3 minute read

Cuando la fragilidad humana preserva lo eterno

Por: Lic. Jaime Quinceno, Profesor de Sagradas Escrituras. Director del Instituto Bíblico de Casa Sobre la Roca.

Existe una paradoja fascinante en la historia de la preservación de las Sagradas Escrituras que debería cautivar a todo intelectual sincero: un texto elaborado con materiales perecederos, copiado por manos falibles a lo largo de varios siglos, perseguido por imperios poderosos y atacado por mentes brillantes, ha sobrevivido y permanecido con una integridad textual que supera a cualquier obra de la literatura clásica. Esta realidad constituye un fenómeno histórico que trasciende las explicaciones racionales. Sin embargo, como lo predijo nuestro Señor Jesucristo: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. (Mateo 24:35). Esta definitivamente no es una hipérbole religiosa; es una declaración verificable históricamente. La resistencia bíblica a la corrupción textual y a la persecución histórica constituye un fenómeno que desafía toda probabilidad, esto nos demuestra que la preservación del mensaje de Dios nunca ha dependido de la perfección humana, sino de la soberanía divina. Al margen

de sectas y herejes que intentaron adulterar o mutilar su contenido, la paradoja de la preservación de las Sagradas Escrituras también ha superado los errores en la transcripción o en su traducción por descuido humano, pues, aunque se ha evidenciado que algunas copias no estuvieron exentas de omisiones accidentales o inserciones bienintencionadas, eso no debilita la autoridad bíblica; la fortalece. Contrario a la narrativa popular que desconfía de los estudios críticos del contenido de la Biblia como una amenaza a la religión tradicional, la consolidada crítica textual se ha convertido en una de las defensas más sólidas de la confiabilidad bíblica. Desde el descubrimiento de los manuscritos de Qumrán, en 1947, se confirmó que el texto hebreo del Antiguo Testamento, conocido por Jesús, había permanecido inalterado durante dos mil años, a la par en que se configuraban las traducciones a los principales idiomas populares. Ese descubrimiento por sí mismo ha permitido verificar la confiabilidad de las nuevas traducciones. Por su lado, la significativa cantidad de copias y fragmentos del Nuevo Testamento datados alrededor de los dos primeros siglos demuestra que los Evangelios circularon ampliamente pocas décadas después de su original composición. Todas estas evidencias arqueológicas no surgen solo de apologistas cristianos, sino sorprendentemente de historiadores, científicos y eruditos seculares, cuyo trabajo fortalece inadvertidamente la confiabilidad y pureza del texto sagrado. La complejidad en su composición a lo largo de más de dieciséis siglos supera la coordinación humana, considerando que los 40 autores bíblicos escribieron separados entre siglos, culturas y continentes. La única explicación plausible es la inspiración divina operando a través de ellos, como instrumentos humanos diversos para producir la singular obra de la literatura universal que ha mantenido su fiabilidad, unidad, integridad y la uniformidad doctrinal, que ha trascendido hasta hoy como la exclusiva fuente del plan de Dios para todas las generaciones de creyentes de toda raza, lengua y nación.

This article is from: