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Las Glorias
from Revista, El Galpón de la comisión de homenaje de las Madres de Plaza de Mayo de Quilmes. Ejemplar 1°
Una mañana de invierno del 92. Al bajar del colectivo en la ruta el frío era más intenso. La humedad subía por las piernas y se instalaba en los huesos. Con medias de lana, bufanda, campera, el frío se sentía igual. Despiadado. Casi corrí las cinco cuadras hasta la escuela. Después….el calor de la cocina, el mate calentito, la charla con las compañeras, aminoraron la sensación inhóspita de la escuela sin vidrios, sin luz en las aulas de afuera.
A eso de las 10 de la mañana, dos porteras, Nilda y Ana María vienen a hablar conmigo.
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-Hay unos nenes que vienen casi sin ropa. El año pasado le tuvimos que comprar bombachitas a la más chiquita. Era noviembre y venía vestida de invierno, con medias gruesas y pullover… Nos dio lástima verla así y le trajimos ropa de verano. Una pollera, una remerita, y cuando la llevamos al baño para cambiarla, vimos que no tenía bombacha. La maestra de séptimo mandó a comprar dos para ponerle. Queremos preguntar si le podemos regalar esa leche en polvo y la polenta que nos donaron. -Si, les dije, pero tráiganmelos que quiero hablar con ellos.
Al rato aparecen. Un varón como de diez años, rubio, pecoso, y una nena de siete u ocho, blanca, de ojos negros, grandes, vivarachos, brillosos, que me miraban fijamente.
La chiquita tenía un pullover puesto arriba de otro, y encima un poncho sucio, lleno de manchas, el pelito cortado a lo varón, parado hacia arriba y hacia los costados.
Me quedé mirándolos, sintiendo que estaba frente a la injusticia. Ahora, que ha pasado el tiempo, me doy cuenta que no podré olvidar la expresión de esas caritas.
Les pregunté, casi sin darme cuenta:
-¿La mamá de ustedes puede venir a buscar unos paquetes que son pesados?
La nena con voz clara y fuerte contestó.
- No tenemos mamá. Quise ser fuerte, pero no pude. Las lágrimas brotaron solas. Los abracé y lo único que pude decir fue:
-Yo tampoco tengo. No importa, igual vamos a llevar esos paquetes.
Les pregunté con quién vivían. El varón, serio y parado derechito, me contestó.
-Con mi papá y mi hermana que está en cuarto, a la orilla del arroyo. La orilla del arroyo…. A la mañana, al pasar por ahí con el colectivo, había visto levantarse una bruma que envolvía las casitas de lata y de cartón paradas en la orilla. Parecían salir de un cuento…. pero de terror. Ahí no hay luz, ni agua potable, al arroyo van las aguas de desecho de las industrias.
Mandé a buscar a la hermana mayor. Cuando la vi pensé que era un rostro sin edad. Podía tener doce o cincuenta. Flaca, muy flaca, con los huesos asomándole irrespetuosamente en su cara color…. ¿verde, marrón? Ojos grandes y tristes, pelo aplastado, parecía peinada con clara de huevo.
Le pregunté si sabía cocinar; me contestó con orgullo que ella cocinaba para todos. Le pedí que a la salida pasara a buscar unos paquetes para llevar a su casa y que alguien la iba a acompañar.
En silencio, se dio vuelta y salió.
El 24 de mayo, camino a la escuela, me encuentro con Gloria y su hermano Martín por la calle. Iban en camino contrario. Los llamo y les pregunto:
-¿No van a la escuela?
Sin detenerse me contestan:
-No, vamos de mi tía, porque papá nos tiene que lavar la ropa para el acto.
Es 25 de mayo. La escuela está de fiesta.
Las galerías engalanadas con los trabajos hechos el día anterior por los chicos con sus padres.
Frases como: “La libertad es que haya chicos sin hambre y padres con trabajo”.
Farolitos de papel celeste y blanco, poesías, afiches. Carteles armados con recortes de diarios y revistas.
Los chicos contentos festejando el cumpleaños de la Patria.
Los maestros y maestras contentas, pensando que por suerte tenemos una taza de chocolate caliente para sus alumnos y alumnas.
De pronto la vi. En un ir y venir de chicos apareció detrás de su hermano. Me clavó los ojos, alegres, vivarachos, como diciéndome:
-Mirame. ¿No te parece que estoy linda?
La abracé, la apreté fuerte: Estás preciosa, le dije. Se fue, apurada, a buscar su taza de leche.
Tenía un guardapolvo blanco, le quedaba grande, pero estaba limpio y era bien blanco, en el pecho lucía una pequeña escarapela.
Gloria dejó de venir al colegio. Ella y sus hermanos. Extrañábamos su carita triste y sus ojos alegres, su presencia impuesta en silencio, siempre agarrada al guardapolvo de la maestra.
Decidimos ir a la casa. Carlitos, un compañero de Gloria, me acompañó.
-Yo sé dónde vive, Seño, paso por ahí todos los días. Caminamos largas cuadras, entre el barro, las zanjas, la humedad, hasta que señaló con la mano: -Es ahí.
Era a metros del arroyo Las Piedras, cerca de un puente abandonado, porque el ramal del ferrocarril que pasaba por ahí cerró hace años.
Tres paredes de cartón y una de polietileno agarrado con broches de la ropa.
Golpeamos las manos y salió un hombre. Tenía la cara de Gloria, sus ojos, sus pecas, su pelo rojizo. Tendría treinta y cinco años, pero una expresión de cansancio en la mirada que lo hacía viejo. El pantalón atado a la cintura por un cordel, una remera agujereada y un gorro de lana con los colores de Boca. Le pregunté por los chicos.
Sin conocerme me contó toda su historia.
Me habló sin parar de años de tristeza, frustración, pobreza.
-Estoy cansado de luchar para nada. Mi mujer se fue con un vecino. Vive en la Capital. Yo me quedé con los chicos. Hace ocho años que estoy solo con ellos. Los mandé a la escuela. No tengo trabajo, pero igual los mandaba, para que aprendan y sean mejor que yo.
-Pero ahora volvió la madre, me los pidió y yo se los di, porque estoy cansado. La más grande se escapaba con chicos y yo tenía miedo. Así que se los di. Los extraño, es muy feo estar solo, pero no puedo más.
La noticia en la escuela cayó muy mal. Gloria no vendría más. No sabíamos cómo estaba. Dónde. Si su madre se ocuparía de ella.
Pasó un año y medio.
Nuevos problemas nos ocupan. Todos los días aparecen nuevas Glorias en nuestras vidas. Pero ninguna ocupó su lugar. Sus ojos grandes seguían clavados en cada uno de nosotros.
Una mañana, una señora bajita, menudita, entra a la escuela y dice:
-Necesito el boletín de mis hijos; me los llevé a vivir conmigo a la Capital y me piden el boletín para anotarlos en la escuela.
La pregunta se escapó de la boca:
-¿Usted es la mamá de Gloria y de Martín?
La señora se sorprende. Primero no contesta y después dice:
-Sí, soy la madre. Y al darse cuenta que estábamos enterados de lo que pasaba, cuenta que los extrañaba, que había ido a verlos, y al saber que el padre no tenía trabajo, se los había llevado.
Hablamos con ella, le pedimos que los mandara a la escuela. Que a Gloria la queríamos mucho, que siempre hablábamos de ella.
Gloria. Hoy, al paso de los años, tu carita ya es una más en medio de tantas con tu misma postergación, con tu misma necesidad de amor y atención, de calor, de caricias, de dignidad.
Pero igual sé que no podré olvidarte. Porque ese muestrario de pecas, esos ojos grandes y expresivos, esas pestañas largas y arqueadas, fueron mi primer contacto con la realidad de Solano.
¿Qué quiero para vos Gloria?
Quiero una Patria con mayúsculas, libre de verdad, donde todas las Glorias dejen de sufrir, puedan educarse, tener su ropa, su alimento, sigan teniendo los ojos enormes, las pecas simpáticas, pero sean felices.
Por: Lidia Braceras