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Galayacu: al otro lado del Jubones
GALAYACU:
al otro lado del Jubones
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Un puente de madera y otro de hormigón dan vida a esta comunidad y los comunica con la ciudad
Por : Gilda Yungasaca
Apoyado en una base del puente colgante, en una soleada tarde, Alfonso Albarracín, de 67 años un morador de la comunidad de Galayacu, parroquia El Progreso del cantón Pasaje, observa pasar al caudaloso e impredecible río Jubones, aquel que en la década de los 60 se llevó a cuatro personas mientras intentaban cruzarlo en una tarabita, historia que le fue contada por su padre cuando él era aún pequeño. Desde entonces varios accidentes han ocurrido y la comunidad observa a esta corriente natural con respeto. Alfonso recuerda lo difícil que era transitar del pueblo a la ciudad a comprar cualquier alimento para sobrevivir. Aunque las tierras producían lo básico: el verde, la yuca, frutas, entre otras cosechas, siempre hacía falta víveres, gas o medicinas que no se encontraban en el lugar. Antes de que se comenzara a construir el primer puente de madera que unía el campo con la ciudad, se utilizaban tarabitas, canoas y balsas, pero no era una solución para la población, porque el río crecía tanto que no era posible transitar a ningún lugar, “el río se ha llevado a varias personas por intentar cruzarlo”, recuerda Albarracín. Hace unos 50 años se creó el puente de madera, pero no soportaba la intensidad del invierno y se perdía, teniendo la comunidad que volver a levantarlo. “Pero todo eso se solucionó con la creación del puente de hormigón”. Miguel Espinoza con 85 años es otro habitante de Galayacu, gracias a la creación de los puentes logró cumplir su sueño de poner una pequeña tienda y ofrecer a la comunidad productos más cerca de su casa, sus fieles clientes lo siguen acompañando desde hace ya unos 50 años, “el puente colgante (de madera) se construyó gracias al trabajo de la gente, nos organi-
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zamos en reuniones y mingas dentro la comunidad”, comentó Espinoza y agregó “fueron varios meses de labor que se invirtieron en la obra, pero al final valió la pena; sin embargo, sólo podían transitar personas, animales y muy pocos carros pequeños que había en ese tiempo”. En Galayacu cada familia vela por el bienestar de los suyos, este es el caso de Vicente Santos, joven de 23 años, que se dedica a la labor de guardia de seguridad hace unos 4 años. Sale de su casa a las cinco de la madrugada, cruza el puente día a día, a la misma hora y regresa entre las ocho y nueve de la noche. Santos comenta que sin la existencia de estos puentes no podría trasladarse hacia la ciudad, “no podría ir a mi trabajo; cómo daría de comer a mi familia. Veo cómo estas infraestructuras nos ayudan a crecer día tras día”. Pedro Andrade tiene 84 años y es una de las personas mayores de la comunidad, menciona que antes era bastante difícil sacar el cacao a la ciudad, uno de los principales frutos para sobrellevar la economía. El puente colgante fue construido con materiales traídos a lomo de mula, comentó Andrade, “se demoraban varios días en traer los materiales para construir el puente; desde los páramos se recorría todos los lugares y eso tardaba mucho, de modo que no había caminos transitables” Varios años después, la infraestructura del puente se iba desmoronando, necesitaba de mantenimiento, no era una obra segura que iba a permanecer hasta el futuro. Los moradores se pusieron al tanto de la situación, realizaron reuniones para planificar la creación de un nuevo puente, ya que todo se iba modernizando. Después de muchas gestiones lograron el propósito: la creación de un puente de hormigón. “El puente de cemento es un gran adelanto para la comunidad, nos ayudó a movilizarnos de forma rápida y segura”, comentó Santos. En el 2010 se dio la creación del puente de hormigón, una obra importante para el colectivo “cada que paso por este nuevo puente recuerdo que el esfuerzo, la planificación y colaboración de todos sí sirvió y eso me llena de orgullo a mis 85 años de vida”, comentó Espinoza. La brisa del atardecer hace que don Alfonso se retire a casa; con pasos lentos se aleja por las calles de Galayacu a su humilde hogar, habita en un pequeño cuarto de bloques y cemento que le dio su hijo para que viva tranquilo. Pero antes de irse, decide entrar en la tienda de don Espinoza a fumar en buen cigarro, según dice, para calmar ese frío que corre por sus huesos y que el temblor de sus piernas lo delatan; aunque don Espinoza le advierta que fumar es malo, él responde con seguridad “prefiero este tabaco y un buen trago, que aguantarme estos moles calambres”. Prende su cigarrillo, se despide y camina hacia su hogar, ubicado al otro lado del Jubones.

Aprendiendo desde la RURALIDAD
HISTORIAS EN PANDEMIA
La historia de la familia Duta, 3 hermanos que estudian sin acceso a internet ni tecnología
Foto: Vicente Santos

En una salita de su casa utiliza una silla de plástico color verde y una mesa de madera, fabricada por su padre; Lucía Duta está lista para comenzar con sus estudios.
Por: Gilda Yungasaca y Susana Acuña
Son las seis de la mañana y el sol aún no alumbra las calles de la comunidad Los Laureles de Galayacu. Lucía Duta, estudiante de octavo grado, no ha perdido el hábito de levantarse temprano, a pesar que desde mayo del 2020, ya no asiste presencialmente a su colegio: la Unidad Educativa Dr. Leonidas García Ortiz, ubicada a seis kilómetros de su hogar. La pandemia cambió la modalidad de estudios de Lucía. Ahora, sus compañeros se conectan vía on line, pero ella no cuenta con esa facilidad. La familia Duta vive en una casa alquilada que cuenta con servicios básicos de luz y agua potable. Pero, en su hogar no conocen de smartphones ni de ipads , no manejan wifi ni bluetooth ni plan de datos, su contacto más cercano con la tecnología es una radio de color negro sony antigua que la adquirieron hace algunos meses y la usan para escuchar alabanzas y también las noticias. Su padre tiene un celular sin conexión a internet, que sirve únicamente para hacer llamadas. La emergencia sanitaria por covid-19 obligó a Manuel Duta, padre de Lucía, a buscar una solución para que su hija mayor pueda estudiar, por ello decidió dirigirse al colegio y buscar alternativas que lo ayudaran. Allí los profesores le ofrecieron unas agendas pedagógicas, que son resúmenes de los libros de todas las asignaturas. Cada 15 días don Manuel va en busca del material de estudio para su hija. Según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), en Ecuador, hasta el 2019 el porcentaje de hogares con acceso a internet a escala nacional alcanzó el 45,5%. Es decir, más de la mitad de familias no cuenta con este servicio. El área con menos cobertura es la rural, alcanzando tan solo el 21,6% de los hogares. Las cifras evidencian que en el país aún existe desigualdad tanto en el acceso a recursos tecnológicos como a servicios.
Dos tercios de los niños en edad escolar del mundo, es decir, 1.300 millones de niños entre 3 y 17 años, no tienen conexión a Internet en sus hogares, según un nuevo informe de UNICEF y la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT). La brecha entre los países desarrollados y en vías de desarrollo es profunda, lo que coloca a los niños en edad escolar, en su mayoría de países de bajos ingresos y regiones rurales, en riesgo de perder su educación por no tener acceso a internet en el hogar. Lucía se alista para iniciar una nueva jornada de clases desde casa. Se hace unas trenzas en su cabello con sus propias manos y se dirige a la cocina para preparar el desayuno para su familia. Ella tiene 13 años, vive con su padre y hermanos María Duta de 11 y Luis Duta de 7 años, quienes también se dedican a hacer sus tareas desde casa, siguen el ejemplo de su hermana mayor. “Cuando no entendemos algún deber le pedimos ayuda a mi ñañita y ella nos guía”, comentó María. Su madre no vive con ellos hace 10 meses, desde entonces Lucía asumió sus responsabilidades como ama de casa. “Desde pequeña me encargaba de mis hermanos puesto que soy la mayor, eso me dio la responsabilidad de aprender muchas cosas como cocinar, lavar y ahora que mi mamá no está yo tengo que cuidar de
ellos porque mi papá trabaja”, comentó Lucía. En una salita de su casa utiliza una silla de plástico color verde y una mesa de madera fabricada por su padre, está lista para comenzar con sus estudios. Realiza sus tareas desde las 11 de la mañana hasta las 2 de la tarde, coloca sus libros en la mesa, saca sus agendas de estudio y comienza a realizar la tarea. Aunque no le gustan las matemáticas, los lunes se dedica a esa materia, con esfuerzo y con mucha lectura comienza a realizar los ejercicios. Además, resuelve preguntas de Ciencias Naturales, Lengua y Literatura; y, Estudios Sociales. “Cuando me gradúe quiero ir a la universidad y estudiar Medicina para ayudar a las personas. Aunque también me gusta la contabilidad, pero no las matemáticas”, comentó Lucía.
Foto: Gilda Yungasaca

Su contacto más cercano con la tecnología es una radio que la adquirieron hace poco y la usan para escuchar alabanzas y noticias. Los dos hermanos pequeños están aún en la escuela que se encuentra en el sector de La Unión de Galayacu y, en su caso, es la maestra de la escuela 11 de Abril quien se dirige todos los lunes a dejar las agendas pedagógicas para los niños. Fanny Cordero, rectora de la Unidad Educativa Dr. Leonidas Ortiz, comenta que la brecha tecnológica ha obligado a muchos niños a abandonar sus estudios o hacer un mayor esfuerzo arriesgándose a ir al colegio a buscar los materiales de estudio. En otros casos, los padres no se sienten comprometidos a que sus niños continúen sus niveles académicos y prefieren llevarlos a trabajar al campo. Ese no es el caso de la familia Duta. Son las seis de la tarde y a lo lejos se logra divisar, con pasos lentos, a don Manuel que regresa cansado de la finca donde labora, ha cumplido otra jornada de trabajo. A pesar de ser una familia de escasos recursos económicos, don Manuel motiva a diario a sus hijos a continuar sus estudios desde casa. “Estudien, eso le va a servir para el futuro, yo no pude estudiar, pero quiero que ustedes logren sus metas, yo siempre los apoyaré como más pueda”, son las palabras de don Manuel, quien algo conmovido, aconseja a sus 3 hijos.
Foto: Vicente Santos

Lucía de 13 años y sus hermanos María Duta de 11 y Luís Duta de 7 años, quienes también se dedican a hacer sus tareas desde casa, siguen el ejemplo de su hermana mayor.
Médicos en luto: el dolor de perder a sus padres con Covid-19
HISTORIAS EN PANDEMIA
Génesis Salinas y Javier Cuenca, a pesar de la pérdida de sus familiares, siguieron salvando vidas.

Por: Allison Delgado y Valentina Jiménez
Génesis Salinas, médico general en funciones hospitalarias e integrante del área de coordinación de covid-19 intermedio del Hospital Teófilo Dávila, comenta que fue muy difícil perder a sus familiares y tener que continuar con su labor. “Perdí a dos personas que consideraba como mis padres, pero a pesar de eso seguí trabajando, no pude parar, mis colegas necesitan de mi ayuda”. “Cuando me enteré del fallecimiento de uno de mis tíos que considero y amo como mi padre, me encontraba trabajando, la noticia me paralizó, solo quería llorar, entré a uno de los baños del hospital y me desahogué, luego me limpié las lágrimas y con mucha tristeza decidí volver con mis compañeros, no podía dejar de salvar otras vidas”, narra Génesis mientras su voz se quiebra y hace un esfuerzo por no soltar más lágrimas. Javier Cuenca, médico especialista y tratante en nefrología en el área de covid-19 dentro del Hospital del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), también perdió a su padre por causa del covid-19 y aunque le hubiera gustado tomarse un descanso, cada vez era más consciente de que no podía abandonar a aquellos que aún seguían luchando por su vida. La primera precaución que realizó como médico cuando inició esta pandemia fue mudarse a un departamento y vivir aislado, quería proteger a su familia, tenía y aún tiene mucho miedo, pero su fe lo mantiene firme. Trabajar en el área de covid-19 implica un riesgo muy alto, son conscientes de que deben tomar más precauciones que el resto de las personas. Al llegar al hospital deben cambiar toda su vestimenta. Usan trajes de protección, batas quirúrgicas o delantales médicos, mascarillas, visores, guantes sintéticos y zapatones quirúrgicos desechables. Este proceso demoraba casi 30 minutos, actualmente solo les lleva 15 minutos. Así mismo al salir se aseguran de continuar con un protocolo de desinfección, esto se realiza en las áreas que los centros médicos adecuaron. “En un principio éramos los héroes, con nuestro trabajo salvamos vidas, los familiares de cada paciente ponían toda su esperanza en nosotros, pero en muchos casos eso no fue suficiente”, manifestó Génesis, para ella la situación era difícil de controlar y aunque trabajan arduamente para curar a todos, eso no fue ni es posible. Javier y Génesis, coinciden al decir que después de todo esto, necesitarán ayuda para superar y sobreponerse ante lo que han vivido. Javier cuenta que como médico siempre estuvo pendiente de sus padres para que no se contagiaran, pero a finales del mes de diciembre lamentablemente el covid-19 llegó a su casa. “Mi padre fue el más afectado, estuvo más de 20 días internado en el hospital y yo no podía hacerme cargo de su caso por ser familiar directo; sin embargo, como hijo estuve pendiente de él en todo momento, lo ayudaba con lo que podía y esperaba que pronto se recuperara, pero a pesar de ello no tuvo esperanzas y falleció”. Basta con una visita sin cuidado de un familiar, sin seguir ni cumplir las normas de bioseguridad para quedar contagiados. “Toda mi familia se vio afectada, hasta ahora yo no me he contagiado de covid-19, pero ver a mi madre sin la compañía de mi padre, me afecta”, comenta Javier. Para él su padre era un hombre fuerte, que siempre lo apoyó y que a diario se sentía orgulloso de la profesión que él escogió, luchaba por su familia y buscaba siempre darles lo mejor. Pese a su muerte no pudo parar de trabajar, su deber era seguir salvando vidas, pero la razón que lo motiva más que ninguna otra es recordar que su padre era feliz viéndolo hacer lo que ama. Él hizo todo lo necesario para cuidar a su familia, pero al final no pudo evitar que el virus llegara a sus vidas. Tanto para Javier y Génesis ver luchar a las personas día tras día en contra de este virus se ha convertido en una tarea muy difícil y ese sentimiento se vuelve más grande cuando los contagiados son sus familiares. Génesis mientras ve a la gente pasar por los pasillos del hospital menciona: “A diario ruegas porque todos los pacientes mejoren, como doctor buscas ayudar en todo lo que te sea posible”. Dentro de las áreas del hospital cuando un paciente supera el contagio por covid-19 los doctores se alegran, es como una gran celebración para ellos, pero a la vez, les afecta cuando un paciente no se salva y los culpan por ello, a pesar de que lo único que hacen a diario es buscar la forma de salvar más vidas. En el Ecuador se registraron 11.880 fallecidos confirmados por covid-19 hasta el 29 de marzo del 2021, de los cuales 770 murieron en la provincia de El Oro, según el Ministerio de Salud Pública del Ecuador.

Javier y Génesis mencionan que necesitarán ayuda para superar y sobreponerse ante lo que han vivido.
Foto: Génesis Salinas