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El gato» un cuadro de erotismo e irracionalidad Viridiana Aceves Galindo
from La sílaba #6
«EL GATO» UN CUADRO DE EROTISMO E IRRACIONALIDAD
Viridiana Aceves G.
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Viridiana Aceves Galindo ha impartido a lo largo de varios años talleres de teatro y literatura para jóvenes en el municipio de Trancoso con la finalidad de que és‐tos se interesen por distintas disci‐plinas artísticas. Actualmen‐te es egresada de la Unidad Académica de Letras en la
UAZ y es una de las directo‐ras de La Tolva, una revis‐ta de investigación y difu‐sión cultural que se publica en Trancoso.
La llamada Generación de Medio Siglo abrió una gran ventana para dejar admirar la cultura del resto del mundo. El nuevo esce‐nario que surgió a partir de esa generación se refleja en la vasta obra de García Ponce, en donde el escritor abarca crítica, ensayo, narrativa y teatro. En el recuento de su obra se ven marcadas las obsesiones del autor; el erotismo es indispensable, eje central en la mayoría de sus escritos. Este se desprende de otros elementos que aportan a las escenas donde Ponce marca la huella del ero‐tismo y da pauta para analizarlos. En «El Gato» se llega a él a tra‐vés de distintos elementos y, en el camino, Ponce va sacando al lector de una historia que pareciera común a partir de herra‐mientas o personajes que desmoronan a la razón para incluirlo en un ambiente de complicidad.
La imagen del gato
El argumento parece simple, un hombre vive en un edificio y una mujer lo visita de manera ocasional. Se dibuja a los amantes en un departamento y se da algún indicio sobre la vida de D, uno de los protagonistas. Aunque el gato aparece en un primer momen‐to y se enfatiza su importancia en la historia (porque además el titulo lo sugiere), no es hasta después que se introduce otra perspectiva de este pequeño ser y se saca al lector de lo común. El gato se percibe en primera instancia como perteneciente al lugar. Marca su territorio, o el territorio lo marca a él, como si fuese un órgano irremplazable. La descripción que se da del ani‐mal juega con una dualidad oculta en principio. Se traza una imagen de un ser pequeño y gris, frágil, sin humano que lo pro‐teja. Era un «gato niño». Esta imagen del gato puede resultar co‐mún en el movimiento diario. En cualquier esquina alguien se puede encontrar con un gato o un perro y no pasa nada que no sea cotidiano. Puede resultar inquietante para muchas personas la figura de un felino, por su asociación (en la cultura occidental) con símbolos negativos, se concibe como una mascota, no dejando de lado su capacidad para despertar abundantes juicios sobre su comportamiento extraño y misterioso. Es esta conducta la que le da un giro a la narración de Ponce cuando D y la mujer, que no tiene nombre, se lo encuentran en los pasillos del edificio. La otra parte de la dualidad es un ser enigmático, autónomo, maligno, al grado de que no se sabe a ciencia cierta qué es lo que hace a la pareja o a la mujer necesitarlo cada vez más. Estas dos actitudes habitan aquel pequeño y gris cuerpo.
La otra mirada
La mirada es un elemento fundamental en las obras de García Ponce que giran en torno al tema erótico, para él la vista es el sen‐tido más importante, es como un ritual previo a la escritura, de ahí que las descripciones de las imágenes que da sean deleitables y acertadas. Al respecto afirma: «Me paso la vida mirando, lo que más me gusta es mirar» (Rosado, 2005:99). En el cuento hay dos miradas que destacan: la de D y la del gato.
Los ojos del protagonista son la cámara que enfoca la imagen de la mujer que aparece en el cuento. Al igual que el autor, D también encuentra grato mirar y admirar, por medio de la vista recorre cada centímetro de la piel que la figura femenina deja asomar con cierto propósito y el deseo aflora cada vez más en el relato. El gato deambula por el edificio dejando en claro todavía más su pertenencia, como si no bastara recorrerlo y custodiarlo. Desde la primera página comienza el jugueteo de miradas entre unos y otros personajes. La del gato es penetrante desde el principio. Para el autor el dúo es lo indispensable cuando se quiere escribir sobre erotismo. Son dos imágenes las que se presentan: mujer y hombre, dos hombres o dos mujeres, pero siempre la dualidad. Sin embargo, no niega que la irrupción de un tercero pueda embonar en cualquier imagen de erotismo. En ese caso, es el gato el que irrumpe en la re‐lación de los amantes y la otra mirada surge. Es posible que la función de este personaje exalte la función sexual en el relato, la cons‐tituye y surge entonces el lado indómito del deseo. El gato es el ins‐trumento erótico. Ambos trabajan con la mirada, la acción no es es‐encial, pasa a segundo plano. Alfonso D’ Aquino (Cd. México, 1959) habla sobre la inactividad narrativa que surge de forma inesperada en los cuentos de Ponce con el fin de cristalizar una imagen como recurso estético: «Sucede que de pronto los personajes ya no están haciendo gran cosa, simplemente están colocados ahí, en un espacio, posando, moviéndose mínimamente. García Ponce tiende al cuadro verbal, al cuadro vivo». Las sensaciones que van emergiendo de la mujer, van teniendo lugar por medio del recorrido que hacen los otros personajes. La contemplación va permitiendo que aquella be‐lleza sea palpable para los otros sentidos.
El placer irracional
En las iniciales apariciones del gato en el departamento de D, hay una contemplación del animal hacia la mujer, que aparece casi siempre fija en un lugar y en un estado somnoliento como si estuviera ahí sólo para ser contemplada por aquel que lo desee. Pero, no es hasta que los humanos se dan cuenta del presente y su actuar cuando surge un enigmático deseo por la compañía del gato. En el momento que el cuerpo del gato y el de la mujer comienzan a conectar una coreografía de dos entes que giran con movimientos
lentos y armoniosos todo se enfoca en ese cuadro digno de contemplación. La mirada de D entabla un juego con el objeto que lo atrae y una esencia confidencial irrumpe en la habitación para destruir todo rastro de racionalidad. Es entonces cuando la línea se parte. Penetra lo extraño y lo normal comienza a verse lejano. A partir de ese momento, se concreta en el cuento lo místico y que Juan Antonio Rosado define como «la experiencia inefable que se expresa con un discurso ambiguo y polisémico, irracional y prác‐tico en tanto reflejo de una experiencia» (Rosado, 2005: 267-68). La presencia del animal se vuelve necesaria para que la ceremonia se realice. El acto sexual de la pareja sería, sin el gato, un simple cuadro vago y común pues el felino es el que da el toque de misterio que ca‐racteriza la obra de Ponce. Para Rosado, «el placer nos precipita a ese olvido de la razón para hacernos entrar en el desorden, en lo irracional» (Rosado, 2005: 270), es este placer el que gira también en las líneas que García Ponce plasma. El cuadro que se crea en la narración en el que los hu‐manos se reúnen con el gris y místico ser parece dar un giro a lo ha‐bitual. El deseo se concreta, se consume y es más deleitable gracias a la otra figura que los acompaña. El placer toma su lugar ante cualquier otra cosa y todo rastro de razón desaparece en el cuento. La figura pequeña llega a extrañar al lector, pero quizá no a incomo‐dar, sus rasgos se funden entre los otros dos entes y, juntos los tres, se funden en uno solo. Es así como García Ponce maravilla y al mismo tiempo desconcierta a sus lectores por medio de este relato que será uno de los ejes cen‐trales de su obra y que retomará posteriormente para crear una no‐vela con el mismo nombre. El tinte que le pone el autor a su obra suele rondar lo ambiguo, cosa que aumenta el tono de misterio. BIBLIOGRAFÍA dirección general de actividades cinematográficas de la unam. Juan García Ponce, La mirada y lo invisible. Youtube. 15 Jul. 2013. https:// www.youtube.com/watch?v=wfCMb_-GzSE, Consulta, 24 Oct. 2018. García Ponce, Juan. Obras reunidas I. Fondo de Cultura Económica. México, 2003. Pereira, Armando. La escritura cómplice Juan García Ponce ante la crítica. Ediciones Era, México, D.F, 1997. Rosado, Juan Antonio. Erotismo y misticismo la literatura erótico-