con eso de la sobrepoblación hacen buses más largos y más estrechos, para que entre más gente, lo cual suponía una intimidad tal de mis rodillas con mi pecho que hacían dudar sobre la forma y la posición de mis órganos.

Pasadas algunas calles dos hombres discutían por el ancho de sus espaldas, el diámetro de sus panzas y la posibilidad del paso por un espacio que apenas admitía el tamaño de un pestañeo.

Por lo demás, me encontraba excento de las reglas de urbanidad y moral en los buses. Luego de ocho horas continuas de diálogo con las cosas trascendentales de la vida, la política y los desayunos; el juego de reflexionar como un antropólogo y recordar que la historia es como dibujar -cuestión de omitir-, estaba en tal agotamiento que nada o nadie me haría ceder mi puesto. Así tuviera que mostrar un rostro de estupefacción ante el paisaje urbano, inventarme como artista con las formas de las calles y los edificios a esa hora, hacerme el dormido o rehusarme a ver los ojos del solicitante y así evitar ser testigo de su solicitud y mi vergüenza.

Puestos atrás, una mujer, vencida por el sueño, se dejaba rodar sobre el hombro de su acompañante y este, para esconder su sorpresa, bostezaba o se hacía perder en el horizonte. Sin embargo, no lograba desalojar la cantidad de arreboles posados sobre su frente y en la respiración se le notaba el deseo de sacar de las páginas la fantasía de Perrault y su bella durmiente, romper con las condiciones del límite y el destino, y hacer de este viaje algo muy próximo a lo eterno. En el extremo de la carcacha, el conductor se hacía PhD en economía lanzando conjeturas sobre las causas y la solución de la eterna inflación. Afuera, solo se veían casas iguales, perros fornicando al pie del hambre, moneditas por un “¿Le limpio el vidrio, patrón?”, la incesante rutina del color: rojo-amarillo-verde-verdeamarillo-rojo, ajetreo de calles y tacones, juegos eróticos de los colegiales entre los matorrales, intercambio de caricias meridionales en medio de las lecciones de álgebra, filosofía, Borges y la química sobre el césped. Solo faltan 76 minutos para llegar a casa.

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III

se amontonan ante las fauces retractiles del carnívoro insaciable y veloz; y, con tal de pasar, Y fue el encuentro. No puedo olvidar el calor de anulan la distancia entre uno y otro, o se hacen esa hora. Más de treinta grados, seguro. Algo inmateriales y atraviesan el metal. raro en esta ciudad de tráfico imposible y gotas En el interior lo que nos acompaña va repentinas. Jugaba a abrir y cerrar mi ventana desde horas de cansancio, la ansiedad por el del lado derecho, para encontrar algo de brisa y reencuentro, un día malo, un día bueno y las allá la vi. Ella, en el último rincón de su universo moneditas con las que aseguras tu lugar. Es andante, llevaba unos libros sobre las rodillas, una dicha si vas sentado. Más si estás fundido, una falda color crema que le ceñía la figura, es hora pico y hay algunos trancones. Si vas de unos lentes tan grandes como la zancada de una pie es otro cuento. Vives sesiones de manoseos rana en el mar -que libraban una batalla con inesperados, te haces un experto en seguridad, sus pómulos por no esconder esa nariz infantil adquieres el don de la contorsión y, como un y que terminaban por crear una redondez alumno obediente, sigues las instrucciones de inconcebible a cualquier conjuro geométrico-, ubicación dentro de la caja. Siga, siga patrón una tez más blanca de lo que la nieve podía que atrás hay puestico. Me regalan espacio en imaginar, una boca como de cuento y un cabello el centro y así vamos más rápido. Papi, el de la negro y extenso, cómplice de cada uno de sus maleta, acomódese para que la gente pase. La movimientos, en especial de esa sonrisa que señora de atrás me regala lo del pasaje. Son $1.450 lanzó. completicos, mi viejo. A veces somos nosotros. Desde ese momento no me interesó su ¿Pero qué me va a llevar hasta la casa de su procedencia o sus mañana de miércoles por madre? Señor, ¿me lleva por mil? Con cuidado llegar. Por ahora, lo único que nos separaban que no lleva ganado. Mucho viejo marica ¿cómo eran dos latones que navegaban en el asfalto, se fue a meter en este trancón? El vociferío es unos cuántos kilómetros por hora y ritmos constante y recíproco. opuestos de respiración. Los hay de todo tipo: largos, angostos, bonitos, feos, amplios, cochinos, nuevos, destartalados, Solo faltan 39 minutos para llegar a casa. estrechos, altos, de dos pisos, bajos, muy bajos, ejecutivos, cebolleros, carcachas Ford 1800, con trompa, con cabina, verdes, blancos, amarillos, rojos, negros, azules. Hay diversidad.

IV

Los conductores también varían. Está el que Viajar en autobús significa la incertidumbre. te lleva por mil o menos, el que no te rebaja cinco No sabes lo que vendrá. No sabes si este será tu pesos, el madre, el mierda, el que te sube por último viaje. tres mil con medio mundo y un costal, el lento Primero debes subir. No es fácil si hay y pausado, el que juega a ser piloto de carreras, mucha demanda y poca oferta, si sabes que el ingenioso que sube gente hasta en los rines, el el próximo llegará en media hora, que detrás que no te lleva así esté vacío el carro, el que solo de ti está una jauría de bestias hambrientas sube viejas en la cabina, el que grita e hijueputea por una posibilidad de regreso y, por si acaso, por todo, el que te hace la charla, el bodeguero llevas un abultado paquete como acompañante. que nos acomoda como paquetes y el pulpo que Cuando llega la cajita ambulante, luego de la da vueltas, maneja, madrea, echa cambios, se impaciencia con su demora y la expectativa enciende un cigarro y llama por celular al mismo al límite, todos nos volvemos iguales. Es algo tiempo, con dos manos, con diez dedos. hasta democrático. No se distingue si eres A veces están los vendedores. Por supuesto, viejo, feo, bonita, con plata, agotado, elegante o casual. Solo queremos entrar. Las personas depende de la hora. En una ocasión subieron -6-


seis para ofrecer desde reflexiones del espíritu santo, canciones reeditadas de Pimpinela, historias de viaje forzado, un chocolate para ese ser especial, un práctico juego de agujas y hasta cucharas soperas. Los estudios muestran que entre menos tiempo y relatos se usen hay más probabilidades de venta. En medio del desaliento y los caramelos, poco importan las fábulas, los pasados, si ayer quedaste sin empleo, si el señor tocó tu corazón y ya no consumes, si sostienes a nueve, si eres víctima de anomalías médicas que te vuelven improductivo, o si solo vienes por una colaboración. Sin embargo, tenemos el deber de ser cultos, saludar, recibir las muestras gratis o el producto sin compromiso alguno. Maní de dulce, maní de sal, habas y patacón. Uno por trescientos, dos por quinientos o, para su mayor economía, cuatro por mil. ¿Qué se le ofrece a la dama, al joven, a la niña, al caballero?

viento y refleja los caminitos de luces y casitas puestas sobre cada calle y montaña. Al bajar todo termina. Luchas por reencontrar la coherencia en tus pasos. Exhalas. Gritas. Ves la coreografía de luces y abominas la sinfonía de pitos que has dejado atrás. Solo buscas el camino más cercano a casa. Mañana la rueda vuelve a girar.

V Ahí seguía yo pasmado. Tuve que esconderme en las cavernas de mi morral. Fingir que buscaba algo para retomar el control y hacerle peaje a mi pulso y a cada gota de sudor frío que me exploraba el tronco vertebral. Volví a mirarla y esta vez intenté descifrar un leve movimiento en sus labios. Parecía que decía algo mirándome. Otros de sus misiles. Otra de sus sonrisas. La confronté en la búsqueda de una certeza, algo ya imposible por ser junio. ¿Soy yo, es otro o qué hace que lances tan escasos gestos? Pero las tinieblas que derramaban sus lentes, que aún no dejaban de batallar, me negaban una certidumbre, una respuesta.

Adentro están los que juegan al solipsismo con sus audífonos, los intelectuales que pueden leer a Foucault y a Maquiavelo en aquel frenesí. El espaldar de casa silla parece un confesionario con distintas caligrafías: amor a un equipo, a una persona, una palabra suelta, un número telefónico, groserías, oraciones, fechas, nombres, Parecía que no había solución para el recetas o la frase de alguien que solo quiere acumulado de autos que se dibujaban como conversar. Parece la memoria del mundo. una larga serpiente sobre las calles hirvientes. Si quiere escuchar, ahí están las conversaciones Algunos conductores hacían peripecias con que guarda el paralepípedo andante en cada el volante y así se arrastraban algunos metros. esquina, los discursos a toda voz del conductor, En una de esas maniobras, nuestras claraboyas las emisoras que emiten desde la alocución quedaron tan próximas como si estuviéramos presidencial hasta los clásicos del ayer, los en el mismo ómnibus. Ella continuó su que se suben a improvisar con sus manos, una costumbre de la duda y la evasión. Parecía que guitarra, un bafle y que van por moneditas y le era inherente el misterio. Yo agarré todo el aplausos o la infinitud de estilos musicales: valor que quedaba en mis manos. Bajé el rostro reggaetón de restregón total, la balada que centésimas de siglo para volver y acabar con estrelló a Enrique Iglesias, el último hit de Los la tortura de su compañía a sorbitos. Levanté chiches del vallenato, el corrido de Uriel Henao la mirada, pero la rutina del color jugó en mi o la salsita rosa que nunca falta. contra: rojo…amarillo…verde… El de ella y el Si estás sentado y el charchalo parece un horno mío se hacían, quizá, destinos divergentes. entras en una batalla sin cuartel con el de atrás Queda la sed, las dudas para mañana, un por agarrar más ventana abierta, incomodas al movimiento sin gastar para la del otro castillo de de adelante con tus movimientos de piernas y cristal y los pies que acometen un ritmo sobre la te rindes ante el imperio del cristal. El portal autopista. retráctil te vuelve inmune al diario vivir, esquivo Solo faltan 25 minutos para volver a casa. al frío que está afuera, impide darle la mano al -7-



Huellas dactilares olvidadas en la arena Por: Alex Ramírez

La búsqueda de un personaje mítico del Trópico, se convierte en la excusa para esta crónica personal que explora la cuestión de nuestra identidad cenagosa.

Turbulencias al despegar, un tinto viendo la serie “The big bang teory”, leyendo revistas que anuncian el carnaval de Barranquilla, los penthouse del futuro, la tradición del caucho en el Amazonas, el tenso viaje de las tortugas bebé hasta el mar, las grandes boutiques del centro histórico. Todo un paquete comprimido de posibilidades para atrapar al viajero, que no se apega a un plan establecido, que, como las tortugas bebé, van disminuyendo en número a medida que van acercándose a la playa, hasta quedar dos o tres. Viajero que aún debe cumplir con lo que se exige de un turista, todo ese reino de poses, actitudes y ademanes que debe culminar en una foto, como el mar ansiado de la tortuga: una fotografía que los librera de la angustia de estar entre el nacimiento y la muerte, entre los espacios intermedios, por los que se pasa sin dejar huella. La foto, como el mar, ya fijó nuestro destino, tortuga jorobada, dulce amiga mía. Voy hacia el mar con una identificación vencida hace dos años, como si mi identidad caduca al llegar al barrio La Campiña solo sirviera para rememorar lo que fui. La expectativa de saber de mi tía Sonia crece, aquella tía que nos brinda alojamiento, a mi hermano Mauricio y a mí, mientras emprendemos la búsqueda de un músico desaparecido en La Ciénaga de la Virgen, una leyenda de la cual se sabe poco, llamado “El hombre manatí”. Recuerdo a Sonia como la amiga que nos llevaba a jugar billar, la alcahueta, la cuñada y amiga de mi mamá, la joven de la familia, la rebelde, la única de las hermanas de mi papá a quien el mar sedujo con la promesa de perderse en su espesa indeterminación, condenada a vagabundear por la noche tibia como un sueño sin nombre. Ahora me pregunto cómo salir y no he podido, mi tía Sonia abarca un recodo de mí en donde no existen orillas. -9-


Ha subido de peso, más que sus arrugas, su nuevo acento y su piel morena me entregan una imagen nueva de ella que no ha abandonado su carácter y determinación. Nos bajamos del taxi y le entregamos la “cava”, un refrigerador de icopor que le envían desde Bogotá, porqué allá son más baratas. Mi tía Sonia vende refrescos, bolis, jugos, arepa e’huevo, bollo e’yuca, patacones rellenos, en un negocio que tiene ubicado al lado del centro de salud y al frente de la iglesia cristiana del barrio La Campiña, en Cartagena. Hace tres años colocó una carpa grande de fuertes varillas, allí la deja todas las noches y nadie se la quita, nadie la invade. Guarda la estufa y demás utensilios en el parqueadero de una amiga y los motociclistas, que también la conocen, la llevan a la casa con la cava casi vacía; cuando llega al hogar la reciben su hijos Junior, Dayana y su gato, que es muy perezoso y llega de últimas a la puerta, seguramente por los 38 grados centígrados que lo hacen sentir pesado. Tal vez por eso, los gatos de Cartagena son tan perezosos, han renunciado a la levedad, a cazar, a esconderse de la gente, son de plomo, solo les falta dormir en mecedoras y cantar con cierta queja o vibrato, sendos vallenatos a toda voz, para parecerse a sus dueños.

sigue con la determinación de encontrar al mítico hombre Manatí, a esa figura incansable, el deforme, el genio, el forjador de nuestro viaje a su origen resbaladizo, el compositor sumergido en su historia: un suicidio en el fondo de la Ciénaga, una enfermedad incurable, un legado casi desaparecido. ¿Qué es el hombre manatí? Es la pregunta que nos hacemos todas las noches, mientras el marido de mi tía llega cansado de trabajar en la moto, repartiendo pedidos y, como un zombi de tierra caliente, devora insaciable pedazos de imágenes que succiona de la tele.

La primera pista nos llega de parte de mi tía, un grupo de vallenato puede saber algo del monstruo sensible, del mamífero de las aguas: “Los Internacionales”. Madrugamos al negocio, donde llegan a tomar tinto y de allí inician su jornada como prestamistas. Mi tía es una de sus clientes asiduas. Hablamos con dos de ellos, pero no saben nada del asunto. Cantamos unos vallenatos de su autoría. Se despiden de mi tía Sonia con el nombre de “Diana”. Era la única mujer en el negocio, ¿cómo pensar que se trataba de otra mujer? Seguramente una equivocación, olvidaría su nombre, no le dimos importancia. Los internacionales nos prometieron un contacto que podría saber del hombre Manatí, también estábamos interesados en las composiciones de Dayana y Junior no se parecen mucho. Ella es ellos. El próximo paraje sería Bayunca. activa, bullosa, incansable, terca; tiene nueve años y se levanta de lunes a viernes a las cinco Lo primero que se distingue al entrar a Bayunca de la mañana para irse al colegio, es complicado es la música: en la cuadra de la champeta los a veces levantarla porque se acuesta tarde, se Pik-ups colisionan con sus beats las burbujas pone a ver televisión o a jugar y se olvida de de la cerveza, los vidrios de las casas, el pecho preparar los jugos, empacarlos en pequeñas acelerado de las mujeres. Un flujo de personas bolsas y alistar la masa para las arepa e’huevo, que bajan y entran de las flotas se confunde con aún así, tiene que hacerlo y cae rendida. Junior los que salen a pasear o bailar. Bayunca es un es flojo, así le dice su mamá “Junior ¡tú eres corregimiento a unos veinticinco kilómetros flojo, eres flojo!” y presiento que va terminar del Centro Histórico. Algunas casas construidas convenciéndose de eso; es muy consentido y en madera se consideran de invasión, sus tiene un extraño hablar, las “erres” las convierte habitantes no tienen un acueducto, y los que lo en “eles”, arrastra las “eses” más de lo común, las tienen tuvieron que pasar 185 años de sequía y arrastra tanto que desaparecen. una buena temporada de agua potable “gorda” como ellos llaman al agua salada que salía de Mientras yo enseño a leer a Junior, Dayana los grifos . Ya en el corazón del corregimiento, me enseña a empacar los jugos. Inflamos las los niños se asoman con sus madres en el bolsitas donde Dayana deja caer el líquido con portal de sus casas y nos miran con curiosidad; gran medida y exactitud, mientras mi hermano seguimos siendo turistas, extraños, a pesar de -10-


cantar vallenatos con ellos, a pesar de no querer usarlos, ¿por qué no nos contentamos con ellos, en vez de continuar con la búsqueda inútil de aquel que se sumergió en las aguas, deforme por su enfermedad incurable? Los internacionales nos acompañan en nuestro desasosiego. Henry Carrascal, voz líder del conjunto, me dice que en la música, si una persona no tiene apoyo, o

la posibilidad económica, termina en el anonimato, por más buena que sea. Mientras mi hermano persiste y busca la forma de no decaer, yo intento grabar los rastros de aquel que fue o no será, en la cinta de mi cámara: la larga carretera semidesértica que lleva a Bayunca, el bus de cortinas rojas detenido

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en el tiempo, las rocas oscuras en la playa. Todo me lleva a la incertidumbre y al rechazo, a separar dos mundos en Cartagena: en uno se realiza el simulacro de la memoria histórica, la cultura oficial, el itinerario del turista de hoteles y suites; en el otro, se vive la cotidianidad de sus habitantes, en zonas aledañas al Centro Histórico o periféricas a la Ciudad, donde la prioridad no es el turista, quien está ausente. Aquí el cartagenero ya no es un subalterno con un papel aprendido.

habían dicho que era una “muestra gratis”; en la plaza del reloj, los negros bailan con cuerpos esculturales y cejas depiladas, orgullosos, repitiendo incansablemente los mismos pasos. El simulacro me incluye, fascinado por lo exótico, pero no puedo fotografiar algo, estoy paralizado, quiero tomarle fotos a los turistas europeos que toman fotos, idénticos en sus poses, sus ropas, pero me arrepiento, solo puedo observar en silencio, asumiendo mi cuerpo como una cámara ambulante.

En la cotidianidad del barrio La Campiña, con sus jardines tranquilos en el día y sus fiestas de pick-ups que a medianoche atraen a la policía por el exceso de ruido, se fuma, se bebe y se habla en la calle con tranquilidad. Los coloridos carteles anuncian el concierto de “Rey de Rocha”, ídolo de la champeta, por el camino hacia Bazurto, donde se hace mercado barato. El olor acre anuncia las moscas caminando sobre el pescado expuesto a un sol de 40 grados, moscas que se pasean por el botadero de basura, la carimañola y el salchichón, en medio de la canícula. La ciudad cambia cuando se viaja hacia el Centro Histórico; el ambiente popular desaparece y quedan los vestigios de un folklorismo acartonado, sin huellas propias.

Madrugo el domingo para ayudar a mi tía en el negocio. Relevo a Dayana recibiendo plata y repartiendo vueltas. Junior duerme en la hamaca sin enterarse de nada. Mi hermano llega con una grabadora de mano, entrevistamos gente. Indagan sobre el monstruo de la canción: “me lo imagino gordito, de pronto de baja estatura y de buena composición muscular / una combinación de las razas / con cuerpo de pez y cara de hombre / de pronto sin brazos, sin piernas, con joroba, con… no sé / deforme… / para mí sería una persona normal y le dio la enfermedad y no sé cómo quedó / puede ser con las partes de una vaca / no sé si sería blanco, si sería negro, si sería inteligente, no sé.” Hablan de su música: le gustaba tocar mucho bullerenge, tocaba bien la gaita y otros ritmos folclóricos de la Costa / yo he escuchado esa música, en la radio, pero no sé si era de él / También contaron de sus posibles reencarnaciones, en el cuerpo de “el cóndor”, un personaje de la zona, que después de tocar al lado de Los Inéditos, Los hijos del sol, Joe Arroyo y Mickey Sarmiento, terminó en los buses rebuscando monedas, olvidado y drogadicto. Un hombre nos pregunta algo que nunca nos habíamos preguntado: “Y ese hombre manatí, ¿cómo es el nombre de él?”

El Centro carece de vida auténtica. Detenido en el tiempo, se repite diariamente a sí mismo, como en la película The Truman Show: un joven indígena se pasea a diario frente a los hoteles, las boutiques, los restaurantes, con un atuendo de indio americano, estilo cigarrillos pielroja, se toma fotografías con los turistas, se abraza fraternalmente con ellos y luego recibe el pago por su servicio; hay guías turísticos que explican la historia de las plazas, parques y edificaciones, mientras un grupo de hippies argentinos interpreta pésimas canciones de rock en español, desaliñados alaridos que no son recompensados por nadie; las masajistas en la playa olfatean tu presencia, apenas pisas la arena, estás condenado, hay tres o cuatro sobre ti, te cogen los pies, la espalda, te convencen de estar “estresao” y al final lo logran, cuando te piden cinco mil pesos por el masaje de pies, cuando en realidad

Todas estas voces son amigos, gente que se cruza o tienen que ver con el negocio de mi tía, a la cual vuelven a llamar con el nombre de “Diana”. No es equivocación, desde ese día empiezan las indagaciones con mi hermano, sobre la identidad de mi tía, mientras tomamos avena helada y palitos de queso al desayuno. Huye de algo, se esconde, no es una prófuga,

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pero huye, está acostumbrada a tener muchas A fuerza de no encontrar al hombre deudas, amores tormentosos, a no estar en un mamífero, que caminó en dos patas cuando solo lugar. “¿Por qué es que te dicen Diana?” le de músico levantaba muertos con su son, por pregunto un día a quemarropa, “por el clima” y petición de mi hermano me he disfrazado de pienso qué tiene que ver ese calor tan verraco él, de la bestia humana, comparada solo con ese con el cambio de identidad. Tal vez un día hombre elefante que, burlado por su aspecto, amanezca con resaca a la orilla de Bocagrande se aisló en un circo miserable, en la película de y alguien me llame “Ernesto”. Desde ese día David Lynch. Envuelto en una piel sintética, me sé que será el secreto de mi tía, la que nos retuerzo, atrapado en la oscuridad, registrado cuenta todos sus líos diarios, sus tribulaciones en un video cuya cinta dará testimonio real cotidianas, que no se reserva nada o casi nada, de lo que no encontramos fielmente en las que se mantiene de puro milagro, que a pesar de palabras de los negros, en la memoria de nadie. tener deudas hasta el cuello Finalmente ha llegado demuestra una generosidad el momento de decir casi absurda. Mi tía que abre que el hombre manatí un hueco para tapar otro, que Tal vez un día amanezca no fue más que una tuvo una cigarrería grande, invención, que de lo con resaca a la orilla de que trata esta crónica lejos de La Campiña y quebró. “Seguramente un préstamo Bocagrande y alguien me es de la realidad que en un banco que no pudo no fue, no es, no será o llame “Ernesto”. Desde pagar” dice mi hermano, él la fue de otra manera. Las conoce más que yo. metamorfosis ocurren ese día sé que será el sin percatarnos. secreto de mi tía. Dayana me dice que hace Quisiera convencerme dos años la llaman Diana, que a mí mismo de que no recuerda con exactitud aquel espectro podría cuándo, cómo o quien la visitarme una noche nombró así. Pienso en su identidad, que no es a saldar cuentas, a reclamar su identidad en la solo su nombre: la adquisición casi absoluta de tierra, llevándome a quien sabe qué infierno las tradiciones, el habla, los ademanes, la comida a pagar la ofensa de la suplantación, como en y la forma de vida del costeño. Su hombre, las crónicas de Gan Bao, en la China medieval, Ricardo, es costeño, pero tienen una relación donde el mundo de los muertos coexistiendo simbiótica, parece que mi tía hubiera absorbido con el de los vivos, no era considerado una de él toda la espontaneidad, desparpajo, ficción. Quisiera despertar un día frente a un descaro y exhibicionismo, aquella caricatura furioso hombre manatí, que viene a llevarme, ya del costeño que nos ha dejado las telenovelas viejo, a morir en su paz, en su venganza. ambientadas en el Caribe. Ricardo es reservado, es un enigma, se le sacan a ganzúa las palabras; El único consuelo que nos queda lo tiene una alegría contenida que resulta amena. encontramos en la Plaza de Bazurto, una tarde Parece que los uniera un juego de espejos, que sacamos tiempo para los imperdonables donde ambos resultaran convirtiéndose en el souvenirs, entre los cuales elegimos una reflejo del otro, en un abandono constante en el docena de pulseras, moluscos con imán para la presente, sumidos en un bienestar que se puede nevera, un plato en alto relieve de las murallas desbordar en cualquier instante. Sin embargo, de Cartagena, un par de monederos tejidos y, la Sonia de mi infancia, también es la Diana que finalmente, sumergido en una muchedumbre sigue hablando de mi mamá como “la verraca de dinosaurios, un manatí de juguete que al que nos sacó adelante”, una tía que admiro, aún presionarlo, lanza chillidos involuntarios, no sé con exactitud por qué. incoherentes con su mansa figura. -13-


EL MERCADO DE LAS ILUSIONES 多Quiere usted ingresar a la Universidad Nacional? Por: Stanislaus Bhor


El sueño de la educación universitaria para los jóvenes de e xtracción popular adquiere ribetes de farsa y pesadilla en esta crónica gonza sobre los exámenes de admisión de la UN.

El mercado de la ilusiones A las 7:30 a.m. la fila se movió hacia el sur del Liceo Femenino Mercedes Nariño. En ese momento, la hilera de aspirantes que se presentaban al examen de admisión de la Universidad Nacional de Colombia ya le daba tres vueltas a la misma manzana, envolviendo el edificio en una gruesa capa de carne fría que parecían los anillos de una culebra. Me ubiqué de último en la cola de la culebra. Por aquello de los complejos freudianos, algunos padres optimistas acompañaban a sus hijas y algunas madres a sus primogénitos. Ambos, padres y madres, les echaban bendiciones y les compraban empanadas para no mandarlos hambreados a enfrentar su destino. Los beneficiarios indiscutibles del examen anual de pruebas fueron, como siempre, los vendedores de café y cigarrillos que hicieron su agosto, no por el café, sino por los lápices y tajalápices que vendieron por toneladas a los más confiados que llegaban sin nada, porque sabían muy bien que cada evento multitudinario de Bogotá le llena el bolso a un paisa natillero que encuentra el negocio del siglo invirtiendo en un lote de lápices o cigarrillos. Otros mercaderes que hicieron su feria, a expensas de las ilusiones, fueron los vendedores de cursos preparatorios, quienes realizan su oferta a perdedores de exámenes, en volantes que pasan de mano en mano con la interrogación que subtitula este reportaje: “¿Quiere usted ingresar a la Universidad Nacional?”.

El padre de uno de los aspirantes, a mi derecha, contaba el caso de esos genios que se hacían pasar por “funcionarios de admisiones” de la Universidad Nacional y le aseguraban a los aspirantes de un curso preparatorio que por módica suma alterarían el resultado y los harían obtener el cupo. De garante les decían la siguiente perla: “no me pague ahora, sino cuando pase”. Eran otros tiempos de los que hablaba y en la vehemencia se le notaba que conocía la anécdota de propiedad. La universidad, aseguraba, por entonces publicaba la lista de admitidos internamente, antes de enviar los resultados a la prensa nacional. Los “funcionarios” al parecer estaban atentos a esta publicación de cartelera y si alguno de los aspirantes a quienes dieron clases resultaba seleccionado, entonces lo llamaban por teléfono y le daban la noticia antes de que el propio aspirante se enterara por la prensa. “Lo llamamos para que sepa que logramos ponerlo en la lista de admitidos”, decía la voz al otro lado de la línea. No había truco. El admitido, agradecido por los servicios del “funcionario”, ponía en duda su propio conocimiento, pues atribuía su ingreso a los buenos oficios del emisario y al lunes siguiente de la publicación en prensa le desembolsaba el pago acordado. Al menos tres firmas de preicfes y dos de preuniversitarios pescaban en río revuelto esa mañana, porque de los 120.000 aspirantes anuales que se presentan a la Nacional sólo ingresarán 3000 por semestre, y de los que no pasan en Bogotá salen los cupos de los siguientes cursos preparatorios que se dictan en los 17 edificios que ofrecen adiestramiento en toda la Ciudad.

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Terror en el baño de las niñas

un dedo: silla 4, fila 2. Hice una suma rápida de numerología elemental y descubrí que 8:00 a.m. Interior del gimnasio femenino. me había tocado el puesto 7, el de la suerte, y El primer descubrimiento de un aspirante automáticamente mis manos dejaron de sudar, aterrorizado es que en un colegio de niñas no el ritmo cardiaco se relajó y mi sangre arterial hay baño de los niños. En vano intenté buscar fluyó tranquila. uno desocupado, y cuando ya daba la tercera vuelta por el zaguán de aquel edificio copiado de la mansarda de Oxford University, me di por vencido y le pregunté a una señora del aseo La silla de la suerte que dónde podía orinar. Debió inspirarle poca lástima mi furor y mi desgarbo porque dijo, Salón número 10. 8:30 a.m. Estaba listo. No severa: “entre aquí, pero siéntese en la taza”. había estudiado, ni repasado fórmulas. Aunque Luego que cerré la puerta y me senté en el lo intenté, me pareció un acto exagerado de sanitario, echó la cantaleta de todas las madres: auto-conmiseración. Preferí buscar otra señal “es que los hombres no apuntan al hueco”. Dijo del destino. Un amuleto infalible: Sartre, que más cosas, que dos veces al año no gustaba de los aviones, tocaba limpiar los baños con sólo se atrevía a volar si había ácido muriático porque el orín una muchacha bonita en los La presencia de de los aspirantes manchaba asientos. Un agüero de viejo la baldosa. Supe que era una verde con un sesgo pederasta todos los aspirantes reacción natural: la presencia de hombres, en un hábitat que él justificaba como una todos los aspirantes hombres en fe ciega en la juventud y en la natural de mujeres, un hábitat natural de mujeres belleza. En donde hay lozanía amenazaba el orden amenazaba el orden de ese todavía hay esperanza. de ese santuario y de santuario y de las sacerdotisas las sacerdotisas de la de la limpieza. Barrí el salón de pisos de tabla pulida y sillas plásticas, y limpieza Con el horror a los exámenes allí estaba: abrigada con lana intacto, salí del baño y busqué de ovejas y el pelo revuelto, de el salón número diez. Allí me las que no se bañan antes de esperaba un centinela con mediodía. La vi sólo de perfil, distintivos de la Universidad, armado de una pero su frente recta y la mandíbula angulosa planilla y un tarro de alcohol con que disparó le daban un aire hombruno que le habría en mis manos. Me pregunté si era un tipo de interesado seguramente a Sartre. Estaba en sustancia con propiedades indelebles para la primera silla, de la quinta fila. Eché mis evitar que los aspirantes apunten las fórmulas cálculos de numerología artesanal y las cuentas de la física en las palmas de las manos, pero tres me devolvieron el sudor a las manos: salón horas después, a la salida, cuando el centinela 10, fila 5, puesto 1 (1+0+5+1=7)… Acababa de había agotado su munición y se tomaba un tinto, descubrir el patrón de selección de admitidos a me acerqué a preguntar qué propiedades eran la Universidad Nacional: los aspirantes situados esas y me dijo que simple alcohol impotable en puestos cuya sumatoria interna sea igual al para evitar el contagio de gripe porcina (ah1n1) número mágico de los caldeos: el siete. Teoría que sigue cobrándose cinco muertos diarios en inverosímil que se vino abajo cuando comprendí el continente, por si lo hemos olvidado. Luego que por cada fila al menos un aspirante se sitúa se ajustó los lentes, me inspeccionó la cara para en un puesto cuya suma numerológica es igual ver si el rostro correspondía con el de la foto, a siete. Conclusión: las cifras de admitidos se constató mi nombre y me indicó el lugar con riñen con la numerología. -16-


En dos segundos imaginé el drama de aquella pobre zagala: las penas de amor de colegio son el primer aviso de la desgracia por venir. Un drama que puede acabar en muerto o en embarazo. Un amor desdichado a la edad de las primeras aflicciones puede atar para siempre o desunir para siempre, por el hecho de estar situado en un nudo de caminos que pronto van a bifurcarse. Imaginé los lagrimones que se derramaban por los hoyuelos de sus mejillas y los dientecitos de leche de ratona apretados mientras trataba de borrar la infamia escrita con un marcador de tinta indeleble. Traté de ayudarle a borrarlo, pero no pude, porque el último aspirante tomó asiento y la puerta se cerró tras sus pasos y la prueba inició y el reloj comenzó a correr en contra de todos, en contra de mí.

El examen

El miedo del arquero al penalti

9:00 a.m. 120 preguntas. Tiempo disponible: tres horas y media. Primer cuestionario: análisis de la imagen. Al parecer, la universidad pública colombiana está interesada en formar hombres y mujeres formados para una era mediática, educados para un mundo bombardeado constantemente por ráfagas de imágenes e información fracturada. Lamentablemente, parece que los colegios públicos no creen lo mismo, lo cual hace que la comprensión de la imagen sea una disciplina inexistente para la mayoría de estudiantes que comparecen al examen. Según las teorías del desarrollo cognitivo, es difícil que un muchacho o muchacha que no sea un genio conspicuo antes de los 16 años desarrolle el razonamiento abstracto, fundamental, entre otras cosas, para entender el arte. La prueba de análisis de la imagen consiste en desentrañar el patrón de composición de poliedros, sus adicciones, supresiones y cambios a lo largo de una secuencia. Si al menos los estudiantes de los colegios públicos tuvieran una clase de apreciación cinematográfica podrían encontrar herramientas para enfrentarse a las primeras diez preguntas de este cuestionario.

Ya a las 8:45 a.m., decidido a perder el examen, las manos me sudaban como las de un escalador ante el abismo. No había estudiado y me sentía en estado de inferioridad frente a los que habían acudido al llamado “¿Quiere usted ingresar a la Universidad Nacional?”. Para amortiguar la fobia de querer realizar abruptamente un examen del que penden cinco años de la vida de alguien, me puse a leer las inscripciones de la colegiala desconocida que calentaba el puesto en ese mismo pupitre durante el calendario “A” del gimnasio femenino. Descubrí que se llamaba Dayana, que le decían o usaba para sí misma un apodo que la dibujaba en mi mente con un hermoso juego de dientes blancos: “la ratona”. Estaba enamorada de un tal Camilo. El tal Camilo debía ser la sensación del Liceo Femenino, porque la envidia de las condiscípulas se había enconado con Dayana y las había llevado a matachinarle el pupitre con una sentencia letal a los doce años: “Camilo le pone los cachox con Ximena”. -17-


Continúa la prueba de física, que parece una ampliación del campo de batalla: el clásico diagrama en que se ve un cuadrado que simboliza un peso X y que es empujado por una rampa a velocidad constante. Cinco preguntas se desprenden del esquema y los valores dados de peso, distancia y aceleración. Lo único que parece novedoso de esta porción del cuestionario es que el diagrama no requiere soluciones. Si el aspirante sabe qué afirmación resulta falsa o verdadera es porque en algún rincón del cerebro las Leyes de Newton y sus conceptos básicos están lo suficientemente interiorizados, y si el principio está interiorizado sólo haría falta una calculadora para resolver la pregunta que nunca hicieron.

signos y distinguir entre un número real de un natural, un fraccionario de un decimal, podrá enfrentarse a ella. Yo, por supuesto, no pude. La prueba de historia es doméstica y precisa: parece que la figura de Antonio Nariño y su traducción de los derechos del hombre y el ciudadano es el único hecho decisivo e insuficientemente ponderado de nuestra triste historia republicana. Sigue: cuestionario de diez preguntas que parece casi un crucigrama de cultura general (al que le faltan las casillas y las fotos de modelos famosas). Aquí las

Siguen biología y ciencias naturales. Ahora hay que leer una historieta sobre la formación de una cuenca hidrográfica: dónde nace un río, cómo se comporta en su precipitación y cómo van las aguas a dar al mar que es el morir. De tal lectura lo mismo se desprende preguntas de tipo “¿qué significa una palabra técnica como pluviosidad?” o “¿cómo se controla la erosión?”. A continuación, la prueba de química resulta tan sutil que en ningún momento se da uno cuenta de que la contestó: tras la exposición de cómo fabricar un bombillo casero con hilo de alambre, oxígeno y un vaso de agua, usted estará tan entretenido que responderá mientras imagina que al llegar a casa fabricará su propio bombillo.

respuestas se deducirán de una lectura sobre el reciente acontecer mundial (lo mismo pueden ser los volcanes de Islandia o los terremotos chilenos). De ese cuestionario se desprenderán respuestas para diferente áreas: ¿cómo reconoce usted la forma impersonal de la oración pasiva?, ¿el verbo de la oración principal? ¿El punto de La prueba de matemáticas, álgebra y ebullición del agua cuando la presión es X y la trigonometría sigue siendo mortal. Aquí temperatura está en grados Fahrenheit? sólo aplica el error, el cálculo, el resultado de matemáticas aplicadas a un mundo ideal. Finalmente, leeremos una historieta sobre Todavía no ha nacido el genio que enseñe a el pueblo vikingo de donde emerge el ramillete amar la vida a través de una ecuación. Si sabe de las últimas preguntas (ciencias sociales usted establecer una igualdad, la ley de los y literatura). Es la prueba de fuego en que la -18-


Universidad evalúa la comprensión de lectura y un conocimiento que debe dar parte sobre varios niveles de realidad y no sobre simple memoria enciclopédica. La lectura empieza por hablar de lo bien que se folla en Islandia, de cómo son de independientes y se divorcian las mujeres vikingas sin cargos de conciencia, de cómo les viene esa independencia de los tiempos de Olafo cuando los vikingos iban hasta México y las mujeres se quedaban solas y al volver a casa las encontraban felices con un nuevo marido, sin ningún rencor. Habla de cómo se puede cocinar un huevo en agua volcánica, de cómo adoran los bancos y las tecnologías de las comunicaciones y el alcohol los pariente de los vikingos y de cómo, según Borges, fue ese pueblo el que inventó la novela en las sagas nórdicas, mucho antes de Cervantes y el Quijote.

Ganar o perder Honestamente, creo que me tiré el examen. Pero a las 11:30 a.m., mientras salía del edificio y veía las caras largas de aquellos a quienes no alcanzó el tiempo para las últimas veinte preguntas, recordé el último cuento de Borges “La flor de Paracelso” en que un aprendiz de alquimista le exige una prueba al mago para creer en la Gran Obra. Paracelso decepciona al aprendiz porque se muestra incapaz de devolverle la vida a una flor marchita. Sólo atisba a decirle que la obra no importa, que el camino es la obra. Cuando el aprendiz sale de allí, renunciando a un camino sin obra, la flor revive en la mano de Paracelso. Creo que la mayoría de los aspirantes acudíamos a ese examen como ese aprendiz de alquimista: atraídos por el oro y el espejismo de la Vida Eterna.

y la pobreza. ¿Qué camino tomará cada uno de los 120.000 aspirantes que se presentan hoy y no son admitidos a la rapiña de la oferta educativa? ¿Lo intentarán de nuevo porque la tercera es la vencida? ¿Y si no pasan ni siquiera a la tercera? ¿La quinta nunca falla? ¿Se proclamarán ineptos y frustrados a la sexta? ¿Y los próximos 200.000 que se gradúen este año de todos los colegios públicos y privados de Colombia? ¿Qué haremos cuando salgan los resultados en prensa y no hallemos nuestro código entre los admitidos? ¿En qué se convertirán los próximos cinco años de vida ya no destinada a prepararse para producir sino a producir de lleno sin preparación alguna? ¿Qué tal un préstamo bancario con el que podamos graduarnos de una universi-tk y pagar cuotas de por vida para disfrutar de un título profesional que hará aumentar el prestigio y disminuir el presupuesto familiar? ¿Qué tal alistarse en la milicia, en “la empresa más grande de Colombia” que es la de la muerte, según reza el eslogan del Ministerio de la Defensa? ¿Quién da más? ¿Dinero fácil, rápido y sin complicaciones? ¿Quién quiere ser millonario? ¿Mula del narcotráfico? ¿Vendedor en semáforos? ¿Guerrillero? ¿Paramilitar de “nueva” generación? ¿Sicario? ¿Senador? ¿Alcalde? ¿Concejal? ¿Obrero de construcción?

¿Y si tenemos la desgracia de ser admitidos? ¿Qué pasa con los 2000 estudiantes que desertan al año de la universidad pública? ¿Los pobres privilegiados que se van porque no tienen para pagarse los pasajes del bus diario, ni el almuerzo, ni los cigarrillos? ¿Y los que se quedan, los burgueses aburridos que leen a Weber, a Marx, a Marcuse, a Gramcsi, a Lacan, a Chomsky, a Derrida y luego reclaman cambios sociales en voz baja, a sabiendas de que un cambio real los obligaría a pegar ladrillos y lavar Vivimos en un mundo donde todos los los platos? ¿Y los legitimadores del Estado, los problemas se reducen al tú no eres, tú no tienes; futuros profesionales, los obreros al servicio del el estado colombiano no puede garantizar a todos capital, la mano de obra de la caja registradora? sus ciudadanos el derecho constitucional a la Ser rechazado es un desastre. Pero ser educación y, para completar el cuadro grotesco, admitido también lo es. hacemos parte de un país roído por el hambre

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¡CLICK! Por: Jerson José Hernández


He aquí una mínima postal sobre la fragilidad humana y el cariño filial de todos los días. Un relato que explora fotográficamente el rastro de la sangre en el paisaje cotidiano.

Al anochecer, un bus de la Universal de Transportes nos trae de nuevo a casa. Adentro, mi mamá no deja de sangrar a chorros y está a punto de perder el conocimiento. No tengo celular, ni más dinero, ni siquiera tengo un pañuelo para detener la hemorragia, y en lo único que pienso en este momento es en sacar mi cámara y empezar a tomarle fotografías. *** ¡CLICK! Le tomo una foto a mi ojo usando el macro, pareciera que mis manos sostuvieran la pupila. ¡CLICK! Un ramo de flores blancas con desenfoque a media luz parece un despabile de plumas en el aire. Mientras reviso las fotografías tomadas durante el día, Ana María, mi mamá, entra a mi cuarto. Tiene solo una hora para almorzar antes de volver al trabajo, debe tener algo importante qué decirme. Sigo pasando las fotos. Despacio, se sienta a mi lado y en silencio espera que le preste atención. Alzo la mirada y veo su rostro congestionado: el color saludable de sus mejillas ahora está regado por toda la piel, sus párpados cansados casi cubren su mirada vacía: -¿Cómo está mijo? -Bien má ¿y usté? -Ahí… cansada… con dolor de cabeza. Mientras ella habla vuelvo a bajar la mirada para repasar las fotos en la pantalla de la cámara… -¿Y ya dijo algo en el trabajo? -La señora Nancy me dio una pasta y después de barrer los salones me senté un ratico a descansar. … hay unas bien tomadas y otras que elimino en el acto. Debo descargarlas en el computador no vaya y se dañe la memoria, salen mejor en blanco y negro que a color… -Ajá… -… -… -Me voy chino, me dice mientras toma impulso para levantarse apretando mi pierna. Me voy a ver la estufa. -Bueno. … no me decido a escoger alguna de las fotografías para el proyecto de clase. La propuesta debe entregarse la otra semana, pero no tengo ninguna idea, ninguna imagen. -21-


*** Volvió al anochecer, mientras yo practicaba algunas tomas desde el segundo piso. Cerró la puerta y nunca levantó la mirada; subía los escalones como si a cada uno le estuviera contando una parte de una historia: Tuvo que hacer el aseo sintiendo dolor. Don Jorge nunca se enteró de su desmayo. Sus compañeras la cubrieron. Ella se recuperaba en el salón de atrás. La llovizna la acompañó a la droguería. La pasta se la recomendó doña Estela. Le había servido a una amiga suya. El dolor al caminar. La presión que aplasta sus senos

-Qui’ubo mijo ¿está ocupado? Es que don Jorge me dio permiso para ir al médico… para que me acompañe. Mientras abría los cajones y me tiraba de rodillas buscando mis zapatos, pensaba en la impertinencia de los sueños, en cómo algo que nunca ha sucedido pudiera provocar tanto miedo: no mamá, nada malo me le va a pasar, hoy no hay caminos oscuros, ni vendedores desconfiados. No hay de qué huir, nadie le va a disparar a su mercé, don Jorge me le dio permiso. Al poco tiempo estaba bajando las escaleras de mi casa con velocidad. Llevaba su cédula, el carné de la salud y una maleta casi vacía. Casi.

y no la deja respirar. Los oídos tapados. El sueño.

***

-Qui’ubo má ¿cómo le fue? -Bien mijo… cansada… -¿Cómo siguió del dolor? -Doña Estela me dio una pasta… -Ah, bueno. Caminaba arrastrando los pies. Abandonó su bolso en uno de los sillones y entró a su cuarto sin encender la luz. Solo buscaba la cama y sus pasos flojos la llevaron de memoria. ***

El teléfono cortó la conversación y, con su eco, el silencio de la casa aumentó. Nuestras miradas se unieron entre el humo del café. Al levantar el auricular escuché la voz de mi vieja: parecía venir desde muy lejos, desde donde las palabras llegan cansadas a mi oído:

Desde lejos, y desde arriba, mi mamá parecía un gatico mojado azotado por el viento. Bajé la calle corriendo y la rodeé con un abrazo suave. Juntos llegamos a la calle principal sin decir nada, lo único que se escuchaba eran los suspiros fuertes que salían de su pecho como si escaparan de una jaula de huesos viejos. Tomamos un bus Centro-Lomas que nos llevó a la clínica del Policarpa en poco tiempo. Durante el recorrido, ella me explicó el procedimiento en las filas y los pagos que tenía que hacer cuando llegáramos. Al mismo tiempo, se aseguraba de que el dinero que llevaba en el monedero nos alcanzara para los pasajes de regreso y para comernos una empanada al salir de la cita. Mientras veía a mi mamá repasar las monedas y ordenarlas por tamaño en el cuenco de la mano, recordé la tarde en que Andrea, mientras buscaba al viento pasar, me dijo:

Al despertar, recordé un sueño extraño: íbamos por un camino oscuro a comprar una cámara nueva, al llegar el vendedor nos confundió con ladrones. Mi papá y yo salimos corriendo mientras mi mamá, atrás, recibía los disparos de un revólver que no vi. Después le conté el sueño -Es que nuestras mamás son unas guerreras, a mi viejo sentados en el comedor. Le pregunté ellas no se rinden tan fácil. por ella, que cómo había pasado la noche. Ya en el hospital, esperábamos sentados a que -Se fue a trabajar. Se tomó una pasta y se fue. -22-


el doctor abriera la puerta del consultorio y la llamara. Actuando despacio, y asegurándome de que ella me miraba, saqué de la maleta mi cámara fotográfica. Al contrario de lo que había imaginado, ninguno de los pacientes o acompañantes se molestó mientras yo fijaba el objetivo y ajustaba los blancos. Ellos tenían sus propios dolores mordiéndoles los cuerpos. Mi madre giró la cabeza y me miró en silencio ¡CLICK! -Es para un proyecto de la Universidad -le expliqué-, debo tomar una serie de fotos sobre algo y exponerlas al curso. -¿Y no le da pena que me vean enferma? -¿Y pena de qué? Hasta enferma su mercé se ve bonita. ¡CLICK! Le tomé otra foto mientras giraba de nuevo pensativa, sonriendo levemente. Miré sus manos que apretaban un pañuelo blanco y un Rosario dorado.

¡CLICK! Mi mamá se levantó, la puerta del consultorio se abrió y la devoró. ¡CLICK! *** Después de que le aplicaran una inyección y mientras hacíamos la fila para retirar los medicamentos formulados, supe lo que le había dicho el doctor: -“Señora Ana María: yo no sé por qué usted sigue viva. Con esas pastas que se tomó usted debería estar en el velorio. Es que yo no sé por qué es que les da pereza a estas personas llamar, pedir una cita y decirle al doctor oiga es que me duele aquí. No, no pueden y al contrario van donde la vecina para que les dé una pasta cualquiera. ¿Cuál fue la que usted se tomó? ¿Unas cafecitas de empaque amarillo? Pues sepa que ese medicamento se receta para regular la actividad hepática y que, incluso en los casos más severos, la dosis no supera la media tableta, no las dos que usted se tomó al tiempo.”

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El tono de mi voz empezó a llamar la atención Mientras mi mamá confirmaba las dosis y firmaba el recibo, en mi mente repetía las de otros pasajeros, uno de ellos me brindó un mismas palabras del doctor: yo no sé por qué paquete de servilletas industriales para que le limpiara el rostro. (¿Quién lleva servilletas usted sigue viva… Salimos del hospital y en una cafetería le industriales para la casa?) Cuando retiré la tomé varias fotografías mientras se comía una bufanda su piel estaba cubierta por un rastro de empanada caliente. Después tomamos el 440 de sangre seca y negra que descendía hasta perderse en su blusa. Intenté limpiarla pero de su nariz la Universal de Transportes. seguían chorreando borbotones. Un hombre sentado detrás de nosotros nos prestó su celular y con mis dedos manchados y pegajosos marqué *** el primer número que escupió mi memoria: Mi madre tomó el asiento de la ventana y llamé a doña Nancy para que fuera hasta mi casa cerró los ojos. El regaño del doctor, la inyección y avisara que ya íbamos para allá, que estuvieran y la bolsa de medicamentos, que apretaba en preparados. la mano, nos daban tranquilidad. Cuando el bus ganó velocidad y tomó la calle 27, una necesidad urgente *** la despertó: se llevó la mano a la Cuando mi mamá me Apoyada en mis hombros, nariz y la sostuvo. Miré alarmado dice “viejo”, siento que mi mamá descendió de la parte y a pesar de la luz tenue del se está despidiendo, trasera del bus, mientras yo interior del bus pude ver un hilo pensaba en José de Arimatea. que va a dejar este fino de sangre que atravesaba su boca. Para tranquilizarme ella mundo, que va a dejar El viento helado que bajaba de limpió sus labios con la otra mano de cumplir años y que las montañas recuperó rastros de su conciencia, al tiempo que y sonriendo me dijo: el viejo voy a empezar caminábamos, dándole ánimos -Tranquilo viejo, ya vamos a a ser yo. para que diera un paso más y llegar. otro y otro. Cuando llegamos a la casa y bajo la luz clara de Cuando mi mamá me dice viejo la habitación me aseguré que siento que se está despidiendo, que va a dejar este mundo, que va a dejar de el sangrado se había detenido. Mi papá y mi cumplir años y que el viejo voy a empezar a ser yo. hermana fueron a la cocina a calentar un poco Sin pensarlo, me quité la bufanda que me cubría de agua, mientras yo iba por la cámara que había y se la entregué. La hemorragia era abundante, dejado tirada en la entrada. Cuando mi hermana cuando íbamos por el parque El Tunal ya estaba advirtió que estaba enfocando la mancha negra empapada y empezaba a gotear. El shock que que cubría el rostro de mi vieja, señaló: tuve evitó la aparición del pánico y solo pude -Oiga, ¿cómo cree que le va a tomar fotos a realizar acciones leves, inútiles. La fuerza en ella en ese estado? sus manos empezaba a disminuir y cuando le Entonces mi madre, mientras sostenía un preguntaba algo al oído solo me respondía con sonidos inarticulados. Entonces apretaba su brazo en el aire le dijo: mano y le decía “Ana María no se vaya, ya vamos -Déjelo que tome lo que quiera, para que me a llegar, apriéteme la mano, apriéteme la mano.” muestre las fotos cada vez que se me ocurra Mi voz no era la de un hijo que pedía un favor, volver a la droguería a comprar las pastas de era la de un hombre solitario que daba una orden doña Estela. sabiendo que no la van a obedecer… Entonces, ¡CLICK! sentía que ella me devolvía el apretón. -24-


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Mon贸logo de prisi贸n en un jueves de mayo

Por: John Alexander Mart铆nez


No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío y su jornada. También el jugador es prisionero (la sentencia es de Omar) de otro tablero de negras noches y de blancos días. Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía? Jorge Luis Borges / Ajedrez.

Ahí estaba él y su prisa, la llave y su cerrojo, la avería y su inconveniencia para convertir a cada vértebra, con su paquete de huesos y exhalaciones, en una tortura a metros por segundo. Después de forcejar con la cerradura y congraciarla, con manteca de marrano recién destetado en sus entrañas, y no hallar respuesta, lo único que hizo en mitad de aquel pánico azul fue encerrarse en su casa, mandar cuanto telegrama fuera necesario, para avisar que estaba vivo, y esperar la llegada de su esposa a eso de las nueve. Parecía que el día pesaba más que otros, porque él creyó que era más lento. La noche era tan invasiva que le hizo perder la noción del tiempo y cuando llegó su mujer de una exposición, con las últimas novedades traídas al pueblo desde cada mar, isla, continente, país, península y galaxia conocida o por conocer, les costó reconocerse uno al otro. Atónitos los dos, hacía ya bastante tiempo que no se encontraban así de conscientes y perplejos. Luego de unos segundos ella habló: “hoy me dieron el pésame catorce veces”. Él comprendió lo inútil de sus prevenciones con el telégrafo y le contó lo sucedido. Ella salió muy temprano a contemplar la última novedad de los ingenieros de Siberia: una placa de cristal que al ser conectada a las redes eléctricas del pueblo, hasta ese día muy recientes, y luego de oprimir un botón o recitar una fórmula en versos alejandrinos, permitía ver, en vivo y en directo, las batallas del sultán Mehmet II en las calles de Constantinopla; el alumbramiento de un cualquiera que amaba a los tigres, a Spinoza y a Inglaterra, cerca de un barrio milonguero de Buenos Aires; los efectos de un terremoto que destrozó la fe y a Lisboa; la caída del Taj Mahal debida a la búsqueda de agua en sus sótanos; la conversión al azul y luego al gris de la Plaza Roja; el encuentro de dos mundos gracias a la ambición de telas y condimentos de un genovés; el momento en que Óscar dejar su tambor para crecer, ¿debe o no debe?, y huir de su Danzig destruida; los disturbios en Versalles de unos campesinos hambrientos que buscaban la luz; las locuras de un inglés en medio de barcos de vapor, obreros, -32-


válvulas y carbón en plena fiebre marxista; los deslices del emperador Honorio con su mitad del mundo y su caída; la sesión diaria del concejo municipal; la subasta de la primera imprenta fabricada por Gutenberg; el próximo solsticio de invierno; la noticia del deceso de la madre del peronismo; el fin de la primavera en un agosto de Praga; el colapso de un muro que dividía al mundo en dos opuestos, mientras Gorbachov tenía necesidades occidentales; la liberación de una ciudad con un triángulo de hierro en el fondo, entre muchas cosas más. En el otro extremo de la ciudad, él completaba su ritual del paño, los botones, las mancuernas, el sombrero, el pañuelo en el bolsillo y el café a sorbos, cuando advirtió que debía salir, como todos los días, desde las nueve y quince hasta las siete y treinta, a sus tertulias cotidianas con sesenta y cuatro cuadritos, dos razas de guerreros, alfiles, torres, reinas y reyes; vinos de Oporto; los problemas de Epicúreo sobre la eternidad de la materia; el embrujo de la música cubana y las claves para la salvación de la humanidad, gracias a la traducción de los cuentos de un tal Kafka. Todo esto, y un tanto más, en un saloncito de luz tenue, ubicado en el centro del pueblo, que era atendido por mancebas desnudas y servía como refugio para los viejos del pueblo, los jóvenes idealistas y los contagiados de surrealismo. Allá se entretenía, peleaba un rato en defensa de sus ideas aristotélicas, se mantenía vivaz y aprendía cuánto idioma aparecía. “Carajo ¿y ahora qué?”, era lo único que decía. Su esposa, entretenida con el asombro del reencuentro nocturno y las fantasías del bloque de cristal, soltó una carcajada y dijo : “Tranquilo. Ponemos tranca en la puerta y soltamos al perro. Mañana llamamos al cerrajero y vamos a la notaría para certificar que estás vivo, así tenga que cortarte un dedo y dejárselo al notario para que no dude”. *** Se levantaron con los primeros albores. Él revisó su extensa colección de libros y verificó la posición de cada adorno de la casa. Por fortuna todo estaba en su lugar. Ella preparó la ollada

de café oscuro y planeó ese día anómalo en veinticuatro años, ocho meses y dos semanas de vidas revueltas. Por fin concluyó: “hoy salgo yo. Suficiente hay con un muerto para que ahora sean dos. Mientras niego tu muerte, tú esperas al cerrajero y envías cuanto telegrama sea necesario”. Afuera el pueblo se concentraba ante la placa de cristal. El gobernador hablaba. Se emitía un informe sobre los disgustos eólicos cerca de Cristianía, se alertaba a la distinguida comunidad por la suerte de una embarcación, con los emblemas de la patria, que llevaba a ilustres ciudadanos, artistas y personas de oficios varios, que se hallaba cerca de la zona neurálgica. Entre ellos un pintor neoexpresionista del realismo socialista que conoció a Magritte, y el cerrajero del pueblo, único en su especie a semanas de distancia. También se advertía sobre la imposibilidad de correo indefinidamente. De nuevo el día se hizo pesado. Cuando apareció la luna con su danza ellos ya estaban ansiosos y perplejos. Él lo veía en sus ojos. Ella en los de él. Supo de los disgustos de la brisa en las costas escandinavas. Ella, en un intento de darle consuelo, le contó que ya estaba en camino una comisión médica que confirmaría su existencia. Propuso esperar unos días. “Son cosas del viento. Ya pasará”. Y para abaratar el costo del presidio, encomendó las labores del mantenimiento doméstico. Sin ninguna opción, pues si salía sería acusado de fantasma, perdería su reputación y se encontraría con torturas propias de la inquisición como respuesta a su duda ontológica, se entregó al descubrimiento de una casa que en más de dos décadas de hospedaje solo había servido para salvar del frío y la lluvia, guardar chécheres, colgar chivos muertos en las vigas, dar sombra en septiembre y dibujar en las paredes cada escena de las impudicias de pareja, las que iban desde la contemplación mutua de una desnudez invadida por el perfume de rosas libanesas, las montañas de merengues y cremas batidas sobre los vientres, la invención de cartografías anatómicas con dos islas, un delta, un par de farolitos titilantes color roble

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en aquel mar de suspiros y algunas cordilleras, hasta la composición de rapsodias, tan emotivas que los chillidos entonados por Hortensia del Pilar de la Cruz Sánchez y Monsalve, señora de Cortez, eran tan agudos y conmovedores que tocaba deshilacharlos y deshacerlos por los innumerables pasillos de la casa. Pasadas unas semanas la casa estaba irreconocible. No se encontraba rastro de telaraña alguna. Los muebles cambiaron de nombre y posición tantas veces que ya no se sabía para qué servía cada cosa y ponían a calentar el sancocho en el armario o se acomodaban para dormir sobre las máquinas de coser. El prisionero organizó su compilado de enciclopedias, textos y manuscritos; encontró unas litografías de los abuelos de su esposa, en el fondo de un baulito casi olvidado, que en la cara anterior traía unos garabatos, y luego de traducirlos dedujo que eran la firma y la marca del papel de un taller holandés del siglo XII;

jugó a contar los reflejos de dos espejos puestos uno enfrente del otro y en una ocasión quedó del otro lado usurpando el lugar del que imitaba sus movimientos; desentrañó del fondo del horno de leña el fósil de un albatros errante; se dedicó al aprendizaje del gaélico; halló unas cartas con indicaciones para encontrar la materialidad de Dios; la copia de una obra de Da Vinci que nunca volvió a ser expuesta por temor a su desvanecimiento; y una pianola, en el último rincón concebible de aquel dédalo de paredes, que hizo sonar de nuevo. Esto, mientras se le pasaban los caprichos al viento. La empresa de la pianola fue la que más tiempo requirió. Tuvo que traducir dieciocho manuales de ensamble y funcionamiento del instrumento, todos en lenguas diferentes, unas ya extintas, otras imposibles de comprender. Todos decían lo mismo. En más de una ocasión

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perdió el quicio debido a la cantidad de resortes, alambres, engranes, pepitas, agujas, teclas, tornillos y rueditas esparcidos por toda la casa o por las disonancias que salían de la cajita musical, y ponían una tinta triste a la tarde. Sus únicas compañeras eran la ollada de café, con cuncho espeso, y las herramientas que lo secundaron en una labor utópica, por no decir desalentadora. Pasó noches enteras en vela y en más de una ocasión desarmó todo porque le faltaba esta tuerquita o esta, porque no me cuadra mija o porque sí y punto. Perdió con facilidad la cuenta de los días en los dedos, por eso no sabe cuánto duró en esa labor, pero fue un jueves de mayo el momento en que unas notas diáfanas le invadieron cada espectro de la memoria. Fue instantáneo. Antes de poder celebrar su logro fue devuelto a la tarde fúlgida y multicolor de un marzo, embolsillado en las postrimerías del siglo

pasado, en que él y una muchacha, de nombres largos y aristócraticos, se prometieron elocuencia y fidelidad a la orilla de un río. Ella no llevaba más que un baulito con sus caprichos pueriles y la fiebre de un amor bucólico, y él, de mirada impasible pero gestos graciosos, no cargaba más que veintidós florines en los bolsillos y ampollas burbujeantes en los pies, producto del viaje de tres semanas a lo largo de la sabana en búsqueda de un sitio abandonado que les prometiera el porvenir. Allí vivían con lo justo y necesario. Ella se divertía con sus lecciones diarias de pianola, la que su esposo tuvo que llevar en hombros durante el periplo y que ahora le rastreaba algunos pasos a la nostalgia, las costumbres de estética vienesa y los quehaceres del rancho. Él no dejaba de experimentar con las artes de la agricultura. Sembraba todo lo que encontraba, domaba leopardos transparentes, cerdos salvajes y vacas septentrionales, de ésas que en la leche traen un tufito de miel y canela. También cazaba aves matachinadas, aleccionadas en idiomas de otros tiempos, para el deleite de su esposa.

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Lo tenían todo. Sus vecinos más próximos se encontraban a setenta y dos leguas de distancia. Así lo dedujo él por el humo lejano y la velocidad del viento. Por eso nunca fueron muy lejos de casa. Sin embargo, una mañana de octubre divisaron en el hotizonte hordas de hombres y mujeres nunca vistos, con una piel color tornasol, que hablaban y leían de para atrás, con un bullicio inconcebible en las manos y las ganas de llenar con chucherías aquellas tierras, ya covertidas en una babel.

de los esclavos, entre muchas cosas más. Lo único reprochable era su infinitud de dialectos. Cuando uno de ellos lanzaba improperios en su lengua vernácula, las mujeres les tapaban los oídos a los niños, enviaban quiromancias al cielo y rogaban por la salvación de esos bárbaros. Otros no tomaban vino, se arrodillan y se alborotaban para rezar, bailaban patas arriba o no tenían fotografía alguna de algo.

Los eslavos y los sirios se hicieron queridos y solícitos en el pueblo. Llegaron a adoptarse Pasados unos años, la cantidad de sirios y algunas de sus costumbres y por eso es que eslavos, vistos de lejos, transformaron esas tierras siempre es jueves de mayo, excepto si llueve o arcillosas y sin final en un pueblo con un festival llega el correo. A causa de uno de esos mitos diario. En la plaza de mercado sueltos en las parrandas de se encontraban vendedores de enero, el pueblo configuró raíces amazónicas sagradas, una rutina tan estricta que se Cuando uno policías tamborileros vestidos sabía cuando alguien moría con trapitos blancos, globos porque no llegaba a la hora de ellos lanzaba con forma de diamante, miopes improperios en su acostumbrada al lugar de intérpretes del clarinete al siempre. En una ocasión, un lengua vernácula, revés, extranjeros con las joven llegó dos minutos tarde a manos llenas de paz y palomas su cita diaria con su prometida, las mujeres les que comían maíz mansamente, tapaban los oídos a por eso se le dio por muerto, se niños montados en monociclos, creyó que era un fantasma el los niños, enviaban cuerpo que gritaba y afirmaba malabaristas con elefantes, ciegos tragafuego, lectores del ser el difunto, se canceló su quiromancias al mañana, rubias adivinas del cielo y rogaban por boda y sus padres envejecieron tráfico según las líneas de las en cuestión de horas. Luego la salvación de esos palmas, franceses entristecidos de comprobar la existencia del e inventores de cajas de cristal sujeto,conpomadasmercúricas bárbaros. sin una palabra a cambio de y exhaustivos exámenes, hubo una moneda, liliputienses un revuelo en la notaria única que afirmaban haber visto del pueblo para revocar el acta reaparecer al gato de cheshire de defunción. Nadie estaba y al judío errante, vendedores de gansos libre de este rigor en aquel pueblo. babilonios, abuelos expendedores de helados con el sabor del arco iris. *** Algunos tuvieron la idea de montar una Lo humano conoció el límite. Una mañana, él biblioteca y por eso los indios descalzos supieron de los negocios con cadáveres del amaneció taciturno y acongojado porque no sabía energúmeno Miguel Ángel para estudiar cuánto llevaba así, y a mitad del desayuno soltó anatomía y perfeccionar su drama en yeso; sobre la mesa una súplica de libertad: “Viajaré del inconfundible aire bizantino que guarda cuánto sea necesario para traer al cerrajero más Venecia, de la preferencia de los griegos por los próximo y así acabar con esto”. Su esposa, inerme hombres en sus cosas del arte, del por qué los ante tal convicción, guardó silencio e hizo como rumanos le decían al espacio sideral el camino si nada y se dispuso a salir, como todos los días, -36-


a donde la rutina la llevase. Un beso en la frente y un par de recomendaciones sobre la hora en que llegaría el lechero y sobre cuándo debía echarle maíz a las gallinas fue todo lo que ella le dejó al prisionero. Pero a él poco le importaba la indiferencia de Hortensia del Pilar de la Cruz Sánchez y Monsalve, señora de Cortez, pues estaba decidido a salir, aunque sabía que eran necesarias algunas precauciones para evitar la asidua vigilancia de su cónyuge y de la guardia provincial, pues de ser apresado por esta bajo la tentativa de inconsistencia etérea (tipificación exacta del delito) se vería envuelto en los interrogantes hilemórficos más extenuantes y en insospechados dolores alquímicos, producto de la búsqueda de una verdad del ser, la materia y su simplicidad. Planchó y remendó un traje que no usaba hacía años, liberó de las polillas un peluquín color oro usado por última vez en una fiesta de disfraces, perfeccionó un acento ibérico en sesiones de cuatro horas diarias frente al espejo del corredor, desempolvó unas botas de montar, leyó cuanto libro de poemas catalanes, andaluces, vascos y gallegos encontró; se hizo al uso de maneras citadinas; se volvió como los poetas: feo, pobre, irreverente y silencioso, y gracias a su exquisita caligrafía logró fabricar una identificación: Iñaqui del Solar Barragán, prosista de oficio, extranjero, cincuenta y ocho años. Partiría a mitad de la madrugada en un caballo alquilado y para evitar los reclamos a posteriori justificaría su acción con una nota puesta al pie de la ollada de café. Recuperó el pulso cuando terminó la requisa y la verificación de su identidad por parte de dos oficiales de la guarda provincial. Al encontrar el primer pueblo fue en búsqueda del cerrajero y allí, en medio del polvo y con la sequedad en los dedos, supo de su viaje a la capital y de la incertidumbre sobre su regreso. Sin dinero, con un pedazo de pan y otro de queso en el bolsillo del pantalón, un corcel diezmado y una rabia traicionera en la dualidad fabricada por él, decidió volver. Llegó a mitad de la madrugada, entró por una de esas ventanas que solo los dueños de cada casa conocen, la recorrió en

sigilo, en puntitas de ballet y con las botas en las manos, se acostó. “¿Y el cerrajero señor Iñaqui?” Él no salía de su sorpresa ante la pregunta, preveía reclamos infinitos por parte de ella, pero no tardó en descubrir el hilo de compasión que sostenía al interrogante. Con la respiración sostenida y la oscuridad sobre ellos, le contó el periplo de su viaje y, antes de las primeras melodías de gallo ronco, dijo; “pongamos cadena y candado. A lo de antes. Y así vuelves a salir”. Era necesario, se le había visto jugar ajedrez al frente de un espejo y pelear con el del otro lado porque le imitaba cada movimiento. Sin embargo no hubo modos. “Ni de vainas. Y del tema no se vuelve a hablar”. Días después, cuatro galenos, impecablemente vestidos, se presentaron en la casa y de inmediato desplegaron en todo el recinto tantos frasquitos, agujas, radiografías, cuchillas, neologismos, goteros, hiervas, píldoras, sustancias, jeringas, hipótesis, espejos, pergaminos, raíces, estetoscopios, cables, camillas, microscopios, bichos, probetas, telescopios, colonoscopios, oscopios, diagnósticos, vademécums, lupas, aprendices, tensiómetros, animalitos, maletines, batas, exámenes y básculas, que era imposible acordarse de uno o de todos. Pasadas quince horas, ininterrumpidas, de interrogatorios psiquiátricos y genealógicos, pruebas cardíacas con liebres sobre el vientre, lavatorios con flor de loto azul, incisiones en venas y arterias estratégicas, quemaduras en centros sensitivos específicos y pruebas acústicas para verificar la veracidad de los lamentos se concluyó: “Viviente, descartado cualquier brote de inconsistencia etérea, permiso absoluto de interacción cívica sin riesgos patológicos”. Solo faltaban algunos trámites de escritorio para que don Martín Cortez destrancara su vida de ese jueves de mayo.

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EL ENCUENTRO DE LOS LOBOS por: Ulcué

Boris consultó su reloj por tercera vez, la paciencia no era una de sus cualidades y, además, el calor de aquella mañana hacia más tediosa la espera. Sentado en un banco de concreto pudo ver como el parque se llenaba con los niños y jóvenes de un colegio cercano. Uniformes grises y sudaderas se alternaban mientras la libertad se hacía presente en las mentes de sus dueños que se disponían a disfrutar el descanso minuto a minuto. De alguna manera, alrededor del hombre rubio se hizo un espacio vacío. No era común ver a una persona como Boris en aquel costado de la ciudad. Sus ojos azul hielo contrastaban con una piel delicada, cabello engominado peinado hacia atrás, manos perfectamente cuidadas y una magnífica estatura. Su vestido, sin rayar en lo formal, era elegante: jeans, chaqueta azul de gamuza, camisa blanca y zapatos negros que reflejaban el sol ya casi meridional. Un grupo de tres niñas pasaron a su lado. La del costado volteó a verlo y esbozó una sonrisa que lo invitaba a hablarle, aunque fuera por breves minutos. No obstante, otra imagen le hizo perder de vista aquella beldad juvenil. Dos profesores caminaban a unos pocos metros; una mujer de unos treinta y cinco años, de cabello rubio, y un hombre no mayor de treinta que fue quien realmente llamó su atención, aunque no lograba precisar por qué.


Efectivamente, no era llamativo: mediana estatura, bata blanca, rostro con rasgos finos que daban a su faz un halo de inteligencia, acentuada por unos lentes que enmarcaban sus ojos. Caminaba con las manos atrás, de manera lenta y segura, escrutando con la mirada los movimientos de cada niño bajo su cuidado. -El canciller. Dijo Boris para sí mismo. Efectivamente, el caminar del hombre le recordaba a Adolfo Hitler paseando por Rastenburg, su cuartel general, en las mañanas de la Baviera germana. Sí. Era eso lo que le había hecho fijarse en este hombre que aparecía cada cinco minutos, después de que, obviamente, daba la vuelta completa al parque. Proveniente del colegio se escuchaban las notas de la sinfonía octava de Bruckner, hecho que añadió a la atmósfera un nuevo detalle histórico: esta pieza había sido transmitida por la radio alemana cuando se anunció al pueblo el suicidio del Führer. Las meditaciones del hombre se cortaron cuando un balón tocó su zapato derecho. -Me hace el favor… El niño que pedía la pelota le pareció gracioso por sus grandes dientes que le daban la apariencia de un roedor de caricatura. Boris levantó el balón con la mano derecha y se lo acercó generosamente, sin pronunciar palabra, pero lanzando una mirada aguda, penetrante, de hielo. El pequeño lo tomó quedando atrapado por un momento en los ojos de aquel gigante rubio, pero intempestivamente se dio vuelta y gritó: “¿por qué le pegó tan duro, negro?”, mientras otro niño de color ébano recogía la esférica para volver a su mundo de juegos. Una cuarta repasada a su reloj delató la impaciencia del hombre del banco, que no había notado la presencia del jardinero que, ene se moemnto, se detuvo frente a él. -Guten tag. Dijo el hombre vestido con un raído overol amarillo y una gorra verde, moviendo la mano de izquierda a derecha de una manera felina, ágil, casi imperceptible.

Boris no reaccionó. Sólo vio el reflejo de un acero mortal ya elevado en las manos del jardinero. Estaba mortalmente herido. Su cuello manaba una sangre negra que estalló empapando la camisa de seda blanca. Por un movimiento de autoconservación se llevó las manos a la garganta, en un intento por retener la vida que se le escapaba en cada gota del precioso líquido. Fue inútil. Los niños que gritaban confundidos corrieron hacia el portón ancho del parque. Sólo el profesor iba en contravía de la marea humana, mientras que, de manera instintiva y rápida, se quitó la bata, al tiempo que sus ojos se congelaron en dirección al moribundo. Tomándolo por el pecho, lo recostó en el banco y le enredó el trapo ya ensangrentado en el cuello. -¡Canciller!, dijo Boris con voz apagada, casi imperceptible. -No. Yo soy el nieto del Standartenführer Eichmann. Contestó el hombre en un alemán perfecto, sin acento. Entonces lo comprendió. Una mueca de ironía que casi esbozaba una sonrisa se dibujó en su rostro. Él, Boris Rausser, el nieto de un criminal de guerra, muerto en la horca de la torturada Polonia, no había cruzado el mundo para vender armas a los rebeldes de turno. Había venido a este suelo extranjero a morir. Su destino no fue el del mercenario abaleado en un país cualquiera, era el de un soldado que moriría en los brazos de uno de sus iguales, de un hombre que como él llevaba sobre los hombros los atroces crímenes de sus padres. La sensación de ser un soldado muriendo de sed en el Al-Amein o un joven infante delirando en la nieve del frente oriental no era del todo falsa. Boris fue todos ellos y a la vez ninguno. Fue su abuelo ajusticiado por los vengativos sobrevivientes, fue el vencido canciller en el búnker de Berlín buscando la liberación a su miedo, fue el homicida colgado en Sión. Fue todos los hombres del mundo. Ahora estaba muerto. -39-


Un informe inusual

Por: Alex Ramírez

Soy un funcionario público. Mi trabajo es recibir quejas de los usuarios del sistema. Estuve entre los diez mejores empleados de la vía, por mi atención oportuna al usuario, mi puntualidad, mis informes entregados a tiempo… en fin, por no dejar nada inconcluso. Nada. Hasta esa noche. Me encontraba redactando unos informes de fin de mes, las personas pasaban frente a mí apresuradamente, sin hacer mucho ruido. Cuando terminé los últimos requerimientos, levanté la vista y ya era de noche, nadie se había acercado durante todo el día a poner una queja o a preguntarme algo, entonces, llegó el aguacero, un aguacero torrencial que azotaba la estructura del techo; ya no me pude concentrar, decidí mirar a la gente. Los buses, que llegaban llenos de vaho, descargaban a los usuarios que corrían atemorizados por el estruendo. Nadie me miraba. Saqué el termo y me serví café, muy a escondidas de la cámara y los inspectores, porque está prohibido, como todos saben, consumir alimentos dentro del sistema. Tengo una caneca para botar basura y no tener que salir de mi puesto de trabajo, un suministro de vasitos desechables, azúcar y -40-


unos pitillos para revolver el café. El café sale espumoso las primeras veces, aún caliente, y es de lo mejor. En el altavoz anuncian que por inundación en el barrio Danubio, los servicios se encuentran retrasados. Lentamente la plataforma se queda vacía. La lluvia se calma y da lugar a la llovizna. Me percato que, mirando a lo lejos, hacia las montañas de Usme, las gotas caen cada vez más lento, hasta volverse casi una capa de humo, como polvo de agua inmóvil.

qué paradas hace el B-73, es urgente. ¡Me repitió con una voz nerviosa!

Era una señora ya vieja, vestida con varios sacos de lana uno encima de otro, con una gorra de lana a la que le salían grandes motas. Vi a lo lejos unos auxiliares de policía que se acercaban corriendo, luego vi una maleta de niño, que terciada en un hombro de la vieja, parecía un detalle sin importancia, una imagen que ahora no puedo sacar de mi cabeza y vuelve una y En el altavoz anuncian que el portal se ha otra vez en las noches en que no logro dormir. cerrado. La gente, que aún queda dentro, Mientras volvía la mirada hacia la polilla, le dije protesta por falta de servicios alimentadores. con tranquilidad: Los auxiliares de policía ubican a la gente en filas, -Dígame para dónde va y con mucho gusto le mientras los buses articulados se estacionan en otro extremo, esperando alguna orden… ¿Qué colaboro. puede haber más placentero que el hecho de La polilla se estacionó por unos momentos verse totalmente librado de las miradas de los en la pared. Las gotas resbalaban de sus alas demás? Era evidente que los operadores, los aterciopeladas. La vieja me dijo: auxiliares de policía, los guías y los inspectores, -¡No sé, no sé para dónde voy!... ¡Por favor, se encontraban ocupados en la resolución del dígame las paradas!… problema de represamiento y si no, por lo menos Que Dios me perdone, pero dentro de mí fingían interés, porque de eso también se trata no pude evitar el maldecir a esa señora que no este trabajo. me dejaba en paz y, aparte de todo, halaba de Entonces, decidí salir a caminar un poco mi chaqueta. No sé por qué, algo me impulsó por la plataforma. Mientras lo hacía, pensaba a seguir, firme, frente a las actividades de la en dónde estaba ubicada la cámara. Miré polilla, que se introducía audazmente en los hacia la estructura del techo, que es bastante vacíos entre gota y gota, esquivándolas, casi que alta. Descubrí que volaba una polilla. Volaba adelantándose a su trayectoria, a una velocidad para refugiarse de la lluvia, mientras las gotas increíble. Cuando los auxiliares llegaron todo fue caían ya más pausadas, más perezosas, con la confuso, la señora intentaba no llorar, la gente intención de solo dejarse caer, todas a un solo se amontonó alrededor de sus explicaciones ritmo, menos las que rodaban en el borde del nerviosas, su mirada confusa y sus ademanes techo, impredecibles, pesadas, lentas y rápidas eufóricos, llenos de lana cachemir. a un tiempo. La polilla volaba hacia el exterior En cuanto a la polilla, había desaparecido. sin percatarse de las gotas impredecibles. Una gran gota cayó sobre su ala. Su vuelo vacilaba en No sé por qué me sentí tan atraído por esa espirales, salía de nuevo a la lluvia y volvía cada polilla, no sé por qué me distraje ese día de esa vez más empapada. No quería perder detalle manera… Yo, que estuve entre los empleados más de lo que podría pasar, pero alguien haló de mi destacados de la vía. Me siento muy apenado, aún chaqueta. pasado tanto tiempo, hoy me atrevo a escribir

este informe tan inusual (sin ánimo de recuperar mi trabajo, ni más faltaba). Pienso que si no me No miré a la persona que me hablaba, solo le hubiera salido de mi puesto, jamás tendría que dije con tranquilidad: sentir una culpa que finalmente no es mía, pero -¿Para donde va, señora? que siempre estará allí, presionándome en mis -¡Señor, por favor, colabóreme! Necesito saber momentos de distracción. - Joven ayúdeme, que paradas hace el B-73

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¿POR QUÉ? Por: Kenshin Himura

Tenía de nuevo la sensación de seguir dormido. Poco a poco me sumergía en un universo lleno de espejismos donde no diferenciaba la realidad de la pesadilla. -¡Así fue que la maté! Mi mente divagaba entre recuerdos de un trabajo del que no estoy seguro, recuerdos que se volvieron imágenes borrosas. De forma recurrente, ella se hacía protagonista de mi vida. A cada segundo me desconectaba más. ¿Qué es lo real sino piezas de un rompecabezas que sólo se revelan a su creador? Mis manos estaban húmedas y tibias. La sangre chorreaba de los dedos, como de ella la vida. -¿Por qué? En los pequeños detalles se encuentra Dios. Recordé esa frase cuando ya no prestaba atención a los detalles. Los colores y los sabores se mezclaron en la nada. Dios había dejado de existir. La aparté del camino sin preguntarle por qué. -¿Por qué? El tiempo deja de correr en el reino de los espejos. La nada no necesita dictadores, no desea relojes odiosos. Era un suspiro, unos bellos rubios en el comienzo de la espalda, era una carcajada. Era un charco de sangre, espeso y rojo. Le clavé cinco veces el bolígrafo en el cuello. No gritó, no dijo nada, sólo se quedó mirándome. Igual, nunca decía nada y esta vez no sería la excepción. Mientras se le esfumaba la vida, no dejé de pensar en esos bellitos que le nacían al comienzo de la espalda. No le pregunte por qué…

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Exploración de una cuchara con ají comiendo empanada Por: Jerson José Hernández Un toro rojo duerme encadenado bajo un océano repleto de algas verdes. Un sol que brilla con la fuerza de quinientos abre una catarata. El océano cae y el toro se desboca en un cráter rodeado por un paisaje hecho con granos de oro. Aturdido por el golpe, el toro se levanta y tambalea. Está pisando una tierra suave y caliente, además, de ella emerge un olor disfrazado de todos los olores. El calor del suelo hace sudar al toro y su piel roja adquiere un brillo sorprendente. Cuando recupera su conciencia el toro advierte que ya no hay cadenas alrededor de su lomo y que su hocico exhala un humo que hace temblar el suelo. La luz del mediodía brilla en la punta afilada de sus cuernos. Con la rabia en los ojos, el toro levanta la cabeza. Frente a él, a una distancia considerable, se encuentra un ser monstruoso que carece de piel. Su cuerpo es un solo músculo que se mueve en su sitio sin dejar de mirarle. No deja de moverse. No puede dejar de moverse. El monstruo da un paso y deja atrás una huella babosa. Empieza a caminar y luego corre, cada vez más rápido hacia el toro. En las venas rojas del toro corre la venganza y sin impulso embiste contra la criatura musculada. La fuerza del toro es más potente que la del monstruo –siempre lo es-. En el centro del campo chocan sus cuerpos. El toro permanece inmóvil, resollando para recuperar el aliento. De sus cuernos cuelga una sustancia viscosa. El monstruo retrocede tambaleándose y mientras de su herida borbotea un chorro transparente está seguro que ese es el castigo por su soberbia.

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¿Seremos prófugos? Por: John Alexander Martínez A Lady Rose Hay gente que es de un lugar. No es mi caso. Yo estoy aquí de paso. Jorge Drexler / Tres mil millones de latidos.

Esperemos el tren de las 9:30 quizás así algo venga y decida por los dos. Dejemos que otros acaben con París, confundamos a la inmortalidad un martes por la tarde, tomemos el bus equivocado, olvidemos el azúcar en el café, las lágrimas en las despedidas. Olvidemos, también, lo existente, la eternidad que aloja tu mirar, tomemos el tren de las 11:40 (mientras te leía esto se nos fue el de las 9:30 con párrafos y decisiones abordo). Rompamos la geografía en la cabecera de tu cama. ¿Seremos prófugos? No lo sé, solo tú sabes (espero esto hace años, preparo este viaje sin regreso mucho antes de nacer). Tengo unas valijas en la mesa, en el bolsillo quince miligramos de algo contra: El sexo en lunes, los rompecabezas incompletos, lápices sin punta,

cuadernos sin errores, estupideces de cine en jueves, tus intempestivas charlas, libros que no te quiero leer, la vejez en la fotografía, unas huellas sin mañana, la copia de la llave de tu habitación, canciones de tres minutos, un adiós en tus dedos, el regreso a casa, el hastío, el hambre, los pasos, el sueño, las rutas, los semáforos, las calles, los transeúntes, todo lo que la humanidad invente para separarnos, los besos que piensan en el inicio y el fin. ¿Seremos prófugos?, ¿por qué me lo preguntas?, sí bien vos sabes que eliminaría de los diccionarios el destino, los kilómetros, el lugar de nacimiento. Sí solo por vos reinventaría el abecedario, el color azul y la forma del cielo. Por eso te propongo: Olvidemos nuestros morrales, todas tus dudas, muchas de mis respuestas y tomemos un tren pasadas las 11:40.

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Maldición En la última silla del bus encadenado a Gómez Jattin. El ladrón que llega a trabajar: -¿Qué lleva ahí? -Un libro. -Páselo si no quiere que lo joda. Lo toma, guarda el cuchillo, se baja. Ahora el jodido es él.

Resignación Hoy me siento viejo: mis palabras crujen como las tablas de una casa amarilla, mis rodillas traquean cuando atravieso la sopa gris del viento, mis pupilas empiezan a caer en la locura del sueño y la sombra. El pavimento partido se levanta como olas y los soldados ya no me piden documento y libreta militar.

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Por: Jerson José Hernández

Comunión Esta noche nadie espera en la esquina oscura con el frío en la boca y un cuchillo en la mano. La luna brilla en el monedero vacío del cielo. Me detengo. Y desde este lugar observo las casas que pierden su forma entre las sombras, la gente que regresa lenta y encorvada: hormigas que se arrastran con dos patas. Qué fácil sería caer sobre ellas, insultarlas. A picotazos arrancarles la cadena, el reloj, los párpados y los dedos. Desde esta esquina lo veo todo, oigo pasos torpes y sudores tibios. Soy un pequeño dios.

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UN DÍA EN EL QUE ESTARÉ LEJOS Amor mío, no sufras, no temas, mi vida la escogí yo y la escogí para ti también. Pablo Neruda (Cartas de Amor)

Rumores de tus silencios Inconsolable e impaciente Me miras a través de mi tristeza Aquella que solo “tú” puedes coleccionar Agarro un bus de raíces Sin mesura hacia un árbol diluido de sueños Cansada de la rutina de mis memorias Migro hacia bordes de tu conciencia -T e m i r o, Te s i e n t o- T e p i e n s o, T e q u i e r oNo es tiempo de soledades y de abandonos Aun no es tiempo. Mezquino de mis alegrías caóticas Me abrazas y te extraño desde ya, Desde siempre La esencia de mi piel que viaja pegadita a ti El espejo que encierra varias lunas Pérdida en medio de tus noches

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Por: Érika Julieth Piragauta

Solo a veces -T e s i e n t o, T e e s c r i b oLa dulzura de tus ojos El amor entre la lluvia Las estrellas en el vientre Te aprieto a mi vida Siempre impredecible Sueles decir con voz ahogada - Q u é d a t e, N o t e V a y a s Me preguntas por un futuro Del que no estoy segura Sin pertenecer al tiempo Bajo los océanos del mundo nos encontraremos Y a través de la tierra seguiré besándote A donde corras o vueles Igual estaremos entre los equipajes De nuestras memorias ...

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