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por Alexis Oliva / Página

los inCómodos ECos PolítiCos dE la PErla

por ALExIS OLIVA

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La megacausa por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los campos de La Perla y la Ribera, en el tercer Cuerpo de Ejército, va mostrando en cada audiencia el trasfondo civil de la represión militar: detrás de las botas de Menéndez y su patota, asoman la corbata empresaria, la toga judicial y la sotana clerical.

La megacausa La Perla es una Caja de Pandora que vomita “los males del mundo”. No sólo los horrores perpetrados por militares y policías -autores materiales de la represión dictatorial-, sino también el cada vez más evidente rol de sus cómplices e instigadores civiles.

En un ejemplo elocuente, el testimonio de Jorge Luis Argañaraz , militante montonero y obrero de Fiat-Materfer que fue hecho cautivo el 22 de noviembre de 1976 y llevado al campo de concentración de La Perla, reveló la participación de la empresa multinacional en el secuestro y desaparición de delegados gremiales y obreros.

Para Argañaraz, los directivos de FiatMaterfer tuvieron un “papel determinante” en la desaparición de sus obreros. El sobreviviente relató que, luego de dos días de torturas, “vinieron con álbumes que pertenecían a Fiat, que tenían fotos de compañeros”. “La empresa se los había provisto”, porque “cuando ingresábamos a la empresa nos sacaban una foto para la credencial y otra para el álbum. Esos álbumes son los que me mostraron en La Perla”, explicó. La asombrosa revelación motivó que el Fiscal solicitara que se inicie una investigación por la eventual complicidad de la firma con el terrorismo de Estado.

Además, Argañaraz refirió que antes del golpe de Estado habían ingresado a la fábrica agentes de Inteligencia del Ejército que “trabajaban abiertamente con la empresa”. En medio de su relato, se emocionó al recordar a sus compañeros que fueron víctimas de la dictadura, entre ellos Néstor Lellín, “extraído por la patota de adentro de la misma planta”, el 6 de septiembre de 1976. Al recomponerse, aseguró: “Fueron 32 o 33 compañeros de la Fiat desaparecidos en Córdoba; y yo tengo 27 nombres. (…) Pero no sólo la Fiat tuvo un papel determinante. Hay otros empresarios que tendrían que estar sentados en el banquillo de los acusados”.

También viene quedando en evidencia el rol de la Iglesia Católica, mucho más allá del “pecado de omisión”. “Fuimos a verlo a (el cardenal Raúl) Primatesta y no nos recibió -narró Emilia D’Ambra, madre del desaparecido Carlos D’Ambra y referente de Familiares-. Yo después tuve oportunidad de reprocharle, cuando fue a Alta Gra-

pensar un pais con justicia social

cia a la escuela El Obraje. Cuando llegué a donde estaba Primatesta, yo no le besé el anillo. Le dije que venía a reprocharle que no me hubiera recibido. El me dijo que recibía a todos y que la Iglesia se mantuvo aparte. Yo le dije que con la autoridad que tenía la Iglesia sobre los militares tendría que haber hecho algo. Me dijo que iba a rezar por mí y yo le dije que no hacía falta, que yo sabía rezar porque había estudiado en un colegio católico”. Y dirigiéndose a los jueces, expresó: “Yo era muy católica, igual que ustedes, pero la Iglesia me pateó los dientes a mí y me expulsó. No dejé de creer en la religión, pero sí de la Iglesia argentina que se había portado como cómplice de aquello tan horroroso”.

Entre estas complicidades, se destaca la del Poder Judicial. Son abrumadoras las evidencias de la acción legitimadora de la Justicia respecto al accionar represivo entre 1976-83, de su desempeño funcional a la impunidad tras el retorno democrático y -sobre todo- de su resistencia corporativa a investigarse a sí misma. En este sentido, varios testigos-sobrevivientes del campo de concentración de La Perla apuntan a quien es hoy la máxima autoridad de la Justicia Federal de Córdoba: el presidente de la Cámara de Apelaciones, Luis Rueda. Las acusaciones son graves: Le imputan el tratar de obstaculizar las investigaciones y presionar a los testigos víctimas de la represión, luego del retorno a la democracia; y -en un caso- de validar durante la dictadura una declaración obtenida bajo tortura.

Sin embargo, hay en este sentido avances esperanzadores. En la “causa de los magistrados”, en la que están procesados los ex jueces Miguel Angel Puga y Carlos Otero Álvarez y el ex fiscal Antonio Cornejo, la Cámara Federal de Apelaciones -integrada por Abel Sánchez Torres, Octavio Cortés Olmedoy Luis Rueda- consideró en abril de 2011 que los delitos atribuidos a los ex funcionarios judiciales “guardan íntima vinculación con hechos calificados como crímenes de lesa humanidad”.

Contra los trabajadores

Sobreviviente de La Perla y numerosos centros de detención y cárceles, Ana Mohaded, directora de la Escuela de Cine y TV de la UNC, oriunda de Catamarca y estudiante de Cine al momento de su secuestro, aportó numerosos datos de víctimas y victimarios. También dejó una tremenda evocación de Justino Honores, delegado de la Unión Obrera de la Construcción: “Ellos se jactaban de su secuestro y de que lo iban a matar, pero prefiero recordar su valor. Cuando lo traían de la picana, se sentía el olor a carne quemada. Yo estaba cerca y era atroz. El apenas se quejaba y eso era un gesto de amor hacia los demás. El día en que murió y se lo llevaron, fue un día de luto. La Perla ha sido el lugar donde he conocido lo más miserable y lo más sublime de las conductas humanas. Y Honores significa esto último. Él era una especie de estandarte común”.

Una circunstancia que le dio fuerzas para sobrevivir ocurrió en el campo de La Ribera, una vez que sus captores los acusaron de ser “antipatrias” que no sabían “ni cantar el Himno Nacional”. “Empezamos a cantar con fuerza inusitada -recordó Mohaded-. Estaba prohibido cantar en la cárcel y menos el Himno, y eso de estar contra la pared cantándolo fue maravilloso. Ellos nos gritaban que paremos, pero terminamos: ¡Oh, juremos con gloria morir! Por eso hoy, cuando en la escuela de mis hijas escucho cantar el himno, lloro”.

A su vez, Cecilio Salguero, ex militante montonero y de la Mesa de Gremios en Lucha, sobreviviente de los campos de concentración del Tercer Cuerpo de Ejército, identificó a los represorescon mucha precisión: “(Jorge) Acosta me secuestró frente a Perkins; (Luis) Manzanelli, uno de mis torturadores en La Perla; (Carlos) Yanicelli me torturó a mí y a mi compañera en la D2; (Ricardo) Lardone me torturó en la Perla. Carlos Díaz me torturó en La Ribera junto con (Miguel Angel) Gómez; a Menéndez lo vi en la Catedral junto a (el cardenal Raúl) Primatesta y en un palco junto a (Oscar) Aguad, (Ramón Bautista) Mestre y otros dirigentes radicales”. Además, Salguero le pidió al Papa Francisco que “abra los archivos del Vaticano para que podamos saber el destino de los desaparecidos”

“Dejé de ser René Caro, para ser el número 78; Amanda (Assadourian) el 79, y estimo que a (Luis Mario) Finger y (Máximo) Sánchez le deben haber dado los correlativos o anteriores. Pasamos a ser un número. Había una gran euforia, porque habían detenido a personas importantes desde el punto de vista gremial”, recordó quien era secretario general del Sindicato del Caucho en Córdoba al momento de su secuestro. Durante los primeros días, Caro fue torturado con golpes y picana por Elpidio “Texas” Tejeda, quien lo interrogaba

sobre el sector gremial del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). También fue separado de su esposa Amanda, quien supone fue “trasladada, eufemismo para decir que venían a buscar la gente para matarla”. Días después, lo dejaron de torturar, igual que a sus compañeros, por orden del jefe de campo, el capitán Héctor Vergez. “Pero nos tenían ahí en el galpón para mostrarnos a gente, como diciendo: ‘Mirá estos tipos que tenemos prisioneros’. Hubo una gran cantidad de dirigentes sindicales desaparecidos”, refirió el testigo.

Testigo 33 de la megacausa La Perla, Susana Sastre es una de las sobrevivientes cuyo período de cautiverio estuvo más cerca del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Secuestrada el 11 de marzo de 1976, sobrellevó el campo de concentración en la etapa más feroz de la represión dictatorial. En una exposición de gran valor jurídico, identificó a Héctor Vergez como jefe del campo, a Jorge Exequiel Acosta a cargo del “grupo de operaciones especiales” (secuestros) y a Ernesto Guillermo Barreiro como mandamás de los “interrogadores” (torturadores), secundado por Luis Manzanelli, Carlos Díaz y los civiles Héctor Romero, Arnoldo López y Ricardo Lardone.Al relatar que los “traslados” en camiones del Ejército terminaban por lo general en la ejecución de los prisioneros, recordó: “Al camión le pusieron ‘Menéndez Benz’. Me imagino que es un gran galardón para Menéndez… el camión de la muerte”.

Además, refirió que el entonces jefe del Tercer Cuerpo de Ejército visitó La Perla para inspeccionar a los cautivos.En un momento, Sastre reflexionó: “La grieta más grande que (los represores) dejaron fue dejarnos vivos. Hoy somos testigos ante la Justicia y ellos están sentados en un juicio por memoria y verdad. Al comenzar la democracia, el Juicio a las Juntas fue muy importante. Pero cuando Barreiro tuvo que declarar, se dio la asonada de Semana Santa (la sedición “carapintada” de 1987). Después hubo que esperar mucho tiempo”. Y dirigiéndose a uno de los acusados, pero sin dejar de mirar al juez, concluyó: “Sí, Barreiro, tuviste un recreo de más de veinte años, pero ahora estás acá”.

Juan José “Toto” López es actor, pero no fue arte dramático el brote de lágrimas con que terminó su testimonio de su paso por varios centros clandestinos de detención de la dictadura, al dirigirse al juez e indirectamente a los represores: “Queremos saber dónde están nuestras desaparecidas y desaparecidos. Hay que lograr romper ese empecinamiento que es tan caro a nuestros afectos. Solo queremos llevarles flores”, refiriéndose al pacto de silencio acerca del paradero de las víctimas asesinadas en los campos de La Perla y La Ribera. Ex militante de Vanguardia Comunista y estudiante de Filosofía y Teatro, López narró que fue secuestrado el 20 de abril de 1978 en su verdulería de barrio Iponá. El mismo día, fue trasladado al campo de La Perla y sometido a torturas. “Una cosa espantosa era la exaltación de esta jauría salvaje y primitiva. Se restregaban las manos y gritaban, como si disfrutaran. Algo totalmente irracional que tiene que ver con lo más execrable de la condición humana”, revivió compungido.En los cinco meses que duró su cautiverio, pasó además por el campo de La Escuelita (o Perla Chica), la Casa de Hidráulica y la Dirección de Informaciones de la Policía. Al ser liberado y encontrarse con su madre, ella le preguntó: “Totito, ¿qué le daban de comer los militares?”. “No podía contarle que hurgábamos los restos que tiraban en el baño. Eso también era tortura”, aseguró López.

Un testigo que señaló a los verdaderos instigadores del terrorismo de Estado fue Eduardo Kolasky, entonces militante del Partido Comunista Revolucionario, secuestrado en junio de 1977 y torturado en La Ribera y La Perla. Al referirse a los acusados, manifestó: “Yo no les guardo rencor. En aquel momento, vivíamos un auge para toda Latinoamérica, mientras que ellos cumplían un mandato del imperialismo, de los grandes capitales como la Ford, Mercedez Benz, Techint y de la oligarquía argentina, como los Martínez de Hoz y los Blaquier. Ellos deben estar viéndolos por la tele, sentados en el banquillo de los acusados, y muriéndose de risa”.

En medio de los relatos del horror, este tipo de reflexiones funcionan como destellos de lucidez política y humanismo. Como la que brindó Carlos Hugo Basso, ex militante montonero y actualmente periodista: “Después de tantas luchas y tantas cosas que pasaron, nuestras vidas son como una metáfora de lo que ha sido la vida de nuestro pueblo. Que hoy nuestros hijos estén construyendo el país que nosotros soñamos, a eso lo considero una victoria. A lo mejor suena absurdo, pero si es una victoria, quiere decir que valió la pena”.

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